jueves, 1 de agosto de 2013

Ideas que preferirían no tener


Fragmentos de Noche, Mi vida querida; Alice Munro
Traducción de Eugenia Vázquez-Nacarino
Fragmentos de Voces, Mi vida querida, Alice Munro
Traducción de Eugenia Vázquez-Nacarino




Haber sido tocado por el ala de la mortalidad distinguía, aun fugazmente, del resto, en una época de la vida en que tal cosa podía llegar a ser grata. […] No creo que se me pasara por la cabeza pensar cómo iba a pagar mi padre esta distinción. [Creo que tuvo que desprenderse de una parcela de bosque […]
No creo que hoy en día pueda hacerse una revelación como esa sin alguna clase de pregunta, alguna tentativa de esclarecer si lo era o no lo era. Maligno o benigno, querríamos saber inmediatamente.


Mi madre deja caer las revelaciones más graves como sin darle importancia. Ella es perfectamente consciente de la gravedad de lo que está diciendo pero simula que no es para tanto. Resulta muy chocante y a veces he pensado que, lo que busca, es analizar tu reacción. Algo así como veamos si para ella es tan importante como para mí. Pero ahora estoy pensando que podría ser su forma de enfrentarse al miedo. Me pregunto si hemos hablado alguna vez de las cosas que realmente importan, de lo que a ella le preocupa o inquieta. De lo que nos pasa.
Me parece que lo damos por supuesto. Que hablamos en torno a los problemas pero sin abordarlos del todo. Que nos adivinamos lo que nos pasa pero sin atrevernos a decir ¿por qué no hablamos de ello? ¿qué podemos hacer para cambiar las cosas? . Tenemos mucha confianza pero nos comunicamos muy mal.
Siento que con mi padre es muy diferente. Me resulta mucho más fácil conversar con él. Su actitud es de escucha y está muy atento a todo lo que decimos y hacemos. Es mucho más moderado en sus comentarios. También es más callado.
No me gusta el tono de mi madre con mi padre. Cuando ella está mal, se dirige a él de malos modos, de forma irrespetuosa y hace comentarios dolorosos y despectivos, que afectan y alteran el buen ánimo de mi padre. Mi madre nos contagia a todos su malestar.
De un tiempo a esta parte, mi padre parece muy cansado y deprimido.


Fuera lo que fuera, algo quería obligarme a hacer cosas, no por una razón concreta sino por ver si tales actos eran posibles. Algo me estaba informando de que no hacían falta motivos. […]
Sólo hacía falta ceder. Qué extraño. […]
¿Por qué no probar lo peor? […]
En esa hamaca me pasaba casi todo el día a la bartola, y posiblemente esa fuera la razón de que por la noche no lograra conciliar el sueño. Y, como no hablaba de mis problemas nocturnos, a nadie se lo ocurrió darme el sencillo consejo de que me convenía tener un poco más de actividad durante el día. […]
Alguien estaba esperando allí y no pude hacer otra cosa que seguir adelante. Si daba media vuelta me pillarían, y sería peor que dar la cara. […]
No era otro que mi padre. También él sentado en la escalinata, mirando hacia el pueblo y su tenue e improbable resplandor. […]
Llevaba ropa de calle […]
Ahora que lo pienso, ¿por qué mi padre no llevaba el peto de trabajo? Iba vestido como si tuviera que ir al pueblo a hacer algún recado a primera hora de la mañana.
No pude seguir caminando, el ritmo se había roto completamente. […]
En ese momento supe que no era la primera noche que me oía levantarme y dar vueltas por ahí.




Todo lo que nuestros padres saben de nosotros y lo poco que nosotros sabemos de ellos. Con la madurez, si te paras a pensarlo, comienzas a comprender. Mientras vivimos con ellos, nos conocen muy bien.

Mencioné a mi hermana pequeña y dije que me daba miedo hacerle daño. Creí que con eso bastaría, que entendería a qué me refería.
-Estrangularla –dije de pronto. No pude contenerme, después de todo. […]
Así ya no podía desdecirme, no podría volver a ser la persona que había sido hasta entonces.
Mi padre lo había oído. Había oído que me creía capaz, sin ningún motivo, de estrangular a mi hermana pequeña mientras dormía. […]
Más bien parecía dar por hecho que semejante cosa no podía suceder. […]
Aun así, no me culpó por pensarlo. No le parecía nada del otro mundo, fue lo que me dijo. […]
Podría haber cuestionado mi actitud hacia mi hermana pequeña o mi descontento con la vida que llevaba. Si esto ocurriese hoy, me habría pedido una cita con un psiquiatra. [Creo que es lo que yo habría hecho por un hijo, una generación después, y con otros ingresos].
La verdad es que lo que hizo funcionó la mar de bien. Me puso, aunque sin burla ni alarma, en el mundo en que vivíamos.
A la gente se le ocurren ideas que preferirían no tener.  




Esta revelación fue completamente inesperada. Sentí rechazo al leerlo.
En mis peores crisis he pensado en suicidarme pero nunca, hasta ahora, en hacerle daño a alguien.
Recuerdo haber tenido pesadillas en las que me he peleado con mi madre y mi hermana. Ellas se burlaban de mí, o yo creía que se burlaban, y mi respuesta ha sido muy agresiva. Cuando me he despertado, me he sentido terriblemente culpable y he analizado por qué me he comportado así. Qué me estaba indicando el sueño. El resultado o la constatación de que cada vez me resulta más difícil llegar a ellas, encontrar la forma de que me escuchen y atiendan.
¿Por qué me hacen sentir ridícula, como si hablase en un idioma que ellas no entienden ni tienen el menor interés por aprender?
Al mismo tiempo, ellas deben sentir lo mismo que yo, que no me esfuerzo lo suficiente por comprenderlas y ponerme en su lugar. Qué impotencia.
Nunca he hablado con ellas sobre esto y creo que ése es el problema. No nos comprendemos y nos estamos alejando.
Una razón principal para no quitarse la vida, al menos para mí, es calcular el daño que podrías hacerle a tus padres.
Desde que soy madre de dos niñas existe otro freno igualmente poderoso.

Descubres que con tus hijos has cometido errores que no te molestaste en ver, además de los que viste perfectamente. Te pesa cierta humillación en el fondo, a veces te indignas contigo mismo. […]
No creo que mi padre sintiera nada parecido […]
El correctivo necesario para una cría respondona […]
“Te las dabas de lista”, sería su justificación del castigo.




Siempre nos justificamos aunque sepamos que hemos hecho mucho daño.
“Lo hice por tu bien, para corregirte”.

Tenía una cita en el banco, donde supo, sin sorprenderse, que no iban a prorrogarle el préstamo. Se había dejado la piel trabajando, pero el negocio no iba a remontar. O puede que averiguara que existía un nombre para los temblores de mi madre [con Parkinson desde los cuarenta], y que no iban a desaparecer.



hasta qué punto ignoramos la vida de nuestros padres. Con qué facilidad la juzgamos


Noche, Mi vida querida; Alice Munro
Traducción de Eugenia Vázquez-Nacarino



Mi padre creía que había que aceptar las cosas como vinieran. Ella [mi madre] no era así.



Ciertamente, mi padre es más conformista y resignado que mi madre. Ella tiene más ambición y es más luchadora, más activa.
Mis padres han vivido para nosotros, para procurarnos la mejor educación. No han pensado en ellos, en sus propias vidas. Cuando pienso en mi madre, destaco su abnegación. Todas las cosas a las que ha renunciado por sus hijos.
Mi madre […] no había conseguido la posición a la que aspiraba ni los amigos que le hubiese gustado tener en el pueblo. Vivía en el lugar equivocado y no le sobraba el dinero, y de todos modos tampoco hubiera dado la talla. […] Que una mujer fumara le parecía ofensivo. Creo que la gente la consideraba avasalladora y demasiado celosa de la gramática. […]
En aquellos tiempos la fundición no se dejaba, uno trabajaba hasta que podía, procurando ahorrar dinero para cuando el cuerpo dijera basta. […] era una deshonra recurrir a la pensión de la vejez. Era una deshonra que los hijos mayores lo consintieran, por más estrecheces que se pasaran.
Eran las burlas de mis compañeros lo que siempre temía.
En cualquier otra mujer, su porte me habría parecido arrebatador. Creo que me lo pareció, pero en cuanto entramos en la casa extraña noté que su mejor vestido era distinto de todos los demás.
Empezó a pasearse de un lado a otro para hacerse notar
Deseé que estuviera allí mi padre, que siempre parecía decir lo correcto para la ocasión […]
Al meterse en una conversación cualquiera, entendía que nunca había que decir algo especial. Mi madre hacía justo al revés, con comentarios grandilocuentes que servían para llamar la atención y no dejaban lugar a dudas.



Como niños, no queremos que nuestros padres llamen la atención ni que destaquen del resto. Somos muy sensibles a que puedan hacer el ridículo, a su marginación.
Es casi lo peor que puede pasarnos.
Curiosamente, somos víctimas de nuestros propios prejuicios.
La madre de Alice tampoco quiere que su hija “se dé aires” y se comporte como ella lo hace. También pide ayuda a su padre para que corrija ese intento descarado por distinguirse del resto.
¿Se confunde la ambición con el pecado y la desvergüenza?
Munro ha realizado algunas declaraciones confirmando que lo peor visto era querer destacarse del resto, ir a contracorriente, salirse de la norma general


Voces, Mi vida querida, Alice Munro


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