domingo, 4 de agosto de 2013

A veces no soy como el que escribe estas páginas


Iñaki Uriarte: el retorno; Antonio Muñoz Molina [Escrito en un instante, 8 de septiembre de 2011]
José Antonio Montano, Jugada maestra [Jotdown, octubre 2011]
Manuel Jabois: Diarios II [2004-2007], [Jotdown, julio 2011]

Iñaki Uriarte : Ejercicios de inteligencia por José Luis García Martín ; [Crisis de papel, 15 de septiembre de 2011]
De euforia en euforia, Jordi Gracia [El País,  15 de octubre de 2011]
Los mejores momentos de mi vida los he pasado solo; Buscando leones en las nubes [30 de abril de 2013]
[hermanocerdo.com/2011/10/la-vida-reposada]
La pensión Cantolla por Iñaki Uriarte
Con los diarios logré hablar para mí solo, Entrevista con Iñaki Uriarte Cantolla.


Pero hoy me ha llegado el libro de Uriarte y ni he trabajado, ni he dormido la siesta, ni he hecho nada de nada, en toda la tarde, nada más que leer, unas veces reconociendo afinidades, otras admirando agudezas de observación personal o política, en cada página y en cada línea admirando un estilo en el que la naturalidad de la escritura es el equivalente exacto de una actitud ante la vida: ironía y templanza, conciencia aguda del paso del tiempo y disfrute pleno de las cosas, no solo los libros, ni mucho menos, también una comida, la cercanía de un gato o de una persona querida, un paseo por una calle normal de Bilbao, el hecho simple y asombroso de estar vivo. Iñaki Uriarte es una de esas voces que siempre gusta escuchar, pero que quizás se agradecen más ahora, cuando hay tanto desmelenamiento, tanta gesticulación en lo que se dice o se escribe en público. A algunos de los predicadores más apocalípticos de ahora Uriarte los conoció antes de que se convirtieran, pero ni siquiera con ellos es cruel, o sarcástico, porque tiene una disposición de tolerancia y bondad que ha fortalecido frecuentando a Motaigne, a Pla, a Cervantes, a Séneca, a los grandes escépticos que supieron dudar de todo sin caer en la misantropía ni en la frialdad de corazón. Lo que escribe Iñaki Uriarte no es del todo un diario, ni ensayos, ni aforismos, ni cuentos, ni crónicas, ni confesiones íntimas: pero es algo de todo eso al mismo tiempo. A mí a veces me recuerda a un Baroja sin amargura.
Como Iñaki es de una gran tierra de tapas y pinchos, aquí dejo algunas muestras para ir haciendo boca:
Que alguien se meta con tu pinta irrita más que si lo hace con tus ideas, incluso con tu capacidad intelectual.
El dinero no parece ser importante para la mayoría de los novelistas españoles. En sus obras, me refiero. La difunta peseta habrá pasado a la historia como una de las monedas menos usadas de la literatura.
Hay rostros con un fondo de tristeza que son como una prueba viviente de que la felicidad existe y de que la conocieron.
En cualquier nacionalista hay algo de turista del propio país.
Una semana lejos de España es un reconstituyente de primera.
Si estoy solo, nunca tengo la sensación de perder el tiempo. Y el tiempo más perdido de mi vida son esos eternos minutos que transcurren desde que comienzas a despedirte de una reunión hasta que por fin consigues irte de una vez.
Una de las profesiones más importantes es la de actor de cine. Supongo que habrá alguna explicación.
Iñaki Uriarte: el retorno; Antonio Muñoz Molina [Escrito en un instante, 8 de septiembre de 2011]

El secreto es la actitud, que en un diario se manifiesta en la voz. Leer a Uriarte es quitarse adherencias. Sus soluciones son simples como las de un maestro zen. Predomina la voluntad antirretórica, tanto en el estilo como en los asuntos. Yo simpatizo con casi todo lo que dice, aunque su arte lo aprecio mejor en aquello con lo que discrepo: ciertas críticas a los antinacionalistas, ciertas ironías sobre Savater (¡siempre Savater!)… que me escuecen pero que, al ser sensatas, reducen mi tendencia a las strong opinions. No dejo por ello de discrepar: pero se dinamiza mi asentamiento. La política, por lo demás, ocupa un lugar secundario en el libro: si aparece es como consecuencia de la naturalidad. Al igual que otro elemento que los autores suelen escamotearnos: sus condiciones económicas.
Uriarte pone en práctica la lección principal de su maestro Montaigne: toda vida puede ser contada sin afectación. La herramienta es una escritura diáfana, cuya depuración me recuerda a la que João Gilberto ha logrado en la música. Cuando hablé de la prosa de Jabois, dije que en ella se daba una “eufonía sin sonajero”. En la de Uriarte nos encontraríamos con una eufonía… sin eufonía. Va limpia y clara, sin efectos. Por renunciar, renuncia hasta al exceso de elipsis; no se queda en el esqueleto, sino que tiene carne: la carne suficiente. A los demás nos sobran trucos: suena la guitarra y nos echamos a bailar. Mientras, Uriarte insiste: “no soy escritor”, “no sé escribir”. Y ahí está la clave.
José Antonio Montano, Jugada maestra [Jotdown, octubre 2011]

Uriarte no escribió para publicar, lo cual convierte el libro en interminable. Sé lo que digo porque hace un año empecé a escribir mis diarios en el blog tratando de seguir discretamente su estela: escritura alejada de hojarasca y circunloquios, citas amenas de autores que admiro, vida social y demás hierba sobre la que Uriarte iba escribiendo en secreto su vida (“Cuán frecuente y neciamente quizá, heme extendido en mi libro hablando de él”, recuerda el autor a Montaigne). Si mis diarios continúan es porque le pongo empeño, sobre todo en la escritura. No hay en ellos citas traídas tan seductoramente como Uriarte, con el que he aprendido leyendo más que en cualquiera de las clases a las que no fui, ni mucha vida social, pues casi todo lo que me rodea es delictivo o éticamente reprobable, y desnudaría a demasiadas personas que quiero.
Uriarte nos escribe en directo desde el año 1999; yo lo hago en diferido desde ayer. Me gusta, soy feliz escribiéndolos, y se lo debo a él.
El segundo libro de Uriarte no es mejor que el primero. Eso hubiera estropeado el encanto. Es exactamente igual. La misma maravilla, el mismo asombro, con distintas palabras, pocas, como decía Goya (“Mi pincel no debe ver más de lo que yo veo”), y en años diferentes. Como si lo descubriéramos de nuevo por primera vez. Aquí está su ojo clínico (“Quería reconciliarse con un escritor del que se hallaba distanciado. Me encargó la misión: ‘Dile que me ha gustado mucho lo último que escribió. Dile solo eso”), su repentina brusquedad (“Hay rostros con un fondo de tristeza que son como una prueba viviente de que la felicidad existe y de que la conocieron”) y de golpe Camba: el cura que le dio la extremaunción dijo que el gallego no recordaba bien el Padrenuestro ni el Dios te salve, pero sí el Cuatro esquinitas. “¿Puede valer?”, preguntó.
Aquí está, en definitiva, el fin de raza de los Uriarte: “Todos mis antepasados tuvieron hijos. No deja de asombrarme que yo vaya a ser el último de esa larguísima fila que comenzó en algún lugar de África hace muchos miles de años. Y de asustarme. Da la impresión de que uno no tiene derecho a volver la mirada hacia atrás y decir: ‘Hasta aquí hemos llegado”.
Manuel Jabois: Diarios II [2004-2007], [Jotdown, julio 2011]

La semana pasada vino a la Feria del Libro Iñaki Uriarte, acompañado por María, su esposa. Me alegró verlos. No nos conocíamos, aunque llevábamos un par de años leyéndonos e intercambiando mensajes. Los dos volúmenes de sus Diarios (Pepitas de Calabaza) me deslumbraron. Ya he dado razón, cuenta y citas de ellos en varias entregas de este blog.
Le pregunto:
–¿Habrá un tercer volumen?
–No, no lo habrá –me dice.
–¿Y eso?
–La gente se enfada…
Es cierto. Me consta. Todo el mundo tiene de sí mismo una imagen distinta a la que dibuja el escritor.
El gato de Uriarte se llama Borges y vive en el futuro, según su dueño (que no lo es. Nosotros somos las mascotas de nuestros gatos). “Oye los sonidos un instante antes que yo. Para cuando escucho sonar el timbre de la puerta, él ha salido corriendo. Alguna vez le he visto asustarse por un ruido que yo iba a hacer un momento después.”
Libros y gatos; Fernando Sánchez Dragó [El mundo, 14 de junio 2013]
Descree de las abstracciones, de las generalidades: “Me he interesado más por los individuos que por las grandes construcciones y la Historia. Me ha resultado más atractivo y menos arduo. Sé mucho más de Montaigne que de Felipe II, estrictamente coetáneos”.

Montaigne es una presencia constante en estas páginas, es el gran maestro, el iniciador de una literatura en la que el yo avanza hacia el centro del escenario. Junto a él, otros nombres menos conocidos, como Girolamo Cardano: “Compuso un libro muy íntimo, mucho más lleno de detalles particulares que de grandes pensamientos moralizantes y dejó una de las primeras imágenes en letra impresa de un individuo: el autorretrato emotivo y vivísimo de un tipo estrafalario, inteligente, difícil de tratar”.

Nada difícil de tratar parece el personaje que se autorretrata en estas páginas. No condesciende nunca con la queja ni con la autocompasión. “Dos días de insomnio”, escribe. Y cuando esperamos las quejumbrosas lamentaciones habituales: “Ya pasará”. Y a continuación: “Schopenhauer decía que una muestra de que vivir no vale la pena es que solemos ir a dormir de buena gana y nos despertamos de mala gana. Eso a mí no me pasa. Desde hace años, yo me levanto muy a menudo de buena gana, o por lo menos de un modo neutral. Pero, claro, porque me levanto cuando quiero. Este es uno de los grandes privilegios de mi vida en el que debería pensar más. Qué cantidad de mal humor me he ahorrado a lo largo de los años”. […]

Iñaki Uriarte, a pesar de sus antecedentes familiares, nunca fue nacionalista y por eso tampoco es antinacionalista (para ser antinacionalista hace falta militar en algún nacionalismo).

A veces, para descalificar a un personaje, le basta con citarlo. En un periódico asturiano (Iñaki Uriarte visita con frecuencia Asturias) lee unas palabras que podrían figurar en lugar destacado en cualquier antología de la barbarie universal. Las copia sin necesidad de añadir ningún comentario: “Una Constitución que ha abolido la pena de muerte y que no tiene posibilidad de fusilar a Ibarretxe es muy difícil que se mantenga. Lo de Ibarretxe es alta traición, lo de Maragall es alta traición; toda la Historia, desde Pericles, nos muestra que hubiera sido un juicio sumarísimo”. Esas palabras las pronunció un filósofo, Gustavo Bueno. Y, ciertamente, no hace falta añadir más.

Y junto a Bueno, otro gran patriota, Jiménez Losantos. Mucha tinta movió un asunto que Uriarte reduce a dos líneas: “Se ha admitido a trámite en las Cortes un nuevo Estatuto para Cataluña, aprobado por el 85% del Parlamento catalán”. Y a continuación lo que escribe Jiménez Losantos: “Día de difuntos de 2005. España ha muerto. ¿Quiénes han sido los responsables? Zapatero y Polanco”.
“¿Por qué la felicidad tiene tan mala prensa?”, se pregunta. Sus diarios son un inventario de pequeñas y grandes felicidades. La mayor, casi una experiencia mística, la encuentra en un lugar tan poco exótico como Benidorm: “Me levanto, entro en el agua, me zambullo, doy justo cincuenta brazadas y, a unos cien metros de la orilla, mirando hacia la isla y el horizonte, encuentro lo que algunos tal vez encuentran con las drogas, el yoga oriental o el canto gregoriano. El grado cero de la existencia. Nunca he conseguido nada semejante en otra playa ni en ninguna piscina. Se ve que hace falta practicar y repetir lo mismo a menudo y en el mismo sitio. Regreso a la orilla entontecido y avanzo con pasos torpes hacia mi sofá, como un astronauta en la luna”.

Iñaki Uriarte : Ejercicios de inteligencia por José Luis García Martín ; [Crisis de papel, 15 de septiembre de 2011]

"he leído los recientes libros de Marías y Bolaño, obras maestras para muchos. No creo que vuelva a ellas nunca"
"No me quejo mucho, desconfío poco de la gente, tengo fe en el progreso y tiendo a ver las cosas buenas antes que las malas".
"Recopilo citas desde los egipcios y los griegos en las que se habla de los viejos y buenos tiempos y se censura a la juventud de la época"
"Yo creo que el anticatalanismo es la esencia del nacionalismo español".
"Cada vez que nos vemos me reprocha que una vez le dije que me parece demasiado susceptible"
"Continúa la buena racha y casi no apunto nada".
De euforia en euforia, Jordi Gracia [El País,  15 de octubre de 2011]


He estado en la cárcel, he hecho una huelga de hambre, he sufrido un divorcio, he asistido a un moribundo. Una vez fabriqué una bomba. Negocié con drogas. Me dejó una mujer, dejé a otra. Un día se incendió mi casa, me han robado, he padecido una inundación y una sequía, me he estrellado en un coche. Fui amigo de alguien que murió asesinado y fue enterrado por los asesinos en su propio jardín. También conocí a un hombre que mató a otro hombre, y a uno que se ahorcó. Todo esto me ha sucedido en una vida en general muy tranquila, pacífica, sin grandes sobresaltos.

yo no me vuelvo a levantar a las ocho de la mañana en la vida

Yo siempre conté con que mis padres me proporcionarían comida, casa y algo de dinero en un caso de apuro. Me parecía que era su deber y no un capricho mío

 A nada de lo que he hecho después de la única semana que trabajé en serio en mi vida para ganar dinero (de pinche de cocina en Londres: put the potatoes in the machine, era el sonsonete con el que le aturdía su jefe, hasta que al cortarse un dedo, a poco de ingresar en el trabajo, abandonó su puesto), le puedo llamar en serio trabajar.

Nunca he sido un ciudadano de la sociedad política capitalista. Y eso ha tenido muchas ventajas y algunos inconvenientes. Vivo de la renta de un piso heredado, alguna ayuda de la familia y el trabajo de crítico literario en El Correo.

En consonancia con este propósito elemental pero inflexible, Uriarte vive en Bilbao, donde todo está a mano, en Toni Etxea, el edificio familiar de varias plantas, alguno de cuyos pisos arrienda, con su mujer, María, profesora de Instituto, casi igual a él (pienso que ya no tenemos opiniones individuales) aunque a la vez afortunada y a veces sorprendentemente diferente, y el adorado gato Borges (Dios hizo a los gatos para que los hombres puedan acariciar a los tigres) tan indiferente a los placeres del mundo como su dueño: No quiere ver a nadie salvo a nosotros -dice del muy sosegado animal-. Se parece a mí.

Diabético, adicto al tabaquismo y fiel a la Real Sociedad, hace suya la libertad del Quijote, a la que siempre aspiró y que en buena parte ha logrado: un poco de dinero, un pedazo de pan, una rentita que te libere de amos, jefes y demás pelmazos.

Otro acto mínimo que casi no es un acto, de los que a mí me gustan: tomar el sol, o también: ¿Qué has hecho hoy? Fumar.

Se me acumulan los libros por leer como si fueran recados por hacer. Se me amontonan. Me abruman
me gusta el tiempo lento, no presionado por ninguna urgencia, casi diría que al borde del aburrimiento

Así recuerda -y retiene como referencia aplicable a su vida- a su tía Mariángeles que, cuando se agobiaba, apuntaba con mucho cuidado en un papel una lista con todo lo que tenía que hacer... y luego la rompía. De referencias y citas varias de estas lecturas están llenas estas páginas, en las que nos encontramos, entre otros muchos, a Schopenhauer, Nietzsche, Séneca, Baudelaire, Borges, Proust, Kafka, Kant, Steiner, Tolstoi y, sobre todo, su admirado Montaigne, cuyos Ensayos -con los que estos Diarios guardan tantos paralelismos- son su permanente libro de cabecera. También, en otro plano, Sánchez Ferlosio, Muñoz Molina, Atxaga, Vila-Matas.

Y, obviamente, en esta vida de ocio (aunque no tanto; dice su sobrina María: el tío Iñaki no hace nada pero no tiene tiempo para nada), hay espacio para la escritura.

Relativamente tarde, a partir de sus cincuenta y dos años de plácida existencia, empieza a tomar apuntes en un cuaderno y a pasarlos luego al ordenador. Sin someterse -en consonancia con sus relajados ideales de vida- a imposición alguna, y a razón de unos descansados diez folios por mes, comienza a recopilar pensamientos, comentarios sobre libros, breves relatos de encuentros con amigos y conocidos, glosas a acontecimientos de la realidad como declaraciones de políticos, noticias de prensa o pequeños incidentes de la vida cotidiana, retazos de memoria, anécdotas, intuiciones, fogonazos intelectuales, divagaciones, ironías, aforismos, disquisiciones varias sobre política, educación, viajes, conformando el resultado final el autorretrato emotivo y vivísimo de un tipo estrafalario, inteligente, difícil de tratar -como él mismo indica a propósito de Mi vida, escrito en 1576 por Girolamo Cardamo.
Textos que eran una memoria material de cosas leídas, escuchadas o pensadas, que se ofrecían como un tesoro acumulado para la relectura o futuras meditaciones, un resumen de tesis susceptibles de ser utilizadas para la constitución del yo. Todo ello es, sin duda y sin cambiar ni una coma, aplicable a estos Diarios.

El propio autor reflexiona constantemente sobre el sentido y el carácter de su escritura: Estos apuntes son como un juguete, como esos trenes eléctricos que algunos adultos instalan en una habitación entera. Me parecen páginas juveniles de alguien con una mente sin cuajar, desordenada, inmadura. De alguien del que me reiré con benevolencia en el futuro, cuando me haga mayor. E igualmente: No está claro por qué o para qué escribo estas páginas. Para calmar los nervios, para leerme más adelante, mañana mismo o dentro de diez años. Para que no sólo queden fotos mías sino también algo de lo que pensé. Para que persistan en una balda de Toni Etxea, por si a alguien le interesa en un día lejano echarles un vistazo. Para enseñárselas a algún amigo. Porque me entretiene mucho hacerlo. Porque es como un gran tren de juguete que me he montado en este cuarto, al que voy añadiendo piezas. Porque un día miré para atrás y vi que no me acordaba de nada y desde entonces decidí guardar algo, como quien acumula monedas en una hucha. Y también: escribo para intentar circunscribir un mundo que con la edad se me va haciendo cada vez mayor. Cada día tengo más la sensación de saber menos, de ver a menos gente y entenderla peor, de que todo es más grande, lejano e incomprensible.

Como se deduce de estas palabras, y de acuerdo con el propio temperamento del autor, no hay nada de sublime y sí mucho de normalidad, de sencillez, de ausencia de afectación y solemnidad en estos diarios escritos aspirando a lo que en el Renacimiento llamaban en italiano sprezzatura. Ese efecto de aparente desatención, ausencia de esfuerzo, escasa preocupación por las apariencias e incluso casi desdén al escribir. Una naturalidad algo desaliñada que en el fondo es el mayor artificio. Y así nos encontramos con unos textos redactados no ya como se escribe una carta a la familia, tal y como recomendaba Josep Pla, otro diarista eminente, citado por Uriarte, sino como si las cartas fueran un alarde de retórica. Como si hablara solo, apostilla el autor.

El pensamiento que aflora tras las anotaciones de estos Diarios es fragmentario, Uriarte huye de desarrollar las ideas, de crear sistemas, de formar un cuerpo teórico, como si tuviera miedo, impaciencia, pereza, incapacidad para la lentitud. No sé quién ha dicho que escribir es hablar sin ser interrumpido. Pero yo me interrumpo de continuo a mí mismo. Hablo a trompicones y escribo de la misma manera. Es, también, contradictorio: ser de una pieza, coherente, con personalidad propia... tonterías. A veces no soy como el que escribe estas páginas. Incluso me produce extrañeza su autor. Cita, consecuentemente, a Machado: Nunca estoy más cerca de pensar una cosa que cuando he escrito lo contrario.
El desbarajuste en que leo es inmenso. Basta que me empeñe en leer o estudiar algo que me interesa, para que surja de inmediato otra cosa que también me interesa y me desvíe. Así soy, incapaz de acumular un capitalito cultural en algo en especial. Y en consecuencia: Si mi cabeza fuera una ciudad, no tendría ningún edificio que llegara más arriba del primero o segundo piso. Estaría llena de portales, escalinatas de acceso, montones de ladrillo y cemento seco, cascotes. Ni un amago de calle urbanizada, alguna tienda de campaña para pasar el rato, ni un sólo jardín decente, una planta por aquí o por allá, bastantes geranios, que resisten porque casi no necesitan riego. Sería como una ciudad bombardeada, pero eso sí, considerablemente extensa, lo que aumentaría la impresión de catástrofe.

no me quejo mucho, desconfío poco de la gente, tengo fe en el progreso y tiendo a ver las cosas buenas antes que las malas

tener voluntad es estar haciendo todo el rato cosas que no te apetece hacer

ante la gente que repite el tópico de “a mí nadie me ha regalado nunca nada. Si estoy aquí es porque me he pasado la vida luchando y trabajando”, contesta: Pues yo estoy aquí y no he trabajado en la puta vida
a veces al principio de un viaje me acomete un sentimiento de culpa por no estar haciendo algo para mejorar el mundo. Al segundo día de viaje se evapora
mientras no desaparezcan las joyerías habrá que mantener un poco en cuestión todo eso del feminismo
uno de los secretos del placer estético que produce la naturaleza es que no hay gente

he estado en tantos museos donde lo más excitante que he visto ha sido el culo de alguna visitante...
a partir de cierta edad la gente empieza a tener teorías para todo
no consiento que una discrepancia política rompa una relación personal
ni abertzale, que me suena a burro, ni constitucionalista, que me suena a catedrático. Tertium datur
una semana lejos de España es un reconstituyente de primera.

¿Cómo vivir?, ésa es la gran pregunta. Y está mal planteada. Es como preguntar: ¿existe una única buena manera de pasar la tarde?

Los mejores momentos de mi vida los he pasado solo; Buscando leones en las nubes [30 de abril de 2013]

a veces no soy como el que escribe estas páginas. Incluso me produce extrañeza su autor” (p. 136). Ni siquiera tiene reparos en declarar que “le h[a] cogido un poco de manía al euskera” (p. 141) o de escribir que “[Bernardo Atxaga] sabe que no aprecio demasiado su obra” (p. 140).
“esencia del pensamiento conservador: creer en las élites, creer que hay personas mejores que otras y que se merecen más. Y lo que suele ser risible: creer que tú eres una de ellas” (p. 86).
“justificación de la envidia: no es infrecuente que las personas a las que sucede algo bueno se pongan insoportables” (p. 41).
También tiene tiempo Uriarte para contarnos un par de sueños que le inquietan un día determinado, sus lecturas de la prensa, su estado médico, de su gato Borges, de lo que significaron para él los años 80: “una única y estancada noche de borrachera, de excitación y monotonía a un tiempo. Una década sin apenas luz diurna […] años de depresión” (p. 55). También de las cenas de Navidad familiares, de su hermano Antón, quien dice que el cambio climático “es un cuento de ecologistas y los medios de comunicación, un gran mito moderno” (p. 85), de cómo concibió con unos amigos “el proyecto de colocar una bomba a la puerta de un banco español en París” (p. 147). Nos habla sobre su estadía en la cárcel como preso político bajo la represión franquista o de la pensión familiar de sus abuelos en nueva York, la pensión Cantolla “un sitio espléndido, con un ambientazo de primera y al que ahora mismo iría a pasar una temporada” (p. 126) o de cómo Internet ha procurado en la mente contemporánea un fuerte sentido del escepticismo.
En resumen: (pseudo)teorías, percepciones, ocurrencias y apuntes: vivencias escritas “con el propósito de valer[se] de la experiencia en el futuro” (p. 81).
[hermanocerdo.com/2011/10/la-vida-reposada]

El mar trajo mi sangre

En Nueva York, la ciudad donde nació Iñaki Uriarte, su abuelo Moisés Cantolla, emigrante cántabro, regentaba una pensión. Por ella pasaron conspicuos transplantados: Rubén Darío, José Santos Chocano, Acario Cotapos y Alberto Ried, quien publicó un libro autobiográfico, El mar trajo mi sangre, sobre la base del cual escribió Uriarte esta entrada (inédita) de su Diario de 2006.

La pensión Cantolla
por Iñaki Uriarte

Hace año y medio coloqué una petición en un blog chileno donde se mencionaba a Alberto Ried, autor de una autobiografía titulada El mar trajo mi sangre. Yo sabía que en ese libro se citaba al menos una vez a Moisés Cantolla, el abuelito, como dueño de la pensión de Nueva York en la que Ried vivió una temporada. Mi petición consistió en solicitar que, si alguien del vasto mundo leía mi mensaje y disponía de aquella obra, me lo hiciera saber.

El ciberespacio existe. Ayer, año y medio después de lanzar aquel recado, recibí un correo electrónico de una tal Marisol, chilena, amabilísima. Me decía que ella tenía un ejemplar del libro en su oficina de Santiago, desde donde me escribía, y que podía consultar lo que yo quisiera.

Tras un intercambio de correos con casualidades asombrosas, a las dos horas ya tenía en casa un capítulo del libro de Ried, titulado La pensión Cantolla, escaneado y enviado por Marisol.

Comienza así: 'La económica hospitalidad que brindaba el tolerante andaluz Cantolla y su paciente esposa, había adquirido cierta nombradía entre los elementos artísticos del barrio hispánico de Nueva York. Carlos Mérida, Arturo Valdés, Acario Cotapos, Mauro Pando, Horacio Echegoyen y yo, habitamos allí algún tiempo, junto a otros latinoamericanos, algunos de cuyos nombres llegaron a ser reputaciones internacionales. Llegaban también europeos como extraviadas abejas a libar la ilusoria miel de ese mínimo panal'.

No comienza bien, pues el abuelito no era andaluz, sino santanderino, pero es igual. Tampoco hay muchas menciones a él en las 24 páginas del capítulo, pero gracias a su lectura he podido hacerme una idea de cómo era aquella pensión de la que apenas hemos oído hablar en casa y que tanta curiosidad mítica me ha despertado siempre, sobre todo cada vez que ama mencionaba que en ella (no tan 'mínimo panal', pues) residió un tiempo Rubén Darío.

Ama dice que el olvido de aquella etapa de su vida se debe más que nada al snobismo de la tía Josefina, pero supongo que también en parte al suyo. Ahora, a sus 88 años, está encantada de que yo haya encontrado este testimonio. Debido a su laconismo, yo siempre había tenido la impresión de que la pensión del abuelito fue un sitio pobretón y vulgar sin mucho interés. Lo que hoy tengo claro es que la 'Pensión Cantolla' fue un lugar espléndido, con un ambientazo de primera y al que ahora mismo iría a pasar una temporada. Copiaría aquí todo el capítulo, pero me limitaré a guardarlo bien guardado y adjuntarlo a estas páginas para que algún futuro 'descendiente' lo lea con el mismo gusto con que yo lo he hecho.


Algunos de los huéspedes que vivían allí en 1917. Ried cita, entre otros, a un escultor ruso, Saúl Beizermann, 'silencioso, austero, abstemio y nihilista fanático', que había huido de las cárceles siberianas de los zares; Carlos Mérida, 'un insigne pintor maya guatemalteco'; José Santos Chocano, un famoso poeta peruano, que estaba en Nueva York como 'delegado del tirano guatemalteco Manuel Estrada Cabrera' para negociar un préstamo de un gran banco norteamericano; el compositor chileno Acario Cotapos; un tal Arturo Valdés, que sufría una grave depresión y no salía nunca de su cuarto; Corona y Mendiolea, dos ex generales de los ejércitos mexicanos de Pancho Villa y Zapata 'correteados' al destierro por el presidente Venustiano Carranza; Sigfrido Bauer, prestigioso violinista salvadoreño; Carlos Castejón, 'el Caruso de Venezuela'; y el general Rascón, 'héroe octogenario de la invasión francesa a México'.
 

El texto de Ried, retórico y con humor, cuenta algunas de las tertulias en que se enzarzaban 'los pensioneros' después de las comidas y a la hora de las copas. Unas reuniones disparatadas, llenas de risas y discusiones. (En una de ellas, mientras reñían acaloradamente sobre la guerra, alguien gritó a Ried que, si se creía tan 'macanudo' como afirmaba, por qué no iba a preguntarle al presidente Wilson a ver qué opinaba del asunto. Ried se plantó en Washington, obtuvo una carta de recomendación de un amigo, se acicaló con esmero y se presentó a las puertas de la Casa Blanca. Según cuenta, le recibió un policía muy amable, que le dijo: 'Es demasiado temprano, señor; a estas horas el Presidente juega golf. Después se da un baño y a eso de las diez inicia su trabajo en su bufete privado. Puede usted, entretanto, darse un paseo por estos lindos jardines y regresar dentro de una hora'. Así lo hizo Ried. Luego escribe: 'A mi regreso, mi amigo guardián, tomándome del brazo, me condujo por un sendero agreste y florido, hasta las gradas de la mansión blanca, a la cual penetré como Pedro por su casa'. Wilson le recibió en mangas de camisa, no le contó casi nada de la guerra y le habló con simpatía de Chile y los chilenos. Ried volvió a Nueva York y a la pensión Cantolla encantado).

La pensión, la boarding house, como la llamaban, estaba en un sitio estupendo. Ocupaba los números 11 y 15 de la calle 82 Oeste, junto al Central Park, en el Upper West Side de Manhattan.


Según ama, no se trataba del 'barrio hispánico', como dice Ried. Lo que entonces consideraban como barrio hispánico estaba un poco más arriba. Era donde vivían los emigrantes cubanos y portorriqueños, the same shit ('la misma mierda'), según dice ama que decía el abuelito, que era una persona buenísima pero también racista. Por lo visto, ser español era muy importante entre los hispanos de Nueva York. Hasta tal punto que ama se llevó una enorme sorpresa cuando, al llegar aquí, vio que lo de ser 'español' no estaba nada bien considerado en la vasquísima familia de aita.


La pensión, con unas veinte habitaciones en total, ocupaba dos edificios de varias plantas, viejos, con solera, de los que llamaban brownstones, por el distinguido color oscuro de la piedra de las fachadas. Todavía están allí. Habían sido mansiones de ricos, quienes, con el tiempo, se habían trasladado al nuevo barrio más elegante del East Side, al otro lado del parque.

En esas casas viví el primer y el tercer año de mi vida. En ellas residió también durante una temporada, en 1915, Rubén Darío, alcoholizado y enfermo, un año antes de su muerte. Y Arturo Godoy, un legendario boxeador chileno, una especie de Uzkudun de Chile, que un día de 1940 salió de la pensión hacia el Madison Square Garden para pelearse con Joe Louis por el título mundial de los pesos pesados. Ama y la tía Josefina se acuerdan mucho de la mujer de Godoy, Leda, una rubia explosiva argentina a la que acompañaban de compras por las tiendas del barrio.

Ama dice que el abuelito era 'muy guapo, buenísimo y un poco insustancial'. Supongo que la que llevaba las cuentas era la abuelita. De todas formas, el abuelito no pudo ser tan insustancial como lo pinta ama. De lo contrario, no se entiende que a los 25 años ya regentara aquella pensión. Llegó de La Habana en 1911 con sólo 18, según he averiguado al encontrar en una página de internet la lista de pasajeros del barco en que viajó hasta Ellis Island.

Por lo visto, en alguna ocasión el abuelito tuvo la oportunidad de vender a un precio excelente el número 15 y pagar con aquel dinero la hipoteca del 11, con lo que habría llegado a ser propietario de un estupendo edificio en Nueva York. Tal vez alguno de nosotros estaría ahora viviendo allí, como lo estamos en los pisos de esta casa, comprada por las mismas fechas por el avispado negociante aitita. Pero el abuelito no vendió el número 15 porque, según ama, 'el comprador era un negro, o judío, o portorriqueño, y él, como era tan bueno, no quiso venderlo para no fastidiar a un griego que vivía en el número 14, y que habría visto devaluada su casa'

En fin. Toda esta historia comenzó un día en que tecleé en Google 'Moisés Cantolla' y apareció esta frase de Alberto Ried: 'Entre diez millones de teléfonos, el de nuestra pensión llamó a deshora. Moisés Cantolla golpeó poco después, irrumpiendo en mi pieza para decirme que el cónsul me llamaba con urgencia'. Ama se acuerda todavía de aquel número de teléfono: 'Susquehanna 7-9716'. También recuerda que en la pensión tenían un cocinero negro, 'con gorro y todo', y un camarero y friega platos muy alto y delgado que le enseñó a bailar el charlestón.
Camino de Santiago [25 de febrero de 2011]
¿Sus diarios son una reivindicación de lo individual?
No es un libro de tesis de reivindicación de lo individual, pero sí diarios que escribía para mí solo.
¿Y qué le llevó entonces a querer compartir algo personal con el público, a aceptar una edición?
Fue un poco por casualidad. Yo no lo pensaba. Un amigo me decía 'te sacamos, te sacamos...'. Pero lo sorprendente es que ha tenido éxito, que hay gente a la que le gusta oír hablar a un individuo.
Cuando comenzó a escribirlo, ¿lo hacía para usted o con algún tipo de voluntad de estilo?
Venía de escribir en periódicos crítica literaria, algunas columnas, pero no me acababa de gustar el estilo que me salía, porque no era lo suficientemente personal. Entonces empecé a escribir para mí solo, lo que me daba la gana y en mi tono. Pensaba escribir unas treinta páginas. Cogí dos o tres entradas y dije 'éste sí es mi tono, aquí sí estoy hablando para mí solo'. Y a la primera. Y entonces seguí y seguí...
Como una liberación...
Me da igual. Me divierto, me entretengo, y encima luego le enseñé cincuenta páginas a un amigo y me dijo 'sigue'. Escribí ocho años, y solo se lo enseñaba, a final de año, a algunos amigos...
A la camarilla...
Sí, a tres amigos...
¿Y qué tiene este periodo, 1999-2003, que no tengan otros?
Cambió mi vida. Tuve un problema médico. Tuve que dejar de beber. Salía bastante por la noche y dejé de salir. Tenía más tiempo para mí y cambió mi vida. Miré para atrás y no me acordaba de nada. 'Qué vida más borrosa tengo'. Y, como tiene flashbacks, con el diario se creaba ese relato de mi vida. Empecé, me entretuve, y, sobre todo, para mí es una diversión. Alguna vez he dicho que me sirve también como terapia...
Y sigue con ello, sigue escribiendo sus diarios...
Desde que he publicado, me he armado un lío, porque, claro, ya no estoy escribiendo para mí. Estás pensando que te van a leer...
¿Y qué me dice de la sensación de que le premien por 'contarse'?
Rarísimo.
Con los diarios logré hablar para mí solo, Entrevista con Iñaki Uriarte Cantolla.











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