En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza. “Cuando sientas deseos de criticar a alguien” –fueron sus palabras-“recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste”.
No dijo nada más, pero como siempre nos hemos comunicado excepcionalmente bien, a pesar de ser muy reservados, comprendí que quería decir mucho más que eso. En consecuencia, soy una persona dada a reservarme todo juicio. [Declaración de principios: en el límite de la murmuración]
Me gradué en New Haven en 1915, […] me vine para el Este definitivamente, o al menos así lo creía, en la primavera del año veintidós.
La historia de este verano comienza en realidad la tarde en que fui a cenar adonde los Buchanan. Daisy era prima segunda mía, y a Tom lo conocí en la universidad.
No sé por qué vinieron al Este. Habían pasado un año en Francia sin ninguna razón particular y luego anduvieron inquietos de un lugar a otro, dondequiera que hubiera jugadores de polo y gente con quien disfrutar de su dinero. Daisy me dijo por teléfono que esta mudanza era definitiva, pero no le creí…, no conocía bien el corazón de mi prima, pero sentía que Tom andaba por siempre con algo de ansiedad en pos de la dramática turbulencia de un irrecuperable partido de fútbol.
[Daisy] -No nos conocemos bien, Nick –dijo de repente-, aunque seamos primos.
[Daisy] -Como puedes ver, pienso que el mundo es horrible, mírese como se mire –prosiguió convencida-. Todo el mundo lo cree…hasta la gente más avanzada. Pero yo lo sé. He estado en todas partes, lo he visto todo y lo he hecho todo –sus ojos, desafiantes como los de Tom, se movieron veloces en derredor mío con emotivo desdén-. ¡Refinada; oh, Dios, si soy refinada!
[¿Cuál ha sido su desengaño?]
[Nick] El hecho que los chismosos hubieran publicado sus amonestaciones fue una de las razones que me trajeron al Este. No es lógico dejar de salir con una vieja amiga por hacerse caso a los rumores, pero por otra parte, no tenía yo intenciones de que a fuerza de chismes me obligaran a casarme.
Su interés en mí me conmovió un poco y los volvió un tanto menos remotamente ricos; de todos modos me sentía confundido y un poco asqueado cuando me marché. Me parecía que lo que Daisy debía hacer era irse cuanto antes de la casa con la niña; pero todo parecía indicar que no se le había pasado por la cabeza hacerlo.
A unas cincuenta yardas, la figura de un hombre con las manos en los bolsillos, observando de pie la pimienta dorada de las estrellas, había emergido de las sombras de la mansión de mi vecino. Algo en sus pausados movimientos y en la posición segura de sus pies sobre el césped me indicó que era Gatsby en persona, que había salido para decidir cuál parte de nuestro firmamento local le pertenecía. Decidí llamarlo.[…] Pero no lo hice ya que mostró un repentino indicio de que se sentía contento en su soledad: estiró los brazos hacia las aguas oscuras de un modo curioso y, aunque no estaba lejos de él, pude haber jurado que temblaba. Sin pensarlo, miré hacia el mar y nada distinguí salvo una sola luz verde, diminuta y lejana, que parecía ser el extremo de un muelle. Cuando volví a mirar hacia Gatsby, éste había desaparecido y yo me encontraba solo de nuevo en la turbulenta oscuridad. [el caminante sobre el mar de nubes, anticipo]
Pero encima de la tierra gris y de los espasmos del polvo desolado que todo el tiempo flota sobre ella, se pueden percibir, al cabo de un momento, los ojos del T.J. Eckleburg. Los ojos del T.J. Eckleburg son azules y gigantescos, con retinas que miden una yarda. No se asoman desde rostro alguno sino tras un par de enormes anteojos amarillos, posándose sobre una nariz inexistente. Es evidente que el oculista chiflado y guasón los colocó allí a fin de aumentar su clientela del sector de Queens, y después se hundió en la ceguera eterna, los olvidó o se mudó. Pero sus ojos, un poco desteñidos por tantos días de sol y de agua sin recibir pintura, cavilan sobre el solemne basurero.[símbolo de Dios]
[Myrtle a su hermana Catherine] –Querida –le dijo a su hermana con voz alta y melindrosa-, la mayor parte de la gente cada vez que puede trata de robarle a uno. No piensan sino en el dinero.
-¿Ves? –exclamó Catherine triunfante. Bajó la voz de nuevo-. En realidad, es la esposa de él [de Tom Buchanan] quien los separa. Es católica, y ellos no creen en el divorcio.
Daisy no era católica, pero me impresionó mucho la rebuscada excusa. [la novela está llena de chismes y habladurías]
[Myrtle] -Me casé con él [George Wilson] porque imaginé que era un caballero –dijo al fin. Pensé que él sabía qué es ser gente bien, pero no me llega ni a los zapatos.
[¿A qué llama Myrtle Wilson un caballero? ¿valdría Tom Buchanan como ejemplo?]
[Myrtle] -Mi única locura fue haberme casado con él. En seguida me di cuenta de que había cometido un error.
En algún momento, cerca de la media noche, Tom Buchanan y la señora Wilson se quedaron cara a cara, discutiendo con voz apasionada si ella tenía derecho a mencionar el nombre de Daisy. […]
Con un movimiento corto y certero, Tom Buchanan le reventó la nariz de un manotazo.
[Con este gesto Tom pone en evidencia cuáles son sus verdaderas intenciones y su falta de respeto hacia Myrtle]
Me gustaba caminar por la Quinta Avenida, elegir entre la muchedumbre románticas mujeres e imaginar que en un momento yo entraría en sus vidas y que nadie lo sabría o podría reprochármelo. Algunas veces, en mi mente, las seguía hasta sus apartamentos en las esquinas de calles recónditas, y ellas se volteaban y me devolvían una sonrisa antes de desvanecerse por entre una puerta en la cálida oscuridad.
Durante un tiempo perdí de vista a Jordan Baker, para después, en pleno verano, encontrarla de nuevo. Al principio me sentía halagado de salir con ella porque era campeona de golf y todo el mundo la conocía de nombre. Más tarde hubo algo más. Aunque no estaba propiamente enamorado, sentía una especie de tierna curiosidad. El altivo y aburrido rostro que le presentaba al mundo escondía algo: la mayor parte de las afectaciones terminan por esconder algo, aunque no hubiera sido así al comienzo, y un buen día encontré qué era. […]
Jordan Baker evitaba instintivamente a los hombres agudos e inteligentes, […] Era una deshonesta incurable. No podía soportar estar en desventaja
[Jordan]-Se necesitan dos para que haya un accidente.
[Nick] -Suponte que te encuentras con alguien tan descuidado como tú.
Cada persona se supone dueña de al menos una de las virtudes cardinales, y esta es la mía: soy uno de los pocos hombres honrados que haya conocido.
[Lo emplea en un sentido de lealtad, de honestidad. Me parece presuntuoso porque eso no lo debería decir él sino que uno debería deducirlo de su comportamiento]
Una vez escribí en los espacios vacíos de una guía los nombres de quienes estuvieron en casa de Gatsby aquel verano. […] “Esta guía es válida para el 5 de julio de 1922”, pero aún se pueden leer los nombres grises, y ellos les darán una mejor impresión que mis generalidades sobre quiénes aceptaron la hospitalidad de Gatsby, pagándole el sutil tributo de hacerse los de la vista gorda.
Con una especie de emoción vehemente comenzó a sonar en mis oídos una frase: “Existen tan sólo los perseguidos y los perseguidores, los ocupados y los ociosos”. [No aclara de quién es la cita, ¿es famosa?]
Volvió la cabeza al sentir que tocaban a la puerta con suavidad y elegancia. Salí a abrir. Gatsby, pálido como la muerte, con las manos hundidas, como pesas, en los bolsillos del saco, estaba de pie, en medio de un charco de agua, mirándome trágicamente a los ojos.
[Cuando uno sabe que se está equivocando. Las cosas no suelen ir como uno las había soñado.]
-Hace mucho tiempo que no nos veíamos dijo Daisy, su voz lo más natural posible, como si nada pasara.
-Cinco años en noviembre próximo.
[Hay un diálogo así en Cumbres borrascosas]
Ni por un momento dejó de mirar a Daisy, y pienso que revaluó cada artículo de su casa de acuerdo al grado de aprobación que leyó en sus bien amados ojos. Algunas veces, él también se quedaba observando sus posesiones con una mirada atónita, como si ante la real y sorprendente presencia de Daisy nada de ello siguiera siendo real.
Sacó una pila de camisas y comenzó a arrojarlas, una tras otra, ante nosotros; camisas de lino puro y de gruesas sedas y de finas franelas, que perdieron sus dobleces al caer y cubrieron la mesa en un abigarrado desorden. Mientras las admirábamos trajo otras, y el suave y rico montículo creció más alto con camisas a rayas, de espirales y a cuadros; en coral y verde manzana, en lavanda y naranja pálido, con monogramas en azul índigo. De pronto, emitiendo un sonido que luchaba por salir, Daisy dobló su cabeza sobre las camisas y comenzó a llorar a mares.
-¡Qué camisas más bonitas! -sollozaba, con la voz silenciada por los ricos pliegues-. Me pongo triste porque nunca antes había visto camisas como... como éstas.
-Si no fuera por la neblina podríamos ver tu casa.
¡Casi cinco años! Debió haber momentos, aún en aquella tarde, cuando Daisy se quedara corta con relación a sus sueños; no por culpa de ella, empero, si no por la colosal vitalidad de la ilusión de Gatsby, que la había superado a ella, que lo había superarlo todo. Se había dedicado a su quimera con una pasión creadora, agrandándola todo el tiempo, adornándola con cada una de las plumas brillantes que pasaban nadando junto a sí. Ninguna cantidad de fuego o frescura puede ser mayor que aquello que un hombre es capaz de atesorar en su insondable corazón.
[La realización de un sueño nunca es mejor que lo que se había soñado. ¿Por qué no dejarlo en sueño? Si él conocía a Daisy, ¿no podía prever lo que iba a ocurrir?]
Aquella voz [una voz llena de dinero] era lo que más lo capturaba.
-Yo no le pedirla tanto -aventuré yo-. Uno no puede repetir el pasado.
-¿No se puede repetir el pasado? -exclamó él, no muy convencido de ello. ¡Pero claro que se puede!
Miró a su alrededor con desesperación, como si el pasado acechara aquí, en la sombra de su casa, lejos de su alcance por muy poco.
-Voy a organizar las cosas para que todo sea igual que antes, hasta el último detalle -dijo, moviendo la cabeza con determinación-. Ella verá.
Era James Gatz quien había estado deambulando por la playa aquella tarde en un harapiento suéter verde y en un par de pantalones de dril pero fue James Gatsby quien pidió prestado un bote de remos, salió hacia el Tuolomee e informó a Cody que un ventarrón podría cogerlo y volverlo trizas en media hora.
[Decían que había matado a un hombre]
-Dios mío, me parece que el hombre sí viene -dijo Tom . ¿No se da cuenta que ella no quiere?
Ella dice que sí quiere.
-Ven -dijo el señor Sloane a Tom; estamos retrasados. Nos tenemos que ir -y después me dijeron a mí:
-Dígale por favor que no lo pudimos esperar, ¿Lo hará? [anticipación]
[Tom] -Me pregunto dónde diablos conocería a Daisy. Por Dios, puede que sea anticuado en mis ideas, pero las mujeres andan rodando demasiado estos días para mi gusto. Conocen toda suerte de bichos raros.
Era evidente que a Tom le molestaba que Daisy estuviera saliendo sola, porque el sábado siguiente vino con ella a la fiesta de Gatsby por la noche. Tal vez fue su presencia lo que le dio a la velada su peculiar tinte de opresión
Ahora lo veía de nuevo [a Tom], a través de los ojos de Daisy.
Y mientras cavilaba sobre el viejo y, desconocido mundo, pensé en el asombro de Gatsby al observar por primera vez la luz verde al final del muelle de Daisy. Había recorrido un largo camino antes de, llegar a su prado azul, y su sueño debió haberle parecido tan cercano que habría sido imposible no apresarlo. No se había dado cuenta de que ya se encontraba más allá de él, en algún lugar- allende la vasta penumbra de la ciudad, donde los oscuros campos de la república se extendían bajo la noche.
Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año retrocedo ante nosotros. En ese entonces nos fue esquivo, pero no importa; mañana correremos más aprisa extenderemos los brazos más lejos... hasta que, una buena mañana...
De esta manera seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado.
Fue una novela que me impactó extraordinariamente, por su estética narrativa y por la estética sentimental de los personajes, que se parecen a aquellos que me imagino que viven en el hermoso poema de Jaime Gil de Biedma sobre el último verano de nuestra juventud.
Las lágrimas de Daisy sobre las camisas de Gatsby, Juan Cruz [6 de agosto de 2009]
Verano Gatsby, Antonio Muñoz Molina [El país,1 de agosto de 2009]
Personalmente, me recordó la atmósfera de Desayuno con diamantes de Truman Capote.
Lo abrió en la contra carátula y me lo entregó para que yo viera. En la última hoja estaba escrita la palabra “horario” y la fecha septiembre 12 de 1906; y debajo:
Levantarme de la cama 6:00 AM
Ejercicio de pesas y de escalar 6:15 a 6:30 AM
Estudiar electricidad, etc. 7:15 a 8: 15 AM
Trabajar 8:3O a 4:30 PM
Béisbol y deportes 4:30 a 5:00 PM
Practicar locución, pose y cómo lograrla 5:00 a 6:00 PM
Estudiar inventos necesarios 7:00 a 8:00 PM
RESOLUCIONES GENERALES
No perder tiempo en Shafters o (un nombre indescifrable)
No fumar o mascar chicle
Bañarse día de por medio
Leer cada semana un libro o una revista cultos
Ahorrar cinco dólares (tachado) tres dólares semanales
Ser mejor con los padres
-Encontré este libro por accidente -dijo el viejo-. Le muestra a uno como era, ¿no es así?
-Sí, le muestra a uno eso.
El gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald
En Desayuno con diamantes, el cuaderno de gastos de Holly [Holiday Golightly] también nos permite que nos hagamos una idea de cómo es y de la clase de vida que lleva.
También hay algo común en El amor en los tiempos del cólera.
Iba a titular esta entrada Bajo la persistente mirada del doctor Eckleburg pero después de leer este artículo:
he cambiado de idea.
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