Amundsen, Mi vida querida, Alice Munro. Traducción de Eugenia Vázquez-Nacarino.
No sigas leyendo si no conoces el relato.
Amundsen, Alice Munro , The New Yorker, 27 de agosto de 2012
La quietud y la inmensidad de un hechizo.
-No estoy de visita –le dije. Soy la maestra.
-Por cómo estabas ahí plantada, parecía que te habías perdido.
Le dije que me había detenido porque era precioso.
-Habrá quien lo crea. A menos que estén muy enfermos o muy ocupados.
-Estoy esperando a que me reciba el doctor Fox
-No sé para qué te han metido aquí, se te congelará el culo. Uy, perdón. [Mary]
Cuando hacía primaria, Reddy [el doctor Fox] convenció a la maestra del pueblo de que me dejara pasar mucho tiempo en casa, para hacerle compañía a Anabel.
-Ya ha conocido a Mary –dijo. Tiene mucha labia. No está en su clase, así que no tendrá que soportarla a diario. Con ella no hay medias tintas: o la adoras, o no la soportas.
¿Y cuál es su caso? -me habría preguntado yo. Por el comentario, me inclino más bien por lo segundo.
A primera vista me pareció que sería entre diez y quince años mayor que yo, y al principio me habló como lo haría un hombre de más edad. Un jefe que trata de calar a su futura empleada.
A mí me parece que nunca abandona el tono autoritario. Se comporta con mucha soberbia.
Quería saber qué me parecía la idea de vivir allí arriba, en los bosques, viniendo de Toronto, si no me aburriría.
-Es como…es como estar en una novela rusa.
Doctor Zhivago
Me enfadé y me sentí humillada, porque mi intención no había sido lucirme. O no solamente. Había querido expresar el efecto maravilloso que me había provocado aquel paisaje.
Evidentemente era de esas personas que tendían trampas con las preguntas.
-Ya, ya sé. Ha leído La montaña mágica.
Soltó otra trampa, que pareció infundirle nuevas energías. Quiero creer que las cosas han avanzado un poco desde entonces.
¿qué cosas? ¿en qué sentido? ¿se refiere al progreso?
A veces comía en el comedor con las enfermeras, donde se le servía un banquete especial, y aguaba la fiesta. Por lo general se quedaba en sus dependencias.
A mí no me hacían ni caso. […] No es que fueran groseras
No encaja en ningún círculo: ni en el de las enfermeras ni en el de las auxiliares. Se siente fuera de sitio, viviendo en el lugar equivocado. La soledad lleva de la mano a la imaginación y la fantasía.
Solo descartaban todo lo que pasara en otros lugares, o en otras épocas, o que tuviera que ver con desconocidos. Era una lata y un fastidio. A la menor oportunidad quitaban las noticias de la radio e intentaban poner música.
Ni a las enfermeras ni a las auxiliares les gustaba la CBC, la emisora que desde pequeña había creído que llevaba la cultura al interior del país. Aún así, al doctor Fox le tenían un respeto reverencial, porque había leído muchos libros.
El reto es mantenerse entre el estímulo y el aburrimiento. El aburrimiento es la condena de la hospitalización. [Doctor Fox]
Aunque eran críos tranquilos y de trato fácil, no mostraban especial interés en nada.
Pues habrá que buscarles algún interés, entonces. Motivarles. Hacerles salir de la apatía
Enseguida se había dado cuenta de que aquella era una escuela de mentirijillas, donde no se les exigía aprender nada. [Esa libertad no les subía los humos, no los aburría hasta ningún extremo preocupante, tan solo los volvía dóciles y lánguidos]. […]
Había una sombra de derrota sobre el aula improvisada.
Decidí seguir las palabras del doctor al pie de la letra. O al menos en parte, como con aquello de que el aburrimiento era el enemigo.
Pensé que los animaría reencontrarse con las cosas que sabían, como viejos conocidos.
Planteado como un juego, funcionaba.
Así, a través del absurdo, acabó conquistando la clase. Todo el mundo empezó a articular palabras mudas.
Me parece una falta de respeto. Él no le da su sitio. No permite que ella actúe de forma independiente. Cuestiona su método, pero no de una forma directa. Actúa como un prestidigitador o un mago. Los adolescentes o las personas que no tienen formado un carácter son muy influenciables, muy dóciles y obedientes. Él actúa como si estuviera a la vuelta de todo. No se deja conquistar por ella en ningún sentido.
Luego se disculpó conmigo por interrumpir la clase. Comencé a explicarle mis razones para tratar de hacer algo más parecido al colegio de verdad.
Me pone de mal humor. ¿Ella está tratando de justificar su comportamiento [el del doctor]? No es ella quien tiene que dar explicaciones. Ella debería mostrarse enfadada porque él está tratando de rebajarla ante los alumnos.
Si está en desacuerdo con su método, ¿no deberían discutirlo fuera de clase?
En cualquier caso, ¿es asunto de un médico decidir un método pedagógico?]
-Los notaba un poco apáticos.
Cualquiera puede ver que no hay empatía entre el doctor y la maestra.
En circunstancias como éstas, ¿uno puede enamorarse del otro?
Supongo que es necesario un ejercicio importante de la imaginación.
Podemos hablarlo en otro momento.
Una de mis frases favoritas. Cuando ha llegado el momento de hablar de lo importante, posponerlo.
Ese momento, pensé, no llegará nunca.
Era obvio que, además de tonta, me tomaba por una latosa.
¿Puedes enamorarte de alguien que crees [sabes] que tiene un juicio así sobre ti?
Lo que parece seguro es que el doctor no muestra ningún interés por conocer la opinión de la maestra, por llegar a ella, por cambiar las cosas.
A ella sólo le queda aceptar lo que él propone, sin cuestionar nada. En un plano profesional y personal. Aceptar su soledad o marcharse.
Al ver que mi enojo no estaba justificado, me sentí aún más tonta.
Hay un intento de bajarle los humos, de hacer que no se dé aires, de ningunearla.
Me ha recordado algo reciente que he leído:
El desánimo resta vitalidad, y acaso rebaja las defensas. Quita ganas de luchar y de vivir, sin que apenas nos demos cuenta. Agota, consume fuerzas. Las preocupaciones y los temores nos hacen más débiles, no me cabe duda de eso, y la falta de horizontes apaga poco a poco cualquier brío. […]
En la reciente película Hannah Arendt, de Margarethe Von Trotta, la filósofa explica a sus alumnos cuál fue la máxima perversión de los nazis: hacer creer a las personas –sobre todo a los judíos, alemanes o no– que eran superfluas, que su trabajo no servía de nada aunque tuvieran que seguir haciéndolo. Nada mina tanto las energías como eso: sentirse inútil, improductivo, innecesario, sobrante, prescindible, un estorbo. Sentir que la propia desaparición no altera nada o incluso resulta beneficiosa para los que mandan.[Javier Marías, La zona fantasma, 28 de julio de 2013]
A mi madre nunca le gustó que me juntara con niños con tuberculosis, pero Reddy la había convencido diciéndole que se encargaría de que dejara de verla llegado el momento. Y cuando lo hizo me puse hecha una furia, aunque de todos modos con Anabel ya no me podía divertir, estaba demasiado enferma. [Mary]
¿No abusa el doctor Fox de su autoridad como médico? Utiliza a las personas como medios, no como fines. Eso es lo que Mary ha aprendido de él.
Con Anabel ya no me podía divertir. ¿Un amigo está para eso?
Me pareció que se le ocurrió de improviso invitarme
Quizá se sentía obligado
-[Comprar la entrada] No significa que haya que ir.
¿Y los sentimientos de Mary?
-Así ya tiene una excusa. Ya podrá no sentirse en compromiso con Mary.
¿Y con él? ¿Tiene que sentirse comprometida con él? ¿Le deja la opción de rechazar su ofrecimiento?
¿Y qué le hace pensar [engreído] que se siente comprometida con Mary y no iría por gusto? ¿por qué iba a preferir cenar con él?
A estas alturas del cuento, tengo al doctor Fox atravesado en la garganta.
No me gustan las personas así.
Esas personas que te miran y creen que saben lo que estás pensando y se permiten el lujo de decírtelo. Así son de arrogantes. Sé cómo eres y sé lo que piensas y lo que vas a hacer y que te vas a equivocar y por qué no, mejor, haces esto otro, no es que yo tenga ningún interés especial por dirigir tu vida, pero veo que tú necesitas que te conduzcan, porque estás como perdida y no sabes lo que haces.
H.M.S. Pinafore, o The Lass that Loved a Sailor (La muchacha que amaba a un marino), es una ópera cómica en dos actos, con música de Arthur Sullivan y libreto de W. S. Gilbert.
Llevaba mi mejor vestido
Esperé más allá de la hora convenida
No se ofreció a darme el brazo
No hace falta que me ayude, prefiero cocinar solo.
Libros que hablaban de alguien ávido de conocimiento [pero no de sentimientos].
La presencia de ese hombre nunca me haría sentir cómoda, ni antes ni después; siempre sería un placer tenso y enervante, más que gozoso.
Yo nunca hablo por hablar
A ver si vas a vivir tu vida en función de Mary –me reprochó.
Esta vez me dejó ayudarlo en la cocina, incluso me pidió que pusiera la mesa.
Él quiere imponer su dirección y nada mejor que dejar clara la arbitrariedad de las normas.
Ambas queríamos sólo una cosa. Queríamos que el doctor volviera y dejara de ignorarnos. Que dijera, aunque a desgana, una palabra de cortesía.
No dije nada. Mary no me miró ni una sola vez. Era un momento demasiado tenso para despedidas.
Somos testigos de la crueldad y frialdad hacia otras personas y no reaccionamos.
No comprendo cómo puede sentirse halagada y pensar que lo hizo por ella.
¿Por qué no dijo nada? ¿Por qué no la defendió? ¿Por qué permitió que la ofendiese?
¿Por qué no se puso en su lugar? ¿Por qué no se marchó a casa? ¿Por qué no discutieron sobre ello cuando él regresó?
¿Qué ha sacado Mary de todo esto? ¿Qué lección ha aprendido? ¿Qué la mujer debe rebajarse?
Amundsen, Mi vida querida, Alice Munro. Traducción de Eugenia Vázquez-Nacarino.
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