viernes, 29 de junio de 2012

Epidemia del siglo XXI


Los accidentes de circulación son la primera causa de muerte entre los jóvenes de entre 15 y 29 años de edad en España, según se desprende de un estudio elaborado por la ONG Cruz Roja, que además destaca que estos accidentes se han convertido en la "auténtica epidemia del siglo XXI". Además, prevén que para 2020 los accidentes serán la tercera causa de muerte a nivel mundial.

Según los expertos, la imprudencia está presente en más de un 80 por ciento de los accidentes de circulación, lo que significa que si se cambiara el comportamiento a la hora de conducir, 8 de cada 10 accidentes se podrían evitar.

Sucedió que el domingo, Javier, consuegro, muy, muy amigo, salió el domingo a pasear con su moto, y la carretera se lo tragó. Tenía solamente 50 años y solo sabía trabajar para sus hijos.
Paco, del blog de AMM.

Fue un día de fiesta. Se casaba un sobrino de mi abuelo y lo celebraron en el cortijo Torrequemada, donde mi tía abuela María tenía su casa.
La Hacienda de San Ignacio de Torrequemada (1708) perteneció a la provincia de Chile de la Compañía de Jesús. Se ubica cercana a la población de Bollullos de la Mitación, si bien en un enclave que pertenece al término municipal de Gelves.
De la fecha no me acuerdo muy bien pero yo tendría unos nueve años. Mediados de los ochenta. El caso es que bien avanzada la noche, mis padres regresaron a casa con mis hermanos y yo decidí quedarme con mis abuelos. Era algo habitual. Solía quedarme a menudo los fines de semana y cuando teníamos días festivos.
Serían las once de la noche cuando nos despedimos de la familia y subimos al coche del primo Guillermo, otro sobrino de mi abuelo, que además, es prácticamente vecino.
Guillermo es uno de los sobrinos que más unido estaba a mi abuelo porque compartían muchas cosas. La más importante es que los dos habían crecido en el campo, en el mismo paisaje y trabajado la misma tierra desde muy pequeños. Los dos conocían esos cortijos como la palma de su mano. Además, uno y otro son iguales en su trato con los nietos. Guillermo nos adoraba pero basta verle con sus nietos ahora para comprender cuánto se parecen. Subimos al coche los cinco. Guillermo conduciendo y mi abuelo a su lado. Yo iba entre Teo, la mujer de mi primo y mi abuela. De Teo sólo puedo decir cosas buenas. Una señora encantadora, realmente cariñosa.
No recuerdo de quién partió la idea de no salir a la carretera principal que llega hasta el pueblo. Creo que no importa ese detalle. Tomamos el camino del bosque, el atajo del lobo, a lo mejor, para llegar antes. No podíamos ir a mucha velocidad. Imposible pisar el acelerador en un camino que no es ni siquiera camino. Es importante tener en cuenta que nadie se habría atrevido a circular por allí a esa hora. Noche cerrada. Bosque encantado. Ya me entienden.
…Y nos tragó el camino. Quedamos suspendidos en el aire. Las ruedas del vehículo sin asidero. No comprendíamos que había pasado. El vacío en el estómago y una sensación de caída que duró milésimas de segundo pero que dejó el tiempo suspendido. Gritos y muchos deseos de llorar. Lo más alarmante fue la confusión porque no nos explicábamos qué había pasado. Habíamos caído en un enorme agujero en medio de un camino en el que ya había caído otro vehículo, un coche más pequeño, de color rojo.
No podíamos abrir las puertas del coche y éste estaba en equilibrio. Cualquier movimiento en falso dentro del coche nos podría hacer volcar. Primero salió Guillermo, por la ventanilla. Después, mi abuelo. Ambos nos ayudaron a salir a Teo, a mi abuela y a mí, que fui la última en salir. Ellas se lamentaban y a mi me entró una risa nerviosa como quien acaba de bajar de una atracción de la feria, una de esas que te hace descargar adrenalina.
No sufrimos ningún daño. Rasguños, un golpe ligero, nada de lo que preocuparse. 
Tuvimos que atravesar andando, eso sí, a oscuras, el tramo que restaba desde la boca del lobo a nuestra casa. Con la llama de un mechero.
A la mañana siguiente pudimos dar explicación a todo aquello. El propietario de la finca, un vecino del pueblo, estaba cansado de que le robaran las aceitunas. Había sufrido varios robos consecutivos y él sospechaba que se trataba de los mismos ladrones. Para no buscarse mayores problemas, resolvió dar un escarmiento al amigo de lo ajeno. Cavó un agujero tan grande como para que cupiesen dentro dos vehículos: un Land Rover y un utilitario pequeño, como un 127. Supimos que el muchacho que ocupaba el otro coche podría haberse matado, pero sólo se rompió las piernas. Estaba en el hospital. No sabemos si tenía intención o no de robar aceitunas o naranjas. De ese detalle no me acuerdo.
La Guardia Civil estaba bien informada del accidente pero a nadie se le ocurrió señalizar el agujero. No hacía falta. Quién iba a pasar por allí sin verlo. De día parecía el cráter de un volcán. 
Muchas veces me he preguntado qué hubiera pasado si el otro vehículo no hubiese caído primero. Si se lo preguntó el propietario de la finca cuando lo informaron del doble accidente, si se lo preguntó la Guardia Civil.


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