Los accidentes de circulación son la primera
causa de muerte entre los jóvenes de entre 15 y 29 años de edad en España,
según se desprende de un estudio elaborado por la ONG Cruz Roja, que además
destaca que estos accidentes se han convertido en la "auténtica epidemia
del siglo XXI". Además, prevén que para 2020 los accidentes serán la
tercera causa de muerte a nivel mundial.
Según los expertos, la imprudencia está presente en más de un 80 por ciento de los accidentes de circulación, lo que significa que si se cambiara el comportamiento a la hora de conducir, 8 de cada 10 accidentes se podrían evitar.
Sucedió que el domingo, Javier, consuegro, muy, muy amigo, salió el domingo a pasear con su moto, y la carretera se lo tragó. Tenía solamente 50 años y solo sabía trabajar para sus hijos.
Paco, del blog de AMM.
Fue un día de fiesta. Se casaba
un sobrino de mi abuelo y lo celebraron en el cortijo Torrequemada, donde mi
tía abuela María tenía su casa.
De la fecha no me acuerdo muy
bien pero yo tendría unos nueve años. Mediados de los ochenta. El caso es que
bien avanzada la noche, mis padres regresaron a casa con mis hermanos y yo
decidí quedarme con mis abuelos. Era algo habitual. Solía quedarme a menudo los
fines de semana y cuando teníamos días festivos.
Serían las once de la noche
cuando nos despedimos de la familia y subimos al coche del primo Guillermo,
otro sobrino de mi abuelo, que además, es prácticamente vecino.
Guillermo es uno de los sobrinos que
más unido estaba a mi abuelo porque compartían muchas cosas. La más importante
es que los dos habían crecido en el campo, en el mismo paisaje y trabajado la
misma tierra desde muy pequeños. Los dos conocían esos cortijos como la palma
de su mano. Además, uno y otro son iguales en su trato con los nietos.
Guillermo nos adoraba pero basta verle con sus nietos ahora para comprender cuánto se
parecen. Subimos al coche los cinco. Guillermo conduciendo y mi abuelo a su
lado. Yo iba entre Teo, la mujer de mi primo y mi abuela. De Teo sólo puedo
decir cosas buenas. Una señora encantadora, realmente cariñosa.
No recuerdo de quién partió la
idea de no salir a la carretera principal que llega hasta el pueblo. Creo que
no importa ese detalle. Tomamos el camino del bosque, el atajo del lobo, a lo
mejor, para llegar antes. No podíamos ir a mucha velocidad. Imposible pisar el
acelerador en un camino que no es ni siquiera camino. Es importante tener en
cuenta que nadie se habría atrevido a circular por allí a esa hora. Noche
cerrada. Bosque encantado. Ya me entienden.
…Y nos tragó el camino. Quedamos
suspendidos en el aire. Las ruedas del vehículo sin asidero. No comprendíamos
que había pasado. El vacío en el estómago y una sensación de caída que duró
milésimas de segundo pero que dejó el tiempo suspendido. Gritos y muchos deseos
de llorar. Lo más alarmante fue la confusión porque no nos explicábamos qué
había pasado. Habíamos caído en un enorme agujero en medio de un camino en el
que ya había caído otro vehículo, un coche más pequeño, de color rojo.
No podíamos abrir las puertas del
coche y éste estaba en equilibrio. Cualquier movimiento en falso dentro del
coche nos podría hacer volcar. Primero salió Guillermo, por la ventanilla. Después,
mi abuelo. Ambos nos ayudaron a salir a Teo, a mi abuela y a mí, que fui la
última en salir. Ellas se lamentaban y a mi me entró una risa nerviosa como
quien acaba de bajar de una atracción de la feria, una de esas que te hace
descargar adrenalina.
No sufrimos ningún daño. Rasguños, un golpe
ligero, nada de lo que preocuparse.
Tuvimos que atravesar andando,
eso sí, a oscuras, el tramo que restaba desde la boca del lobo a nuestra casa. Con la llama de un mechero.
A la mañana siguiente pudimos dar
explicación a todo aquello. El propietario de la finca, un vecino del pueblo,
estaba cansado de que le robaran las aceitunas. Había sufrido varios robos
consecutivos y él sospechaba que se trataba de los mismos ladrones. Para no
buscarse mayores problemas, resolvió dar un escarmiento al amigo de lo ajeno.
Cavó un agujero tan grande como para que cupiesen dentro dos vehículos: un Land
Rover y un utilitario pequeño, como un 127. Supimos que el muchacho que ocupaba
el otro coche podría haberse matado, pero sólo se rompió las piernas. Estaba en
el hospital. No sabemos si tenía intención o no de robar aceitunas o naranjas. De ese
detalle no me acuerdo.
Muchas veces me he preguntado qué
hubiera pasado si el otro vehículo no hubiese caído primero. Si se lo preguntó
el propietario de la finca cuando lo informaron del doble accidente, si se lo
preguntó la Guardia Civil.
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