martes, 12 de junio de 2012

Reflexiones para una despedida


Judith Biely en La noche de los tiempos

No hubiera debido venir y sin embargo ha venido.
Se daba cuenta de que sería más sensato no seguir avanzando por carreteras desconocidas.
Tenía miedo a perderse o a ser deslumbrada.
Como si no hubiera conexión entre su voluntad y sus actos.
Para tomar una carretera secundaria en un cierto momento y desviarse por una ruta que antes de salir había estudiado cuidadosamente en el mapa, aunque de una manera sólo conjetural, separando su voluntad de sus actos, o al menos dejándola en suspenso.
Concederse la posibilidad de un desvío que no iba a ponerla en peligro.
Por encima de sus propios impulsos estaban sus principios morales.
Segura de sí misma y de la secuencia inflexible del porvenir.
No era un cambio de rumbo, sino tan sólo un rodeo.
El tiempo irresponsable de las ensoñaciones había terminado para ella.
Una ficción de la que más tarde o más temprano era inevitable despertar.
Lo que hiciera desde ahora tendría la solidez de lo necesario, de lo racionalmente decidido, de lo inevitable.
Podía permitirse actos que no tendrían consecuencias.

Reacción al encuentro:

Un sentimiento de piedad hacia él y un principio de ternura.
Quisiera sacudirlo, hacer que se despertara, aunque sólo sea para ver al hombre del que fue capaz de apartarse con un esfuerzo tan grande de coraje y orgullo.
Cerrando los ojos con la misma deliberación con que se dejaba llevar por él.
La ira contra él le daba una seguridad que ahora echa de menos.
Si en él ahora no hay rastro de peligro, a ella sola le corresponden la responsabilidad y el remordimiento por sus propios actos del pasado.
Era cómplice de un engaño al que había accedido con una conciencia plena de su equivocación no amortiguada ni siquiera por el enamoramiento.
Es también la guerra lo que ve en su mirada.

Conclusión:

Quizás no es que ya se hayan vuelto extraños el uno para el otro en tan poco tiempo sino que ahora se ven por primera vez bajo una sobria luz no enturbiada por la ansiedad del deseo.
Lo que cada uno de los dos desconoce en el otro es la realidad que no vio.

Reproches. La expresión del pensamiento:

_Yo no estoy segura de que me veas a mí cuando me miras. No lo he estado casi nunca, ni siquiera al principio.
_Yo me he fijado siempre en ti. Creo en quien tú eres de verdad, no en quien yo hubiera podido soñar que eras.
_Con desgana, por compromiso, porque yo te lo estaba pidiendo.
_Te distraías en cuanto llevaba un rato contándote algo de mi vida.
_No hablábamos nunca realmente de nada concreto.
_Tenías siempre prisa. Lo hacías todo con ansia.
_Parecía que se te olvidaba que yo estaba contigo.
_Loco por alguien que tú te imaginabas y que no era yo.
_No siempre parecía que te hiciera mucha falta conversar conmigo.
_Eso era lo que me ofendía de ti. Que me contaras mentiras.
_Llamé a tu casa varias veces, pero tú nunca contestabas.
_Quieres que te halague contestando que sí, que me habría quedado contigo.


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