miércoles, 27 de junio de 2012

Dead Poets Society


Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida.
Pitágoras

Médicos y maestros. Sanadores de cuerpos y del espíritu. El médico que se hace maestro para curar las ideas que pudren el alma y son causa de enfermedad. Dos profesiones para las que es imprescindible tener vocación.
Yo he tenido buenos y malos profesores, como todo el mundo, pero me acuerdo fundamentalmente de lo bueno que aprendí de los buenos, que casi siempre tuvo poco que ver con el contenido de la asignatura o de los programas de evaluación y más con la manera de entender su profesión, con la forma de enfrentarse a los problemas, con su ejemplo y su mirada al mundo.
Los maestros son como los libros. Todos tienen algo que enseñarte pero el valor de lo que te enseñan varía mucho de uno a otro.
Mi tía Guille, que es maestra, dice que para los buenos profesores los alumnos que presentan alguna dificultad son los realmente valiosos, los que te permiten crecer. Los demás, aprenden solos. Los que han aprendido a mirar ya no requieren ayuda. La satisfacción está en motivar al alumno que se ha dado por vencido, en dirigir con acierto al que está desorientado. Creo que no le falta razón.

María García fue mi tutora en primero y segundo de primaria. Lo que recuerdo de ella es que era una estupenda contadora de historias. Ella y su marido José María se contaban entre los primeros profesores con los que comenzó su andadura el Colegio Aljarafe. María se dio cuenta de que yo me expresaba bien a través de los dibujos, especialmente coloreando. Procuraba fijarse en aquello en lo que destacaba cada niño para animarle a seguir potenciándolo. Era muy cariñosa y atenta.
Rosario García también fue una estupenda tutora. Ella dijo muchas veces en las reuniones de padres que contaba con un grupo muy bueno donde había muchos niños sobresalientes. Yo no me contaba entre ellos pero el tener compañeros así me sirvió de acicate. Rosario comprendió que yo tenía un grupo cerrado de tres amigas y que presentaba dificultades para relacionarme con el resto de la clase. Al finalizar quinto curso, tomó la acertada decisión de separarme de todas ellas. Nunca se lo agradeceré lo bastante.
Mi tutor de sexto se llamaba José Manuel Elena. Sacó las oposiciones en aquella fecha y ahora es profesor en la facultad de Informática.
En séptimo y octavo, mi tutor fue Ramón Guzmán. Se esforzó mucho por enseñarnos el valor de la autonomía como única forma de alcanzar cierta libertad. Nos hablaba del sentido de la responsabilidad, de la importancia de que nos comunicáramos con nuestros padres y les participáramos de nuestras inquietudes y deseos.
Me acuerdo de Paco Vélez, nuestro profesor de Física y Química. Dedicó una clase entera a contarnos disparates físicos que íbamos copiando de la pizarra al cuaderno. Al final de la misma, nos hizo reflexionar sobre lo que habíamos hecho. “Arrancad esas páginas, vamos”. Una situación parecida se describe en el libro de “El club de los poetas muertos” de N. H. Kleinbaum. Me parece mentira.
En primero de BUP tuve una excelente profesora de Lengua, Carmen Casanova. En una de sus primeras clases nos habló de lo que nos jugábamos a partir de ese momento. Nos dijo que cada nota contaba para alcanzar el objetivo de llegar a la Universidad. Teníamos que plantearnos qué queríamos estudiar y qué nota teníamos que alcanzar de media para obtener el acceso a la carrera que hubiésemos elegido. Era una profesora muy disciplinada, ordenada, metódica. Pocos profesores me hablaron tan claro como ella.
En segundo, recuerdo el entusiasmo de Chema, nuestro profesor de Literatura. Llamaba "el justiciero" a su rotulador rojo, con el que corregía los exámenes. Sus clases sobre el Lazarillo, el Quijote o Galdós fueron memorables. Acababa de salir de la facultad y le brillaban los ojos contando aquello de lo que más sabía. Tuvo que marcharse casi a final de curso porque lo llamaron para hacer el servicio militar.
También recuerdo a Magdalena Pons, profesora de Inglés. Nos hacía un pequeño examen nada más entrar en clase, los primeros diez minutos. Quería enseñarnos la importancia del esfuerzo. Todo lo valioso cuesta mucho conseguirlo. Mejor ir dando pequeños pasos en la dirección adecuada que darse la paliza de estudiar dos días antes del ejercicio. He sabido que, una vez jubilada, se dedica a dar clases de Inglés en centros de adultos.
Y la facultad de Filosofía.
No tengo apego por las cosas, ni siquiera por los libros o los discos, pero sí por los lugares en los que he conocido la misteriosa exaltación de lo mejor de mí mismo, la plenitud de mis deseos y de mis afinidades, y lo que quisiera atesorar como un coleccionista avaricioso
Fue un privilegio. Apenas cuarenta compañeros de promoción. Los profesores nos conocían muy bien y el trato era cercano pero respetuoso.
Algunos de mis compañeros eran realmente buenos y habían leído mucho. Yo me sentía un poco pardilla e inmadura si me comparaba con ellos.
Me acuerdo especialmente de Manuel Pavón, nuestro profesor de Filosofía de la Naturaleza. Hacía fácil lo difícil y tenía un extraordinario sentido crítico. Su carácter, sus comentarios, su humor inteligente. Era de estas personas que te adivinan con la mirada. Podía anticiparse y ver más lejos que los demás. Mostraba interés por lo que le pudieras contar y eso hacía que muchos alumnos fueran a pedirle consejo. Atraía como un imán porque el trato humano era para él lo más importante. Me hablaba de sus proyectos y de la importancia que tenían para él los años dedicados a la investigación. Su curiosidad era enorme.
Se quejaba del precio que había tenido que pagar por su vivienda pero no parecía lamentarse de su situación personal. Entereza y coraje.
Cuando me he encontrado con antiguos compañeros, todos le destacan. La razón de ello es que era una persona con carisma, muy entregado a su trabajo y, sobre todo, de un trato muy humano, por encima del habitual profesor-alumno. Escuchaba muy bien y orientaba mejor aún. Quizá no fuese el que más sabía de lo suyo pero sí el más sabio. Espero se entienda esto último que quiero decir.
Sin desmerecer a algunos otros que también fueron buenos.



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