martes, 29 de septiembre de 2015

Tal vez uno solo, donde algo pasa

Cuando un hombre sale de una habitación deja todo detrás, cuando una mujer lo hace lleva todo lo ocurrido en esa habitación con ella


"Juro que lo intenté", […] "¿Has notado el sobrepeso de la mayor parte de la gente por aquí? Es un verdadero problema y no lo entiendo, porque es gente de campo muy trabajadora, nada sedentaria", dice coqueta, consciente de su figura perfecta.

"Cuando dije lo de abandonar –insiste, vestida con sedas orientales– sinceramente lo creía. El trabajo me estaba resultando demasiado duro y pensé que me había llegado la hora de llevar la vida de una señora normal. ¡Y lo hice! Por unos seis meses. Salí a almorzar con amigas, me dediqué a la jardinería, a la caridad. Fue horrible. Después me di cuenta de que ya no sirvo para una vida normal: he escrito tantos años que no sé hacer nada más".

En efecto, Munro, nacida en un pueblo cercano en 1931, en una familia de
granjeros emigrados de Escocia, estrictos presbiterianos, escribe desde su adolescencia. A los 20 y poco estaba casada con su primer marido, con dos bebés, un tercero en camino y una carrera literaria avanzada.

"Mirá, los bebés finalmente dormían la siesta, quisieran o no, y entonces yo me ponía a escribir.
No estaba pensando en ellos. Estaba pensando en mí. Quizá habrían sido más felices si yo les hubiese dedicado más tiempo y menos a mi literatura, no lo sé. Pero para mí no era una opción, sentía que tenía que luchar por ese espacio propio donde no era ni mujer ni madre. Hoy todavía me escapo al mismo sillón donde desarrollo mi vida espiritual. Pero, claro, ya no soy joven. Un tema duro para artistas y escritores es que los poderes intelectuales o creativos se debilitan. ¿Qué hace uno entonces si no escribe? Yo no pude encontrar la respuesta", subraya.

Su próximo libro, adelanta, se llamará ‘Demasiada felicidad’. "Ya tengo casi todos los cuentos listos, espero que los lectores no los encuentren demasiado lúgubres. No los pensé de esa manera. Pero
por lo que yo sé de la vida, siempre es dura", subraya.

El título responde a una frase de Sonia Kovalevski, célebre matemática y novelista rusa del siglo XIX. "Estaba buscando en la enciclopedia otra cosa –confiesa– y encontré la historia de esta mujer, que me fascinó. Murió apenas pasados los 40 años, después de una vida trágica y dura porque,
si bien todos la festejaban por ser tan brillante y linda, no le dejaban enseñar en casi ningún lugar de Europa por ser mujer. Murió por una enfermedad tonta,cuando justo había logrado comprometerse con el hombre que le iba a permitir seguir siendo matemática. De ahí sus últimas palabras: "Demasiada felicidad".

¿Es muy distinta la escritura de cuentos de la de novelas?

No tengo la menor idea. Adoraría escribir ahora una novela, pero el cuento resulta la forma en la que me siento cómoda. Yo siempre pensé que iba a ser novelista.
Me decía que cuando mis chicos fuesen grandes y yo tuviese más tiempo para escribir novelas, iba a hacerlo. El cuento estaba puramente determinado por el largo de las siestas de mis hijos Pero después resultó que ésa fue la manera en la que aprendí a escribir y ya no pude hacer otra cosa. Igual debo aclarar que las novelas que más me gustan son las cortas. Mi marido está releyendo el ‘Ulises’, libro grueso si los hay, y todas las noches, cuando me lee un poquito en voz alta, yo pienso, "Qué audaz que soy, cómo tengo el coraje de llamarme escritora cuando alguien escribió esa maravilla". Pero supongo que hay que seguir adelante con lo único que uno sabe hacer, ¿no?


Entrevista a Alice Munro, 27 de mayo de 2009
Entrevista a Alice Munro por Lisa Dickler Awano [The Virginia Quarterly Review , 18 de octubre de 2013]. Traducción: Jaime Arrambide.
Entrevista a Alice Munro como discurso de aceptación del Nobel.
Entrevista a Alice Munro, Lisa Allardice [Especial para The Guardian y Clarín, 9 de diciembre de 2013]. Traducción de Joaquín Ibarburu







Llama la atención al leerla la complejidad de los temas que despliega detrás de una prosa aparentemente simple.

Escribo sin pensar si hay un tema de fondo, pero sé que
una idea sólo me interesa si tiene alguna complejidad moral, si tiene varias aristas. No es que me guste crear personajes que estén reflexionando sobre problemas morales, pero sí marcar cómo de las decisiones que uno toma, de las rutas que se elige, uno se puede arrepentir tiempo después. Al mismo tiempo pienso que hay momentos en la vida en los que hay que ser egoísta en un grado tal que, luego, de mayor, uno pueda condenarlo. De eso trata ser humano. ¿Y hasta qué punto son autobiográficas estas historias complejas que escribe?
‘La vista desde Castle Rock’ es básicamente autobiográfica. Me parecía que volver a mis orígenes para la que creía que sería mi obra final era cerrar prolijamente el círculo y me gustaba la idea de aprovechar el hecho de que mucha gente había escrito en mi familia. Eso me permitía disponer de buenos testimonios.
Hubo una revolución en el protestantismo en Escocia, que puso mucho énfasis en la lectura individual de la Biblia. Por eso, a pesar de ser campesinos, mis antepasados tenían cierta cultura literaria, iban anotando lo que veían y llevaban diarios de viaje. Por supuesto, jamás hicieron ficción. Escribir sobre lo que uno pensaba hubiese sido visto como una forma de vanidad.

¿Y usted lleva algún tipo de diario?
Jamás. No me sobra energía literaria. Siempre me sorprendió que Virginia Woolf tuviese tiempo para llevar un diario además de escribir novelas y ensayos. No puedo entender cómo se las arreglaba. Claro que las mujeres inglesas de esa generación tenían servicio doméstico, algo que en Canadá nunca existió. Woolf de hecho escribió mucho sobre su mucama, sobre las peleas y enfados que tenía con ella. Pero en Canadá esto era impensable, la gente trabajaba todo el día –hombres y mujeres– en pequeños campos que no eran muy generosos. Mi gente es muy diferente de los americanos porque no eran ambiciosos, eso estaba muy mal visto. Había una fuerte ética del trabajo pero no para hacer dinero, que era considerado vulgar, sino como parte de un puritanismo. Era una cuestión de honor vivir en una casa vieja, pero nunca tener que pedirle nada a nadie. En mi familia no eran fundamentalistas religiosos, pero cualquier cosa que llamase la atención hacia uno mismo era considerado un pecado terrible.

Usted es extraordinariamente hermosa y seguro que llamaba la atención de joven. ¿Eso también era condenado?
-Ya no lo soy, estoy llena de arrugas, debería tomar medidas al respecto pero leí que se acaba de descubrir algo terrible sobre el bótox y puedo ver a mis ancestros presbiterianos diciéndome que si uno es vanidoso y trata de llamar la atención, cosas muy malas le van a pasar. De joven no entraba para nada en los cánones de belleza de la época. Era a fines de la década del 40 y la moda era ser una cosita adorable, frívola y divertida, y yo era demasiado seria. No me sentía superior por saberme más inteligente que las otras chicas. Sufría por no ser popular y, en casa, hasta se burlaban de mí por no tener novio. Pero no me desesperaba porque sabía que yo iba a salir de allí y que mi vida iba a ser distinta.
¿Se imaginaba que iba a ser "nuestra Chéjov" para los canadienses?
Uff. Eso es muy fuerte, obviamente es un honor, pero me gustaría que todo el mundo dejase de llamarme así. No puedo decir que Chéjov me haya influido porque es como Shakespeare, ha influido en toda la literatura. Si tengo que buscar conexiones personales, en cambio, empezaría con Eudora Welty. He leído sus cuentos una y otra vez, pero debo tener cuidado de no imitarla porque su encanto está atado a un lugar y un tiempo determinados. También amo a Katherine Anne Porter...

Muchos dicen que usted es su equivalente en el Ontario rural.
Si uno es un buen escritor, creo que la voz tiene que ser única. Y quizá haya una conexión entre nosotras porque ambas escribimos sobre gente de campo, pero ella era de la clase media alta, no era uno de los nuestros. Esto no quiere decir que no pudiese escribir maravillosamente sobre el ambiente rural pobre, pero yo lo hago desde otra perspectiva. ¿Se siente más bien heredera de Katherine Mansfield?
Amo a Katherine Mansfield, la leí muy joven, cuando estaba embarazada de mi primer bebé, y cada tres o cuatro años releo sus cuentos. No sé cuánto afectó mi forma de escribir porque todo lo que uno lee deleitándose finalmente lo afecta. Realmente admiro esa manera que tiene de ir hilvanando distintas historias de una manera que parece muy fácil y natural, pero que con seguridad fue increíblemente difícil. Es una de mis escritoras favoritas, una inspiración. ¿Qué cree que hubiese pensado Chéjov de conocerla?
¡Qué bonita idea! Mientras hacía la investigación sobre esta mujer matemática no podía dejar de pensar si Chéjov, de conocerme, se hubiese enamorado de mí. Creo que no. A los hombres no les gustan las mujeres como yo. La matemática esta, por ejemplo, tenía una hermana de una gran belleza que quería ser escritora y pronto vendió un cuento a una revista editada por Dostoievski. Dostoievski inmediatamente quiso conocerla y le propuso matrimonio, a lo cual ella se negó. Si bien su vida fue trágica y triste, yo creo que ella entonces ya sabía que, de aceptar a Dostoievski, siempre sería la mujer de Dostoievski y nada más. Dos semanas después del rechazo, Dostoievski se casó con su estenógrafa, es decir, con una mujer que siempre encontraría la palabra perfecta para él. Pero Chéjov, claro, se casó con una actriz que llevaba su propia fama a cuestas, así que quizá yo hubiese sido la indicada para él.

Usted escribe básicamente sobre mujeres fuertes, ¿siente que puede ponerse en la cabeza de los hombres también?
No puedo ponerme en la cabeza de los hombres por una simple razón: nunca voy a poder sentir, como ellos, que lo más natural sea que todo gire alrededor de mi trabajo y mis intereses. Una mujer de mi generación no podía ni pensarlo. Recuerdo una reciente entrevista al escritor irlandés William Trevor, a quien yo admiro mucho. El periodista contó, como si tal cosa, cómo la mujer de Trevor entró con una bandeja con té y masitas mientras ellos hacían la nota. ¡Ese egoísmo para mí es impensable! Yo escribo en un costado de la mesa, atiendo el teléfono si suena. Supongo que para tu generación será distinto, pero para la mía, esa parte de la mente del hombre, esa seguridad de que lo que hace es importante, siempre va a ser inalcanzable. ¿Ve las series televisivas sobre mujeres actuales? ¿Qué opina?
Mujeres desesperadas’ me resulta ofensiva por el grado de riqueza que exhibe. De nuevo, el presbiterianismo me lleva a condenar ese tipo de despliegues. También vi ‘Sex and the City’, hay un capítulo en el cual la protagonista, de una belleza menos convencional, una abogada, ve a un hombre en la ventana del edificio de al lado y empieza a desnudarse para él, pensando que él estaba montando un show para ella también. Pero luego se lo cruza en el supermercado y resulta que él es gay y que toda la escena de seducción se la estaba haciendo para el muchacho que estaba en la ventana de un piso superior. Es una historia que dice bastante sobre cómo nos enamoramos de alguien por su sonrisa y su cuerpo bonito y no sabemos leer las señales de que todo está en nuestra cabeza. Pero el resto de la serie me pareció bastante predecible, basada en esa idea de encontrar un hombre que lo sea todo, un matrimonio que lo tenga todo: intelecto, sexo, amor. Y eso es imposible. La solución es encontrar un buen balance, pero cuando uno se enamora, no ve esto. Supongo que yo soy una romántica, pero a la vez soy una persona muy analítica y ambas cosas no van bien juntas. Para las generaciones anteriores, que podían mantener separados los intereses románticos y sexuales, todo era más fácil que para las generaciones actuales.

¿Eso es lo que les enseñaba a sus hijas?
En realidad, lo único que traté de inculcarles fue que no pusieran todas sus esperanzas, todos sus sueños, en un hombre, lo cual es triste e hipócrita porque yo nunca seguí esa regla.

¿Es feliz cuando está escribiendo?
No lo sé. ¿Una patinadora profesional es feliz cuando está patinando? Es un trabajo duro, pero es lo que sabe hacer. Sé que soy feliz cuando me viene una idea y puedo ponerme a trabajar de manera estructurada, y sé también que no soy muy buena tomando vacaciones o haciendo fiaca. Entonces, en mi tiempo libre lo que hago es ir manejando por el campo con mi marido, que es geólogo y geógrafo, identificando cosas del paisaje. Ésa es una ocupación concreta, muy buena para mí, y además mis libros tienen mucho sobre el campo y los paisajes, así que siento esos paseos como parte de una investigación previa a la escritura. Saber que esas excursiones después me van a servir para mi literatura hace que me relaje y las disfrute como algo que un poco cuenta como trabajo, que así está justificado, con lo cual vuelvo a esta marca que me dejó el presbiterianismo, supongo.
[Incapaz de estar de brazos cruzados.]

¿Qué conoce de la literatura latinoamericana o en castellano?
Conozco y he leído bien a Borges porque todo el mundo lo ha hecho. También al español Javier Marías, porque armó en una isla una orden de escritores y a mí me nombró la duquesa de Ontario, qué gracia. He mantenido correspondencia con él y me gusta su forma de escribir fría. Conozco mucho a Alberto Manguel y he leído a Vargas Llosa, García Márquez. Pero de todos los países latinos el que más me fascina es Brasil. Amo a Elizabeth Bishop, una escritora estadounidense, que vivió durante su infancia en Canadá y escribió sobre Brasil. Cuenta historias en las que a los personajes se les rompe el auto o tienen problemas matrimoniales. A mí, que Brasil me parecía el colmo de lo exótico, me encantaba pensar que podía haber allí gente corriente con vidas y problemas corrientes.

¿Tiene algún placer secreto?
No sé si es porque a mi edad me sigo rebelando contra la educación puritana, pero amo la ropa, amo salir de shopping y tener un almuerzo como éste que sea una excusa para arreglarme en medio del campo. Piense que durante treinta años yo cociné para mi familia. Cuando nadie mira, devoro ‘Vogue’, pero me molesta ver los precios, me parecen indecentes. Antes, cuando podía, me escapaba a Toronto a ver escaparates. ¡Ay, qué vergüenza! No sé si Eudora Welty se la pasaría pensando en este tipo de cosas. Al menos estoy segura de que Katherine Mansfield sí lo hacía, y ya les conté que fue una gran inspiración.

Entrevista a Alice Munro, 27 de mayo de 2009

Cuando le pregunté cómo decidió el título [Dear Life], Munro explicó:
"Son dos palabras muy maravillosas para mí, porque las escuchaba cuando era niña, y significaban todo tipo de cosas. '¡Ay, vida querida!' a veces significaba nada más que uno estaba abrumado por todo lo que tenía que hacer. Me gusta el contraste entre eso y las palabras 'vida querida', que son tal vez una gozosa resignación, pero cuando decimos "querida" -la palabra-, no convoca tristeza. Convoca algo precioso."
Munro habla conmigo de su narrativa desde hace nueve años. Me descubro sonriendo de agradecimiento cuando me dice, en el transcurso de esta entrevista, que su trabajo muchas veces se inspira en la forma en que se hablan las personas entre sí y en la forma en la que cuentan sus historias. Me sorprendió que nuestras entrevistas compartieran algunos aspectos del modo en que ella estructura sus relatos.
Aunque Munro y yo jamás planeamos el rumbo que tomarán, las conversaciones suelen orillar un sendero similar al que ella toma en sus relatos autobiográficos incluidos en "Finale", la última parte de Mi vida querida: yo le pido que nos ponga en situación de uno de sus nuevos relatos o libros, y ella me responde conectando su relato o historia personal con hechos o circunstancias más amplios de la época en que ocurre la historia en cuestión, una técnica que confiesa admirar en Ancestors: A Family History, de William Maxwell. El cuento "Mi vida querida", por ejemplo, abre con una descripción geográfica del barrio en el que Munro creció. Cuando examino estos comentarios introductorios "factuales", sorprende que tengan tantos niveles de sentido y que sean tan reveladores del proceso creativo de la autora: echan luz sobre los motivos subyacentes de su obra y suelen ser la clave de ese libro o de ese relato.
Al igual que sus historias, nuestras conversaciones se zambullen en temas como la caracterización y la estructura, y dan giros sorprendentes en curvas cerradas e imprevistas. Podemos estar hablando, por ejemplo, de un aspecto menor de un relato, cuando de pronto sale a la luz un tema mayor o una trama de emociones subyacente. Cuando eso ocurre, Munro suele seguir ese camino pero en sentido contrario y explorar su transformación, tal como lo hace en su narrativa.
A veces una pregunta no conduce a ninguna parte y nos deja en silencio. Entonces Munro de pronto dice algo que me resulta inconexo. Lo que suele suceder es que poco tiempo después, cuando ya he trabajado con la transcripción de la conversación durante un tiempo, empiezo a encontrarle sentido al comentario y a ver cómo encaja en algo que tal vez discutimos antes o en otra entrevista, o cómo efectivamente sí estaba relacionado con lo que estábamos conversando en el momento que hizo el comentario, pero de una manera indirecta que yo no estaba listo para captar. Y al repasar sus comentarios finales, suelo encontrar conexiones inesperadas que me hacen volver al principio de nuestra entrevista, para oírla y escucharla de nuevo, en todos sus matices.
-¿Cuál es su proceso de escritura?
-Trabajo con lentitud. Siempre es difícil. Casi siempre es difícil. La realidad es que vengo trabajando sin parar desde que tenía veinte años, y ahora tengo ochenta y uno. Ahora mi rutina es así: me levanto a la mañana, me tomo un café y me siento a escribir. Y después, un poco más tarde, puede ser que haga una pausa y coma algo, para seguir escribiendo. La escritura de verdad sale a la mañana. Al principio de lo que sea que estoy escribiendo no puedo dedicarle mucho tiempo, apenas unas tres horas. Reescribo mucho, así que reescribo y cuando pienso que está listo, lo envío. Y después quiero reescribirlo un poco más. Lo que me pasa a veces es que hay una o dos palabras que me parecen tan importantes que pido que me manden el libro de vuelta para poder agregarlas. [Antonio López]
Mi idea era escribir novelas, pero empecé a escribir cuentos porque era para lo único que podía hacerme tiempo. [¿darme tiempo?] Entre las tareas de la casa y el cuidado de los chicos, nunca habría tenido tiempo de escribir una novela. Y después fue como si el formato del cuento -en realidad, una forma más bien inusual de cuento, por lo general una forma de relato bastante largo- fuese lo que quería hacer. Ese espacio alcanzaba para decir lo que quería decir. Y al principio fue difícil, porque la gente esperaba que el relato breve tuviera cierta extensión y no otra. Querían que fuese una historia corta, y mis historias eran bastante inusuales, ya que de alguna manera cuentan más y más cosas diferentes y no paran. Nunca sé -o al menos no suelo saber- la extensión que tendrá un relato. Pero no me asusto: le doy todo el espacio que necesite. De todos modos, no me importa si lo que estoy escribiendo en ese momento es un cuento -algo clasificado como cuento- u otra cosa. Es ficción y punto.
-Usted es una escritora muy lírica. ¿Sigue escribiendo poesía?
-Un poco y cada tanto, sí. Me gusta la poesía, ¿pero sabe una cosa?, cuando uno escribe prosa hay que tener cuidado de no intentar deliberadamente que sea poética. La prosa debe tener cierta aspereza, y actualmente me gusta escribir así. Me gusta escribir de un modo que. no sé. ¿que asuste un poco a la gente?
-También tengo la sensación de que le interesa mucho el folklore.
-Sí. pero nunca sabemos lo que nos va a interesar. Uno no lo decide de antemano. De pronto, uno se da cuenta de que quiere escribir sobre eso. Así que nunca pensé que me interesaría, pero lo cierto es que escucho mucho las historias que cuenta la gente, trato de encontrarles el ritmo interno y luego intento escribir. Pienso: ¿por qué esta clase de historias son tan importantes para la gente? Creo que seguimos escuchando un montón de historias que cuenta la gente y que supuestamente sirven para ilustrar alguna extrañeza de la vida. Y a mí me gusta recoger esas historias y ver qué me dicen a mí, o qué quiero hacer yo con ellas.
-Leí en alguna parte que se considera que el folklore es la forma narrativa de las mujeres.
-Creo que es cierto, que incluso después de que las mujeres aprendieron a escribir, aquellas que escribían y no eran tomadas en serio quisieron seguir contando historias. Las mujeres siempre pasaron mucho tiempo juntas, o al menos así era antes. Y recuerdo todas las cosas que hacían juntas cuando servían grandes comidas para alimentar a los hombres. Los hombres trabajaban en el campo, al volver -en mi infancia- se les servía una abundante mesa llena de comida. El gran orgullo de las mujeres era la abundancia y calidad de esa mesa, y después quedaba esa montaña de platos y vajilla que lavar. Y durante todo ese tiempo, las mujeres hablábamos entre nosotras. Es algo muy importante.
Pero por supuesto que todo eso pasó. Es una costumbre antigua -rural-, y no sé si las mujeres siguen hablando así o no. ¿Las mujeres hablan entre ellas? ¿Se las alienta a hacerlo o no? De todos modos, yo creo que donde sea que se juntan mujeres, hay una gran necesidad de contarse historias, una gran urgencia de decirse algo una a la otra, "¿Por qué crees que pasó esto?", "¿No es raro que haya dicho eso?" o "¿Esto qué significa?" Las mujeres necesitan interpretar la vida verbalmente. Mientras que muchos hombres que conozco, o que alguna vez conocí, no tenían esa necesidad, sino que más bien prefieren seguir adelante y lidiar con lo que haya que lidiar sin preguntarse nada demasiado.
[Rumiar, la búsqueda del sentido de lo que te dicen o hacen.]
-Justamente me pregunto si esta podría ser una pista de por qué eligió la forma del relato breve. ¿O el relato breve la eligió a usted?
-Podría ser. Me encanta trabajar con gente, con las conversaciones de la gente y también con las cosas inesperadas que le ocurren a la gente. Lo inesperado es muy importante para mí. En uno de mis cuentos ("Escapada"), una mujer que tiene un matrimonio complicado decide dejar a su marido, alentada por una mujer muy sensata mayor que ella. Y entonces, cuando intenta irse, advierte que no puede hacerlo. Lo más razonable es irse, sus motivos son muchos, pero no puede. ¿Cómo puede ser? Yo escribo ese tipo de cosas, porque soy yo la que no sabe "cómo puede ser". Por eso tengo que prestarle atención: allí hay algo que merece mi atención.
[Un aspecto que destacaría de Munro: los personajes viven un proceso, lo que les ocurre les transforma.]
-En el cuerpo de su obra los temas se repiten, anudando sus historias unas con otras a través de las distintas colecciones de cuentos. Incluso pensaba que "Escapada" podría haber sido el título alternativo de algunos de los cuentos de Mi vida querida, como por ejemplo "Tren".
-Sí, claro. Esa historia me interesó mucho porque creo que a veces las personas no entienden lo que tienen que hacer. Este hombre, Jackson (el protagonista de "Tren"), tiene que deshacerse de ciertos enredos personales, pero no sabe por qué, hasta que lo hace, y listo. Hay un elemento sexual en todo eso, pero no es lo único. Y yo creo que hay gente que es así.
-Pienso que hay un personaje de los que aparecen en Mi vida querida que realmente logra lo que quiere en la vida, y esa es Belle, también de "Tren".
-Sí, sí, claro, yo creo que ella sí. Y me encanta la manera en que ella se va volviendo cada vez más franca acerca de las cosas, a medida que toma más y más pastillas. Me cae muy bien Belle. Pero ella es una sobreviviente en un sentido raro, porque siempre tuvo todo en contra, lo pasó mal. Pero creo que hay muchas personas como ella, que aceptan lo que les toca y se fabrican con eso una buena historia. En otras palabras, ella no se siente despojada en la vida. Su existencia le resulta interesante. Para muchos, sería un completo fracaso, porque ella no lleva la clase de vida que una persona de su clase esperaría tener: no está casada y su vida es asexual desde hace mucho tiempo. Y sin embargo ella tiene algo. No es que lidie con lo que le pasa y nada más, sino que ha logrado tejerse con todo eso una vida propia. Y creo que es alguien que siempre logrará hacerlo. Yo conocí gente así, personas que parecen tener una especie de don para interesarse por las cosas que les pasan y para ser, hasta cierto punto, felices.
-Personas como usted.
-Me parece que yo soy mucho más tradicional.
-Pienso que su historia "Sin ventajas" ofrece algunas pistas de su éxito. En la descripción de Belle, siento que su éxito es similar al suyo. Usted atravesó por todas esas dificultades, y las convirtió en una oportunidad para escribir.
-Eso es cierto, pero también tuve mucha suerte. De haber nacido en una granja una generación antes, no habría tenido la menor oportunidad. Pero en mi generación ya había becas. Nadie esperaba que las chicas las solicitaran, pero una podía hacerlo. Me fue posible imaginarme a mí misma como escritora desde muy chica. Pero nadie más pensaba eso ni en esos términos. Igual yo no era una chica rara y nada más. También tenía que hacer mucho esfuerzo físico, porque mi madre no podía. Igual eso no logró demorarme. Pienso que en cierto sentido fui muy afortunada, porque si hubiese nacido, digamos, en el seno de una familia muy culta, una familia neoyorquina, por ejemplo, rodeada de gente que sabe mucho de literatura y del mundo de la escritura, me habría sentido totalmente disminuida. Me habría dicho: "Bueno, eso no puedo hacerlo, no es para mí". Pero como no viví entre gente que pensara nunca en la escritura, entonces fui capaz de decirme: "Bueno, esto lo puedo hacer".
-En el cuento "Mi vida querida", usted explora la paradoja de su relación con sus padres.
-Amor, y miedo y disgusto. Todas esas cosas a la vez.
-En sus trabajos recientes, vuelve una y otra vez al tema de su relación con su padre, un escritor consumado y una persona extremadamente sensible, así como un lector de por vida.
-Así era él, sí.
-Una persona que, en muchas de sus historias, aparece casi como un doppelgänger de usted misma, como joven escritora en desarrollo. Pero después está ese hecho inamovible, del que usted se niega a apartarse, y es que durante la infancia él le pegaba con un cinto.
-Eso es cierto. Y uno podría decir: "Bueno, en esa época era común, a la mayoría le pegaban de vez en cuando", y que en ese entonces pegarle a un chico con un cinto era en absoluto algo reprensible. A los chicos se los enderezaba a lonjazos, era de lo más natural. También estaba el factor de la pobreza, que hacía que se esperase que los niños contribuyeran a la economía doméstica con su trabajo, y no que fuesen sólo una cosa interesante de ver crecer, como parecen ser los niños ahora. Así que había que ser práctico y hacer lo que había que hacer. Y también era bastante aterrador y probablemente -mucha gente diría eso- era muy destructivo. Yo no puedo pensar de esa manera porque no. Sigo rechazando la idea y siento una especie de horror de mí misma por eso. Siento que yo era una persona que no valía, y así es como te hace sentir eso. [la agresión física]. Pero también me doy cuenta de que en ese entonces esas cosas pasaban, y que no tiene sentido sentir pudor por eso. Así como tampoco tiene sentido sentir pudor por el porqué debió suceder eso. Simplemente no había tiempo ni dinero para criar a los hijos teniendo en cuenta sus necesidades, ni de pensar por qué se portaban como se portaban. Y tampoco había tiempo para que los chicos fueran contestadores o malhablados. Simplemente no podían permitírselo, porque había que ocuparse, básicamente, de ganar lo suficiente para sobrevivir, y todos tenían que trabajar y aportar y ser útiles a la familia. Y como yo era una niña extremadamente rebelde, al menos tenía ideas que estaba ansiosa por largar por la boca, así que era contestadora con todo el mundo. Y todo eso era de lo más contraproducente para el ámbito familiar.
-La relación con su madre también fue paradójica.
-Y en cierto sentido, mucho más complicada. Porque básicamente yo era muy parecida a mi padre, pero no era como mi madre, y eso a ella la entristecía mucho.
-¿Debido a su enfermedad?
-No, no debido a su enfermedad. Ella estaba de acuerdo con los derechos de las mujeres y todo. Lo que pasa es que ella era muy, pero muy puritana, algo común en las mujeres de su época.
-Se diría que su mayor frustración con su madre fue por la actitud de ella respecto del sexo.
-Bueno, sí. Pero por supuesto que todo eso venía de vaya Dios saber dónde. La mayoría de las mujeres que eran ambiciosas, creo yo, sentían de alguna manera que el sexo era el enemigo, porque casarse era sepultar todas esas ambiciones. Quiero decir que lo peor que podía pasarle a una mujer, como solían decir, era tener que casarse, o sea, tener relaciones sexuales. Así que el sexo era algo que una debía estar segura de mantener bajo control.
-En el relato "Mi vida querida", usted conecta la idea de la remodelación de una casa con el trabajo de la memoria. ¿Puede contarnos lo que piensa sobre la naturaleza de la memoria?
-Es interesante lo que sucede al envejecer, porque los recuerdos se vuelven más vívidos, en especial los recuerdos lejanos. Pero yo no hago ningún esfuerzo de memoria, simplemente está ahí todo el tiempo, y no sé si escribo más sobre eso de lo que solía hacerlo antes. Ciertamente, las historias de "Finale" son un trabajo consciente con la memoria, y no lo he hecho muy seguido porque creo que si una quiere escribir en serio sobre sus padres, su infancia, una tiene que ser tan honesta como pueda, pensar lo que realmente pasó, y no en la historia que te sirve en un plato tu memoria. Pero por supuesto que eso no es posible, así que al menos una puede decir: "Bueno, ésta es mi versión de la historia. Esto es lo que yo recuerdo".
-Usted me ha dicho algunas veces que nos pasamos repitiendo las cosas que son difíciles hasta que logramos superarlas.
-Creo que eso es particularmente cierto respecto de los recuerdos de la primera infancia. Y siempre hay un trabajo sobre eso para intentar superarlo. ¿Pero qué significa "superarlo"? ¿Que ya no duela más? ¿Que lo hemos pensado hasta hacernos una idea más o menos clara de lo que realmente pasó? Pero nunca escribimos sobre eso. Tenemos hijos. Cuando ellos escriban la historia de su infancia, seguirá siendo sólo la historia de ellos, y el "tú" de esas historias será un "tú" en el que tal vez no nos reconozcamos. Y es por eso que hay que reconocer que incluso el relato que haga el esfuerzo más honesto seguirá sin contemplar la verdad de todos. Pero ese esfuerzo es valioso.
-Cuando uno es escritor, de alguna manera se pasa la vida tratando de entender las cosas, y uno pone lo que ha entendido en papel y la gente lo lee. En realidad, es algo de lo más extraño.
-Una se dedica toda su vida a esto, por más que sepa que fracasa. No se fracasa todo el tiempo, ni en todo, y yo pienso que vale la pena, al menos pienso que lo vale. Pero es como llegar a un acuerdo con cosas con las que una puede lidiar sólo parcialmente. Esto suena de lo más desesperanzado. Pero yo no me siento en absoluto desesperanzada.
Entrevista a Alice Munro por Lisa Dickler Awano [The Virginia Quarterly Review , 18 de octubre de 2013]. Traducción: Jaime Arrambide.

La mayoría de la gente que me rodeaba no sabía que quería ser escritora, porque yo me aseguré de que no lo supieran. Para ellos habría sido ridículo. No leían, se tomaban la existencia de una forma muy práctica, y todo lo que yo pretendía en la vida debía estar al margen, protegido, de ellos”, contó Munro a la Academia Sueca en la víspera de la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura.

“Quiero que mis cuentos conmuevan a la gente, no me importa si son hombres, mujeres o niños”, dice Munro en un video grabado en su casa en Ontario. Y agrega: “Quiero que mis cuentos sean sobre la vida y que causen que la gente no sólo diga, oh, eso es verdad, sino
que sientan algún tipo de recompensa... No hablo de un final feliz… Que sientan que todo lo contado de tal forma que al final sean una persona distinta”.
[Que ayuden a vivir, que contribuyan o procuren un desarrollo personal, como les ocurre a los personajes de sus relatos.]
Dejé de escribir hace casi un año, fue una decisión: quiero comportarme como el resto del mundo”, dice. Y añade: “Cuando eres escritor, nunca eres totalmente como los otros, haces un trabajo que los otros no saben qué es y en realidad no puedes hablar de ello; siempre estás buscando un camino en un mundo secreto, mientras también debes vivir en el mundo normal... Estaba cansada de hacer eso durante toda la vida”.

Empezó cuando era niña con los cuentos. Ni siquiera de adolescente le contó a nadie que escribía. “No tenía en mente a ningún lector. Era el cuento en sí mismo lo que me satisfacía”, cuenta. Fue a los 20 años cuando conoció a su primer esposo,
James Munro (de quien adoptó el apellido), que Alice creyó que necesitaba un público más amplio: “El no escribía, pero hizo algo muy importante: creer que ser escritor era algo admirable, no pensaba que era raro que una mujer escribiera”, dice.

En el video de la Academia Sueca, la escritora visita la librería que tuvo con su esposo en la ciudad de Victoria, en Vancouver: a 50 años de su apertura, Munro’s Book sigue funcionando. Ahí, en los 60, la autora de Secreto a voces
atendía al público, después de las labores de la casa: en los tiempos libres escribía. A los 37 años, con la cuarta hija recién nacida, publicó su primer libro: Dance of the happy shades.

Creo que cualquier vida puede ser interesante, cualquier circunstancia. No sé si necesité alguna inspiración: los cuentos eran tan parte del mundo que simplemente quería cocinar uno. En algún momento me di cuenta de que era un trabajo mucho más difícil de lo que esperaba, pero nunca me rendí. Primero escribía sobre bellas princesas, después sobre dueñas de casa y sus hijos, luego de mujeres viejas, nunca con alguna conciencia de haber cambiado nada”, contó Munro.
[“Y sale a relucir aquí la visita del Delfín al anciano servidor y amigo de su casa, porque si Juanito Santa Cruz no hubiera hecho aquella visita, esta historia no se habría escrito. Se hubiera escrito otra, eso sí, porque por do quiera que el hombre vaya lleva consigo su novela; pero esta no.” Fortunata y Jacinta. Benito Pérez Galdós]

Me interesó la lectura desde muy pronto, por una historia que me leyeron, de Hans Christian Andersen, que fue La Sirenita, y no sé si lo recuerdan pero La Sirenita es muy triste. La sirenita se enamora del príncipe, pero no puede casarse con él, porque ella es sirena. Y es tan triste que no puedo contarte los detalles. Pero bueno, tan pronto como terminé la historia me fui afuera y caminé dando vueltas y vueltas a la casa donde vivíamos, en la casa de ladrillos, e hice una historia con mi propio final feliz, porque pensé que se lo debía a la sirenita, y por alguna razón se metió en mi cabeza que sólo había sido hecha para que yo encontrara una historia diferente para mí; no iba a ir para todo el mundo, pero sentí que lo había hecho mejor, y de ahora en adelante, la sirenita se casaría con el príncipe y viviría por siempre feliz, lo que era como su postre, porque ella había hecho cosas terribles para ganarse al príncipe, su favor. Ella tuvo que renunciar a su cola. Tuvo que conseguir piernas que las personas ordinarias tienen y caminan, pero para ella cada paso que daba era doloroso. Estuvo dispuesta a hacer esto para ganar al príncipe. Así que pensé que merecía más que la muerte en el agua. Y no me preocupé de que a lo mejor el resto del mundo no conociera esta nueva historia, porque sentí que se había publicado tan pronto como la pensé. Así que, ahí tienes, fue un principio temprano en la escritura.
Dinos, ¿cómo aprendiste a contar una historia, y a escribirla?
Inventaba historias todo el tiempo, hacía grandes caminatas a la escuela, y durante esas caminatas generalmente inventaba historias. Conforme crecí las historias eran más y más sobre mí misma, como heroína en una situación u otra, y no me molestaba que esas historias no fueran a ser publicadas al mundo inmediatamente, y ni siquiera sé si pensaba que otras personas las conocerían o leerían. Era la historia misma, generalmente una historia muy satisfactoria desde mi punto de vista, con la idea general de la valentía de la sirenita, de que ella era sagaz, que en general era capaz de hacer un mundo mejor, porque ella saltaba para estar ahí, y tenía poderes mágicos y cosas así.
¿Era importante que la historia se contara desde la perspectiva de una mujer?
Nunca pensé que eso fuera importante, pero nunca pensé en mi misma como siendo otra cosa que mujer, y hay muchas buenas historias de niñas pequeñas y mujeres. Después de que llegué quizás a la adolescencia, era más sobre ayudar al hombre a que consiguiera satisfacer sus necesidades y demás, pero cuando era una niña pequeña no me sentía inferior por el hecho de ser mujer. Y esto puede haber sido porque viví en una parte de Ontario donde las mujeres son las que más leen, las que más cuentan historias, los hombres estaban afuera haciendo cosas más importantes, no les interesaban las historias. Así que me sentía a mis anchas en casa.
¿Cómo te inspiró ese ambiente?
Sabes, creo que no necesitaba inspiración, yo pensaba que las historias eran tan importantes en el mundo, y quería crear algunas de estas historias, y quería seguir haciéndolo, y no tenía que ver con otros; y no necesitaba decirle a nadie, y no fue hasta mucho después que me di cuenta de que sería interesante si una de ellas llegara a auditorio más grande.
¿Qué es importante para ti cuando cuentas una historia?
Bueno, obviamente, en esos días lo importante era un final feliz. Yo no toleraba los finales infelices, cuando menos para mis heroínas. Y después que comencé a leer cosas como Cumbres Borrascosas, y tenían lugar finales muy pero muy infelices, cambié mis ideas por completo y me fui por los finales trágicos que podía disfrutar.
¿Qué puede ser tan interesante al describir la vida en una pequeña ciudad canadiense?
Tú tienes que estar ahí. Pienso que cualquier vida puede ser interesante, cualquier ambiente puede ser interesante. No creo que pudiera haber sido tan valiente si hubiera vivido en una ciudad, compitiendo con personas que puede ser que tengan un nivel cultural más elevado. Yo no tuve que tratar con eso. Era la única persona que conocía que estaba escribiendo historias, aunque no se las contaba a nadie, y hasta donde yo sabía, cuando menos durante un tiempo, era la única persona que podía hacer esto en el mundo.
¿Siempre tuviste confianza en lo que escribías?
Por mucho tiempo, estuve con poca confianza mientras crecía y conocí a otras pocas personas que escribían. Entonces me di cuenta de que el trabajo era más difícil de lo que había esperado. Pero nunca renuncié a ello, era simplemente algo que hacía.
¿Cuándo comienzas una historia, tienes ya todo el argumento?
Sí, pero muchas veces cambia. Comienzo una trama, y trabajo en ella, y entonces veo que va hacia otro lado y que pasan cosas conforme voy escribiendo, pero al menos tengo que tener para comenzar una noción bastante clara de la idea que tratará la historia.
¿Qué tanto te consume la historia cuando comienzas a escribir?
Oh, mucho. Pero sabes, siempre tuve el almuerzo para mis hijos ¿no? Era un ama de casa, así que aprendí a escribir en los tiempos muertos, y no creo que jamás renunciara a ello, aunque hubo ocasiones en que me descorazoné, porque comencé a ver que las historias que escribía no eran tan buenas, y que tenía mucho que aprender y que era un trabajo mucho más duro que lo que me había imaginado. Pero no me detuve. No creo que lo haya hecho jamás.
¿Cuál es la parte más difícil cuando quieres contar una historia?
Creo que probablemente sea esa parte en donde tienes que ir revisando la historia y te das cuenta de que es mala. La primera parte, la excitación, la segunda, muy bien, pero entonces te levantas un día y piensas “qué tontería” y es cuando realmente tienes que ponerte a trabajar en ella. Y para mí, siempre sentí que eso era lo correcto, era mi culpa que la historia fuera mala, no era culpa de la historia.
¿Cómo la cambias si no estás satisfecha?
Trabajando mucho. Trato de buscar una mejor manera de explicarlo. Tienes a los personajes a los que no les has dado una oportunidad, y tienes que pensar en ellos o hacer algo diferente con ellos. En mis primeros tiempos, tenía a una prosa floreada, y gradualmente aprendí a quitarlo del camino. Así que tienes que pensar en ella, y encontrar más y más de qué trata la historia, lo que tu creías entender al principio, pero que en realidad, tenías mucho que aprender de ella.
¿Cuántas historias has tirado?
¡Ja!, cuando era joven tiraba todas. No tengo idea, pero no he hecho eso en años recientes. Generalmente sabía que era lo que tenía que hacer para darles vida. Pero puede haber todavía lo que yo creo que es un error y simplemente tienes que olvidarte de ello.
¿Alguna vez lamentaste tirar una historia?
No lo creo, porque para entonces ya he entrado en agonía a causa de ella, sabiendo que no funcionó desde un principio. Pero como digo, no sucede con frecuencia.
El envejecer ¿Cambia tu escritura?
Oh, bueno, de manera muy predecible. Comienzas escribiendo de estas princesas jóvenes y después escribes de amas de casa con niños y después de mujeres ancianas, y así sigue; sin que necesariamente quieras hacer algo para cambiar esto. Tu visión cambia.
¿Crees que has sido importante para otras escritoras, siendo un ama de casa, pudiendo compaginar la escritura con las labores del hogar?
No lo sé, de hecho, esperaría que sí. Creo que fui hacia otras escritoras cuando fui joven, y que eso fue un gran estímulo para mí, pero si he sido importante para otras no lo sé. Creo que las mujeres de este tiempo lo tienen, no diría que más fácil, pero sí es más aceptable hoy en día que la mujer haga algo importante, no solo jugar con algo mientras todos los demás salen de casa, sino que realmente puede ser seria con respecto a escribir, como escribiría un hombre.
¿Qué impacto crees que puedas tener en quien lea tus historias, especialmente las mujeres?
Bueno, quiero que mis historias emocionen a las personas, no me importa si son mujeres, hombres o niños. Quiero que mis historias sean algo que lleve a los demás a decir no sólo “oh, eso es verdad” sino que sientan una recompensa de mi escritura, y eso no quiere decir que tenga que haber un final feliz ni mucho menos, sino que todo en la historia mueva al lector de tal manera que sientas que eres diferente cuando termines de leerla.
Entrevista a Alice Munro como discurso de aceptación del Nobel.


«No era que mi madre me impusiera realmente lo que tenía que sentir. Era una autoridad sin necesidad de cuestionar nada», explica sobre la peculiar relación que siempre mantuvo con su progenitora, y habla sin pudor de las «palizas» que su padre le daba en una habitación y que la hacían «morir de amargura y vergüenza». No obstante, como ella misma reconoce páginas después, «si hoy en día vives lo suficiente, descubres que con tus hijos has cometido errores que no te molestaste en ver, además de los que viste perfectamente».
Por aquel entonces, justo cuando comenzó a ir a la escuela (donde no hizo «ni un solo amigo»), Alice Munro se sentía «a años luz de la mayoría de la gente», estaba convencida de que «el precio del pecado es la muerte» y se pasaba los días entre las páginas de sus libros favoritos, «Ana la de tejas verdes» y «Pat de Silver Bush», de Lucy Montgomery, «En busca del tiempo perdido», «Gente independiente» o «La montaña mágica».
Se enfrentó por primera vez a la muerte y fue descubriendo el placer de la soledad, hasta que ya de adolescente se ganó fama «por contar anécdotas divertidas de cosas que oía en el pueblo o pasaban en la escuela». El talento de la escritora comenzaba a germinar y «a, pesar de lo que pudiera parecer», se consideraba «afortunada».
Pasó el tiempo. Alice Munro se trasladó a Vancouver con su primer marido y no volvió a casa ni siquiera para asistir al funeral de su madre, que murió de Parkinson. Fue el momento más doloroso de su vida, y también del libro, pues como la narradora canadiense advierte, «esto no es un cuento, tan solo es vida». La «vida querida» de Alice Munro, «la mejor escritora de narrativa actualmente en activo en América del Norte», según afirma Jonathan Franzen en «Más afuera» (Ed. Salamandra). Y es que a Franzen leer a Munro le lleva a «ese estado de reflexión tranquila en que pienso en mi propia vida», porque «nos habla a nosotros justo aquí, justo ahora».
Valga, como reflexión final, una cita extraída de una de las escasas entrevistas concedidas por Alice Munro y que define, en pocas palabras, la esencia de su obra y de la vida misma: «La complejidad de las cosas, las cosas dentro de las cosas, parece sencillamente inagotable. Quiero decir que nada es fácil, nada es simple». Y el Nobel puede esperar.


"No creo que pueda seguir escribiendo. Dentro de dos o tres años voy a ser muy vieja y estaré muy cansada", dijo Munro cuando la entrevisté luego de la publicación de La vista desde Castle Rock, en el pueblo de Goderich, cerca del lago Huron, la zona donde ha vivido y sobre la cual ha escrito casi toda su vida. "¿Cuánto de mi vida he pasado en este camino, qué otra cosa podría haber hecho, cuánta energía le he sacado a otras cosas? Es muy raro pensarlo ahora, ya que mis hijos son mayores y ya no me necesitan, pese a lo cual de algún modo siento que sólo he vivido una parte de esta vida y que hay otra que no he vivido." Fue a esa altura del año que me encontré con ella y almorzamos en Bailey's Fine Dining, donde lleva a editores y periodistas (y donde almuerza todos los lunes con su amiga Emily). Nos sentamos a su mesa de siempre junto al bar mientras hablaba sobre libros, acerca de la escritura y la historia de su vida. Una banda sonora de los años 20 reforzaba el ambiente nostálgico del lugar, pero en ocasiones amenazaba con tapar su voz segura y suave en mi grabación. "Apago las luces y cierro. Hace mucho que vengo aquí." Seguimos hablando mientras afuera el cielo del sur de Ontario se oscurecía cada vez más y tomamos copas de vino blanco con agua mineral. Su esposo Gerry –un hombre alto de camisa leñadora roja-vino a buscarla y ella le pidió que esperara afuera y escuchara "El lago de los cisnes" en el auto hasta que termináramos. "No se preocupe; le encanta la música".
Gerry murió en abril de este año, y en julio Munro anunció su retiro. Sin duda su salud es todo un tema. Cuando su editor canadiense, Doug Gibson, recibió su recopilación Dear Life, de 2012, dijo que sabía que sería su último libro y que esta vez hablaba en serio. Comprende una coda a los cuatro últimos relatos: "Creo que son lo primero y lo último –además de lo más exacto- que tengo que decir sobre mi propia vida."
"En muchos sentidos, he escrito relatos personales toda la vida", dijo en Bailey's. Si se es un admirador de Munro, se estará al tanto de los problemas de la granja de zorros y visones de su infancia en la época de la Depresión, de la casa al final del camino y la enfermedad de la madre –Parkinson a los cuarenta y pocos años-, de la beca para la universidad, su temprano casamiento con un estudiante intelectual, la maternidad muy joven y el divorcio. También se reconocerán las marcas de la vergüenza y la culpa en todas las recopilaciones. "Crecí en una comunidad en la que había vergüenza", dice, haciendo referencia a su infancia rural presbiteriana escocesa-irlandesa. "Decimos que hay cosas que no pueden perdonarse o que nunca nos olvidaremos de nosotros" escribe en la última línea de Dear Life sobre el hecho de que no lograra visitar a su madre durante la última enfermedad de ésta ni asistir al entierro. "Pero lo hacemos", continúa, con su característica insistencia en una verdad absoluta. "Lo hacemos todo el tiempo."
"Es probable que los sentimientos sobre mi madre sean el material más profundo de mi vida", dice. "Creo que en la infancia hay que apartarse de lo que la madre quiere o necesita. Hay que seguir el propio camino, y eso fue lo que hice. Por supuesto, ella estaba en una posición muy vulnerable, lo cual en cierto sentido era también una posición de poder, de modo que eso fue siempre algo central en mi vida: que me alejé de ella cuando más necesitada estaba. Pero sigo pensando que lo hice para salvarme."
[El amor de una mujer generosa]
La enfermedad de su madre significó que se hizo cargo del trabajo de la casa y de cuidar a sus hermanos menores desde que tenía nueve años. "Quería que la casa estuviera siempre limpia. Cocinaba los sábados y planchaba la ropa de todos. Era una forma de mantener la respetabilidad. En un plano superficial era muy buena con mi madre, pero nunca me permití entrar en su esquema de cosas, ya que entonces me habría quedado y me habría convertido en la persona que llevaba la familia hasta su muerte, y para ese momento habría sido demasiado tarde para irme.
Munro suele hablar en términos de huida, ocultamiento y disimulo. Ya en ese momento encontraba una primera forma de escape a través de la lectura y la escritura, si bien sólo en su cabeza. No escribió nada durante mucho tiempo porque "me preocupaba que pudiera ser tan decepcionante o malo" que terminara por abandonar.
Después de reescribir La sirenita para darle un final más feliz, avanzó a una "continuación" ("debe haber muchísimas") de Cumbres borrascosas. Le gustaba la forma en que el paisaje formaba parte de la historia, y sabía que era el tipo de libro que quería escribir. "Mi Cumbres Borrascosas era un Canadá muy reconocible que injerté en Yorkshire." A pesar de no haber leído la novela de Emily Bronte desde hace más de cuarenta años, todavía puede citar pasajes enteros, y en una elocuente pista sobre el ángulo desde el cual aborda un relato, reflexiona: "Todos piensan que querrían ser Cathy, la mujer que Heathcliff amaba, no Isabella, la mujer con la que se casó, ¿verdad?"
La madre de Munro, una ex docente, es una criatura dominante e insatisfecha que recorre su ficción. Su padre, si bien no tenía reparos en dar una paliza a los hijos, constituye una figura más atractiva. Era "adicto a los libros", leía todos los domingos por la tarde y hasta publicó sus propios libros al jubilarse.
Si bien tuvo una infancia difícil, Munro insiste en que no fue particularmente infeliz. "Existía el mundo privado" de la escritura al cual siempre podía retirarse. "Es una suerte nacer en un lugar donde nadie escribe, ya que entonces se puede decir: 'Escribo mejor que todos los demás en el colegio secundario. No se tiene idea de la competencia." Ella y su amiga Atwood tienen "una teoría" para dar cuenta de la fuerte generación de escritoras canadienses a la que pertenecen (Carol Shields, que murió en 2003, era otra amiga). Habría sido impensable que los muchachos de la zona rural de Canadá de esa época fueran intelectuales, dado que "los límites de la masculinidad eran muy estrechos." Por su parte, se alentaba a muchas mujeres, como la madre de Munro y como ella misma, a estudiar y convertirse en maestras. "Fue así que cuando las mujeres empezaron a escribir novelas en Canadá no hubo ningún problema. Eso no quería decir que los hombres iban a leer nuestras novelas, por supuesto, sino que era aceptable que las mujeres fueran escritoras."
De vuelta a su infancia, "lo peor que podía hacerse era llamar la atención", por lo que no dijo nada sobre sus ambiciones. Obtuvo una beca para la Universidad del Oeste de Ontario, algo casi inédito en una chica de su ciudad de Wingham. En el primero de sus "períodos de disimulo" se inscribió en un curso de periodismo porque "todos saben lo que hacen los periodistas" y pasó dos años felices en "un escondite" del fastidioso trabajo doméstico. No era para Munro el escape a París al que recurrió otra cuentista canadiense, Mavis Gallant, nueve años mayor que ella y procedente de un ámbito más sofisticado. "Cuando se vive en un lugar como Wingham, se tienen muy pocas oportunidades de salir", dice. "Si se espera hasta los treinta años, una se vuelve demasiado tímida y es muy poco lo que sabe del mundo, por lo que nunca se concreta. Por eso me fui. Me casé, lo cual fue una decisión muy afortunada."
Ese frío pragmatismo no debe sorprender a los lectores de los cuentos de Munro. En "The Beggar Maid", por ejemplo, Rose acepta casarse con Patrick, pusilánime pero privilegiado, "porque no parecía probable que volvieran a hacerle una oferta de ese tipo." En esos días, dice Munro, "si no se estaba casada a los veinticinco años, se era una fracasada- Desde el colegio secundario sentía que no le caía bien a todo el mundo. Por eso pensé: 'Le gusto a alguien. Un milagro.'"
Como destaca el narrador en "Chance" haciendo referencia a Juliet, que aparece en un trío de relatos autobiográficos: "El problema residía en que era una chica. Si se casaba –lo cual podría pasar, y no era nada fea tratándose de una becaria; en absoluto-, desperdiciaría todo lo que había trabajado, y si no se casaba era probable que se volviera sombría y aislada, con lo que perdería atractivo a los ojos de los hombres."
Tenía veinte años cuando se casó con Jim Munro, que era gerente de las grandes tiendas Eaton's. La pareja se instaló en el norte de Vancouver, y para cuando cumplió los veintiséis años, Munro tenía tres hijas. La segunda, Catherine, murió cuando tenía apenas dos días. Una cuarta, Andrea, nació nueve años después. "Por eso estuve bastante limitada a los veintitantos." Pero leyó "todas las novelas europeas que había que leer", así como a los escritores góticos –Eudora Welty, Flannery O'Connor, Carson McCullers-, cuya influencia es evidente en su trabajo. Por eso aprovechaba cada momento libre –"las siestas (de las niñas) eran muy importantes"- para escribir. En sus memorias, Vidas de madres e hijas, Sheila Munro recuerda que su madre escribía "en un lavadero, y su máquina de escribir estaba entre un lavarropas, un secarropas y una tabla de planchar. En realidad, podía escribir prácticamente en cualquier lugar de la casa." La escena constituye casi una caricatura que ilustra el rótulo de "relatos domésticos" que a Munro le ataron al cuello como un delantal (ese título apareció en una reseña del New York Times en 1983). En 1961, después de publicados algunos relatos en pequeñas revistas y de que se los leyera en radio, el Vancouver Sun publicó un artículo sobre ella titulado: "Un ama de casa encuentra tiempo para escribir cuentos."
En 1963 la familia se trasladó a Victoria, en la isla de Vancouver, donde Jim Munro abrió una librería, Munro's Book Store, las celebraciones por cuyo quincuagésimo aniversario coincidieron con el anuncio del Nobel. Ahora sostiene que "ser un ama de casa" y no tener que preocuparse por un empleo ni por el ingreso fue lo que le hizo posible escribir. De todos modos, recuerda haber visto en un negocio La mística femenina, de Betty Friedan, que acababa de publicarse, y haber tenido miedo de leerlo porque era "sobre la renuncia, y yo estaba en un momento en que temía haber renunciado, ya que no había publicado nada. Fue entonces cuando caí en la depresión."
Esa sensación de asfixia se manifestaba en síntomas físicos: "No puedo respirar. No puedo respirar. Tengo que tomar un sedante", dice al evocar su desesperación en la calma de Bailey's. Durante unos dos años, "escribía parte de una frase y luego tenía que detenerme. Había perdido las esperanzas, la fe en mí misma. Tal vez era algo que tenía que experimentar. Supongo que era porque todavía quería hacer algo importante, importante a la manera de los hombres."
Por "importante" se refiere a escribir una novela. "Trataba una y otra vez de escribir una novela, pero nunca funcionaba. Después de que se publicaron mi segundo, tercer y cuarto libros, las editoriales seguían esperando que escribiera una novela. Yo sentía que estaba perdiendo el tiempo." La mañana que nos encontramos, dijo que acababa de leer una reseña de una novela corta en New Yorker y se preguntaba: "¿qué tan corta?" En un momento, dice su agente, Virginia Barber, que hace mucho que dejó de pedirle una novela, "sus relatos se extendieron tanto que casi lo logramos."
¿Aún lamenta no haber escrito una novela? "Sí, me apena no haber escrito muchas cosas, pero me alegra haber escrito todo lo escribí, ya que cuando era más joven hubo un momento en que existieron muchas probabilidades de que nunca escribiera nada. Estaba demasiado asustada."
En 1968, Munro publicó su primera recopilación, La danza de las sombras felices, que comprendía todos los relatos que había escrito en los anteriores quince años. (El cuento que da título al libro hizo llorar a Atwood porque "era muy bueno"). Un domingo por la tarde del año siguiente, Jim, que "sentía que en mi había algo bueno que se estaba desperdiciando", la envió a la librería a escribir con la promesa de que él prepararía la cena. "La verdad es que preparar la cena no era su punto fuerte –hacía buenas albóndigas, pero era lo único que sabía cocinar-, aunque de todos modos lo hizo y yo bajé a la librería. Al principio me resultó muy difícil, porque estaba rodeada de todos esos libros. Los libros la disuaden a una de escribir, pero logré ignorarlo." El resultado fue La vida de las mujeres, que suele calificarse de su única novela pero que ella describe como "sólo una serie de relatos vinculados."
Atribuye el fin de su bloqueo al descubrimiento de Edna O'Brien y William Maxwell, quien le dio permiso para escribir "sobre la familia y sobre la propia historia, y para hacerlo una y otra vez, sin importar lo que la gente diga, y aprender cada vez más sobre eso. Una vez dijo que había obtenido todo el material que necesitaba a los ocho años de edad, porque en ese momento murió su madre."
En O'Brien reconoció "el dolor del amor" con su madre, así como una comunidad igualmente sofocante en la Irlanda católica: "algo relacionado con la vida de los márgenes del imperio británico, donde se habla la lengua pero no se forma del todo parte de ese mundo. Inspirarse en O'Brien, dice, "es mucho más reconfortante que inspirarse en Cumbres borrascosas. Es el mundo real."
O'Brien también le dio valor para escribir sobre sexo. Todo el que conozca a Munro sólo por su reputación –madres infelices y solteronas de pueblo- se sorprendería al comprobar lo buena que es al escribir sobre el sexo. "Enamorarse, calentarse, engañar cónyuges y disfrutarlo, decir mentiras sexuales, hacer cosas vergonzosas por un deseo irresistible, hacer cálculos sexuales sobre la base de la desesperación social: pocos escritores han explorado esos procesos de forma más minuciosa e implacable", escribe Atwood. Al escribir sobre la sexualidad femenina, dice Munro, "se hace algo de lo que no se enorgullecerá a nadie. Cuando se escribe se siente la necesidad de ir lo más lejos posible. Una siente que está mal, a pesar de lo cual no lo lamenta."
Luego llegaron los años 70, y una generación más joven derrumbó de la noche a la mañana las normas contra las que se habían rebelado adolescentes de posguerra como O'Brien y Munro. Pero eso no significó que las mujeres que se habían convertido en buenas amas de casa de los años 50 cuando tenían apenas veintitantos años no se sintieran inquietas. "A los treinta y tantos años, aún éramos jóvenes, y sentíamos que la vida no había terminado. Fue una verdadera revolución, tanto para los hombres como para las mujeres. La gente empezó a tener aventuras y a pensar que la vida podía ser mucho mejor, o diferente." En 1973, el matrimonio de Munro fue una de las tantas víctimas de la nueva actitud. "Era lo que había que hacer", dice como si tal cosa.
Tenía algo de dinero en el banco y un tercer libro a punto de publicarse, pero por primera vez en su vida tenía que pensar en ganar dinero, por lo que aceptó un trabajo como docente de escritura creativa en la Universidad de York en Toronto. Sólo duró hasta Navidad, porque "no era nada buena en eso. No lo soportaba." La docencia podrá haber sido un desastre, pero el traslado al sur de Ontario fue un momento decisivo para Munro, tanto en el plano personal como en el profesional. En un giro narrativo que parecía salido de uno de sus relatos, se encontró con Gerry Fremlin, que había sido editor de la revista estudiantil cuando Munro iba a la universidad y era la primera persona a la que ella le había enviado su trabajo. Fremlin le escribió como admirador, pero a ella le resultó decepcionante que él sólo admirara su escritura. Se encontraron en Ontario y "tres martinis después", cuenta, ya estaban juntos.
Al final de La vida de las mujeres hay un pasaje muy citado y, en retrospectiva, profético: "La vida de la gente, en Jubilee como en otros lugares, era aburrida, simple, asombrosa, insondable: profundas cuevas tapizadas con linóleo de cocina. No se me ocurrió que un día sentiría tantas ansias de Jubilee." Más de veinte años después de su escape de Wingham, volvió a Clinton, a 30 kilómetros de esas "profundas cuevas tapizadas con linóleo de cocina" de su infancia, esta vez a vivir con Gerry en la casa donde éste había nacido porque su madre estaba enferma.
A partir de ese momento, "volcó su vida en sus relatos", dice Gibson, con la que firmó contrató en 1976 y que ha sido su agente desde entonces. "Cuando volvió, descubrió que ese era su mundo, y el mundo que iba a informar su escritura durante el resto de su vida."
"Amo este paisaje", me dice. Gerry, que es geógrafo, la ha ayudado a apreciarlo de nuevas maneras. "Empecé a recordar más cosas que habían pasado aquí y creo que comencé a escribir relatos más rigurosos." Sus historias se hicieron menos personales; su prosa, más simple, mientras que la narrativa se volvió más extensa y compleja. Virginia "Ginger" Barber se convirtió en su agente internacional a fines de los años 70 y empezó a vender sus relatos a la New Yorker. Los primeros que publicó la revista fueron "The Beggar Maid" y "Royal Beatings". Su presencia es ahora tan habitual que un par de críticos se han referido a sus relatos de forma algo irónica como "relatos breves de clásico estilo New Yorker", populares, en opinión de uno de ellos, entre los lectores urbanos "que se preguntan cómo era la vida en el campo." Con los años, Barber observó que sus temas se fueron ampliando. "No hay tanto énfasis en la relación madre-hija, aparecen el amor romántico y sus complicaciones, así como los hijos. A medida que su vida cambiaba, también lo hacían sus cuentos. No eran necesariamente autobiográficos, sino que reflejaban las circunstancias." Cada tres o cuatro años aparecen recopilaciones, que ya suman catorce.
Barber también fue responsable de la publicación de Munro en Gran Bretaña. A Carmen Callil le entusiasmó la idea de que Munro fuera uno de sus primeros contratos al incorporarse a Chatto procedente de Virago en 1982: "Ginger me dijo: 'Te tengo un regalo maravilloso, la mejor escritora que tengo', y era Alice Munro."
Cuando nos encontramos, Munro dice que le preocupa un relato que pronto se publicará en la revista Harper's porque piensa que el orden de los "segmentos" no es el correcto. "He estado pensando tanto en eso, que quiero escribir a Harper's y pedir que me lo devuelvan." Tiene un "estilo poco común que pasa por ir de A a M, luego de J a C y después hasta la Z. Como por arte de magia, luego todo se integra y adquiere un sentido perfecto", dice Gibson, que considera que su principal papel es el de "arrancarle cada relato para poder publicarlo." Munro ni siquiera tiene una habitación para ella, dice Gibson, y trabaja en un pequeño escritorio austero en un rincón de la sala principal ("Gerry suele preparar sándwiches más atrás"). "Hay un lugar maravilloso en la planta alta de la casa", observa su editora estadounidense, Ann Close, "desde el que puede ver el jardín y, más allá, vías de tren y el campo, y es ahí donde elabora mucho de sus relatos."
Ginger Barber nunca llama antes de las once de la mañana, ya que sabe que es la hora a la que escribe. Tiene una foto que atesora, que llegó por correo junto con uno de los manuscritos, en la que se ve a Munro sentada en el sofá en camisón, despeinada, escribiendo en un cuaderno que tiene apoyado en la falda. "El lápiz se desliza por la página." Escribe todo a mano, "tal como surge, y luego reordeno, reescribo y reescribo. Me puede llevar por lo menos seis meses. Hasta me puede llevar un año. Reescribo una y otra vez." Trabaja años en algunos relatos. Con frecuencia transcurren en el pasado, y muchos lo hacen en los años 60 y 70 porque "fue el momento más turbulento e interesante que viví en el plano personal." Cuando le pregunto si está siempre observando a la gente, preguntándose sobre su vida y su historia, me contesta con un firme no. "Siempre he tenido material suficiente. Tengo siempre material de sobra." Sin embargo, le preocupa no seguir el ritmo de la época, no en términos de "poblar" su trabajo de cosas modernas (un teléfono celular hizo su primera aparición en un reciente relato), sino de la forma en que habita sus personajes. "¿Cómo puedo seguir escribiendo si sé tan poco? Es muy poco lo que sé de la vida de la mayor parte de quienes tienen en la actualidad menos de treinta años. Tengo una idea de cómo es su vida en el plano sexual, pero tampoco una idea muy clara."
Tanto sus relatos como su conversación reflejan la preocupación por las limitaciones impuestas a las mujeres. "Mucha gente me pregunta por qué no he querido ampliar mi perspectiva. Me dicen: 'Es tan estrecha, todo transcurre en el lugar donde creció.' No dicen que es 'femenino' –nadie se atreve a decirlo-, sino que es... personal, y se considera que es algo que podría haber superado. Pienso que todo eso es basura, pero eso no impide que sienta... ¿por qué no lo hice?"
No pone excusas por el hecho de escribir sus relatos en los breves momentos de los que dispone una madre. Es su forma de escribir, si bien piensa que puede tener alguna relación con saber que siempre podrá terminar lo que empiece.
¿Por qué sus relatos son tan admirados?
"Tal vez escribo historias con las que la gente se identifica; tal vez sea por la complejidad y las vidas que presento. Espero que sean una buena lectura. Espero que movilicen a la gente. Cuando me gusta un relato es porque tiene un efecto" -se lleva un puño cerrado al corazón- "porque es un golpe directo al pecho." La descripción que hace del efecto de "La dama del perrito", de Chejov, describe a la perfección el suyo: el clima de la historia se nos mete en los huesos.
"Es algo maravilloso para mí y algo maravilloso para el cuento", dijo a la fundación Nobel luego de que se le otorgara el premio. "Suele minimizarse (el cuento) como algo que la gente hace antes de escribir una novela (...) Me gustaría que pasara a un primer plano sin ningún tipo de ataduras."
El domingo 21 de agosto de 2011 un tornado azotó Goderich y demolió varias de las viejas construcciones. Bailey's fue uno de los lugares más afectados. "Un caso de desaprobación divina", bromeó Munro. Un accidente extraño, una tragedia personal; todo podría salir de las páginas de un relato de Munro, entre otras cosas la estructura, así como la vergonzosa demora entre mi entrevista y su publicación. "Me gustan los hiatos; en todos mis cuentos hay hiatos", ha dicho Munro. "Parece ser la forma en que se presentan las vidas de la gente."
Entrevista a Alice Munro, Lisa Allardice [Especial para The Guardian y Clarín, 9 de diciembre de 2013]. Traducción de Joaquín Ibarburu

Munro, Alice 1968

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