miércoles, 7 de octubre de 2015

Liebe macht Gegenliebe

Ana Bautista Palacios y su madre, Ángela Bautista Palacios, son una nueva familia. Literalmente. Hace 30 años la reproducción asistida no existía. Victoria Anna Sánchez, la primera niña probeta española, tiene 21 años. En ese tiempo, decenas de miles de niños han nacido en España gracias a estas técnicas que han hecho posible la paternidad no sólo a parejas con problemas de infertilidad, sino a mujeres que, como Ángela, deseaban ser madres sin necesidad de tener un compañero.
Ángela no es una madre soltera en sentido estricto. En esta casa no hay padre, ni presente ni ausente. Son madre e hija. Una familia completa en sí misma. "Mucha gente que antes no quería o no podía formar una familia tradicional, ahora sí puede crear una. No la clásica, la de siempre, sino la suya propia. Seguramente, si no hubiera tenido la vía de la inseminación, ahora yo estaría sola. Habría una familia menos", dice la madre de la criatura.
La ciencia, el aumento de la esperanza de vida en quince años de media, la creciente independencia de las mujeres, el desarrollo económico y la tolerancia social hacia el ejercicio de las libertades personales están detrás de la historia de Ángela y Ana y de otras muchas familias españolas. De una metamorfosis que se viene gestando de puertas adentro en los hogares desde hace 25 años. La revolución familiar.
La aprobación en el Congreso de los Diputados, el pasado 21 de abril, de la ley de matrimonio entre parejas del mismo sexo -y las 40 bodas a que, por ahora, ha dado lugar- es sólo el último y más llamativo episodio de una serie de cambios complejos en el entramado familiar de este país. La familia nuclear clásica, compuesta por un hombre y una mujer casados y con voluntad de tener hijos, sigue siendo el modelo mayoritario, pero, desde luego, ya no es el único que se practica abiertamente y que goza de plena aceptación social.
Surgen, orgullosos, otros tipos de familia que antes o no existían -como la maternidad asistida y en solitario de Ángela-, o no contaban con gran prestigio social -segundas parejas, madres o padres separados con sus hijos, individuos que viven solos-, o, directamente, permanecían en la semiclandestinidad, como las parejas y familias homosexuales con hijos.
La transformación se veía venir. En los ochenta, en los noventa, cada vez con más frecuencia y en todas las clases sociales, todo el mundo empezó a tener amigos divorciados, familiares que se iban a vivir juntos sin casarse, vecinos que vivían solos porque sí o algún conocido que convivía con una pareja del mismo sexo. Pero la demografía no es una ciencia de respuesta rápida y diez años es el periodo que considera mínimo para revisitar una población y comprobar qué hay de nuevo. Fue el censo de 2001 el que puso las cartas sobre la mesa. Ese año, además de contarnos, el Instituto Nacional de Estadística, nos preguntó cómo y con quién vivíamos. Las respuestas eran voluntarias. Los resultados, una foto fija de una realidad muy movida, dejaron pasmados a los propios profesionales.
Más de un millón de personas viven -vivían en 2001- en pareja sin estar casados, un 155% más que en 1991. Uno de cada cinco bebés nace fuera del matrimonio, el doble que en 1991. Hay casi medio millón de hogares encabezados por una persona (mujer, en un 87%) divorciada con sus hijos a cargo, el doble que una década atrás. Casi tres millones de españoles viven solos. Y, por primera vez en la historia de la demografía española, 10.500 hombres y mujeres declaraban libremente que son homosexuales y que conviven con sus parejas afectivas del mismo sexo.
Ésta era, en 2001, la realidad de la familia española. El retrato seguramente se ha quedado viejo. En cualquier caso, es el último. El único que, con documentos en la mano, podía tener en mente el arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela, cuando declaró, el pasado 15 de mayo con motivo de la legalización del matrimonio gay y en vísperas de asistir a la manifestación contra la misma convocada por el Foro de la Familia: "La familia atraviesa uno de los momentos más difíciles de su historia".
Son muchos los que no comparten esta apreciación. Algunos de los nuevos -y de los viejos- modelos familiares que conviven en las ciudades y los pueblos españoles ilustran estas páginas.
Los Martínez-Arranz son, en la jerga sociológica, una familia reconstituida. Una de las 233.000 que se declararon como tales en el censo de 2001. José y Lourdes, cuarentones, divorciados de sendos primeros matrimonios, crearon un nuevo hogar cuando tuvieron a Vera, de dos años, su única hija común. José tiene una hija de su anterior esposa: Marina. Lourdes, dos: Helio y Jana. Viven todos juntos. Bueno, Marina viene y va. Este curso escolar le toca estar con su padre, pero el anterior y el próximo estuvo y estará con su madre, dado que ambos ex cónyuges tienen la custodia compartida de la niña. La madre de Lourdes es viuda y vive en casa a temporadas para cuidar de todos mientras su hija, azafata de Iberia, vuela por el mundo. No, las teleseries no se inventan nada. La realidad es mucho más interesante.
Este verano, un grupo de demógrafos, sociólogos, políticos y estudiantes se reunieron en un palacio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid) para debatir sobre familias como la de Ana Bautista o la de Marina Martínez. La socióloga Constanza Tobío fue la directora del curso Nuevas formas familiares del siglo XXI, programado por la Universidad Complutense. Los cambios en la estructura familiar y su visibilidad social han sido tan rápidos que los especialistas tienen que pararse a pensar. "Aparecen nuevas formas de parentesco distintos a la concepción clásica de lazo de sangre o conyugal. ¿Qué relación hay entre hijos de uniones anteriores que no son hermanos, ni hermanastros, pero que conviven como tales? ¿Es eso parentesco, es familia? Creo que sí, son nuevos vínculos, pero no sabemos aún cómo llamarlos", admite Tobío.
Esta profesora de la Universidad Carlos III, bregada en muchos congresos internacionales, está acostumbrada a ilustrar a sus colegas extranjeros sobre las peculiaridades del caso español. El ejemplo de España es inédito en el mundo, sostiene.[¡!] "Es como si la historia hubiera estado congelada durante 40 años y, a finales de los setenta, empiezan todas las transiciones", sostiene. "La política, claro, pero también la demográfica y la revolución de género. La esperanza de vida sube. La natalidad cae en picado. Las tasas de actividad laboral de la mujer se doblan (del 30% en 1975, al 70% hoy) y se produce un desplazamiento de cinco años en la edad de la primera maternidad (hoy, 29 años)". Y todo eso ocurre muy rápido y todo a la vez. Esos cambios, que en otros países se inician tras la Segunda Guerra Mundial y ocupan 50 años, aquí culminan en 25. Y llevan consigo una profunda transformación social.
"La familia nuclear clásica pierde su hegemonía desde el punto de vista de su práctica y su aceptación social, y ahora vemos una situación de gran desarrollo y diversidad familiar", añade Tobío. "Es la primera gran revolución de la familia desde el punto de vista de la voluntad y de la libertad. Ya no se trata sólo de crear familia como espacio de supervivencia, sino como una elección personal y una búsqueda de la felicidad. Hay una eclosión de distintos tipos de familia, de enriquecimiento de la misma como institución social, y, todo, con unos índices de normalidad y tolerancia social enormes. Cuando cuentas esto fuera, muchos sesudos demógrafos y sociólogos sajones o nórdicos, habituados a ser los más desarrollados, se quedan perplejos".
Es lo que le pasó en agosto a Turid Noack, una flemática profesora de Sociología de la Universidad de Oslo. La señora Noack vino a El Escorial a dictar una ponencia sobre la evolución de las parejas homosexuales registradas en Noruega en los 12 años de vigor de la ley en ese país. Una norma que las excluye expresamente de la adopción y el acceso a la reproducción asistida. "Los homosexuales se casan en menor proporción que los heterosexuales. Hay más uniones de gays que de lesbianas. Ambos se divorcian en mayor grado que los heterosexuales. Y, atención, las lesbianas se separan el doble que los gays y el triple que los heterosexuales", vino a decir.
Fue luego, en el debate, cuando claudicó ante el bombardeo de preguntas de los asistentes. "¿Es usted partidaria de que los homosexuales adopten? ¿Cómo evolucionan los hijos en las familias homoparentales? ¿Qué le parece la ley española de matrimonio gay?". Noack, muy científica, presentó sus excusas: "Sólo tenemos 70 niños nacidos en parejas del mismo sexo y aún no hay datos sobre su desarrollo. Y, por supuesto, no tengo opinión al respecto. Creo que se está produciendo una sobrevaloración de un fenómeno que es aislado. La familia más común en Noruega es la de un hombre y una mujer que se casan y tienen dos hijos", zanjó, sobrepasada.
En España también. El censo que destapó en 2001 la diversidad familiar constataba que casi la mitad (45,6%) de los hogares están habitados por una pareja y sus hijos. Como la de Isabel Gaspar y Pablo Sancha, un matrimonio de profesionales cuarentones casados por la Iglesia (7 de cada 10 bodas se celebran ante el altar) y sus hijos Fabio y Mauro. O sus amigos y vecinos, Marival y Fernando, casados por el juzgado (opción que gana terreno, pero minoritaria), y sus hijas, Irene y Lucía.
Pero si se empieza a tirar del hilo y a ampliar el círculo a la familia extensa, a los padres, hermanos, tíos, primos o sobrinos, en casi todas las familias aparece una hermana divorciada, un sobrino que convive con su novia, un nieto nacido fuera del matrimonio. Una casa distinta. Esta revista quiso incluir una fotografía de una gran familia al modo clásico. Abuelos, hijos e hijas, nueras y yernos, nietos y nietas. Todos felizmente casados y con descendencia. No fue posible. Esas sagas existen, faltaría más, pero muchas de ellas ya no son tan ideales, tan homogéneas. Han ido cambiando sobre la marcha.
Los abuelos de hoy, niños de la guerra o la posguerra, han vivido el terremoto sociológico en su casa y en su prole. Muchos padres, unidos en santo matrimonio hace décadas, han casado a sus hijos mayores por la Iglesia, a los medianos por el juzgado y a los pequeños por ningún sitio porque se han ido de casa a los 30 años para vivir con su pareja sin papeles. Eso sí, se han ido. Ven venir (y llegar) las separaciones; cuidan a los hijos de sus hijas trabajadoras; van a menos bodas, bautizos y comuniones. A muchos no les gusta lo que ven. Pero ahí están. Recibiéndoles a todos a comer una paella los domingos.
"No ha habido en España otra institución que haya sufrido una transformación tan profunda en los últimos 25 años como la familia", constata Julio Iglesias de Ussel, catedrático de Sociología de la Universidad de Granada y ex secretario de Estado de Educación con el Partido Popular. Recuérdese, apunta, que hasta 1981 no se legalizó el divorcio. Oficialmente, hasta entonces no había matrimonios separados ni familias recompuestas. Las queridas y los bastardos no contaban, por supuesto. "El sistema legal y social imponía un modelo concreto. El Código Penal protegía a la familia nuclear penando, por ejemplo, el adulterio. Eso ha cambiado radicalmente, y la familia ha probado su capacidad de adaptación resistiendo los embates".
Iglesias de Ussel no ve tanta novedad en los nuevos modelos familiares. "Las pasiones son tan antiguas como la Humanidad, nadie está inventando nada. Antes, también existía la diversidad, la heterogeneidad, lo que se llamaba entonces la desviación, pero o se iban al extranjero o se escondían en casa. Lo que ocurre es que ahora quieren legitimidad y se reivindican como familia", sostiene.
Eso ha ofendido a algunos. Ya lo dijo Benigno Blanco, presidente del Foro de la Familia, horas antes de la manifestación que recorrió Madrid "en defensa de la familia" con motivo de la aprobación del matrimonio gay. A la pregunta de cómo define la familia esta organización, Blanco, que también fue secretario de Estado con el PP, detalló: "Estamos defendiendo el matrimonio como una institución formada por un hombre y una mujer libremente, con vocación de estabilidad y en principio abierta a la vida. Familia es el haz de relaciones que sale de esa realidad". Y sí, explícitamente, según él, la familia se siente "agredida" por el matrimonio gay.
[¿A esto llaman defensa de la familia?]
Ussel no ve el peligro. "Aún hay poca secuencia temporal, pero no creo que la familia nuclear heterosexual tenga sombra en su horizonte. La convivencia de modelos no tiene por qué tener efectos perturbadores de uno sobre otro. Entre otras cosas, son porcentajes muy distintos".
En España no existe una contabilidad tan meticulosa como la que lleva la profesora Noack en Noruega. Pero Julia y Teo son dos de los contados niños nacidos en el seno de una pareja homosexual española. Cuando Julia Sevillano los adopte tras casarse con Esther, su madre biológica, serán hijos de mamá y mamá. En la práctica, ya lo son. Julia, Esther y sus hijos se consideran una familia. Como Isabel, Pablo, Fabio y Mauro. Como Ángela y Ana. Como José y Lourdes y todos los niños que crían, cada uno de su padre y de su madre.
Si se les pregunta qué es una familia, qué argamasa mantiene unida a la suya, las respuestas varían poco. "Quererse, hacerse bien, vivir y crecer juntos", dicen las madres de Julia y Teo. "Amor, respeto, atención, curiosidad, optimismo", enumera Isabel. "Amor, ganas de estar y evolucionar juntos", redunda Elena, madre de Yun, de dos años, a la que fue a buscar en febrero a un orfanato de Chongqing (China), en cuyas calles la habían abandonado sus padres biológicos. "No soy una defensora acérrima de la familia", aporta Ángela Bautista, la madre de Ana, "también las hay nefastas: padres que machacan, madres que castran, hijos que maltratan. Pero es el sistema menos malo que hemos encontrado para crecer y desarrollarnos".
[Amor, respeto, confianza, protección, educación en el más amplio sentido]
Quizá lo que sucede es que todo está cambiando para que todo siga igual. Y es que la familia sigue siendo, con todos sus avatares, un lugar donde apetece estar. "El ser humano necesita una estructura de acogida fiel y segura para poder desarrollarse en armonía emocional e intelectualmente. La familia es un lugar de encuentro intergeneracional, un espacio de privacidad y un entorno de confianza que no es fácil hallar en otro lugar en nuestro mundo", apunta Francesc Torralba, filósofo y teólogo de la Universidad Ramón Llull y experto en bioética y nuevas familias. "A pesar de todos los cambios, no han surgido comunas ni eremitas que se vayan a vivir al monte, la gente quiere hacer familia", concluye, más gráfico, Iglesias de Ussel.
"La familia es, por encima de todas, la institución mejor valorada en todas las encuestas", ilustra Constanza Tobío. "La familia a secas, sin especificar cuál, incluyendo el hogar familiar y la red familiar". Por algo será. Expertos de distintas tendencias políticas coinciden. La familia ha sido y es, entre otras cosas, el colchón de las personas frente a una Administración que la ignora. "La crisis de los ochenta fue en gran parte superada gracias al soporte invisible que ha sido para los jóvenes que no se han emancipado", dice Iglesias. "La nueva familia extensa, esos abuelos al quite, ha permitido el acceso de la mujer al mundo laboral, supliendo la falta de políticas de conciliación eficaces", añade Tobío. "Son una ONG: abuelos sin fronteras", asiente José, el papá de Marina. "Yaya -la madre de Lourdes- y mis padres son como la red que protege a los trapecistas".
Amparo Marzal, directora general de las Familias, fue otra de las invitadas en El Escorial. El plural de su cargo da idea de la apuesta del actual Gobierno por la diversidad familiar, pero de momento Marzal sólo pudo avanzar proyectos en marcha, como "la futura ley de atención a los dependientes, la mejora de los permisos a madres y padres por necesidades familiares, el incremento de la oferta de educación para menores de tres años, o la regulación de los efectos jurídicos, sociales y fiscales de los distintos modelos familiares".
La iniciativa política va, como siempre, a rebufo de la realidad. Hasta este verano, 17 años después de la aprobación de la Ley de Reproducción Asistida, no se reformó el artículo del Código Civil que obligaba a incluir un nombre de varón como padre en la partida de nacimiento. Aunque no hubiera padre. De hecho, Ana Bautista, concebida por inseminación de donante anónimo, figura en su libro de familia como hija de un tal José. "Dije que, como me obligaban, pusieran Pepe -de padre putativo-, pero me contestaron que no se podía poner un diminutivo, así que le ascendí a José", recuerda la madre de la niña.
Lo que es evidente es que todas las familias, las nuevas y las viejas, votan. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, poco sospechosa de vanguardismo en materia de costumbres, ha prometido viviendas públicas para separados. Y acaba de desmarcarse del anunciado recurso de inconstitucionalidad a la ley de matrimonio homosexual anunciado por el Partido Popular proclamando que "no es oportuno políticamente". "Soy la presidenta de todos los madrileños, también de los gays y lesbianas", declaró. Margarita Uría, portavoz del PNV en el Congreso, se mostraba ufana de haber conseguido, con motivo de la reciente ley que agiliza el divorcio, introducir un artículo que "obliga a los cónyuges a compartir las tareas domésticas". "Es la iniciativa de mi grupo que mayor interés internacional ha despertado nunca", presumía su señoría.
En este sentido existe el riesgo de, como advierte Constanza Tobío, "pasarse de modernos". "Se ha anunciado que la ley de Igualdad contemplará un permiso de paternidad. Estupendo. Pero es empezar la casa por el tejado. Eso se hizo en los países nórdicos cuando ya había una malla de guarderías públicas, mientras aquí, de momento, ni siquiera existe la figura del permiso por enfermedad de un menor", dice. Esto no es Suecia. La realidad es la que es. En 2004, sólo el 1,4% de las bajas por nacimiento fueron disfrutadas parcialmente por los padres de las criaturas.
La realidad se complica. Tobío y sus colegas de El Escorial no pueden bajar la guardia. "Antes, seguir a un individuo era relativamente sencillo: nacía, se casaba, enviudaba y fallecía. Ahora, ese mismo individuo puede pasar por media docena de estados civiles -emparejado, casado, divorciado, emparejado pero sin convivir, padre solo- a lo largo de su vida, y eso sin registrarse en ninguna parte. Habrá que espabilar o ponerles un GPS", bromea. Hay realidades que les han dejado sin palabras.
De momento, desde los expertos con tres carreras hasta los niños de 10 años acuden, como Marina Martínez, a una acumulación de frases subordinadas: "Jana es la hija de la novia de mi papá".
Pero quizá sí haya palabras inventadas para nombrar el vínculo que une a Jana y a Marina, dos niñas que viven juntas y son cada una de su padre y de su madre. El abuelo paterno de Marina, José María Martínez, tiene 77 años y es natural de Cabezamesada (Toledo): "En mi pueblo se llamaba el andao al hijo que aportaba al matrimonio un viudo cuando se volvía a casar. O una madre soltera que se casaba con otro hombre. Digo yo que fuera porque esos niños ya iban andando a la boda. Mire usted en el diccionario, que seguro que viene".
Diccionario de la Real Academia de la Lengua. 'Andado': "(Del latín ante natus: nacido antes)". Definitivamente, como dice Ussel, casi todo está inventado. Lo que sucede es que ahora todos quieren su sitio en la plaza, bajo el sol.

Familia reconstituida
"Sí, nuestra casa es un lío. Pero somos felices"
Su historia es un bolero. Novios a los 20, se reencontraron casi a los 40, separados y con hijos. Pero "20 años no es nada" y volvieron a enamorarse. Cada uno en su casa, intentaron "espacios de convivencia": días libres, vacaciones, para "ensamblar la relación de todos con todos". "Eso y el que los niños fueran pequeños facilitó el acople; eso sí, con discusiones, alianzas y contralianzas cotidianas, es decir, como hermanos". Vera, un "nexo" adorable, inauguró la casa común. Marina va y viene, pero siempre está al llegar. "La custodia compartida es la mejor decisión que tomamos mi ex mujer y yo por nuestra hija", dice José. "Esta casa es un lío, sí, pero la vida es compleja y somos felices". En la nevera, un forges: un crío le pregunta a otro: "¿Tus padres se llevan bien". Respuesta: "Casi todos, sí".

Familia homoparental 

"Nos amamos, nos hacemos bien, crecemos juntos"

Son una nueva familia de libro. Esther parió a los mellizos, concebidos por inseminación artificial. Antes lo había intentado Julia. Comparten dos casas gemelas con Rafa (padre biológico de los niños) y su novia, Rosana. Pero oyéndolas, su historia suena muy familiar. "Llevas diez años juntas. Ves que tienes casi 40, que te sigues amando, que quieres compartir el cuidado y el cariño de unos hijos y no te quieres arrepentir de no haberlo intentado. Pensamos que sería más bonito que el padre fuera un amigo querido, como Rafa, que un donante anónimo. Una familia son las vivencias, vivir y crecer juntos. Nos queremos, nos hacemos bien. Quizá no reproduzcamos el modelo familiar tradicional, pero la base es ésa, lo que mamamos en casa, el calor y el amor que tuvimos en la infancia".
[A mí me parece que lo deseable es que un niño tenga, por lo menos, dos personas que se encarguen de su educación. Respeto la decisión de una persona que decida educar a un hijo sola -bien adoptado, bien biológico- pero me parece que lo más justo para un niño es que dos personas compartan su custodia o se ocupen de él. Tristemente hay casos en los que uno de los miembros de la pareja se queda solo o viudo y no desea buscar una nueva pareja, pero tomar la decisión voluntaria (a mí me parece que también egoísta) de formar una familia de dos, de desempeñar el rol de madre y padre a la vez. No termino de verlo claro.]


Familia nuclear clásica

"La familia es de hombre y mujer, así lo siento"
"Me enamoré de Pablo a los 16 años y sigo así. Yo trabajaba de modelo y tenía el campo abierto. Pero en vez de tirarme al monte, me tiré al redil", ríe Isabel. Se casaron por la Iglesia, "por marcar un antes y un después, por institucionalizar la pareja". "El juzgado me parecía cutre [¡!] e irnos a vivir juntos era como salir por la puerta de atrás", añade. Tuvieron a los niños cuando se estabilizaron laboralmente. Isabel es "quien lleva la casa" y tiene un modelo: "Mi madre, que siempre estaba ahí". "Ella tuvo que renunciar a mucho, pero yo no renuncio a ser mujer, pareja y profesional, son otros tiempos". Se consideran una familia "clásica de hoy". "Familia es un hombre y una mujer. Aún me cuesta ver con naturalidad una pareja homosexual con hijos. No sé justificarlo con argumentos, pero así lo siento".
[No puedo compartir esta opinión de ninguna manera. ¿Con qué derecho niega que pueda haber otros tipos de familia tan legítimos como el clásico?
Me acuerdo de la maravillosa película «Le gamin au vélo» o la entrañable «Boyhood». Un niño necesita una familia, un espacio en el que sentirse seguro, al menos una persona que se ocupe responsablemente de su educación integral. 
La opinión de esta señora me parece discriminatoria, irrespetuosa e intolerante. El único modelo familiar que admite es el suyo propio. ¿En base a qué? ¿a los lazos de sangre? ¿a criterios de normalidad y “anormalidad”?
Me provoca mucha tristeza.]

Familia extensa 'evolucionada'

"Ves las crisis antes de llegar: son tus hijos"
Ramón Lara y Charo Rodríguez se casaron hace 47 años en la Santa Iglesia Magistral de Alcalá de Henares. "Hasta que la muerte nos separe". Tuvieron tres hijas (Ana, Marival y Chus), un hijo (Juan Ramón, 33 años, ausente en la foto) y, por ahora, seis nietos. Una familia de toda la vida. Pero la hoja de ruta ha sido distinta de la que imaginaban. Han vivido en su casa muchos de los cambios que han sacudido a la familia española. Su hija mayor, casada joven, se separó pronto y volvió a casarse. Su nieta Adda, a la que casi criaron, vive con su novio sin papeles. Unos hijos se casaron por la Iglesia; otros, no. Unos nietos están bautizados, otros no. No ha sido una fiesta continua, pero tampoco un drama: "Hemos vivido la vida como ha venido. Los hijos buscan su felicidad. Les ves sufrir, ves las crisis antes de llegar, las vives con ellos. Nuestros hijos no han sido ni los primeros ni los últimos y nuestro sitio es estar siempre con ellos. Para eso somos una familia".

Familia monoparental

"No hay padre, mi familia somos mi hija y yo"
Ángela siempre supo que iba a ser madre. "Era una cosa de tripas, pero no estoy loca. Lo hice cuando pude, cuando me asenté laboral y emocionalmente". Como no encontraba un hombre con el que quisiera procrear, a punto de cumplir los 35 comenzó el proceso -seis inseminaciones- que la convirtió en madre de Ana año y medio más tarde. El abuelo, el tío, los amigos de mamá, su pareja en la vida de Ana no faltan figuras masculinas. Pero no hay padre. "Tengo papá", aclara la niña, "pero no se sabe quién es y él tampoco sabe que soy su hija, sólo dio su semillita. Mi familia somos mamá y yo". La madre está "orgullosa" de su paso. ¿Lo peor? "La soledad cuando Ana cae enferma". Lo mejor está a la vista. Eso sí, ni pensar en un hermanito. "¿Dos como ella? Demasiado para mí".
La revolución familiar, Luz Sánchez-Mellado [El País, 9 de octubre de 2005]


La industrialización y el éxodo del campo a la ciudad se llevó por delante la familia extensa, aquella en la que varias generaciones compartían techo, incluidos tías y tíos disminuidos o solteros. Poco a poco fue sustituida por la familia nuclear, integrada por los padres y dos hijos. Este modelo ha sido el predominante durante mucho tiempo, pero ahora está en claro retroceso en España, según datos del INE, el instituto estadístico.
La familia nuclear sigue siendo mayoritaria (31,8%), pero desde hace un tiempo, y de forma acelerada, los hogares españoles albergan una variedad cada vez mayor de formatos familiares. Crecen, por ejemplo, los unipersonales (23,2%) y no solo en la tercera edad por haber enviudado, sino entre los menores de 65 años. Estos últimos representan el 13,7% del total. También aumentan las parejas sin hijos, que en 10 años han crecido y suman el 21% de los hogares.
Irrumpen también con fuerza nuevas formas de familia, como la monoparental (9,3%) compuesta por un padre o una madre y sus hijos, que puede ser fruto de una ruptura o una pérdida, y también, cada vez más, de una libre elección. Este es el caso de las mujeres que recurren a un banco de semen para ser madres y constituyen una familia en solitario. Y está también la familia reconstituida, formada por una pareja que aporta hijos de anteriores convivencias.
Toda esta diversidad plantea nuevas necesidades que exigen soluciones también nuevas. En los supermercados sigue vigente el tamaño familiar, por supuesto, pero cada vez ocupan más lugar las monodosis y los surtidos (de fruta, de verdura, de carne...) para solteros y solitarios. Hasta el lenguaje necesita reinventarse porque no es fácil para un niño explicar que su madre le concibió de un banco de semen o aclarar que ese señor que le viene a recoger es “el abuelo por parte de la compañera de mi padre”.
Pero lo más relevante es que, en conjunto, son hogares con menos niños, y eso sí que va a ser un problema. Las políticas sociales no solo deberían adaptarse a las nuevas formas de familia, sino que deberían plantear medidas concretas para facilitar que, cualquiera que sea su forma, no tenga que renunciar a tener hijos por carecer de las condiciones necesarias.
Pequeñas y grandes familias, [El País, 16 de diciembre de 2013]


El Perú tiene en estos días una oportunidad para dar un paso más en el camino de la cultura de la libertad, dejando atrás una de las formas más extendidas y practicadas de la barbarie, que es la homofobia, es decir, el odio a los homosexuales. El congresista Carlos Bruce ha presentado un proyecto de ley de Unión Civil entre personas del mismo sexo, que cuenta con el apoyo del Ministerio de Justicia, la Defensoría del Pueblo, de las Naciones Unidas y de Amnistía Internacional. Los principales partidos políticos representados en el Congreso, tanto de derecha como de izquierda, parecen favorables a la iniciativa, de modo que la ley tiene muchas posibilidades de ser aprobada.
De este modo, el Perú sería el sexto país latinoamericano y el 61 en el mundo en reconocer legalmente el derecho de los homosexuales de vivir en pareja, constituyendo una institución civil equivalente (aunque no idéntica) al matrimonio. Si da este paso, tan importante como haberse por fin librado de la dictadura y del terrorismo [¡!], el Perú comenzará a desagraviar a muchos millones de peruanos que, a lo largo de su historia, por ser homosexuales fueron escarnecidos y vilipendiados hasta extremos indescriptibles, encarcelados, despojados de sus derechos más elementales, expulsados de sus trabajos, sometidos a discriminación y acoso en su vida profesional y privada y presentados como anormales y degenerados.
Ahora mismo, en el previsible debate que este proyecto de ley ha provocado, la Conferencia Episcopal Peruana, en un comunicado cavernario y de una crasa ignorancia, afirma que el homosexualismo “contraría el orden natural”, “atenta contra la dignidad humana” y “amenaza la sana orientación de los niños”. El inefable arzobispo primado de Lima, el cardenal Cipriani, por su parte, ha pedido que haya un referéndum nacional sobre la Unión Civil. Muchos nos hemos preguntado por qué no pidió esa consulta popular cuando el régimen dictatorial de Fujimori, con el que fue tan comprensivo, hizo esterilizar manu militari y con pérfidas mentiras a millares de campesinas (haciéndoles creer que las iba a vacunar), muchas de las cuales murieron desangradas a causa de esta criminal operación.
Hace algunos años, me temo, una iniciativa como la del congresista Carlos Bruce (quien, dicho sea de paso, acaba de ser amenazado de muerte por un fanático) hubiera sido imposible, por la férrea influencia que ejercía el sector más troglodita de la Iglesia católica sobre la opinión pública en materia sexual, y, aunque en la práctica el homosexualismo fuera la opción ejercida por una franja considerable de la sociedad, este ejercicio era riesgoso, clandestino y vergonzante, porque, quien se atrevía a reivindicarlo a cara descubierta, era objeto de un instantáneo linchamiento público. Las cosas han cambiado desde entonces, para mejor, aunque todavía quede mucha maleza por desbrozar. Veo, en el debate actual, que intelectuales, periodistas, artistas, profesionales, dirigentes políticos y gremiales, oenegés, instituciones y organizaciones católicas de base se pronuncian con meridiana claridad contra exabruptos homófobos como los de la Conferencia Episcopal y los de alguna de las sectas evangélicas que está en la misma línea ultra conservadora, y recuerdan que el Perú es constitucionalmente un país laico, donde todos tienen los mismos derechos. Y que, entre los derechos de que gozan los ciudadanos en un país democrático, figura la de optar libremente por su identidad sexual.
Las opciones sexuales son distintas, pero no normales y anormales según se sea gay, lesbiana o heterosexual. Y, por eso, gays, lesbianas y heterosexuales deben gozar de los mismos derechos y obligaciones, sin ser por ello perseguidos y discriminados. Creer que lo normal es ser heterosexual y que los homosexuales son “anormales” es una creencia prejuiciosa, desmentida por la ciencia y por el sentido común, y que sólo orienta la legislación discriminatoria en países atrasados e incultos, donde el fanatismo religioso y el machismo son fuente de atropellos y de la desgracia y sufrimiento de innumerables ciudadanos cuyo único delito es pertenecer a una minoría. La persecución al homosexual, que predican quienes difunden sandeces irracionales como la “anomalía” homosexual, es tan cruel e inhumana como la del racismo nazi o blanco que considera a judíos, negros o amarillos seres inferiores por ser distintos.
La unión civil es, claro está, sólo un paso adelante para resarcir a las minorías sexuales de la discriminación y acoso de que han sido y siguen siendo objeto. Pero será más fácil combatir el prejuicio y la ignorancia que sostienen la homofobia cuando el común de los ciudadanos vean que las parejas homosexuales que constituyan uniones civiles conformadas por el amor recíproco no alteran para nada la vida común y corriente de los otros, como ha ocurrido en todos (todos, sin excepción) los países que han autorizado las uniones civiles o los matrimonios entre parejas del mismo sexo. Las apocalípticas profecías de que, si se permiten parejas homosexuales, la degeneración sexual cundirá por doquier ¿dónde ha ocurrido? Por el contrario, la libertad sexual, como la libertad política y la libertad cultural, garantiza esa paz que sólo resulta de la convivencia pacífica entre ideas, valores y costumbres diferentes. No hay nada que exacerbe tanto la vida sexual y llegue a descarriarla a extremos a veces vertiginosos como la represión y negación del sexo. Sacudida como está por los casos de pedofilia que la han afectado en casi todo el mundo, la Iglesia católica debería comprenderlo mejor que nadie y actuar en consecuencia frente a este asunto, es decir, de manera más moderna y tolerante.
Yo creo que eso es una realidad de nuestros días y que cada vez más hay en el mundo católicos —laicos y religiosos— dispuestos a aceptar que el homosexual es un ser tan normal como el heterosexual y que, como éste, debe tener un derecho de ciudad, poder formar una familia y gozar de las mismas prerrogativas sociales y jurídicas que las parejas heterosexuales.
La llegada al Vaticano del Papa Francisco comenzó con muy buenos síntomas, pues los primeros gestos, declaraciones e iniciativas del nuevo Pontífice parecían augurar reformas profundas en el seno de la Iglesia que la integraran a la vida y la cultura de nuestro tiempo. Todavía no se han concretado, pero no hay que descartarlo. Todos recordamos su respuesta cuando fue interrogado sobre los gays: " ¿Quién soy yo para juzgarlos? " Era una respuesta que insinuaba muchas cosas positivas que tardan en llegar. A nadie —tampoco a los que no somos creyentes— conviene que, por su terca adhesión a una tradición intolerante y dogmática, una de las grandes Iglesias del mundo se vaya alejando del grueso de la humanidad y confinándose en unos márgenes retrógrados.
Eso le está pasando en el Perú, por desgracia, desde que su jerarquía ha caído en manos de un oscurantismo agresivo como el que encarna el cardenal Cipriani y transpira el comunicado contra la Unión Civil de la Conferencia Episcopal. Digo, por desgracia, porque, aunque sea agnóstico, sé muy bien que, para el grueso de la colectividad, la religión siempre es necesaria, ya que ella le suministra las convicciones, creencias y valores básicos sobre el mundo y el trasmundo sin los cuales entra en aquel desconcierto y zozobra que los antiguos incas llamaban “la behetría”, esa desolación y confusión colectivas que, según el Inca Garcilaso, padeció el Tahuantinsuyo en ese período en que pareció que los dioses se le eclipsaban.
[¿La religión siempre es necesaria? ¿Y la ética, don Mario? ¿La educación en valores siempre tiene que tener una fundamentación religiosa?]
Yo tengo la esperanza de que, contra lo que dicen ciertas encuestas, la ley de la Unión Civil, por la que se acaban de manifestar en las calles de Lima tantos millares de jóvenes y adultos, será aprobada y el Perú habrá avanzado algo más hacia esa sociedad libre, diversa, culta —desbarbarizada— que, estoy seguro, es el sueño que alienta la mayoría de peruanos.
Salir de la barbarie, Mario Vargas Llosa [El País, 20 de abril de 2014]


El día 29 de septiembre es San Miguel. No me suelo acordar de los santos, ni tan siquiera de los cumpleaños, pero mi hijo Miguel sabe que cuando llegue su día (como se refieren en ciertas zonas de España al día de uno en el Santoral) recibirá una llamada, y no será la mía sino la de su padrastro. San Miguel es, a su vez, patrón de Úbeda, por lo que con más motivo el experto en onomásticas de mi casa se acuerda de felicitar a su hijastro. Cuando las relaciones con los hijos adultos son buenas, se podrían definir a la manera en que lo hizo Montaigne y que tanto le gusta a Muñoz Molina: “Una amistad verdaderamente paternal”. Es muy satisfactoria esa paternidad o maternidad en la que no intervienen los lazos biológicos. No se suele hablar de ella, salvo cuando los niños son adoptados, pero está presente en muchas de nuestras familias. Nuestros hijos tienen madre y padre, pero también disfrutan de unas segundas madres y unos segundos padres que velan por ellos con tanto celo como lo harían por aquellos que son de su sangre. La sangre sigue pesando más de lo que debería, pero yo me resisto a que me seduzca su influjo: son míos los hijos que no parí pero a los que tuve que educar, alimentar y querer desde que eran muy chicos. No es fácil: a los niños hay que seducirlos aún cuando se resistan a quererte, o aún cuando están predispuestos a no quererte, pero esa conquista hace más valiosa la relación futura. Ese futuro, en nuestro caso, ha llegado. Tenemos cuatro hijos. Esos cuatro hijos tienen a su vez otros hogares en los que refugiarse. Al principio, esta segunda realidad al margen de la que una controla se hacía dura, nadie está a salvo de la mezquindad de la competencia afectiva, pero de la experiencia se aprende. Hay gente que se instala en el rencor hasta la muerte e infecta de rencor a los hijos y a los nietos. Vidas feas y estériles.
Comprendo que las dificultades de la adopción hayan convertido esta particular forma de paternidad y maternidad en algo más reseñable, pero no son menores las dificultades de los que hemos tenido que compartir la condición de madre o padre con otros. Se habla mucho de los primeros años de la maternidad en estos tiempos. Es lógico, es una época en la que todo parece conjurarse para que una mujer no encuentre el momento de tener descendencia: la ridícula ayuda estatal, los empleos precarios, las familias empequeñecidas, la falta de conciliación laboral, los irritantes horarios españoles. Eso unido a esta nueva tendencia que exige a las madres la renuncia por unos años a otras vocaciones. Qué difícil ser madre en unos tiempos en los que esa condición está cargada de tantas exigencias.
Esta semana pensaba en ello porque en las redes se compartió un artículo, Hijos, de Purificació Mascarell en el que la autora reivindicaba la posibilidad de no reproducirse. Mascarell definía a las madres como unos seres abducidos por la servidumbre de la crianza, compartiendo sin cesar conversaciones enfocadas obsesivamente a los pañales, la lactancia y las horas robadas al sueño; jóvenes privadas de sexualidad, de horas de lectura, de brujuleos nocturnos y de ambición laboral. Así es, en muchos casos, así es durante algunos años, así fue incluso para las que comenzamos a trabajar a los pocos días de nacer nuestros hijos. La mente está tan seducida por el bebé que no hay nada que pueda competir con ese peculiar enamoramiento. ¿Y? La vida pasa. Pasa esa infancia primera en la que una criatura es una continuación del propio yo. Pasa la adolescencia y su doloroso desapego. De pronto, la extrañeza de la edad adulta, y con ella un período poco descrito, del que casi nada se cuenta: el mágico momento en que percibes que tienes que conversar con los hijos ya de igual a igual, sin atribuirte a ti misma mayor sabiduría. Un capítulo liberador de la vida en el que la razón no está por sistema de tu parte. Contra lo que se dice, los momentos primeros de la maternidad no son idílicos: una criatura es una bomba que cae en una casa y que jamás sabemos los efectos colaterales que va a provocar. Lo que debería despertar envidia a aquellos que deciden no tener hijos es ese nuevo tiempo enriquecedor en el que puedes hablar de cualquier cosa con los adultos que criaste. Estos jóvenes que te quitaron el sueño, te sacaron de quicio, te apartaron de experiencias fascinantes y noches de aventura, son los que ahora te proporcionan ratos de apasionada charla. Existe ese tiempo en el que las madres tenemos la mente colonizada y nos falta sueño y sensualidad y nos sobra cansancio. Pero luego viene la recompensa, casi secreta de tan poco expresada. Sólo quien la prueba puede apreciar su valor: la maternidad o la paternidad, años más tarde.
La maternidad, años más tarde; Elvira Lindo [El País, 3 de octubre de 2015]

[Qué bello artículo. Así es, y en esa conquista estamos. Quiero decir: para llegar a hablar con los hijos de igual a igual -sean estos biológicos, adoptados o niños que uno ha tenido que educar al crear una familia reconstituida- uno tiene que estar a la altura y ganarse su confianza, respeto y afecto. Es muy difícil que un niño deje de quererte aunque le hayas descuidado y desatendido en su educación. Un niño busca aceptación y afecto, fundamentalmente. Pero cuando ya es capaz de razonar y cuestionar la conducta de los adultos, podemos encontrarnos con la sorpresa del rechazo, de las críticas, del desapego. Hay que hacer un esfuerzo por mantener el diálogo y la confianza. Hay que permitir que el niño exprese sus puntos de vista, hay que ofrecerle razones de nuestros argumentos, además de cariño y protección. Los padres juegan un papel fundamental en el aprendizaje y ofrecen un modelo de comportamiento y valores que no hay que descuidar.
Creo que soy una persona autocrítica con el modelo que ofrezco a mis hijas. Estoy segura de que me he equivocado y equivoco muchas veces con ellas, principalmente con la mayor. He sido -soy todavía, muy autoritaria-. Afortunadamente mi marido es más flexible, más paciente y generoso en el tiempo que dedica a nuestras hijas. Procuro ser justa y ofrecerles un modelo de rectitud. Pero es un camino por recorrer donde sólo hemos dado los primeros pasos. 
Alguna vez mis hijas me han ofrecido un espejo donde mirarme. Para bien y para mal. Utilizan las mismas expresiones cuando se enfadan, reproducen modelos de conducta inadecuados que una misma no era consciente de que estaba ofreciéndoles.
He pensado en el tipo de relación que mantengo con mis padres. He pensado en las personas que se han ocupado de mi educación y hay dos que, sin tener un lazo biológico, ocupan un lugar muy importante en mi vida. Se trata de los maridos de mis tías. Siento un profundo agradecimiento, un afecto inconmensurable que no sé si soy capaz de expresarles y devolverles. De verdad que no entiendo el peso que queremos darle a los lazos sanguíneos.
El roce hace el cariño. También hay personas con las que tenemos mayor afinidad, independientemente del parentesco. Pienso mucho en las vivencias que he tenido como niña, en las orientaciones y el trato que he recibido por parte de los adultos encargados de mi educación. Hago balance y pienso en la suerte que he tenido. Eso no me anula mi capacidad crítica]


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Josephine Baker adopta a doce niños de diferentes lugares de procedencia a quienes llamaba “La tribu del arcoíris”.



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