Ana
Bautista Palacios y su madre,
Ángela Bautista Palacios, son una nueva familia. Literalmente. Hace
30 años la reproducción asistida no existía. Victoria Anna
Sánchez, la
primera niña probeta española, tiene 21 años. En ese tiempo,
decenas de miles de niños han nacido en España gracias a estas
técnicas que han hecho posible la paternidad no sólo a parejas con
problemas de infertilidad, sino a mujeres que, como Ángela, deseaban
ser madres sin necesidad de tener un compañero.
Ángela
no es una madre soltera en sentido estricto. En esta casa no hay
padre, ni presente ni ausente. Son madre e hija. Una familia completa
en sí misma. "Mucha gente que antes no quería o no podía
formar una familia tradicional, ahora sí puede crear una. No la
clásica, la de siempre, sino la suya propia. Seguramente, si no
hubiera tenido la vía de la inseminación, ahora yo estaría sola.
Habría una familia menos", dice la madre de la criatura.
La
ciencia, el aumento de la esperanza de vida en quince años de media,
la creciente independencia de las mujeres, el desarrollo económico y
la tolerancia social hacia el ejercicio de las libertades personales
están detrás de la historia de Ángela y Ana y de otras muchas
familias españolas. De una metamorfosis que se viene gestando de
puertas adentro en los hogares desde hace 25 años. La revolución
familiar.
La
aprobación en el Congreso de los Diputados, el pasado 21 de abril,
de la ley de matrimonio entre parejas del
mismo sexo -y las 40 bodas a que, por ahora, ha dado
lugar- es sólo el último y más llamativo episodio de una serie de
cambios complejos en el entramado familiar de este país. La
familia nuclear clásica, compuesta por un hombre y una mujer casados
y con voluntad de tener hijos, sigue siendo el modelo mayoritario,
pero, desde luego, ya no es el único que se practica abiertamente y
que goza de plena aceptación social.
Surgen,
orgullosos, otros tipos de familia que antes o no existían -como la
maternidad asistida y en solitario de Ángela-, o no contaban con
gran prestigio social -segundas parejas, madres o padres separados
con sus hijos, individuos que viven solos-, o, directamente,
permanecían en la semiclandestinidad, como las parejas y familias
homosexuales con hijos.
La
transformación se veía venir.
En
los ochenta, en los noventa, cada vez con más frecuencia y en todas
las clases sociales, todo el mundo empezó a tener amigos
divorciados, familiares que se iban a vivir juntos sin casarse,
vecinos que vivían solos porque sí o algún conocido que convivía
con una pareja del mismo sexo. Pero la demografía no es una ciencia
de respuesta rápida y diez años es el periodo que considera mínimo
para revisitar una población y comprobar qué hay de nuevo. Fue
el censo de 2001 el que puso las cartas sobre la mesa.
Ese año, además de contarnos, el Instituto Nacional de Estadística,
nos preguntó cómo y con quién vivíamos. Las respuestas eran
voluntarias. Los resultados, una foto fija de una realidad muy
movida, dejaron pasmados a los propios profesionales.
Más
de un millón de personas viven -vivían en 2001- en pareja sin estar
casados, un 155% más que en 1991. Uno de cada cinco bebés nace
fuera del matrimonio, el doble que en 1991. Hay casi medio millón de
hogares encabezados por una persona (mujer, en un 87%) divorciada con
sus hijos a cargo, el doble que una década atrás. Casi tres
millones de españoles viven solos. Y, por primera vez en la historia
de la demografía española, 10.500 hombres y mujeres declaraban
libremente que son homosexuales y que conviven con sus parejas
afectivas del mismo sexo.
Ésta
era, en 2001, la realidad de la familia española. El retrato
seguramente se ha quedado viejo. En cualquier caso, es el último. El
único que, con documentos en la mano, podía tener en mente el
arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela, cuando
declaró, el pasado 15 de mayo con motivo de la legalización del
matrimonio gay y en vísperas de asistir a la manifestación contra
la misma convocada por el Foro de la Familia: "La familia
atraviesa uno de los momentos más difíciles de su historia".
Son
muchos los que no comparten esta apreciación. Algunos de los nuevos
-y de los viejos- modelos familiares que conviven en las ciudades y
los pueblos españoles ilustran estas páginas.
Los
Martínez-Arranz son, en la jerga sociológica, una
familia reconstituida. Una de las
233.000 que se declararon como tales en el censo de 2001.
José y Lourdes, cuarentones, divorciados de sendos primeros
matrimonios, crearon un nuevo hogar cuando tuvieron a Vera, de dos
años, su única hija común. José tiene una hija de su anterior
esposa: Marina. Lourdes, dos: Helio y Jana. Viven todos juntos.
Bueno, Marina viene y va. Este curso escolar le toca estar con su
padre, pero el anterior y el próximo estuvo y estará con su madre,
dado que ambos ex cónyuges tienen la
custodia compartida de la niña. La madre de Lourdes es
viuda y vive en casa a temporadas para cuidar de todos mientras su
hija, azafata de Iberia, vuela por el mundo. No, las teleseries no se
inventan nada. La realidad es mucho más interesante.
Este
verano, un grupo de demógrafos, sociólogos,
políticos y estudiantes se reunieron en un palacio de San Lorenzo de
El Escorial (Madrid) para debatir sobre familias como la de Ana
Bautista o la de Marina Martínez. La socióloga Constanza Tobío fue
la directora del curso Nuevas
formas familiares del siglo XXI,
programado por la Universidad Complutense. Los cambios en la
estructura familiar y su visibilidad social han sido tan rápidos que
los especialistas tienen que pararse a pensar. "Aparecen
nuevas formas de parentesco distintos a la concepción clásica de
lazo de sangre o conyugal. ¿Qué
relación hay entre hijos de uniones anteriores que no son hermanos,
ni hermanastros, pero que conviven como tales? ¿Es eso parentesco,
es familia? Creo que sí, son nuevos vínculos, pero no sabemos aún
cómo llamarlos", admite Tobío.
Esta
profesora de la Universidad Carlos III, bregada en muchos congresos
internacionales, está acostumbrada a ilustrar a sus colegas
extranjeros sobre las peculiaridades del caso español. El
ejemplo de España es inédito en el mundo, sostiene.[¡!]
"Es como si la historia hubiera estado congelada durante 40 años
y, a finales de los setenta, empiezan todas las transiciones",
sostiene. "La política, claro, pero también la demográfica y
la revolución de género. La esperanza de
vida sube. La natalidad cae en picado. Las tasas de actividad laboral
de la mujer se doblan (del 30% en 1975, al 70% hoy) y se produce un
desplazamiento de cinco años en la edad de la primera maternidad
(hoy, 29 años)". Y todo eso ocurre muy rápido y
todo a la vez. Esos cambios, que en otros países se inician tras la
Segunda Guerra Mundial y ocupan 50 años, aquí culminan en 25. Y
llevan consigo una profunda transformación social.
"La
familia nuclear clásica pierde su hegemonía desde el punto de vista
de su práctica y su aceptación social, y ahora vemos una situación
de gran desarrollo y diversidad familiar", añade Tobío. "Es
la primera gran revolución de la familia desde el punto de vista de
la voluntad y de la libertad. Ya no se trata sólo de crear familia
como espacio de supervivencia, sino como una elección personal y una
búsqueda de la felicidad. Hay una eclosión de distintos tipos de
familia, de enriquecimiento de la misma como institución social, y,
todo, con unos índices de normalidad y
tolerancia social enormes. Cuando cuentas esto fuera,
muchos sesudos demógrafos y sociólogos sajones o nórdicos,
habituados a ser los más desarrollados, se quedan perplejos".
Es
lo que le pasó en agosto a Turid Noack,
una flemática profesora de Sociología de la Universidad de Oslo. La
señora Noack vino a El Escorial a dictar una ponencia sobre la
evolución
de las parejas homosexuales registradas en Noruega en los 12 años de
vigor de la ley en ese país. Una norma que las excluye expresamente
de la adopción y el acceso a la reproducción asistida.
"Los homosexuales se casan en menor proporción que los
heterosexuales. Hay más uniones de gays que de lesbianas. Ambos se
divorcian en mayor grado que los heterosexuales. Y, atención, las
lesbianas se separan el doble que los gays y el triple que los
heterosexuales", vino a decir.
Fue
luego, en el debate,
cuando
claudicó ante el bombardeo de preguntas de los asistentes. "¿Es
usted partidaria de que los homosexuales adopten? ¿Cómo evolucionan
los hijos en las familias homoparentales? ¿Qué le parece la ley
española de matrimonio gay?". Noack, muy científica, presentó
sus excusas: "Sólo tenemos 70 niños nacidos en parejas del
mismo sexo y aún no hay datos sobre su desarrollo. Y, por supuesto,
no tengo opinión al respecto. Creo
que se está produciendo una sobrevaloración de un fenómeno que es
aislado.
La familia más común en Noruega es la de un hombre y una mujer que
se casan y tienen dos hijos", zanjó, sobrepasada.
En
España también. El censo que destapó en 2001 la diversidad
familiar constataba que casi la mitad
(45,6%) de los hogares están habitados por una pareja y sus hijos.
Como la de Isabel Gaspar y Pablo Sancha, un matrimonio de
profesionales cuarentones casados por la Iglesia (7
de cada 10 bodas se celebran ante el altar) y sus hijos
Fabio y Mauro. O sus amigos y vecinos, Marival y Fernando, casados
por el juzgado (opción que gana terreno, pero minoritaria), y sus
hijas, Irene y Lucía.
Pero
si se empieza a tirar del hilo y a ampliar el círculo a la familia
extensa, a los padres, hermanos, tíos, primos o sobrinos, en casi
todas las familias aparece una hermana divorciada, un sobrino que
convive con su novia, un nieto nacido fuera del matrimonio. Una casa
distinta. Esta revista quiso incluir una fotografía de una gran
familia al modo clásico. Abuelos, hijos e hijas, nueras y yernos,
nietos y nietas. Todos felizmente casados y con descendencia. No fue
posible. Esas sagas existen, faltaría más, pero muchas de ellas ya
no son tan ideales, tan homogéneas. Han ido cambiando sobre la
marcha.
Los
abuelos de hoy, niños de la guerra o la posguerra, han vivido el
terremoto sociológico en su casa y en su prole. Muchos
padres, unidos en santo matrimonio hace décadas, han casado a sus
hijos mayores por la Iglesia, a los medianos por el juzgado y a los
pequeños por ningún sitio porque se han ido de casa a los 30 años
para vivir con su pareja sin papeles. Eso sí, se han ido. Ven venir
(y llegar) las separaciones; cuidan a los
hijos de sus hijas trabajadoras; van a menos bodas,
bautizos y comuniones. A muchos no les gusta
lo que ven. Pero ahí están. Recibiéndoles a todos a
comer una paella los domingos.
"No
ha habido en España otra institución
que haya sufrido una transformación tan profunda en los últimos 25
años como la familia",
constata Julio Iglesias de Ussel, catedrático de Sociología de la
Universidad de Granada y ex secretario de Estado de Educación con el
Partido Popular. Recuérdese, apunta, que hasta
1981 no se legalizó el divorcio. Oficialmente, hasta entonces no
había matrimonios separados ni familias recompuestas.
Las queridas y los bastardos no contaban, por supuesto. "El
sistema legal y social imponía un modelo concreto. El Código Penal
protegía a la familia nuclear penando, por ejemplo, el adulterio.
Eso ha cambiado radicalmente, y la familia ha probado su capacidad de
adaptación resistiendo los embates".
Iglesias
de Ussel no ve tanta novedad en los nuevos modelos familiares. "Las
pasiones son tan antiguas como la Humanidad, nadie está inventando
nada. Antes, también existía la
diversidad, la heterogeneidad, lo que se llamaba entonces la
desviación, pero o se iban al extranjero o se escondían en casa. Lo
que ocurre es que ahora quieren legitimidad y se reivindican como
familia", sostiene.
Eso
ha ofendido a algunos.
Ya
lo dijo Benigno Blanco, presidente del Foro de la Familia, horas
antes de la
manifestación que recorrió Madrid "en defensa de la familia"
con motivo de la aprobación del matrimonio gay.
A la pregunta de cómo define la familia esta organización, Blanco,
que también fue secretario de Estado con el PP, detalló: "Estamos
defendiendo el matrimonio como una institución formada por un hombre
y una mujer libremente, con vocación de estabilidad y en
principio abierta a la vida.
Familia es el haz de relaciones que sale de esa realidad". Y sí,
explícitamente, según él, la familia se siente "agredida"
por el matrimonio gay.
[¿A
esto llaman defensa de la familia?]
Ussel
no ve el peligro. "Aún hay poca secuencia temporal, pero no
creo que la familia nuclear heterosexual tenga sombra en su
horizonte. La convivencia de modelos no tiene por qué tener efectos
perturbadores de uno sobre otro. Entre otras cosas, son porcentajes
muy distintos".
En
España no existe una contabilidad tan meticulosa como la que lleva
la profesora Noack en Noruega. Pero Julia y Teo son dos de los
contados niños nacidos en el seno de una pareja homosexual española.
Cuando Julia Sevillano los adopte tras casarse con Esther, su madre
biológica, serán hijos de mamá y mamá.
En la práctica, ya lo son. Julia, Esther y sus hijos se
consideran una familia. Como Isabel, Pablo, Fabio y Mauro. Como
Ángela y Ana. Como José y Lourdes y todos los niños que crían,
cada uno de su padre y de su madre.
Si
se les pregunta qué es una familia, qué argamasa mantiene unida a
la suya, las respuestas varían poco. "Quererse, hacerse bien,
vivir y crecer juntos", dicen las madres de Julia y Teo. "Amor,
respeto, atención, curiosidad, optimismo", enumera
Isabel. "Amor, ganas de estar y evolucionar juntos",
redunda Elena, madre de Yun, de dos años, a la que fue a buscar en
febrero a un orfanato de Chongqing (China), en cuyas calles la habían
abandonado sus padres biológicos. "No soy una defensora
acérrima de la familia", aporta Ángela Bautista, la madre de
Ana, "también las hay nefastas: padres que machacan, madres que
castran, hijos que maltratan. Pero es el
sistema menos malo que hemos encontrado para crecer y
desarrollarnos".
[Amor,
respeto, confianza, protección, educación en el más amplio
sentido]
Quizá
lo que sucede es que todo está cambiando
para que todo siga igual. Y es que la familia sigue siendo, con todos
sus avatares, un lugar donde apetece estar. "El
ser humano necesita una estructura de acogida fiel y segura para
poder desarrollarse en armonía emocional e intelectualmente. La
familia es un lugar de encuentro intergeneracional, un espacio de
privacidad y un entorno de confianza que no es fácil hallar en otro
lugar en nuestro mundo",
apunta Francesc Torralba, filósofo y teólogo de la Universidad
Ramón Llull y experto en bioética y nuevas familias. "A pesar
de todos los cambios, no han surgido comunas ni eremitas que se vayan
a vivir al monte, la gente quiere hacer familia", concluye, más
gráfico, Iglesias de Ussel.
"La
familia es, por encima de todas, la institución mejor valorada en
todas las encuestas", ilustra Constanza Tobío. "La
familia a secas, sin especificar cuál, incluyendo el hogar familiar
y la red familiar". Por algo será. Expertos de
distintas tendencias políticas coinciden. La familia ha sido y es,
entre otras cosas, el colchón de las personas frente a una
Administración que la ignora. "La crisis de los ochenta fue en
gran parte superada gracias al soporte invisible que ha sido para los
jóvenes que no se han emancipado", dice Iglesias. "La
nueva familia extensa, esos abuelos al quite, ha permitido el acceso
de la mujer al mundo laboral, supliendo la falta de políticas de
conciliación eficaces", añade Tobío. "Son una
ONG: abuelos sin fronteras", asiente José, el papá de Marina.
"Yaya -la madre de Lourdes- y mis padres son como la red que
protege a los trapecistas".
Amparo
Marzal, directora general de las Familias, fue otra de las invitadas
en El Escorial. El plural de su cargo da idea de la apuesta del
actual Gobierno por la diversidad familiar, pero de momento Marzal
sólo pudo avanzar proyectos en marcha, como "la futura ley de
atención a los dependientes, la mejora de los permisos a madres y
padres por necesidades familiares, el incremento de la oferta de
educación para menores de tres años, o la regulación de los
efectos jurídicos, sociales y fiscales de los distintos modelos
familiares".
La
iniciativa política va, como siempre,
a
rebufo de la realidad. Hasta este verano, 17 años después de la
aprobación de la Ley de Reproducción Asistida, no se reformó el
artículo del Código Civil que obligaba
a incluir un nombre de varón como padre en la partida de nacimiento.
Aunque no hubiera padre.
De hecho, Ana Bautista, concebida por inseminación de donante
anónimo, figura en su libro de familia como hija de un tal José.
"Dije que, como me obligaban, pusieran Pepe -de padre putativo-,
pero me contestaron que no se podía poner un diminutivo, así que le
ascendí a José", recuerda la madre de la niña.
Lo
que es evidente es que todas las familias,
las nuevas y las viejas, votan. La presidenta de la Comunidad de
Madrid, Esperanza Aguirre, poco sospechosa de vanguardismo en materia
de costumbres, ha prometido viviendas públicas para separados. Y
acaba de desmarcarse del anunciado recurso de inconstitucionalidad a
la ley de matrimonio homosexual anunciado por el Partido Popular
proclamando que "no es oportuno políticamente". "Soy
la presidenta de todos los madrileños, también de los gays y
lesbianas", declaró. Margarita Uría, portavoz del PNV en el
Congreso, se mostraba ufana de haber conseguido, con
motivo de la reciente ley que agiliza el divorcio, introducir un
artículo que "obliga a los cónyuges a compartir las tareas
domésticas".
"Es la iniciativa de mi grupo que mayor interés internacional
ha despertado nunca", presumía su señoría.
En
este sentido existe el riesgo de, como advierte Constanza Tobío,
"pasarse de modernos". "Se ha anunciado que la ley de
Igualdad contemplará un permiso de paternidad. Estupendo. Pero es
empezar la casa por el tejado. Eso se hizo en los países nórdicos
cuando ya había una malla de guarderías públicas, mientras
aquí, de momento, ni siquiera existe la figura del permiso por
enfermedad de un menor", dice. Esto no es Suecia. La
realidad es la que es. En 2004, sólo el 1,4% de las bajas por
nacimiento fueron disfrutadas parcialmente por los padres de las
criaturas.
La
realidad se complica. Tobío y sus colegas de El Escorial no pueden
bajar la guardia. "Antes, seguir a un individuo era
relativamente sencillo: nacía, se casaba, enviudaba y fallecía.
Ahora, ese mismo individuo puede pasar por media docena de estados
civiles -emparejado, casado, divorciado, emparejado pero sin
convivir, padre solo- a lo largo de su vida, y eso sin registrarse en
ninguna parte. Habrá que espabilar o ponerles un GPS", bromea.
Hay realidades que les han dejado sin palabras.
De
momento, desde los expertos con tres carreras hasta los niños de 10
años acuden, como Marina Martínez, a una acumulación de frases
subordinadas: "Jana es la hija de la novia de mi papá".
Pero
quizá sí haya palabras inventadas
para
nombrar el vínculo que une a Jana y a Marina, dos niñas que viven
juntas y son cada una de su padre y de su madre. El abuelo paterno de
Marina, José María Martínez, tiene 77 años y es natural de
Cabezamesada (Toledo): "En mi pueblo se llamaba el
andao al hijo que aportaba al matrimonio un viudo cuando se volvía a
casar. O una madre soltera que se casaba con otro hombre.
Digo yo que fuera porque esos niños ya iban andando a la boda. Mire
usted en el diccionario, que seguro que viene".
Diccionario
de la Real Academia de la Lengua. 'Andado': "(Del latín ante
natus: nacido antes)". Definitivamente, como dice Ussel, casi
todo está inventado. Lo que sucede es que ahora todos quieren su
sitio en la plaza, bajo el sol.
"Sí,
nuestra casa es un lío. Pero somos felices"
Su
historia es un bolero. Novios a los 20, se reencontraron casi a los
40, separados y con hijos. Pero "20 años no es nada" y
volvieron a enamorarse. Cada uno en su casa, intentaron "espacios
de convivencia": días libres, vacaciones, para "ensamblar
la relación de todos con todos". "Eso y el que los niños
fueran pequeños facilitó el acople; eso sí, con discusiones,
alianzas y contralianzas cotidianas, es decir, como
hermanos". Vera, un "nexo" adorable,
inauguró la casa común. Marina va y viene, pero siempre está al
llegar. "La custodia compartida es la
mejor decisión que tomamos mi ex mujer y yo por nuestra hija",
dice José. "Esta casa es un lío, sí, pero la vida es
compleja y somos felices". En la nevera, un forges: un crío le
pregunta a otro: "¿Tus padres se llevan bien". Respuesta:
"Casi todos, sí".
Familia homoparental
"Nos amamos, nos hacemos bien, crecemos juntos"
Son
una nueva familia de libro. Esther parió a los mellizos, concebidos
por inseminación artificial. Antes lo había intentado Julia.
Comparten dos casas gemelas con Rafa (padre biológico de los niños)
y su novia, Rosana. Pero oyéndolas, su historia suena muy familiar.
"Llevas diez años juntas. Ves que tienes casi 40, que te
sigues amando, que quieres compartir el
cuidado y el cariño de unos hijos y no te quieres
arrepentir de no haberlo intentado. Pensamos que sería más bonito
que el padre fuera un amigo querido, como Rafa, que un donante
anónimo. Una familia son las vivencias,
vivir y crecer juntos. Nos queremos, nos hacemos bien.
Quizá no reproduzcamos el modelo familiar tradicional, pero la base
es ésa, lo que mamamos en casa, el calor y el amor que tuvimos en
la infancia".
[A
mí me parece que lo deseable es que un niño tenga, por lo menos,
dos personas que se encarguen de su educación. Respeto la decisión
de una persona que decida educar a un hijo sola -bien adoptado, bien
biológico- pero me parece que lo más justo para un niño es que dos
personas compartan su custodia o se ocupen de él. Tristemente hay
casos en los que uno de los miembros de la pareja se queda solo o
viudo y no desea buscar una nueva pareja, pero tomar la decisión
voluntaria (a mí me parece que también egoísta) de formar una
familia de dos, de desempeñar el rol de madre y padre a la vez. No
termino de verlo claro.]
Familia nuclear clásica
"La
familia es de hombre y mujer, así lo siento"
"Me
enamoré de Pablo a los 16 años y sigo así. Yo trabajaba de modelo
y tenía el campo abierto. Pero en vez de tirarme al monte, me tiré
al redil", ríe Isabel. Se casaron por la Iglesia, "por
marcar un antes y un después, por institucionalizar la pareja".
"El juzgado me parecía cutre [¡!] e
irnos a vivir juntos era como salir por la puerta de atrás",
añade. Tuvieron a los niños cuando se estabilizaron laboralmente.
Isabel es "quien lleva la casa"
y tiene un modelo: "Mi madre, que
siempre estaba ahí". "Ella tuvo que renunciar
a mucho, pero yo no renuncio a ser mujer, pareja y profesional, son
otros tiempos". Se consideran una familia "clásica de
hoy". "Familia es un hombre y una mujer. Aún me cuesta
ver con naturalidad una pareja homosexual con hijos. No sé
justificarlo con argumentos, pero así lo siento".
[No
puedo compartir esta opinión de ninguna manera. ¿Con qué derecho
niega que pueda haber otros tipos de familia tan legítimos como el
clásico?
Me
acuerdo de la maravillosa película «Le gamin au vélo» o la
entrañable «Boyhood». Un niño necesita una familia, un espacio
en el que sentirse seguro, al menos una persona que se ocupe
responsablemente de su educación integral.
La
opinión de esta señora me parece discriminatoria, irrespetuosa e
intolerante. El único modelo familiar que admite es el suyo propio.
¿En base a qué? ¿a los lazos de sangre? ¿a criterios de
normalidad y “anormalidad”?
Me
provoca mucha tristeza.]
Familia extensa 'evolucionada'
"Ves
las crisis antes de llegar: son tus hijos"
Ramón
Lara y Charo Rodríguez se casaron hace 47 años en la Santa Iglesia
Magistral de Alcalá de Henares. "Hasta que la muerte nos
separe". Tuvieron tres hijas (Ana, Marival y Chus), un hijo
(Juan Ramón, 33 años, ausente en la foto) y, por ahora, seis
nietos. Una familia de toda la vida. Pero la hoja de ruta ha sido
distinta de la que imaginaban. Han vivido en su casa muchos de los
cambios que han sacudido a la familia española. Su
hija mayor, casada joven, se separó pronto y volvió a casarse. Su
nieta Adda, a la que casi criaron, vive con su novio sin papeles.
Unos hijos se casaron por la Iglesia; otros, no. Unos nietos están
bautizados, otros no. No ha sido una fiesta continua, pero tampoco
un drama: "Hemos vivido la vida como ha venido. Los hijos
buscan su felicidad. Les ves sufrir, ves las crisis antes de llegar,
las vives con ellos. Nuestros hijos no han sido ni los primeros ni
los últimos y nuestro sitio es estar
siempre con ellos. Para eso somos una familia".
Familia monoparental
"No
hay padre, mi familia somos mi hija y yo"
Ángela
siempre supo que iba a ser madre. "Era una cosa de tripas, pero
no estoy loca. Lo hice cuando pude, cuando me asenté laboral y
emocionalmente". Como no encontraba un
hombre con el que quisiera procrear, a punto de cumplir
los 35 comenzó el proceso -seis inseminaciones- que la convirtió en
madre de Ana año y medio más tarde. El abuelo, el tío, los amigos
de mamá, su pareja en la vida de Ana no
faltan figuras masculinas. Pero no hay padre. "Tengo
papá", aclara la niña, "pero no se sabe quién es y él
tampoco sabe que soy su hija, sólo dio su semillita. Mi familia
somos mamá y yo". La madre está "orgullosa" de su
paso. ¿Lo peor? "La soledad cuando Ana cae enferma". Lo
mejor está a la vista. Eso sí, ni pensar en un hermanito. "¿Dos
como ella? Demasiado para mí".
La
revolución familiar, Luz Sánchez-Mellado [El País, 9 de octubre de
2005]
La
industrialización y el éxodo del campo a la ciudad se llevó por
delante la familia extensa, aquella en la
que varias generaciones compartían techo, incluidos tías
y tíos disminuidos o solteros. Poco a poco fue sustituida por la
familia nuclear, integrada por los padres y dos hijos. Este modelo ha
sido el predominante durante mucho tiempo, pero ahora está en claro
retroceso en España, según datos del INE, el instituto estadístico.
La
familia nuclear sigue siendo mayoritaria (31,8%), pero
desde hace un tiempo, y de forma acelerada, los hogares españoles
albergan una variedad cada vez mayor de formatos familiares. Crecen,
por ejemplo, los unipersonales (23,2%) y no
solo en la tercera edad por haber enviudado, sino entre los menores
de 65 años. Estos últimos representan el 13,7%
del total. También aumentan las
parejas sin hijos, que en 10 años han crecido y suman el 21% de los
hogares.
Irrumpen
también con fuerza nuevas formas de familia, como la monoparental
(9,3%) compuesta por un padre o una madre y sus hijos,
que puede ser fruto de una ruptura o una pérdida, y también, cada
vez más, de una libre elección. Este es el caso de las
mujeres que recurren a un banco de semen para ser madres y
constituyen una familia en solitario. Y está también la
familia reconstituida, formada por una pareja que aporta hijos de
anteriores convivencias.
Toda
esta diversidad plantea nuevas necesidades que exigen soluciones
también nuevas. En los supermercados sigue vigente el tamaño
familiar,
por supuesto, pero cada vez ocupan más lugar las monodosis y los
surtidos (de fruta, de verdura, de carne...) para solteros y
solitarios. Hasta el lenguaje necesita reinventarse porque no es
fácil para un niño explicar que su madre le concibió de un banco
de semen o aclarar que ese señor que le viene a recoger es “el
abuelo por parte de la compañera de mi padre”.
Pero
lo más relevante es que, en conjunto, son
hogares con menos niños, y eso sí que va a ser un
problema. Las políticas sociales no solo deberían adaptarse a las
nuevas formas de familia, sino que deberían plantear medidas
concretas para facilitar que, cualquiera que sea su forma, no tenga
que renunciar a tener hijos por carecer de
las condiciones necesarias.
Pequeñas
y grandes familias, [El País, 16 de diciembre de 2013]
El
Perú tiene en estos días una oportunidad para dar un paso más en
el camino de la cultura de la libertad, dejando atrás una de las
formas más extendidas y practicadas de la barbarie, que es la
homofobia, es decir, el odio a los homosexuales. El
congresista Carlos Bruce ha presentado un proyecto de ley de Unión
Civil entre personas del mismo sexo, que cuenta con el apoyo del
Ministerio de Justicia, la Defensoría del Pueblo, de las Naciones
Unidas y de Amnistía Internacional. Los principales partidos
políticos representados en el Congreso, tanto de derecha como de
izquierda, parecen favorables a la iniciativa, de modo que la ley
tiene muchas posibilidades de ser aprobada.
De
este modo, el Perú sería el sexto país
latinoamericano y el 61 en el mundo en reconocer legalmente el
derecho de los homosexuales de vivir en pareja, constituyendo una
institución civil equivalente (aunque no idéntica) al matrimonio.
Si da este paso, tan importante como haberse por fin librado de la
dictadura y del terrorismo [¡!], el Perú comenzará a desagraviar a
muchos millones de peruanos que, a lo largo de su historia, por ser
homosexuales fueron escarnecidos y
vilipendiados hasta extremos indescriptibles, encarcelados,
despojados de sus derechos más elementales, expulsados de sus
trabajos, sometidos a discriminación y acoso en su vida profesional
y privada y presentados como anormales y degenerados.
Ahora
mismo, en el previsible debate que este proyecto de ley ha provocado,
la Conferencia Episcopal Peruana, en un comunicado cavernario y de
una crasa ignorancia, afirma que el homosexualismo “contraría el
orden natural”, “atenta contra la dignidad humana” y “amenaza
la sana orientación de los niños”. El inefable arzobispo primado
de Lima, el cardenal Cipriani, por su parte, ha pedido que haya un
referéndum nacional sobre la Unión Civil. Muchos nos hemos
preguntado por qué no pidió esa consulta popular cuando el
régimen dictatorial de Fujimori, con el que fue tan comprensivo,
hizo esterilizar manu militari y con pérfidas mentiras a millares de
campesinas (haciéndoles creer que las iba a vacunar), muchas de las
cuales murieron desangradas a causa de esta criminal operación.
Hace
algunos años, me temo, una iniciativa como la del congresista Carlos
Bruce (quien, dicho sea de paso, acaba de ser amenazado de muerte por
un fanático) hubiera sido imposible, por la
férrea influencia que ejercía el sector más troglodita de la
Iglesia católica sobre la opinión pública en materia sexual,
y, aunque en la práctica el homosexualismo fuera la opción ejercida
por una franja considerable de la sociedad, este ejercicio era
riesgoso, clandestino y vergonzante, porque, quien se atrevía a
reivindicarlo a cara descubierta, era objeto de un instantáneo
linchamiento público. Las cosas han cambiado desde entonces, para
mejor, aunque todavía quede mucha maleza por desbrozar. Veo, en el
debate actual, que intelectuales, periodistas, artistas,
profesionales, dirigentes políticos y gremiales, oenegés,
instituciones y organizaciones católicas de base se
pronuncian con meridiana claridad contra exabruptos homófobos como
los de la Conferencia Episcopal y los de alguna de las sectas
evangélicas que está en la misma línea ultra conservadora,
y recuerdan que el
Perú es constitucionalmente un país laico, donde todos tienen los
mismos derechos. Y que, entre los derechos de que gozan los
ciudadanos en un país democrático, figura la de optar libremente
por su identidad sexual.
Las
opciones sexuales son distintas,
pero no normales y anormales según se sea gay,
lesbiana o heterosexual. Y, por
eso, gays, lesbianas y heterosexuales deben gozar de los mismos
derechos y obligaciones, sin ser por ello perseguidos y
discriminados. Creer
que lo normal es ser heterosexual y que los homosexuales son
“anormales” es una creencia prejuiciosa, desmentida por la
ciencia y por el sentido común, y que sólo orienta la legislación
discriminatoria en países atrasados e incultos, donde el fanatismo
religioso y el machismo son fuente de atropellos y de la desgracia y
sufrimiento de innumerables ciudadanos cuyo único delito es
pertenecer a una minoría. La persecución al
homosexual, que predican quienes difunden sandeces irracionales como
la “anomalía” homosexual, es tan cruel e inhumana como la del
racismo nazi o blanco que considera a judíos, negros o amarillos
seres inferiores por ser distintos.
La
unión civil es, claro está, sólo un paso adelante para resarcir a
las minorías sexuales de la discriminación y acoso de que han sido
y siguen siendo objeto. Pero será
más fácil combatir el prejuicio y la ignorancia que sostienen la
homofobia cuando el común de los ciudadanos vean que
las parejas homosexuales que constituyan uniones civiles conformadas
por el amor recíproco no alteran para nada la vida común y
corriente de los otros, como ha ocurrido en todos (todos, sin
excepción) los países que han autorizado las uniones civiles o los
matrimonios entre parejas del mismo sexo. Las apocalípticas
profecías de que, si se permiten parejas homosexuales, la
degeneración sexual cundirá por doquier ¿dónde ha ocurrido? Por
el contrario, la libertad sexual, como la
libertad política y la libertad cultural, garantiza esa paz que sólo
resulta de la convivencia pacífica entre ideas, valores y costumbres
diferentes. No hay nada que exacerbe tanto la vida sexual
y llegue a descarriarla a extremos a veces vertiginosos como la
represión y negación del sexo. Sacudida como está por los casos de
pedofilia que la han afectado en casi todo el mundo, la Iglesia
católica debería comprenderlo mejor que nadie y actuar en
consecuencia frente a este asunto, es decir, de manera más moderna y
tolerante.
Yo
creo que eso es una realidad de nuestros días y que cada vez más
hay en el mundo católicos —laicos y religiosos— dispuestos a
aceptar que el homosexual es un ser tan normal como el heterosexual y
que, como éste, debe tener un derecho de
ciudad, poder formar una familia y gozar de las mismas prerrogativas
sociales y jurídicas que las parejas heterosexuales.
La
llegada al Vaticano del Papa Francisco comenzó con muy buenos
síntomas, pues los primeros gestos, declaraciones e iniciativas del
nuevo Pontífice parecían augurar reformas profundas en el seno de
la Iglesia que la integraran a la vida y la cultura de nuestro
tiempo. Todavía no se han concretado, pero no hay que descartarlo.
Todos recordamos su respuesta cuando fue interrogado sobre los gays:
" ¿Quién soy yo para juzgarlos? " Era una respuesta que
insinuaba muchas cosas positivas que tardan en llegar. A nadie
—tampoco a los que no somos creyentes— conviene que, por su terca
adhesión a una tradición intolerante y
dogmática, una de las grandes Iglesias del mundo se vaya alejando
del grueso de la humanidad y confinándose en unos márgenes
retrógrados.
Eso
le está pasando en el Perú, por desgracia, desde que su jerarquía
ha caído en manos de un oscurantismo agresivo como el que encarna el
cardenal Cipriani y transpira el comunicado contra la Unión Civil de
la Conferencia Episcopal. Digo, por desgracia, porque, aunque
sea agnóstico, sé muy bien que, para el grueso de la colectividad,
la religión siempre es necesaria, ya que ella le suministra las
convicciones, creencias y valores básicos sobre el mundo
y el trasmundo sin los cuales entra en aquel desconcierto y zozobra
que los antiguos incas llamaban “la behetría”, esa desolación y
confusión colectivas que, según el Inca Garcilaso, padeció el
Tahuantinsuyo en ese período en que pareció que los dioses se le
eclipsaban.
[¿La
religión siempre es necesaria? ¿Y la ética, don Mario? ¿La
educación en valores siempre tiene que tener una fundamentación
religiosa?]
Yo
tengo la esperanza de que, contra lo que dicen ciertas encuestas, la
ley de la Unión Civil, por la que se acaban de manifestar en las
calles de Lima tantos millares de jóvenes y adultos, será aprobada
y el Perú habrá avanzado algo más hacia esa sociedad libre,
diversa, culta —desbarbarizada— que, estoy seguro, es el sueño
que alienta la mayoría de peruanos.
Salir
de la barbarie, Mario Vargas Llosa [El País, 20 de abril de 2014]
El
día 29 de septiembre es San Miguel. No me suelo acordar de los
santos, ni tan siquiera de los cumpleaños, pero mi hijo Miguel sabe
que cuando llegue su día (como se refieren en ciertas zonas de
España al día de uno en el Santoral) recibirá una llamada, y no
será la mía sino la de su padrastro. San Miguel es, a su vez,
patrón de Úbeda, por lo que con más motivo el experto en
onomásticas de mi casa se acuerda de felicitar a su hijastro. Cuando
las relaciones con los hijos adultos son buenas, se podrían definir
a la manera en que lo hizo Montaigne y que tanto le gusta a Muñoz
Molina: “Una amistad verdaderamente paternal”. Es muy
satisfactoria esa paternidad o maternidad en la que no intervienen
los lazos biológicos. No se suele hablar de ella, salvo
cuando los niños son adoptados, pero está presente en muchas de
nuestras familias. Nuestros hijos tienen madre y padre, pero también
disfrutan de unas segundas madres y unos
segundos padres que velan por ellos con tanto celo como lo
harían por aquellos que son de su sangre. La
sangre sigue pesando más de lo que debería, pero yo
me resisto a que me seduzca su influjo: son míos los hijos que no
parí pero a los que tuve que educar, alimentar y querer desde que
eran muy chicos. No es fácil: a los niños hay que seducirlos aún
cuando se resistan a quererte, o aún cuando están predispuestos a
no quererte, pero esa conquista hace más
valiosa la relación futura. Ese futuro, en nuestro caso,
ha llegado. Tenemos cuatro hijos. Esos cuatro hijos tienen a su vez
otros hogares en los que refugiarse. Al principio, esta segunda
realidad al margen de la que una controla se hacía dura, nadie está
a salvo de la mezquindad de la competencia afectiva, pero de la
experiencia se aprende. Hay gente que se instala en el rencor hasta
la muerte e infecta de rencor a los hijos y a los nietos. Vidas feas
y estériles.
Comprendo
que las dificultades de la adopción hayan convertido esta particular
forma de paternidad y maternidad en algo más reseñable, pero no
son menores las dificultades de los que hemos tenido que compartir la
condición de madre o padre con otros. Se habla mucho de
los primeros años de la maternidad en estos tiempos. Es lógico, es
una época en la que todo parece conjurarse para que una mujer no
encuentre el momento de tener descendencia: la
ridícula ayuda estatal, los empleos precarios, las familias
empequeñecidas, la falta de conciliación laboral, los irritantes
horarios españoles. Eso unido a esta
nueva tendencia que exige a las madres la renuncia por
unos años a otras vocaciones. Qué difícil ser madre en unos
tiempos en los que esa condición está cargada de tantas exigencias.
Esta
semana pensaba en ello porque en las redes se compartió un artículo,
Hijos,
de Purificació Mascarell en el que la autora reivindicaba la
posibilidad de no reproducirse. Mascarell definía a las madres como
unos seres
abducidos por la servidumbre de la crianza,
compartiendo sin cesar conversaciones enfocadas obsesivamente a los
pañales, la lactancia y las horas robadas al sueño; jóvenes
privadas de sexualidad, de horas de lectura, de brujuleos nocturnos y
de ambición laboral. Así es, en muchos casos, así es durante
algunos años, así fue incluso para las que comenzamos a trabajar a
los pocos días de nacer nuestros hijos. La mente está tan seducida
por el bebé que no hay nada que pueda competir con ese peculiar
enamoramiento. ¿Y? La vida pasa. Pasa esa infancia primera en la que
una criatura es una continuación del propio yo. Pasa la adolescencia
y su doloroso desapego. De pronto, la extrañeza de la edad adulta, y
con ella un período poco descrito, del que casi nada se cuenta: el
mágico momento en que percibes que tienes que conversar con los
hijos ya de igual a igual,
sin atribuirte a ti misma mayor sabiduría. Un capítulo liberador de
la vida en el que la razón no está por sistema de tu parte. Contra
lo que se dice, los momentos primeros de la maternidad no son
idílicos: una criatura es una bomba que cae en una casa y que jamás
sabemos los efectos colaterales que va a provocar. Lo que debería
despertar envidia a aquellos que deciden no tener hijos es ese
nuevo tiempo enriquecedor en el que puedes hablar de cualquier cosa
con los adultos que criaste.
Estos jóvenes que te quitaron el sueño, te sacaron de quicio, te
apartaron de experiencias fascinantes y noches de aventura, son los
que ahora te proporcionan ratos de apasionada charla. Existe ese
tiempo en el que las madres tenemos la mente colonizada y nos falta
sueño y sensualidad y nos sobra cansancio. Pero luego viene la
recompensa, casi secreta de tan poco expresada. Sólo quien la prueba
puede apreciar su valor: la maternidad o la paternidad, años más
tarde.
La
maternidad, años más tarde; Elvira Lindo [El País, 3 de octubre de
2015]
[Qué
bello artículo. Así es, y en esa conquista estamos. Quiero decir:
para llegar a hablar con los hijos de igual a igual -sean estos
biológicos, adoptados o niños que uno ha tenido que educar al crear
una familia reconstituida- uno tiene que estar a la altura y ganarse
su confianza, respeto y afecto. Es muy difícil que un niño deje de
quererte aunque le hayas descuidado y desatendido en su educación. Un
niño busca aceptación y afecto, fundamentalmente. Pero cuando ya es
capaz de razonar y cuestionar la conducta de los adultos, podemos
encontrarnos con la sorpresa del rechazo, de las críticas, del
desapego. Hay que hacer un esfuerzo por mantener el diálogo y la
confianza. Hay que permitir que el niño exprese sus puntos de vista,
hay que ofrecerle razones de nuestros argumentos, además de cariño
y protección. Los padres juegan un papel fundamental en el
aprendizaje y ofrecen un modelo de comportamiento y valores que no hay que
descuidar.
Creo
que soy una persona autocrítica con el modelo que ofrezco a mis
hijas. Estoy segura de que me he equivocado y equivoco muchas veces
con ellas, principalmente con la mayor. He sido -soy todavía, muy
autoritaria-. Afortunadamente mi marido es más flexible, más
paciente y generoso en el tiempo que dedica a nuestras hijas. Procuro
ser justa y ofrecerles un modelo de rectitud. Pero es un camino por
recorrer donde sólo hemos dado los primeros pasos.
Alguna vez mis hijas me han ofrecido un espejo donde mirarme. Para bien y para mal. Utilizan las mismas expresiones cuando se enfadan, reproducen modelos de conducta inadecuados que una misma no era consciente de que estaba ofreciéndoles.
He
pensado en el tipo de relación que mantengo con mis padres. He
pensado en las personas que se han ocupado de mi educación y hay dos
que, sin tener un lazo biológico, ocupan un lugar muy importante en
mi vida. Se trata de los maridos de mis tías. Siento un profundo
agradecimiento, un afecto inconmensurable que no sé si soy capaz de
expresarles y devolverles. De verdad que no entiendo el peso que
queremos darle a los lazos sanguíneos.
El
roce hace el cariño. También hay personas con las que tenemos mayor
afinidad, independientemente del parentesco. Pienso mucho en las
vivencias que he tenido como niña, en las orientaciones y el trato
que he recibido por parte de los adultos encargados de mi educación.
Hago balance y pienso en la suerte que he tenido. Eso no me anula mi
capacidad crítica]
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Josephine Baker adopta a doce niños de diferentes lugares de procedencia a quienes llamaba “La tribu del arcoíris”. |
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