René Descartes y el dualismo cuerpo-mente, José Ramón Alonso [UniDiversidad, 22 de marzo de 2014]
El asesino del sueño, José Ramón Alonso [UniDiversidad, 14 de junio de 2012]
Los sueños del Doctor Loewi, José Ramón Alonso [UniDiversidad, 21 de diciembre de 2010]
Jorge Luis Borges, El sueño
María Kodama, entrevistada por María Fernanda Crespín [Letralia 235, marzo de 2010]
Descartes, Jorge Luis Borges Selected Poems, Edited by Alexander Coleman 1999, p. 422)
René
Descartes (1596-1650) nació en 1596 en un
pueblo cercano a Tours, en Francia, en una familia de la pequeña nobleza. Su
madre murió cuando él tenía trece meses y de niño tuvo una salud muy frágil
pero su padre se preocupó de que recibiera una buena educación en el colegio
jesuita de La Flèche, en Anjou, donde de 1604 a 1612 estudió los clásicos,
lógica y filosofía aristotélicas, y matemáticas, disciplina en la que destacó. De su mala salud le quedó la costumbre
de permanecer en la cama toda la mañana, leyendo, pensando o escribiendo, y de
su formación con los jesuitas, un interés por los
métodos analíticos y una sólida base científica, moral y religiosa. Tras
otros dos años de estudios, se licenció en Leyes en Poitiers el año 1616
trasladándose a continuación a París. Allí vivió en el barrio de St. Germain,
en la ribera del Sena y visitó los jardines reales, donde vio una de las
maravillas de la época construidas por el hombre: las espectaculares fuentes
animadas. Eran figuras de Neptuno, Diana y otros personajes mitológicos que se
movían a través de sistemas de tuberías, válvulas y presión hidráulica y que
parecían “estar vivas”.
Al
terminar los estudios, como muchos otros jóvenes de todos los tiempos,
Descartes sufrió una crisis personal. Se cuestionaba
el valor de la educación recibida, que no parecía tener ninguna utilidad en el
mundo real y no sabía qué hacer con su vida, se fue encerrando en casa y
probablemente cayó en una depresión. Finalmente, a los 22 años salió de ese estado
y concluyó que tenía que ver algo de mundo y con esa idea, también como muchos
otros jóvenes a lo largo de los siglos, decidió
alistarse en el ejército. Descartes lo recuerda así en su “Discurso del
Método”:
Abandoné completamente el estudio de las letras. Decidí no buscar otro conocimiento que el que pudiera encontrarse dentro de mí o en el gran libro del mundo, pasé el resto de mi juventud viajando, visitando distintas cortes y ejércitos, mezclándome con gente de temperamentos y clases diversas, reuniendo variadas experiencias, poniéndome a prueba en las situaciones que la fortuna me ofrecía y en todo momento reflexionando sobre lo que aparecía en mi camino para intentar sacar algún provecho de ello.
Descartes
se unió a las tropas del príncipe Mauricio de Nassau, el comandante en jefe de
los ejércitos de los Países Bajos que luchaban para conseguir la independencia
frente a los españoles y se incorporó al colegio militar de Breda, el principal
centro de ingeniería militar de los
neerlandeses. A pesar de ser un sitio de excelencia con magníficos profesores, un católico creyente como él no se sentía cómodo en el
ejército protestante y realizó un largo rodeo a través de Polonia y
el norte de Alemania para unirse al ejército de Baviera comandado por
Maximiliano I. Fue uno de los muchos episodios en los que la religión influiría
en su vida. Desde el primer momento y en sintonía con muchos intelectuales de
su tiempo, Descartes vio claramente la necesidad de separar la fe y la razón.
Esto significa que podía ser escéptico en cuanto a
las posiciones filosóficas, e incluso las doctrinas teológicas de la Iglesia,
pero no por ello renegó nunca de su fe católica, aunque fue
frecuentemente una fuente de sinsabores por la oposición que sufrió a las ideas
que sustentan su obra personal. Por otro lado, reclamaba la libertad absoluta
de Dios en su acto de creación sin que los hombres pudiesen determinar su
intencionalidad o sus planes.
Poco
después, en 1619, realizó uno de sus principales descubrimientos y el que más
ha perdurado: la geometría analítica, una
forma de resolver problemas de álgebra geométricamente y problemas de geometría
algebraicamente. Desarrolló un sistema de líneas de referencia, ordenadas y
abscisas, que conocemos en su honor como coordenadas cartesianas. Otras
innovaciones matemáticas que seguimos utilizando fueron el usar exponentes
numéricos para indicar las potencias de un número (72) o el uso de
la “x” para las cantidades desconocidas.
En
este momento de su vida, se fue obsesionando con dos ideas. Una es que las ciencias naturales tenían que tener la fiabilidad de
las ciencias exactas. La segunda, que el
conocimiento debía basarse en ideas simples, firmes y que no fueran objeto de
discusión subjetiva. Para ello estableció un método, el método
científico, como sistema de acercamiento a la realidad y cuya cristalización
más soberbia en el siglo XVII sería la publicación años después de su obra “El Discurso
del Método” (Discours de la méthode pour bien conduire sa
raison et chercher la vérité dans les sciences) escrita hacia 1637. Con
ella se separan definitivamente, y no solo en los anaqueles de las bibliotecas,
la Física y la Metafísica y se interpretan por primera vez los fenómenos naturales,
incluyendo las respuestas de los seres vivos, como sucesos que responden a
leyes generales, similares a las que rigen a los seres inanimados.
La obra de Descartes es uno de los hitos fundamentales de la Ciencia moderna.
La
aportación de Descartes supone la superación de la búsqueda del conocimiento
por la lógica aristotélica, el refuerzo de las matemáticas como herramienta
para la comprensión del mundo y la presentación de un nuevo tipo de pensamiento, el
científico, como abordaje para el conocimiento del hombre y la Naturaleza.
Este avance se potencia con la creación de las primeras sociedades científicas
y con el desarrollo de métodos de difusión de las observaciones realizadas:
conferencias, simposios, revistas… Paralelamente, se irían erigiendo las primeras
academias, frecuentemente con patrocinio real, como principales foros
científicos en contraste con las universidades, donde la Escolástica
y el principio de autoridad dominarían varios siglos más.
De
1620 a 1628 Descartes estuvo viajando por Europa, y sabemos que en 1620 estaba
en Bohemia, en 1621 en Hungría, en 1622 y 1623 permanece en Francia, y también
visita Holanda y Alemania. En el tiempo que estuvo en París, conoce a Marin
Mersenne, también graduado de La Flèche, con quien establece una amistad para
el resto de su vida y que es quien le mantiene al tanto de los nuevos
descubrimientos y el ambiente científico de Francia. También visitó Italia,
pasando un tiempo en Venecia, desde donde de nuevo regresa a Francia. Durante
estos viajes por Europa, según comenta a sus amigos, se
libera de sus prejuicios, acumula experiencias y va desarrollando
trabajos e ideas. En 1626 descubre la Ley de la
Refracción de la Luz.
En
1628 se establece en Holanda, donde pasará los siguientes 20 años de su vida,
con cambios periódicos de residencia, y viajando ocasionalmente a Francia. La
recién fundada República de los Países Bajos era un
ambiente más tolerante para las rompedoras ideas de Descartes que su
patria nativa, Francia. Cuando se establece en Holanda empieza a trabajar en un
tratado de física: Le Monde, ou Traité de la Lumière, pero estando cerca
de finalizarlo, el
padre Mersenne le informa de que Galileo ha sido arrestado por mantener su
teoría del movimiento de la Tierra —que también defendía Descartes— y llevado
ante la Inquisición. Descartes decide posponer su publicación, que
finalmente será póstuma y va mandando a la imprenta solamente sus obras más
“asépticas”. Primero, porque no deseaba enfrentarse
a la Iglesia, de la que se siente un miembro fiel, y segundo, porque pensaba que el conflicto entre ciencia y religión no era
más que un malentendido, que esperaba que se resolviese con prontitud y
entonces podría publicar sus libros sin controversias. No fue así, sus obras
supuestamente “seguras” irritan a los conservadores, algunos de los cuáles le acusan de
promover el ateísmo mientras que otros le atacan por atreverse a cuestionar la
autoridad de Aristóteles. Aunque vive en un país donde la autoridad
del Papa no se reconoce oficialmente, Descartes teme ser asesinado por algún
talibán de la ortodoxia. Para mantener su privacidad y desorientar a sus
enemigos, en el tiempo que residió en Holanda vivió en veinticuatro direcciones
diferentes en al menos trece ciudades distintas. Solo unos pocos amigos sabían
su paradero del siguiente mes y también extremó la prudencia con la impresión
de sus obras. Como resultado, envió “Les Passions de l’âme” (Las pasiones del
ama) a la imprenta en 1649, pocos meses antes de morir y el “Traité de l´homme”
que fue escrito en 1633, no estaría al alcance del público hasta doce años
después de su fallecimiento, el 1662.
En
la época de Descartes, la mecánica era la frontera más avanzada de la tecnología
humana. Utilizando la fuerza del agua o del viento y distintos tipos
de elementos como muelles o engranajes, las máquinas podían por primera vez en
la historia, medir el tiempo, procesar alimentos, extraer agua de un pozo o
trabajar con rapidez y potencia los metales o el cuero. Un producto
especialmente llamativo era los autómatas, muñecos mecánicos capaces de
moverse, saludar, adoptar distintas poses e incluso “cantar” o “hablar”. De
alguna manera, el propio hombre construía seres a
su imagen y semejanza. Al igual que hoy puede pasar con los ordenadores, que utilizamos como
modelos para intentar explicar cómo funciona el cerebro o incluso todo un
organismo, los hombres de la época de Descartes utilizaron estas
máquinas, la tecnología disponible más sofisticada, para explicar el universo y
los propios seres vivos. Así los astrónomos utilizan los relojes para explicar
el movimiento de los planetas y construyen pequeños modelos del movimiento de
los componentes del sistema solar basados en mecanismos de relojería. Del mismo
modo, los estudiosos de la Biología, intentan
entender los seres vivos como máquinas creadas por Dios. Galileo había
comparado los huesos y articulaciones del cuerpo a un sistema de poleas y
William Harvey había aclarado la circulación sanguínea explicando el corazón
como un sistema de bombeo y las arterias, capilares y venas como las tuberías
por las que discurre la sangre. Descartes se propuso hacer algo similar para el cerebro
humano.
Descartes
tenía interés por la Biología y la Medicina, en particular por la anatomía y la
fisiología y al poco de llegar a Holanda comienza a ir a los mataderos para
obtener cabezas de animales y órganos para su disección. Es posible que también
realizara algunos experimentos en animales vivos. Sus estudios empezaban por la
tarde -¡tenía que salir de la cama para hacer una disección!- y se alargaban
hasta bien entrada la noche. En cierta ocasión, una visita pidió ver su
biblioteca y él, supuestamente, señalo a los restos de una oveja que había diseccionado
y respondió “Ésos son mis libros”.
Descartes
propuso una
explicación del sistema nervioso que rompía con las concepciones
anteriores. Usó la teoría sobre el movimiento de los fluidos hidráulicos para
explicar la función del cerebro y el comportamiento de los animales pero esa explicación mecanicista de los procesos biológicos
generó un enorme debate. Sin embargo, él consideraba que los mecanismos cerebrales
controlaban el comportamiento humano tan solo en la medida que era similar al
de las bestias pero esta explicación no podría recoger algunas de las
características del hombre como la
inteligencia y el alma, que eran dadas directamente por Dios. Las capacidades
exclusivas del hombre residían fuera del cerebro, en la “mente” un concepto muy
solapado con el de “alma”. Descartes era un dualista que creía que la mente y
el cuerpo eran entidades separadas.
La
importancia de Descartes en nuestro conocimiento del cerebro es que él
argumenta que la
única diferencia entre las máquinas y los animales es la complejidad de los
mecanismos. Entre el hombre y los animales, la diferencia está en la
posesión de un alma, una
entidad a la que Descartes liga no solo la inteligencia sino también las
emociones y la memoria. De esta manera, la gran mayoría de los
comportamientos humanos, exceptuando aquellos en los que participa el alma,
tienen analogías en las actividades de los animales y pueden por lo tanto ser
estudiados a través de la investigación de la anatomía, la fisiología y el
comportamiento de los demás seres vivos. En segundo lugar, como el comportamiento de un animal es fundamentalmente mecánico,
puede ser entendido igual que entendemos cómo funciona un autómata y las causas y procesos de estos comportamientos
deben ser racionales y sujetas a leyes naturales. En tercer lugar, como poseedores
de mente, los humanos son únicos, son los únicos seres que pueden pensar, que
tienen un lenguaje y los únicos que saben que existen. En la que
puede ser la frase más famosa de la Filosofía occidental en su Discurso del
Método, Descartes lo expresa como “Cogito, ergo sum”, “Pienso, luego existo”.
Los animales al contrario que nosotros no tienen pensamiento abstracto, no
experimentan estados emocionales reales como amor o remordimiento y son
incapaces de pensar o responder voluntariamente. Para Descartes, los animales son máquinas, de una complejidad que
supera nuestra imaginación pero máquinas estímulo-respuesta donde todos los
procesos son involuntarios.
En
1644 publica en Amsterdam, sus Principia Philosophiae una síntesis del
Discurso y las Meditaciones. En 1649 publica su “Les Passions de l’Ame”
(Las pasiones del alma) donde clasifica la vida emocional en seis estados
básicos: admiración, amor, odio, deseo, alegría y tristeza. Todas las demás son
variantes o “especies” de estas seis emociones básicas que se explicaban por
los movimientos de los espíritus en el cerebro, la sangre y los órganos
vitales.
Descartes
entonces se plantea cómo el cuerpo y la mente-alma se relacionan entre sí,
cómo algo material —el cuerpo— interactúa con algo inmaterial —la mente-alma.
Descartes vivió bajo los reinados de Luis XIII y Luis XIV, dos monarcas
absolutos que controlaban completamente sus territorios. Descartes creía en el
derecho divino de la monarquía y en la necesidad de una autoridad central. Por
lo tanto —pensó— el alma
debe tener un auténtico centro de control en el cerebro, uno que
controle los movimientos de los espíritus animales a través del sistema
nervioso y para ello propone que mente y cuerpo se comunican en un punto, la glándula pineal. Esta
pequeña glándula sería la encargada de la producción de los espíritus animales
que son los que llevarían información de una parte del cuerpo a otra. Descartes
escribe así:
Parece que he determinado con claridad que la parte del cuerpo en la que el alma ejerce inmediatamente sus funciones es … una glándula extremadamente pequeña, situada en el medio de la sustancia [del cerebro] y así suspendida sobre el conducto por el cual los espíritus de sus cavidades anteriores se comunican con aquellos en la posterior, de manera que el más ligero movimiento puede alterar en gran manera el curso de estos espíritus y del mismo modo, el curso de estos espíritus puede alterar en gran manera el movimiento de la glándula.
Actualmente sabemos que la pineal está inervada por el sistema nervioso simpático y que puede funcionar como fotorreceptor en los animales con reproducción estacional como anfibios, reptiles y aves. Con poca luz, en los meses de invierno, produce más melatonina, lo que inhibe la reproducción. Se piensa que el principal motivo por el que Descartes eligió la glándula pineal es por ser una estructura única mientras que la mayoría de las estructuras cerebrales son dobles, con una disposición simétrica. También influyó que se encontrase rodeada por fluido cerebroespinal y cerca de los ventrículos que se consideraban el depósito de los espíritus animales. Descartes pensaba que los finos capilares de la pineal filtrarían las partículas más diminutas desde la sangre y las convertirían en espíritus animales al liberarse en los ventrículos. También pensaba que los nervios procedentes de los órganos sensoriales contenían unos filamentos finos dentro de sus largos canales y que cuando se tirase de ellos abrirían válvulas en las paredes de los ventrículos permitiendo a los espíritus animales entrar en los nervios y desde allí fluir hasta los distintos músculos y órganos. Además, la pineal podía oscilar —creía—dirigiendo los espíritus animales hacia aperturas específicas en las paredes de los ventrículos, como los cambios mediante válvulas en los fluidos que discurrían las tuberías con las que se movían los autómatas. En realidad, todo su sistema de funcionamiento del cerebro se basaba en las observaciones de las fuentes animadas de los jardines de Su Majestad.
…Del mismo modo puedes haber observado en las
grutas y fuentes de los jardines de nuestros reyes que la fuerza que hacer
surgir al agua de su fuente es capaz de mover diversas máquinas e incluso
hacerles tocar ciertos instrumentos o pronunciar algunas palabras de acuerdo a
las varias disposiciones de las tuberías por las que el agua es conducida.
Y ciertamente uno puede bien comparar los nervios
de la máquina que yo estoy describiendo con los tubos de los mecanismos de
estas fuentes, sus músculos y tendones a los engranajes y muelles que sirven
para mover estos mecanismos, sus espíritus animales al agua que los impulsa, de
los cuales el corazón es la fuente y las cavidades cerebrales el depósito de
agua.
Con
esa explicación, era fácil deducir cómo funcionan procesos cerebrales como dormir o despertar. Descartes
postula que el sueño ocurre cuando el cerebro se vacía de espíritus, como un
autómata que de repente se derrumbara al perder la presión en sus conductos.
Por el contrario, cuando un montón de espíritus entran en el cerebro, se
expande, los nervios se hinchan y despertamos, creándose una mayor sensibilidad
a los estímulos externos. De ese modelo se deduce que las características básicas de la vida
animal —comer, respirar, andar, reproducirse, responder a estímulos— pueden
verse como acciones mecánicas que responden a las leyes de la física,
uno de los objetivos iniciales del filósofo francés.
Cuando el alma desea recordar algo, este deseo
causa que la glándula [pineal], inclinándose sucesivamente hacia lados
diferentes, empuje los espíritus hacia diferentes partes del cerebro, hasta que
encuentran esa zona donde se encuentran los rastros dejado por el objeto que
deseamos recordar, pero estos rastros no son otros que el hecho de que los
poros del cerebro, a través de los cuales han anteriormente seguido su curso
los espíritus debido a la presencia de este objeto, han por este motivo
adquirido una mayor facilidad que los otros en ser una vez más abiertos por los
espíritus animales que vienen hacia ellos de la misma manera.
A
pesar de que la función de la glándula pineal nada tenga que ver con la
imaginada por Descartes, él fue quien hizo la transición del conocimiento de
los seres vivos como una parte de la filosofía medieval, a cuyo conocimiento se
llegaba desde el pensamiento racional a una nueva dirección, el conocimiento
basado en los hechos: la observación y la experimentación. Descartes
abrió puertas a la ciencia moderna y su influencia fue clave en la expansión
científica que tuvo lugar durante la Ilustración. Mediante el uso de las matemáticas y su
interpretación mecanicista del comportamiento, introdujo alguna de las
herramientas más poderosas de toda la investigación moderna: la cuantificación
y el modelo hipotético, plantear hipótesis y someterlas a prueba para ver si
resisten los datos que la propia naturaleza devuelve.
En
1649, la joven reina Cristina de Suecia convenció a Descartes para que fuera a
Estocolmo y le enseñase filosofía. Descartes estaba gratamente sorprendido por
el deseo de la monarca -de dieciocho años entonces- de aprender y por su
ambición de convertir Estocolmo en un centro importante de enseñanza y
conocimiento. Descartes se convierte en su preceptor y tenía cita en palacio
todos los días, a las 5 de la mañana -algo que tenía que ser durísimo para
Descartes y sus hábitos de vida- para una sesión de conversación y educación
con la soberana. Desgraciadamente, ese invierno es uno de los más gélidos
registrados en la Historia de Escandinavia, René contrae una neumonía y muere
poco después, el 11 de Febrero de 1650, a la edad de 53 años. Hay quien sostiene que fue asesinado
por inducir a la reina Cristina a abandonar el protestantismo y convertirse al
catolicismo, teniendo que abdicar pues las leyes suecas requerían un
monarca protestante. Doce años después de su muerte, en 1662 se publica De
Homine y dos años más tarde la edición en francés L’Homme. Su trabajo fue condenado por
la Inquisición, siendo incluidos en el Índice de Libros Prohibidos
por la Iglesia de Roma en 1663.
Los
restos del filósofo católico fallecido en terreno protestante fueron primero
enterrados casi en secreto en un cementerio sueco para niños sin bautizar de la
Adolf Fredriks kyrka. Pocos años después es
desenterrado -a petición de sus compatriotas- para enviar su restos a Francia
pero le pasa de todo. Alguien se queda con un dedo de recuerdo y la caja es tan
pequeña que la cabeza debe separarse del torso. El cráneo fue robado,
extraviado, subastado y por fin recuperado en 1821, cuando apareció con dos
inscripciones, un poema en latín y una frase en sueco, entre las firmas de los
diferentes dueños que había tenido a lo largo de casi dos siglos. Sin embargo,
cuando todo parecía estar solucionado, apareció un segundo cráneo. El esqueleto
de Descartes pasó de no tener cráneo a tener dos, de modo que hubo que realizar
una investigación para establecer cuál era el auténtico. Una asamblea de científicos
llegó a la conclusión, basada no en el ideal de certeza sino en la moderna idea
de la probabilidad, de que el primer cráneo era el original. Tras 172 años el
cráneo elegido fue depositado en el Musée de l’Homme de París, mientras que el
resto del cuerpo -del que se duda su autenticidad- fue enterrado en St. Germain
des Prés, a bastante distancia. Un guiño del
destino a los restos mortales de un personaje que defendió que la mente y el
cuerpo debían ser tratados como entidades independientes.
René
Descartes y el dualismo cuerpo-mente, José Ramón Alonso [UniDiversidad, 22 de
marzo de 2014]
Lady
Macbeth, la mujer del protagonista de la obra de William Shakespeare, es un
referente literario basado en un personaje histórico del siglo XI. Lady Macbeth
presiona a su marido para que asesine al rey Duncan y así se puedan convertir
en reyes de Escocia, algo que consiguen pero que
termina en un trágico final llevados por esas pasiones, la traición, la
ambición desmedida… Se dice
que Lady Macbeth encarna el conflicto entre las supuestas características
femeninas (compasión, dulzura, fragilidad, empatía) y las supuestas
características masculinas (ambición, crueldad, ansia de poder, brutalidad). Ese
conflicto interno afecta a la psique de la Lady Macbeth que tiene episodios de
sonambulismo acosada por los remordimientos. Así es la Escena I del Acto
V:
Castillo de Dunsinania. Antesala en el castillo.
UN MÉDICO, UNA DAMA Y LADY MACBETH
EL MÉDICO. – Aunque hemos permanecido dos noches
en vela, nada he visto que confirme vuestros temores. ¿Cuándo la visteis
caminar por última vez?
LA DAMA. – Después que el Rey se fue a la guerra,
la he visto muchas veces levantarse, vestirse, sentarse a su mesa, tomar papel,
escribir una carta, cerrarla, sellarla, y luego volver a acostarse: todo ello
dormida.
EL MÉDICO. – Grave trastorno de su razón arguye el
ejecutar en sueños los actos de la vida. ¿Y recuerdas que haya dicho alguna
palabra?
LA DAMA. – Si, pero nunca las repetiré.
EL MÉDICO. – A mí puedes decírmelas y debes
hacerlo.
LA DAMA. – Ni a ti, ni a nadie, porque no podría
yo presentar testigos en apoyo de mi relato.
(Entra Lady Macbeth, sonámbula, y con una luz en
la mano)
Aquí está, como suele, y dormida del todo.
Acércate y repara.
EL MÉDICO. – ¿Dónde tomó esa luz?
LA DAMA. – La tiene siempre junto a su lecho. Así
lo ha mandado.
EL MÉDICO. – Tiene los ojos abiertos.
LA DAMA. – Pero no ve.
EL MÉDICO. – ¿Qué es lo que hace ahora? Mira cómo
se retuerce las manos.
LA DAMA. – Es su ademán más frecuente. Hace como
que se las lava. La he visto hacerlo durante un cuarto de hora.
LADY MACBETH. – Todavía están manchadas.
EL MÉDICO. – Oiré cuanto hable, y no lo borraré de
la memoria.
LADY MACBETH. – ¡Lejos de mí esta horrible
mancha!… Ya es la una… Las dos… Ya es hora… Qué triste está el infierno…
¡Vergüenza para ti, marido mío!… ¡Guerrero y cobarde!… ¿Y qué importa que se sepa, si nadie puede juzgarnos?…
¿Pero cómo tenía aquel viejo tanta sangre?
EL MÉDICO. – ¿Oyes?
LADY MACBETH. – El señor de Fife tenía una esposa
¿Dónde está ella ahora?… ¿Pero por qué no se lavan nunca mis manos?… No más,
señor, no más… ¡Qué dañinos
son esos arrebatos!
EL MÉDICO. – Oye, oye: ya sabemos lo que no
debíamos saber.
LA DAMA. – No tiene
conciencia de lo que dice. Estoy segura de algo: La verdad sólo Dios la sabe.
LADY MACBETH. – Todavía siento el olor de la
sangre. Todos los aromas de Oriente no bastarían a quitar de esta pequeña mano
mía el olor de la sangre.
EL MÉDICO. – ¡Qué oprimido está ese corazón!
LA DAMA. – No le llevaría yo en el pecho, por toda
la dignidad que ella pueda tener.
EL MÉDICO. – Bien, bien, bien…
LA DAMA. – Dios lo quiera señor.
EL MÉDICO. – No sé curar tal enfermedad, pero he
visto sonámbulos que han muerto como unos santos en sus lechos.
LADY MACBETH. – Lávate las manos. Vístete. Vuelva
el color a tu semblante. Te lo digo otra vez: Banquo está bien muerto, y no ha
de volver de su sepulcro… A la cama, a la cama… Llaman a la puerta… Ven, dame
la mano… Lo que se ha hecho no se puede deshacer. A la cama, a la cama, a la
cama.
EL MÉDICO. – ¿Se acuesta ahora?
LA DAMA. – En seguida.
EL MÉDICO. – Ya la murmuración pregona su crimen. La maldad suele trastornar el entendimiento, y la mente
infectada descarga sus secretos en las sordas almohadas. Necesita el
apoyo de Dios y no de un médico. Dios, Dios nos perdone a todos. No te alejes
de su lado: aparta de ella cuanto pueda molestarla. Y aún así no le pierdas de
vista. Buenas noches. Me ha anonadado la mente y deslumbrado la vista. Pero más
vale callar.
LA DAMA. – Buenas noches, doctor.
Es
llamativo, algo que no sucede en ningún otro carácter importante de la obra de
Shakespeare que su parlamento es en prosa
mientras que a ella se le “niega la dignidad del verso”. Shakespeare usa este recurso porque,
se piensa, el ritmo regular del verso no encaja con un personaje que ha perdido
su equilibrio mental y está invadida por las imágenes de sus actos, del
asesinato cometido.
El
sonambulismo es uno de los trastornos del sueño más famosos y peor conocidos.
En torno a un 30% de los adultos hemos tenido al menos un episodio de esta
parasomnia, normalmente cuando éramos niños. Algunos repiten y un 3% lo ha tenido el último año. En la infancia es
más frecuente en niñas y en la edad adulta, en hombres. El sonámbulo se levanta
de la cama en un estado de baja consciencia y realiza actividades que pueden
ser benignas como sentarse en la cama, ir al baño o limpiar, claramente
arriesgadas como cocinar, conducir o tener relaciones sexuales con desconocidos
e incluso cometer actos violentos u homicidios.
El
episodio de sonambulismo puede durar unos pocos segundos o extenderse durante
más de media hora y ocurre normalmente en el primer
tercio de la noche. Coincide con las fases 3 o 4 del sueño, es decir, la
etapa denominada sueño lento o sueño de ondas lentas (SOL).
Los movimientos del sonámbulo no son la representación externa de un sueño que
está teniendo porque las imágenes oníricas se producen en otra fase, en la
llamada de movimientos oculares rápidos o REM. En contra de la imagen popular,
los sonámbulos no van con los ojos cerrados y los brazos extendidos, sino con los ojos abiertos y utilizan sus manos con cierta
normalidad pero no son conscientes de sus actos.
Por esa falta de consciencia no pueden realizar movimientos que
requieran un gran esfuerzo y tampoco hablar, tan solo emitir algunos sonidos
incoherentes.
Es difícil despertarlos aunque, en contra de lo que se cree comúnmente, no
resulta peligroso. Al despertar se encuentran desorientados y confusos.
Creo que se refiere a que pueden hablar pero no mantener una conversación. Hablar, sí que pueden. Y no siempre es incoherente lo que dicen.
¿Estado de baja conciencia es lo mismo que inconsciente?
Hay
informaciones de algunos sonámbulos que han conducido, montado a caballo o
incluso intentado pilotar un helicóptero. También se desplazan por sitios donde
no lo harían normalmente, incluso con cierto peligro. En el año 2005, en
Inglaterra, una muchacha de 15 años fue rescatada del extremo del brazo de una
grúa de construcción de 40 metros de altura donde se había quedado dormida tras
subir sonámbula.
Tampoco son conscientes de los actos que realizan durante sus
episodios de sonambulismo.
Una mujer de 54 no entendía cómo era posible que hubiera subido 45 kilogramos
de peso hasta que su marido e hijos le explicaron que se levantaba sonámbula en
medio de la noche y se ponía a comer sin medida. En 2004, Peter Buchanan del
Instituto Woolcock de Investigación Médica en Sydney (Australia) informó de que
había tratado con éxito a una mujer de mediana edad que en episodios de
sonambulismo salía de su casa y tenía relaciones sexuales con desconocidos.
Esta conducta se alargó durante meses y evidencias circunstanciales como
preservativos distribuidos por la casa alertaron a la pareja del problema. Se
presta al chiste fácil pero el médico que le trató indicó que el estrés de la
pareja y un análisis clínico en profundidad le
convenció de que era un caso serio de sonambulismo y no un problema
psiquiátrico o un ejemplo llamativo de cara dura y cascos más bien
ligeros. Hay también informes clínicos de una mujer que en episodios de
sonambulismo mandaba correos electrónicos semicoherentes en los que por ejemplo
invitaba a cenar o a tomar copas a un amigo, e-mails de los que luego no
recordaba nada.
También
se ha visto que el sonambulismo puede ser un riesgo
importante para las personas afectadas o para sus seres cercanos. En
1987, Kenneth Parks un hombre de Pickering, Ontario condujo 23 kilómetros hasta
la casa de los padres de su mujer donde estranguló a su suegro hasta dejarlo
inconsciente y apuñaló a su suegra hasta matarla. Luego, volvió a subir a su
coche y condujo hasta la comisaría más cercana donde, ensangrentado y
supuestamente todavía dormido, se entregó a los policías diciendo “Creo que he
matado a alguien”. Fue absuelto de asesinato por el
jurado por estar bajo los efectos del sonambulismo, algo que fue
ratificado por el Tribunal Supremo de Canadá que solo le obligó a tomar una
medicación contra los trastornos del sueño para evitar que algo parecido se
pudiera repetir. En 2008 hubo un caso parecido en el Reino Unido donde Brian
Thomas y su esposa, ambos sonámbulos habituales, estaban de vacaciones con su
caravana cuando un grupo de jóvenes les empezó a molestar. Decidieron irse con
su caravana y aparcar en otra zona donde pudieran descansar. Mientras dormían, Thomas soñó que los jóvenes habían entrado en su caravana
y se defendía de ellos. En realidad estaba estrangulando a su esposa y
cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, era ya tarde pues ella había
fallecido. Según el Dr Michael Cramer-Bornemann, especialista del Centro
Regional de Trastornos del sueño de Minnesota: “Cualquiera que sea sonámbulo
puede matar”. Se presta lógicamente a la picaresca de intentar hacer pasar un
asesinato como algo involuntario y es algo difícil de demostrar para inocentes
y difícil de excluir para los culpables. Recientemente se ha visto que algunos sonidos, como el ladrido de un perro en la fase
SOl induce un episodio de sonambulismo en quien tiene esta parasomnia.
De esta manera se estará más cerca de probar si alguien es realmente sonámbulo
o simplemente lo está fingiendo.
Pero un sonámbulo que sabe que lo es también puede usarlo como coartada.
Si durante la fase de sonambulismo no se producen imágenes oníricas, ¿por qué Thomas “soñó” que se defendía de los jóvenes?
El
Dr. Chris Idzikowski, director del Centro del Sueño de Edimburgo fue llamado a
declarar como perito en el caso de Thomas para lo que hizo un estudio en
prisión monitorizando su comportamiento durante el sueño, incluyendo su
respiración, ondas cerebrales, movimientos oculares y de las extremidades. Un
sonámbulo tiene signos típicos tales como episodios de alta actividad cerebral
antes de volver a las ondas cortas típicas del sueño en fase no-REM. Durante el
episodio de sonambulismo la parte del cerebro que se encarga del juicio moral,
la corteza prefrontal, está desactivada. Por el contrario otras partes están
sobreactivadas durante el sueño, incluyendo el sistema límbico y la
amígdala. Estas áreas intervienen en el control emocional de la experiencia de
despertar y le dan a los sueños su profundidad y su intensidad. El comportamiento
del sonámbulo sería por tanto emocional e irracional. Con respecto a
los movimientos, el estado de consciencia cambia muy rápidamente y puede
producirse un desajuste en el cual la mente
consciente todavía no se ha hecho cargo de la voluntad y de las órdenes motoras
y se produce el deambular inconsciente del sonámbulo.
No
se conocen muy bien las causas del sonambulismo, es más frecuente en niños y cuando se
produce en adultos se relaciona con una inmadurez del sistema nervioso central.
También se cree que tiene una base genética, localizada al parecer en el
cromosoma 20 y por eso es típico que ocurra en varios miembros de la misma
familia. De hecho, la posibilidad de que un niño lo sufra aumenta un 45% si lo
tiene un progenitor y un 60% si lo tienen los dos. Realizando un análisis
genético de 30 personas con sonambulismo y 30 controles, se ha visto que las
personas con sonambulismo tienen un 350% de posibilidades de tener una variante
del gen HLA llamado HLA-DBQ1. Se supone que este gen interviene en otros
trastornos del sueño como la narcolepsia y esa variante daría una propensión al
sonambulismo que sería luego modulada por factores ambientales. Entre las cosas que aumentan la posibilidad de tener un
episodio de sonambulismo están el estrés, el cansancio extremo, la falta de
sueño, la fiebre y estar tomando algunos medicamentos como narcolépticos o
antipsicóticos. El sonambulismo es también más frecuente en las personas
con depresión, con una historia de abuso de alcohol
y con un trastorno obsesivo-compulsivo, como en ese gesto repetido de
Lady Macbeth de intentar lavarse una y otra vez las manos, un gesto
característico de este tipo de trastorno.
El
tema del sueño sale continuamente en Macbeth. El sueño es un elemento esencial
en la vida, similar a respirar a comer y la falta
de sueño se asocia con una tensión emocional donde hay altos niveles de estrés,
ansiedad o problemas psicológicos. Tanto Macbeth como su esposa tienen
dificultades para conciliar el sueño por su culpabilidad. Macbeth siente que el
tiempo de relajamiento y tranquilidad, representado por el sueño, ha muerto
para él para siempre, reemplazado con una época de locura, horror, miedos y
pesadillas. También Lady Macbeth atribuye su extraño comportamiento a la falta
de sueño. En el Acto II, Escena II, Macbeth le dice a Lady Macbeth
“Me pareció oír que alguien gritó:
`Macbeth no puedes
dormir´
Porque has asesinado al sueño,
el sueño inocente,
que cura las heridas del corazón valiente
que desteje la intrincada trama del dolor,
que desenvuelve la madeja de nuestra angustia,
lavando el sudor de la fatiga,
alienta y repara nuestro ser y
lo nutre en el festín de la vida.
El asesino del sueño,
José Ramón Alonso [UniDiversidad, 14 de junio de 2012]
Dicen
que los
sueños son una ventana al alma pero también son, sin duda, una puerta a
los mecanismos de nuestra mente. En la noche, los engranajes de nuestros pensamientos no
desaparecen, se mezclan con ruedas curvas, como los relojes blandos
de Dalí, se deforman, aparecen ruedas nuevas y a
veces, de ese caos, surgen cosas que el cerebro despierto no alcanza a
imaginar.
Dos grandes teorías se postulaban para explicar la transmisión
neuronal,
el modo en el que una neurona transmite información a la siguiente o a un
músculo. Hay quien pensaba que era una transmisión eléctrica,
una chispa, y quien pensaba que era una transmisión humoral, una sustancia química, una sopa. El fisiólogo alemán Emil Du
Bois-Reymond lo había planteado con claridad
De los procesos naturales conocidos que pudieran
pasar la excitación, solo dos merecen, en mi opinión, hablar sobre ellos. O
existe en el límite de la sustancia contráctil una secreción estimuladora en la
forma de una delgada capa de amoníaco, ácido láctico u otra sustancia
estimulante poderosa, o el fenómeno tiene naturaleza eléctrica.
La
respuesta la daría años más tarde, otro alemán: Otto Loewi.
Otto
Loewi dormía muy mal. Tenía tendencia al insomnio y a tener sueños agitados.
Llevaba tiempo trabajando en intentar demostrar que la transmisión química, y no la eléctrica,
era la responsable de la contracción de los músculos. Loewi estaba
convencido de que estaba en lo cierto, que la transmisión neuromuscular era
química y sin embargo, no conseguía demostrarlo. Los experimentos no eran
limpios, o no eran finos, o eran demasiado complicados y nada concluyente podía
extraerse de ellos. La noche del Sábado Santo de 1920, Loewi dormía en su casa
y en medio de la noche se despertó sobresaltado: en su sueño había visto la respuesta,
el experimento crucial que podría demostrar que tenía razón. Los pasos a
seguir, los materiales necesarios, el diseño del experimento estaban claros en
su pensamiento. Era EL experimento. Loewi se incorporó en la cama, cogió un
trozo de papel y escribió lo que tenía que hacer, el esquema del ensayo que
pondría en marcha a la mañana siguiente en el laboratorio, y que respondería de
una vez por todas a esa pregunta y zanjaría el debate. Loewi, feliz, sonriente,
se volvió a dormir. Cuando se despertó de nuevo, a las seis de la mañana, pensó
que tenía por delante el día más importante de su vida. Se desperezó, se sentó
en la cama y fue a buscar el papel que había dejado en la mesilla. Cuando
revisó la hoja, vio con
angustia que era incapaz de leer su letra, no entendía nada de aquella nota
escrita en medio de la noche. ¡No tenía ni idea de lo que tenía que
hacer! Intentó descifrar aquellos garabatos sin éxito y pasó
todo el día, el más largo de su vida según contó años más tarde, dando vueltas
a qué podía ser, qué es lo que había soñado o pensado en medio de
sus sueños, intentado buscar una respuesta. Loewi terminó el día sin
poder acordarse y, exhausto, se fue a la cama. Para su sorpresa, a las tres de
la mañana volvió a despertarse teniendo nuevamente en su mente el experimento
buscado, igual de claro que en el sueño de la noche anterior. Esta vez no
corrió riesgos, saltó de la cama, cogió su ropa, se vistió y salió corriendo
para el laboratorio, en medio de la oscuridad. A las cinco de la mañana, menos
de dos horas después, el experimento crucial sobre la transmisión química
estaba terminado, uno de los grandes debates sobre el
funcionamiento del cerebro estaba zanjado, la respuesta era contundente
y Otto Loewi ganaría el premio Nobel, dieciséis años más tarde por esos
resultados.
Los
antiguos egipcios pensaban que el médico más famoso de su historia, Imhotep,
llegaba a través de los sueños y ayudaba al médico o al enfermo que buscaba una
respuesta, una cura, una solución. Loewi recordaba en sus conferencias la
importancia de ese sueño y comentaba como no había sido solo él sino otros
también como el químico orgánico Friedrich August Kekulé, que se dio cuenta que la estructura del benceno
debía ser un anillo, tras soñar con una serpiente que se mordía la cola.
Anatole France decía que para conseguir grandes cosas, debemos soñar y actuar.
Soñar y actuar. Como Otto Loewi.
Otto
Loewi había nacido en Frankfurt Main y era hijo de una familia judía pudiente,
su padre era un comerciante acomodado, tuvo una infancia feliz y asistió a un
Instituto donde descolló en las Humanidades. Tras terminar su bachillerato,
Loewi quería dedicarse a la Historia del arte. Su familia se enfadó por su poco
sentido práctico y le animó y presionó para que estudiara Medicina. Loewi se
matriculó en la Universidad de Estrasburgo, entonces bajo control alemán.
También estudia un corto tiempo en Munich, y aunque tiene excelentes profesores
en las asignaturas médicas, se
escapa de las clases para asistir a conferencias sobre filosofía, arquitectura
o cualquier expresión artística. Solo cuando llega el Physikum, el
primer examen importante, se pone a estudiar, y aprueba por los pelos. Tras
terminar sus estudios y por alguna razón que él no sabía explicar, decidió hacer su tesis en
farmacología, un área en la que prácticamente no tenía experiencia ni
conocimientos especializados. Su proyecto era medir los efectos de distintos
fármacos en el corazón, utilizando ranas como sujeto experimental, como animal
de laboratorio. La preparación del corazón de rana aislado fue la que usó a lo
largo de toda su carrera. Su tesis fue bien valorada por el tribunal y Loewi
decidió, siempre el enamorado del Arte, premiarse con un viaje a Italia. Además
de visitar sus amados museos y ruinas, Loewi no podía retrasar más tomar una
decisión personal: si se
dedicaría a la vida académica y la investigación o se pondría a trabajar en la
clínica, buscando una plaza en un hospital. El viaje a Italia era una
buena ocasión para meditar sobre su futuro y cuando volvió a Alemania había
tomado su decisión: se pondría a trabajar en un hospital. Loewi volvió a
Frankfurt donde consiguió una plaza en el Hospital Municipal. Sin embargo, poco
después de iniciar aquella carrera clínica decide que aquello no es lo suyo, ve morir sin tratamiento posible
cientos de personas con tuberculosis o neumonía. La depresión que le
causaba perder vidas, minaba su alegría de vivir. Afortunadamente había una
vacante de asistente de Farmacología en Marburg. Loewi echa los papeles y
consigue aquella modesta plaza. Al mismo tiempo, se da cuenta que el liderazgo en la investigación
biomédica ya no está en Alemania sino en el Reino Unido por lo que
organiza una visita a los principales centros británicos. Fiel a sí mismo,
camino de Inglaterra se detiene durante una semana en los Países Bajos para
disfrutar de las colecciones de pintura de los museos holandeses. En el
University College conoció a Henry Dale y se hicieron rápidamente amigos.
Vuelve a Marburg con nuevas ideas y dos años más tarde se traslada a Viena,
donde la oferta de música y arte era muy superior. En 1909 se vuelve a
trasladar, esta vez a Graz, la segunda ciudad austriaca, donde asume la cátedra de Farmacología. Fue el
último judío contratado por la Universidad de Graz entre 1903 y 1945. Allí haría
sus experimentos sobre la sinapsis.
El
experimento definitivo de Loewi tenía un diseño muy sencillo. Cogió dos ranas,
su animal de experimentación durante toda la vida y les extrajo el corazón. En
un caso dejó unido el nervio vago y en el otro, sin él. Bañado en una solución
de sales en concentración adecuada, el corazón sigue latiendo unos cuantos
minutos. En el corazón que tenía el nervio todavía unido, estimuló el vago,
disminuyendo la velocidad del latido cardíaco. En el momento de mayor descenso
de la velocidad cogió el líquido que bañaba ese corazón con una pipeta y lo
echó encima del otro. Para su felicidad, el latido del segundo corazón empezó a
ralentizarse de forma inmediata. Probó a continuación con solución de un
corazón al que no se había estimulado y no pasaba nada. Loewi dedujo que una sustancia química
liberada por las terminaciones nerviosas del vago y que se disolvía en la
solución salina era la responsable de la inhibición. Loewi repitió
los experimentos para comprobar si los nervios del sistema nervioso simpático,
que aceleraban el latido cardíaco, funcionaban igual.
En
palabras de Loewi
No me queda, en mi mente, otra posibilidad de
imaginar como la estimulación de un nervio puede inhibir un órgano que no sea
por medios humorales. En otras palabras, el mecanismo humoral es el único
mecanismo concebible de inhibición periférica.
El
premio Nobel fue concedido en 1936 a aquellos dos viejos amigos, Otto Loewi y
Henry Dale “por sus descubrimientos sobre la transmisión química de los
impulsos nerviosos”. Loewi siempre un enamorado de las artes comentó que se
había emocionado en dos momentos. Uno, cuando las trompetas empezaron a sonar
para anunciar la entrada al estrado de los premiados y toda la audiencia,
incluido el viejo rey Gustavo de Suecia, con 84 años se puso en pie para
homenajearlos. El segundo cuando en el momento en que Dale y él se acercaban a
recoger sus premios, la
orquesta empezó a tocar la apertura Egmont, un canto a la libertad y al fin de
la opresión. La letra de Goethe, la
música de Beethoven, dos alemanes, para recordar al noble flamenco que se opuso
a la Inquisición y que a pesar de su lealtad al rey Felipe II, fue detenido,
encarcelado y ajusticiado. Un mensaje quizá a un judío alemán que ya no es ciudadano
en su propia patria.
El
12 de marzo de 1938, el ejército nazi entra en Austria entre los vítores de la
gente. Es el Anschluss o anexión. A las tres de la mañana, un pelotón de tropas
de asalto despierta a Loewi y le lleva a la cárcel municipal. Al final del día,
él, dos de sus hijos y cientos de otros hombres judíos están encarcelados. Los
guardias no dejan a sus prisioneros leer ni escribir y Loewi está obsesionado con que le asesinen antes de que pueda
publicar los resultados de sus últimos experimentos. Uno de los guardas,
en uno de esos rastros de humanidad que hay hasta en las puertas del infierno,
le da a escondidas una postal y un lápiz. Loewi no escribe
pidiendo ayuda, ni se despide de la familia, sino que escribe
a una revista científica comunicando brevemente sus últimos resultados.
Cuando Loewi es liberado dos meses más tarde, ha perdido 45 kilos. Las
autoridades alemanas le autorizan a abandonar el país si entrega el dinero del
premio Nobel y todos sus bienes. Los nazis estaban enfrentados con el comité
Nobel pues había premiado al pacifista Carl von
Ossietzky, quien moriría en la cárcel sin recuperar la libertad.
Loewi
sabe que no tiene opción, entrega todo y embarca camino de Inglaterra. Allí
recibe una oferta de la Universidad de Nueva York y decide aceptarla. Sin
embargo, su ordalía no ha terminado. El oficial del consulado le pide que demuestre que es
profesor, para estar seguro que puede ser contratado por la
universidad. Él muestra la carta donde le expulsan de la Universidad de Graz
pero el burócrata le dice que eso no prueba que haya enseñado y que puede tener
un trabajo y un salario. Él pide que llamen a Henry Dale, en ese momento
presidente de la Royal Society y le contestan que no pueden molestar a Sir
Henry por culpa de un desconocido. Finalmente, Loewi ruega al
funcionario que abra la copia que tiene allí del Who’s Who, (quien es quién) y
busque su nombre. El empleado lee asombrado la biografía de Loewi y le dice que
ahora sí puede aprobar su solicitud. Tras recibir los papeles sellados, Loewi,
manteniendo siempre su sentido del humor, pregunta
al empleado consular si sabe quien ha escrito ese artículo. Cuando le contesta
que no, Loewi le dice que lo escribió él mismo y sale corriendo del edificio.
Para
entrar en Estados Unidos, tiene que hacerse un examen médico y le entregan el
resultado en un sobre cerrado con su visado. Cuando llega al puerto de Nueva
York, un ordenanza recoge su documentación y la empieza a ordenar para el
oficial de inmigración. Loewi aterrorizado ve que
el certificado médico pone “Senil. Incapaz de ganarse la vida”. Loewi
piensa que le van a mandar a Ellis Island y de ahí de vuelta a las manos de
Herr Hitler. En palabras de Loewi “afortunadamente
el oficial de aduanas no hizo ningún caso del certificado médico y me
dio la bienvenida a su país. Era el 1 de junio de 1940.”
En
su estancia en Viena, Loewi había conocido y visitado a Sigmund Freud. Freud,
cuyo libro más famoso era “La interpretación de los sueños” sostenía que todos los
sueños representan la realización de un deseo por parte del soñador. Años
más tarde, cuando los dos viven refugiados en Londres, Loewi volvió a visitar a
Freud no solo para presentarle sus respetos sino también para hablar con él sobre los sueños y sobre las bases
psicológicas de los descubrimientos. Seguro que le contó su sueño y cómo
llegó a la confirmación de la teoría química de la transmisión nerviosa y Freud
se alegraría de conocer un argumento tan potente a favor de su teoría.
Shakespeare
dice en La Tempestad que los hombres “estamos
hechos de la misma materia que los sueños”. La Ciencia, a veces,
también.
Los sueños del Doctor
Loewi, José Ramón Alonso [UniDiversidad, 21 de diciembre de 2010]
He recordado una entrevista a Jorge Luis Borges en el programa “A fondo” de TVE en 1976, en la que cuenta que soñó un poema y que, al despertar, lo recordó y transcribió tal cual. Sólo cambió una palabra.
El último libro publicado por Borges era La moneda de hierro (en donde "hay un poema que yo compuse en sueños")
Jorge Luis Borges, El
sueño
Si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?
¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora
de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra
y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?
¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora
de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra
y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?
—¿Cómo era un día en la vida de Jorge Luis Borges?
—Era
normal como todas las personas, Borges no tenía rutina, no era la persona que se levantaba y escribía sistemáticamente,
sólo escribía cuando tenía voluntad de escribir. Muchos de los cuentos que él compuso nacían
de sueños que había tenido. Hay una anécdota muy divertida y es que
un día estaba junto a Borges en Estados Unidos, y entonces se despertó y me
dijo que me iba a dictar un poema, y me dictó el poema, lo publicó y se
hicieron las reediciones de libros, pero nunca corrigió ese poema, cosa que era casi
imposible imaginar en Borges, porque para él, un poema o cuento era el comienzo
de una infinita serie de correcciones. Un día con curiosidad le pregunté por
qué no había hecho la corrección de ese poema. Y me respondió: “No, yo no puedo
corregir ese poema, porque ese poema no es mío, me lo dictó Kafka en el sueño,
cuando vuelva a soñar y Kafka me diga que debo corregirlo, él sabrá qué debo
corregir”.
María Kodama, entrevistada por María
Fernanda Crespín [Letralia 235, marzo de 2010]
¿No hay que tener el máximo estado de conciencia para crear un poema o realizar cualquier otra actividad artística? ¿No es engañosa esta idea de que no se requiere esfuerzo para crear, esta idea del “estado de gracia”, como si las musas dictaran al oído?
“Puedo
transcribir las vagas palabras que oí en un sueño y denominarlas Ein Traum” Del Prólogo de La moneda de hierro
Lo sabían los tres.
Ella era la compañera de Kafka.
Kafka la había soñado.
Lo sabían los tres.
Él era el amigo de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
La mujer le dijo al amigo:
Quiero que esta noche me quieras.
Lo sabían los tres.
El hombre le contestó: Si pecamos,
Kafka dejará de soñarnos.
Uno lo supo.
No había nadie más en la tierra.
Kafka se dijo:
Ahora que se fueran los dos, he quedado solo.
Dejaré de soñarme.
Ella era la compañera de Kafka.
Kafka la había soñado.
Lo sabían los tres.
Él era el amigo de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
La mujer le dijo al amigo:
Quiero que esta noche me quieras.
Lo sabían los tres.
El hombre le contestó: Si pecamos,
Kafka dejará de soñarnos.
Uno lo supo.
No había nadie más en la tierra.
Kafka se dijo:
Ahora que se fueran los dos, he quedado solo.
Dejaré de soñarme.
La
moneda de hierro, 1975
Parece que él es consciente de que se trata de una licencia.
Soy el único hombre en la tierra y acaso no haya tierra ni hombre
Acaso un dios me engaña.
Acaso un dios me ha condenado al tiempo, esa larga ilusión.
Sueño la luna y sueño mis ojos que perciben la luna.
He soñado la tarde y la mañana del primer día.
He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago.
He soñado a Lucano.
He soñado la colina del Gólgota y las cruces de Roma.
He soñado la geometría.
He soñado el punto, la línea, el plano y el volumen.
He soñado el amarillo, el azul y el rojo.
He soñado mi enfermiza niñez.
He soñado los mapas y los reinos y aquel duelo en el alba.
He soñado el inconcebible dolor.
He soñado mi espada.
He soñado a Elizabeth de Bohemia.
He soñado la duda y la certidumbre.
He soñado el día de ayer.
Quizá no tuve ayer, quizá no he nacido.
Acaso sueño haber soñado.
Siento un poco de frío, un poco de miedo.
Sobre el Danubio está la noche.
Seguiré soñando a Descartes y a la fe de sus padres.
(Jorge Luis Borges Selected Poems, Edited by Alexander Coleman 1999, p. 422)
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