jueves, 1 de noviembre de 2012

Una lección de filosofía positiva


Aristeo persigue a Eurídice. El señor Forcheville persigue a Odette.

se  habían  ido  enterando  poco  a  poco  de  la  gran posición de Swann en el mundo aristocrático; y todo eso contribuía a fomentar  en  los  Verdurin  una  antipatía  hacia Swann.  Pero  la verdadera razón era muy otra. Y es que se dieron cuenta en seguida de que en Swann había un espacio impenetrable y reservado, y que allí dentro seguía profesando para sí que la princesa de Sagan no era grotesca, y que las bromas de Cottard no eran graciosas; en suma,  y aunque  Swann  jamás  abandonara  su  amabilidad  ni  se  revolviera contra sus dogmas, que existía una imposibilidad de imponérselos, de convertirlo por completo, tan fuerte como nunca la vieran en nadie.

Donde se cuenta la mordedura de la serpiente:

Asistía  a  aquella  comida,  además  de  los  invitados  de costumbre, un profesor de la Sorbona, Brichot (…) Porque sentía esa curiosidad, esa superstición de la vida que, al unirse con un cierto escepticismo relativo al objeto de sus estudios, da a algunos hombres inteligentes, cualquiera que  sea  su  profesión,  al  médico  que  no  cree  en  la medicina, al profesor de Instituto que no cree en el latín, fama de amplitud, de brillantez y hasta de superioridad de espíritu.

Un  ingenio  como  el  de  Brichot  hubiera  sido  considerado  como absolutamente  estúpido  en  el  círculo  de  gentes  donde transcurrió la juventud de Swann, aunque realmente es compatible con una inteligencia de verdad. Y la del profesor, inteligencia vigorosa y nutrida, probablemente hubiera podido inspirar envidia a muchas de las gentes aristocráticas que Swann consideraba ingeniosas. Pero estas gentes habían acabado por inculcar tan perfectamente a Swann sus gustos y sus antipatías, por lo menos en lo relativo a la vida de sociedad y alguna de sus partes anejas, que, en realidad, debía estar bajo el dominio de la inteligencia, es decir, la conversación, que a Swann le parecieron  las  bromas  de  Brichot  pedantes,  vulgares  y groseras al extremo. Además, le chocaba, por lo acostumbrado que estaba a los buenos modales, el tono rudo y militar con que hablaba a todo el mundo el revoltoso universitario. Y, sobre todo, y eso era lo principal, aquella noche se sentía mucho menos indulgente al ver la  amabilidad que  desplegaba  la  señora  de  Verdurin  con  el  señor Forcheville, ese  que  Odette  tuvo  la  rara  ocurrencia  de  llevar  a  la casa.

Con la aparición de Aristeo, la vida de Swann da un vuelco en el cogollito de los Verdurin.

Pero observó que Swann era el único que no se había reído. No le hacía mucha gracia que Cottard bromeara a costa suya delante de Forcheville. Pero el pintor, en vez de responder de una manera agradable a Swann, como le hubiera respondido seguramente de haber estado  solos,  optó  por  asombrar  a  los  invitados  colocando un parrafito sobre la destreza del pintor maestro muerto.

Y lo mismo que esos cantantes que, cuando llegan a la nota más alta que puedan dar, siguen luego en voz de falsete piano, el pintor se contentó con murmurar, riendo, como si el cuadro, a fuerza de ser hermoso, resultara ya risible:
-Huele bien, lo marea a uno, le corta la respiración, le hace cosquillas, y no hay modo de enterarse cómo está hecho aquello. Es cosa de magia, una picardía, un milagro –y echándose a reír-,un  timo,  ¡vaya!- .Y  entonces  se  detuvo,  enderezó  gravemente  la cabeza, y adoptando un tono de bajo profundo, que procuró que le saliera armonioso, añadió-: ¡Y qué honrado!

-Le voy a parecer a usted muy paleta, caballero -dijo a Swann la señora del doctor.; pero confieso que aun no he visto esa famosa Francillon, que es la comidilla de todo el mundo. (…) Ahora,  que no  sabe  una  qué  decir,  porque  en  todas  las casas  adonde  voy  de  visita  no  se  habla  más  que  de  esa  maldita ensalada japonesa. Ya empieza a ser un poco cansado –añadió al ver que Swann no parecía acoger con mucho interés aquella candente actualidad-.  Pero muchas veces  da  pie  a  ideas  muy  divertidas.

-No sé si conoce usted el Maestro Herrero; a mí aún me gusta más que Sergio Panine.
-Yo, señora, confieso -dijo Swann con cierta ironía-, que tan poca admiración me inspira una como otra.
-¿De veras? ¿Qué les encuentra usted de malo? ¿Les tiene usted antipatía?  Quizá le parece un poco triste, ¿eh? Pero yo digo siempre que no se debe discutir de novelas ni de obras de teatro. Cada cual tiene su modo de ver, y a lo mejor, lo que yo prefiero le parece  a usted detestable.

-¿Ve usted muy a menudo al señor Swann ? -inquirió la señora de Verdurin.
-No  -contestó Forcheville; y como quería congraciarse con Swann  para  poder  acercarse  a  Odette  más  fácilmente,  quiso aprovechar la ocasión que se le ofrecía de halagarlo hablando de sus buenas relaciones, pero en tono de hombre de mundo y como en son de crítica, sin nada que pareciera felicitación por un éxito inesperado-. No, nos vemos muy poco, ¿verdad, Swann? ¡Cómo nos vamos a ver! Este tonto está metido en casa de los La Trémoille, de los Laumes, de toda esa gente. Imputación completamente falsa, porque  hacía  un  año  que Swann  no  iba  más  que  a  casa  de  los Verdurin. Pero el mero hecho de nombrar a personas no conocidas en la casa se acogía entre los Verdurin con un silencio condenatorio.
Verdurin, temeroso de la mala impresión que aquellos nombres de pelmas, lanzados así a la faz de todos los fieles, debieron causar a su mujer,  la  miró  a  hurtadillas,  con  mirar  henchido  de  inquieta solicitud. Y vio su resolución de no darse por enterada, de no tomar en consideración  la  noticia  que  acababan  de  comunicarle  y  de permanecer, no sólo muda, sino sorda, como solemos fingir cuando un amigo  indiscreto  desliza  en  la  conversación  una  excusa  de  tal naturaleza  que  sólo  el  oírla  sin  protesta  sería  darla  por  buena,  o pronuncia el nombre execrado de un ingrato delante de nosotros

Ya no fue más que un busto de cera, una máscara de yeso, un modelo para monumento, un busto para el palacio de la Industria, que el público se pararía a contemplar, admirando la destreza con que supo el escultor expresar la imprescriptible dignidad con que afirman los Verdurin, frente a los La Trémoille y los Laumes, que ni ellos ni todos los pelmas del mundo están  por  encima  de  los  Verdurin,  y  la  rigidez  y  la  blancura  casi papales que supo dar a la piedra. Pero el mármol acabó por animarse, habló  y  dijo  que  hacía  falta  no  tener  estómago  para  ir  a  casa  de gente así, porque la mujer siempre estaba borracha, y el marido era tan ignorante, que decía pesillo por pasillo.

Swann se limitó a una risita que significaba que no podía tomar en serio semejante disparate. Verdurin seguía lanzando a su esposa  miradas  furtivas,  y  veía  tristemente,  explicándoselo  muy bien, que a su mujer la dominaba una cólera de inquisidor que no logra extirpar la herejía, y para ver si arrancaba a Swann una retractación, como el valor de sostener las propias opiniones parece siempre  una cobardía  y  un  cálculo  a  aquellos  contra  quienes  las sostenemos,
Verdurin le dijo:
-Díganos usted francamente lo que piensa; no iremos luego a contárselo. (…)
-No, si no es que tenga miedo de la duquesa (si es que se refieren ustedes a los La Trémoille). A todo el mundo le gusta su trato. (…) de  veras  que  es  inteligente y su marido es un hombre cultísimo. ¡Es una gente deliciosa!

la  señora  de Verdurin,  dándose  cuenta  de  que aquel solo infiel le impediría realizar la unidad moral del cogollito, rabiosa  contra  aquel  cabezota  que  no  veía,  el  daño  que  le  estaba haciendo con sus palabras, no pudo menos que gritar:
-¡Bueno!, opine usted así si le parece, pero por lo menos no nos lo diga:
-Todo depende de lo que usted llame inteligencia –dijo
Forcheville, que quería sobresalir él también.-Vamos a ver, Swann, ¿qué entiende usted por inteligencia?

Acabada la cena, Forcheville buscó al doctor.
-No ha debido de ser fea, ¿eh?, la señora de Verdurin, y además es una mujer con la que puede uno hablar, y para mí eso es todo. Claro que ya empieza a amorcillarse un poco. La que parece muy  lista  es  la  señora  de  Crécy;  ya,  lo  creo,  tiene  vista  de  águila.
Estábamos hablando de la señora de Crécy –dijo a Verdurin, que se acercó con su pipa en la boca.. Debe de tener un cuerpo...
-Mejor  me  gustaría  encontrármela  entre  las  sábanas  que no al diablo –dijo  precipitadamente Cottard, que estaba esperando hacía un momento  a  que  Forcheville  tomara  aliento  para  colocar aquel chiste viejo

-Al  señor  de  Forcheville  le  parece  Odette  encantadora -dijo Verdurin a su esposa.
-Pues precisamente ella tendría mucho gusto en almorzar un día con usted. A ver cómo lo combinamos, pero sin que se entere Swann, porque tiene un carácter que lo enfría todo. Claro que eso no  quita  para  que  venga  usted  a  cenar,  naturalmente;  esperamos que nos favorezca usted a menudo. Ahora, como ya viene el buen tiempo, vamos muchas veces a comer en sitio descubierto. ¿No le desagradan  las  comidas  en  el  Bosque?  Muy  bien,  pues  eso.  Pero, ¿eh?,  se  ha olvidado  usted  de  su  oficio –gritó  al  joven  pianista para hacer ostentación al mismo tiempo, y delante de un nuevo tan importante como Forcheville, de su ingenio y de su dominio tiránico sobre los fieles.

La reserva provoca desconfianza. ¿No debería ser justo al contrario?:
-Yo te diré que esta noche lo he encontrado muy estúpido.
Su marido le respondió:
-No es un hombre franco, es un caballero muy cauteloso que siempre está nadando entre dos aguas. Quiere estar bien con todos. ¡Qué diferencia entre él y Forcheville! Ese hombre, por lo menos, te dice claramente lo que piensa, te agrade o no te agrade.
No es como el otro, que no es ni carne ni pescado. Por supuesto, a Odette parece que le gusta más Forcheville, y yo le alabo el gusto.
Y, además, ya que Swann viene echándoselas de hombre de mundo y de campeón de duquesas, el otro, por lo menos, tiene su título,  y es conde de Forcheville –añadió con delicada entonación, como  si estuviera muy al corriente de la historia de ese condado y sopesara minuciosamente su valor particular.

-Yo te diré –repuso  la señora-  que esta noche ha lanzado contra Brichot unas cuantas indirectas venenosas y ridículas. Claro, como ha visto que Brichot caía bien en la casa, esa era una manera de herirnos y de minarnos la cena. Se ve muy claro al joven amigo que te desollará a la salida.
-Yo  ya  te  lo  dije -contestó  él,  es  un  fracasado,  un envidiosillo de todo lo que sea grande.
En  realidad,  no  había  fiel  menos  maldiciente  que  Swann; pero todos los demás tenían la precaución de sazonar sus chismes con chistes baratos, con una chispa de emoción y de cordialidad; mientras que la menor reserva que Swann se permitía sin emplear fórmulas convencionales,  como  “Esto  no  es  hablar  mal;  pero...”, porque lo consideraba una bajeza, parecía una perfidia. Hay autores originales que con la más mínima novedad excitan la ira del público, sencillamente porque antes no halagaron sus gustos, atiborrándolo de esos lugares comunes a que está acostumbrado; y así indignaba Swann al  señor  Verdurin.  Y  en  el  caso  de  Swann,  como  en  el  de ellos, la novedad de su lenguaje es lo que inducía a creer en lo negro de sus intenciones.
Swann  estaba   aún  ignorante  de  la  desgracia  que  lo amenazaba en casa de los Verdurin, y seguía viendo sus ridículos de color de rosa, a través de su amor por Odette.

Compro sus favores con dinero. ¿Es Odette una mujer entretenida?

Como en otra época, cuando experimentaba en el temperamento de Odette los efectos del despecho, ahora probaba, por medio de las reacciones de la gratitud, a extraer de su querida parcelas íntimas de sentimiento que aún no le había revelado.
Muchas veces, Odette tenía apuros de dinero, y en caso de alguna deuda urgente, pedía a Swann que la ayudara. Y él se alegraba mucho,  como  de  todo  lo  que  pudiera  inspirar  a  Odette  un  gran concepto del amor que le tenía, o sencillamente de su influencia y de lo útil que podía serle.

Los favores no hacen milagros
el interés, que no dejaría llegar nunca el día en que ella sintiera ganas de no volverlo a ver.
Por el momento, colmándola de regalos y haciéndole favores, podía descansar  confiadamente  en  estas  mercedes,  exteriores  a  su persona  y  a  su  inteligencia,  del  agotador  cuidado  de  agradarle  por sí mismo.

La cadena de los favores. ¿Cómo retirar los favores sin que ello afecte a la relación?
corría el riesgo  de  que  Odette  pensara  que  su  amor  disminuía  al  ver reducidas las manifestaciones con que aquel cariño se expresaba.  Y entonces se preguntó de pronto si aquello que estaba haciendo no era cabalmente  entretenerla,  como si en efecto, esta noción de entretener pudiera  extraerse,  no  de  elementos  misteriosos  ni perversos, sino pertenecientes al fondo diario y privado de su vida

porque  no  se  le  pasó  por  las  mientes  que  antes  de conocerlo a él hubiera podido recibir dinero de nadie

Además,  estaba  muy  acostumbrado  desde  hacía tiempo  a  la  vida  aristocrática  y  al  lujo,  y  aunque  había  aprendido con la costumbre a despreciar una y otro, sin embargo, los necesitaba.

Sentíase  melancólico  y  malucho  hacía algún tiempo, sobre todo desde que Odette presentó a Forcheville en casa de los Verdurin, y por su gusto se habría ido al campo  a descansar. Pero no tenía valor para marcharse de París, ni siquiera por un día, mientras que Odette estuviera allí.

Aunque Swann nunca tuvo envidia seriamente de las pruebas de amistad que daba Odette a uno u a otro de los fieles, sintió una gran dulzura al oírla confesar así, delante de todos y con tan tranquilo impudor, sus citas diarias de por la noche, la posición privilegiada que  gozaba  en  casa  de  Odette  y  la  preferencia  que  eso  implicaba hacia  él.  Verdad  es  que  Swann había  pensado  muchas  veces  que Odette no era, en ningún modo, una mujer que llamara la atención, y la supremacía suya sobre un ser tan inferior a él no era cosa para sentirse halagado, cuando se la pregonaba a la faz de los fieles; pero desde que se fijó que Odette era para muchos hombres una mujer encantadora,  y  codiciable  el  atractivo  que  para  ellos  ofrecía  su cuerpo,  despertó  en  Swann  un  deseo  doloroso  de dominarla enteramente, hasta en las más recónditas partes de su corazón.

Lo más interesante es que no puedes asignar a Swann el papel de víctima. ¿Cómo acaba un amor en el que nunca ha habido condiciones de igualdad? Él siempre ha sentido que estaba por encima de ella, en prácticamente todos los aspectos. Ella parece que sólo le ha querido por el interés. Al manifestar delante de todos que se siguen viendo por las noches, ella pretende quedar como “más lista” que él, porque parece que todos saben que Swann la mantiene y ella puede permitirse flirtear con otro hombre. “Está tan colado por mí que hasta puedo permitirme el lujo de jugar con él”. ¿Es esta la ceguera que provoca el amor?

de repente, se le ocurrió que quizá Odette estaba esperando a alguien aquella noche, que lo del cansancio era fingido, que si le pidió que apagara la luz fue para hacerle creer que iba a dormirse,  y que en cuanto Swann se fue, Odette volvió a encender y abrió la puerta alhombre que iba a pasar la noche con ella. Miró qué hora era. Hacía una hora y media que se habían separado; salió a la calle, tomó un simón y mandó parar muy cerca de la casa de Odette, en una  callecita perpendicular  a  aquella  otra  a  la  que  daba  la  parte trasera del hotel y la ventana donde él llamaba muchas noches para que Odette saliera a abrirle. Bajó del coche; a su alrededor, en aquel barrio,  todo  era soledad  y  negrura;  dio  unos  cuantos  pasos  y desembocó  delante de  la  casa.  Entre  la  oscuridad de  todas  las ventanas de la calle, apagadas ya hacía rato, vio una única ventana que  derramaba,  por entre  los  postigos  que  prensaban  su  pulpa misteriosa y dorada, la luz de la habitación

Éste es el pasaje que no se me ha olvidado de mi primera lectura. Quizá por el “golpe de efecto”. Análisis de los hechos reales verificados por la experiencia. Buscando la evidencia del engaño:

-Aquí está Odette con el hombre que esperaba-. Quiso saber quién era; se deslizó a lo largo de la pared hasta llegar debajo de la ventana, pero  entre   las  maderas oblicuas  de  los  postigos  no  se  podía  ver nada;  sólo  oyó  en  el silencio  de  la  noche  el  murmullo  de  una conversación.

Si  desde  que  estaba enamorado  las  cosas  habían recobrado  para  él  algo  de  su  interés delicioso de otras veces, pero sólo cuando las alumbraba el recuerdo de Odette, ahora sus celos estaban reanimando otra facultad de su juventud  estudiosa,  la  pasión 
de  la  verdad,  pero  de  una  verdad interpuesta  también  entre  él  y  su  querida;  sin  más  luz  que  la  que ella  le  prestaba,  verdad  absolutamente  individual,  que  tenía  por objeto único, de precio infinito y de belleza desinteresada, los actos de Odette, sus relaciones, sus proyectos y su pasado. En  cualquier otro período de su vida, las menudencias y acciones corrientes de una  persona  no  tenían  para  Swann  valor  alguno;  si  venían   a contárselas le parecían insignificantes y no les prestaba más que la parte más vulgar de su atención; en aquel  momento se sentía muy mediocre. Pero en ese extraño período de amor lo individual arraiga tan profundamente, que esa curiosidad que Swann sentía ahora por las menores ocupaciones de una mujer, era la misma que antaño le inspiraba  la  Historia.  Y  cosas que  hasta  entonces  lo  habrían abochornado:  espiar  al  pie  de  una ventana,  quién  sabe  si  mañana sonsacar  diestramente  a  los indiferentes,  sobornar  a  los  criados, escuchar  detrás  de  las  puertas,  le  parecían  ahora  métodos  de investigación científica de tan alto valor intelectual y tan apropiados al  descubrimiento  de  la  verdad como  descifrar  textos,  comparar testimonios e interpretar monumentos.
Ya a punto de llamar a los cristales, tuvo un momento de rubor al  pensar  que  Odette  iba  a  enterarse  de  que  había  tenido sospechas, de que había vuelto a apostarse allí en la calle. Muchas veces le había hablado Odette del horror que tenía a los celosos y a los  amantes  que  se  dedican  a  espiar.  Lo  que  iba  a  hacer era  muy torpe  y  se  ganaría  su  malquerencia  de  allí  en  adelante,  mientras que,  en  aquel  momento,  en  tanto  que  no  llamara,  ella  todavía  lo quería  acaso,  aunque  lo  estaba  engañando.  ¡Y  sacrificamos  tantas veces  a  la  impaciencia  de  un  placer  inmediato  la  realización  de muchas  posibles  venturas!...

¿No me estoy rebajando al actuar así, movido por los celos? ¿Tengo o no sospechas fundadas?

Pero  el  deseo  de  averiguar  la  verdad  era  más  fuerte,  y  le parecía más noble. Sabía que la realidad de las circunstancias, que él habría podido reconstituir exactamente, aun a costa de su vida, era legible detrás de aquella ventana

Y, además, la superioridad que sentía –que necesitaba sentir- con respecto a ella, más que de estar enterado era de poder mostrar que lo estaba. Se empinó  y dio  un golpe.  No  oyeron,  y  entonces  volvió  a  llamar,  y  la conversación cesó. Se oyó una voz de hombre, y Swann se fijó en ella, por si distinguía de qué amigo de Odette era, que preguntó:
-¿Quién  es?
No estaba seguro de reconocer la voz. Volvió a llamar, y se abrieron  los  cristales,  y  luego  los  postigos.  Ahora  ya  no  había posibilidad de retroceder, y puesto que lo iba  a saber todo, para no presentarse  con  aspecto  de  infeliz  y  de  celoso  con  curiosidad,  se limitó a gritar con voz alegre e indiferente:
-.No, no se molesten; al pasar por ahí he visto luz, y se me ha ocurrido preguntar si estaba usted ya mejor.
Alzó los ojos. Se habían  asomado a la ventana dos caballeros viejos, uno de ellos con una lámpara en la mano; a la luz de la lámpara vio,  dentro,  una  habitación  que  le  era  desconocida.
se había equivocado, y  llamó  en  una  ventana  de  la  casa  de  al  lado.  Pidió perdón, se marchó y se fue a su casa, contento de que la satisfacción de su curiosidad hubiera dejado su amor intacto, y de que, después de haber estado simulando hacia Odette una especie de indiferencia, no hubiera logrado, con sus celos, aquella prueba demasiado ansiada que entre dos amantes dispensa a que la posee de querer mucho al otro. Nunca le habló de aquella desdichada aventura, ni él se acordó mucho de esa noche. Pero, a menudo, un giro de su pensamiento tropezaba con aquel recuerdo, sin querer, porque no la había visto; se le hundía en el alma más y más, y Swann sentía un repentino  y hondo dolor.

No importa mucho si tiene o no evidencia del engaño. El poner a prueba a Odette ya es una manifestación de que el amor está definitivamente roto. Hay falta de confianza y los dos tienen sobrados motivos para romper. Otra cosa es lo que les cueste hacerlo.

Forcheville  había  visto  que  su  cuñado  Saniette no gozaba de ningún favor en la casa; ya fuera porque quiso tomarlo como cabeza de turco y brillar a costa suya, ya porque le molestara una  frase  torpe  que  Saniette  le  dijo  y  que  pasó  inadvertida  para todos los invitados, que no podían sospechar la alusión desagradable que encerraba, aunque sin malicia por parte de Saniette

Un día, Swann salió a media tarde para hacer una visita, y, como no estaba la persona que buscaba, se le ocurrió ir a casa de Odette,  a  esa  hora  en  que  nunca  solía  hacerlo,  pero  en  que  sabía muy  bien  que  ella  estaba  en  casa

Y es que Swann había llegado a una edad cuya filosofía –ayudada  por  la de la época aquella, por la del medio, donde tanto tiempo viviera Swann, el grupo de la princesa de Laumes, donde se convenía que una persona era tanto más inteligente cuanto más dudaba de todo,  y  no  se  respetaban,  como  cosas  reales  e  indiscutibles, más que  los  gustos  personales-  no  es  ya  la  filosofía  de  la juventud, sino una filosofía positiva, médica casi, de hombres que, en vez de exteriorizar los objetos de sus aspiraciones, hacen por sacar de sus años pasados un residuo fijo de costumbres y pasiones que puedan considerar como características y permanentes, y cuya satisfacción busquen  deliberadamente,  ante  todo  al  adoptar  un  determinado género de vida. Swann se resignaba a aceptar la pena que sentía por ignorar  lo  que  había  hecho  Odette,  lo  mismo  que  aceptaba  la recrudescencia  que  un  clima  húmedo  originaba  a  su  eczema


El Positivismo es una corriente o escuela filosófica que afirma que el único conocimiento auténtico es el conocimiento científico, y que tal conocimiento solamente puede surgir de laafirmación de las teorías a través del método científico. El positivismo deriva de laepistemología que surge en Francia a inicios del siglo XIX de la mano del pensador francésSaint-Simon primero, de Augusto Comte segundo, y del británico John Stuart Mill y se extiende y desarrolla por el resto de Europa en la segunda mitad de dicho siglo. Según esta escuela, todas las actividades filosóficas y científicas deben efectuarse únicamente en el marco del análisis de los hechos reales verificados por la experiencia.
Esta epistemología surge como manera de legitimar el estudio científico naturalista del ser humano, tanto individual como colectivamente. Según distintas versiones, la necesidad de estudiar científicamente al ser humano nace debido a la experiencia sin parangón que fue la Revolución francesa, que obligó por primera vez a ver a la sociedad y al individuo como objetos de estudio científico.

Tras la muerte de Eurídice, su amante Orfeo descendió al Hades. Con la música de su lira aplacó a Plutón y Proserpina, quienes concedieron que la joven volviese con él a condición de que no la mirase durante su salida del Averno. Pero Orfeo, incapaz de contener su deseo, volvió la cabeza, provocando que ella se desvaneciera.

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