Aristeo persigue a Eurídice. El señor Forcheville persigue a
Odette.

Donde se cuenta la
mordedura de la serpiente:
Asistía a aquella
comida, además de
los invitados de costumbre, un profesor de la Sorbona , Brichot
(…) Porque sentía esa curiosidad, esa superstición de la vida que, al unirse
con un cierto escepticismo relativo al
objeto de sus estudios, da a algunos hombres inteligentes, cualquiera que sea
su profesión, al
médico que no
cree en la medicina, al profesor de Instituto que no
cree en el latín, fama de amplitud, de brillantez y hasta de superioridad de
espíritu.
Un ingenio como
el de Brichot
hubiera sido considerado
como absolutamente estúpido en
el círculo de
gentes donde transcurrió la
juventud de Swann, aunque realmente es compatible con una inteligencia de
verdad. Y la del profesor, inteligencia vigorosa y nutrida, probablemente
hubiera podido inspirar envidia a muchas de las gentes aristocráticas que Swann
consideraba ingeniosas. Pero estas gentes habían acabado por inculcar tan
perfectamente a Swann sus gustos y sus antipatías, por lo menos en lo relativo
a la vida de sociedad y alguna de sus partes anejas, que, en realidad, debía
estar bajo el dominio de la inteligencia, es decir, la conversación, que a
Swann le parecieron las bromas
de Brichot pedantes,
vulgares y groseras al extremo.
Además, le chocaba, por lo acostumbrado que estaba a los buenos modales, el tono
rudo y militar con que hablaba a todo el mundo el revoltoso universitario.
Y, sobre todo, y eso era lo principal, aquella noche se sentía mucho menos indulgente
al ver la amabilidad que desplegaba
la señora de
Verdurin con el
señor Forcheville, ese que Odette
tuvo la rara
ocurrencia de llevar
a la casa.
Con la aparición de
Aristeo, la vida de Swann da un vuelco en el cogollito de los Verdurin.
Pero observó que Swann era el único que no se había reído.
No le hacía mucha gracia que Cottard bromeara a costa suya delante de
Forcheville. Pero el pintor, en vez de responder de una manera agradable a
Swann, como le hubiera respondido seguramente de haber estado solos, optó
por asombrar a
los invitados colocando un parrafito sobre la destreza del
pintor maestro muerto.
Y lo mismo que esos cantantes que, cuando llegan a la nota
más alta que puedan dar, siguen luego en voz de falsete piano, el pintor se contentó
con murmurar, riendo, como si el cuadro, a fuerza de ser hermoso,
resultara ya risible:
-Huele bien, lo marea a uno, le corta la respiración, le
hace cosquillas, y no hay modo de enterarse cómo está hecho aquello. Es cosa de
magia, una picardía, un milagro –y echándose a reír-,un timo,
¡vaya!- .Y entonces se
detuvo, enderezó gravemente
la cabeza, y adoptando un tono de bajo profundo, que procuró que le saliera
armonioso, añadió-: ¡Y qué honrado!
-Le voy a parecer a usted muy paleta, caballero -dijo a
Swann la señora del doctor.; pero confieso que aun no he visto esa famosa Francillon,
que es la comidilla de todo el mundo. (…) Ahora, que no
sabe una qué
decir, porque en
todas las casas adonde
voy de visita no
se habla más
que de esa
maldita ensalada japonesa. Ya empieza a ser un poco cansado –añadió
al ver que Swann no parecía acoger con mucho interés aquella candente
actualidad-. Pero muchas veces da
pie a ideas
muy divertidas.
-No sé si conoce usted el Maestro Herrero; a mí aún me gusta
más que Sergio Panine.
-Yo, señora, confieso -dijo Swann con cierta ironía-, que
tan poca admiración me inspira una como otra.
-¿De veras? ¿Qué les encuentra usted de malo? ¿Les tiene
usted antipatía? Quizá le parece un poco
triste, ¿eh? Pero yo digo siempre que no se debe discutir de novelas ni de
obras de teatro. Cada cual tiene su modo de ver, y a lo mejor, lo que yo prefiero le
parece a usted detestable.
-¿Ve usted muy a menudo al señor Swann ? -inquirió la señora
de Verdurin.
-No -contestó
Forcheville; y como quería congraciarse con Swann
para poder acercarse
a Odette más
fácilmente, quiso aprovechar
la ocasión que se le ofrecía de halagarlo hablando de sus buenas relaciones,
pero en tono de hombre de mundo y como en son de crítica, sin nada que
pareciera felicitación por un éxito inesperado-. No, nos vemos muy poco,
¿verdad, Swann? ¡Cómo nos vamos a ver! Este tonto está metido en casa de los La Trémoille , de los
Laumes, de toda esa gente. Imputación completamente falsa, porque hacía
un año que Swann
no iba más
que a casa de los Verdurin. Pero el mero hecho de nombrar a
personas no conocidas en la casa se acogía entre los Verdurin con un silencio
condenatorio.
Verdurin, temeroso de la mala impresión que aquellos nombres
de pelmas, lanzados así a la faz de todos los fieles, debieron causar a su mujer, la
miró a hurtadillas,
con mirar henchido
de inquieta solicitud. Y vio su resolución de no darse por enterada, de no
tomar en consideración la noticia
que acababan de
comunicarle y de permanecer,
no sólo muda, sino sorda, como solemos fingir cuando un amigo indiscreto
desliza en la
conversación una excusa
de tal naturaleza que sólo
el oírla sin
protesta sería darla
por buena, o pronuncia el nombre execrado de un ingrato
delante de nosotros
Ya no fue más que un busto de cera, una máscara de yeso, un
modelo para monumento, un busto para el palacio de la Industria , que el
público se pararía a contemplar, admirando la destreza con que supo el escultor
expresar la imprescriptible dignidad con que afirman los Verdurin, frente a los
La Trémoille
y los Laumes, que ni ellos ni todos los
pelmas del mundo están por
encima de los
Verdurin, y la
rigidez y la
blancura casi papales que supo
dar a la piedra. Pero el mármol acabó por animarse, habló y dijo que
hacía falta no
tener estómago para
ir a casa
de gente así, porque la mujer siempre estaba borracha, y el marido era tan
ignorante, que decía pesillo por pasillo.
Swann se limitó a una risita que significaba que no podía tomar
en serio semejante disparate. Verdurin seguía lanzando a su esposa miradas
furtivas, y veía
tristemente, explicándoselo muy bien, que a su mujer la dominaba
una cólera de inquisidor que no logra extirpar la herejía, y para ver si
arrancaba a Swann una retractación, como el valor de sostener las propias opiniones
parece siempre una cobardía y
un cálculo a
aquellos contra quienes
las sostenemos,
Verdurin le dijo:
-Díganos usted francamente lo que piensa; no iremos luego a contárselo.
(…)
-No, si no es que tenga miedo de la duquesa (si es que se refieren
ustedes a los La Trémoille ).
A todo el mundo le gusta su trato. (…) de
veras que es
inteligente y su marido es un hombre cultísimo. ¡Es una gente deliciosa!
la señora de Verdurin,
dándose cuenta de que
aquel solo infiel le impediría realizar la unidad moral del cogollito, rabiosa contra
aquel cabezota que no veía,
el daño que
le estaba haciendo con sus
palabras, no pudo menos que gritar:
-¡Bueno!, opine usted así si le parece, pero por lo menos no
nos lo diga:
-Todo depende de lo que usted llame inteligencia –dijo
Forcheville, que quería sobresalir él también.-Vamos a ver,
Swann, ¿qué entiende usted por inteligencia?
Acabada la cena, Forcheville buscó al doctor.
-No ha debido de ser fea, ¿eh?, la señora de Verdurin, y
además es una mujer con la que puede uno hablar, y para mí eso es todo.
Claro que ya empieza a amorcillarse un poco. La que parece muy lista
es la señora
de Crécy; ya,
lo creo, tiene
vista de águila.
Estábamos hablando de la señora de Crécy –dijo a Verdurin,
que se acercó con su pipa en la boca.. Debe de tener un cuerpo...
-Mejor me gustaría
encontrármela entre las
sábanas que no al diablo
–dijo precipitadamente Cottard, que
estaba esperando hacía un momento a que
Forcheville tomara aliento
para colocar aquel chiste viejo
-Al señor de
Forcheville le parece
Odette encantadora -dijo Verdurin
a su esposa.
-Pues precisamente ella tendría mucho gusto en almorzar un
día con usted. A ver cómo lo combinamos, pero sin que se entere Swann, porque tiene un
carácter que lo enfría todo. Claro que eso no quita
para que venga
usted a cenar,
naturalmente; esperamos que nos favorezca
usted a menudo. Ahora, como ya viene el buen tiempo, vamos muchas veces a comer
en sitio descubierto. ¿No le desagradan
las comidas en
el Bosque? Muy
bien, pues eso.
Pero, ¿eh?, se ha olvidado
usted de su oficio
–gritó al joven
pianista para hacer ostentación al mismo tiempo, y
delante de un nuevo tan importante como Forcheville, de su ingenio y de su
dominio tiránico sobre los fieles.
La reserva provoca
desconfianza. ¿No debería ser justo al contrario?:
-Yo te diré que esta noche lo he encontrado muy estúpido.
Su marido le respondió:
-No es un hombre franco, es un caballero muy cauteloso que siempre
está nadando entre dos aguas. Quiere estar bien con todos. ¡Qué diferencia
entre él y Forcheville! Ese hombre, por lo menos, te dice claramente lo que
piensa, te agrade o no te agrade.
No es como el otro, que no es ni carne ni pescado. Por
supuesto, a Odette parece que le gusta más Forcheville, y yo le alabo el gusto.
Y, además, ya que Swann viene echándoselas de hombre de
mundo y de campeón de duquesas, el otro, por lo menos, tiene su título, y es conde de Forcheville –añadió con
delicada entonación, como si estuviera
muy al corriente de la historia de ese condado y sopesara minuciosamente su
valor particular.
-Yo te diré –repuso
la señora- que esta noche ha
lanzado contra Brichot unas cuantas indirectas venenosas y ridículas. Claro,
como ha visto que Brichot caía bien en la casa, esa era una manera de herirnos y
de
minarnos la cena. Se ve muy claro al joven amigo que te desollará a la salida.
-Yo ya te
lo dije -contestó él,
es un fracasado,
un envidiosillo de todo lo que sea grande.
En realidad, no
había fiel menos
maldiciente que Swann; pero todos los demás tenían la
precaución de sazonar sus chismes con chistes baratos, con una chispa de
emoción y de cordialidad; mientras que la menor reserva que Swann se permitía
sin emplear fórmulas convencionales,
como “Esto no
es hablar mal;
pero...”, porque lo consideraba una bajeza, parecía una perfidia. Hay
autores originales que con la más mínima novedad excitan la ira del público,
sencillamente porque antes no halagaron sus gustos, atiborrándolo de esos
lugares comunes a que está acostumbrado; y así indignaba Swann al señor
Verdurin. Y en
el caso de
Swann, como en
el de ellos, la novedad de su lenguaje es lo
que inducía a creer en lo negro de sus intenciones.
Swann estaba aún ignorante de
la desgracia que lo
amenazaba en casa de los Verdurin, y seguía viendo sus ridículos de color
de rosa, a través de su amor por Odette.
Compro sus favores con
dinero. ¿Es Odette una mujer entretenida?
Como en otra época, cuando experimentaba en el temperamento de
Odette los efectos del despecho, ahora probaba, por medio de las reacciones
de la gratitud, a extraer de su querida parcelas íntimas de sentimiento que aún
no le había revelado.
Muchas veces, Odette tenía apuros de dinero, y en caso de alguna
deuda urgente, pedía a Swann que la ayudara. Y él se alegraba mucho, como
de todo lo
que pudiera inspirar
a Odette un
gran concepto del amor que le tenía, o sencillamente de su influencia y
de lo útil que podía serle.
Los favores no hacen
milagros
el interés, que no dejaría llegar nunca el día en que ella
sintiera ganas de no volverlo a ver.
Por el momento, colmándola de regalos y haciéndole favores, podía
descansar confiadamente en
estas mercedes, exteriores
a su persona y
a su inteligencia,
del agotador cuidado
de agradarle por sí mismo.
La cadena de los
favores. ¿Cómo retirar los favores sin que ello afecte a la relación?
corría el riesgo
de que Odette
pensara que su
amor disminuía al ver
reducidas las manifestaciones con que aquel cariño se expresaba. Y entonces se preguntó de pronto si aquello
que estaba haciendo no era cabalmente
entretenerla, como si en
efecto, esta noción de entretener pudiera
extraerse, no de
elementos misteriosos ni perversos, sino pertenecientes al fondo
diario y privado de su vida
porque no se
le pasó por
las mientes que
antes de conocerlo a él hubiera
podido recibir dinero de nadie
Además, estaba muy
acostumbrado desde hacía tiempo
a la vida
aristocrática y al
lujo, y aunque
había aprendido con la costumbre
a despreciar una y otro, sin embargo, los necesitaba.
Sentíase
melancólico y malucho
hacía algún tiempo, sobre todo desde que Odette presentó a Forcheville en
casa de los Verdurin, y por su gusto se habría ido al campo a descansar. Pero no tenía valor para
marcharse de París, ni siquiera por un día, mientras que Odette estuviera allí.
Aunque Swann nunca tuvo envidia seriamente de las pruebas de
amistad que daba Odette a uno u a otro de los fieles, sintió una gran dulzura al oírla
confesar así, delante de todos y con tan tranquilo impudor, sus citas
diarias de por la noche, la posición privilegiada que gozaba
en casa de
Odette y la
preferencia que eso
implicaba hacia él. Verdad
es que Swann había
pensado muchas veces
que Odette no era, en ningún modo, una mujer que llamara la atención, y la
supremacía suya sobre un ser tan inferior a él no era cosa para sentirse
halagado, cuando se la pregonaba a la faz de los fieles; pero desde
que se fijó que Odette era para muchos hombres una mujer encantadora, y
codiciable el atractivo
que para ellos ofrecía su cuerpo,
despertó en Swann
un deseo doloroso
de dominarla enteramente, hasta en las más recónditas partes de su corazón.
Lo más interesante es
que no puedes asignar a Swann el papel de víctima. ¿Cómo acaba un amor en el
que nunca ha habido condiciones de igualdad? Él siempre ha sentido que estaba
por encima de ella, en prácticamente todos los aspectos. Ella parece que sólo
le ha querido por el interés. Al manifestar delante de todos que se siguen
viendo por las noches, ella pretende quedar como “más lista” que él, porque
parece que todos saben que Swann la mantiene y ella puede permitirse flirtear
con otro hombre. “Está tan colado por mí que hasta puedo permitirme el lujo de
jugar con él”. ¿Es esta la ceguera que provoca el amor?
de repente, se le ocurrió que quizá Odette estaba esperando
a alguien aquella noche, que lo del cansancio era fingido, que si le pidió que apagara
la luz fue para hacerle creer que iba a dormirse, y que en cuanto Swann se fue, Odette volvió a
encender y abrió la puerta alhombre que iba a pasar la noche con ella. Miró qué
hora era. Hacía una hora y media que se habían separado; salió a la calle, tomó
un simón y mandó parar muy cerca de la casa de Odette, en una callecita perpendicular a
aquella otra a la que
daba la parte trasera del hotel y la ventana donde él
llamaba muchas noches para que Odette saliera a abrirle. Bajó del coche; a su
alrededor, en aquel barrio, todo era soledad
y negrura; dio
unos cuantos pasos
y desembocó delante de la
casa. Entre la
oscuridad de todas las ventanas de la calle, apagadas ya hacía
rato, vio una única ventana que derramaba, por entre
los postigos que
prensaban su pulpa misteriosa y dorada, la luz de la
habitación
Éste es el pasaje que
no se me ha olvidado de mi primera lectura. Quizá por el “golpe de efecto”.
Análisis de los hechos reales verificados por la experiencia. Buscando la
evidencia del engaño:
-Aquí está Odette con el hombre que esperaba-. Quiso saber
quién era; se deslizó a lo largo de la pared hasta llegar debajo de la ventana,
pero entre las
maderas oblicuas de los
postigos no se
podía ver nada; sólo
oyó en el silencio
de la noche
el murmullo de una
conversación.
Si desde que
estaba enamorado las cosas
habían recobrado para él
algo de su
interés delicioso de otras veces, pero sólo cuando las alumbraba el
recuerdo de Odette, ahora sus celos estaban reanimando otra
facultad de su juventud estudiosa, la
pasión
de la verdad, pero de
una verdad interpuesta también
entre él y su querida;
sin más luz
que la que ella
le prestaba, verdad
absolutamente individual, que
tenía por objeto único,
de precio infinito y de belleza desinteresada, los actos de Odette, sus
relaciones, sus proyectos y su pasado. En cualquier otro período de su vida, las menudencias
y acciones corrientes de una persona no
tenían para Swann
valor alguno; si
venían a contárselas le parecían
insignificantes y no les prestaba más que la parte más vulgar de su atención;
en aquel momento se sentía muy mediocre.
Pero en ese extraño período de amor lo individual arraiga tan profundamente,
que esa curiosidad que Swann sentía ahora por las menores ocupaciones de una
mujer, era la misma que antaño le inspiraba
la Historia. Y cosas que
hasta entonces lo
habrían abochornado: espiar al
pie de una ventana,
quién sabe si
mañana sonsacar diestramente a los indiferentes, sobornar
a los criados, escuchar detrás
de las puertas,
le parecían ahora métodos de investigación científica de tan
alto valor intelectual y tan apropiados al
descubrimiento de la
verdad como descifrar textos,
comparar testimonios e interpretar monumentos.
Ya a punto de llamar a los cristales, tuvo un momento de
rubor al pensar
que Odette iba
a enterarse de
que había tenido sospechas, de que había vuelto a
apostarse allí en la calle. Muchas veces le había hablado Odette del
horror que tenía a los celosos y a los amantes que
se dedican a
espiar. Lo que
iba a hacer era
muy torpe y se
ganaría su malquerencia
de allí en
adelante, mientras que, en
aquel momento, en
tanto que no
llamara, ella todavía
lo quería acaso, aunque
lo estaba engañando.
¡Y sacrificamos tantas veces a
la impaciencia de un placer
inmediato la realización
de muchas posibles venturas!...
¿No me estoy rebajando
al actuar así, movido por los celos? ¿Tengo o no sospechas fundadas?
Pero el deseo
de averiguar la
verdad era más
fuerte, y le parecía más noble. Sabía que la
realidad de las circunstancias, que él habría podido reconstituir exactamente,
aun a costa de su vida, era legible detrás de aquella ventana
Y, además, la superioridad que sentía –que necesitaba sentir-
con respecto a ella, más que de estar enterado
era de poder mostrar que lo estaba. Se empinó y dio
un golpe. No oyeron,
y entonces volvió
a llamar, y la
conversación cesó. Se oyó una voz de hombre, y Swann se fijó en ella, por si distinguía
de qué amigo de Odette era, que preguntó:
-¿Quién es?
No estaba seguro de reconocer la voz. Volvió a llamar, y se abrieron los
cristales, y luego
los postigos. Ahora
ya no había posibilidad de retroceder, y puesto que
lo iba a saber todo, para
no presentarse con aspecto
de infeliz y
de celoso con
curiosidad, se limitó a
gritar con voz alegre e indiferente:
-.No, no se molesten; al pasar por ahí he visto luz, y se me
ha ocurrido preguntar si estaba usted ya mejor.
Alzó los ojos. Se habían
asomado a la ventana dos caballeros viejos, uno de ellos con una lámpara
en la mano; a la luz de la lámpara vio,
dentro, una habitación
que le era
desconocida.
se había equivocado, y
llamó en una
ventana de la
casa de al
lado. Pidió perdón, se marchó y
se fue a su casa, contento de que la satisfacción de su curiosidad hubiera dejado su amor
intacto, y de que, después de haber estado simulando hacia Odette una
especie de indiferencia, no hubiera logrado, con sus celos, aquella
prueba demasiado ansiada que entre dos amantes dispensa a que la posee
de querer mucho al otro. Nunca le habló de aquella desdichada aventura, ni él
se acordó mucho de esa noche. Pero, a menudo, un giro de su pensamiento
tropezaba con aquel recuerdo, sin querer, porque no la había visto; se le
hundía en el alma más y más, y Swann sentía un repentino y hondo dolor.
No importa mucho si
tiene o no evidencia del engaño. El poner a prueba a Odette ya es una
manifestación de que el amor está definitivamente roto. Hay falta de confianza
y los dos tienen sobrados motivos para romper. Otra cosa es lo que les cueste
hacerlo.
Forcheville
había visto que
su cuñado Saniette no gozaba de ningún favor en la casa;
ya fuera porque quiso tomarlo como cabeza de turco y brillar a costa suya, ya
porque le molestara una frase torpe
que Saniette le
dijo y que
pasó inadvertida para todos los invitados, que no podían
sospechar la alusión desagradable que encerraba, aunque sin malicia por parte
de Saniette
Un día, Swann salió a media tarde para hacer una visita, y, como
no estaba la persona que buscaba, se le ocurrió ir a casa de Odette, a
esa hora en
que nunca solía
hacerlo, pero en que sabía muy
bien que ella
estaba en casa
Y es que Swann había llegado a una edad cuya filosofía –ayudada
por
la de la época aquella, por la del medio, donde tanto tiempo viviera
Swann, el grupo de la princesa de Laumes, donde se convenía que una
persona era tanto más inteligente cuanto más dudaba de todo, y
no se respetaban,
como cosas reales
e indiscutibles, más que los
gustos personales- no
es ya la
filosofía de la juventud, sino una filosofía positiva, médica casi, de hombres
que, en
vez
de exteriorizar los objetos de sus aspiraciones, hacen por sacar de sus
años pasados un residuo fijo de costumbres y pasiones que puedan considerar
como características y permanentes, y cuya satisfacción busquen deliberadamente, ante
todo al adoptar
un determinado género de vida.
Swann se resignaba a aceptar la pena que sentía por ignorar lo
que había hecho
Odette, lo mismo
que aceptaba la recrudescencia que
un clima húmedo
originaba a su
eczema
El Positivismo es una corriente o escuela filosófica que afirma que el único conocimiento
auténtico es el conocimiento científico, y que tal
conocimiento solamente puede surgir de laafirmación de las teorías a través del método científico. El positivismo deriva de laepistemología que surge en Francia a inicios del siglo XIX de la mano del pensador francésSaint-Simon primero,
de Augusto Comte segundo, y del británico John Stuart Mill y se extiende y desarrolla por el
resto de Europa en la segunda mitad de dicho siglo. Según esta escuela, todas
las actividades filosóficas y científicas deben efectuarse únicamente en el
marco del análisis de los hechos reales verificados por la experiencia.
Esta epistemología surge
como manera de legitimar el estudio científico naturalista del ser humano,
tanto individual como colectivamente. Según distintas versiones, la necesidad
de estudiar científicamente al ser humano nace debido a la experiencia sin
parangón que fue la Revolución francesa, que obligó por primera vez a
ver a la sociedad y al individuo como objetos de estudio científico.
Tras la muerte de Eurídice,
su amante Orfeo descendió al Hades. Con la música de su lira aplacó a Plutón y
Proserpina, quienes concedieron que la joven volviese con él a condición de que
no la mirase durante su salida del Averno. Pero Orfeo, incapaz de contener su
deseo, volvió la cabeza, provocando que ella se desvaneciera.
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