jueves, 22 de noviembre de 2012

Sentir una agotadora felicidad


“Chéjov hombre, era como cualquier otro. Conoció la vida en toda su intensidad, vivió lo bueno y lo malo. Si la prudencia le impedía muchas veces vivir plenamente, era en razón a su talento, que le exigía servidumbre y que estaba celoso de su existencia. Pero sentía una gran necesidad de ternura, aunque hasta los últimos años no se había permitido una vida íntima. Suponía que la vida conyugal restaría fuerzas y atención al creador. Cuando Suvórin le insiste en una carta que debe contraer matrimonio, Chéjov le responde:
“De acuerdo, me voy a casar si este es su deseo. Pero éstas son mis condiciones: todo deberá continuar como antes, es decir, ella vivirá en Moscú y yo en el campo, y vendré a verla. No podría soportar la felicidad continua, todos los días, de la mañana a la noche. Si se me habla todos los días de lo mismo y en el mismo tono, me pongo furioso…Prometo ser un marido excelente, pero déme una esposa que sea como la luna, que no aparezca en mi cielo todos los días: el matrimonio no me haría escribir mejor…”Poco después, una carta a un amigo suyo, hizo esta definición de su matrimonio:“¿Me preguntas si es verdad que me he casado? Es cierto, pero a nuestra edad [41] eso ya no cambia nada.”
Víctor Andresco







Textos seleccionados de La estepa. Historia de un viaje, de Antón Chéjov.


El exceso de felicidad de Konstantín Svónyk, de Rovno.

Bien porque el fuego parpadeó de esa manera o porque todos querían ver antes que nada su rostro, pero ocurrió un extraño fenómeno: todos, ante la primera mirada que lanzaron sobre el hombre, vieron primero no su cara ni su ropa, sino su sonrisa. Era una sonrisa extraordinariamente bondadosa, amplia y dulce como la de un niño que acaba de despertarse, una de esas sonrisas contagiosas a las que es difícil no contestar también con una sonrisa. El desconocido, después de ser examinado, resultó ser un hombre de treinta años, feo, y con nada en su persona que destacara. Se trataba de un ucraniano alto, de larga nariz, largos brazos y largas piernas. Todo en él parecía largo; sólo su cuello era tan corto que le hacía parecer jorobado. (…)
El desconocido se sentó, se quitó la escopeta y la colocó a un lado. Parecía somnoliento, cansado, guiñaba los ojos porque le molestaba la luz y, por lo visto, pensaba en algo muy agradable. Le dieron una cuchara. Se puso a comer.
(…)
No estaba borracho, pero en su cabeza vagabundeaba algo extravagante.
(…)
-No, ahora estoy solo. Me he puesto por mi cuenta. Este mes, después de San Pedro, me he casado. ¡Ahora estoy casado!...Hace dieciocho días que he pasado por la alcaldía.
(…)
-¡Sí, señores, ella no está en casa! –dijo, sacando rápidamente la cuchara de la boca y mirando a todos, alegre y extraño-. ¡No está! ¡Ha ido a casa de su madre por dos días! Palabra, y me encuentro ahora como si estuviera soltero.
Konstantín hizo un gesto con la mano y giró la cabeza; quería continuar pensando, pero la alegría que iluminaba su rostro se lo impedía. Como si se encontrara incómodo, cambió de postura, se echó a reír y volvió a sacudir la mano. Le daba vergüenza explicar a unos extraños sus alegres pensamientos, pero al mismo tiempo no podía contener el deseo de compartir su alegría.
-¡Se ha marchado a Demídov, a casa de su madre! –dijo enrojeciendo y cambió de sitio su escopeta-. Mañana volverá… Dijo que para la hora de comer estaría de regreso.
-¿Y te aburres? –preguntó Dýmov.
-¡Ay, Señor! ¿Cómo no me voy a aburrir? Hace poco que nos hemos casado y se ha marchado…, ¿eh? Es voluntariosa, ¡que Dios me castigue!, es buena, hacendosa, le gusta tanto reír y cantar que parece ¡pura pólvora! Cuando estoy con ella, la cabeza me da vueltas, y sin ella es como si hubiera perdido algo y ando como un tonto por la estepa. Estoy andando desde la hora de comer, es como para volverse loco.
Konstantín se restregó los ojos, miró al fuego y se echó a reír.
-Entonces, la quieres… -dijo Pantiléi.
-Es tan buena y tan hacendosa –repitió Konstantín, sin escuchar-, tan buena ama de casa, llena de inteligencia y de buen juicio, que no se encontraría otra parecida entre las campesinas de toda la provincia. Se marchó…¡Es que se aburre, lo sé! ¡Te conozco, urraca! Ha dicho que volverá mañana, a la hora de comer…¡Pero qué historia! –casi gritó Konstantín de pronto subiendo un tono más alto y cambiando de postura-. Ahora me quiere y se aburre. ¡Pero no quería casarse conmigo!
-¡Pero tú come! –le aconsejó Kiríl.
-¡No quería casarse conmigo! –prosiguió Konstantín, sin escuchar-. ¡Tres años he luchado con ella! La vi en la feria de Kolástshih, me enamoré de ella perdidamente, como para subirme por las paredes…(…)
Naturalmente, si se pone a hacer cábalas, ¿qué partido soy yo para ella? Ella es joven, bonita, viva como la pólvora; yo soy viejo, pronto tendré treinta años; y muy guapo: una barba espesa, delgado como un clavo, la cara limpia, toda llena de bultos…¡Cómo me voy a comparar con ella! Acaso sólo el que seamos ricos, pero ellos –los Vajrámenk- también tienen dinero y viven bien. Poseen tres pares de bueyes y mantienen dos criados. Me enamoré, hermanos, y perdí la cabeza… No dormía, no comía y tenía en la cabeza unas ideas y un aturdimiento que ¡Dios os libre! Quería verla, pero ella estaba en Demídov…¿Y qué creéis? Que Dios me castigue si miento, iba unas tres veces por semana a pie para verla. ¡Dejé mi trabajo! Se me nubló de tal manera la razón, que quería ir a trabajar como criado en Demídov, para estar más cerca de ella. ¡No podía más! Mi madre llamó a una bruja, mi padre me pegó unas diez veces. Languidecí durante tres años y al fin tomé una decisión, ¡tres veces maldita!: me marché a la ciudad para colocarme como cochero de punto…¡No era mi destino! Por Pascua fui la última vez a Demídov para verla…
(…)
-Vi que estaba junto al río con unos muchachos –continuó-. La rabia se apoderó de mí…La llamé aparte y quizá durante una hora entera le estuve diciendo distintas cosas…¡Se enamoró de mí! ¡No me quiso durante tres años, y por unas palabras se enamoró!
-¿Y qué palabras fueron? –preguntó Dýmov.
-¿Qué palabras? Ni me acuerdo…¿Es que se puede uno acordar? ¡Aquello fue como una gotera, sin parar: ta-ta-ta-ta!, y ahora no soy capaz de pronunciar una palabra.
(…)
Todos comprendían ahora perfectamente que se trataba de un hombre enamorado y feliz, feliz hasta el aburrimiento; su sonrisa, sus ojos y cada uno de sus gestos expresaban una felicidad agotadora. No podía permanecer en un sitio y no sabía cómo ponerse y qué hacer para no sucumbir bajo sus agradables pensamientos. Habiendo abierto su corazón ante gente extraña, por fin se sentó tranquilamente y, contemplando el fuego, se puso a meditar.
A la vista de un hombre feliz, todos se pusieron tristes y desearon también la felicidad. Todos empezaron a meditar.
(…)
Mientras enganchaban los caballos, Konstantín andaba junto a los carros y elogiaba a su mujer.
-¡Adiós, hermanos! –gritó cuando el convoy se puso en marcha-. ¡Gracias por vuestra comida! Me voy otra vez hacia donde hay lumbre. ¡No puedo hacer otra cosa!
Y pronto desapareció en la oscuridad. Durante mucho tiempo se oyeron sus pasos andando en dirección adonde lucía el fuego, para hacer partícipes a otros extraños de su felicidad.”

“Durante la comida la conversación era general. Por esta conversación Egórushka comprendió que todos sus nuevos conocidos –a pesar de las edades y los caracteres- tenían una cosa común que les hacía parecidos unos a otros: todos ellos eran gente con un magnífico pasado y con un presente pésimo. Del pasado, todos, hasta el último, hablaban con entusiasmo; al presente se referían casi con desprecio. Al ruso le gusta evocar los recuerdos, pero no le gusta vivir. Egórushka ignoraba todavía eso, y antes de que se consumiera la sopa ya creía firmemente que en torno a la cacerola estaban sentados unos hombres que habían sido ofendidos e injustamente tratados por el destino.”

Textos seleccionados de La estepa. Historia de un viaje, de Antón Chéjov.



"Chéjov nació el 29 de enero de 1860 en la pequeña ciudad de Taganróg, junto al mar de Azov y a la estepa.Si Egor Mijáilovich Chéjov –siervo del terrateniente Chértkov- no hubiese comprado su libertad y la de su familia por tres mil quinientos rublos, su nieto, Antón Pávlovich, hubiera nacido en la esclavitud. Le hubieran llamado “alma”, hubiera pertenecido a un amo y éste hubiera podido tiranizarlo, venderlo, dejarlo en herencia, regalarlo o jugárselo a las cartas…"

-La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquél a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo! 
El Quijote, capítulo 58 de la segunda parte

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