No hay más que unas cuantas
metáforas y tres o cuatro narraciones posibles, dice Borges, no hay destinos
singulares: los actos, los deseos, los arrepentimientos de un hombre repiten y
anticipan los avatares de otros, de modo que las mitologías arcaicas y los
cuentos infantiles gozan de una secreta actualidad indeleble. El perseguido que
nunca encontrará perdón ni refugio es cualquier hombre atenazado por la culpa y
ese gánster herido que huye en automóvil hacia las soledades de una sierra
donde lo sitiará la policía o hacia una granja abandonada donde morirá creyendo
que ha vuelto a su infancia.
Del mismo modo que usurpamos los
lugares donde habitaron los muertos, manejamos las palabras y las cosas que les
pertenecieron y repetimos y conmemoramos sin saberlo fragmentos de sus vidas, y
quizá por eso nos sobresalta con frecuencia la sensación de haber visto ya algo
que estamos viendo por primera vez.
Dürrenmatt: la conciencia de un
solo hombre es una ola fugaz en el océano de la conciencia humana.
No hay nada que no sea
simultáneamente fugitivo y eterno.
Holden Caulfield, Oliver Twist, Thomas de
Quincey, Telémaco. No me cuesta nada imaginarlo perdido en el destino
aciago y monótono de los inocentes.
En las ciudades invernales, en
las ciudades lluviosas donde la gente mira al vacío con ojos de azul muerto, el
viajero puede morirse de nostalgia no de su país ni de la abierta claridad del
sol, sino de los azules con que se educó su mirada. Los matices del gris, los verdes
húmedos y los ocres del Norte no pueden nunca consolarlo.
Como en la pintura, el color sólo
existe en la pupila de quien mira. “Descubierta en Asia la planta más azul del
mundo” (…) porque ese azul tampoco podrán traerlo consigo cuando vuelvan.
Así se despide uno de los azules
de Vermeer cuando abandona el museo y del azul de una ciudad donde le ha
anochecido sin que se diera cuenta mientras preparaba su equipaje.
Ava Gardner no era sólo un
espejismo del cine, sino una aparición que irrumpía en la realidad
trastornándolo todo, provocando un enconado deseo de varones torpes y furiosos
que al verla erguida y sola ante un Dry Martini en la barra de un bar caían
íntimamente fulminados por la desgracia y el rencor de estar mirándola y
sentirla tan ajena a ellos como si también entonces la vieran en la pantalla de
un cine.
Nunca amó a Mario Cabré, que le
encontró tendido a su lado al despertarse una mañana de amnesia y resaca y no
supo qué había sucedido ni por qué se había acostado con él. Lo que para ella
apenas existió fue el hecho más relevante en la vida de un hombre: tal vez por
vanidad, o por inocencia, o por amor a las películas.
Más bien por nuestro amor a las
películas, diría yo.
Como comenzamos, yo no lo sé
la historia que no tiene fin
ni como llegaste a ser la mujer
que toda la vida pedí
Contigo hace falta pasión
y un toque de poesía
y sabiduría, pues yo
trabajo con fantasías
¿Recuerdas el día que te canté?
fue un súbito escalofrío
por si no lo sabes te lo diré
yo nunca dejé de sentirlo
Contigo hace falta pasión
no debe fallar jamás
también maestría, pues yo
trabajo con el corazón
Cantar al amor ya no bastará
es poco para mí
si quiero decirte que nunca habrá
Cosa más bella que tú
cosa más linda que tú
única como eres
inmensa cuando quieres
gracias por existir
la historia que no tiene fin
ni como llegaste a ser la mujer
que toda la vida pedí
Contigo hace falta pasión
y un toque de poesía
y sabiduría, pues yo
trabajo con fantasías
¿Recuerdas el día que te canté?
fue un súbito escalofrío
por si no lo sabes te lo diré
yo nunca dejé de sentirlo
Contigo hace falta pasión
no debe fallar jamás
también maestría, pues yo
trabajo con el corazón
Cantar al amor ya no bastará
es poco para mí
si quiero decirte que nunca habrá
Cosa más bella que tú
cosa más linda que tú
única como eres
inmensa cuando quieres
gracias por existir
Con el paso del tiempo acabaría
creyendo que era cierto lo que recordaba y contaba, lo que había inventado: tal
vez el silencio de ella durante tantos años fue un gesto de ternura, o de
secreta piedad.
¿Por qué no pensar que él también
podría haber contado una verdad más triste para todos, que “el animal más bello
del mundo” no era tan espectacular como pensábamos, especialmente en las
distancias cortas? Quizá ella también le debiera un favor por su fantasía y
lealtad mantenida durante años.
Si para algo sirve la ficción
es para ponernos en guardia contra sus encantamientos (…) La gente de orden
desconfía de la ficción porque le atribuye un propósito de mentira. (…)
Los libros mienten, desde
luego, pero muestran casi con ingenuidad las leyes de su mentira y nos educan
contra ella. Sólo en las novelas, y tal vez en la pintura, la ficción descubre
de antemano sus normas y nos invita a permanecer a salvo de su posible
maleficio. (…)
Las gentes de orden desdeñan
los cuadros y los libros y esgrimen como un antídoto y un cetro el mando a
distancia del televisor: lo que aparece en él no tiene nada que ver con la
literatura, y, por tanto, es la verdad. (…)
Nunca acababan de creerlo: no
podían admitir que no fuera cierto lo que estaban viendo con sus ojos. (…)
Lo que dicen las palabras no
puede verse, es una materia fácilmente contaminada por los antojos de la
imaginación. Las imágenes, en cambio, llevan impreso un certificado de
veracidad. (…) Nadie nos lo ha contado, lo han visto nuestros ojos. (…)
Lo que nos parecía la pura
realidad ha resultado ser un efecto óptico: desde ahora, la mirada se detendrá
en las cosas con recelo, y habrá quien comprenda que en la indagación de la
verdad muy pocas armas hay tan afiladas como las que suministra la ficción.
Esa es la razón de que sea
necesario el espíritu crítico, viendo el televisor y leyendo una novela. Las imágenes
en la tele van acompañadas de palabras con las que, a menudo, no hay
correspondencia. Hay una infinita distancia entre ser testigo de un evento y
que nos lo cuenten por televisión apoyándose en imágenes. Siempre me pregunto
qué es lo que no se ve y lo que no se nos cuenta y por qué. En literatura, los
lectores contribuyen a la creación de la novela. Es un proceso más complejo, más
creativo. El papel del lector es activo –o debiera serlo y el del telespectador
es pasivo. (…)
Una íntima sensación de estafa
y ridículo, no siempre destinada a la película que tanto nos importó y que
ahora se nos aparece postiza o trivial, sino a nuestro entusiasmo de entonces,
a una cierta manera de vivir o de no vivir. (…)
Siempre es doloroso el
reencuentro con alguien a quien quisimos mucho, y oír con indiferencia la
antigua voz deseada y preguntarse el motivo ahora inexplicable de aquella
devoción. Los amigos que llevaban mucho tiempo sin verse se abrazan y visitan
de nuevo los bares adonde los afilió una querida costumbre y notan de pronto
bajo las palabras un silencio vacío, una falta de resonancia mutua que vuelve
simulacro la conversación. (…)
Lo mejor que conocimos,
separó nuestros destinos
que hoy nos vuelven a reunir;
tal vez si tú y yo queremos
volveremos a sentir aquella vieja entrega.
separó nuestros destinos
que hoy nos vuelven a reunir;
tal vez si tú y yo queremos
volveremos a sentir aquella vieja entrega.
Ah! Cómo hemos cambiado
qué lejos ha quedado aquella amistad.
Ah! ¿qué nos ha pasado?
cómo hemos olvidado aquella amistad.
qué lejos ha quedado aquella amistad.
Ah! ¿qué nos ha pasado?
cómo hemos olvidado aquella amistad.
Hemos amado algo que existía
sobre todo en nuestra imaginación y en nuestro deseo. (…)
Y ese amor, como tantos otros,
se fortalecía en el recuerdo y la ausencia, y difícilmente sobrevive intacto a
la confrontación del regreso.
Penélope.
Le sonrió
con los ojos llenitos de ayer,
no era así su cara ni su piel.
"Tú no eres quien yo espero".
Y se quedó
con el bolso de piel marrón
y sus zapatitos de tacón
sentada en la estación.
con los ojos llenitos de ayer,
no era así su cara ni su piel.
"Tú no eres quien yo espero".
Y se quedó
con el bolso de piel marrón
y sus zapatitos de tacón
sentada en la estación.
Desde el principio hubo héroes y
villanos, luego llegaron los apóstatas y los conversos, los tontos útiles, los
sentimentales peligrosos, los expertos asépticos, los rebaños lentos de
vencidos, los muladares de muertos, los celebradores voluntarios que han
seguido de lejos a los ejércitos y les recitaban coartadas épicas para encender
su furia, como aquellos poetas mercenarios que viajaban en el séquito de los
tiranos en las guerras antiguas. Pero hasta hace unos días faltó en el reparto
una figura imprescindible, la del traidor, sin la cual no hay heroísmo ni
victoria posible. (…)
Los palestinos se esconden,
huyen y mueren acusados sumariamente de traición, pero se trata de una traición
colectiva, muy semejante por cierto a la que durante siglos se atribuyó a los
judíos, y para que esa culpa adquiera su más alta eficacia es preciso que se
encarne en una figura singular (…)
El heroísmo, la traición, son
méritos singulares; el fracaso es gregario, y todos los perdedores de todas las
guerras se agrupan (…)
No puede ser casual que el país
donde se han erigido las más hermosas estatuas de héroes sea también el más
fértil en inolvidables traidores [británicos].
Nadie sabe ahora mismo si son
culpables o son inocentes, pero han empezado a parecerse tanto a toda una
genealogía de traidores condenados sin motivo y rescatados de la infamia cuando
ya estaban muertos, que la piedad hacia ellos es mucho menos poderosa que el
hastío hacia un espectáculo tan inagotablemente repetido en todas partes como
el teatro angustioso de la mentira y de la crueldad.
Uno siente la exaltación de no
pertenecer a nada de lo que está viendo, el alivio de haber perdido
transitoriamente las normas del espacio y del tiempo en las que su vida se
resume, pero también una angustia como de extender las manos en la oscuridad y
no encontrar a donde asirse, de estar mirando objetos y rostros y escuchando
voces que no son del todo reales, que tienen algo de las caras y las voces y
las risas violentas de la televisión.
Sobre la sensación de
extrañeza. Lost in translation.
Graham Greene. El caballero
inglés que continuó una gloriosa tradición nacional de fugitivos, que viajó sin
descanso a todos los países y a todos los hoteles, que convirtió en una forma
misteriosa y un poco monacal de vida esta permanencia en la tierra de nadie, en
cualquier lugar del mapamundi donde uno quiera detener su dedo índice, que fue
católico con la misma arbitraria arrogancia con que era carlista el marqués de
Bradomín, que seguramente se habría sentido tan extraño y tan amenazado como se
siente uno en esta ciudad donde hay cuarteles en medio del césped universitario
y banderas tremendas ondeando no sólo en los mástiles de los estadios y de los
rascacielos, sino sobre los tejados de ruinosas casas de madera en cuyos
porches se sientan (…) hombres de piel oscura. (…)
Su callado disgusto ante la
ferocidad victoriosa, su espanto ante esas miradas de las que parece excluida
toda ternura y toda incertidumbre, esas caras francas, saludables e idiotas que
él retrató para siempre en El americano impasible, en la figura de Pyle, aquel
afable cretino que cumple escrupulosamente su tarea de insecto, con la
conciencia limpia y el ánimo gozoso, en los primeros años del horror de
Vietnam.
De lo que tratan las novelas es
de alguien que vive en desacuerdo con su condición y comete un acto de soberbia
que será rápidamente castigado por la autoridad o el destino. Seguramente, para
los lectores de 1605, lo más ridículo de Alonso Quijano (…) saltándose hacia
arriba un escalón en la jerarquía social, se llamara a sí mismo caballero y se
antepusiera el don que como hidalgo no tenía derecho a usar. (…)
Como a Don Quijote, lo
calificarían de loco, y su destino sería el escarnio que merecen todos los
trepadores ineptos: Rubenpré, Manolo el Pijoaparte, el desinteresado y
melancólico proxeneta Larsen.
El narrador de la infinita
novela de Proust, hijo de solemnes burgueses del segundo imperio, quiere bajar
algunos peldaños en los edificios ampulosos del barón Haussman, porque la
altura que le pertenece por su origen de clase es la segunda planta (…)
Grigori Samsa no es un rebelde,
es exactamente la figura más moldeada de mansedumbre, el hombre que nunca dirá
a nadie, ni a sí mismo, su verdadero deseo.
William Blake: “Quien desea y
no actúa engendra la peste”.
No hay perdón para el trepador,
el impostor, el temerario, el héroe.
Decenas de obras maestras
extenúan las posibilidades del desengaño y del dolor. Sólo conozco una que no
trate más que de la dicha: fue escrita varios siglos antes de nuestra era, y la
tradujo a un español incomparable el fraile perseguido Casiodoro de Reina: el
Cantar de los cantares, largo poema cuyo único motivo es la gloriosa plenitud
carnal de dos amantes que le hacen a uno acordarse de un versículo crepuscular
de Borges: “Loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los
dos se entregan”.
[aspirantes] a vivir una vida
más estimulante que las que les habían enseñado a esperar.
La literatura, tan prestigiosa,
tan lúcida, al final se raja y se apunta a los más sórdidos lugares comunes:
que el criminal siempre paga, que siempre habrá pobres, que el dinero no da la
felicidad, que los negros llevan el ritmo en la sangre, que más vale pájaro en
mano, que donde las dan las toman, que si uno es feliz está a punto de ser
atropellado. (…) “Me gustan las canciones de la radio porque sólo ellas dicen
la verdad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario