lunes, 27 de agosto de 2012

Textos fenomenales


No hay más que unas cuantas metáforas y tres o cuatro narraciones posibles, dice Borges, no hay destinos singulares: los actos, los deseos, los arrepentimientos de un hombre repiten y anticipan los avatares de otros, de modo que las mitologías arcaicas y los cuentos infantiles gozan de una secreta actualidad indeleble. El perseguido que nunca encontrará perdón ni refugio es cualquier hombre atenazado por la culpa y ese gánster herido que huye en automóvil hacia las soledades de una sierra donde lo sitiará la policía o hacia una granja abandonada donde morirá creyendo que ha vuelto a su infancia.
Del mismo modo que usurpamos los lugares donde habitaron los muertos, manejamos las palabras y las cosas que les pertenecieron y repetimos y conmemoramos sin saberlo fragmentos de sus vidas, y quizá por eso nos sobresalta con frecuencia la sensación de haber visto ya algo que estamos viendo por primera vez.
Dürrenmatt: la conciencia de un solo hombre es una ola fugaz en el océano de la conciencia humana.
No hay nada que no sea simultáneamente fugitivo y eterno.
Holden Caulfield, Oliver Twist, Thomas de Quincey, Telémaco. No me cuesta nada imaginarlo perdido en el destino aciago y monótono de los inocentes.

En las ciudades invernales, en las ciudades lluviosas donde la gente mira al vacío con ojos de azul muerto, el viajero puede morirse de nostalgia no de su país ni de la abierta claridad del sol, sino de los azules con que se educó su mirada. Los matices del gris, los verdes húmedos y los ocres del Norte no pueden nunca consolarlo.

Como en la pintura, el color sólo existe en la pupila de quien mira. “Descubierta en Asia la planta más azul del mundo” (…) porque ese azul tampoco podrán traerlo consigo cuando vuelvan.
Así se despide uno de los azules de Vermeer cuando abandona el museo y del azul de una ciudad donde le ha anochecido sin que se diera cuenta mientras preparaba su equipaje.

Ava Gardner no era sólo un espejismo del cine, sino una aparición que irrumpía en la realidad trastornándolo todo, provocando un enconado deseo de varones torpes y furiosos que al verla erguida y sola ante un Dry Martini en la barra de un bar caían íntimamente fulminados por la desgracia y el rencor de estar mirándola y sentirla tan ajena a ellos como si también entonces la vieran en la pantalla de un cine.

Nunca amó a Mario Cabré, que le encontró tendido a su lado al despertarse una mañana de amnesia y resaca y no supo qué había sucedido ni por qué se había acostado con él. Lo que para ella apenas existió fue el hecho más relevante en la vida de un hombre: tal vez por vanidad, o por inocencia, o por amor a las películas.

Más bien por nuestro amor a las películas, diría yo.
Como comenzamos, yo no lo sé
la historia que no tiene fin
ni como llegaste a ser la mujer
que toda la vida pedí

Contigo hace falta pasión
y un toque de poesía
y sabiduría, pues yo
trabajo con fantasías

¿Recuerdas el día que te canté?
fue un súbito escalofrío
por si no lo sabes te lo diré
yo nunca dejé de sentirlo

Contigo hace falta pasión
no debe fallar jamás
también maestría, pues yo
trabajo con el corazón

Cantar al amor ya no bastará
es poco para mí
si quiero decirte que nunca habrá

Cosa más bella que tú
cosa más linda que tú
única como eres
inmensa cuando quieres
gracias por existir

Con el paso del tiempo acabaría creyendo que era cierto lo que recordaba y contaba, lo que había inventado: tal vez el silencio de ella durante tantos años fue un gesto de ternura, o de secreta piedad.

¿Por qué no pensar que él también podría haber contado una verdad más triste para todos, que “el animal más bello del mundo” no era tan espectacular como pensábamos, especialmente en las distancias cortas? Quizá ella también le debiera un favor por su fantasía y lealtad mantenida durante años.

Si para algo sirve la ficción es para ponernos en guardia contra sus encantamientos (…) La gente de orden desconfía de la ficción porque le atribuye un propósito de mentira. (…)
Los libros mienten, desde luego, pero muestran casi con ingenuidad las leyes de su mentira y nos educan contra ella. Sólo en las novelas, y tal vez en la pintura, la ficción descubre de antemano sus normas y nos invita a permanecer a salvo de su posible maleficio. (…)
Las gentes de orden desdeñan los cuadros y los libros y esgrimen como un antídoto y un cetro el mando a distancia del televisor: lo que aparece en él no tiene nada que ver con la literatura, y, por tanto, es la verdad. (…)
Nunca acababan de creerlo: no podían admitir que no fuera cierto lo que estaban viendo con sus ojos. (…)
Lo que dicen las palabras no puede verse, es una materia fácilmente contaminada por los antojos de la imaginación. Las imágenes, en cambio, llevan impreso un certificado de veracidad. (…) Nadie nos lo ha contado, lo han visto nuestros ojos. (…)
Lo que nos parecía la pura realidad ha resultado ser un efecto óptico: desde ahora, la mirada se detendrá en las cosas con recelo, y habrá quien comprenda que en la indagación de la verdad muy pocas armas hay tan afiladas como las que suministra la ficción.

Esa es la razón de que sea necesario el espíritu crítico, viendo el televisor y leyendo una novela. Las imágenes en la tele van acompañadas de palabras con las que, a menudo, no hay correspondencia. Hay una infinita distancia entre ser testigo de un evento y que nos lo cuenten por televisión apoyándose en imágenes. Siempre me pregunto qué es lo que no se ve y lo que no se nos cuenta y por qué. En literatura, los lectores contribuyen a la creación de la novela. Es un proceso más complejo, más creativo. El papel del lector es activo –o debiera serlo y el del telespectador es pasivo. (…)
Una íntima sensación de estafa y ridículo, no siempre destinada a la película que tanto nos importó y que ahora se nos aparece postiza o trivial, sino a nuestro entusiasmo de entonces, a una cierta manera de vivir o de no vivir. (…)
Siempre es doloroso el reencuentro con alguien a quien quisimos mucho, y oír con indiferencia la antigua voz deseada y preguntarse el motivo ahora inexplicable de aquella devoción. Los amigos que llevaban mucho tiempo sin verse se abrazan y visitan de nuevo los bares adonde los afilió una querida costumbre y notan de pronto bajo las palabras un silencio vacío, una falta de resonancia mutua que vuelve simulacro la conversación. (…)

Lo mejor que conocimos,
separó nuestros destinos
que hoy nos vuelven a reunir;
tal vez si tú y yo queremos
volveremos a sentir aquella vieja entrega.
Ah! Cómo hemos cambiado
qué lejos ha quedado aquella amistad.
Ah! ¿qué nos ha pasado?
cómo hemos olvidado aquella amistad.


Hemos amado algo que existía sobre todo en nuestra imaginación y en nuestro deseo. (…)
Y ese amor, como tantos otros, se fortalecía en el recuerdo y la ausencia, y difícilmente sobrevive intacto a la confrontación del regreso.

Penélope.
Le sonrió
con los ojos llenitos de ayer,
no era así su cara ni su piel.
"Tú no eres quien yo espero".
Y se quedó
con el bolso de piel marrón
y sus zapatitos de tacón
sentada en la estación.



Desde el principio hubo héroes y villanos, luego llegaron los apóstatas y los conversos, los tontos útiles, los sentimentales peligrosos, los expertos asépticos, los rebaños lentos de vencidos, los muladares de muertos, los celebradores voluntarios que han seguido de lejos a los ejércitos y les recitaban coartadas épicas para encender su furia, como aquellos poetas mercenarios que viajaban en el séquito de los tiranos en las guerras antiguas. Pero hasta hace unos días faltó en el reparto una figura imprescindible, la del traidor, sin la cual no hay heroísmo ni victoria posible. (…)
Los palestinos se esconden, huyen y mueren acusados sumariamente de traición, pero se trata de una traición colectiva, muy semejante por cierto a la que durante siglos se atribuyó a los judíos, y para que esa culpa adquiera su más alta eficacia es preciso que se encarne en una figura singular (…)
El heroísmo, la traición, son méritos singulares; el fracaso es gregario, y todos los perdedores de todas las guerras se agrupan (…)
No puede ser casual que el país donde se han erigido las más hermosas estatuas de héroes sea también el más fértil en inolvidables traidores [británicos].
Nadie sabe ahora mismo si son culpables o son inocentes, pero han empezado a parecerse tanto a toda una genealogía de traidores condenados sin motivo y rescatados de la infamia cuando ya estaban muertos, que la piedad hacia ellos es mucho menos poderosa que el hastío hacia un espectáculo tan inagotablemente repetido en todas partes como el teatro angustioso de la mentira y de la crueldad.

Uno siente la exaltación de no pertenecer a nada de lo que está viendo, el alivio de haber perdido transitoriamente las normas del espacio y del tiempo en las que su vida se resume, pero también una angustia como de extender las manos en la oscuridad y no encontrar a donde asirse, de estar mirando objetos y rostros y escuchando voces que no son del todo reales, que tienen algo de las caras y las voces y las risas violentas de la televisión.
Sobre la sensación de extrañeza. Lost in translation.

Graham Greene. El caballero inglés que continuó una gloriosa tradición nacional de fugitivos, que viajó sin descanso a todos los países y a todos los hoteles, que convirtió en una forma misteriosa y un poco monacal de vida esta permanencia en la tierra de nadie, en cualquier lugar del mapamundi donde uno quiera detener su dedo índice, que fue católico con la misma arbitraria arrogancia con que era carlista el marqués de Bradomín, que seguramente se habría sentido tan extraño y tan amenazado como se siente uno en esta ciudad donde hay cuarteles en medio del césped universitario y banderas tremendas ondeando no sólo en los mástiles de los estadios y de los rascacielos, sino sobre los tejados de ruinosas casas de madera en cuyos porches se sientan (…) hombres de piel oscura. (…)
Su callado disgusto ante la ferocidad victoriosa, su espanto ante esas miradas de las que parece excluida toda ternura y toda incertidumbre, esas caras francas, saludables e idiotas que él retrató para siempre en El americano impasible, en la figura de Pyle, aquel afable cretino que cumple escrupulosamente su tarea de insecto, con la conciencia limpia y el ánimo gozoso, en los primeros años del horror de Vietnam.

De lo que tratan las novelas es de alguien que vive en desacuerdo con su condición y comete un acto de soberbia que será rápidamente castigado por la autoridad o el destino. Seguramente, para los lectores de 1605, lo más ridículo de Alonso Quijano (…) saltándose hacia arriba un escalón en la jerarquía social, se llamara a sí mismo caballero y se antepusiera el don que como hidalgo no tenía derecho a usar. (…)
Como a Don Quijote, lo calificarían de loco, y su destino sería el escarnio que merecen todos los trepadores ineptos: Rubenpré, Manolo el Pijoaparte, el desinteresado y melancólico proxeneta Larsen.
El narrador de la infinita novela de Proust, hijo de solemnes burgueses del segundo imperio, quiere bajar algunos peldaños en los edificios ampulosos del barón Haussman, porque la altura que le pertenece por su origen de clase es la segunda planta (…)
Grigori Samsa no es un rebelde, es exactamente la figura más moldeada de mansedumbre, el hombre que nunca dirá a nadie, ni a sí mismo, su verdadero deseo.
William Blake: “Quien desea y no actúa engendra la peste”.
No hay perdón para el trepador, el impostor, el temerario, el héroe.
Decenas de obras maestras extenúan las posibilidades del desengaño y del dolor. Sólo conozco una que no trate más que de la dicha: fue escrita varios siglos antes de nuestra era, y la tradujo a un español incomparable el fraile perseguido Casiodoro de Reina: el Cantar de los cantares, largo poema cuyo único motivo es la gloriosa plenitud carnal de dos amantes que le hacen a uno acordarse de un versículo crepuscular de Borges: “Loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan”.

[aspirantes] a vivir una vida más estimulante que las que les habían enseñado a esperar.

La literatura, tan prestigiosa, tan lúcida, al final se raja y se apunta a los más sórdidos lugares comunes: que el criminal siempre paga, que siempre habrá pobres, que el dinero no da la felicidad, que los negros llevan el ritmo en la sangre, que más vale pájaro en mano, que donde las dan las toman, que si uno es feliz está a punto de ser atropellado. (…) “Me gustan las canciones de la radio porque sólo ellas dicen la verdad”.

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