domingo, 26 de agosto de 2012

La edad de los libros


Cumplimos años y sabemos que estamos viviendo en una dirección irreversible: no habrá otra infancia ni otra adolescencia, y el día y el minuto que acaban de pasar no volverán nunca. Pero como las estaciones vuelven, como se repiten cada año, nos permitimos la sensación arcaica de que también el tiempo que dábamos por perdido regresa con la lentitud circular con que regresaban para nuestros abuelos las tareas del campo.

La huerta del edén

La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo; y entre las mismas paredes irás encaneciendo. Siempre llegarás a esta ciudad. 
La ciudad. Cavafis

Igual que uno se sumerge en una ciudad y le gratifica bucear en ella, así me viene ocurriendo a mí con algunos autores. No con todos. Y por períodos en mi vida. Algunos relativamente cortos y otros inmensamente largos. Como diferentes edades.
Así puedo distinguir un periodo Isabel Allende, Antonio Gala, Gabriel García Márquez, José Saramago, Shakespeare, Benito Pérez Galdós, Miguel Delibes, Arturo Pérez-Reverte, Javier Marías, Almudena Grandes, Juan Eslava Galán, Juan Marsé, Antonio Machado, Emily Brontë, Susan E. Hinton, Michael Ende, Ramón J. Sender, Max Aub, Charles Dickens, Vikram Seth. He omitido expresamente los filósofos. Ese es capítulo aparte.
Se me olvidarán nombres porque voy citando conforme me vienen al recuerdo, no por orden cronológico.
Nombro a aquellos que, por alguna razón, llegaron y se instalaron, por lo que me han acompañado durante un cierto tiempo en mi vida. He leído de ellos un libro, un artículo, un texto, una cita y he querido saber más. Una lectura me ha ido llevando a otra y a otra hasta saciarme.
Thomas Mann y su Montaña mágica me acompañaron todo un verano, el del 2010. No lo cito porque no he tenido necesidad ni me he visto movida a leer ninguna otra de sus obras, al menos, de momento. Lo mismo con Baudelaire, Flaubert, Stendhal, Cervantes y otros.
También hay libros muy buenos que he abandonado a la mitad porque, por alguna razón, he ido perdiendo interés o curiosidad. Eso me ocurrió con Doctor Zhivago, por citar uno. El peso de la película era demasiado específico y abandoné al protagonista en medio del frente de batalla. También me ocurrió con la biografía sobre Frida Kahlo escrita por Hayden Herrera. Me aburrí, supongo.
Pero dedicarle mucho tiempo a un autor no significa exclusividad, ni mucho menos. Leo otros libros de otros autores mientras me detengo con uno. Tampoco significa que, una vez cerrado el ciclo Gabo, no vuelva a sentir curiosidad por asomarme a sus páginas. Volverá, como las estaciones, pero la edad habrá pasado. Su tiempo está vinculado para mí a otro tiempo, el del tren y los mediosdías en la playa de Cádiz. Es inevitable que asocie su obra con una cierta edad en mi vida en la que me sentía especialmente cerca de su voz.
También me gusta releer los libros que me han gustado especialmente. Entre aquellos que he probado más de una vez están Madame Bovary, La Regenta, Fortunata y Jacinta, El árbol de la ciencia, Lolita, Verano del 42 y algunos más
Porque hay libros que acompañan a uno toda la vida y otros que se agotan con leerlos una vez. Igualmente hay autores que dejan de gustar o de interesar. Otros muchos que lees pero que no te dicen nada.
En el periodo de estudios universitario, por ejemplo, apenas recuerdo que leyese otra cosa que Filosofía. Si acaso, literatura relacionada con la materia de la que me iba a examinar. En las vacaciones de verano, sin embargo, tenía hambre de literatura.
También me ocurrió en los dos periodos de estudio de Oposiciones. Manuales de Filosofía hasta el hartazgo.
Actualmente tengo variedad de lecturas y autores pendientes (Nabokov, Joyce, Kafka, Kundera, Kierkegaard, Faulkner, Stendhal, Proust, …) que aún no he agotado y que me interesan especialmente, pero tendrán que ir esperando su turno porque parece que se ha abierto un nuevo ciclo.
Algunas veces parece que los libros lo elijan a uno, como si nos hicieran un guiño desde la estantería. 


Sólo algunas películas perduran y crecen al volver a verlas, y otras que nos parecieron menores adquieren un resplandor que antes no advertimos, y muchas de las más veneradas se nos hunden como esos rascacielos derribados en silencio (...)Sólo el gran arte se mide victoriosamente con la lógica de la vida y del sentido común. Y tal vez por eso lo que nos sucede es que ya no nos creemos lo que nos creíamos antes (...)Será que, si a un director de cine o a un novelista le importa más la belleza del estilo que el destino de sus personajes, también uno tiende a desinteresarse de ellos. (...)Pero a medida que la memoria se limpia de fantasmas y la lucidez o el saludable aburrimiento deshacen sombras que pesaron demasiado durante demasiados años, las imágenes que permanecen cobran una intensidad acrecida en la prueba del reconocimiento, y al ser menos numerosas resaltan con más vigor.

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