jueves, 16 de agosto de 2012

Entre pan y bastidores


Es un error pensar que lo íntimo es incomunicable, pero también lo es confundirlo con el cotilleo sobre la vida privada.
El arte es el elemento privilegiado en el que la intimidad se desvela sin pervertirse por ello ni degradarse en privacidad.
José Luis Pardo
 
 
-¿Abuela, quién te enseñó a hacer croché?
-Pues no sé, aprendí de verlo hacer a mi hermana, supongo. No me enseñó nadie.
-¿Cuándo aprendiste? ¿De pequeña?
-¡Que vá! Antes no había tiempo para esas cosas. Curiosamente nunca hice croché mientras ella vivió, empecé a hacerlo a partir de su muerte.
-¿Tu madre también lo hacía?
-No, mi madre no. Tenía mucho trabajo. Demasiado trabajo para entretenerse.
-Pero lo que a mí realmente me gustaba era bordar en el bastidor. Eso sí que me gustaba.

Yo no recuerdo haberla visto bordar. Ni siquiera he visto en su casa ningún bastidor. La recuerdo sólo con sus agujas de punto, de ganchillo, cosiendo, con sus libros de labores y madejas de lana e hilo.
En cambio, sí he encontrado bastidores, no uno, sino varios y de distintos tamaños, en la casa de mis abuelos maternos. Claro que yo no he subido al desván de Pilas con la misma confianza con la que registraba y revolvía en las salas de la casa de Bollullos. En una me movía a tientas, con temor y respeto, pisando suelo resbaladizo. En la otra, sin embargo, me movía como pez en el agua.

El pasado 6 de julio mi abuela cumplió noventa y dos años. Tenía veinte cuando perdió a su madre, en el año 1940.
Su única hermana, Catalina, diez años mayor que ella, siempre fue un poco a lo suyo. Me dio a entender que sus padres se lo consentían.
-Le hacía más caso a ella que a mi madre.
-Se subía al sobrado de la casa a hacer labores, se aislaba y no quería saber nada. Mi madre decía: ¿Qué estará tramando hoy Catalina? A ver lo que nos trae. Ella era muy caprichosa y hacía sólo lo que le gustaba.
En sus palabras había reproche pero también admiración:
-Tenía mucho talento para sacar patrones y por los libros de costura y labores aprendía a hacer todas las cosas. Veía una labor que le gustaba y decía “Esto lo saco yo” y no paraba hasta conseguirlo. Claro que no hacía otra cosa. Se pasaba las horas muertas allí arriba. No bajaba ni para beber. Me llamaba para todo.

Me contó que su hermano Eugenio, que era muy bromista, cuando escuchaba a Catalina llamar a voces le decía:
-Tira los platos, María, corre, que te llama tu hermana.
Qué disparate. Tira los platos –porque yo estaba fregando-. Me aclara.
Y luego era porque quería que le subiera un vaso de agua.

-Mamá, tú también hacías encajes de bolillos. Aprendiste sola a hacer de todo-. Interviene mi padre para hacerla entender que ella también fue autodidacta.

-Sí, es verdad. Aprendí de fijarme y lo saqué por los libros. Pero eso fue después. Entonces yo estaba siempre en el despacho del pan.
Mi bisabuelo, Juan Delgado, era –no sé si el único en aquella fecha, panadero de Pilas.
Todos sus hijos trabajaban en el horno de leña, amasando y cociendo pan. Todos sus hijos y una de sus hijas, María, porque Catalina parece que nunca quiso hacerse cargo.
-Eso ya se ha perdido pero antes las vecinas venían con las tortas para que se las cociéramos.
Yo amasaba el pan con mis hermanos, horneaba con la pala, vendía y manejaba el dinero. Trabajaba mucho. Recogía las habitaciones, ponía la mesa a las 15. Con Catalina no había que contar.

Alguna vez mi abuelo me contó que se enamoró de ella viéndola trabajar allí. La madre de mi abuela, Ana, y la madre de mi abuelo, Catalina, eran amigas y se trataban mucho. Mi abuela también recuerda con cariño a la abuela materna de mi abuelo, Josefa.

Después de estar un rato recordando a sus hermanos, especialmente a Catalina, vuelve al presente, a su situación actual. Se lamenta de no tener ya suficiente vista para poder seguir tejiendo.

Me llevaría horas y horas hablando con ella, haciéndole preguntas pero yo también he de volver al presente. Las dos niñas que me reclaman, mis padres que ya quieren marcharse. Mi marido también está impaciente.



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