viernes, 16 de octubre de 2015

Todo el mundo conoce a una mala mujer

 
Hízome regalar y servir los días que allí estuve con toda la puntualidad posible. En este tiempo anduve haciendo mi cuenta, dando trazas en mi vida, qué haría o cómo viviría. Y al fin de todas ellas vence la vanidad. Comencé mi negocio por galas y más galas. Hice dos diferentes vestidos de calza entera, muy gallardos. Otro saqué llano para remudar, pareciéndome que con aquello, si comprase un caballo, que quien así me viera, y con un par de criados, fácilmente me compraría las joyas que llevaba. Púselo por obra. Comencé a pavonear y gastar largo. La huéspeda no era corta, sino gentil cortesana. Dábame cañas a las manos en cuanto era mi gusto.
Aconteció que, como frecuentasen mi visita muchas de sus amigas, una dellas trujo en su compañía una muchachuela de muy buena gracia, hermosa como un ángel y, con ser tan por estremo hermosa, era mucho más vellosa. Hícele el amor; mostróse arisca. Dádivas ablandan peñas. Cuanto más la regalé, tanto más iba mostrándoseme blanda, hasta venir en todo mi deseo. Continué su amistad algunos días, en los cuales nunca cesó, como si fuera gotera, de pedir, pelar y repelar cuanto más pudo, tan sutil y diestramente cual si fuera mujer madrigada, muy cursada y curtida; empero bastábale la dotrina de su madre. Pidióme una vez que le comprase un manteo de damasco carmesí, que vendía un corredor a la Puerta del Sol, con muchos abollados y pasamanos de oro, y no querían por él menos de mil reales. Pareciéndome aquello una excesiva libertad (porque, aunque me tenía un poco picado, no lo había hecho tan mal con ella que ya no le hubiese dado más de otros cien escudos y que, si así me fuese dejando cargar a su paso, en tres boladas no quedara bolo enhiesto), no se lo di. Enojóse: no se me dio nada. Sintióse: dime por no entendido. Indignáronse madre y hija: callé a todo, hasta ver en qué paraba. No me vinieron a visitar ni yo las envié a llamar. Entraron en consejo con mi huéspeda, que fueron todas el lobo y la vulpeja y tres al mohíno.
Veis aquí, cuando a mediodía estaba comiendo muy sin cuidado de cosa que me lo pudiera dar, donde veo entrar por mi aposento un alguacil de corte. «¡Ah cuerpo de tal! Aquí morirá Sansón y cuantos con él son. Mi fin es llegado», dije. Levantéme alborotado de la mesa y el alguacil me dijo:
-Sosiéguese Vuestra Merced, que no es por ladrón.
-«Antes no creo que puede ser por otra cosa» -dije entre mí-. ¿Ladrón dijistes? Creí que lo decía por donaire y por esa causa quería prenderme.
Turbéme de modo, que ni acertaba con palabra ni sabía si huir, si estarme quedo. Teníanme tomada la puerta los corchetes, la ventana era pequeña y alta de la calle. No pudiera con tanta facilidad arronjarme por ella, que primero no me cogieran y, cuando pudiera escapar de sus manos, me matara. Últimamente, con toda mi turbación, como pude le pregunté qué mandaba. Él, con la boca llena de risa y muy sin el cuidado que yo estaba, metiendo la mano en el pecho sacó dél un mandamiento en que me mandaban prender los alcaldes por lo que ni comí ni bebí.
«Por estrupo» -diréis-. «Válgate la maldición por hembra, y a mí, si sé lo que te pides y no mientes como cien mil diablos.» Juréle ser falsedad y testimonio. El alguacil, riéndose, me dijo que así lo creía; empero que no podía exceder del mandamiento ni soltarme. Que tomase la capa y me fuese con él a la cárcel. Vime desbaratado. Yo tenía los baúles cuales ya podrás imaginar. Mis criados no eran conocidos. Estaba en posada, donde me habían hecho la cama y quizá para tener achaque de robarme. Si allí los dejaba, quedaban como en la calle, y, si los quería sacar, no sabía dónde ponerlos. Pues ir a la cárcel es como los que se van a jugar a la taberna en la montaña, que comienzan por los naipes y acaban borrachos con el jarro en las manos. Pensando ir por poco, pudiera ser salir por mucho.


[El estupro es una violencia sexual considerada como un delito en la mayoría de las legislaciones. Generalmente es confundido con el abuso sexual infantil, sin embargo tiene una diferencia sustancial, en cuanto el estupro se puede cometer en contra de una persona en edad de consentimiento sexual [mayor de doce] y menor de 18 años, mientras que el abuso sexual infantil engloba a menores de dicha edad [menores de doce], siendo además el abuso sexual infantil un agravante de la violación.
Der. Coito con persona mayor de 12 años y menor de 18, prevaliéndose de superioridad, originada por cualquier relación o situación.
Der. Acceso carnal con persona mayor de 12 años y menor de 16, conseguido con engaño.
Der. Por equiparación legal, algún caso de incesto.
Antiguamente, coito con soltera núbil o con viuda, logrado sin su libre consentimiento.]


Estaba que no sabía lo que hacerme. Aparté a solas a el alguacil. Roguéle que por un solo Dios no permitiese mi perdición. Díjele que aquella hacienda quedaba en riesgo y perdida; que diese traza cómo no se me hiciese agravio, porque me robarían y que sólo aquese había sido el intento de aquella gente. Era hombre de bien, que no fue pequeña ventura, discreto, cortesano; sabía mi verdad, como quien conocía bien a la parte. Prometí de pagárselo muy a su gusto. Díjome que no tuviese pena, que haría lo que pudiese por servirme. Dejó allí los criados en mi guarda y salió a buscar a la parte, que habían con él venido y estaban en el aposento de la huéspeda. Fue y volvió con unos y otros medios.
Amenazólas que, si no lo hacían, había de jurar en mi favor la verdad y descubrir la bellaquería, si no se contentaban con lo que fuese bueno. Ellas, que vieron su pleito mal parado, lo dejaron todo en sus manos y concertónos en dos mil reales, que le fue por juramento a la madre que le había de pagar el manteo con el doblo y no la tendría contenta. Mas yo sé que lo quedó, porque no se lo debía. Paguéselos y, yéndonos a el oficio del escribano, se bajaron de la querella.
Costóme todo hasta docientos ducados y en media hora lo hicimos noche; mas no tuve aquélla en la posada ni más puse pie de para sacar mi hacienda y al punto alcé de rancho. Fuime a la primera que hallé, hasta que busqué un honrado cuarto de casa con gente principal. Compré las alhajas que tuve necesidad y puse mis pucheros en orden.
Cuando andaba en esto, encontréme una mañana con el mismo alguacil en las Descalzas y, después de haber ambos oído una misma misa, nos hablamos y juréle por el Sacramento que allí estaba que tal cargo no tuve aquella mujer, y díjome:
-Caballero, no es necesario ese juramento para lo que yo sé, cuanto más para lo que aquí es muy público. Yo conozco aquella mozuela, y con esta demanda que puso a Vuestra Merced son tres las querellas que ha dado en esta Corte por el mismo negocio. Dio la primera ante el vicario de la villa, de un pobre caballero de epístola, que vino aquí a cierto negocio. Era hijo de padres honrados y ricos. El cual, por bien de paz, les dejó en las uñas hasta la sotana y se fue, como dicen, en camisa. Después lo pidieron otra vez en la villa, querellándose a el teniente de un catalán rico, de quien también pelaron lo que pudieron; pero éste jurada se la tiene, que no le dejará la manda en el testamento. Agora se querelló, a los alcaldes, de Vuestra Merced, y si no fuera por parecerme de menor inconveniente pagarles aquel dinero que consentirse ir preso dejando su hacienda desamparada, verdaderamente no lo consintiera, hiciera mi oficio; empero del mal el medio. Que, aunque sin duda Vuestra Merced saliera libre, no pudiera ser con tanta brevedad, que no pasase algún tiempo en pruebas y respuestas. Con esto escusamos prisiones, grillos, visitas, escribanos, procuradores, daca la relación, vuelve de la relación. Que todo fuera dilación, vejación y desgusto. Más barato se hizo de aquella manera y con menos pesadumbre.
»Lo que como hidalgo y hombre de bien puedo a Vuestra Merced asegurar es que he servido a Su Majestad con esta vara casi veinte y tres años, porque va ya en ellos. Y que de todos cuantos casos he visto semejantes a éste, no he sabido de tres en más de trecientos, que se hayan pedido con justicia; porque nunca quien lo come lo paga o por grandísima desgracia. Siempre suele salir horro el dañador y después lo echan a la buena barba. Siempre suele recambiar en un desdichado, de quien pueden sacar honra y dineros o marido a propósito para sus menesteres. Él es como la seca, que el daño está en el dedo y escupe debajo del brazo. La causa es porque o luego el delincuente huye o es persona tal a quien sería de poca importancia pedirlo. Estas mozuelas ándanse por esas calles o en casa de sus amigas o en las de sus padres. Entra en la cocina el mozo, tiene lugar de hablarlas y ellas de responderle. Ambos están de las puertas adentro. Sóbrales el tiempo, no les falta gana, llega la ocasión y dejan asentada la partida. Y como sucede las más veces aquesto con gente pobre y luego él, en oliendo el tocino, se sale de casa y no parece, cuando los padres lo alcanzan a saber, para no quedarse sin el fruto de sus trabajos, danle una fraterna y ellos mismos andan después a ojeo y la echan a la mano a persona tal, que saquen costo y costas de su mercadería. Y así viene quien menos culpa tiene a lavar la lana.
Entonces le pregunté:
-Pues dígame Vuestra Merced, suplícole, si nunca los tales casos acontecen sino a solas, ¿quién hay que jure con verdad, si ella no da gritos para que se vea la fuerza y acude gente que los halle a entrambos en el acto?
Respondióme:
-No es necesario ni en tales casos piden a el testigo que diga si los vio juntos, que sería infinito. Basta que depongan que los vieron hablar y estar a solas, que la besó, que los vieron abrazados o de las puertas adentro de una pieza, o tales actos que se pueda dellos presumir el hecho. Porque con esto y la voz que ella misma se pone de haber sido forzada, hallándola ya las matronas como dice, bastan para prueba. Yo vi en esta corte un caso muy riguroso y el mayor que Vuestra Merced habrá oído. Aquí estuvo una dama muy hermosa y forastera, la cual venía ladrada de su tierra, no con otro fin que a buscar la vida. Tratóse como doncella y en ese hábito anduvo algunos días. Pretendióla cierto príncipe y, habiéndole hecho escritura por ochocientos ducados, en que con él concertó su honor, diciendo quererlos para su casamiento, no pagándoselos a el plazo, ejecutó y cobró. Después de allí a pocos años, que no pasaron cuatro, siendo favorecida de cierto personaje, hizo un escabeche, con que, habiendo tratado con cierto estranjero, querelló dél. Y alegando el reo contra ella la escritura original y la paga del interés, lo condenaron y pagó. Allá dijo que no hubo, que sí hubo. En resolución, la mujer en cada lugar cobraba dos y tres veces lo que no vendía, y desta manera pasaba. Vuestra Merced no se tenga por mal servido en lo hecho, porque libró muy bien. Que a fe que los testigos decían ensangrentados, aunque no lo quedó ella.
Despedímonos y fuese. Yo quedé admirado de oír semejante negocio. De allí me fui deslizando poco a poco en la consideración de cuán santa, cuán justa y lícitamente había proveído el Santo Concilio de Trento sobre los matrimonios clandestinos. ¡Qué de cosas quedaron remediadas! ¡Qué de portillos tapados y paredes levantadas! Y cómo, si la justicia seglar hiciera hoy otro tanto en casos cual el mío, no hubiera el quinto ni el diezmo de las malas mujeres que hay perdidas. Porque real y verdaderamente, hablándola entre nosotros, no hay fuerza, sino grado. No es posible hacerla ningún hombre solo a una mujer, si ella no quiere otorgar con su voluntad. Y si quiere, ¿qué le piden a él?
Diré lo que verdaderamente aconteció en un lugar de señorío en el Andalucía. Tenía un labrador una hija moza, de quien se enamoró un mancebo, hijo de vecino de su pueblo, y, habiéndola gozado, cuando el padre della lo vino a saber, acudió a una villa, cabeza de aquel partido, a querellarse del mozo. El alcalde tuvo atención a lo que decían y, después de haber el hombre informádole muy a su placer del caso, le dijo: «¿Al fin os querelláis de aquese mozo, que retozó con vuestra muchacha?» El padre dijo que sí, porque la deshonró por fuerza.
Volvió el alcalde a preguntar: «Y decidme, ¿cuántos años tiene él y ella?» El padre le respondió: «Mi hija hace para el agosto que viene veinte y un años y el mozuelo veinte y tres.»
Cuando el alcalde oyó esto, enojado y levantándose con ira del poyo, le dijo: «¿Y con eso venís agora? ¡Él de veinte y tres y ella de veinte y uno! Andá con Dios, hermano. ¡Ved qué gentil demanda! Volvedos en buen hora, que muy bien pudieron herlo
Si así se les respondiese con una ley en que se mandase que mujer de once años arriba y en poblado no pudiese pedir fuerza, por fuerza serían buenas. No hay fuerza de hombre que le valga, contra la que no quiere. Y cuando una vez en mil años viniese a ser, no se había de componer a dinero ni mandándolos casar -salvo si no le dio ante testigos palabras dello-, no había de haber otro medio que pena personal, según el delito, y que saliese a la causa el fiscal del rey, para que no pudiese haber ni valiese perdón de parte. Yo aseguro que desta manera ellos tuvieran miedo y ellas más vergüenza. Porque quitándoles esta guarida, desconfiadas, no se perderían. Si fue su voluntad, ¿qué piden? Si no tienen, que no engañen.
Aquí entra luego la piedad y dice: «¡Oh!, que son mujeres flacas, déjanse vencer, por ser fáciles en creer y falsos los hombres en el prometer: deben ser favorecidas.» Esto es así verdad; empero, si supiesen que no lo habían de ser, sabríanse mejor guardar. Y aquesta confianza suya las destruye, como la fe sin obras, que tiene millares en los infi[e]rnos. Ninguna se fíe de hombre. Prometen con pasión y cumplen con dilación y sin satisfación. Y la que se confiare, quéjese de sí, si la burlare.
Prenden a un pobreto, como yo he visto muchas veces revolverse dos criados en una casa, y, estando ella como gusano de seda de tres dormidas con quien ha querido, cuando el amo los halla juntos, prende a el desdichado que ni comió nata ni queso, sino sólo el suero que arronjan a los perros. Tiénenlo en la cárcel, hasta que ya desesperado lo hacen que se case con ella, porque lo condenan en pena pecuniaria, que, vendidos él y todo su linaje, no alcanzan para pagarla. Cuando se ve perdido y cargado de matrimonio, quítale a bofetadas lo que tiene. Vanse uno por aquí y el otro por allí. Él se hace romero y ella ramera. Ved qué gentil casamiento y qué gentil sentencia. ¡Oh! si sobre aquesto se reparase un poco, no dudo en el grande provecho que dello resultase.
Pagué lo que no pequé, troqué lo que no comí. Puse mi casa, recogíme con lo que tenía, porque temía no me sucediese con otra huéspeda lo que con la pasada. [...]
Como mi casa estaba tan bien puesta, mi persona tan bien tratada y mi reputación en buen punto, no faltó un loco que me codició para yerno. Parecióle que todo yo era de comer y que no tenía dentro ni pepita que desechar. Aun ésta es otra locura, casar los hombres a sus hijas con hijos de padres no conocidos. Mirá, mirá, tomá el consejo de los viejos: «A el hijo de tu vecino mételo en tu casa.» Sabes qué mañas, qué costumbres tiene, si tiene, si sabe, si vale; y no un venedizo, que pudieran otro día ponérselo desde su casa en la horca, si acaso lo conocieran.
Era también mohatrero como yo, que siempre acude cada uno a su natural. Tanto se me vino a pegar, que me llegó a empegar. Casóme con su hija y otra no tenía. Estaba rico. Era moza de muy buena gracia. Prometi[ó]me con ella tres mil ducados. Dije de sí.
Él, como era vividor, sólo buscaba hombre de mi traza, que supiese trafagar con el dinero. Y en aquesto tuvo razón, porque mucho más vale un yerno pobre que sepa ser vividor, que rico y gran comedor. Mejor es hombre necesitado de dineros, que dineros necesitados de hombre.
Aqueste se aficionó de mí. Tratáronse los conciertos y efetuáronse las bodas. Ya estoy casado, ya soy honrado. La señora está en mi casa muy contenta, muy regalada y bien servida. Pasáronse algunos días, y no fueron muchos, cuando, llevándonos mi suegro un domingo [a] comer a su casa, después de alzadas mesas, que nos quedamos los tres a solas, díjome así:
-Hijo, como ya con los años he pasado por muchos trabajos y veo que sois mozo y estáis a el pie de la cuesta, para que lleguéis a lo alto della descansado y no volváis a caer desde la mitad, os quiero dar mi parecer, como quien tanto es interesado en vuestro bien; que de otra manera, no tenía para qué daros parte de lo que pretendo. Lo primero habéis de considerar que, si un maravedí sacardes del caudal con que tratáis, que se os acabará muy presto, cuando sea muy grueso. También habéis de hacer cómo con vuestro buen crédito paséis adelante. Y, si habéis de ser mercader, seáis mercader, poniendo aparte todo aquello que no fuere llaneza, pues no se negocia ya sino con ella y con dinero: cambiar y recambiar. Yo procuraré iros dando la mano cuanto más pudiere siempre. Y porque, lo que Dios no quiera, si alguna vez diere vuelta el dado y no viniere la suerte como se desea, purgaos en salud, preveníos con tiempo de lo que os puede suceder. Otorgaránse luego dos escrituras y dos contraescrituras. La una sea confesando que me debéis cuatro mil ducados, que os presté, de la cual os daré luego carta de pago como la quisierdes pintar. Y ambas las guardaremos para si fueren menester; aunque mucho mejor sería que tal tiempo nunca llegase ni lo viésemos por nuestra puerta. La otra será: yo haré que os venda mi hermano quinientos ducados que tiene de juro en cada un año y haráse desta manera. No faltará un amigo cajero, que por amistad haga muestra del dinero, para que pueda el escribano dar fe de la paga, o ahí lo tomaremos y nos lo prestarán en el banco a trueco de cincuenta reales. Y cuando se haya otorgado la escritura de venta, vos le volveréis a dar a él poder en causa propria, confesando que aquello fue fingido; mas que real y verdaderamente siempre los quinientos ducados fueron y son suyos.
Parecióme muy bien, por ser cosa que pudiera importar y nunca dañar. Hízose así como lo trazó el maestro y como aquel que de bien acuchillado sabía cómo se había de preparar el atutia, pues ya tenía el camino andado y con la misma traza se había enriquecido.
Desta manera fui negociando algún tiempo, siendo siempre puntual en todo. Y como la ostentación suele ser parte de caudal por lo que a el crédito importa, presumía de que mi casa, mi mujer y mi persona siempre anduviésemos bien tratados y en mi negociación ser un reloj. Era la señora mi esposa de la mano horadada y taladrada de sienes. Yo por mi negocio le comencé a dar mano y ella por el suyo tomó tanta, que con sus amigas en banquetes, fiestas y meriendas, demás de lo exorbitante de sus galas y vestidos, con otros millares de menudencias, que como rabos de pulpos cuelgan de cada cosa déstas, juntándose con la carestía que sucedió aquellos primeros años y la poca corresponsión que hubo de negocios, ya me conocí flaqueza, ya tenía váguidos de cabeza y estaba para dar comigo en el suelo. Faltaba muy poco para dejarme caer a plomo.
Nadie sabe, si no es el que lo lasta, lo que semejante casa gasta. Si en este tiempo se hiciera la ley en que dieron en Castilla la mitad de multiplicado a las mujeres, a fe que no sólo no se lo dieran, empero que se lo quitaran de la dote. Debían entonces de ayudarlo a ganar; empero agora no se desvelan sino en cómo acabarlo de gastar y consumir.
Hacienda y trato tenía yo solo para ser brevemente muy rico, y con la mujer quedé pobre. Como sólo mi suegro sabía tan bien como yo el debe y ha de haber de mi libro, no me faltaba el crédito, porque todos creyeron siempre que aquellos quinientos ducados eran míos. Con aquella sombra cargué cuanto más pude, hasta que, no pudiendo sufrir el peso, me asenté como edificio falso.
Llegábase ya el tiempo de las pagas, que, aunque siempre corre, para los que deben vuela y es más corto. Vime apretado. No podía sosegar ni tener algún reposo. Fuime a casa de mi suegro a darle cuenta de mi cuidado. Él me alentó cuanto más pudo, diciendo que no desmayase, pues teníamos el remedio a las manos, de puertas adentro de nuestra casa.
Segunda parte de Guzmán de Alfarache, Mateo Alemán



El posmachismo es una de las últimas trampas que la cultura patriarcal ha puesto en práctica. Su objetivo es claro, busca jugar con la normalidad como argumento y hacerlo, paradójicamente, en nombre de la igualdad. Para los posmachistas todo lo que sea corregir la desigualdad, que lógicamente se dirige a atender a las mujeres que sufren sus consecuencias, es presentado como un ejemplo manifiesto de desigualdad por no contemplar dentro de esas medidas a los hombres. Incluso llegan a presentarlas como un ataque contra ellos, puesto que muchas de estas iniciativas buscan modificar privilegios que la cultura les ha concedido, es decir, los privilegios que los hombres se han dado a sí mismos.
El posmachismo lo tiene fácil porque juega en campo propio. Pretende que continúen las mismas referencias tradicionales, no otras, y para ello su estrategia es generar cierta confusión y desorientación, porque esa desorientación se traduce en duda, la duda en una distancia que lleva a que la gente no se posicione respecto al tema en cuestión, esta distancia se convierte en pasividad, y la pasividad en que todo continúe como estaba, es decir, bajo las referencias de la desigualdad.
Por eso el posmachismo no plantea alternativas y sólo critica aquello que viene a cuestionar las referencias y valores tradicionales. Es fácil, si se critica aquello que cuestiona a la desigualdad, y de ese modo se genera una duda, el resultado es que permanece la desigualdad. Por ejemplo, si se habla de violencia de género el posmachismo plantea como argumento que hay muchas “denuncias falsas” que las mujeres utilizan para sacar beneficios en contra de los hombres, y al separarse “quedarse con la custodia de los niños, la casa y la paga”. Como se puede ver, no niega la existencia de violencia de género, pero generan la duda sobre su realidad al cuestionar su dimensión y al decir que todo ello es producto del interés del feminismo y determinadas organizaciones de mujeres que se ven beneficiadas al imponer su visión particular de la realidad. Y para ello se aprovecha de la ventaja que da jugar con el mito tradicional de la “mujer mala y perversa” que la cultura ha puesto al alcance de cualquiera cuando lo necesite.
Nosotros no somos así”, dicen los posmachistas ante los argumentos más directos y frontales del machismo clásico, pero persiguen lo mismo y lo consiguen con más eficacia al cambiar el mensaje en la forma y en el contenido.
Los elementos que predominan en la estrategia posmachista son la neutralidad, el cientificismo, el interés común, el argumento del beneficio económico para quien defiende la igualdad, la idea de imposición y adoctrinamiento como parte de una ideología excluyente, y el ataque personal y descrédito de quienes se posicionan en contra del posmachismo.
La teórica NEUTRALIDAD en sus planteamientos pretende marcar distancias con las iniciativas que se proponen desde los movimientos a favor de la igualdad y el feminismo. El posmachismo dice que ellos no quieren beneficiar a hombres ni a mujeres, que ellos buscan lo mejor para todos, y de este modo hacen una crítica directa a las medidas de igualdad dirigidas a las mujeres, como si éstas fueran parte de un privilegio por ser mujeres, cuando en realidad son actuaciones dirigidas a abordar las consecuencias sufridas por la desigualdad, bien sean en forma de violencia, discriminación, o cualquier otro tipo. Es como si un programa de salud basado en la vacunación de las personas en riesgo ante una enfermedad infecto-contagiosa fuese criticado por no vacunar a toda la población. No tiene sentido y resulta ridículo, pero estos mismos planteamientos cuando se hacen en temas de igualdad suelen tener mucha receptividad al jugar con los valores y los prejuicios existentes.
El CIENTIFICISMO también busca romper con la posición del feminismo y de la igualdad. El posmachismo parte de la base que la igualdad es un planteamiento ideológico, no una realidad, puesto que para ellos la realidad está en la desigualdad y en la distribución desigual de funciones entre hombres y mujeres. Para reforzar sus propuestas y marcar distancia de un teórico planteamiento ideológico, recurren al dato, y para ello manipulan estudios y resultados de manera que sean sintónicos con los que plantean desde su posición ideológica. Por ejemplo, los estudios del Consejo General del Poder Judicial indican que aproximadamente el 30% de las sentencias por violencia de género no son condenatorias, y el posmachismo concluye sobre este dato que el 30% de las denuncias son falsas al no traducirse en condenas. Con ello generan la confusión en la sociedad e indican que las denuncias falsas están presentes en un porcentaje elevado del total, cuando en realidad una sentencia no condenatoria no indica que la denuncia haya sido falsa, simplemente que los elementos de prueba existentes no son suficientes para romper la presunción de inocencia que ampara al acusado. Pero da igual, lo importante es generar confusión y hacer que se dude de la realidad de la violencia de género.
El INTERÉS COMÚN parte del juego anterior y pretende reforzar la idea de que el posmachismo es quien en verdad defiende la igualdad buscando lo mejor para toda la sociedad, para hombres mujeres, niños y niñas, no como las medidas de igualdad que "sólo se centran en las mujeres y que, incluso, se dirigen contra los hombres".
Pero además, por si todo esto fuera poco, al margen del cuestionamiento implícito a sus propuestas, el planteamiento posmachista incluye dos elementos críticos directos hacia la igualdad que cuentan con mucha receptividad en el momento actual.
Uno de ellos es la referencia al BENEFICIO ECONÓMICO DE QUIEN DEFIENDE LA IGUALDAD. Todo se presenta como una forma de “ganar dinero”, de “beneficiar a las organizaciones afines o a gente cercana”, o de poner en marcha servicios que no sirven para nada salvo para “colocar a los amigos y a las amigas”. Y por supuesto, todo ello en detrimento de otros recursos, programas, ayudas… que sí son necesarias. El argumento económico siempre es eficaz, pero en tiempos de crisis económica ha encontrado una receptividad añadida que al unirse a los otros argumentos facilitan la pasividad, cuando no el rechazo directo de las iniciativas a favor de la igualdad.
El otro argumento “de moda” es hablar de “ADOCTRINAMIENTO”. Para esas posiciones hablar de igualdad sólo es un instrumento “atractivo” para conseguir imponer una ideología y unos valores al resto de la sociedad, por eso hablan de “ideología de género” y han tomado la palabra “género” como sinónimo de todo lo malo, dogmático y radical, para plantear la amenaza en estos términos y hablar de adoctrinamiento. Esta posición refleja de forma muy gráfica cuál la imagen de la realidad.
La extensión de su planteamiento se ve como transmisión de los valores aceptados, lo cual se entiende como “educación”, mientras que transmitir la igualdad como valor y corregir las consecuencias de la desigualdad se ve como “adoctrinamiento”. De este modo se llega a la paradoja de que hablar de los valores y de las referencias que luego dan lugar a la violencia de género, a la discriminación, al aislamiento y alejamiento de las mujeres de la vida pública… es educar, mientras que lo contrario y permitir una sociedad más justa y pacífica es adoctrinamiento.
El otro elemento característico es el DESCRÉDITO Y ATAQUE DE LAS PERSONAS QUE SE POSICIONAN A FAVOR DE LA IGUALDAD. La idea es sencilla, si se desacredita a esa persona lo que diga o proponga no tendrá valor, por eso nunca faltan los insultos personales, la invención de historias profesionales y vitales paralelas o las referencias a la actuación por interés económico, con lo cual cierran el círculo y potencian el descrédito. Es algo de lo que ya he hablado en este mismo blog, ¿recuerdan el post “Mis adorables machistas”?
Puede parecer extraño o exagerado, pero ocurre a diario. No paran, se sienten victoriosos en un momento en el que los recursos que permitían ir contra la corriente del tiempo y la historia han desaparecido, y en el que la ideología conservadora sopla con intensidad tormentosa.
El posmachismo, Miguel Lorente Acosta, 22 de mayo de 2013


La Real Academia Española (RAE) define al machismo como la actitud de prepotencia de los hombres respecto de las mujeres. Se trata de un conjunto de prácticas, comportamientos y dichos que resultan ofensivos contra el género femenino.
El machismo es un tipo de violencia que discrimina a la mujer o, incluso, a los hombres homosexuales. También puede hablarse de machismo contra los denominados metrosexuales o todo aquel hombre cuya conducta exhibe alguna característica que suele estar asociada a la feminidad.
A lo largo de la historia, el machismo se ha reflejado en diversos aspectos de la vida social, a veces de forma directa y, en otras ocasiones, de manera sutil. Durante muchos años se negó el derecho a voto de la mujer, por ejemplo. En algunos países, por otra parte, todavía se castiga el adulterio de la mujer con la pena de muerte, cuando a los hombres no les corresponde la misma pena.


La sumisión de la mujer a su marido aún suele ser vista como un valor positivo. Hay quienes sostienen que una mujer alcanza su plenitud cuando se casa y se convierte en ama de casa para atender a su esposo y a sus hijos. Otro reflejo del machismo instaurado en la sociedad aparece en frases como “María es la mujer de Facundo”, ya que la oración inversa no es usual (“Facundo es el hombre de María”). La mujer aún es vista como una propiedad del hombre.
Las publicidades sexistas (con mujeres escasas de vestimenta para incentivar la venta de productos) son otra muestra del machismo.


Misoginia: aversión contra la mujer


Hay lectores con la escopeta cargada. Recuerdo haber escrito un artículo en el que me atrevía a afirmar que prefería el presente al pasado. ¿A qué pasado? Pues al de hace 40 años, sin ir más lejos. De inmediato, alguno de esos lectores que creen que vivimos la peor de las épocas posible juzgó mi afirmación de un optimismo desconsiderado: "Claro, desde su posición privilegiada...". Uf, qué cansancio. En realidad, cuando hacía esa valoración no estaba pensando en mí. Pensaba en cualquier mujer española que vivió su juventud hace apenas medio siglo. Pensaba en mi madre y al pensar en mi madre pensaba en casi todas las mujeres. Y al pensar en ellas he de reconocer que sí, que de alguna manera pensaba en mí. Prefiero vivir ahora. Prefiero no tener que andar pidiendo dinero, ser libre en mis movimientos, salir al extranjero sin el humillante permiso del marido y no ser considerada como una menor de edad. El machismo sigue ahí, latente, dispuesto a morder desde una columna, el comentario faltón de un político o esa infravaloración de las mujeres que se manifiesta como un tic que se nos escapara, reflejo de lo que hemos sido y aún somos en gran medida. Prefiero esta vida. Hace 40 años yo era la niña que espiaba las conversaciones de las mujeres. Era escuchar aquello de "ssshhh, hay ropa tendida", y ponerme a interpretar a la niña que andaba a lo suyo para que se olvidaran de mí y enterarme del secreto. Hace 40 años escuché hablar en susurros una tarde de verano de la desgracia de una joven amiga de la familia. La había dejado su novio. La había dejado como dejaban antes los novios a las chicas, sin explicaciones. Huyendo. Al cabo de unos meses, había aparecido en unas fiestas del brazo de otra. La chica abandonada debía de tener unos 26 años, pero hablaban de ella como si se pudiera dar su vida por zanjada. Recuerdo haber sentido una gran angustia, por ella, por la chica, a la que conocía y quería y que parecía tan feliz con su futura boda, pero también por todas las mujeres sin marido. A partir de ese momento creí observar que todo el mundo la trataba con una enojosa compasión, con ese cariño excesivo que avisa al enfermo de que se está muriendo. Mi crecimiento y el del propio país me permitieron, nos permitieron, al menos a las chicas de ciudad, que la soltería no fuera una amenaza; otras preocupaciones, la vocación, el trabajo o los amoríos ocuparon el lugar de aquella vieja obsesión por encontrar novio. Solo cuando vi en el cine por primera vez Calle Mayor o La tía Tula, a mi juicio dos películas que demuestran que alguna vez supimos hacer realismo, sentí en la boca el regusto amargo de aquel recuerdo infantil. La mirada anhelante y vulnerable de la solterona interpretada por Betsy Blair o esa sensualidad reprimida a la que Aurora Bautista dio vida arrebatada en "su" tía Tula encarnan la presencia de muchas mujeres reales a las que yo vi defenderse de un mundo que las trataba con guasa y condescendencia. La novelista Jane Austen dedicó su vida a narrar la angustia de la soltería. Por mucho que grandes escritores la despreciaran y consideraran el tema menor, las novelas de Austen son casi un tratado de cómo mujeres inteligentes habían de dedicar gran parte de sus energías a la caza de marido. Algunas incluso acababan siendo felices. Todo esto me venía a la cabeza porque la librera Lola Larumbe puso en mis manos hace unos días un tesoro que nunca sabré cómo agradecerle. Es una novela corta, Un matrimonio de provincias, escrito por una italiana que adoptó el seudónimo de Marquesa Colombi a mediados del XIX. El libro había quedado en el olvido hasta que Italo Calvino y Natalia Ginzburg lo rescataron en 1973. La historia es corriente: una muchacha guapa e inocente fantasea con ser la elegida de un joven gordo y adinerado. Lo extraordinario es cómo está contada. La familia es vulgar; la ciudad, Novara, plúmbea; la única distracción para una chica consiste en sentirse mirada por un hombre. El estilo es tan seco, tan irónico, que convierte esta anécdota mil veces repetida es una historia modernísima, nada retórica y muy audaz. No es para menos. Buscando la biografía de la autora, Anna María Mozzoni, nos encontramos con que fue la primera mujer en escribir en Il Corriere della Sera, se casó vieja para la época (en la treintena) y se acabó separando. Murió en los años veinte, tras haber disfrutado una intensa vida en su madurez y haber padecido el tedio en su juventud de las costumbres provincianas, de esa ciudad desesperante, Novara, en la que los enamorados de clase media (aunque venida a menos) se comunican solo con miradas y los de clase humilde, más desvergonzados, hablan. No hay dulzura, como en las novelas de Austen, no hay dureza como en La tía Tula, ni humor cruel como en La señorita de Trevélez en la que se basó Bardem para hacer su Calle Mayor; aquí solo encontramos vidas aburridas, sin brillo. Y una conclusión seca y aún más asfixiante: buscar marido llena de zozobra el corazón de las muchachas en flor, pero encontrarlo las sumerge en un tedio de espanto hasta la muerte. No hay escapatoria. El único final feliz lo encontró esta lectora cuando al acabar el libro sintió la emoción de haber encontrado una joya inesperada.
Buscar marido, Elvira Lindo [El País, 24 de octubre de 2010]


Aunque presentía lo que me iba a encontrar, leí algunos comentarios de lectores en el digital de este periódico a cuenta del acuerdo económico al que han llegado la camarera de un hotel neoyorkino y Dominique Strauss-Khan. Estas son algunas de las perlas que encontré:
Por favor, viólame Strauss, soy tan débil…”. “Caso claro de un putón verbenero más fea que Picio y un picha floja descerebrado pero con pasta”. “Dominique… cuando te dé por violar a alguien, por favor, que sea un poquito más presentable… esta es más fea que un tiro de mierda. Tío ya te vale”. “Y ahora a gozar de los millones esta negrota Naffisatou”. “Ahora al menos se la ve contenta, igual de violada, con el honor igual de mancillado, pero con una pasta. Y a vivir que son dos días”. “Joer, el tocatetas más rentable de la historia… quién le iba a decir que con esa cara iba a ganar tanta pasta”. “¿Los negros siempre buscan justicia?”. “Le ha salido caro el polvo”. “Cualquiera se fía de esa rata, seguro que ni la violó”. “Al final pasa que a esta tía, menuda trepa, que la violaran es una de las mejores cosas, o quizá la mejor, que le ha pasado en la vida. Tremendo”.
Solo he reproducido unos cuantos ejemplos, había otros todavía más vergonzosos y no he querido reproducirlos. De cualquier manera, tal vez sigan ahí, para uso y disfrute de quien quiera leerlos. O para el vómito. Se pasa una la vida cuidando cada palabra que escribe, tratando de no ofender gratuitamente y de ser ecuánime, buscando las mil maneras para no ser malinterpretada y, de pronto, irrumpe un pueblo soberano que no está sujeto a las mismas normas de educación y autocontrol que yo.
Aún peor, te pasas la vida luchando contra ese resistente muro de la misoginia o del desprecio y te encuentras con esta basura publicada en aras de la “participación”. No sé quién leerá esto, pero no hay derecho.
No hay derecho, Elvira Lindo [El País, 12 de diciembre de 2012]


El Tribunal Supremo de Italia ha dictaminado en una sentencia hecha pública el miércoles que una mujer vestida con pantalones vaqueros no puede haber sido violada porque no se puede quitar este tipo de prenda "sin la colaboración activa de quien la lleva". El tribunal ha fallado de esta forma al considerar el caso de una joven de 18 años, de la ciudad de Potenza (en el sur de Italia) e identificada como Rosa, que acusó a su profesor de autoescuela, de 45 años, de haberla violado. El acusado fue condenado por un tribunal de Potenza a dos años y 10 meses de cárcel pero ahora, el Tribunal Supremo ha anulado su pena al dar la razón a sus argumentos de que la víctima había consentido el acto sexual.
Según los miembros del tribunal -todos ellos hombres- es imposible que un violador logre quitar un pantalón vaquero a una mujer si la víctima se opone a su agresor "con todas sus fuerzas".La sentencia tiene todas las bazas de sentar jurisprudencia en Italia.
Los pantalones vaqueros impiden que la mujer sea violada, según la justicia italiana [El País, 11 de febrero de 1999]


En la primera foto que tras el despertar de Jesús Neira ha publicado la prensa se percibe esa secuela común que sufren los que superan un coma: la melancolía de un tiempo arrebatado. Todos los pies de foto echan mano de tres palabras para definir el comportamiento por el que este hombre se vio al borde de la muerte: héroe, heroico, heroicidad. Las merece.
Hoy en día es un héroe el que se atreve a intervenir en un incidente callejero, dado el nivel de agresividad que se respira a menudo en el ambiente. Dicho esto, habría que reflexionar sobre el impacto que ha tenido el tratamiento del caso Neira. Se ha dado la coincidencia de que en estos últimos días varios desconocidos con los que entablé conversación me contaron que habían presenciado una agresión a una mujer en plena calle y reaccionaron de la misma manera, inhibiéndose o llamando a la policía. Me ha dado que pensar. Ya digo, los relatos coincidentes no tienen rigor periodístico, pero al referirse todos ellos al profesor Neira para justificar su temor a salir malparados si intervenían, muestran que la manera sensacionalista y a veces grosera en que se ha informado sobre este suceso ha podido tener un efecto contraproducente. Para empezar, el hecho de que defender a una persona que está siendo maltratada se haya convertido hoy en un acto heroico más que de solidaridad ciudadana, hace que se atemoricen aquellos que, entre la posibilidad de conservar su integridad o ser alzados como héroes, opten por lo primero.
Pero hay otro elemento añadido: las campañas contra la violencia machista instan a la ciudadanía a señalar a los agresores, a intervenir. ¿Qué debe pensar entonces el telespectador que ve cómo la víctima a la que defendió Neira se lleva una pasta por defender a su agresor? El resultado es paradójico: los mismos que coronan al héroe lo humillan públicamente.
Lo heroico, Elvira Lindo [El País, 7 de enero de 2009]

[No puedo olvidar el testimonio en televisión de una chica que había sido víctima de una violación en la calle, que comentó cómo veía pasar algunas personas sin que ninguna interviniese. Todo hacía pensar que se trataba de una agresión sexual, pero los testigos optaron por mirar hacia otro lado, quizá pensaban “si están en plena calle, esto tiene que ser consentido”.]

In The Accused, he watched.  Although he eventually called for help, it was  too late.
Acusados





















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