Hízome
regalar y servir los días que allí estuve con toda la puntualidad
posible. En este tiempo anduve haciendo mi cuenta, dando
trazas en mi vida, qué haría o cómo viviría. Y al fin de todas
ellas vence la vanidad. Comencé mi negocio por galas y más galas.
Hice dos diferentes vestidos de calza entera, muy gallardos. Otro
saqué llano para remudar, pareciéndome que con aquello, si comprase
un caballo, que quien así me viera, y con un par de criados,
fácilmente me compraría las joyas que llevaba. Púselo por obra.
Comencé a pavonear y gastar largo. La
huéspeda no era corta, sino gentil cortesana. Dábame cañas a las
manos en cuanto era mi gusto.
Aconteció
que, como frecuentasen mi visita muchas de sus amigas, una dellas
trujo en su compañía una muchachuela
de muy buena gracia, hermosa como un ángel y, con ser tan por
estremo hermosa, era mucho más vellosa. Hícele
el amor; mostróse arisca. Dádivas ablandan peñas. Cuanto más la
regalé, tanto más iba mostrándoseme blanda, hasta venir en todo mi
deseo. Continué su amistad algunos días, en los cuales
nunca cesó, como si fuera gotera, de pedir,
pelar y repelar cuanto más pudo, tan sutil
y diestramente cual si fuera mujer madrigada, muy cursada y curtida;
empero bastábale la dotrina de su madre. Pidióme una vez
que le comprase un manteo de damasco carmesí, que vendía un
corredor a la Puerta del Sol, con muchos abollados y pasamanos de
oro, y no querían por él menos de mil reales. Pareciéndome aquello
una excesiva libertad (porque, aunque me
tenía un poco picado, no lo había hecho tan mal con ella que ya no
le hubiese dado más de otros cien escudos y que, si así
me fuese dejando cargar a su paso, en tres boladas no quedara bolo
enhiesto), no se lo di. Enojóse: no se me
dio nada. Sintióse: dime por no entendido. Indignáronse madre y
hija: callé a todo, hasta ver en qué paraba. No me
vinieron a visitar ni yo las envié a llamar. Entraron
en consejo con mi huéspeda, que fueron todas el lobo y la
vulpeja y tres al mohíno.
Veis
aquí, cuando a mediodía estaba comiendo muy sin cuidado de cosa que
me lo pudiera dar, donde veo entrar por mi aposento un
alguacil de corte. «¡Ah cuerpo de tal! Aquí morirá
Sansón y cuantos con él son. Mi fin es llegado», dije. Levantéme
alborotado de la mesa y el alguacil me dijo:
-«Antes
no creo que puede ser por otra cosa» -dije entre mí-. ¿Ladrón
dijistes? Creí que lo decía por donaire y por esa causa quería
prenderme.
Turbéme
de modo, que ni acertaba con palabra ni sabía si huir, si estarme
quedo. Teníanme tomada la puerta los corchetes, la ventana era
pequeña y alta de la calle. No pudiera con tanta facilidad
arronjarme por ella, que primero no me cogieran y, cuando pudiera
escapar de sus manos, me matara. Últimamente, con toda mi turbación,
como pude le pregunté qué mandaba. Él,
con la boca llena de risa y muy sin el cuidado que yo estaba,
metiendo la mano en el pecho sacó dél un mandamiento en que me
mandaban prender los alcaldes por lo que ni comí ni bebí.
«Por
estrupo» -diréis-. «Válgate la maldición por hembra,
y a mí, si sé lo que te pides y no mientes como cien mil diablos.»
Juréle ser falsedad y testimonio. El
alguacil, riéndose, me dijo que así lo creía; empero que no podía
exceder del mandamiento ni soltarme. Que tomase la capa y
me fuese con él a la cárcel. Vime desbaratado. Yo tenía los baúles
cuales ya podrás imaginar. Mis criados no eran conocidos. Estaba en
posada, donde me habían hecho la cama y quizá
para tener achaque de robarme. Si allí los dejaba,
quedaban como en la calle, y, si los quería sacar, no sabía dónde
ponerlos. Pues ir a la cárcel es como los que se van a jugar a la
taberna en la montaña, que comienzan por los naipes y acaban
borrachos con el jarro en las manos. Pensando ir por poco, pudiera
ser salir por mucho.
[El
estupro
es una violencia sexual considerada como un delito en la mayoría de
las legislaciones. Generalmente es confundido con el abuso sexual
infantil, sin embargo tiene una diferencia sustancial, en cuanto el
estupro se puede cometer en contra de una persona en edad de
consentimiento sexual [mayor de doce] y menor de 18 años, mientras
que el abuso sexual infantil engloba a menores de dicha edad [menores
de doce], siendo además el abuso sexual infantil un agravante de la
violación.
Der.
Coito con persona mayor de 12 años y menor de 18, prevaliéndose de
superioridad, originada por cualquier relación o situación.
Der.
Acceso carnal con persona mayor de 12 años y menor de 16, conseguido
con engaño.Der. Por equiparación legal, algún caso de incesto.
Antiguamente, coito con soltera núbil o con viuda, logrado sin su libre consentimiento.]
Estaba
que no sabía lo que hacerme. Aparté a solas a el alguacil. Roguéle
que por un solo Dios no permitiese mi perdición. Díjele que aquella
hacienda quedaba en riesgo y perdida; que diese traza cómo
no se me hiciese agravio, porque me robarían y que sólo aquese
había sido el intento de aquella gente. Era hombre de
bien, que no fue pequeña ventura, discreto, cortesano; sabía
mi verdad, como quien conocía bien a la parte. Prometí de pagárselo
muy a su gusto. Díjome que no tuviese pena, que haría lo
que pudiese por servirme. Dejó allí los criados en mi guarda y
salió a buscar a la parte, que habían con él venido y estaban en
el aposento de la huéspeda. Fue y volvió con unos y otros medios.
Amenazólas
que, si no lo hacían, había de jurar en mi favor la verdad y
descubrir la bellaquería, si no se contentaban con lo que fuese
bueno. Ellas, que vieron su pleito mal parado, lo dejaron
todo en sus manos y concertónos en dos mil
reales, que le fue por juramento a la madre que le había
de pagar el manteo con el doblo y no la tendría contenta. Mas
yo sé que lo quedó, porque no se lo debía. Paguéselos y, yéndonos
a el oficio del escribano, se bajaron de la querella.
Costóme
todo hasta docientos ducados y en
media hora lo hicimos noche; mas no tuve aquélla en la posada ni más
puse pie de para sacar mi hacienda y al punto alcé de rancho. Fuime
a la primera que hallé, hasta que busqué un honrado cuarto de casa
con gente principal. Compré las alhajas que tuve necesidad y puse
mis pucheros en orden.
Cuando
andaba en esto, encontréme una mañana con
el mismo alguacil en las Descalzas y, después de haber
ambos oído una misma misa, nos hablamos y juréle
por el Sacramento que allí estaba que tal cargo no tuve aquella
mujer, y díjome:
-Caballero,
no es necesario ese juramento para lo que yo
sé, cuanto más para lo que aquí es muy público. Yo conozco
aquella mozuela, y con esta demanda que puso a Vuestra
Merced son tres las querellas que ha dado en
esta Corte por el mismo negocio. Dio la primera ante el
vicario de la villa, de un pobre caballero de epístola, que vino
aquí a cierto negocio. Era hijo de padres honrados y ricos. El cual,
por bien de paz, les dejó en las uñas hasta la sotana y se fue,
como dicen, en camisa. Después lo pidieron otra vez en la villa,
querellándose a el teniente de un catalán rico, de quien también
pelaron lo que pudieron; pero éste jurada
se la tiene, que no le dejará la manda en el testamento.
Agora se querelló, a los alcaldes, de Vuestra Merced, y si
no fuera por parecerme de menor inconveniente pagarles aquel dinero
que consentirse ir preso dejando su hacienda desamparada,
verdaderamente no lo consintiera, hiciera mi oficio;
empero del mal el medio. Que, aunque sin duda Vuestra Merced saliera
libre, no pudiera ser con tanta brevedad, que no pasase algún tiempo
en pruebas y respuestas. Con esto escusamos prisiones, grillos,
visitas, escribanos, procuradores, daca la relación, vuelve de la
relación. Que todo fuera dilación, vejación y desgusto. Más
barato se hizo de aquella manera y con menos pesadumbre.
»Lo
que como hidalgo y hombre de bien puedo a Vuestra Merced asegurar es
que he servido a Su Majestad con esta vara casi veinte y tres años,
porque va ya en ellos. Y que de todos
cuantos casos he visto semejantes a éste, no he sabido de tres en
más de trecientos, que se hayan pedido con justicia;
porque nunca quien lo come lo paga o por grandísima desgracia.
Siempre suele salir horro el dañador y
después lo echan a la buena barba. Siempre suele recambiar en un
desdichado, de quien pueden sacar honra y dineros o marido a
propósito para sus menesteres. Él es como la seca, que
el daño está en el dedo y escupe debajo del brazo. La causa es
porque o luego el delincuente huye o es persona tal a quien sería de
poca importancia pedirlo. Estas mozuelas ándanse por esas calles o
en casa de sus amigas o en las de sus padres. Entra en la cocina el
mozo, tiene lugar de hablarlas y ellas de responderle. Ambos están
de las puertas adentro. Sóbrales el tiempo, no les falta gana, llega
la ocasión y dejan asentada la partida. Y como sucede las más veces
aquesto con gente pobre y luego él, en oliendo el tocino, se sale de
casa y no parece, cuando los padres lo
alcanzan a saber, para no quedarse sin el fruto de sus trabajos,
danle una fraterna y ellos mismos andan después a ojeo y la echan a
la mano a persona tal, que saquen costo y costas de su mercadería.
Y así viene quien menos culpa tiene a lavar la lana.
-Pues
dígame Vuestra Merced, suplícole, si nunca los tales casos
acontecen sino a solas, ¿quién hay que jure con verdad, si
ella no da gritos para que se vea la fuerza y acude gente
que los halle a entrambos en el acto?
-No
es necesario ni en tales casos piden a el testigo que diga si los vio
juntos, que sería infinito. Basta que depongan que los vieron hablar
y estar a solas, que la besó, que los vieron abrazados o de las
puertas adentro de una pieza, o tales actos
que se pueda dellos presumir el hecho. Porque con esto y la voz que
ella misma se pone de haber sido forzada, hallándola ya las matronas
como dice, bastan para prueba. Yo vi en esta corte un caso
muy riguroso y el mayor que Vuestra Merced habrá oído. Aquí estuvo
una dama muy hermosa y forastera, la cual venía ladrada de su
tierra, no con otro fin que a buscar la vida. Tratóse como doncella
y en ese hábito anduvo algunos días. Pretendióla cierto príncipe
y, habiéndole hecho escritura por ochocientos ducados, en que con él
concertó su honor, diciendo quererlos para su casamiento, no
pagándoselos a el plazo, ejecutó y cobró. Después de allí a
pocos años, que no pasaron cuatro, siendo favorecida de cierto
personaje, hizo un escabeche, con que, habiendo tratado con cierto
estranjero, querelló dél. Y alegando el reo contra ella la
escritura original y la paga del interés, lo condenaron y pagó.
Allá dijo que no hubo, que sí hubo. En resolución, la
mujer en cada lugar cobraba dos y tres veces lo que no vendía, y
desta manera pasaba. Vuestra Merced no se tenga por mal
servido en lo hecho, porque libró muy bien. Que a fe que los
testigos decían ensangrentados, aunque no lo quedó ella.
Despedímonos
y fuese. Yo quedé admirado de oír semejante negocio. De allí me
fui deslizando poco a poco en la consideración
de cuán santa, cuán justa y lícitamente había proveído el Santo
Concilio de Trento sobre los matrimonios clandestinos.
¡Qué de cosas quedaron remediadas! ¡Qué de portillos tapados y
paredes levantadas! Y cómo, si la justicia
seglar hiciera hoy otro tanto en casos cual el mío, no hubiera el
quinto ni el diezmo de las malas mujeres que hay perdidas.
Porque real y verdaderamente, hablándola entre nosotros, no
hay fuerza, sino grado. No es posible hacerla ningún hombre solo a
una mujer, si ella no quiere otorgar con su voluntad. Y si quiere,
¿qué le piden a él?
Diré
lo que verdaderamente aconteció en un lugar de señorío en el
Andalucía. Tenía un labrador una hija moza, de quien se enamoró un
mancebo, hijo de vecino de su pueblo, y, habiéndola gozado, cuando
el padre della lo vino a saber, acudió a una villa,
cabeza de aquel partido, a querellarse del mozo. El alcalde tuvo
atención a lo que decían y, después de haber el hombre informádole
muy a su placer del caso, le dijo: «¿Al fin os querelláis de
aquese mozo, que retozó con vuestra muchacha?» El padre dijo que
sí, porque la deshonró por fuerza.
Volvió
el alcalde a preguntar: «Y decidme, ¿cuántos años tiene él y
ella?» El padre le respondió: «Mi hija hace para el agosto que
viene veinte y un años y el mozuelo veinte y tres.»
Cuando
el alcalde oyó esto, enojado y levantándose con ira del poyo, le
dijo: «¿Y con eso venís agora? ¡Él de veinte y tres y ella de
veinte y uno! Andá con Dios, hermano. ¡Ved qué gentil demanda!
Volvedos en buen hora, que muy bien pudieron
herlo.»
Si
así se les respondiese con una ley en que
se mandase que mujer de once años arriba y en poblado no pudiese
pedir fuerza, por fuerza serían buenas. No
hay fuerza de hombre que le valga, contra la que no quiere.
Y cuando una vez en mil años viniese a ser, no
se había de componer a dinero ni mandándolos casar -salvo
si no le dio ante testigos palabras dello-, no había de haber otro
medio que pena personal, según el delito,
y que saliese a la causa el fiscal del rey, para que no pudiese haber
ni valiese perdón de parte. Yo aseguro que desta manera ellos
tuvieran miedo y ellas más vergüenza. Porque quitándoles esta
guarida, desconfiadas, no se perderían. Si fue su voluntad, ¿qué
piden? Si no tienen, que no engañen.
Aquí
entra luego la piedad y dice: «¡Oh!, que
son mujeres flacas, déjanse vencer, por ser fáciles en creer y
falsos los hombres en el prometer: deben ser favorecidas.»
Esto es así verdad; empero, si supiesen que no lo habían de ser,
sabríanse mejor guardar. Y aquesta
confianza suya las destruye, como la fe sin obras, que
tiene millares en los infi[e]rnos. Ninguna
se fíe de hombre. Prometen con pasión y cumplen con dilación y sin
satisfación. Y la que se confiare, quéjese de sí, si la burlare.
Prenden
a un pobreto, como yo he visto muchas veces revolverse dos
criados en una casa, y, estando ella como gusano de seda de tres
dormidas con quien ha querido, cuando el amo los halla
juntos, prende a el desdichado que ni comió nata ni queso, sino sólo
el suero que arronjan a los perros. Tiénenlo
en la cárcel, hasta que ya desesperado lo hacen que se case con
ella, porque lo condenan en pena pecuniaria, que, vendidos él y todo
su linaje, no alcanzan para pagarla. Cuando se ve perdido
y cargado de matrimonio, quítale a bofetadas lo que tiene. Vanse uno
por aquí y el otro por allí. Él se hace romero y ella ramera. Ved
qué gentil casamiento y qué gentil sentencia. ¡Oh! si sobre
aquesto se reparase un poco, no dudo en el grande provecho que dello
resultase.
Pagué
lo que no pequé, troqué lo que no comí. Puse mi casa, recogíme
con lo que tenía, porque temía no me sucediese con otra huéspeda
lo que con la pasada. [...]
Como
mi casa estaba tan bien puesta, mi persona tan bien tratada y mi
reputación en buen punto, no faltó un loco que me codició para
yerno. Parecióle que todo yo era de comer y que no tenía
dentro ni pepita que desechar. Aun ésta es
otra locura, casar los hombres a sus hijas con hijos de padres no
conocidos. Mirá, mirá, tomá el consejo de los viejos: «A el hijo
de tu vecino mételo en tu casa.» Sabes qué mañas, qué costumbres
tiene, si tiene, si sabe, si vale; y no un venedizo, que
pudieran otro día ponérselo desde su casa en la horca, si acaso lo
conocieran.
Era
también mohatrero como yo, que siempre acude cada uno a su natural.
Tanto se me vino a pegar, que me llegó a empegar. Casóme con su
hija y otra no tenía. Estaba rico. Era moza de muy buena gracia.
Prometi[ó]me con ella tres mil ducados. Dije de sí.
Él,
como era vividor, sólo buscaba hombre de mi traza, que supiese
trafagar con el dinero. Y en aquesto tuvo razón, porque mucho más
vale un yerno pobre que sepa ser vividor, que rico y gran comedor.
Mejor es hombre necesitado de dineros, que dineros necesitados de
hombre.
Aqueste
se aficionó de mí. Tratáronse los conciertos y efetuáronse las
bodas. Ya estoy casado, ya soy honrado.
La señora está en mi casa muy contenta, muy regalada y bien
servida. Pasáronse algunos días, y no fueron muchos, cuando,
llevándonos mi suegro un domingo [a] comer a su casa, después de
alzadas mesas, que nos quedamos los tres a solas, díjome así:
-Hijo,
como ya con los años he pasado por muchos trabajos y veo que sois
mozo y estáis a el pie de la cuesta, para que lleguéis a lo alto
della descansado y no volváis a caer desde la mitad, os quiero dar
mi parecer, como quien tanto es interesado en vuestro bien; que de
otra manera, no tenía para qué daros parte de lo que pretendo. Lo
primero habéis de considerar que, si un maravedí sacardes del
caudal con que tratáis, que se os acabará muy presto, cuando sea
muy grueso. También habéis de hacer cómo
con vuestro buen crédito paséis adelante. Y, si habéis
de ser mercader, seáis mercader, poniendo aparte todo aquello que no
fuere llaneza, pues no se negocia ya sino con ella y con dinero:
cambiar y recambiar. Yo procuraré iros dando la mano cuanto más
pudiere siempre. Y porque, lo que Dios no quiera, si alguna vez diere
vuelta el dado y no viniere la suerte como se desea, purgaos en
salud, preveníos con tiempo de lo que os puede suceder. Otorgaránse
luego dos escrituras y dos contraescrituras. La una sea confesando
que me debéis cuatro mil ducados, que os
presté, de la cual os daré luego carta de pago como la
quisierdes pintar. Y ambas las guardaremos para si fueren menester;
aunque mucho mejor sería que tal tiempo nunca llegase ni lo viésemos
por nuestra puerta. La otra será: yo haré
que os venda mi hermano quinientos ducados que tiene de
juro en cada un año y haráse desta manera. No
faltará un amigo cajero, que por amistad haga muestra del dinero,
para que pueda el escribano dar fe de la paga, o ahí lo tomaremos y
nos lo prestarán en el banco a trueco de cincuenta reales.
Y cuando se haya otorgado la escritura de venta, vos le volveréis a
dar a él poder en causa propria, confesando que aquello fue fingido;
mas que real y verdaderamente siempre los quinientos ducados fueron y
son suyos.
Parecióme
muy bien, por ser cosa que pudiera importar y nunca dañar. Hízose
así como lo trazó el maestro y como aquel que de bien acuchillado
sabía cómo se había de preparar el atutia, pues ya tenía el
camino andado y con la misma traza se había enriquecido.
Desta
manera fui negociando algún tiempo, siendo siempre puntual en todo.
Y como la ostentación suele ser parte de caudal por lo que a el
crédito importa, presumía de que mi casa, mi mujer y mi persona
siempre anduviésemos bien tratados y en mi negociación ser un
reloj. Era la señora mi esposa de la mano
horadada y taladrada de sienes. Yo por mi negocio le
comencé a dar mano y ella por el suyo tomó tanta, que con sus
amigas en banquetes, fiestas y meriendas, demás de lo exorbitante de
sus galas y vestidos, con otros millares de menudencias, que como
rabos de pulpos cuelgan de cada cosa déstas, juntándose con la
carestía que sucedió aquellos primeros años y la poca
corresponsión que hubo de negocios, ya me conocí flaqueza, ya tenía
váguidos de cabeza y estaba para dar comigo en el suelo. Faltaba muy
poco para dejarme caer a plomo.
Nadie
sabe, si no es el que lo lasta, lo que semejante casa gasta. Si
en este tiempo se hiciera la ley en que dieron en Castilla la mitad
de multiplicado a las mujeres, a fe que no sólo no se lo dieran,
empero que se lo quitaran de la dote. Debían
entonces de ayudarlo a ganar; empero agora no se desvelan sino en
cómo acabarlo de gastar y consumir.
Hacienda
y trato tenía yo solo para ser brevemente muy rico, y con
la mujer quedé pobre.
Como sólo mi suegro sabía tan bien como yo el debe
y ha
de haber
de mi libro, no me faltaba el crédito, porque todos creyeron siempre
que aquellos quinientos ducados eran míos. Con aquella sombra cargué
cuanto más pude, hasta que, no pudiendo sufrir el peso, me asenté
como edificio falso.
Llegábase
ya el tiempo de las pagas, que, aunque siempre corre, para los que
deben vuela y es más corto. Vime apretado. No podía sosegar ni
tener algún reposo. Fuime a casa de mi suegro a darle cuenta de mi
cuidado. Él me alentó cuanto más pudo, diciendo que no desmayase,
pues teníamos el remedio a las manos, de puertas adentro de nuestra
casa.
Segunda parte de Guzmán de Alfarache, Mateo Alemán
El
posmachismo es una de las últimas trampas que la cultura patriarcal
ha puesto en práctica.
Su objetivo es claro, busca jugar con la normalidad como argumento y
hacerlo, paradójicamente, en nombre de la igualdad. Para los
posmachistas todo lo que sea
corregir la desigualdad,
que lógicamente se dirige a atender a las mujeres que sufren sus
consecuencias, es presentado como un ejemplo
manifiesto de desigualdad
por no contemplar dentro de esas medidas a los hombres.
Incluso llegan a presentarlas como un ataque contra ellos, puesto que
muchas de estas iniciativas buscan
modificar privilegios que la cultura les ha concedido, es decir, los
privilegios que los hombres se han dado a sí mismos.
El
posmachismo lo tiene fácil porque juega en campo propio.
Pretende
que continúen las mismas referencias tradicionales,
no otras, y para ello su estrategia es
generar cierta confusión y desorientación,
porque esa
desorientación se traduce en duda, la duda
en una distancia
que
lleva a que la gente no se posicione respecto al tema en cuestión,
esta distancia
se convierte en
pasividad,
y la
pasividad en que todo continúe como estaba,
es decir, bajo las referencias de la desigualdad.
Por
eso el posmachismo no
plantea alternativas
y sólo critica aquello que viene a cuestionar las referencias y
valores tradicionales. Es fácil, si
se critica aquello que cuestiona a la desigualdad, y de ese modo se
genera una duda, el resultado es que permanece la desigualdad.
Por ejemplo, si
se habla de violencia de género el posmachismo plantea como
argumento
que hay muchas “denuncias falsas”
que las mujeres utilizan para sacar beneficios en contra de los
hombres, y al separarse “quedarse con la custodia de los niños, la
casa y la paga”.
Como se puede ver,
no niega la existencia de violencia de género, pero generan la duda
sobre su realidad
al cuestionar su dimensión y al decir que todo ello es producto del
interés del feminismo y determinadas organizaciones de mujeres que
se ven beneficiadas al imponer su visión particular de la realidad.
Y para ello se aprovecha de la ventaja que da jugar con el
mito tradicional de la “mujer mala y perversa”
que
la cultura ha puesto al alcance de cualquiera cuando lo necesite.
“Nosotros
no somos así”,
dicen los posmachistas
ante los argumentos más directos y frontales del machismo clásico,
pero persiguen
lo mismo y lo consiguen con más eficacia al cambiar el mensaje en la
forma y en el contenido.
Los
elementos que predominan en la estrategia posmachista son la
neutralidad,
el cientificismo, el interés común,
el
argumento del beneficio económico
para quien defiende la igualdad, la idea de imposición
y adoctrinamiento
como parte de una ideología excluyente, y
el ataque personal y descrédito de quienes se posicionan en contra
del posmachismo.
La
teórica
NEUTRALIDAD
en sus planteamientos pretende marcar distancias con las iniciativas
que se proponen desde los movimientos a favor de la igualdad
y el feminismo. El
posmachismo dice que ellos no quieren beneficiar a hombres ni a
mujeres, que ellos buscan lo mejor para todos, y de este modo hacen
una crítica directa a las medidas de igualdad dirigidas a las
mujeres,
como si éstas fueran parte de un privilegio por ser mujeres, cuando
en realidad son actuaciones
dirigidas a abordar las consecuencias sufridas por la desigualdad,
bien sean en forma de violencia, discriminación, o cualquier otro
tipo.
Es como si un programa de salud basado en la vacunación de las
personas en riesgo ante una enfermedad infecto-contagiosa fuese
criticado por no vacunar a toda la población. No tiene sentido y
resulta ridículo, pero estos mismos planteamientos cuando se hacen
en temas de igualdad suelen tener mucha receptividad al jugar con los
valores y los prejuicios existentes.
El
CIENTIFICISMO
también busca romper con la posición del feminismo y de la
igualdad. El
posmachismo parte de la base que la igualdad es un planteamiento
ideológico, no una realidad, puesto que para ellos la realidad está
en la desigualdad y en la distribución desigual de funciones entre
hombres y mujeres.
Para reforzar sus propuestas y marcar distancia de un teórico
planteamiento ideológico,
recurren al dato, y para ello manipulan estudios y resultados de
manera que sean sintónicos con los que plantean desde su posición
ideológica.
Por ejemplo, los estudios del Consejo General del Poder Judicial
indican que aproximadamente el
30% de las sentencias por violencia de género no son condenatorias,
y el posmachismo concluye sobre este dato que el 30% de las
denuncias son falsas al no traducirse en condenas.
Con ello generan
la confusión
en la sociedad e indican que las denuncias falsas están presentes en
un porcentaje elevado del total, cuando en realidad una sentencia no
condenatoria no indica que la denuncia haya sido falsa, simplemente
que los
elementos de prueba existentes no son suficientes para
romper la presunción de inocencia que ampara al acusado. Pero da
igual, lo importante es
generar confusión y hacer que se dude de la realidad de la violencia
de género.
El
INTERÉS
COMÚN
parte del juego anterior y pretende reforzar
la idea de que el posmachismo es quien en verdad defiende la igualdad
buscando lo mejor para toda la sociedad, para hombres mujeres, niños
y niñas,
no como las medidas de igualdad que "sólo se centran en las
mujeres y que, incluso, se
dirigen contra los hombres".
Pero
además, por si todo esto fuera poco, al margen del cuestionamiento
implícito a sus propuestas, el planteamiento posmachista incluye dos
elementos críticos directos hacia la igualdad que
cuentan con mucha receptividad en el momento actual.
Uno
de ellos es la referencia al BENEFICIO
ECONÓMICO DE QUIEN DEFIENDE LA IGUALDAD.
Todo
se presenta como una forma de “ganar dinero”, de “beneficiar a
las organizaciones afines o a gente cercana”, o de poner en marcha
servicios que no sirven para nada salvo para “colocar a los amigos
y a las amigas”.
Y por supuesto, todo ello en detrimento de otros recursos, programas,
ayudas… que sí son necesarias. El
argumento económico siempre es eficaz,
pero en tiempos
de crisis económica
ha encontrado una receptividad añadida que al unirse a los otros
argumentos facilitan la pasividad, cuando no el rechazo directo de
las iniciativas a favor de la igualdad.
El
otro argumento “de moda” es hablar de
“ADOCTRINAMIENTO”.
Para esas posiciones hablar de igualdad sólo es un instrumento
“atractivo” para conseguir
imponer una ideología y unos valores al resto de la sociedad,
por eso hablan de “ideología
de género” y
han tomado la palabra
“género”
como sinónimo de todo lo malo, dogmático y radical, para plantear
la amenaza en estos términos y hablar de adoctrinamiento. Esta
posición refleja de forma muy gráfica cuál la imagen de la
realidad.
La
extensión de su planteamiento se ve como transmisión
de los valores aceptados, lo cual se entiende como “educación”,
mientras que transmitir
la igualdad como valor y corregir las consecuencias de la desigualdad
se ve como “adoctrinamiento”.
De este modo se llega a la paradoja de que hablar de los valores y de
las referencias que luego dan lugar a la violencia de género, a la
discriminación, al aislamiento y alejamiento de las mujeres de la
vida pública… es educar, mientras que lo contrario y permitir una
sociedad más justa y pacífica es adoctrinamiento.
El
otro elemento característico es el
DESCRÉDITO Y ATAQUE DE LAS PERSONAS QUE SE POSICIONAN A FAVOR DE LA
IGUALDAD.
La idea es sencilla, si se desacredita a esa persona lo que diga o
proponga no tendrá valor, por eso nunca faltan los insultos
personales, la invención de historias profesionales y vitales
paralelas o las referencias a la actuación por interés económico,
con lo cual cierran el círculo y potencian el descrédito. Es algo
de lo que ya he hablado en este mismo blog, ¿recuerdan el post “Mis
adorables machistas”?
Puede
parecer extraño o exagerado, pero ocurre a diario. No paran,
se sienten victoriosos en un momento en el que los
recursos
que permitían ir contra la corriente del tiempo y la historia han
desaparecido, y en el que la ideología conservadora sopla con
intensidad
tormentosa.
El posmachismo, Miguel Lorente Acosta, 22 de mayo de 2013
La
Real
Academia Española (RAE)
define al machismo
como la actitud de prepotencia de los hombres
respecto de las mujeres.
Se trata de un conjunto de prácticas, comportamientos y dichos que
resultan ofensivos contra el género femenino.
El
machismo es un tipo de violencia
que
discrimina a la mujer o, incluso, a los hombres homosexuales.
También puede hablarse de machismo contra los denominados
metrosexuales o todo aquel hombre cuya conducta
exhibe alguna característica que suele estar asociada a la
feminidad.
A
lo largo de la historia,
el machismo se ha reflejado en diversos aspectos de la vida social,
a veces de forma directa y, en otras ocasiones, de manera sutil.
Durante muchos años se negó el derecho a voto de la mujer, por
ejemplo. En algunos países, por otra parte, todavía se castiga el
adulterio de la mujer con la pena de muerte, cuando a los hombres no
les corresponde la misma pena.
La
sumisión de la mujer a su marido aún suele ser vista como un valor
positivo. Hay quienes sostienen que una mujer alcanza su plenitud
cuando se casa y se convierte en ama de casa para atender a su
esposo y a sus hijos. Otro reflejo del machismo instaurado en la
sociedad
aparece en frases como “María
es la mujer de Facundo”,
ya que la oración inversa no es usual (“Facundo
es el hombre de María”).
La mujer aún es vista como una propiedad del hombre.
Las
publicidades sexistas (con mujeres escasas de vestimenta para
incentivar la venta de productos) son otra muestra del machismo.
Misoginia:
aversión contra la mujer
Hay
lectores con la escopeta cargada. Recuerdo haber escrito un artículo
en el que me atrevía a afirmar que prefería el presente al pasado.
¿A qué pasado? Pues al de hace 40 años,
sin ir más lejos. De inmediato, alguno de esos lectores que creen
que vivimos la peor de las épocas posible juzgó mi afirmación de
un optimismo desconsiderado: "Claro, desde su posición
privilegiada...". Uf, qué cansancio. En realidad, cuando hacía
esa valoración no estaba pensando en mí. Pensaba en cualquier mujer
española que vivió su juventud hace apenas medio siglo. Pensaba en
mi madre y al pensar en mi madre pensaba en casi todas las mujeres. Y
al pensar en ellas he de reconocer que sí, que de alguna manera
pensaba en mí. Prefiero vivir ahora. Prefiero
no tener que andar pidiendo dinero, ser libre en mis movimientos,
salir al extranjero sin el humillante permiso del marido y no ser
considerada como una menor de edad. El machismo sigue ahí, latente,
dispuesto a morder desde una columna, el comentario faltón de un
político o esa infravaloración
de las mujeres que se manifiesta como un tic que se nos escapara,
reflejo de lo que hemos sido y aún somos en gran medida. Prefiero
esta vida. Hace 40 años yo era la niña que espiaba las
conversaciones de las mujeres. Era escuchar aquello de "ssshhh,
hay ropa tendida", y ponerme a interpretar a la niña que andaba
a lo suyo para que se olvidaran de mí y enterarme del secreto. Hace
40 años escuché hablar en susurros una tarde de verano de la
desgracia de una joven amiga de la familia.
La había dejado su novio. La había dejado como dejaban
antes los novios a las chicas, sin explicaciones. Huyendo. Al cabo de
unos meses, había aparecido en unas fiestas del brazo de otra. La
chica abandonada debía de tener unos 26
años, pero hablaban de ella como si se pudiera dar su vida por
zanjada. Recuerdo haber sentido una gran angustia, por
ella, por la chica, a la que conocía y quería y que parecía tan
feliz con su futura boda, pero también por todas las mujeres sin
marido. A partir de ese momento creí observar que todo el mundo la
trataba con una enojosa compasión, con ese cariño excesivo que
avisa al enfermo de que se está muriendo. Mi crecimiento y el del
propio país me permitieron, nos permitieron, al menos a las chicas
de ciudad, que la soltería no fuera una
amenaza; otras preocupaciones, la vocación, el trabajo o
los amoríos ocuparon el lugar de aquella vieja obsesión por
encontrar novio. Solo cuando vi en el cine por primera vez Calle
Mayor o La
tía Tula, a mi juicio dos películas que demuestran
que alguna vez supimos hacer realismo, sentí en la boca el regusto
amargo de aquel recuerdo infantil. La mirada anhelante y vulnerable
de la solterona interpretada por Betsy
Blair o esa sensualidad reprimida a la que Aurora
Bautista dio vida arrebatada en "su" tía
Tula encarnan la presencia de muchas mujeres reales a las que yo vi
defenderse de un mundo que las trataba con
guasa y condescendencia. La novelista Jane
Austen dedicó su vida a
narrar la angustia de la soltería. Por mucho que grandes
escritores la despreciaran y consideraran el tema menor, las novelas
de Austen son casi un tratado de cómo mujeres
inteligentes habían de dedicar gran parte de sus energías a la caza
de marido. Algunas incluso acababan siendo felices. Todo
esto me venía a la cabeza porque la librera Lola
Larumbe puso en mis manos hace unos días un tesoro
que nunca sabré cómo agradecerle. Es una novela corta, Un
matrimonio de provincias, escrito por una italiana
que adoptó el seudónimo de Marquesa Colombi a mediados del XIX. El
libro había quedado en el olvido hasta que Italo
Calvino y Natalia
Ginzburg lo rescataron en 1973. La historia es
corriente: una muchacha guapa e inocente fantasea con ser la elegida
de un joven gordo y adinerado. Lo extraordinario es cómo está
contada. La familia es vulgar; la ciudad, Novara, plúmbea; la única
distracción para una chica consiste en sentirse mirada por un
hombre. El estilo es tan seco, tan irónico, que convierte esta
anécdota mil veces repetida es una historia modernísima, nada
retórica y muy audaz. No es para menos. Buscando la biografía de la
autora, Anna María Mozzoni,
nos encontramos con que fue la primera mujer
en escribir en Il Corriere
della Sera, se casó vieja para la época
(en la treintena) y se acabó separando. Murió en los años veinte,
tras haber disfrutado una intensa vida en su madurez y haber padecido
el tedio en su juventud de las costumbres provincianas, de esa ciudad
desesperante, Novara, en la que los enamorados de clase media (aunque
venida a menos) se comunican solo con
miradas y los de clase humilde, más desvergonzados, hablan.
No hay dulzura, como en las novelas de Austen, no hay dureza como en
La tía Tula, ni humor cruel como en La señorita de
Trevélez en la que se basó Bardem
para hacer su Calle Mayor; aquí solo encontramos vidas
aburridas, sin brillo. Y una conclusión seca y aún más asfixiante:
buscar marido llena de zozobra el corazón de las muchachas en flor,
pero encontrarlo las sumerge en un tedio de espanto hasta la muerte.
No hay escapatoria. El único final feliz lo encontró esta lectora
cuando al acabar el libro sintió la emoción de haber encontrado una
joya inesperada.
Buscar
marido, Elvira Lindo [El País, 24 de octubre de 2010]
Aunque
presentía lo que me iba a encontrar, leí algunos comentarios de
lectores en el digital de este periódico a cuenta del acuerdo
económico al que han llegado la camarera de un hotel neoyorkino y
Dominique Strauss-Khan. Estas son algunas de las perlas
que encontré:
“Por
favor, viólame Strauss, soy tan débil…”. “Caso claro de un
putón verbenero más fea que Picio y un picha floja descerebrado
pero con pasta”. “Dominique… cuando te dé por violar a
alguien, por favor, que sea un poquito más presentable… esta es
más fea que un tiro de mierda. Tío ya te vale”. “Y ahora a
gozar de los millones esta negrota Naffisatou”. “Ahora al menos
se la ve contenta, igual de violada, con el honor igual de
mancillado, pero con una pasta. Y a vivir que son dos días”.
“Joer, el tocatetas más rentable de la historia… quién le iba
a decir que con esa cara iba a ganar tanta pasta”. “¿Los negros
siempre buscan justicia?”. “Le ha salido caro el polvo”.
“Cualquiera se fía de esa rata, seguro que ni la violó”. “Al
final pasa que a esta tía, menuda trepa, que la violaran es una de
las mejores cosas, o quizá la mejor, que le ha pasado en la vida.
Tremendo”.
Solo
he reproducido unos cuantos ejemplos, había otros todavía más
vergonzosos y no he querido reproducirlos. De cualquier manera, tal
vez sigan ahí, para uso y disfrute de quien quiera leerlos. O para
el vómito. Se pasa una la vida cuidando
cada palabra que escribe, tratando de no ofender gratuitamente y de
ser ecuánime, buscando las mil maneras para no ser malinterpretada
y, de pronto, irrumpe un pueblo soberano que no está sujeto a las
mismas normas de educación y autocontrol que yo.
Aún
peor, te pasas la vida luchando contra ese
resistente muro de la misoginia o del desprecio y te
encuentras con esta basura publicada en aras de la “participación”.
No sé quién leerá esto, pero no hay derecho.
No
hay derecho, Elvira Lindo [El País, 12 de diciembre de 2012]
El Tribunal
Supremo de Italia ha dictaminado en una sentencia hecha pública el
miércoles que una mujer vestida con
pantalones vaqueros no puede haber sido violada porque no se puede
quitar este tipo de prenda "sin la colaboración activa de quien
la lleva". El tribunal ha fallado de esta forma al
considerar el caso de una joven de 18 años, de la ciudad de Potenza
(en el sur de Italia) e identificada como Rosa, que acusó a su
profesor de autoescuela, de 45 años, de haberla violado. El acusado
fue condenado por un tribunal de Potenza a dos años y 10 meses de
cárcel pero ahora, el Tribunal Supremo ha anulado su pena al dar la
razón a sus argumentos de que la víctima había consentido el acto
sexual.
Según
los miembros del tribunal -todos ellos hombres- es imposible
que un violador logre quitar un pantalón vaquero a una mujer si la
víctima se opone a su agresor "con todas sus fuerzas".La
sentencia tiene todas las bazas de sentar jurisprudencia en Italia.
Los
pantalones vaqueros impiden que la mujer sea violada, según la
justicia italiana [El País, 11 de febrero de 1999]
En la primera foto
que tras el despertar de Jesús Neira ha publicado la prensa se
percibe esa secuela común que sufren los que superan un coma: la
melancolía de un tiempo arrebatado. Todos los pies de foto echan
mano de tres palabras para definir el comportamiento por el que este
hombre se vio al borde de la muerte: héroe, heroico, heroicidad. Las
merece.
Hoy
en día es un héroe el que se atreve a intervenir en un incidente
callejero,
dado el nivel de agresividad que se respira a menudo en el ambiente.
Dicho esto, habría que reflexionar sobre el impacto que ha tenido
el tratamiento del caso
Neira.
Se ha dado la coincidencia de que en estos últimos días varios
desconocidos con los que entablé conversación me contaron que
habían
presenciado una agresión a una mujer en plena calle y reaccionaron
de la misma manera, inhibiéndose o llamando a la policía.
Me ha dado que pensar. Ya digo, los relatos coincidentes no tienen
rigor periodístico, pero al referirse todos ellos al profesor Neira
para justificar su temor a salir malparados si intervenían,
muestran que la manera sensacionalista y a veces grosera en que se
ha informado sobre este suceso ha podido tener un efecto
contraproducente. Para empezar, el
hecho de que defender a una persona que está siendo maltratada se
haya convertido hoy en un acto heroico
más que de solidaridad ciudadana, hace que se atemoricen aquellos
que, entre la posibilidad de conservar su integridad o ser alzados
como héroes, opten por lo primero.
Pero
hay otro elemento añadido: las campañas
contra la violencia machista instan a la ciudadanía a señalar a
los agresores, a intervenir. ¿Qué debe pensar entonces
el telespectador que ve cómo la víctima a la que defendió Neira
se lleva una pasta por defender a su agresor? El resultado es
paradójico: los mismos que coronan al héroe lo humillan
públicamente.
Lo
heroico, Elvira Lindo [El País, 7 de enero de 2009]
[No
puedo olvidar el testimonio en televisión de una chica que había sido víctima de una violación
en la calle, que comentó cómo veía pasar algunas personas sin que
ninguna interviniese. Todo hacía pensar que se trataba de una
agresión sexual, pero los testigos optaron por mirar hacia otro
lado, quizá pensaban “si están en plena calle, esto tiene que ser
consentido”.]
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