Capítulo VIII
Deja
robados Guzmán de Alfarache a su tío y deudos en Génova, y
embárcase para España en las galeras
Nunca
debe la injuria despreciarse ni el que injuria dormirse, que debajo
de la tierra sale la venganza, que siempre acecha en lo
más escondido della. De donde no piensan suele saltar la liebre. No
se confíen los poderosos en su poder ni los valientes en sus
fuerzas, que muda el tiempo los estados y trueca las cosas. Una
pequeña piedra suele trastornar un carro grande, y cuando a el
ofensor le parezca tener mayor seguridad, entonces el ofendido halla
mejor comodidad. La venganza ya he dicho ser
cobardía, la cual nace de ánimo flaco, mujeril, a quien solamente
compete. Y pues ya tengo referido de algunos y de muchos
que han eternizado su nombre despreciándola, diré aquí un caso de
una mujer que mostró bien serlo.
Motivo para casarse
Una
señora, moza, hermosa, rica y de noble linaje, quedó viuda de un
caballero igual suyo, de sus mismas calidades. La cual, como sintiese
discretamente los peligros a que su poca edad la dejaba dispuesta
cerca de la común y general murmuración
-que cada uno juzga de las cosas como quiere y se le antoja y, siendo
sólo un acto, suelen variar mil pareceres varios, y que no
todas veces las lenguas hablan de lo cierto ni juzgan de la verdad-,
pareciéndole inconveniente poner sus prendas a juicio y su honor en
disputa, determinóse a el menor daño, que
fue casarse.
Pretendientes desiguales
Tratábanle
dello dos caballeros, iguales en pretender, empero desiguales en
merecer. El uno muy de su gusto, según deseaba, con quien ya casi
estaba hecho, y el otro muy aborrecido y contrario a lo dicho, pues,
demás de no tener tanta calidad,
tenía otros achaques para no ser admitido, aun de señora de muy
menos prendas. Pues como con el primero se hubiese dado el sí de
ambas las partes, que sólo faltaba el efeto, viendo el segundo su
esperanza perdida y rematada, su pretensión sin remedio y que ya se
casaba la señora, tomó una traza luciferina, con perversos medios
para dar un salto con que pasar adelante y dejar a el otro atrás.
Las apariencias
Acordó
levantarse un día de mañana y, habiendo acechado con secreto cuándo
se abriese la casa de la desposada, luego, sin ser sentido, se metió
en el portal, estándose por algún espacio detrás de la puerta,
hasta parecerle que ya bullía la gente por la calle y todas las más
casas estaban abiertas. Entonces, fingiendo
salir de la casa, como si hubieran dormido aquella noche dentro
della, se puso en medio del umbral de la puerta, la espada
debajo del brazo, haciendo como que se componía el cuello y
acabándose de abrochar el sayo. De manera que cuantos pasaron y lo
vieron, creyeron por sin duda ser él ya el
verdadero desposado y haber gozado la dama.
El peso de la murmuración
Cuando
tuvo esto en buen punto, se fue poco a poco la calle adelante hasta
su posada. Esto hizo dos veces, y dellas quedó
tan público el negocio y tan infamada la señora, que ya
no se hablaba de otra cosa ni había quien lo ignorase en todo el
pueblo, admirados todos de tal inconstancia en haber
despreciado el primer concierto de tales ventajas y hecho eleción
del otro, que tan atrasado y con tanta razón lo estaba.
La parte por el todo
Pues
como se divulgase haberlo visto salir de aquella manera, medio
desnudo, cuando llegó a noticia del
primero, tanto lo sintió, tanto enojo recibió y su cólera fue
tanta, que, si amaba tiernamente deseándola por su esposa,
cruelmente aborreció huyéndola. Y
no sólo a ella, mas a todas las mujeres,
pareciéndole que, pues la que estimó en tanto, teniéndola por tan
buena, casta y recogida, hizo una cosa tan fea, que habría muy pocas
de quien fiarse y sería ventura si acertase con una.
Modelo de mujer
Consideró
sus inconstancias, prolijidades y pasiones y
juntamente los peligros, trabajos y cuidados en que ponían a los
hombres. Fue pasando con este discurso en otros adelante,
que favorecido del cielo hicieron que, trocado el amor de la criatura
en su Criador, se determinase a ser fraile,
y así lo puso en obra, entrándose luego en religión.
Cuando
a noticia de la señora llegó este hecho y la ocasión por lo que se
decía en el pueblo y que ya no era en algún
modo poderosa para quitar de su honor un borrón tan feo,
sintiólo como mujer tan perdida, que tanto perdió junto, la
honra, marido, hacienda y gusto, sin esperarlo ya más
tener por aquel camino ni su semejante, sin poder jamás cobrarse.
Fue fabricando con el pensamiento la traza
con que mejor poder salvar su inocencia ejemplarmente,
pareciéndole y considerándose tan rematada como su honestidad y que
de otro modo que por aquel camino era imposible cobrarlo, pagando una
semejante alevosía con otra no menos y más cruel.
La venganza
Revistiósele
una ira tan infernal y fuele creciendo tanto, que nunca
pensó en otra cosa sino en cómo ponerlo en efeto. Líbrenos
Dios de venganzas de mujeres agraviadas, que siempre
suelen ser tales, cuales aquí vemos esta presente. Lo que primero
hizo fue tratar de meterse monja
-que aun si aquí parara, hubiera mejor corrido- y, dando parte de
sus trabajos y pensamiento a otra muy grande amiga suya del proprio
monasterio, lo efetuó con mucho secreto.
La voluntad del pretendiente
Luego
fue recogiendo dentro del convento todo el principal menaje de su
casa, joyas y dineros, anejándole por contratos públicos lo más de
su hacienda. Esto hecho, estuvo esperando que se le volviese a tratar
del casamiento de aquel caballero su enemigo, el cual a pocos días
volvió a ello, dando por disculpa el amor
grande que le tenía, por cuya causa desesperado usó de aquellos
medios para poder conseguir lo que tanto deseaba. Mas,
pues conocía su culpa y haber sido causa del yerro, quería soltar
la quiebra ofreciéndose por su marido.
El voto de castidad
Ella,
que otra cosa no deseaba para que su intención saliese a luz y
resplandeciese su honor con ello, respondió que, pues el
negocio ya no podía tener otro algún mejor medio,
acetaba éste. Mas que había hecho un voto,
el cual se cumplía dentro de dos meses, poco más, en
que no le podría dar gusto, que, si el suyo lo fuese
dilatarlo por este tiempo, que lo sería para ella. Empero que si
luego quisiese tratar de verlo efetuado, había de ser con la dicha
condición y juntamente con esto hacerlo muy
de secreto, y tanto cuanto más fuese posible, hasta que
pasado el término se pudiese manifestar.
El negocio del casamiento
Acetólo
el caballero, hallándose por ello el hombre más dichoso del mundo
y, prevenido lo necesario, se hicieron con
mucho silencio los contratos con que fueron desposados.
Estuvieron juntos muy pocos días, entretenido él con la esperanza
cierta del bien cierto que ya poseía, y no menos ella con la de su
venganza.
Clitemnestra
Una
noche, después de haber cenado, que se fue a dormir el marido, ella
entró en el aposento y, sentada cerca dél, aguardó que se durmiese
y, viéndolo traspuesto con la fuerza del sueño primero, lo puso en
el último de la vida, porque, sacando de la manga un bien afilado
cuchillo, lo degolló, dejándolo
en la cama muerto. A la mañana temprano salió de su aposento, y
diciendo a la gente de su casa que había su esposo tenido mala
noche, que nadie lo recordase hasta que fuese su gusto llamar o ella
volviese de misa, cerró su puerta y con buena diligencia se fue al
monasterio, donde luego recibió el hábito
y fue monja, después de lavada su infamia con la sangre de quien la
manchó, dando de su honestidad notorio desengaño y de su
crueldad terrible muestra.
Historia del loco Cardenio
Viene
muy bien acerca desto lo que dijo Fuctillos,
un loco que andaba por Alcalá de Henares, el cual yo
después conocí. Habíale un perro desgarrado una pierna y, aunque
vino a estar sano della, no lo quedó en el corazón. Estaba de mal
ánimo contra el perro, y viéndolo acaso un día muy estendido a la
larga por delante de su puerta, durmiendo a el sol, fuese allí junto
a la obra de Sancta María y, cogiendo a brazos un canto cuan grande
lo pudo alzar del suelo, se fue bonico a él sin que lo sintiese y
dejóselo caer a plomo sobre la cabeza. Pues como se sintiese de
aquella manera el pobre perro, con las bascas de la muerte daba
muchos aullidos y saltos en el aire, y viéndolo así, le decía:
«Hermano, hermano, quien enemigos tiene no
duerma.»
Cervantes: La venganza pensada arguye crueldad y mal ánimo
Ya
otra vez he dicho que siempre lo malo es
malo y de lo malo tengo por lo peor a la venganza. Porque corazón
vengativo no puede ser misericordioso, y el que no usare
de misericordia no la espere ni la tendrá Dios dél. Por la medida
que midiere ha de ser medido. Hanlo de igualar con la balanza en que
pesare a su prójimo. No se puede negar esto; mas también se me debe
confesar que yerran aquellos que, sabiendo
la mala inclinación de los hombres, hacen confianza dellos, y más
de aquellos que tienen de antes ofendidos: que pocos o
ninguno de los amigos reconciliados acontece a salir bueno.
El perdón
Mucho
de Dios ha de tener en el alma el que por solo Él perdonare.
Pocos milagros habemos visto por este caso y sólo de uno vi en
Florencia el testimonio, fuera de los muros de la ciudad en la
iglesia de San Miniato, dentro en la fortaleza, que por ser breve y
digno de memoria haré dél relación.
Súplica clemencia
Un
gentilhombre florentín, llamado el capitán Juan Gualberto, hijo de
un caballero titulado, yendo a Florencia con su compañía, bien
armado y a caballo, encontró en el camino
con un su enemigo grande, que le había muerto a un su hermano. El
cual, viéndose perdido y sujeto, se arrojó por el suelo a sus pies,
cruzados los brazos, pidiéndole de merced por Jesucristo crucificado
que no lo matase. El Juan Gualberto tuvo tal veneración a
las palabras que, compungido de dolor, lo perdonó con grande
misericordia. De allí lo hizo volver consigo a Florencia, donde lo
llevó a ofrecer a Dios en la iglesia de San Miniato y, puesto
delante de un crucifijo de bulto, le pidió Juan Gualberto que así
le perdonase sus pecados, con la intención
que había él perdonado aquel su enemigo. Viose
visiblemente cómo, delante de toda la gente de su compañía y otros
que allí estaban, el Cristo humilló la
cabeza bajándola.
Reconocido Juan Gualberto de aquesta merced y cortesía, luego se
hizo religioso y acabó su vida santamente. Hoy está el
Cristo de la forma misma que puso la humillación y es allí venerado
por grandísima reliquia.
Cuando
el perdón se hace sin este fundamento, siempre suele
dejar un rescoldo vivo que abrasa el alma, solicitándola para
venganza. Y aunque cuanto en lo exterior parece ya estar aquel fuego
muerto, de tal agua mansa nos guarde Dios, que muchas y aun las
más veces queda cubierta la lumbre con la ceniza del engañoso
perdón; mas, en soplándola con un poco de ocasión,
fácilmente se descubre y resplandecen las brasas encendidas de la
injuria.
Intenta justificar su sed de venganza por los que le mantearon
Por
mí lo conozco, que tanto fue lo que siempre me aguijoneaba la
venganza, que como con espuelas parecía picarme los ijares como a
bestia. ¡Bien bestia!, que no lo es menos el que conoce aqueste
disparate. Poníame siempre a los ojos aquel
zarandeado de huesos y, reparando en ello, parecía que
aún me sonaban como cascabeles. Con esto y con la dulzura que me lo
habían contado y malas entrañas con que lo
habían hecho, sin pesarles ya de otra cosa, más de
haberles parecido poco, me hacía considerar y decir: «¡Oh,
hideputa, enemigos, y si a vuestra puerta llegara necesitado, y qué
refresco me ofreciérades para pasar mi viaje!»
Causábame
cólera y della mucho deseo de pagarme de todos los de la
conjuración; y dellos no tanto cuanto del viejo dogmatista como
primero inventor y ejecutor que fue della y de mi daño. […]
Capítulo IX
La historia de Dorotea y Bonifacio
Otro
día, cuando amaneció, levantéme luego por la mañana, y todo él
casi se me pasó recibiendo pésames, cual si [Saavedra] fuera mi
hermano, pariente o deudo que me hiciera mucha falta, o como si,
cuando a la mar se arrojó, se hubiera llevado consigo los baúles.
«Aquesos guarde Dios -decía yo entre mí-; que los más trabajos
fáciles me serán de llevar.» No sabían regalo que hacerme ni cómo
-a su parecer- alegrarme; y para en algo divertirme de lo que
sospechaban y yo fingía, pidieron a un
curioso forzado cierto libro de mano que tenía escrito
y, hojeándolo el capitán, vino a hallarse con un c[a]so que por
decir en el principio dél haber en Sevilla sucedido, le mandó que
me lo leyese. Y, pidiendo atención, se la dimos y dijo:
Presentación desigual de los padres de Dorotea
«-En
Sevilla, ciudad famosísima en España y cabeza del Andalucía, hubo
un mercader estranjero, limpio de linaje, rico y honrado, a quien
llamaban Micer Jacobo. Tuvo dos
hijos y una hija de una señora noble de
aquella ciudad. Ellos dotrinados con mucho cuidado, en
virtud y crianza y en todo género de letras tocantes a las artes
liberales, y ella en cosas de labor, con
exceso de curiosidad, por haberse criado en un monasterio de monjas
desde su pequeña edad, a causa de haber fallecido su madre de su
mismo parto.
Las bodas de Camacho y Quiteria
»Como
los bienes de fortuna son mudables
y más en los mercaderes, que traen sus haciendas en bolsas ajenas y
a la disposición de los tiempos, no medió pie de la buena suerte a
la mala. Sucedió que, como sus hijos viniesen de las Indias con suma
de oro y plata, cuando ya llegaban a vista de la barra de San
Lúcar y, como dicen, dentro de las puertas de su casa,
revolvió un temporal, que con viento deshecho, trayéndolos de una
en otra parte, dio con el navío encima de unas peñas, y abierto por
medio se fue luego a pique sin algún reparo, ni lo pudo tener
mercadería ni persona de todo él.
»Cuando
a los oídos del padre llegó tan afligida nueva de pérdida tan
grande, se melancolizó de manera que dentro de breves días también
falleció.
»La
hija, que residía en el convento, ya
perdida la hacienda, los hermanos y padre defuntos,
viéndose desamparada y sola, sintió su
trabajo como lo pudiera sentir aun cualquiera hombre de mucha
prudencia, por haberle faltado tanto en tan breve, que
pudo decirse un día, y con ella la esperanza de su remedio, porque
deseaba ser monja.
Subordinadas a voluntad ajena
»Cesaron
sus disinios, comenzó su necesidad; cesaron
los regalos, comenzaron los trabajos y fueron creciendo de modo que
ya no sabía qué hacer ni cómo poderse allí dentro sustentar.
Y aunque las conventuales todas, que le
tenían mucho amor por la nobleza de su condición,
afabilidad, trato y más buenas partes, condolidas de su necesidad y
pobreza, la quisieran tener consigo, mas como estaban
subordinadas a voluntad ajena de su prelado, ni ellas lo pudieron
hacer ni a ella fue posible quedar. Porque dentro de breve
término se le notificó que saliese o señalase la dote, y, no
pudiendo cumplir con lo segundo, tomó resolución en lo primero.
Sin dote y con temor de la murmuración
»Era
tan diestra en labor, así blanca
como bordados, matizaba con tanta perfeción y curiosidad, que por
toda la ciudad corría su nombre. Con esto, las
virtudes de su alma y hermosura de su rostro eran tan por exceso,
que a porfía parece haberse fabricado por diestros diversos
artífices en competencia. Y todo junto, en comparación de su
recogimiento, mortificación, ayunos y penitencia, no
llegaban. Viéndose, pues, desabrigada, con temor
de la murmuración y de ocasión que le pudiera dañar,
celosa de su honor, buscó un aposento en
compañía de otras doncellas religiosas, donde sin tener
otra sombra sino la de su trabajo, con él se alimentaba
tasadísimamente y con grande límite, dando ejemplo de su virtud a
todas las más doncellas de su tiempo.
El encargo del arzobispo
»El
arzobispo de aquella ciudad tuvo deseo de mandar hacer algunas cosas
de curiosidad, hijuelas y corporales matizados, y no sabiendo ni
hallándose quien como Dorotea lo hiciese -que así se llamaba esta
señora- por las buenas nuevas que della tuvieron, la buscaron y
encomendáronle aquesta obra, prometiéndole
por ella muy buena paga.
Los batihojas o artesanos del oro
»Era
necesario para tanta curiosidad que fuera el oro el mejor, más
delgado y florido que se pudiera hallar. Y porque sólo quien lo sabe
gastar es quien lo sabe mejor escoger, ella propria en compañía de
sus vecinas y amigas lo fueron a buscar a los
batihojas, que son en Sevilla los oficiales que lo hacen y venden.
[SEVILLA.
21.03.2004 Manuel Fernández Sánchez, el último batihoja de
Sevilla, ha muerto. Su fallecimiento tuvo lugar el pasado 26 de
enero, a los 79 años de edad. Con él se pone fin a una labor
artesanal que tuvo sus inicios en esta ciudad durante el siglo XIII,
tras la reconquista cristiana. Tal fue el auge de esta artesanía en
aquella época, que el rey San Fernando dedicó una calle a los que
desempeñaban este oficio.
Manuel Fernández realizaba esta labor en el número 77 de la calle San Luis, en un taller que fue vendido a principios de los 90. De este modo, el último batihoja de Sevilla decidió poner punto y final a una labor en la que habían trabajado cuatro generaciones. No en vano, fue su bisabuelo, Antonio Fernández, quien abrió dicho taller en 1860.
Manuel Fernández realizaba esta labor en el número 77 de la calle San Luis, en un taller que fue vendido a principios de los 90. De este modo, el último batihoja de Sevilla decidió poner punto y final a una labor en la que habían trabajado cuatro generaciones. No en vano, fue su bisabuelo, Antonio Fernández, quien abrió dicho taller en 1860.
El
proceso para convertir el oro en finas láminas comenzaba con la
purificación del metal. De esta forma, había que fundirlo en ácido
caliente para proceder a su purificación, de manera que perdiera el
cobre. Después se vertía sobre una rillera, de donde salían los
lingotes. A partir de ahí comenzaba la verdadera labor del batihoja,
teniendo que martillarlos durante bastantes horas para dejarlos
reducidos en finas láminas que se introducen en moldes de tripas de
cerdo para su conservación.]
Bonifacio
»Acertaron
a entrar en casa de un mancebo de muy buena gracia y talle, que de
muy poco tiempo había comenzado a usar el oficio y puesto tienda,
que para más acreditarse procuraba que su obra hiciera ventajas
conocidas a la de sus vecinos. Déste quisieran comprar lo que para
toda su labor les fuera necesario -tanto por ser a su propósito,
cuanto por escusar la salida de casa-, si el dinero les alcanzara;
mas como sólo llevaban lo que para principio se les había dado,
dijeron que llevarían un poco y volverían por más, como se fuese
obrando y ella cobrando.
»El
mancebo, cuando vio la hermosura y compostura de la doncella, su
habla, su honestidad y vergüenza, de tal manera quedó
enamorado, que lo menos que le diera fuera todo su caudal, pues en
aquel mismo punto le había entregado el alma. Y sintiéndole que
dejaba de comprar con su gusto por falta de
dineros, tomando achaque para sus deseos de la ocasión
que le vino a la mano, sin dejarla pasar ni soltarla della, dijo:
»-Señoras,
si el oro es tal que hace a propósito para lo que se busca, escoja y
lleve su merced lo que hubiere menester y no
le dé cuidado pagarlo luego, que por la misericordia de Dios, ánimo
tengo y caudal no me falta para poder fiar aun otras
partidas más importantes, y no a tan buena dita. Vuestra Merced,
señora, lleve lo que quisiere y pague luego lo que mandare, que lo
más que restare debiendo me irá pagando, poco a poco, según lo
fuere cobrando del dueño de la obra.
»Parecióles
a todas el mozo muy cortés y buena la comodidad, según se deseaba.
Dorotea le dio el dinero que tenía de presente y, habiendo escogido
todo el oro que le pareció mejor y necesario, lo llevó consigo,
dejándole dicha la calle y casa donde
acudiese por la resta.
»Luego
se fueron, quedando el pobre mozo tan amante y fuera sí, cuanto
falto de todo reposo y combatido de varios desasosiegos. Rompióle
amor las entrañas, no comía, no bebía ni vivía: tan ocupada tenía
el alma en aquella peregrina belleza, espejo de toda virtud, que todo
era muerte su trabajosa vida, sin saber qué hiciese. Y pareciéndole
doncella pobre, que por medios del matrimonio pudiera ser
tener buen puerto sus castos deseos, quísose informar de quién era,
de su vida, costumbres y nacimiento.
Dorotea, mi tesoro
»La
relación que le hicieron y nuevas que della tuvo fueron tales, que
con ellas quedó de nuevo muy más perdido y menos confiado, nunca
creyendo poder alcanzar tan grande riqueza, hallándose
siempre indigno de tanto bien como lo fuera para él poder alcanzarla
por esposa.
»De
todo desesperaba, en todo se conocía
inferior. Mas, como no era posible ni en su mano volverse
atrás, que las pasiones del alma no tocan menos a los más pobres
que a los más poderosos y todos igualmente las padecen, aunque
se hallaba tan atrás, nunca dejó de porfiar para pasar
adelante, perseverando en su honesto propósito, por haberlo puesto
en las manos de Dios, que siempre los favorec[e] y sabe acomodar con
sola su voluntad las cosas de su servicio, represetándole siempre
que no era otro su deseo que hallar
compañera con quien mejor poderle servir, en especial
aquella tan virtuosa y de su gusto, empero que así lo hiciese como
mejor conviniese a su servicio.
Casamiento como remedio
»También
se le representó que la mucha pobreza y
discreción le harían por ventura fuerza, para que sólo
mirando a su soledad y remedio, pospusiese pundonores
vanos, acomodándose con el tiempo
y, siéndole representado su honesto deseo
de servirla, lo viniese a conceder. Con estos pensamientos
y cuidados procuraba solicitar la cobranza,
no apretando ni enfadando, antes tomando achaques, unas
veces de ver su tan curiosa labor, otras por hacérsele paso,
fingiendo lo que más a propósito venía para hacer visita y por
tomar amistad. Que sólo a este fin iban por entonces encaminados sus
deseos, para con ella poder mejor después entablar el
juego y en el ínterin poder aquel espacio breve mitigar las ansias
que siempre ausente le causaba su dama.
»En
esto anduvo el mozo tan discreto como solícito y tan solícito como
enamorado, procediendo con tan honrados y
buenos términos, que muy en breves granjeó de todas las
voluntades, no pesándoles de sus visitas, antes con ellas ya
recebían regalo.
La autoridad de la doncella mayor
»Entre
las que allí vivían, que eran cuatro
hermanas, a la una dellas, la más venerable y grave, a quien tenían
las otras todo respeto, tanto por su prudencia mucha cuanto por ser
mayor en edad, se fue inclinando más en amistad y regalándola,
conque después, andando el tiempo, en ocasiones que se ofrecían,
poco a poco se fue descubriendo, haciéndola capaz de sus deseos,
hasta de todo punto quedar aclarado con ella, suplicándole
que, interponiendo para ello su autoridad, fuese parte que
sus esperanzas no quedasen sin el premio que de su valor y discreción
esperaba y que, siéndole favorable, la
fuese disponiendo en las ocasiones que se ofreciesen, de
tal manera que cualesquier dificultades quedasen llanas, pues de su
parte ninguna se podía ofrecer que a brazos cruzados no se pusiese a
hacer toda su voluntad.
La recurrencia a un tercero para negociar el casamiento
»Los
buenos terceros bien intencionados, que sin respetos humanos tratan
de las cosas honestas con libertad y verdad, tienen siempre tal
fuerza, que persuaden con facilidad, porque se les da todo crédito.
Esta señora fue labrando en Dorotea de modo, de uno en otro lance,
que, convencida de razón, vino a
condescender en el consejo que le
dieron y, obedeciéndolo como de su
verdadera madre, le besó por ello las manos, dejándolo
en ellas.
»El
desposorio se hizo con gusto general y mayor el de Bonifacio
-que así llamaban a el desposado-, porque se creyó hallar con
aquella joya el más dichoso, bien afortunado y rico de
los hombres, pues ya tenía mujer como la deseaba, en
condición y de mayor calidad que merecía, y tal, que
pudiera vivir con ella seguro y honrado, sin
temor de celoso pensamiento ni de alguna otra cosa que le
pudiera causar desasosiego.
Insistencia en la castidad
»Vivían
contentos, muy regalados y sobre todo satisfechos del casto
y verdadero amor que cada cual dellos para el otro tenía.
Él de ordinario asistía en la tienda, ocupado en el beneficio de su
hacienda, y ella en su aposento, tratando de su labor, así doméstica
como de aguja, gastando en sus matices y bordados parte de la que su
marido hacía. Crecíales la ganancia y en mucha conformidad pasaban
honrosamente la vida.
Las que tropiezan son las señoras; los galanes son instrumentos del demonio
»El
demonio vela y nunca se adormece; más y en especial vela
en destruir la paz contra las casas y ánimos conformes, arma cepos y
tiende redes con todo secreto y diligencia para hacer, como desea, el
daño posible y dar con ello en el suelo. Andaba
siempre acechando a esta pobre señora, procurando derribarla y
rendirla y, cuando más no pudiese, que a lo menos trompezase.
Y así en las visitas, en misa, en sermón, en las mayores
devociones, en la comunión, aun en ella la inquietaba, presentándole
los instrumentos de su maldad, mancebos galanes, discretos, olorosos
y pulidos, que le saliesen a el encuentro, siguiéndola y
solicitándola. Mas de todo sacaba poco fruto. Porque la
casta mujer, mostrándose fuerte, siempre vencía con su honestidad
semejantes liviandades. Y aunque para quitar la ocasión rehusaba
cuanto más podía el salir de su casa y escasamente a lo
muy forzoso y necesario, donde también era perseguida, rondábanle
la puerta noche y día, buscaban invenciones y medios para verla.
Empero nada les aprovechaba.
El teniente y La mujer de al lado
»Entre
los galanes que la deseaban servir,
que todos eran mozos y señores los más principales de la ciudad,
era uno el teniente della, mancebo soltero y
rico. Vivía frontero de la misma casa, en otras
principales, altas y de buen parecer, que por
ser más humildes y bajas las de Dorotea, no obstante que
había calle de por medio, cuándo por los terrados, cuándo por las
ventanas, la señoreaba cuanto hacía. Y tanto, que su
esposo ni ella podían casi vestirse ni acostarse sin ser vistos,
en especial estando con descuido y queriendo con cuidado asecharlos.
Volverse al puesto con la caña
»Con
esta ocasión el teniente andaba muy
apasionado y cansado de hacer diligencias con
extraordinaria solicitud. Al fin se hubo de volver, como los demás,
al puesto con la caña, sin
recebir algún favor ni visto sombra de sospecha con que poderlo
pretender ni que desdorase un cabello del crédito de la mujer.
Otro de la misma cofradía de los penantes
»Andaba
también con los muchos en la danza un otro
penitente de la misma cofradía de los penantes, muy llagado y
afligido. Era burgalés, galán, mozo, discreto y rico,
las cuales prendas, favorecidas de su franqueza pudieran allanar los
montes. Mas a la casta Dorotea, ni las partes deste poder del
teniente ni pasiones de los más le hacían el menor sentimiento del
mundo, como si dél no fuera.
Recordando a Camila de El curioso impertinente
»Mostrábase
a todos estos combates fortísima peña
inexpugnable, donde los asiduos combates de las furiosas
ondas del torpe apetito, no pudiendo vencer, quedaron quebrantadas.
No hay duda que siempre continuaba velando su honestidad, como
la grulla, la piedra del amor de Dios levantada del suelo y el pie
fijo en el de su marido. Y fuera imposible herirla, si el
sagaz cazador no le armara los lazos del engaño en la espesura de la
santidad, para cazar a la simple
paloma.
Claudio, el sagaz cazador
»Este
burgalés, que se llamaba Claudio, tenía en su servicio una
gentil esclava blanca, de buena presencia y talle, nacida en España
de una berberisca, tan diestra en un embeleco, tan maestra
en juntar voluntades, tan curiosa en visitar cimenterios y caritativa
en acompañar ahorcados, que hiciera nacer berros encima de la cama.
La alcahueta, el tercero mal intencionado
»Llamóla
un día, diole cuenta de su pena, pidiéndole consejo para salir con
su pretensión adelante. La buena esclava,
como haciendo burla, después de haberse bien satisfecho y
enterado en el caso, riéndose, le dijo:
»-¡Pues
cómo, señor! ¿Qué montes quieres mudar, qué mares agotar, a qué
muertos volver el espíritu, cuál dificultad es tan grande la que te
aflige y tanto me encareces? No son esas las cosas que a mí me
desvelan; poco aceite y menos trabajo se ha
de gastar en ello de lo que piensas; ya puedes hacer cuenta que la
tienes par de ti; descuida y ten buen ánimo, que yo te
daré la caza en las manos dentro de pocos días o no me llamen
Sabina, hija de Haja.
Como partida de ajedrez
»Tomó
el negocio a su cargo y comenzó desde aquel punto a entablar el
juego, dando trazas, como el que propone dar en el ajedrez un mate a
tantos lances en casa señalada. Comenzó por el peón de punta,
meneando los trebejos. Y componiendo un
cestillo de verdes cohollos de arrayán, cidro y naranjo, adornándolo
de alhaelíes, jazmines, juncos, mosquetes y otras flores, compuestas
con mucha curiosidad, lo llevó a el batihoja, diciéndole
ser criada de cierta señora monja de
aquella ciudad, abadesa del convento, que, teniendo
noticia de la obra tan buena que allí se hacía y necesidad forzosa
de un poco de buen oro para unos ornamentos que dentro de la casa
estaban acabando para el día de San Juan, la regalaba con aquel
cestillo y suplicaba que del oro mejor que tuviese le diese dos
libras para probarlo y que, saliendo tal como le habían certificado
y era conveniente a su propósito, lo pagaría muy bien y siempre lo
iría gastando de su casa, llevando para cada semana lo que se
pudiese gastar en ella; demás que tendría mucho cuidado de
regalarlo. Bonifacio se alegró con la buena ocasión de la ganancia
y no menos con el cestillo de flores, que lo estimó en mucho por la
curiosidad con que venía fabricado.
Cestillo de flores como manzana de Blancanieves
»El
cual a el punto, luego que lo recibió, habiendo despachado la
esclava con el oro, lo llevó a su mujer, poniéndoselo en las faldas
con grande alegría, que no con menos fue recebido della. Preguntóle
de quién lo había comprado y díjole lo que pasaba. Entonces lo
estimó en más, porque le vino a la memoria
el tiempo de su niñez, cuando con las más doncellas de su edad y
monjas del convento se ocupaban en semejantes ejercicios.
Rogó a su marido que, si otra vez volviese, la hiciese subir a su
aposento, que holgaría de conocerla.
»Luego
la semana siguiente, dentro de seis días, veis aquí donde vuelve
Sabina muy regocijada, diciendo del oro que había sido bueno y a
pedir otro tanto, que fuese de lo mismo, dándole un largo recabdo de
parte de su señora y con él una imagen
pequeña de alcorza y un rosario de la misma pasta, con
tanta curiosidad obrado, que bien era dino de mucha estima. Así como
lo vio, no quiso recebirlo, sino que de su mano lo diese a Dorotea,
su esposa.
Mujer, un bien que se da y se toma
»Cayóle
la sopa en la miel, sucediéndole lo que deseaba y a pedir de boca;
mas haciéndose de nuevas, dijo:
»-¡Ay,
mal hombre! ¿Dícelo de veras y casado es? No lo creo. Aun por
soltero nos lo habían vendido y trataba ya
mi señora de casarlo con una lega que tenemos, tan linda
como unas flores, hermosa y rica.
»-Rica
y hermosa la tengo, como allá me la podían
dar, y con quien vivo contentísimo. Subí, veréisla.
»Ella,
cuando entró en la pieza y vio a Dorotea, desalada
y los pechos por tierra se le lanzó a los pies,
haciéndole mil zalemas, admirada de su grande hermosura; que, aunque
había oídola loar, era mucho más la obra que las palabras. Quedó
como embelesada de ver sus bastidores con los bordados y otras
labores que le mostró en que se ocupaba, con cuánta perfeción y
curiosidad estaba obrado, diciendo:
»-¿Cómo
es posible no gozar mi señora de cosa tan buena? No, no; no ha de
pasar así de aquí adelante, sin que con amistad muy estrecha se
comuniquen. ¡Ay, Jesús, cuando yo le
cuente a mi señora la abadesa lo que he visto, cuánta
invidia me tendrá! Cuánto deseo le crecerá de gozar un venturoso
día de tal cara. Por el siglo de la que acá me dejó y así su alma
esté do la cera luce o que landre mala me dé, si no fuere alcahueta
destos amores. Yo quiero de aquí adelante regalar a esta
perla y visitarla muy a menudo.
»Con
estas palabras y otras regaladísimas llevó su oro, después de
haberse despedido. Y de allí en adelante, de dos a tres días
continuaba la visita, ya por oro, ya diciendo hacérsele camino por
allí, diciéndole a el marido que cometería traición si por allí
pasase y dejase de entrar a ver aquel ángel.
»Otras
veces, con achaque de traerle algún regalo, la
iba disponiendo a que de su voluntad tuviese deseo de irse a holgar a
el monasterio un día. Cuando ya le pareció tiempo, dio
por allá la vuelta un lunes de mañana y llevóle dos
canasticos, uno con algunas niñerías de conservas y otro de algunas
frutas de aquel tiempo, las más tempranas y mejores que
se pudieron hallar.
La comedia que representaban las monjas
»Dióselos
diciendo que, por ser del huerto de casa y lo primero que se había
cogido, le pareció a su señora que no pudiera estar en otra parte
tan bien empleado como en ella. Y que juntamente le suplicaba dos
cosas. La primera y principal que, pues de allí a ocho días, el
siguiente lunes, era la fiesta del glorioso
San Juan Baptista y el domingo su santa víspera, le hiciese merced
en hacer penitencia, pasando en el convento aquellos dos días,
pues en su casa no eran de ocupación. Demás que tenían las
monjas muchas fiestas y representaban una comedia entre sí a solas,
que de nada gustaría, si aquesta merced no le hiciese. Y que otras
señoras principales, parientas de las
monjas, vendrían por allí, para que acompañándola se
fuesen juntas.
[Mi
bisabuelo paterno, Ildefonso, se enamoró de mi bisabuela Catalina
cuando la conoció en el convento de Santa Paula, en Sevilla. Ella
había ido a despedirse de una prima suya, Socorro, que se había
metido a monja. La familia de mi bisabuelo vivía allí, en el patio
del convento y él estaba desayunando cuando escuchó llorar a una
muchacha.
Esta
historia no me la contó mi abuelo, sino mi tía abuela Luisa, quien
sustituyó a su tía Soledad en la casa y portería de Santa Paula.
Quien ha visitado la Iglesia y patio del convento, ha conocido a mis
tíos abuelos, Luisa y Pedro.]
»Lo
segundo, que les diese tres libras de buen oro para fluecos de un
frontal, que deseaban acabar para poner en un altar allá dentro,
procurando, si fuese posible, se lo diese más cubierto y delgado. A
lo del oro respondió Dorotea:
No soy mía, hágase en mí tu voluntad
»-Dárelo
de muy buena gana, que lo tengo en mi poder y también hiciera lo
que mi señora la abadesa me manda; mas está en el de mi marido.
Ya sabéis, hermana Sabina, que no soy mía.
Mi dueño es el que os puede dar el sí o el no, conforme a su
voluntad.
»-En
buena fe -le respondió-: aun esa sería ella, si no me la diese.
Nunca yo medre si de aquí saliese todos estos ocho días hasta
llevarla. No sería razón que una cosa sola que mi señora suplica
tan de veras, la primera y tan justa, se dejase de hacer, porque
desea, como a la salvación, gozar de
aqueste paraíso.
»-¡Vieja!
-dijo Sabina-. ¡Sí, sí, dese mal muere! ¡Cómo decirme agora que
la primavera es fin del año y cuaresma por diciembre! Dejémonos de
gracias, que así, vieja como es, la goce su marido muchos años y
les dé Dios fruto de bendición. Agora se haga lo que le
suplico, que deseo ganar aqueste corretaje, que mi señora la retoce.
¡Ay, cómo se ha de holgar con esta traidora!
Todo lo malo es cosa del demonio
»Bonifacio
y Dorotea se reyeron, y él con alegre semblante, sin
ver la culebra que estaba entre la yerba ni el daño que
le asechaba, por la grande confianza que de
su esposa tenía, dijo:
La
autoridad de la madre abadesa y la autorización del marido
»-Agora
bien, por mi vida, que Sabina lo ha reñido y pleiteado con gracia.
No se le puede negar lo que pide, habiéndolo
enviado a mandar el abadesa mi señora. Idos a holgar esos
dos días, que yo sé cuán de gusto serán
para vos y no menos para mí porque lo recibáis. Hermana
Sabina, decid a su merced que así se hará, como
se manda y, cuando aquesas señoras que decís vayan al
monasterio, pasen sus mercedes por aquí para que se vayan juntas.
¿Qué gana Sabina para estar tan contenta?
»Agradeciólo
Sabina con tales palabras, cuales de mujer tan ladina y que ya tenía
negociado su deseo. Fuese a su casa tan contenta y orgullosa, que ya
le parecía volverse atrás los pasos que adelante daba y que a su
posada nunca jamás llegaría. El corazón le reventaba
en el cuerpo de alegría. Quisiera, si fuera lícito, irla
cantando a voces por las calles; echábasele de ver el contento en
los visajes del rostro; hervíale la sangre, bailábanle los ojos en
la cara; parecía que por ellos y la boca quería bosar la causa.
»Cuando
en su casa entró, como una loca soltó los chapines, dejó caer de
la cabeza el manto y, arrastrándolo por detrás, alzando con las
manos las faldas por delante, que le impedían el correr, entró
desatinada en el aposento de su señor, que la esperaba. Por
decírselo todo, todo lo partía entre los dientes y la lengua, sin
que alguna cosa dijese concertada. Ya comenzaba por ativa, ya lo
volvía por pasiva. Bien o mal, tal como pudo, le dio el mensaje de
modo que todos aquellos ocho días no acabaron ella de referirlo y él
mil veces de preguntarlo.
»Volvía
a cada paso a tratar una misma cosa, discantaban luego si aquello
sería posible tener efeto. Parecíale que aquello, que dello
hablaban, le había de servir y quedar por
paga, sin acabar de creer que pudiera ser cierto un bien
tan deseado ni llegar a gozar de tan alegre día. Para el concierto
tratado hizo que se previniesen unas
parientas y conocidas de casa, de quien tenía satisfación
de cualquier secreto, que le ayudasen con su solicitud en este hecho.
»Llegado
el domingo, día ya señalado, vistiéndose unas en hábito de
casadas, otras de doncellas, de dueñas otras, fueron con Sabina por
Dorotea. Tocaron a la puerta. Salió su esposo, que ya las esperaba,
y como viese una tan honrada escuadra de
mujeres, a el parecer principales, llamó a la suya que
bajase presto, que la esperaban. Ella bajó tan simple como contenta.
Habláronse todas con muy comedidos cumplimientos y, entregándosela
el marido, la cogieron en medio y con ella y grande alegría fueron
su viaje.
»-¡Ay
amarga de mí, cómo se nos ha olvidado ir por doña Beatriz, la
desposada, que nos estará esperando y también la convidaron!
»-Por
los huesos de mis padres que dice verdad y que no me acordaba más
della que de la primera camisa que me vestí. No podemos ir sin ella.
Volvamos por aquí, que presto llegaremos allá.
Como un encierro
»Dio
entonces la vuelta uno de aquellos cabestros
de faldas largas y rosario a el
cuello por cencerro, tomando la delantera, y todas la
siguieron hasta dar consigo en casa de Claudio. Llamaron a la puerta.
Salióles a responder por la ventana una esclavilla, preguntando
quién llamaba y lo que querían. Una dellas le dijo:
Porque las mujeres tardan en arreglarse
»-A
Vuestras Mercedes suplica mi señora se sirvan de no tomar pesadumbre
aguardando un poco en cuanto se acaba de
tocar, que será en breve, y entretanto se podrán
Vuestras Mercedes entrar a sentarse a la cuadra.
»Ellas
entraron por el patio en una sala bien aderezada, donde se quedaron
las más y solas dos pasaron adelante a una mediana cuadra con
Dorotea. Estaba muy bien puesta, con sus paños de tela de plata y
damasco azul y cama de lo proprio, la cuja de relieve dorada. Junto a
ella estaba un curioso estrado, en que las tres tomaron sus asientos
y de allí a muy poco dijeron:
Novia camastrona y perezosa
»-¡Ay,
Dios!, y qué prolija novia hace doña
Beatriz, y si a mano viene, aún de la cama no se habrá levantado.
Andad acá, hermana, sepamos cuándo habemos de ir de
aquí.
Secuestro y violación pero la juzgarían culpable
»Salieron
las dos, y, quedándose sola Dorotea, se desparecieron, que persona
viviente no se conocía por la casa. Claudio
entró luego y, tomando en el estrado una de aquellas
almohadas junto a Dorotea, le comenzó a hacer muchos ofrecimientos,
descubriéndole la traza que para su venida
se había tenido, desculpando aquel proceder con lo mucho que le
hacía padecer. De que no quedó la pobre señora poco
turbada y triste, porque lo conocía de vista y sabía
sus pretensiones. Viose atajada, no supo qué hacerse ni
cómo defenderse. Comenzó con lágrimas y
ruegos a suplicarle no manchase su honor ni le hiciese a
su marido afrenta, cometiendo contra Dios tan grave pecado; empero
no le fue de provecho. Dar gritos no le importunaba, que
no había persona de su parte y, cuando de algún fruto le pudieran
ser y gente de fuera entrara, quien allí la
hallara forzoso habían de culpar su venida, sin dar crédito a el
engaño. Defendióse cuanto pudo.
»Claudio,
con palabras muy regaladas y obras de
violencia, y contra su resistencia y gusto, tomaba
de por fuerza los frutos que podía; pero no los que
deseaba, con que se iba entreteniendo y cansándola. Finalmente,
después que ya no pudo resistirle, viendo perdido el juego y
empeñada la prenda en lo que Claudio había podido poco a poco ir
granjeando de su persona, rindióse
y no pudo menos. Ellos estaban solos a puerta cerrada, el
término era largo de dos días, la fuerza de Claudio mucha, ella era
sola, mujer y flaca: no le fue más posible.
»Bien
se pudiera decir que había sido pendencia de por San Juan, si no se
les anublara el cielo. Comieron y cenaron en
muchas libertades y fuéronse a dormir a la cama; empero
breve fue su sosiego y sobresaltado su reposo. Porque nunca el diablo
hizo empanada de que no quisiese comer la mejor parte.
No quedará sin castigo
»Costumbre
suya es, cuando hace junta semejante, formar una tienda o pabellón,
convidando a que se metan dentro, que allí los
encubrirá y nada se sabrá, haciéndose cargo del secreto,
y después, cuando están encerrados en el mayor descuido y mal
pensada seguridad, abre las puertas, descubre, derriba los
pabellones, manifestando en público el
vicio recelado y, tañendo su tamborino, a repique de campana,
llama la gente para que allí acudan a verlos, dejándolos
avergonzados y tristes, de que más él se queda riendo.
»¿Quién
creyera que invención tan bien trazada viniera tan en breve a
descubrirse por tan estraño camino? ¿Quién esperara de tan
felices medios y principios, fines tan adversos y
trágicos? Mal dije que no se podía esperar menos, considerada la
danza y quien la guiaba. Demás que de
necesidad había de castigar el cielo a letra vista semejante maldad
y fuerza. Y aunque no fue la pena igual con el delito, fue
a lo menos aldabada poderosa, para que cualquiera buen discursista
reconociera la ofensa y hiciera penitencia della.
Cuando el gato no está, los ratones bailan
»Como
aquel día todo anduvo tan sin cuenta ni orden, allá
en su cuarto los criados ensancharon los vientres, quitaron los
pliegues a los estómagos y las canillas a las candiotas; comieron y
bebieron hasta ir a las camas gateando, dejándose la chimenea con
toda la lumbre y cerca della mucha leña. El fuego se fue
metiendo por los tueros y rajas, y ellos encendidos, comunicándose
con los más que cerca estaban, de manera que casi a la media noche
todo aquel cuarto se quemaba sin que persona lo sintiese, que dormían
todos.
»Era
víspera de San Juan. El teniente andaba de ronda y a el
grande resplandor, que ya la lumbre se devisaba de muy lejos, viola y
sospechó la verdad, que alguna casa se quemaba. Fuéronse por el
rastro de la claridad hasta la casa de Claudio. Dieron voces y golpes
a la puerta. La casa era grande. Los unos de
cansados, los otros bien borrachos y otros abrasados,
ninguno respondía. Levantóse por la vecindad mucho alboroto. Unos y
otros vecinos, preveníase cada cual de su remedio. Fuese llegando
mucha gente, y con fuerza que hicieron derribaron por el suelo las
puertas. Entraron por la casa, creyendo que los della ya fueron
consumidos con el fuego y cuando menos ahogados con el humo, pues
alguno por toda la casa no parecía.
Secuestrada y violada pero amante
»Fueron
las voces y el estruendo tanto, que Claudio recordó y, turbado de
aquel ruido tan grande, sin saber lo que pudiera ser, con
la espada en la mano y ambos desnudos, abrió la puerta del aposento
y, cuando vio el fuego, volvióse adentro para cubrirse con algo y
salir huyendo. El teniente creyó que la gente de fuera
fue quien abrió aquella sala para entrar a robar. Acudió a la
defensa con diligencia y halló a los dos
amantes, que apriesa y por salvarse buscaban los vestidos
y, teniéndolos en las manos, ninguno hallaba el suyo.
Expuestos a vergüenza pública
»Ya
podréis considerar cuáles podrían estar y qué
pudieran sentir, viéndose desnudos, la
casa llena de gente y sobre todo su mayor enemigo el
teniente, que los había cogido juntos. Volvamos, pues, a él, que
luego conoció a Dorotea. Quedó tan fuera de sí, que de los tres no
se pudiera hacer alguna diferencia cuál estaba más muerto. Porque
nunca el teniente pudiera persuadirse de persona del mundo a
semejante cosa. Pues, teniendo por testigos
a sus proprios ojos, aún los tachaba.
Resuelto a vengarse, y más de Dorotea
»Viose
tan turbado, tan abrasado de celos, tan
desesperado y loco, que por vengarse dellos y sin otra consideración,
los hizo llevar a la cárcel con ánimo de vengarse y
más de Dorotea, que, por no
haberle admitido, estaba resuelto de infamarla, buscando
rastros para tener ocasión con que prender
también a su marido, pareciéndole no haber sido posible no ser
sabidor y consentidor del caso, dando a su mujer licencia
que fuese a dormir con aquel mancebo, por
interese grande que por ello le habría dado. Que una
pasión de amor hace cegar el entendimiento, volviendo los ánimos
tiranos y crueles.
Todos a la cárcel
»A
ella la llevaron cubierta con su manto, con orden de que
no fuese por entonces conocida hasta hacer la información,
y a él por otra parte también lo llevaron preso. Y aunque hizo
Claudio por impedirlo grandes diligencias, pretendiendo escusar los
graves daños que dello pudieran resultar, ni
ruegos ni dineros fueron parte a que la rabia del corazón se le
aplacase a el juez.
»Ellos
quedaron en su prisión y el
juez echando espuma por la boca,
hasta que se aplacó el fuego y lo dejó muerto; mas el de su corazón
muy vivamente ardía. Era ya después de media noche. Había padecido
mucho con
el cansancio y más con el enojo.
Fuese a dormir, si pudo, que se cumplió el refrán en él: Así
tengáis el sueño.
»No
lo tuvo bueno ni es de creer; antes con el enojo trazaría la
venganza, guisándola de mil modos para que
no escapasen o a lo menos limpia la honra. Mas estaba
haciendo la cuenta sin la huéspeda. Que apenas él tenía los pies
en la cama, cuando ya Dorotea tenía cobro.
La intervención de Sabina; las mujeres, algunas veces, aciertan sin pensar
»Dormía
Sabina en un aposento más adentro del de su amo, para si en algo
fuese menester de noche, y, como hubiese tenido atención a todo lo
pasado, acudió presto a el remedio. Que
siempre las mujeres en el primer consejo son más promptas que los
hombres, y no ha de ser pensado para que acierten algunas veces.
Sacó de su aposento un grueso capón que había quedado de la cena,
el cual acomodó con un gentil pedazo de jamón de la sierra, con un
frasco de generoso vino, buen pan y reales en la bolsa. Poniéndose
un colchón, sábanas y un cobertor en la
cabeza y la cesta en el brazo, se fue a la cárcel. Pidió
al portero que le dejase meter aquella cama y cena para
una dueña de su amo, que, porque se tardó en dar un caldero con que
sacar agua para matar el fuego, la mandó traer el teniente presa.
Con esta poca culpa y cuatro reales de a
cuatro que le metió en la mano, le abrió las puertas,
haciéndole cien reverencias, aunque con la ropa que sobre la cabeza
llevaba no le vio la cara.
»Ella
entró con su recabdo a Dorotea, que más estaba muerta que viva.
Estuvieron hablando solas, porque las más presas ya dormían. Y de
allí resultó que Dorotea, hecha Sabina y
puesta una saya suya verde que llevaba, llamó a el portero y le dio
la cena, diciendo que la dueña no la quería ni dormir en
cama hasta salir de allí. Él vio su cielo abierto y al
sabor del tocino se puso en manos del vino, guardando la
resulta para el siguiente día.
Como vuelvo a mi casa con semejante papeleta
»En
cuanto el carcelero se ofrendaba, se cargó Dorotea el colchón en la
cabeza y salió de la cárcel, dejando en su lugar a Sabina, y con
dos de las mujeres del día pasado se volvió a casa de Claudio,
hasta por la mañana, que con ellas y otras volvió a su casa,
fingiéndose no haber estado buena de salud y que por eso se volvía.
[Candela de Mujeres al borde de un ataque de nervios: Pepa, yo no sabía donde presentarme. Yo no podía ir a Málaga con esta papeleta... Bastante es que soy modelo.]
[Candela de Mujeres al borde de un ataque de nervios: Pepa, yo no sabía donde presentarme. Yo no podía ir a Málaga con esta papeleta... Bastante es que soy modelo.]
Irse de rositas
»Ya
el teniente andaba orgulloso para el siguiente día martes y no se
olvidaba Claudio, porque, como ya
sabía estar la señora en salvo, hizo que un su amigo hablase a el
asistente, suplicándole que personalmente lo desagraviase, viendo la
sinjusticia que le habían hecho. También el teniente,
cuando fue a comer a su casa y se puso a la ventana, mirando con
infernal celo a las de Dorotea, reconocióla y vio que, sentada con
su marido, estaban comiendo juntos.
»Perdía
el seso, estaba sin juicio, pensando qué fuese aquello. Envió a la
cárcel a saber quién soltó la presa de la noche antes. Dijéronle
que allí estaba. Ya pateaba en este punto, porque sin duda creyó
estar loco, si acaso no hubiera sido sueño lo pasado. Así pasó
aquel día hasta el siguiente, que, viniendo a la visita el asistente
con sus dos tenientes, mandaron llamar a Claudio y a la mujer que con
él había venido presa. Los cuales, como ya
hubiesen dicho en su confisión quiénes eran y allí fuesen
públicamente conocidos, fueron sueltos.
Daños materiales y deshonra de una hermana; se ordena franciscano
»Empero
no tan libres que Claudio no purgase bien
las costas. Porque cuando a su casa llegó, halló la mayor parte
della y de sus bienes abrasados y juntamente a una su hermana
honesta, de las que sacaron a Dorotea de su casa, la cual fue hallada
con un su despensero en una misma cama muertos y otros tres criados.
Tanto sintió este dolor, lastimóle de tal manera el corazón
semejante afrenta, porque aquello había sido en toda la ciudad
notorio, que de la intensa imaginación adoleció gravemente. Y no
deseando salud para gozarse con ella, sino sólo para hacer
penitencia del grave pecado cometido, convaleció y, sin
dar cuenta dello a persona del mundo, se fue a el monte, donde acabó
santamente, siendo religioso de la Orden de San Francisco.
Con su marido y en paz, porque mueren todos los testigos
»Dorotea
se fue con su marido en paz y amistad, cual siempre habían
tenido. El teniente se quedó muy
feo, sin muchos doblones que le daban y sin
venganza, y Bonifacio con todo su honor. Porque Sabina y las más que
supieron su afrenta, dentro de muy pocos días murieron.
Que así sabe Dios castigar y vengar los agravios cometidos contra
inocentes y justos.»
Con
esta historia y otros entretenimientos, venimos con bonanza hasta
España, que no poco la tuve deseada, sin ferros, artillería, remos,
postizas ni arrombadas. Porque todo fue a la
mar y quedé yo vivo: que fuera más justo perecer en ella.
[Me
he reído mucho, la verdad. Me ha parecido toda la historia un
disparate. Pero fue publicada en 1604, no hay que perderlo de vista. Una mujer engañada, secuestrada y violada que, ni es la
Marina de Átame, que termina enamorándose de Ricky, ni clase alguna
de heroína, porque todo su afán es silenciar lo que le ha pasado.
La mudez y la invisibilidad. En realidad, más parece la historia del sagaz Claudio.
El
papel del teniente también tiene su aquél. Y no digamos las
conclusiones y su decisión de vengarse.
El
juez que echa espuma por la boca hasta quedar muerto es sensacional.
Iba a prevaricar, ¿no? ¿O es que se espera de un juez -de lo humano
y lo divino- que tome las causas de un modo personal?
La
salida de Claudio, ordenándose franciscano y haciendo voto de
pobreza me parece muy consecuente. Había perdido todos sus bienes
materiales y tenía que purgar su culpa. La muerte y
la deshonra, su castigo, no le vienen directamente a él sino a
través de una hermana. ¿Qué mayor daño que ése? Nótese que la
hermana fue hallada junto al despensero.
Compararía
esta historia con la novela de El curioso impertinente, mucho más
cercana a nosotros. Mucho más realista y donde la mujer tiene un
papel más digno.
Asímismo
la compararía con Carta de una desconocida, la novela de Stefan
Zweig, publicada en 1922. Esa mujer que tampoco tiene ya nada que ver
con nosotras, las mujeres del siglo XXI, pero que supone un cambio
respecto a la perversión del amor de Dorotea.
Digamos
que en Carta de una desconocida, la protagonista es la mujer y asume
el papel activo. Es un Claudio romántico y apasionado cuyo objetivo
es enamorar al escritor, convertirse en el centro de su vida. Para
él, ella es invisible, indiferente, indistinta a las demás mujeres
con las que también tiene aventuras. Pero le une una característica
con Dorotea: no tiene voz. No puede expresar sus sentimientos. Es una
especie de Sirenita y, aunque puede valerse de la astucia para
alcanzar su enfermizo propósito, no puede manifestarle su voluntad.
Su
voluntad es que este hombre se rinda ante ella pero sin que parezca
que ella ha hecho nada por conseguirlo.]
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