Ingmar Bergman. Ser o no ser, Juan Cruz [El País, 30 de julio de 2007]
Bergman, Eichmann y los justos, Javier Cercas [El País, 22 de diciembre de 2013]
Un hombre de preguntas difíciles, Woody Allen [El País, 22 de agosto de 2007] Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Esta con Ingmar Bergman es una de las entrevistas más
hermosas y más desgraciadas de mi vida como periodista. La conseguí con dificultad, la hice
con desesperanza, terminó como una fiesta, y fue publicada con reticencia.
Ahora aparece entera, pero mi redactor jefe de entonces no tuvo en cuenta la
importancia implícita que tenía la conversación y la dejó a la mitad, o menos.
Yo mismo he hecho barbaridades similares; Jesús Ceberio, mi director durante
años en el periódico El País, suele recordar cómo le recorté una
entrevista que le hizo a Gabriel García Márquez cuando éste obtuvo el premio
Nobel de Literatura; en las redacciones se hacen estas cosas, y sólo el tiempo
recupera la memoria del desafuero como una bofetada en el rostro del periodista
que sufrió el recorte a un trabajo que le costó sudor o insistencia. Lo que me
hizo aquel redactor jefe con aquella entrevista a Ingmar Bergman no es más
grave que lo que le hice a Ceberio con el texto de la conversación que sostuvo
en México con el autor de Cien años de soledad. Ahora le dedico este
libro a Ceberio, y ni así le apagaré la ofensa.
Aquella entrevista a Bergman fue hecha a principios de diciembre de 1989,
en Estocolmo, en un momento bastante difícil de mi vida personal; estaba en
Suecia con mi hija Eva, para asistir a las ceremonias en las que se iba a
coronar como premio Nobel de Literatura a Camilo José Cela, y yo iba allí como
enviado especial del diario El País. Un amigo, el periodista de origen
húngaro Gabi Gleishman, un tipo
simpático y extremadamente eficaz, muy amigo de Knut Ahnlund, el académico que
había trabajado para que Cela ganara ese galardón, se había empeñado en que yo
tuviera una entrevista con Bergman. El dramaturgo y cineasta más importante de Suecia y
durante años también del mundo, por la profundidad de su obra y también por su
revolucionaria manera de contar en imágenes la soledad y el desamor no daba
entrevistas, eso era notorio, y conseguir una era algo así como un éxito
periodístico que sería valorado en cualquier redacción. Gabi quería que yo
fuera feliz, también como periodista, y procuró ese encuentro con el ahínco que
ponía en todas las cosas que hacía. Así que finalmente la logró, me avisó antes
de volar a Estocolmo, y yo fui preparado para la eventualidad de que se
confirmara. Finalmente iba a ser el 9 de diciembre, por la mañana, en el Dramaten. Me levanté
temprano; la ciudad estaba nevada y gris, mi hija dormía en mi habitación, y yo
la miré envidiando el sopor tranquilo que animaba su sueño, y deseando, al
tiempo, que se produjera una llamada de última hora señalando que el señor
Bergman no podría recibirme. Estaba entonces en medio de una enorme depresión,
acelerada, además, por la tensión que había en aquella misión que protagonizaba
el premio de Cela y cuya crónica también figura en este libro.
Pero había que ir, y me fui en taxi al Dramaten, junto
con Luis Magán, el fotógrafo que me acompañaba en ese viaje y que fue quien
luego nos retrató juntos a Gabi y a mí, felices y sonrientes, con Ingmar
Bergman.
Cuando llegamos ya nos esperaba Bergman, vestido de
verde, apoyado en el quicio de la puerta; entonces me dio la impresión de que
tenía la apariencia de un leñador austríaco; sonreía con una felicidad muy diáfana, y nos invitó
a sentarnos en torno a una mesa de caoba en cuyo centro había tan solo un
frutero del que sobresalían una manilla de plátanos y unas manzanas.
Tardamos muy poco en ponernos ante el magnetófono. En
un momento determinado de la conversación él acercó su vista a mis ojos, y descubrió en ellos
una especie de arco. Arco senil, parece que se llama técnicamente-, y
expresó su asombro por esas características que le parecían insólitas, o nunca
vistas por él. Eso le llevó a bromear con la posibilidad de que mis ojos me
sirvieran no sólo para acrecentar mi atractivo sino para convertirme en una
estrella de cine.
Esto no es propio de una persona insegura: mirar al entrevistador a los ojos.
Así que ya habíamos llegado, en el curso de la conversación, a una cierta intimidad afable que él acrecentó con risas y fiestas que se prolongaron hasta el final, cuando le pidió a Magán su cámara y se puso a hacernos fotografías.
Fue un encuentro muy hermoso, muy emocionante; él estaba
entonces en un momento difícil de su carrera; ya lo había hecho casi todo,
decía, y estaba buscando
cómo quedarse en silencio.
Por la noche, después de horas de trabajo en torno a
las festividades de Cela, Gabi nos invitó a su casa, con Luis Magán, y allá
fuimos. Al recibirnos, nuestro anfitrión me dijo, alborozado:
-Fíjate, ha llamado Bergman y ha dicho que le encantó
encontrarte. Pero me dijo que antes de que se hiciera la hora de la entrevista había
estado a punto de llamar para cancelar la entrevista. Estaba muy deprimido.
Desde el mismo clima había ido yo. La coincidencia del ánimo siempre se ha
quedado grabada en mi memoria como uno de los factores que hace el encuentro
con Bergman uno de los más felices de mi vida como periodista.
Lástima que el redactor jefe no se sintiera seducido
por completo y dejara la entrevista en casi nada. Claro que eso mismo le hice
yo a Ceberio.
Ahora al menos podemos leer entera aquella
conversación con Bergman.
PREGUNTA: ¿Es usted muy reacio a que le entrevisten?
RESPUESTA: Sí, es una cuestión de principios. Cuando trabajé
haciendo películas tenía que hacer muchas entrevistas y me presionaban para que
participara más pero ahora… Ahora quiero
proteger mi privacidad y eso significa que se acabaron las entrevistas. Es
muy difícil ver a alguien durante una hora. Te puedes encontrar con alguien que
no te gusta y tienes que sentarte con ese alguien durante una hora. Lo que sale de allí son simples opiniones y malos
entendidos. Si son míos, no hay problema pero si vienen de otra persona sí.
P: Lo que acaba de decir no solo es una declaración a
los periodistas sino una llamada al silencio. Como espectador español, siempre
tuve la sensación de que algún día usted iba a decir: "Ya no voy a hablar
más".
R: Sí. Esto (la entrevista) es puro accidente. Ahora estoy alejado del mundo de las películas y soy
un campesino. Solo quiero sentarme en mi mesa a escribir y leer.
P: Esta mañana estaba releyendo el comienzo de su
biografía y mi hija, que está conmigo, estaba durmiendo. Todo estaba en
silencio. Leía en un silencio absoluto y pensaba que al escribir sus memorias debió encontrarse con el
silencio. Me conmovió mucho su biografía por razones personales. Usted es tan
apasionado que más que hablar de sí mismo, parece que habla de los demás.
R: Soy un niño. Ya lo dije una vez: toda mi vida creativa proviene de mi niñez. Y
emocionalmente soy un crío. La razón por la que a la gente le gusta lo que hago
o hacía es porque soy un niño y les hablo como un niño.
P: ¿Se siente usted conmovido al verse a sí mismo en
esa postura? ¿Comparte usted sus emociones?
P: Su pregunta es muy ingeniosa e inteligente pero he
de decirle que me gusta cuando la gente ve y lee
algo que he hecho, siempre que se me escuche con el corazón y con las emociones. En teoría, no
tiene mucho que ver con el intelecto. Todo lo que he hecho en mi vida ha sido
emocional y lo emocional se lo he entregado a mis películas. Pueden crear emociones para la gente
que las ve y recibe. Pero no son mis emociones. A veces,
incluso pueden llegar a ser negativas. Lo
que detesto es la indiferencia. Cuando conozco a alguien que es indiferente me hace
sentirme muy infeliz.
P: Usted es un hombre de palabras y de silencio. ¿Cómo
lleva usted eso de usar a otras personas y emplear una técnica, como es la de
hacer películas, para poder expresar lo que quiere?
P: No soy un hombre de palabras. Las palabras me resultan muy, muy difíciles. He
trabajado durante 50 años y nunca me he fiado de las palabras. Durante mi niñez
comprendí que mis padres decían ciertas cosas cuando querían decir lo
contrario. Yo se lo notaba en las caras, en los gestos, en las voces. No
comprendía lo que decían pero lo sentía. Toda mi vida he pensado que los
grandes escritores usan las palabras como un abrigo para sus emociones y a
veces las palabras pueden ser muy enigmáticas. Estoy pensando
en Ibsen o en Shakespeare. He luchado para comprenderles toda mi vida y cada
vez que los leo el significado de sus textos cambia. Ser músico es mucho más
simple. Las notas son un instrumento que refleja perfectamente las emociones
humanas. Pero cuando tenemos que interpretar
palabras, es muy, muy difícil. Ese es el primer obstáculo: las palabras. Luego tienes
a los actores y a los técnicos. Tienes que ser muy cuidadoso a la hora de
elegir a los actores y a tu equipo porque lo
importante es saber entenderse sin palabras. Por eso
siempre he trabajado con las mismas personas. Creo que he hecho más de 50
películas y sólo he tenido a tres operadores de cámara.
Cuando estábamos trabajando en Munich, el equipo
alemán se sorprendió. Se preguntaban qué hacían todos estos escandinavos trabajando sin hablarse. No teníamos que hablar. Con
los actores es diferente. Me llevó mucho tiempo encontrar a actores que fuesen
capaces de hablar conmigo sin palabras. Necesitaba a gente que me entendiera
emocionalmente.
Es como un niño o un perro que no entienden las
palabras pero saben cómo suenan. No pueden decir nada pero lo entienden
perfectamente. Es muy interesante. Poco a poco, encontré a la gente con la que
quería trabajar.
P: Esto me recuerda a una anécdota de Samuel Beckett.
Él y su amigo, Patrick Whalberg, jugaban al billar todos los días en París.
Jugaban durante cinco horas sin decirse nada. Y cuando acababan de jugar, cada
uno se iba a su casa sin decir nada.
R: (IB se ríe) Es
como la relación que tengo con Sven Nykvist. Hemos trabajado juntos durante más
de 30 años y tan solo hemos salido a cenar juntos unas 3 o 4 veces en todo ese
tiempo. Le quiero como a un hermano, como a un amigo, pero de nuestras vidas
privadas no tenemos nada que compartir. No nos interesa. Por eso entiendo
tan bien esa anécdota.
P: Lewis Carroll dijo que quería ver la luz de la vela
cuando ésta se apagaba, y cuando se apagaba ni siquiera había vela. ¿Puede
existir un mundo sin palabras?
P: Eso sería imposible. Creo que estamos cerca y me da
miedo. La Edad Media era una época de imágenes y pocas palabras y creo que estamos cerca de una gran catástrofe si
seguimos viviendo en un mundo sin palabras. Ingrid y yo tenemos hijos. Ella
tiene 4 y yo 8 así que juntos tenemos 12 hijos. Son mayores y ellos ahora
tienen hijos y nos damos cuenta que el lenguaje de nuestros nietos no es tan
puro como el de mi generación. Creo que es algo espantoso y hemos de volver
al mundo de las palabras porque el mundo ha de vivir hacia fuera no hacia
dentro. Aunque a veces nos alejemos de ellas, de las palabras.
¿A qué se refiere? ¿A que las conversaciones ahora están “vacías de contenido”, a que no se produce verdadera comunicación? Es curioso y destacable que hable en este caso de sus hijos y nietos. Da a entender que tiene con ellos problemas de comunicación.
R: Pero usted es un buen escritor.
P: Yo no me siento escritor. Para nada. Me siento un
hombre de teatro, de películas. A pesar de haber escrito toda mi vida porque
escribí todos mis guiones e incluso he escrito guiones para otros, el hacer películas y hacer teatro
me resulta más preciso que escribir porque tiene que ver con mis emociones y
yo al público no podría dárselas directamente.
Incluso cuando hablo mi propio idioma, siento que no
puedo expresarme. Siempre es una tortura cuando escribo porque nunca
encuentro las palabras adecuadas.
Me gustaría haber sido músico. Violinista o pianista.
Porque ellos ven una nota y la pueden recrear. También hubiese querido ser
director de orquesta. Miran la partitura y la pueden aprender de memoria y la
pueden llevar consigo a todas partes. Puedes alcanzar cierta precisión.
Los buenos escritores también son capaces de alcanzar cierta precisión. Claro que no es un lenguaje matemático. ¿Por qué no es necesario ser un buen lector para poder apreciar, por ejemplo, el Quijote? ¿Por qué mi madre me llamó emocionada con esa frase de Cervantes que había copiado del discurso de Felipe VI?
—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro86. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo87 y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables88, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que no debes congojarte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas.
Me decía: ¿Cómo puede una frase tan sencilla encerrar un mensaje tan hondo?
P: En España hemos visto sus películas y hemos leído
sus obras y en general nos parece que son españolas. Usted, que tiene la fuerza
de Unamuno, ¿cómo se siente? ¿Universal? ¿Sueco? ¿Español? ¿Cómo es posible que yo pueda ver
una de sus películas y piense?: ¡Esto es tan español!
R: Pues no lo sé. Pero me recuerda a cuando estábamos
haciendo Escenas de la vida conyugal. No tenía otra cosa que hacer así
que empecé a escribir diálogos sobre la convivencia, sobre el matrimonio? Y
comenzamos a improvisar. No teníamos equipo ni nada. Lo hicimos en mi casa, que
está en una isla. Construimos un establo y filmamos 6 horas de una serie de
televisión. No sé por qué, pero
una vez montado hicimos un pase privado y mi mujer, al verlo, se giró hacia mí
con un gesto de dolor y me dijo: "No podemos enseñar esto. Es privado.
Tenemos que bajar el tono y dejarlo estar. No sólo por mí sino por tus amigos y
sus esposas". Entonces me entró miedo porque sabía que tenía razón.
Es tan de verdad que provoca pudor. Eso mismo pensaba estos días al leer Patrimonio, de Philip Roth. Me sorprendía su habilidad para que sientas como común algo que, en principio, es tan íntimo y privado. Su padre deshaciéndose de las pertenencias de su madre horas después de su fallecimiento…Lo cuenta de manera que te ayuda a comprender. Yo he vivido situaciones que él describe y que no me habría atrevido a contarlas. ¿Por qué pensamos que eso sólo nos ha ocurrido a nosotros? ¿por qué lo silenciamos? Parece que de las cosas importantes apenas hablamos
Nos dieron mucho dinero y lo redujimos a tres horas. A
todos les pareció que era suyo. No era una serie de televisión sueca, ni noruega,
ni española ni americana sino todo a la vez. Fue una gran alegría. Porque, en cierto modo, todos somos iguales. Creo que tiene
que ver con el hecho de que somos muy provincianos, no
internacionales. Y justamente porque somos provincianos, de pronto nos volvimos
internacionales. Lo peor es intentar ser internacional.
P: ¿Disfrutó haciendo películas?
R: A
veces era una obligación pero siempre ha sido una obsesión. En cierto
modo, hacer películas es muy erótico. No sé muy
bien por qué. No porque te acuestes con las actrices, tiene que ver con otra
cosa. Creo que es porque hay un entendimiento emocional al
completo. Estamos rodeados de personas que están vinculadas a nosotros. El operador
de cámara, el director, los actores. El
operador de cámara por ejemplo, tenía una forma de agarrarse a la cámara que
parecía que estaba abrazando a una mujer. No
soy yo, en esos momentos, no era yo. Yo era ellos y estaban dentro de mí. Hacer
películas es como tener un romance.
No creo que haya muchos directores que puedan describir así su trabajo
P: ¿Donde se encuentra más cómodo o más consigo mismo?
R: Es difícil pero diría que haciendo películas. Los
métodos son mucho más neuróticos que en el teatro porque cuando haces una
película tienes a 50 técnicos y 4 o 5 actores. En el teatro tienes 50 artistas
y la mitad de los técnicos que en una película. Cuando
haces una película trabajas ocho horas al día para conseguir tres minutos
buenos de material. En el cine no puedes arriesgarte a mostrar ni un minuto
malo. En el teatro es más bien un proceso. Si no sale
bien, intentamos mejorarlo y cada día sale mejor. Pero el cine es distinto. Y
tengo que tener cuidado que los demás no se den cuenta
de lo neurótico que es. De lo estresante que es.
P: Esta búsqueda de la perfección es como buscar una
aguja en un pajar.
R: Es cierto, pero la perfección ha de llegar cuando
jugamos nuestros juegos. Es muy importante porque si pensamos que no necesitamos esta perfección, no nos
tomaríamos nuestros juegos en serio y entonces todo sería en vano.
P: La gente se pregunta: ¿quién es ese hombre de
silencios, de palabras y de imágenes, que un día dijo: "Quiero decirle
adiós a todo esto"?
P: Decirle
adiós al cine fue muy simple porque ya no sentía las manos. A un coche
antiguo, a un Hertz o un Jaguar, le puedes meter dos motores nuevos y basta.
Pero si está muy mal a la par que antiguo,
eso es otra cosa. Y así me sentí yo al dejar el cine. En la última
película que rodé, empecé a temblar. Esa película se llamó Fanny y Alexander
y el rodaje duró siete meses. Era una serie de televisión y trabajamos todos
los días durante siete meses, sin parar. Al
final del día tenía que tener mis tres minutos y había tantos actores y
actrices… Me dije a mi mismo: si quieres vivir más tiempo, tienes que
prepararte para la vejez. En cierto modo, fue una despedida maravillosa.
Trabajamos juntos, nos reímos juntos, lloramos juntos... Cuando estaba en la
Universidad estudié Historia de la Literatura y yo debía tener 19 o 20 años.
Había una chica guapísima en clase. La chica más guapa que te puedes imaginar.
Todos estábamos enamorados de ella. Yo sobre todo, y yo no era precisamente un
chico guapo ni mucho menos. Tenía talento pero aun así nos rechazó a todos y no comprendimos por qué. Después de
unos años, me la encontré y le dije: Todos estábamos enamorados de ti. ¿Por qué
no te acostaste con nosotros? Ella me dijo: Verás, dos años antes de la
universidad, estaba en Persia y conocí a un jeque árabe y fue el amante más
maravilloso que había conocido hasta entonces. ¿Qué debía hacer? No quería
arruinar las memorias de ese hombre. Es exactamente lo que me pasó con Fanny
y Alexander. Me lo pasé de miedo con un jeque árabe así que, ¿por qué
continuar? (se ríe).
P: ¿Tomó esa decisión antes de comenzar a rodar?
R: Sí, empezó antes, algunos años antes. Eso en cuanto
al cine. El teatro es distinto. Acabo de hacer La Casa de Muñecas y en
1991 produciré una ópera, de un joven compositor con mucho talento llamado
Daniel Borsch. Este año quería producir otra obra pero dada mi recuperación no
pude.
P: ¿Tuvo alguna vez alguna experiencia con la ópera?
R: Sí, algo pero no mucho.
P: Teniendo una personalidad tan fuerte, ¿cómo puede
leer las palabras de otros? Por ejemplo, ¿es usted Ibsen cuando lee a Ibsen?
R: Soy como un director de orquesta. Miro las palabras
como si fueran notas e intento comprender su significado. Ahora vuelvo a obras
que leí hace tiempo y tienen otro significado. Cada vez que he hecho El
misántropo, de Molière, he sacado significados diferentes. Hay una obra de Ibsen, que es muy enigmática y poco a poco comprendí que
era una de las historias de amor más apasionadas de la historia del drama pero
lo raro es que eso nunca aparece, a lo largo de dos horas, jamás lo menciona.
Ibsen me llegó tarde porque yo siempre estaba entretenido con Stringberg. Quiero que
mis experiencias, mi comprensión y entendimiento y talento para traducir
palabras se conviertan en emociones para ofrecérselas a actores y juntos
dárselo al público. Es un mundo muy, muy apasionante. Es muy parecido al
trabajo de un director de orquesta.
P: Le voy a hacer una pregunta muy periodística pero ¿Es usted espectador?
R: Soy un espectador empedernido. Me apasiona ir al
cine. Pero voy a mi propio cine. En la isla en la que vivo somos unos 400
habitantes. He construido siete casas allí y yo vivo en una de ellas aunque
tengo un apartamento en Estocolmo. Pero siento que la isla es más mi casa. He
vivido allí casi 20 años.
Decirle adiós al teatro, después de la opera, será
distinto. En el teatro tienes que ser muy fiel a
pesar de que el teatro no está obligado a mantener ninguna fidelidad contigo.
Pero lo voy a hacer. Hay tantos libros que aún no he leído. Y tantas películas
que quiero ver y volver a ver.
Rehabilité un viejo establo que tenía 150 años y lo
convertí en una sala de cine maravillosa. Tiene 25 butacas. Todos los días voy
a este cine y tengo la suerte de tener allí a un colaborador que se encarga de
proyectar las películas. En la isla hay una filmoteca increíble con más de
1.500 películas y tengo permiso para llevarme las que quiera. Así que hago una
lista de unos 50 películas que quiero ver y ellos lo tienen todo. Es
maravilloso. Voy todos los días a las 3 de la tarde. Me encanta porque así
puedo controlarlo todo. Además es una sala de cine increíble y técnicamente
perfecta.
P: ¿Qué ha visto últimamente?
R: Este verano he visto películas suecas y francesas de
principio de siglo.
P:¿Le gustan las películas que se están haciendo en
Europa?
R: Me gustan mucho, sí. Pero también me gustan los westerns.
Y las películas malas. Todo me resulta interesante. Hasta las
películas malas de los años 30. Aprendes mucho sobre cómo se pensaba en esa
época, la decoración y la forma de vestir
P: ¿Ha visto usted películas españolas?
R: Sí, por supuesto. Hay una en particular que me gustó
mucho. Se llamaba La
Muerte de un Ciclista, de Bardem. Creo que fue su mejor película. A
Saura también le conozco.
P: Hay un director de cine español que me recuerda
mucho a usted, a sus obsesiones. Se llama Víctor Erice.
R: No nos llegan muchas películas españolas y ese
director le desconozco pero me gusta mucho Saura.
P: Creo que le imita, la forma que tiene él de vestir,
la manera en la que habla, ¿Cree
usted que ha creado una nueva manera de ser en el cine?
R: Siempre
me sorprende cuando me dicen esas cosas. Hábleme de más directores españoles.
P: Berlanga.
R: Saura es el que está casado con la hija de Chaplin,
¿no?
P: Sí, estaba casado.
R: No
sé mucho del cine español, pero comparado con el italiano, no se hacen tantas películas
allá. También
tendrá que ver con la cuestión política
P: Sí,
y el cine español es bastante provinciano. Desde 1982 se están empezando a hacer otro tipo de
película, como las de Almodóvar. ¿Ha visto usted Mujeres al borde de un
ataque de nervios?
R: Oh, me encantó. La vi este verano. Qué película más
maravillosa. También conocí a Rossy de Palma, que tiene una cara fantástica.
Espero que continúe con su carrera. La
película me pareció tan estridente y tan acogedora al mismo tiempo. Una
película de las emociones humanas y la desesperación.
P: Acabo de ver una película llamada Bagdad Café,
¿la ha visto?
R: Sí, es una película muy buena pero, ¿sabe qué? Creo
que ahora le toca el turno a las películas rusas. Veremos muchas películas rusas. Por lo aislados que
han estado tienen su propia manera de contar historias. Yo he visto
mucho cine ruso y son películas muy fuertes, muy creativas. También se están
haciendo buenas películas en Polonia, Hungría, películas de Europa del Este. Me
gusta mucho el esfuerzo europeo por hacer películas. Creo que es muy importante que el cine europeo se
defienda del americano, aunque esto tiene mucho que ver con las distribuidoras,
y hay tantas decisiones políticas por medio, pero tienen que darle una
oportunidad al cine que se hace en Europa. Es horrible depender solo de películas americanas. En
la televisión sueca ponen trailers de películas americanas todos los días. Las
distribuidoras tienen mucho poder, pero ni siquiera intentan promocionar las
películas que se hacen aquí. Estoy muy involucrado en este movimiento. Creo que
puedo ayudar. De momento soy parte del jurado y ayudo en la selección de
películas. También soy miembro del consejo. Tienen
mucha suerte en España porque tienen a un ministro de Cultura muy bueno [que
entonces era Jorge Semprún].
Me acuerdo de Lluis Pasqual. Hizo una obra teatral
fantástica, El Público, el drama de Lorca. E intentamos traerle hasta
aquí para que hiciera un remake de aquella producción pero
desafortunadamente no podía. Los
buenos directores, sobre todo los genios, tendrían que estar administrando sus
sueños y ambiciones en lugar de estar sentados con políticos porque luego no
les queda mucho tiempo para hacer películas y eso es peligroso.
P: Él también dirigió Comedia sin título. Es una
persona maravillosa. Tiene mi edad y mi estatura. Pero siempre está sudando y
pensando.
R: Oh, pobrecito.
P: Usted dijo que está siendo influenciado todo el
tiempo. ¿Cómo le influye vivir con alguien? ¿Le influyen más las dificultades o
las alegrías de estar con alguien? ¿La comunicación o el silencio?
R: Es tan difícil de explicar esto en ingles. Creo que
lo más importante de vivir con alguien es…
Pasa como lo que ocurrió con Casa de muñecas.
Vino un crítico danés muy famoso con su hermano, que había sido escritor, y le
preguntó qué debía escribir sobre la obra. Y su hermano le dijo: el comentario más sincero que se ha dicho de Casa
de muñecas es que se trata de una pasión sin amistad. Y creo que en la
convivencia debería ser así.
P: Eso es muy sabio.
R: Lo más importante es que la gente sea vista pero que no se vean los roles que interpretan. Durante toda
la vida existe una sociedad que espera que interpretes cierto rol. Si te quitas
la máscara estás desnudo. Un viejo sacerdote me dijo una vez que el amor debe hacerte sentir maduro y niño pequeño,
pero no podías ser las dos cosas a la vez. Un día te toca ser el niño y al
siguiente te toca hacer de adulto maduro y esto es así. Tienes que ser la
persona que eres.
[No he
entendido nada. No coincido con lo que dice, si es que lo entiendo. ¿Una buena
relación de pareja es pasión sin amistad? Yo diría que la amistad es sólo un
poco menos importante que la pasión. ¿por qué habría que renunciar a uno de los
dos? ¿no es posible tener el rol de mejor amigo y, al mismo tiempo, estar
apasionadamente enamorado?
Cuando habla de
adulto y niño se refiere a los roles de amante y amado. Porque siempre somos
las dos cosas aunque en distinta proporción. Unas veces más amantes y, otras,
más amados. Qué aburrido y desastroso cuando sólo nos identificamos con un rol]
P: Su trabajo no solo ha sido una búsqueda de la
perfección sino de la felicidad. Para usted, ¿qué quiere decir esta palabra?
R: Nada. No significa nada. Lo que he intentado hacer
durante mi vida es crear cosas y darles vida. La vida creativa está llena de destrucción y está
constantemente amenazada. Hay tantas tentaciones, tantas veces que dejas algo
que has querido hacer, hay tantos compromiso. No sé lo que es la felicidad. ¿Sabe usted lo
que es la felicidad?
P: Es un instante.
R: La felicidad está bien para alejarse de uno mismo de
vez en cuando. Cuando te olvidas totalmente de ti mismo y estás de
pronto metido en algo que es mucho más grande que tú, ya sea estar enamorado o aferrarte a una
religión
P: Pero incluso la perfección no nos hace felices.
R: No puedes dejar que la perfección sepa el alcance de
su peligro. Si no, la perfección es
algo que intentas pero en el momento en el que lo alcanzas y lo tienes,
se muere. En la imperfección existe la perfección.
P:¿A qué hora del día es Ingmar Bergman un niño?
R: Creo que es bueno estar en contacto con el niño que llevas
dentro todos los días, en pequeñas proporciones. Poder enfadarte y caminar
por la orilla del mar y gritar. Eso es bueno. Y si ves una gaviota mirarte
mientras gritas, es maravilloso. De pronto
conoces tus proporciones. Ahora tengo 71 años y he hecho muchas cosas pero no
he podido hacer todas las que me gustan así que he decidido ponerme a ello. Empezaré leyendo.
Quiero leer libros.
P: Ha sido un placer. Creo que usted es un poeta y me
siento muy orgulloso de haber estado con usted.
R: Muchas gracias. Al principio estaba algo nervioso
pero me lo he pasado bien.
Ingmar Bergman. Ser o no ser, Juan Cruz [El País, 30
de julio de 2007]
Poco antes había visto otro
documental, éste titulado La isla
de Bergman, obra de Marie Nyreröd. Allí, un Bergman crepuscular
habla a tumba abierta de todo o de casi todo, y en algún momento la
entrevistadora menciona a los nueve hijos que el cineasta tuvo en sus
diferentes matrimonios y le pregunta: “¿No
tienes remordimientos por haberlos abandonado?”. Bergman responde casi sin
pensarlo, como si hubiera reflexionado mucho sobre el asunto. “Los tenía”,
reconoce. “Hasta que descubrí que tener remordimientos por algo tan serio como
abandonar a tus hijos es puro teatro, una forma de vivir con un sufrimiento que
no es comparable al sufrimiento que has causado”. La respuesta me impresionó.
Volví a recordar a Spinoza, que afirma que el remordimiento es uno de los dos
peores enemigos del género humano (el otro es el odio), una cosa repugnante y
triste que a la larga nos destruye, y me dije que la de Bergman es la respuesta de
un hombre libre, valiente y honesto, que conoce a los hombres y sabe que es
indigno añadir al pecado de haber cometido un error el pecado de sufrir por
haberlo cometido.
Bergman, Eichmann y los justos, Javier
Cercas [El País, 22 de diciembre de 2013]
¿pecado o culpa? ¿remordimientos y mala conciencia son la misma cosa? Un momento…
Inquietud, pesar interno que queda después de ejecutada una mala acción.
Auto-represión, uno se lamenta porque “debería” haber actuado de otra forma. Su análisis de conciencia le dicta que no actuó de forma correcta. Puede que eligiera la mejor opción dentro de las opciones posibles, pero, desde luego, no la más racional, la más ajustada a los principios morales que rigen la conducta.
Me
enteré de que había muerto Bergman en Oviedo, una pequeña y encantadora ciudad
del norte de España en la que estoy rodando una película. Cuando estaba en
pleno rodaje, me dieron el recado telefónico de un amigo mutuo. Bergman
me dijo una vez que no quería morir en un día soleado; como no
estaba allí, no sé si logró tener ese tiempo gris que tanto gusta a todos los
directores; así lo espero.
Lo
he dicho en alguna ocasión, hablando con gente que tiene una visión romántica
del artista y considera sagrada la creación: al final, el arte
no salva a la persona.
Por muy sublimes que sean las obras que uno ha creado (y Bergman nos
proporcionó un menú de asombrosas obras maestras del cine), no le protegen de
la fatídica llamada a la puerta que interrumpía al caballero y sus amigos al
final de El séptimo
sello. Y así es como, en un veraniego día de julio, Bergman, el
gran poeta cinematográfico de la mortalidad, no pudo prolongar su inevitable
jaque mate; y con él falleció el mayor cineasta de todos los que yo he conocido.
Alguna
vez he dicho, en broma, que el arte es el catolicismo del
intelectual, es decir, una voluntad de creer en el más allá. Yo creo que, más
que vivir en el corazón y la mente del público, preferiría seguir viviendo en
mi apartamento.
Y es evidente que las películas de Bergman seguirán vivas, en museos,
televisiones y DVD, pero, conociéndole, ésa es poca compensación, y estoy
seguro de que le habría encantado cambiar cada uno de sus filmes por un año más
de vida. De esa forma habría podido disfrutar, aproximadamente, de 60 años más
para seguir haciendo películas; una producción extraordinaria. No tengo la
menor duda de que a eso habría dedicado el tiempo extra, a hacer lo
que más le gustaba de todo: crear películas.
Bergman
disfrutaba con el proceso. Le importaba poco lo que pensaran de
sus películas. Le gustaba que le apreciasen, pero, como me dijo una vez,
"Si una película que he hecho no gusta, me preocupa... durante unos 30
segundos". No le interesaban los resultados de taquilla; productores y
distribuidores le llamaban para contarle cómo había ido en el primer fin de
semana, pero las cifras le entraban por un oído y le salían por otro. Decía:
"A mitad de semana, sus absurdos pronósticos optimistas se quedaban en
nada". Gozaba del aplauso de la crítica, pero nunca lo necesitó, y,
aunque quería que a los espectadores les gustaran sus obras, no siempre las
hacía comprensibles.
No
obstante, las que más costaba comprender merecían la pena. Por ejemplo, cuando uno entiende que las dos mujeres en El silencio no son, en
realidad, más que dos aspectos enfrentados de una misma, el filme, que hasta
entonces es un enigma, se abre de manera fascinante. También
resulta útil refrescar los conocimientos de filosofía danesa antes de ver El séptimo sello o El rostro, pero sus
dotes de narrador eran tan asombrosas que podía cautivar, fascinar al público
con un material difícil. He oído decir a gente que salía de alguna de sus
películas: "No entiendo exactamente lo que he visto, pero me ha tenido en
ascuas hasta el último plano".
Bergman
tenía raíces teatrales y era un gran director de escena, pero su obra
cinematográfica no estaba embebida sólo de teatro; se inspiraba en la pintura,
la música, la literatura y la filosofía. Su
obra examina las más hondas preocupaciones de la humanidad y produce, muchas
veces, profundos poemas en celuloide. La mortalidad, el amor, el arte, el
silencio de Dios, la dificultad de las relaciones humanas, la agonía de la duda
religiosa, el fracaso de un matrimonio, la incapacidad de comunicarse de las
personas.
Y,
sin embargo, era un hombre cálido, divertido, bromista, inseguro de su inmenso talento, enamorado de
las mujeres. Conocerle no era entrar de pronto en el templo creativo de un
genio temible, intimidante, sombrío y melancólico, que entonase con acento
sueco complejos análisis sobre el terrible destino del hombre en un universo
deprimente. Era más bien así: "Woody, tengo un sueño estúpido en el que
aparezco en el plató para rodar una película y no tengo ni idea de dónde poner
la cámara; lo que pasa es que sé que se me da bastante bien y llevo muchos años
haciéndolo. ¿Alguna vez tienes tú este tipo de sueños angustiosos?". O:
"¿Crees que puede ser interesante hacer una película en la que la cámara
nunca se mueva ni un centímetro y los actores entren y salgan del encuadre? ¿O
la gente se reiría de mí?".
¿Qué
contesta uno por teléfono a un genio? A mí no me pareció una buena idea, pero,
en sus manos, supongo que habría acabado siendo una cosa especial. Al fin y al
cabo, el vocabulario que inventó para investigar
las profundidades psicológicas de los actores también debía de parecer absurdo
para quienes aprendían a hacer cine de manera ortodoxa. En la escuela
de cine (estudié cine en la Universidad de Nueva York en los años cincuenta,
pero me echaron enseguida), daban siempre la máxima importancia al movimiento.
El cine son imágenes en movimiento, decían, y la cámara tiene que moverse. Y
los profesores tenían razón. Pero Bergman colocaba la cámara sobre el rostro de
Liv Ullmann o el de Bibi Andersson, la dejaba allí sin moverla, y pasaba el
tiempo, y ocurría algo maravilloso y exclusivamente propio de su talento. El
espectador se veía atrapado por el personaje y, en vez de aburrirse, salía
entusiasmado.
A pesar de sus manías y sus obsesiones
filosóficas y religiosas, Bergman era un hilador de historias nato, que no podía
evitar ser entretenido incluso cuando, en su cabeza, estaba dramatizando las
ideas de Nietzsche o Kierkegaard. Yo tenía largas conversaciones telefónicas
con él. Me llamaba desde la isla en la que vivía. Nunca acepté sus invitaciones
porque me preocupaba el viaje en avión, no me apetecía volar en avioneta hasta
un puntito cerca de Rusia en el que la comida iba a consistir probablemente en
yogur. Siempre hablábamos de cine y, por supuesto, yo dejaba que hablase sobre todo él, porque me parecía un
privilegio oír sus ideas.
Veía cine a diario y nunca se cansaba de ver películas. De todo tipo, mudas y
sonoras. Antes de dormirse veía alguna película que no le hiciera pensar para
relajarse; a veces, una de James Bond.
Como
todos los grandes estilistas del cine, como Fellini, Antonioni y Buñuel, por
ejemplo, Bergman tuvo sus detractores. Pero, aparte de algún desliz ocasional,
las obras de todos estos artistas han encontrado ecos profundos en millones de personas de todo el mundo. Y la gente que
más sabe de cine, los que lo hacen -directores, guionistas, actores, directores
de fotografía, montadores- son quizá los que más veneran la obra de Bergman.
Como
le he elogiado con tanto entusiasmo durante tantos años, tras su muerte muchos
periódicos y revistas me han llamado para pedirme un comentario o una
entrevista. Como si yo tuviera algo de valor que añadir a la triste noticia,
aparte de volver a ensalzar su genialidad. ¿Qué influencia tuvo en mí?, me
preguntan. No puede haberme influido, respondo, él era
un genio y yo no lo soy, y el genio no puede aprenderse ni su magia puede
transmitirse.
Un hombre de preguntas difíciles,
Woody Allen [El País, 22 de agosto de 2007] Traducción de María Luisa Rodríguez
Tapia.
Tengo sobre la mesa Das Schweigen, pero sin ánimo de verla. Esta mañana ha fallecido, a los 55 años, un hermano de mi padre.
Desde hace días me cuesta concentrarme en otra cosa.
Pienso en mis primos. Tienen 27 y 24 años. Pienso en mi tía. Y no puedo compartirlo con nadie porque estoy muy lejos. En silencio.
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