domingo, 30 de marzo de 2014

Pero yo no soy tú



Un poco de memoria histórica, Javier Marías [El País, 27 de abril de 2008]
Fragmento de Tu rostro mañana 1 Fiebre y lanza, Javier Marías
Fragmento de Tu rostro mañana 2 Baile y sueño, Javier Marías
Fragmento de Tu rostro mañana, 3. Veneno, sombra y adiós, Javier Marías




La editorial Páginas de Espuma acaba de publicar, en un solo volumen y sin las fotografías que ilustraban la edición original en tres tomos, las memorias que mi padre, Julián Marías, publicó hace veinte años bajo el título Una vida presente. En ellas, a lo largo de unas pocas páginas y con mucha sobriedad, relata cómo al término de la Guerra Civil, sufrió delación por parte de un antiguo amigo y cómo el 15 de mayo de 1939, día de San Isidro, "a primera hora de la tarde, dos policías llamaron a mi casa, preguntaron por mí, me explicaron que había una denuncia, y me llevaron consigo a un gran edificio de la calle de la Florida Tras una breve filiación, me depositaron en un enorme sótano, con pequeñas ventanas por las que entraba muy escasa luz. Había bajado el telón. El intermedio de la libertad había terminado". A estas alturas se hace necesario recordar que la Guerra había acabado tan sólo mes y medio antes. Durante toda mi infancia y adolescencia, al menos, era el 1 de abril "el Día de la Victoria", que el régimen franquista celebraba por todo lo alto, con desfiles de las Fuerzas Armadas por la Castellana.
En otros artículos me he referido a ese episodio de la vida de mi padre y a lo que vino después: varios meses de cárcel; acusaciones falsas (él había sido soldado de la República y había permanecido junto a Julián Besteiro hasta el final de la Guerra, como asimismo explica en sus memorias; había escrito en el Abc republicano de Madrid y había hecho emisiones de radio; pero no más); un pseudojuicio amañado del que tuvo la suerte de salir bien librado por una serie de azares y por la decencia de algunas personas del bando vencedor; las represalias que padeció cuando quedó libre y que no duraron meses, sino largos años. También he tomado prestado este episodio en mi más reciente novela y se lo he atribuido al personaje llamado Juan Deza, padre del narrador, en muchos aspectos -pero sobre todo en lo relativo a esta historia- verdadero trasunto del mío. En esa novela -insisto en que es eso y no una "autoficción" ni nada similar: no basta para calificar así una obra el mero hecho de que contenga elementos procedentes de la realidad, pues, ¿qué novela carece de ellos?-, los dos firmantes de la denuncia contra Juan Deza tienen nombre, son "los nombres de la traición", y esos nombres ficticios -pues están en una ficción- casi coinciden con los de la vida real, lo cual fue lo único que a mi padre no le gustó, porque él siempre los había callado públicamente. "Pero yo no soy tú", recuerdo que le dije, "soy yo ahora quien cuenta la historia, a mi manera y además en una novela, en la que tú no apareces, o, mejor dicho, apareces sólo como inspiración".
En Una vida presente, él se limitó a escribir lo que sigue: "Me habían llegado noticias indirectas, procedentes de la zona 'nacional', de que un amigo y compañero de Instituto y Universidad, de cuyo nombre no quiero acordarme, estaba dedicado a una campaña de denuncia contra mí. Era tan incomprensible como peligroso. Por diversos caminos me fui dando cuenta del alcance de la empresa. Había movilizado a un profesor de reconocido fanatismo para que firmase una denuncia que tendría más valor que la suya; buscó 'testigos de cargo' para sustentarla No me avenía a abandonar España; le tenía demasiado apego, y solamente un peligro mortal y casi seguro me hubiese movido a ello; recordaba la frase de Danton: 'No se puede uno llevar a la patria en las suelas de los zapatos'. Aunque no me hacía grandes ilusiones sobre mí mismo, pensaba que si los que tienen capacidad de expresión abandonan a su pueblo, es muy difícil que no decaiga, que pueda levantarse".
Un poco de memoria histórica, Javier Marías [El País, 27 de abril de 2008]


La lección de Juan Deza
Hay personas cuyos móviles no merecen la indagación, aunque las hayan llevado a cometer actos terribles o precisamente por eso. Esto, lo sé, va totalmente en contra de la tendencia actual. Hoy en día todo el mundo se pregunta por lo que conduce a un asesino reiterado o masivo a asesinar masiva o reiteradamente, […] Hay una obsesión por comprender lo odioso, en el fondo hay una malsana fascinación por ello, y a los odiosos se les hace con esto un inmenso favor. […] El mal suele ser simple, aunque a veces no tan simple, si eres capaz de apreciar el matiz. […] Hoy existe un gusto por exponerse a lo más bajo y vil, a lo monstruoso y a lo aberrante, por asomarse a contemplar lo infrahumano y por rozarse con ello como si tuviera prestigio o gracia y mayor trascendencia que los cien mil conflictos que nos asedian sin caer en eso. Hay en esta actitud un elemento de soberbia, también, uno más: se ahonda en la anomalía, en lo repugnante y mezquino como si nuestra norma fuese la del respeto y la generosidad y la rectitud y hubiese que analizar microscópicamente cuanto se sale de ella: como si la mala fe y la traición, la malquerencia y la voluntad de daño no formaran parte de esa norma y fueran cosas excepcionales, y merecieran por ello todos nuestros desvelos y nuestra máxima atención. Y no es así. Todo eso forma parte de la norma y no tiene mayor misterio, no mayor que la buena fe. Pero esta época está dedicada a la tontería, a las obviedades y a lo superfluo, y así nos va. Las cosas deberían ser más bien al revés: hay acciones tan abominables o tan despreciables que su mera comisión debería anular cualquier curiosidad posible por quienes las cometen, y no crearla ni suscitarla, como tan imbécilmente sucede hoy. Y así fue en mi caso, pese a que fuera mi caso, mi vida. Lo que aquel antiguo amigo había hecho conmigo era tan injustificable, y tan inadmisible y grave desde el punto de vista de la amistad, que todo él dejó de interesarme al instante: su presente, su futuro y también su pasado, aunque en él estuviera yo. Ya no necesitaba saber más, ni estaba dispuesto tampoco a ello. […]
Quizá no te sea fácil ver esto, pero intentar vengarme habría sido tan sólo perder más tiempo por causa suya, y los meses de cárcel ya me fueron bastante. Además le habría dado una especie de justificación a posteriori, un falso asidero, un motivo anacrónico para su acción. […] Hay personas que no perdonan que se porte uno bien con ellas, que les tenga lealtad, que las defienda y les preste apoyo, no digamos que les haga un favor o las saque de algún apuro, eso puede ser la sentencia definitiva para el bienhechor, me juego lo que sea a que conocerás tus ejemplos. Parece como si esas personas se sintieran humilladas por el afecto y la buena intención, o pensaran que con eso se las hace de menos, o no soportaran creerse en imaginaria deuda, u obligadas a la gratitud, no sé. […]
Tu rostro mañana 1 Fiebre y lanza, Javier Marías




“¿A qué viene entonces mantener la consideración y el silencio?” […]
“No, yo nunca les traería tal vergüenza a sus niñas. Y aunque no hubieran existido. Tampoco se la traería póstumamente a alguien tan afectuoso y compasivo. Me parece que para vuestra generación y las más nuevas no importa mucho el buen o mal nombre de los muertos, pero para nosotros sí. Por lo demás, seguramente alguien acabará divulgándolo un día, al tratarse de un personaje público, y vete a saber, a lo mejor a todo el mundo le trae sin cuidado entonces y no se ve como ignominia, ni como mancha siquiera […] Pero no seré yo quien lo cuente, ni se sabrá por una imprudencia mía contigo, no será por descuido mío ni a través de mí. […]
No, no se recibe, no se encaja igual la información de primera mano de un desconocido –un cronista, un testigo, un locutor, un historiador- que la de quien uno lleva tratando desde que nació. Uno ve los mismos ojos que vieron, y que descubrieron en un fichero, con desolación, la foto de un muerto joven con un disparo en el oído o en la sien; y oye la misma voz que hubo de advertírselo a la hermana del muerto, o que hubo de callar con horror o con pena o con sofocada cólera cuando los correspondientes oídos oyeron involuntariamente, en un tranvía o en un café, lo que habrían preferido no oír jamás. […]
Tu rostro mañana 2 Baile y sueño, Javier Marías

De ello me había hablado una vez mi padre, en una de nuestras conversaciones sobre el pasado o más bien sobre el que era suyo y no mío, el tiempo de la Guerra Civil y del posterior apisonamiento de las personas durante el primer franquismo, el primero que fue tan largo, fue eterno porque tampoco se supo cuándo había acabado y además volvía de tanto en tanto.
“Vuestra generación y las siguientes”, me había dicho en esa segunda persona del plural a la que recurría a menudo, tenía bien presente que sus hijos éramos cuatro, y cuando hablaba con uno era como si se dirigiera a todos las más de las veces, o como si confiara en que el interlocutor de turno fuera a transmitir más tarde sus palabras a los otros, “habéis tenido la suerte de vivir poca violencia real, de que eso haya estado ausente de vuestra existencia diaria, de que si os habéis encontrado alguna haya sido la excepción y no demasiado grave, unos palos en una manifestación o una reyerta en un bar, que siempre tiende a impedirse y no se le da vía libre ni suele generalizarse; tal vez un asalto, un atraco. Por fortuna, y ojalá os dure eso siempre, no habéis estado en situaciones en las que no había más remedio que contar con ella. Quiero decir que era segura, que uno sabía que aparecería en algún momento del día y si no de la noche, y que si a lo largo de una jornada por casualidad no la había o uno no se topaba de frente con ella y lo alcanzaba sólo de oídas –de eso sí que no se libraba nadie, de los relatos y los rumores-, podía tener la certeza de que era un regalo que al día siguiente no se repetiría, porque el cálculo de probabilidades no daba para tanto azar benévolo. La amenaza era permanente y también lo era la alerta. Mi habitación quedó destruida una tarde, cayó un obús, le dio de lleno, un gran boquete en la pared y el interior arrasado. […]
Durante los primeros meses de la guerra uno veía detenciones por doquier, a empellones y a culatazos a veces, o cacerías en las casas, sacaban y se llevaban a las familias enteras y a quienes estuvieran allí de visita, podía uno cruzarse con una persecución o un tiroteo en la esquina menos pensada […]
La tendencia actual es a sentirse inocente, a encontrar una inmediata justificación para todo, a no rendir cuentas y a lo que en español se llama cargarse de razón, no sé cómo se diría eso en inglés, no importa […] Y en esa Guerra nuestra hubo tanto de eso, hubo tanta delación y tanto envenenamiento, tanto insultador, tanto difamador y enardecedor profesional, dedicados todos sin descanso a sembrar y fomentar el odio y la saña, la envidia, el anhelo de exterminación, en los dos bandos pero sobre todo en el de los vencedores pero en los dos…, que no fue fácil quedarse del todo limpio en ese aspecto: quizá en el que menos. Y aún le resultó más difícil al que escribía en un periódico o hablaba en la radio, como hice yo durante la Guerra. No sabes qué cosas se leyeron y oyeron, no sólo durante aquellos tres años, sino en los muchos más que vinieron luego. Se pronunciaba una sola frase y se mandaba al paredón a alguien con ella, o a una cuneta. […]
Porque del todo ya nunca volvió a dormir, durante tres largos años de asedio, hambre y frío ni tampoco después, a partir del 39 la policía de Franco irrumpía en plena noche en las casas, en los mismos años en que la Gestapo lo hacía en el resto de Europa, eran primos hermanos. […]
Tiempo de paz proclamada. No había mucha paz todavía, o sólo para los de ese bando, ellos sí dormían tranquilos. Nunca me explicaré cómo podían estarlo tanto, con toda aquella matanza. Es más. Había algunos decentes, pero la mayoría estaban ufanos. […]
A las pocas semanas de estallar la Guerra, las de más furia asesina y un descontrol absoluto, mucha gente cedió e iba llena de ira, y si tenía armas hacía lo que quería, y aprovechaba el pretexto político para ajustar cuentas personales y tomar venganzas exageradas. Bueno, ya lo sabes. Lo mismo en las dos zonas: en la nuestra se le puso algo de coto a eso más tarde, aunque no el suficiente; en la otra, apenas ninguno durante los tres años, ni tampoco luego, con el enemigo ya vencido. […]
Mucha gente con barbaridades y crímenes inhumanos a sus espaldas ha vivido así largos años, tranquilamente; aquí, y en Alemania, en Italia, en Francia, ya sabes que de pronto nadie había sido nazi, ni fascista, ni colaboracionista, y cada uno que lo había sido se convencía a conciencia de no haberlo sido, y además se lo explicaba […] Y a los que son religiosos, precisamente, puede serles más fácil que a nadie, no digamos a los católicos, ahí están los curas para limpiarlos en su territorio sublime, en el más íntimo, y los de aquí, no te quepa duda, estuvieron más dispuestos que nunca a absolver, a relativizar y justificar cualquier canallada o ensañamiento de sus protectores y camaradas, ten en cuenta que ellos también fueron beligerantes, y los alentaron. Y en fin, todo eso ayuda, pero ni siquiera hace falta. Las personas tienen una capacidad increíble para olvidar voluntariamente lo por ellas infligido, para borrar su pasado sangriento no ya ante los otros –ahí la capacidad es infinita, ilimitada-, sino ante sí mismas. Para persuadirse de que las cosas fueron distintas de cómo fueron, de que ellas no hicieron lo que claro que hicieron, o de que no tuvo lugar lo que sí tuvo, y con su imprescindible concurso. La mayoría somos maestros en el arte de adornar nuestras biografías, o de suavizarlas, y en verdad asombra lo sencillo que resulta desterrar pensamientos y sepultar recuerdos, y ver lo pasado sórdido o criminal como un mero sueño de cuya intensa realidad nos zafamos a medida que avanza el día, es decir, a medida que nuestra vida sigue. […]
Tu rostro mañana 2. Baile y sueño, Javier Marías 

Jacobo Deza, ¿Lección aprendida?
“Cada cual asiste a su relato, Jack, tú al tuyo y yo al mío”, eso me dijo Tupra una vez. Mi rostro también se uniría al de Santa Olalla y al que es aún peor, al de Del Real, que para mí han sido siempre los nombres de la traición; porque al delatar a mi padre justo al término de la Guerra no buscaban otra cosa que su ejecución y su muerte, para cualquier denunciado ese era el destino normal, ellos fueron los dueños del tiempo, sostuvieron el reloj en la mano y lo mandaron parar, sólo que aquel reloj siguió funcionando y no les obedeció y gracias a eso estoy yo aquí y él no tuvo que decirse al morir: “Extraño ver todo aquello que nos concernía como flotando suelto en el espacio. Y penosa la tarea de estar muerto…” No, no seré yo quien le imponga esa tarea a este hombre desagradable por el que siento una rara mezcla de simpatía y aversión, él es parte de este paisaje y del universo, aún pisa la tierra y cruza el mundo y no me toca alterarlos a mí, al final del tiempo sólo quedan vestigios o cercos y en cada uno se rastrea a lo sumo la sombra de una historia incompleta, llena de lagunas, fantasmal, jeroglífica, cadavérica o fragmentaria como trozos de lápidas
Tu rostro mañana, 3. Veneno, sombra y adiós, Javier Marías



Parece que Javier Marías nos esté advirtiendo “Mi padre no tiene nada que ver con mi decisión de contarlo”. La responsabilidad por relatar esta historia y revelar estos nombres es exclusivamente mía.
¿El objeto de todo este asunto “realidad-ficción” [autoficción creo que se llama] es un ajuste de cuentas personal?
Pensaba en lo que algunas veces me ha advertido mi madre al contarme una historia. No lo cuentes porque si lo haces, todo el mundo sabrá que lo sabes por mí y yo no quiero que se sepa. ¿Qué no quieres que se sepa: la historia en sí o que me la has contado tú? ¿Para eso se recurre a la ficción, no? Se omiten los nombres de los protagonistas y se modifican ciertos datos con objeto de proteger la identidad de los implicados. Ya, como si eso fuera tan fácil.
Mira si no lo que le pasó a Truman Capote
El inocente y melancólico sureño, Elvira Lindo [El País, 8 de agosto de 2005]





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