Un poco de memoria histórica, Javier Marías [El País, 27 de abril de 2008]
Fragmento de Tu rostro mañana 1 Fiebre y lanza, Javier Marías
Fragmento de Tu rostro mañana 2 Baile y sueño, Javier Marías
Fragmento de Tu rostro mañana, 3. Veneno, sombra y adiós, Javier Marías
La
editorial Páginas de Espuma acaba de publicar, en un solo volumen y sin las
fotografías que ilustraban la edición original en tres tomos, las memorias que
mi padre, Julián Marías, publicó hace veinte años bajo el título Una vida presente.
En ellas, a lo largo de unas pocas páginas y con mucha sobriedad, relata cómo al término de la Guerra Civil, sufrió
delación por parte de un antiguo amigo y cómo el 15 de mayo de 1939, día de San
Isidro, "a primera hora de la tarde, dos policías llamaron a mi casa,
preguntaron por mí, me explicaron que había una denuncia, y me llevaron consigo
a un gran edificio de la calle de la Florida …
Tras una breve
filiación, me depositaron en un enorme sótano, con pequeñas ventanas por las
que entraba muy escasa luz. Había bajado el telón. El intermedio de la libertad
había terminado". A estas alturas se hace necesario recordar que la Guerra
había acabado tan sólo mes y medio antes. Durante toda mi infancia y
adolescencia, al menos, era el 1 de abril "el Día de la Victoria",
que el régimen franquista celebraba por todo lo alto, con desfiles de las
Fuerzas Armadas por la Castellana.
En otros artículos me he referido a ese
episodio de la vida de mi padre y a lo que vino después: varios meses de cárcel;
acusaciones falsas (él había sido soldado de la República y había permanecido
junto a Julián Besteiro hasta el final de la Guerra, como asimismo explica en
sus memorias; había escrito en el Abc republicano de Madrid y había hecho
emisiones de radio; pero no más); un pseudojuicio amañado del que tuvo la
suerte de salir bien librado por una serie de azares y por la decencia de
algunas personas del bando vencedor; las represalias que padeció cuando quedó
libre y que no duraron meses, sino largos años. También he tomado prestado este episodio en mi más reciente novela y se
lo he atribuido al personaje llamado Juan Deza, padre del narrador, en muchos aspectos
-pero sobre todo en lo relativo a esta historia- verdadero trasunto del mío. En esa novela -insisto en que
es eso y no una "autoficción" ni nada similar: no basta para
calificar así una obra el mero hecho de que contenga elementos procedentes de
la realidad, pues, ¿qué novela carece de ellos?-, los dos firmantes de la
denuncia contra Juan Deza tienen nombre, son "los nombres de la
traición", y esos nombres ficticios -pues están en una
ficción- casi coinciden con los de la vida real, lo cual fue lo único que a mi padre no le gustó,
porque él siempre los había callado públicamente. "Pero yo no soy tú", recuerdo que le dije, "soy yo
ahora quien cuenta la historia, a mi manera y además en una novela, en la que
tú no apareces, o, mejor dicho, apareces sólo como inspiración".
En
Una vida presente, él se limitó a escribir lo que sigue: "Me habían
llegado noticias indirectas, procedentes de la zona 'nacional', de que un amigo
y compañero de Instituto y Universidad, de cuyo nombre no quiero acordarme,
estaba dedicado a una campaña de denuncia contra mí. Era tan incomprensible
como peligroso. Por diversos caminos me fui dando cuenta del alcance de la
empresa. Había movilizado a un profesor de reconocido fanatismo para que
firmase una denuncia que tendría más valor que la suya; buscó 'testigos de
cargo' para sustentarla …
No me avenía a abandonar España; le tenía demasiado apego, y solamente un
peligro mortal y casi seguro me hubiese movido a ello; recordaba la frase de
Danton: 'No se puede uno llevar a la patria en las
suelas de los zapatos'.
Aunque no me hacía grandes ilusiones sobre mí mismo, pensaba que si los que
tienen capacidad de expresión abandonan a su pueblo, es muy difícil que no
decaiga, que pueda levantarse".
Un poco de memoria
histórica, Javier Marías [El País, 27 de abril de 2008]
La lección de Juan Deza
Hay personas cuyos
móviles no merecen la indagación, aunque las hayan llevado a cometer actos
terribles o precisamente por eso. Esto, lo sé, va totalmente en contra de la
tendencia actual. Hoy en día todo el mundo se pregunta por lo que conduce a un
asesino reiterado o masivo a asesinar masiva o reiteradamente, […] Hay una obsesión por comprender lo odioso,
en el fondo hay una malsana fascinación por ello, y a los odiosos se les hace
con esto un inmenso favor. […] El mal suele ser simple,
aunque a veces no tan simple, si eres capaz de apreciar el matiz. […] Hoy
existe un gusto por exponerse a lo más bajo y vil, a lo monstruoso y a lo
aberrante, por asomarse a contemplar lo infrahumano y por rozarse con ello como
si tuviera prestigio o gracia y mayor trascendencia que los cien mil conflictos
que nos asedian sin caer en eso. Hay en esta actitud un elemento de soberbia,
también, uno más: se ahonda en la anomalía, en lo repugnante y mezquino como si
nuestra norma fuese la del respeto y la generosidad y la rectitud y hubiese que
analizar microscópicamente cuanto se sale de ella: como si la mala fe y la traición, la
malquerencia y la voluntad de daño no formaran parte de esa norma y fueran
cosas excepcionales, y merecieran por ello todos nuestros
desvelos y nuestra máxima atención. Y no es así. Todo eso forma parte de la
norma y no tiene mayor misterio, no mayor que la buena fe. Pero esta época está
dedicada a la tontería, a las obviedades y a lo superfluo, y así nos va. Las cosas deberían ser más bien al revés:
hay acciones tan abominables o tan despreciables que su mera comisión debería
anular cualquier curiosidad posible por quienes las cometen, y no crearla ni
suscitarla, como tan imbécilmente sucede hoy. Y así fue en
mi caso, pese a que fuera mi caso, mi vida. Lo que aquel antiguo amigo había
hecho conmigo era tan injustificable, y tan inadmisible y grave desde el punto
de vista de la amistad, que todo él dejó de interesarme al instante: su
presente, su futuro y también su pasado, aunque en él estuviera yo. Ya no
necesitaba saber más, ni estaba dispuesto tampoco a ello. […]
Quizá no te sea fácil
ver esto, pero intentar
vengarme habría sido tan sólo perder más tiempo por causa suya,
y los meses de cárcel ya me fueron bastante. Además le habría dado una especie de justificación a
posteriori, un falso asidero, un motivo anacrónico para su
acción. […] Hay personas que no perdonan que se porte uno bien con ellas, que
les tenga lealtad, que las defienda y les preste apoyo, no digamos que les haga
un favor o las saque de algún apuro, eso puede ser la sentencia definitiva para
el bienhechor, me juego lo que sea a que conocerás tus ejemplos. Parece como si
esas personas se sintieran humilladas por el afecto y la buena intención, o
pensaran que con eso se las hace de menos, o no soportaran creerse en
imaginaria deuda, u obligadas a la gratitud, no sé. […]
“¿A qué viene
entonces mantener la consideración y el silencio?” […]
“No, yo nunca les
traería tal vergüenza a sus niñas. Y aunque no hubieran existido. Tampoco se la
traería póstumamente a alguien tan afectuoso y compasivo. Me parece que para vuestra generación y las
más nuevas no importa mucho el buen o mal nombre de los muertos, pero para
nosotros sí. Por lo demás, seguramente alguien acabará divulgándolo un día,
al tratarse de un personaje público, y vete a saber, a lo mejor a todo el mundo
le trae sin cuidado entonces y no se ve como ignominia, ni como mancha siquiera
[…] Pero no seré yo quien lo cuente, ni se sabrá por una imprudencia mía
contigo, no será por descuido mío ni a través de mí. […]
No, no se recibe, no
se encaja igual la información de primera mano de un desconocido –un cronista,
un testigo, un locutor, un historiador- que la de quien uno lleva tratando
desde que nació. Uno ve los mismos ojos que vieron, y que descubrieron en un
fichero, con desolación, la foto de un muerto joven con un disparo en el oído o
en la sien; y oye la misma voz que hubo de advertírselo a la hermana del
muerto, o que hubo de callar con horror o con pena o con sofocada cólera cuando
los correspondientes oídos oyeron involuntariamente, en un tranvía o en un
café, lo que habrían preferido no oír jamás. […]
Tu rostro mañana 2
Baile y sueño, Javier Marías
De ello me había
hablado una vez mi padre, en una de nuestras conversaciones sobre el pasado o
más bien sobre el que era suyo y no mío, el tiempo de la Guerra Civil y del
posterior apisonamiento de las personas durante el primer franquismo, el
primero que fue tan largo, fue eterno porque tampoco se supo cuándo había
acabado y además volvía de tanto en tanto.
“Vuestra generación y
las siguientes”, me había dicho en esa segunda persona del plural a la que
recurría a menudo, tenía bien presente que sus hijos éramos cuatro, y cuando
hablaba con uno era como si se dirigiera a todos las más de las veces, o como
si confiara en que el interlocutor de turno fuera a transmitir más tarde sus
palabras a los otros, “habéis
tenido la suerte de vivir poca violencia real, de que eso haya estado ausente
de vuestra existencia diaria, de que si os habéis
encontrado alguna haya sido la excepción y no demasiado grave, unos palos en
una manifestación o una reyerta en un bar, que siempre tiende a impedirse y no
se le da vía libre ni suele generalizarse; tal vez un asalto, un atraco. Por fortuna, y ojalá os dure eso siempre,
no habéis estado en situaciones en las que no había más remedio que contar con
ella.
Quiero decir que era segura, que uno sabía que aparecería en algún momento del
día y si no de la noche, y que si a lo largo de una jornada por casualidad no
la había o uno no se topaba de frente con ella y lo alcanzaba sólo de oídas –de
eso sí que no se libraba nadie, de los relatos y los rumores-, podía tener la
certeza de que era un regalo que al día siguiente no se repetiría, porque el
cálculo de probabilidades no daba para tanto azar benévolo. La amenaza era
permanente y también lo era la alerta. Mi habitación quedó destruida una tarde,
cayó un obús, le dio de lleno, un gran boquete en la pared y el interior
arrasado. […]
Durante los primeros
meses de la guerra uno veía detenciones por doquier, a empellones y a culatazos
a veces, o cacerías en las casas, sacaban y se llevaban a las familias enteras
y a quienes estuvieran allí de visita, podía uno cruzarse con una persecución o
un tiroteo en la esquina menos pensada […]
La tendencia actual es a sentirse inocente, a encontrar
una inmediata justificación para todo, a no rendir cuentas y a lo que en
español se llama cargarse de razón, no sé cómo se diría
eso en inglés, no importa […] Y en esa Guerra nuestra hubo tanto de eso, hubo
tanta delación y tanto envenenamiento, tanto insultador, tanto difamador y
enardecedor profesional, dedicados todos sin descanso a sembrar y fomentar el
odio y la saña, la envidia, el anhelo de exterminación, en los dos bandos
pero sobre todo en el de los vencedores pero en los dos…, que no fue fácil
quedarse del todo limpio en ese aspecto: quizá en el que menos. Y aún le
resultó más difícil al que escribía en un periódico o hablaba en la radio, como
hice yo durante la Guerra. No sabes qué cosas se leyeron y oyeron, no sólo
durante aquellos tres años, sino en los muchos más que vinieron luego. Se
pronunciaba una sola frase y se mandaba al paredón a alguien con ella, o a una
cuneta. […]
Porque del todo ya
nunca volvió a dormir, durante tres largos años de asedio, hambre y frío ni
tampoco después, a partir del 39 la policía de Franco irrumpía en plena noche
en las casas, en los mismos años en que la Gestapo lo hacía en el resto de
Europa, eran primos hermanos. […]
Tiempo de paz
proclamada. No había mucha paz todavía, o sólo para los de ese bando, ellos sí
dormían tranquilos. Nunca me explicaré cómo podían estarlo tanto, con toda
aquella matanza. Es más. Había
algunos decentes, pero la mayoría estaban ufanos. […]
A las pocas semanas de estallar la Guerra, las de más
furia asesina y un descontrol absoluto, mucha gente cedió e iba llena de ira, y
si tenía armas hacía lo que quería, y aprovechaba el pretexto político para
ajustar cuentas personales y tomar venganzas exageradas. Bueno, ya lo sabes. Lo
mismo en las dos zonas: en la nuestra se le puso algo
de coto a eso más tarde, aunque no el suficiente; en la otra, apenas ninguno
durante los tres años, ni tampoco luego, con el enemigo ya vencido. […]
Mucha gente con
barbaridades y crímenes inhumanos a sus espaldas ha vivido así largos años,
tranquilamente; aquí, y en Alemania, en Italia, en Francia, ya sabes que de
pronto nadie había sido nazi, ni fascista, ni colaboracionista, y cada uno que
lo había sido se convencía a conciencia de no haberlo sido, y además se lo
explicaba […] Y a los que son religiosos, precisamente, puede serles más fácil
que a nadie, no digamos a los católicos, ahí están los curas para limpiarlos en
su territorio sublime, en el más íntimo, y los de aquí, no te quepa duda,
estuvieron más dispuestos que nunca a absolver, a relativizar y justificar
cualquier canallada o ensañamiento de sus protectores y camaradas, ten en
cuenta que ellos también fueron beligerantes, y los alentaron. Y en fin, todo
eso ayuda, pero ni siquiera hace falta. Las personas tienen una capacidad increíble para olvidar
voluntariamente lo por ellas infligido, para borrar su pasado sangriento no ya
ante los otros –ahí la capacidad es infinita, ilimitada-, sino ante sí mismas.
Para persuadirse de que las cosas fueron distintas de cómo fueron, de que ellas
no hicieron lo que claro que hicieron, o de que no tuvo lugar lo que sí tuvo, y
con su imprescindible concurso. La mayoría somos
maestros en el arte de adornar nuestras biografías, o de suavizarlas, y en
verdad asombra lo sencillo que resulta desterrar pensamientos y sepultar
recuerdos, y ver lo pasado sórdido o criminal como un mero sueño de cuya
intensa realidad nos zafamos a medida que avanza el día, es decir, a medida que
nuestra vida sigue. […]
Tu rostro mañana 2.
Baile y sueño, Javier Marías
Jacobo Deza, ¿Lección aprendida?
“Cada cual asiste a
su relato, Jack, tú al tuyo y yo al mío”, eso me dijo Tupra una vez. Mi rostro también se uniría al de Santa
Olalla y al que es aún peor, al de Del Real, que para mí han sido siempre los
nombres de la traición; porque al delatar a mi padre
justo al término de la Guerra no buscaban otra cosa que su ejecución y su
muerte, para cualquier denunciado ese era el destino normal, ellos fueron los
dueños del tiempo, sostuvieron el reloj en la mano y lo mandaron parar, sólo
que aquel reloj siguió funcionando y no les obedeció y gracias a eso estoy yo
aquí y él no tuvo que decirse al morir: “Extraño ver todo aquello que nos
concernía como flotando suelto en el espacio. Y penosa la tarea de estar
muerto…” No, no seré yo quien le imponga esa tarea a este hombre desagradable
por el que siento una rara mezcla de simpatía y aversión, él es parte de este
paisaje y del universo, aún pisa la tierra y cruza el mundo y no me toca
alterarlos a mí, al final del tiempo sólo quedan vestigios o cercos y en cada
uno se rastrea a lo sumo la sombra de una historia incompleta, llena de
lagunas, fantasmal, jeroglífica, cadavérica o fragmentaria como trozos de
lápidas
Tu rostro mañana, 3.
Veneno, sombra y adiós, Javier Marías
Parece que Javier Marías nos esté advirtiendo “Mi padre no tiene nada que ver con mi decisión de contarlo”. La responsabilidad por relatar esta historia y revelar estos nombres es exclusivamente mía.
¿El objeto de todo este asunto “realidad-ficción” [autoficción creo que se llama] es un ajuste de cuentas personal?
Pensaba en lo que algunas veces me ha advertido mi madre al contarme una historia. No lo cuentes porque si lo haces, todo el mundo sabrá que lo sabes por mí y yo no quiero que se sepa. ¿Qué no quieres que se sepa: la historia en sí o que me la has contado tú? ¿Para eso se recurre a la ficción, no? Se omiten los nombres de los protagonistas y se modifican ciertos datos con objeto de proteger la identidad de los implicados. Ya, como si eso fuera tan fácil.
Mira si no lo que le pasó a Truman Capote
El inocente y melancólico sureño, Elvira Lindo [El País, 8 de agosto de 2005]
Mira si no lo que le pasó a Truman Capote
El inocente y melancólico sureño, Elvira Lindo [El País, 8 de agosto de 2005]
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