Porque
somos muchos más los que quisiéramos pertenecer a un país que supiera honrar a
los muertos sin fabricar conspiraciones ni insultar a sus familias. Pero para
que esas víctimas puedan encontrar reposo alguien tendría que
pagar por una de las mayores estafas de la democracia: la alianza entre el
Gobierno y unos medios de comunicación
para escoger a los terroristas que más les convenían electoralmente. Hubo una
estafa política. Y una moral. Una estafa de la que, me temo, jamás rendirán
cuentas aquellos que intoxicaron la opinión de los ciudadanos: a unos, en las
primeras horas del atentado; a otros, eso es más grave, le siguen poniendo la
cabeza loca. Me considero, como la mayoría de los españoles, engañada en el
primer turno. […]
Antes
del mediodía sonó el teléfono. Era el jefe de Opinión de este periódico. Le
pedía a Antonio un artículo sobre lo ocurrido. No era el mejor momento y hubo
dudas y vacilación, pero también de pronto un deseo de compensación, de paliar
un dolor y otro, de ponerse a trabajar como consuelo. […] aquel
alegato de apoyo a las víctimas que, como tal, es inapelable.
Solamente mi padre,
que se pasaba la vida atando cabos y tirando del hilo desde aquella oficina del
servicio de inteligencia que era su domicilio, me dijo esa misma mañana que
aquello no tenía pinta de haber sido perpetrado por los terroristas vascos. Le
hice ese poco caso que suele prestarse a quien se distingue por ofrecer por
sistema de cada asunto la versión más extravagante.
Antonio
escribió su artículo, Con
plomo en las entrañas, en medio de aquel intenso momento familiar.
Era de alguna manera coherente que se lo pidieran a él y que él fuera quien
tomara la pluma dado que se había distinguido en su rechazo a ETA y en su apoyo
a las víctimas. Pero las horas fueron desmintiendo la versión del Gobierno y su
presidente, Aznar, tan ufano como siempre se ha mostrado de cumplir con su
deber hacia la patria, prefirió en este caso mentir con medias verdades a sus
compatriotas, retrasar la información y alentar durante años las teorías de la
conspiración. […]
Si
actuara como presidente del Gobierno desmentiría de una vez para siempre toda
esa madeja de patrañas; no solo lo merecerían las víctimas, también el resto de
ciudadanos que fuimos engañados por el Gobierno de la nación, como así lo
fueron los corresponsales que a la hora del cierre de sus periódicos no
sabían si ser prudentes y aceptar la machacona versión oficial o comenzar a
hablar de atentado islamista.
Así nos lo contó la corresponsal de Der Spiegel, que no
se atrevió a contradecir al Gobierno español en su crónica y salió escaldada
profesionalmente.
Si
Rajoy actuara con la autoridad que le concede ser presidente marcaría una
distancia entre aquellos que sembraron el caso de mentiras y su actual Gobierno.
Pero no lo hará. Y con su silencio confirmará la idea de que
en España se puede mentir desde el congreso o desde un medio de comunicación
sin que los embustes tengan consecuencia alguna. Y no sé a usted, pero a mí la
sola idea de que mentir es gratis me produce un profundo sentimiento de
indefensión.
Humillados
e indefensos, Elvira Lindo [El País, 16 de marzo de 2014]
Humillados e indefensos, Elvira Lindo [El País, 16 de marzo de 2014]
Lo lleva en el sueldo, Elvira Lindo [El País, 9 de marzo 2014]
Enemigos del sexo, Elvira Lindo [El País, 2 de febrero de 2014]
Celia en el Congreso, Elvira Lindo [El País, 16 de febrero de 2014]
¿Por qué, Gallardón?, Elvira Lindo [El País, 29 de diciembre de 2013]
Clandestinas, Elvira Lindo [El País, 24 de abril de 2013]
Lo que vale un pene, Elvira Lindo [El País, 17 de enero de 2010]
Una vergüenza, Elvira Lindo [El País, 14 de marzo de 2012]
Una mujer inconveniente, por Elvira Lindo. Ja!, Bilbao, 14 de octubre de 2016
Creo
que fue la lejanía y la soledad lo que me aficionó hace diez años a las redes
sociales. Aprendí mucho en aquellos primeros años. Lo primero, que cualquier cosa que se cuelgue en la red es público, que todas esas supuestas
condiciones de privacidad que se pactan acaban siendo como las normas que los
niños escribíamos al estilo de la banda de los Proscritos de Guillermo Brown y
que hacíamos firmar a quienes quisieran formar parte de nuestro club secreto.
También supe entonces que conviene no
compartir intimidades con personas que no hayas conocido en tres dimensiones, y que a partir de las doce de
la noche no debes comunicarte ni con tu primo. Porque la gente se calienta y
afirma cosas terribles, escribe mamarrachadas y manifiesta su lado más
ordinario, más mezquino, aquello que a la luz del sol se esconde. […]
Me
llamaron aguafiestas, desabrida, y apelaron a su libertad
de expresión. Me
callaron y me callé. Otra regla: discutir con personas que no conoces es patético. También es cierto que me vi
reflejada en la vulnerabilidad de la persona célebre, aunque no sea comparable
la celebridad de un cómico con la de un escritor […]
Me
contó una de las hijas de Miguel Delibes que su padre se negaba a firmar
autógrafos en papelitos, que las firmas en sus libros. […]
Baldwin
se refería a Nueva York, y a un estilo de vida que la presión
obsesiva de los medios sobre la vida privada, y la colaboración de cierto
público en
certificar con fotos cada encuentro con una celebridad, ha convertido en
impracticable. […]
Atrás quedaron
los tiempos en que Federico Fellini levantaba el brazo para pedir un taxi pero
se dejaba llevar a casa por cualquier romano que se le ofreciera. Hay un
público que se ha aliado con el peor periodismo para vulnerar las normas de privacidad, y hay un periodismo serio que
antes tenía claras sus fronteras éticas y ahora las rompe apelando a una
libertad de información y expresión que deja a los personajes públicos cabreados
y desprotegidos.
Lo
lleva en el sueldo, Elvira Lindo [El País, 9 de marzo 2014]
No deberíamos dar nada por sentado. Y es difícil, porque en esta vida nos rodeamos
de amigos que piensan como nosotros, que han disfrutado y sufrido experiencias
parecidas, que comparten las mismas pasiones, que son el resultado de las
mismas canciones, películas, lecturas, tentaciones y correrías nocturnas. Vamos
buscando por la vida a nuestros iguales,
y los reconocemos por el olor que emanan, por cómo respiran ante cualquier
asunto. Si yo le preguntara a cada uno de mis
amigos cómo abordan la sexualidad de sus hijos, no creo que distara
mucho una respuesta de otra, pero el resumen vendría a ser que no
quieren para su descendencia la perturbadora o inexistente información sexual
que ellos tuvieron de niños.
Somos
la generación que abiertamente contó cómo los curas indagaban sobre los malos
hábitos solitarios y prevenían de malformaciones físicas si el niño se tocaba. A las niñas no se nos hacía esa pregunta en el confesionario
porque se ve que directamente no se concebía que tuviéramos fantasías sexuales.
Los
hijos, los nuestros, los de quienes todavía padecimos una educación en la que
el sexo era sucio, hemos procurado que ellos afrontaran su experiencia sexual
de manera nada traumática. Pero claro, estoy hablando de mis colegas
generacionales, de esos padres y esas madres que se parecen a mí. A raíz de debates como el del aborto hemos escuchado
respirar a otra España, dicen que minoritaria en su fanatismo, pero que existe
y a la que la clase política y algunos medios de comunicación adulan, como no queriendo perder a
ese grupo rocosamente reaccionario que a punto está de adquirir personalidad
política con intenciones de sentarse en el Parlamento.
Esta
semana me llegó un artículo que, confeccionado por el aula de sexualidad de la
Universidad de Navarra y publicado en Abc, ofrecía a los lectores consejos
prácticos para evitar la masturbación. […]
Esta
información penetraba (con perdón) en mis neuronas en una semana en la que las
palabras excitación, masturbación, penetración, orgasmo, paredes vaginales o
contracciones musculares incontrolables han venido colonizando mi tiempo diario
dedicado a la ficción. Bueno, se trata en realidad de una ficción basada en
personajes reales. En unos ocho días he visto la primera temporada de la serie Masters of sex,
inspirada en el libro sobre la vida y experimentos que el doctor Masters y la
trabajadora social Virginia Johnson realizaron a finales de los cincuenta en
Washington University, Saint Louis.
Masters
comenzó haciendo trabajo de campo observando a las prostitutas en acción a
través de un agujero en la pared, pero gracias a la habilidad social de su
ayudante Johnson empezó a reclutar a parejas de todo tipo que, anónimamente y,
a veces, pícaramente, se ofrecían a colaborar con la ciencia, dejándose colocar
electrodos en distintas partes de su anatomía que registraban los cambios que
las emociones sexuales provocan en el cuerpo. A pesar de que es posiblemente la
serie que contiene más polvos de la historia de la televisión, estos están
rodados con elegancia y un elemento aún
más difícil de introducir (perdón) cuando se contempla el sexo: sentido del
humor.
Dejando
a un lado la admiración que provoca el hecho de que un tema tan insólito pueda
construir una trama y a su vez observar lo
íntimo y lo social de una época a través de las relaciones sexuales de los
individuos, Masters of sex nos
conduce, en un primer momento, a la
engañosa idea de que la sociedad siempre progresa hacia la apertura de
costumbres. Y no. En Estados Unidos salta a la vista que
hace tiempo la extrema derecha decidió comerse a la derecha moderada, o al menos mantenerla
amenazada, para liderar aspectos de moral, medio ambiente y política exterior;
esa corrosiva influencia ha acabado atando de pies y manos al país entero.
En
España, aun siendo más difícil ese azote de la reacción, porque por mucho que
se empeñe la Iglesia católica los ciudadanos vivimos hoy de manera menos
atormentada nuestra vida espiritual, se perciben signos de que hay quien no
quiere perder un momento que puede ser óptimo para la regresión.
Si
Masters, en un estudio por el que fue expulsado de la universidad y que hoy a
algunos nos podría parecer candoroso, afirmó que el tamaño no importa, que las
mujeres tienen capacidad de disfrutar orgasmos múltiples y que el desahogo de
la masturbación no provoca en quien la practica ninguna consecuencia adversa,
ahora, medio siglo después, la puerta se ha abierto para quienes están
dispuestos a difundir que el sexo solo debe practicarse para procrear y que hay
que apartar a nuestros jóvenes de esa costumbre tan fea. Opino que frente a
dicho desacomplejado reaccionarismo hay que adoptar una desacomplejada
respuesta.
Mío
es el aforismo que sigue: “La masturbación bien entendida empieza por uno
mismo”. Pero estoy convencida de que lo hubiera firmado la intrépida señora
Johnson.
Enemigos
del sexo, Elvira Lindo [El País, 2 de febrero de 2014]
Sucedía
que el miércoles Google dedicaba su doodle
(perdón por adoptar la palabreja) a la política española Clara Campoamor, y
muchos internautas, seducidos por la estética googleliana y movidos sin dudas
por buenas intenciones, vinieron a acordarse de la mujer que luchó para conseguir el derecho al voto de las españolas.
De todas las mujeres. Ese precisamente fue el problema con el que tropezó la
diputada Campoamor, que la derecha no creía en una sociedad igualitaria,
pero la izquierda, incluyendo a líderes tan significativas como Victoria Kent,
temía que una mayoría del voto femenino se dejara influir por el peso de la
Iglesia y la reacción.
La
derecha no creía en la presencia de la mujer en la vida pública y la izquierda
deseaba postergar ese derecho para un momento más adecuado; de forma que entre
unos y otros convirtieron a Campoamor en una heroína a la que hay que admirar casi
en solitario, sin que haya quien ahora mismo pueda adornarse con una medalla
por ello. Así que cuando esta semana leía furiosos comentarios hacia esas
mujeres que aplaudían a Gallardón considerándolas traidoras a la causa de la
Campoamor, pensaba que si se defiende
la libertad de opinión de las mujeres, si se nos considera personas adultas,
habrá que respetar que seamos soberanas, apoyemos una política como la
contraria. Lo
demás, en el fondo, es condescendencia y paternalismo.
Por
otra parte, ¿qué significaban los aplausos de esas mujeres que jaleaban al
hombre que trata de cercenar un derecho ya adquirido y asumido?, ¿una victoria?
No exactamente. Los aplausos respondían a eso que se llama la disciplina de partido. Una disciplina en la que se basa
el sistema político español y que convierte a todas las voluntades individuales
en una sola;
una disciplina que obedecería cualquier otra formación si se encontrara en
parecida circunstancia. […]
Esto
es difícil de digerir por los ciudadanos, que de pronto vemos escenificado algo
que es moneda común en nuestro sistema: los
políticos se deben más a su partido que a los ciudadanos, y los ciudadanos votamos a un
partido, no a un político en concreto. […]
De
vez en cuando, como la Celia del cuento, hay
que atreverse a ser distinta e indisciplinada, para que al lector o al votante
se le haga la lectura de lo que ocurre más comprensible.
Celia
en el Congreso, Elvira Lindo [El País, 16 de febrero de 2014]
Eso,
¿por qué? No era un asunto que perturbara la
convivencia. Por tratarse de una decisión íntima y traumática, nadie va jamás
alardeando de haber interrumpido su embarazo, de haber abortado. […] No hay perfil que defina a la mujer que se ve en el
trance de abortar.
Esa
intervención dolorosa y deprimente se realiza de manera casi secreta en vidas
muy dispares, y es ese secreto al que de manera legítima se aferra cada una de
las mujeres que acuden a una clínica, lo que hace que algunos hablen de ellas
como si fueran marcianas. Y no. Están entre nosotros. Somos nosotras. Seguro
que usted, que las juzga de manera implacable, conoce a alguna, pero no lo
sabe; incluso el individuo que ideó la portada cruel de La Gaceta en la que
se veía un bebé con síndrome de Down bajo el titular “Matar vuelve a ser delito
en España”,
tiene en su propia familia, en su oficina, entre sus amistades, a alguna de
esas mujeres que callan. Callan por dos razones: los abortos no se cuentan y
nadie quiere correr el peligro de sentirse estigmatizada. […]
Qué gran error no fiarse de las
apariencias, que, como sabemos, no engañan jamás. El alcalde sinuoso llevaba escrito quién era en
ese marcado acento nasal madrileño que divide a la ciudad en dos: los que lo
tienen y los que no. Los que lo tienen son muchos menos; en realidad […]
¿Por
qué? ¿Y por qué ahora? Dudo que esta reforma recabe muchos votos nuevos para un
partido que alberga a toda la derecha de un país como el nuestro en el que
todavía no ha calado una formación específica para la extrema derecha. La
pregunta es por qué enfangarse en una nueva ley que
nace en contra de una realidad social innegable. Dicen los que se frecuentan la
arena parlamentaria que el ministro, en el fondo de su alma, no comulga con su
propio discurso.
Estamos en lo de siempre. Gallardón es ese tipo de político al que se le concede,
en cada decisión que toma, una suerte de análisis psicológico: ¿es así
realmente el ministro o se ha visto empujado por esos fanáticos religiosos que
actúan en la sombra y entonces él, en
el deseo de parecer cristiano viejo,
ha dado un paso adelante sin estar convencido? Qué hartura de teoría. Dada la
gravedad de su reforma y las posibles consecuencias, poco importa ya a qué
verdad profunda responden las decisiones de este político.
Con
frecuencia, los columnistas exprimimos un tema hasta agotarlo, pero me barrunto
que este debate no se va a cerrar aquí, porque las consecuencias lamentables de castigar a los médicos
con penas de cárcel o de obligar a una mujer a traer a un hijo al mundo con
graves malformaciones estarán presentes tanto en la información como en la
opinión.
Muchas oportunidades tendrá el ministro de percibir cómo va a afectar su
cruzada en la vida de las mujeres. De momento, ha comprobado el impacto de este
inaudito retroceso al que nos conduce en la prensa europea, que no olvida que
bajo la España franquista éramos consideradas ciudadanas incapaces de decidir
sobre nuestro propio destino.
¿Por
qué, Gallardón?, Elvira Lindo [El País, 29 de diciembre de 2013]
Volver a los tiempos anteriores a 1985.
Convertir a un número nada desdeñable de mujeres en delincuentes. Aumentar la
angustia de su decisión personal con la amenaza de un castigo legal. Obligarlas
a viajar al extranjero. Arrojarlas a la clandestinidad. Privarlas de una
mayoría de edad conquistada a partir de la muerte de Franco poniendo en manos
de otros decisiones que afectarán a su futuro. Condenarlas incluso a traer a
este mundo a un ser no dotado para la felicidad o sumido en el dolor sabiendo
que el Estado no las va a proteger en su desgracia. Todo en nombre de la moral
católica. Del sector más intransigente de esa religión que se habrá de saltar
sin titubeo sus propios mandamientos, como siempre ha sido, cuando precisen que
a una de sus jóvenes se les practique un aborto. Todo bajo cuerda. Todo a
escondidas. Todo siniestro. Esta es la reforma de la ley que ronda en la cabeza
del Ruiz-Gallardón que, libre ya de su antiguo disfraz de conservador
razonable, está decidido a pasar a la historia como un ministro reaccionario.
Al principio de su mandato se especulaba con que don Alberto se escoraba a la
derecha para demostrar pureza de sangre y hacerse querer. Bobadas, uno se define a sí mismo por sus actos.
Y
mientras la libertad de las mujeres está en juego, el Papa amigo de los pobres
le susurra al oído a Rajoy que la ley de plazos no puede mantenerse, y los
obispos se atreven con declaraciones imaginativas, como esta última del obispo
de Alcalá que ha informado de que existe una conspiración mundial para disminuir la población en la que
participan desde la ONU a todas aquellas ONG que ayudan a la infancia
desamparada, pero en plan tapadera.
La
reforma afectará a la consideración de las mujeres más de lo que imaginamos.
Habrán surtido efecto los escraches que desde hace años soporta la clínica
Dator de Madrid.
Clandestinas,
Elvira Lindo [El País, 24 de abril de 2013]
¿De
verdad las chicas jóvenes, sin trabas ni complejos para ligar con chicos de su
generación, pierden el culo por hombres decrépitos? ¿De veras creen ustedes que
una mujer joven, por muy absurdamente sobrevalorado que tenga el factor
intelectual, se trastorna por un señor que ha de echar mano del bote de Viagra
para satisfacer a una persona en el esplendor de sus necesidades sexuales? Ya,
ya se nos ha dicho machaconamente que en cuestión de sexo las mujeres (en
general) tendemos a sublimar lo sensible, lo mental,
lo afectivo, y
que la cosa tiene una explicación biológica: la perpetuación de la especie. Me
parece biológicamente razonable. Pero si seguimos caminando por el fascinante
camino de la ciencia: ¿qué sentido tiene que una mujer en plena capacidad de
procrear se entregue en cuerpo y alma a un individuo al que le queda un triste
batallón de espermatozoides derrotados? Hay excepciones, por supuesto. Pero yo
nunca he tenido suficiente sensibilidad para comprenderlas. Siempre recuerdo
aquella compañera de BUP a la que iba a esperar a la puerta del instituto un
anciano a lo Tierno
Galván, vestido de viejo profesor. Se marchaban de la mano y
pasaban la tarde sentaditos en un banco del Retiro. Y como yo ya por entonces
carecía de la suficiente imaginación como para entender que el amor puede
mantenerse a base de miradas, los compadecía mucho. Él, se me antojaba
ridículo; ella, víctima de un romanticismo equivocado. Creo que quien mejor ha contado el amor entre un viejo y
una casi niña ha sido Galdós
en su Tristana.
Galdós sabía de qué hablaba porque le gustaban (como es natural) las mujeres
jóvenes, a las que, como era costumbre en la época, convertía en sus
protegidas. Pero lo que no hizo el anciano Galdós fue ensalzar la figura de Don
Lope en su novela y, menos aún, describir a su Tristana como una jovencilla
estúpida. Al contrario, Don Lope sufre de aires de grandeza y trata de
convencer a la joven de que ningún muchacho será capaz de darle lo que él le
da; Tristana, a su vez, le quiere, pero (como es natural) en cuanto se le cruza
un joven atractivo por la calle se entrega, porque es ardiente, al verdadero
amor. A ese amor, que en la juventud se sacia, sobre todo, con sexo. Generalizo, ya lo sé, pero es
que si no generalizo, no escribo. No he conocido a chicas que lo dejen todo por
su viejo frutero, el viejo kiosquero o el viejo camarero, por muy alto que
tuvieran estos su coeficiente intelectual. Cuando el amor traspasa las barreras
generacionales, el factor económico y de estatus social compensa la pobreza
testosterónica. Y no lo critico, cada cual se busca la vida como quiere o como
puede. Pero no me trago el cuento del amor
fou con cuarenta años de diferencia. Woody Allen y Philip Roth han
convertido esa "ficción" en género. Es habitual encontrarse entre los
argumentos que ambos barajan la historia de una jovencita que ve colmadas todas
sus necesidades, sexuales e intelectuales, por un Pigmalión atormentado. En el
caso de la última novela de Roth, The
humbling, el pigmalionismo alcanza niveles históricos: un viejo
actor en declive salva a una muchachita de su empecinado lesbianismo. ¡Sí, Dios
mío, milagro, la cura! Tendré que preguntarle a mis bellas amigas lesbianas si,
en un momento de debilidad, elegirían para su redención a un abuelo. Me temo
que no. No contento Roth con que su personaje
seduzca a una muchacha con las mismas o mejores armas que un joven (sexo de
primera) añade a la fórmula otro sueño masculino: el rescate de una jovencita
que, hasta encontrarse con él, no sabía lo que valía un pene. En Whatever works, Woody Allen cuenta la
increíble historia de una bellísima joven, tonta del culo, paleta del sur,
ignorante hasta rozar zonas limítrofes y poseedora de un gran corazón que cae
rendida ante los encantos de un viejo que se autodefine como "genio",
y se nos presenta como un tío de carácter insoportable, que a pesar de su vasta
cultura no para de soltar tópicos de una pedantería sonrojante y que se jacta
de ser un ser elevado rodeado de personas vulgares que no saben de qué va esto,
o sea, la vida. Para rematar, se gana la vida dando clases de ajedrez en la
calle, es decir, que no tiene dinero en el bolsillo aunque sí un gran
apartamento decorado en un estilo pobre-cool.
No llegamos a saber por qué una chica tan mona y tan boba se
enamora de esa manera de un hombre viejo, desagradable, arrogante e insolvente.
El argumento no cuadra en América, pero tampoco cuadraría en España. Creo haber leído en las
críticas españolas que Allen volvía a su viejo Nueva York y a retratar a un
personaje lúcido. ¿A esto se le llama un personaje lúcido? Me dio rabia que no
me gustara. Yo quería que me gustara. Quería creerme que la chica sería una
versión revisitada
de aquella maravillosa Mariel
Hemingway de Manhattan,
que la juventud no sería sinónimo de estulticia, sino de inocencia y que el
personaje masculino, a pesar de ser, como suele, verborreico, articularía un
discurso interesante. ¿Qué les pasa a algunos hombres ilustres cuando se hacen
mayores? ¿De veras no piensan que si ligan es porque su condición social
compensa una mermada condición sexual? Hay que estar muy pagado de sí mismo
para no caer en la cuenta.
Lo
que vale un pene, Elvira Lindo [El País, 17 de enero de 2010]
Algún tipo de enfermedad moral vive un país para que ocho años
después de un atentado que costó la vida a 192 personas no se pueda honrar a
los muertos sin que el duelo sea una y otra vez empañado por la paranoia
irresponsable y el aprovechamiento político. Hay quien indica que esto es un signo de la
división entre los españoles, pero no me cuadra esta interpretación: hay países
tan divididos o más que el nuestro, en los que el ambiente de incomunicación
entre votantes de un signo u otro es aún más irrespirable que en el nuestro. No
es eso. No es sólo eso. Hay más factores que entran en juego en este dramático
desencuentro entre víctimas. Se me ocurren algunos: la
falta de respeto a las instituciones que nace de las propias instituciones, de un Fiscal General del
Estado que un día pone en duda la investigación y el veredicto de la justicia a
la que él mismo pertenece y al día siguiente los asume; un
periodismo que, acostumbrado a no pagar jamás por errores que ensucian la
verdad, sigue
sembrando teorías conspirativas en la mente de personas que viven hambrientas
de ellas; unos políticos que abrazan esas teorías de una manera frívola, tan
irresponsable que produce inquietud que en su mano esté algo que tenga que ver
con nuestro futuro, y por último, en el capítulo de sostenerla y no enmendarla,
el papel de los herederos ideológicos de Aznar, que siguen defendiendo la
participación de ETA en el atentado para salvar a su líder del gran error que
cometió.
Por
tanto, no estaría de más que Rajoy diera una muestra valiente de templanza y se
desvinculara de una vez por todas de quienes no están dispuestos a aceptar la
evidencia. Todo esto pasó hace ocho años, y es desolador que los partidos no
hayan sabido encontrar la manera de dar consuelo a las víctimas sin fomentar la
división y la inquina entre ellas. Una vergüenza.
Una
vergüenza, Elvira Lindo [El País, 14 de marzo de 2012]
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