Capítulo 11
Y si te repiten tanto las cosas desde niño acabas
creyéndotelas, actuando según la imagen que tus padres tienen de ti.
Ella me quitó la inocencia de tanto repetir que yo no era inocente, pero lo
era. Miraba fijamente, eso sí, que es lo que a ella más le molestaba, pero era
porque siempre me ha costado entender las cosas a la primera. Miraba para
comprender. Era mucho más tonta de lo que ella pensaba.
Ella me atribuía la inteligencia de la maldad, y
yo tenía, os lo puedo asegurar, la lentitud del niño bondadoso.
La miraba cómo estudiaba los cuellos de las camisas de mi padre antes de
echarlas a la lavadora […]
¿se lo vas a contar a
tu padre, se lo vas a contar, verdad? Y yo no sabía qué es lo que le tenía que
contar ni qué interés tenía aquello que la veía hacer con tanta frecuencia, […]
Pero decidme ahora si
no hay que ser muy inocente para darse cuenta de un detalle fundamental en tu vida
veinticinco años más tarde. […]
me encontré unos
zapatos de charol que me compró mi padre una víspera de Reyes. […]
Milagros cree que los
objetos contienen la vida de la gente. Pues es verdad. […]
Estoy, cosa rara,
sola con mi padre. Digo que es raro porque mi padre casi nunca está en casa.
Viaja o dice que viaja. Mi
madre ha hecho que pongamos en duda todo lo que mi padre dice que hace. […]
Él no la mira nunca a
los ojos aunque nosotras nos damos cuenta de que ella se los busca. […]
Por eso, esta tarde
del cinco de enero en que yo estoy sola con él me parece extraordinaria, boto
sobre la cama porque siento la felicidad de tenerlo para mí sola, siento que yo sí que podría retenerlo en
casa.
[…]
Llegamos a una
zapatería, a la zapatería más grande que he visto en mi vida, hace esquina y el
cristal se curva en el ángulo y a mí eso me parece muy elegante. […]
No voy a cometer
ningún fallo porque quiero que me vuelva a llevar con él otra tarde, que sepa
que soy la única persona de casa en quien puede
confiar, la única también que puede retenerlo. Me da la
risa sólo de pensar en esta nueva complicidad. […]
la que sentía por él el enamoramiento de los niños
pequeños que es tan arrebatado como el de los adultos
pero que no conduce al sexo sino a la admiración.
Tuvieron que pasar
veintitrés años para que yo me diera cuenta del engaño […]
¿se acordaría él,
sentiría alguna vez vergüenza o remordimiento?
Fragmentos
seleccionados del undécimo capítulo de Una palabra tuya, de Elvira Lindo
Ayer Julia me
sorprendió viendo Una palabra tuya en el ordenador, justo en el instante en el
que Milagros encuentra al bebé en el contenedor. Se diría que tiene el don de la
oportunidad. Podía haberla apagado inmediatamente pero supuse que no era para
tanto, que no podría interpretar el contexto ni entender lo que estaba sucediendo. Pero su reacción
fue inmediata y me forzó a parar la película y a hablar con ella.
-¿Mamá, cómo puede
haber gente así? No me lo explico...
-¿Qué quieres decir?
-¿Cómo puede haber
alguien capaz de abandonar a un bebé en un contenedor?
La película me gustó mucho,
pero no tanto como la novela. La carga emocional de la novela es insuperable. En los primeros
dos minutos ya se me hizo un nudo en la garganta al contemplar la cajita y la
discusión de Morsa con Rosario. Pero, ¿cómo puede empezar así?
Tuve que recordarme que el espectador que no conoce la historia no tiene las claves para saber lo que pasa.
Al leer el libro
siempre pensé que había una especie de desdoblamiento de un único personaje
central. Una pelea interna entre las dos caras de una misma persona. La lucha
de alguien que es especialmente duro y exigente consigo mismo y no termina de
aceptarse tal y como es en realidad. Que no quiere aceptar su vulnerabilidad, su parte
sensible, tierna, ingenua, idealista, los errores cometidos, los pasos mal calculados,
que se siente culpable, diferente, torpe, inseguro, inconstante, interesado, solo y desprotegido. El dolor no superado por la muerte de un hijo. Alguien que piensa que no va a ser capaz de amar y de entregarse. No después de un desengaño.
Por alguna razón que
no logro explicarme, mi cabeza había borrado el final de la película.
En mi memoria se había producido una conciliación de las dos partes en juego. Rosario se había demostrado a sí misma que era capaz de aceptar a Milagros con toda su carga positiva y negativa.
Para recomponer todo
esto supongo que me hizo falta leer Lo que me queda por vivir.
Quiero olvidarla del todo para leerla de nuevo [Una palabra tuya] dentro de unos años.
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