sábado, 8 de marzo de 2014

La sorpresa del roscón



Capítulo 11
Y si te repiten tanto las cosas desde niño acabas creyéndotelas, actuando según la imagen que tus padres tienen de ti. Ella me quitó la inocencia de tanto repetir que yo no era inocente, pero lo era. Miraba fijamente, eso sí, que es lo que a ella más le molestaba, pero era porque siempre me ha costado entender las cosas a la primera. Miraba para comprender. Era mucho más tonta de lo que ella pensaba.
Ella me atribuía la inteligencia de la maldad, y yo tenía, os lo puedo asegurar, la lentitud del niño bondadoso. La miraba cómo estudiaba los cuellos de las camisas de mi padre antes de echarlas a la lavadora […]
¿se lo vas a contar a tu padre, se lo vas a contar, verdad? Y yo no sabía qué es lo que le tenía que contar ni qué interés tenía aquello que la veía hacer con tanta frecuencia, […]
Pero decidme ahora si no hay que ser muy inocente para darse cuenta de un detalle fundamental en tu vida veinticinco años más tarde. […]
me encontré unos zapatos de charol que me compró mi padre una víspera de Reyes. […]
Milagros cree que los objetos contienen la vida de la gente. Pues es verdad. […]
Estoy, cosa rara, sola con mi padre. Digo que es raro porque mi padre casi nunca está en casa. Viaja o dice que viaja. Mi madre ha hecho que pongamos en duda todo lo que mi padre dice que hace. […]
Él no la mira nunca a los ojos aunque nosotras nos damos cuenta de que ella se los busca. […]
Por eso, esta tarde del cinco de enero en que yo estoy sola con él me parece extraordinaria, boto sobre la cama porque siento la felicidad de tenerlo para mí sola, siento que yo sí que podría retenerlo en casa. […]
Llegamos a una zapatería, a la zapatería más grande que he visto en mi vida, hace esquina y el cristal se curva en el ángulo y a mí eso me parece muy elegante. […]
No voy a cometer ningún fallo porque quiero que me vuelva a llevar con él otra tarde, que sepa que soy la única persona de casa en quien puede confiar, la única también que puede retenerlo. Me da la risa sólo de pensar en esta nueva complicidad. […]
la que sentía por él el enamoramiento de los niños pequeños que es tan arrebatado como el de los adultos pero que no conduce al sexo sino a la admiración.
Tuvieron que pasar veintitrés años para que yo me diera cuenta del engaño […]
¿se acordaría él, sentiría alguna vez vergüenza o remordimiento?
Fragmentos seleccionados del undécimo capítulo de Una palabra tuya, de Elvira Lindo



Ayer Julia me sorprendió viendo Una palabra tuya en el ordenador, justo en el instante en el que Milagros encuentra al bebé en el contenedor. Se diría que tiene el don de la oportunidad. Podía haberla apagado inmediatamente pero supuse que no era para tanto, que no podría interpretar el contexto ni entender lo que estaba sucediendo. Pero su reacción fue inmediata y me forzó a parar la película y a hablar con ella.
-¿Mamá, cómo puede haber gente así? No me lo explico...
-¿Qué quieres decir?
-¿Cómo puede haber alguien capaz de abandonar a un bebé en un contenedor? 

La película me gustó mucho, pero no tanto como la novela. La carga emocional de la novela es insuperable. En los primeros dos minutos ya se me hizo un nudo en la garganta al contemplar la cajita y la discusión de Morsa con Rosario. Pero, ¿cómo puede empezar así?
Tuve que recordarme que el espectador que no conoce la historia no tiene las claves para saber lo que pasa.
Al leer el libro siempre pensé que había una especie de desdoblamiento de un único personaje central. Una pelea interna entre las dos caras de una misma persona. La lucha de alguien que es especialmente duro y exigente consigo mismo y no termina de aceptarse tal y como es en realidad. Que no quiere aceptar su vulnerabilidad, su parte sensible, tierna, ingenua, idealista, los errores cometidos, los pasos mal calculados, que se siente culpable, diferente, torpe, inseguro, inconstante, interesado, solo y desprotegido. El dolor no superado por la muerte de un hijo. Alguien que piensa que no va a ser capaz de amar y de entregarse. No después de un desengaño.
Por alguna razón que no logro explicarme, mi cabeza había borrado el final de la película. 
En mi memoria se había producido una conciliación de las dos partes en juego. Rosario se había demostrado a sí misma que era capaz de aceptar a Milagros con toda su carga positiva y negativa. 
Para recomponer todo esto supongo que me hizo falta leer Lo que me queda por vivir. 
Quiero olvidarla del todo para leerla de nuevo [Una palabra tuya] dentro de unos años.
 

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