Fragmentos comentados de El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde, Robert L. Stevenson
Fragmento de Los que mandan, Javier Marías, [La zona fantasma, 30 de diciembre de 2012]
Declaración completa de Harry Jekyll acerca del caso
“Estaba dotado de excelentes cualidades, me sentía inclinado
por naturaleza al trabajo, y respetaba la sabiduría y la bondad de mis
semejantes, de manera que se hubiese podido suponer que tenía todas las
garantías para alcanzar un honorable y distinguido futuro. Y, realmente, el
mayor de mis defectos era cierta impaciente viveza de disposición que
a menudo ha hecho la felicidad de muchos, pero que yo encontraba difícil de
conciliar con el imperioso deseo de llevar la cabeza en alto y de mostrar ante
el público un semblante más grave que el común. De ahí que llegase a ocultar
mis placeres y que, […] me viese inclinado a una profunda duplicidad en la
vida. ”
¿No se reconoce como
ambicioso?
“las ocultaba [las llama irregularidades de las
que yo era culpable] con un casi mórbido sentimiento de vergüenza. Así pues,
era más bien la exigente naturaleza de mis aspiraciones, y no una particular
degradación causada por mis faltas, lo que me
hacía lo que era y la que, […] separaba en mí los campos del bien y del mal
de que se compone y en que se divide la naturaleza humana.”
Aquí sí apunta a la ambición
como causa.
“En tales circunstancias, me veía yo impelido a reflexionar
profunda e ininterrumpidamente acerca de esa dura ley de la vida que se
encuentra en las raíces de toda religión [ley natural] y que es una de las
más poderosas fuentes de zozobra.”
El reconocimiento de
la ley le provoca inquietud ante el riesgo que amenaza. Cuando piensa en la
ley, tiene miedo al castigo. De manera que, si alguien le garantizase que no va
a ser perseguido y castigado, violaría la ley. Este es un argumento sofista. Se
cumple la ley por miedo al castigo, no por respeto a la ley en sí misma.
“Las dos personalidades eran auténticas
en mí; no era más sincero cuando ignoraba las restricciones y me llenaba de oprobio
que cuando trabajaba, […], para ampliar mis conocimientos o para aliviar la
miseria y el sufrimiento.[…] la conciencia de perenne lucha entre
mis dos personalidades. Cada día, y desde ambas facetas de mi inteligencia, la
moral y la intelectual, me acercaba firmemente a esa verdad a causa de cuyo
descubrimiento parcial he sido condenado a tan espantosa suerte: la de que el
hombre en realidad no es uno, sino que verdaderamente es dos.”
Lucha entre razón y
pasión. Él habla de vergüenza y deshonor ¿para consigo o para con los demás?. No
quedan compensadas las faltas cometidas porque uno sea médico y dedique su
tiempo al estudio y a aliviar el daño que causa. Uno busca siempre la forma de
justificarse. La penitencia y la caridad [en este caso, el
cumplimiento del deber de atender a sus obligaciones como médico] no equilibran
ni debieran borrar el daño cometido. Da a entender que ha sido condenado [¿por
la divinidad?] por descubrir una verdad [científica].
“Fue en el aspecto moral, y en mí mismo, donde aprendí a
conocer la total y primitiva dualidad humana; ví que había dos naturalezas que contendían en
el campo de mi conciencia. […] yo había aprendido a pensar con placer,
[…] en la idea de la separación de ambos elementos. Si cada uno, me decía,
pudiese ser aislado en identidades diferentes, nuestra vida se vería liberada
de todo lo que nos resultaba insoportable”
Hasta ahora la
conciencia era un dictado de la razón. Por eso, tener mala conciencia es resultado
de que uno sabe que no ha actuado bien, correctamente o conforme a la ley
universal racional. No hay una conciencia que indique el camino de hacer el
mal. Hay una voluntad de hacer daño que es pasión o una ignorancia de cómo
actuar bien. ¿Ignorantes o malvados?. Tendría que revisar la explicación del
mal, el origen del mal. La idea de la personificación del mal es algo muy
peligroso y dañino.
Si nuestra vida se
viese liberada de todo lo que es pasión y fuera sólo un cálculo racional, ya no
sería una vida propiamente humana. ¿Qué pasaría con la libertad? Estaba
pensando en la santidad. Uno elige el bien sabiendo que puede elegir el mal. Si
eliminamos la posibilidad de errar, de equivocarnos, la posibilidad de la
ignorancia y la maldad, seríamos como dioses, buenos “de serie”, habríamos
eliminado de un plumazo el pecado original.
“La maldición de la humanidad consistía
en que estos dos incongruentes haces estuviesen unidos, en que, en las
doloridas entrañas de la conciencia, luchasen continuamente estos dos gemelos
polares.”
Llamarlo maldición –a la
lucha entre razón y pasión- ya supone una toma de posición que considero más
bien teológica que filosófica. Plantearse la separación de esos dos elementos –como
“partes” de un todo- como si estuvieran erradicadas en algún punto concreto de
nuestra entidad, me lleva a la dualidad alma-cuerpo y casi directamente a El
exorcista. Esta es la peligrosidad a la que me refería: “Blatty, el autor de la novela, explicó que
la historia tuvo inspiración en hechos verídicos en los cuales trabajó cuando
él aún era estudiante universitario, acerca de informes sobre un exorcismo real
ocurrido en la localidad de Mount Rainier, Washington, en el año 1949, y que fuera informado por The Washington Post.”
“Empecé a percibir, […] la temblorosa inmaterialidad, la
brumosa transitoriedad de este aparentemente tan sólido cuerpo
al cual nos hallamos atados. Encontré que ciertos agentes tenían la virtud de
agitar y transformar nuestra vestimenta carnal”
Me ha recordado El
Hombre Invisible, publicada en 1897:
“He aprendido que lo
triste y pesado de la vida reposa para siempre sobre los hombros del hombre
y que, cuando intentamos liberarnos de la carga, sólo conseguimos que ésta vuelva
a nosotros ejerciendo una nueva y más terrible presión.”
“No sólo consideraba mi cuerpo natural como simple aura y
fulgor de algunos de los poderes que componían mi espíritu, sino que además
logré preparar un compuesto mediante el cual estos poderes quedarían despojados
de su supremacía, la cual pasaría a ser detentada por una segunda forma y un
nuevo semblante, no menos naturales a mi ser, puesto que eran expresión y
llevaban el sello de elementos menores de mi alma.”
Concepción tripartita
del alma de Platón: racional, irascible y concupiscible. ¿Qué ocurre cuando
renunciamos a conducirnos de forma racional? Nos convertimos en esclavos de
nuestras pasiones. Un cuerpo [otro cuerpo] que es el reflejo de la primacía de lo
irracional sobre lo racional en el humano. Llamarlo “natural” es un decir
porque ha forzado “su naturaleza” a través de un brebaje. Es como llamar “natural”
al resultado de una cirugía plástica. La única diferencia es que no tiene carácter
permanente. Me he acordado ahora del botox o toxina botulínica, un veneno que
puede servir como arma de destrucción masiva pero que tiene también otras
aplicaciones.
“Más la tentación derivada de un
descubrimiento tan profundo y singular se impuso por fin a las sugerencias del
temor.”
El pecado original
otra vez. El mito de Prometeo.
“Había algo nuevo en mis sensaciones, algo
indescriptiblemente nuevo y, a causa de esta misma novedad, increíblemente
dulce. Me sentía más joven, más ligero, más feliz en lo físico; interiormente,
tenía conciencia de una fuerte temeridad, en mi imaginación se atropellaban
desordenadas imágenes sensuales, los lazos del deber se aflojaban y
experimentaba un desconocido, pero no inocente, sentimiento de libertad del alma.”
Llamar libertad del alma a sentir que uno puede
hacer lo que quiera o desee, a no tener ninguna obligación ni respeto para con
nada ni nadie, es engañoso. Eso no es libertad.
La primera vez que lo
leí me acordé de la película La mosca. Uno empieza tele transportando objetos,
continúa por tele transportar seres vivos y termina realizando completamente
otra cosa de forma inconsciente.
“Me supe, desde que aspiré por primera vez aquel aire de
vida nueva, más perverso, diez veces más perverso: esclavo del mal; la idea,
en aquel momento, me animaba y me deleitaba como un vino.”
La extraña sensación de
que uno sabe que es un malvado antes de ejecutar ningún daño.
“parecía que las constelaciones, en ese instante, me miraban
a mí, a la primera criatura de esa especie”
¿por qué supone que es
una nueva especie?
“Debo aquí exponer únicamente teorías, no diciendo lo que sé,
sino lo que supongo más probable.”
Está bien que lo
aclare porque si no, no parece un científico serio. Esto son sólo hipótesis.
“El lado malo de mi naturaleza, al que
ahora había yo dotado de acusada eficacia, era menos robusto y menos
desarrollado que el lado bueno que acababa yo de abandonar; y aquél, en el curso de
mi vida, que después de todo había sido en sus nueve décimas partes una vida de
esfuerzo, virtud y dedicación, habrá tenido menos actuaciones, se había
ejercitado menos.”
Parece que el doctor
Jekyll, antes de conocer al señor Hyde, se consideraba un hombre virtuoso. Su
hipótesis parece bastante fabulosa para ser científica pero no deja de tener
gracia. Más pequeño, ligero y joven porque, la verdad, yo no me había
ejercitado mucho en el desarrollo de mis vicios.
“Además, el mal (del cual pienso todavía que es el lado letal
del hombre) había dejado en aquel cuerpo marcas de deformidad y
degeneración. Con todo, cuando miré
aquel horrible ídolo en el espejo, su imagen no provocó en mí
repugnancia, sino más bien deseos de bienvenida. Aquél, era asimismo yo: parecía
natural y humano”
¿No se reconoce en la
imagen? Ese otro, el malvado, no soy yo. Creo que Robert L. Stevenson tiene
mucho sentido del humor.
Sí, eso diría Hobbes siguiendo a Plauto (254 a . C.
- 184 a . C.):
“Lupus est homo
homini, non homo, quom qualis sit non novit."
(Lobo es el hombre
para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro)
“He observado que, cuando asumo la personalidad de Edward Hyde,
nadie puede acercárseme sin un evidente recelo físico. Supongo que esto se debe
a que todos los seres humanos, tal como los conocemos, son una mezcla de bien
y de mal, en tanto que Edward Hyde, sin antecedentes en la historia de
la humanidad, era ejemplo exclusivo del mal.”
Las acciones son
buenas o malas. Yo no diría que el hombre es resultado de la mezcla del bien y
del mal.
“El segundo y decisivo experimento había de ser puesto en práctica
todavía: quedaba por ver si mi otra identidad estaba perdida
más allá de toda redención”
La cuestión es si una vez
que aparece el señor Hyde, el doctor Jekyll puede volver o no a ser él mismo y
el mismo.
Parece que el que la
hace la paga y quien roba el fuego de los dioses no puede quedar sin castigo.
“Volví a ser el de siempre, con el carácter, la estatura y
el rostro de Harry Jekyll. Aquella noche llegué a la encrucijada fatal. De
haberme acercado a mi descubrimiento con un espíritu más noble, de haber
emprendido la experiencia bajo el imperio de aspiraciones generosas y pías,
todo hubiese sido distinto y, de aquellas agonías de nacimiento y muerte,
hubiese yo vuelto en ángel y no en demonio.”
La hubris o hybris (en griego antiguo ὕϐρις hýbris) es un concepto
griego que puede traducirse como ‘desmesura’ y que en la actualidad alude a un orgullo o
confianza en sí mismo muy exagerada, especialmente cuando se ostenta poder. En
la Antigua Grecia aludía a un desprecio temerario hacia el espacio
personal ajeno unido a la falta de control sobre los propios impulsos, siendo
un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas, consideradas
enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado, y más
concretamente por Ate (la furia o el orgullo). Como reza el famoso proverbio
antiguo, erróneamente atribuido a Eurípides:
«Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco.»
“El truco es viejo como el mundo, no se entiende cómo aún funciona, y quizá hoy más que nunca. Hice hablar de ello a un personaje de mi novela más reciente, que se hacía una reflexión parecida a esta: no es sólo por necesidad o comodidad por lo que uno delega en otros, sobre todo para los asuntos ingratos o los trabajos sucios; el que da la orden de matar a alguien y contrata a un sicario puede llegar a convencerse de que apenas tuvo que ver en el asesinato, al fin y al cabo él no estaba allí cuando se cometió; por inverosímil que parezca, cabe la posibilidad de engañarse hasta las últimas consecuencias, se puede poner en marcha una cosa y después “desentenderse”, y por supuesto culpar al que se manchó las manos. No en balde los actores y cantantes, los escritores, los boxeadores y los toreros cuentan con representantes, agentes, managers y apoderados respectivamente. No sólo les sirven para ocuparse de la burocracia y conseguirles condiciones mejores, asesorarlos en cuestiones que los aburren o de las que poco saben, también para quitarse responsabilidades. “Eso es decisión de mi agente”, se escaquean. “Mi representante no me lo permite”, como si el delegado tuviera potestad para imponerles algo. Salvo con los actores, escritores y demás muy tontos o despistados, muy inútiles o ensimismados, eso nunca es cierto: son ellos quienes tienen la última palabra. Otro tanto ocurre con los clientes y sus abogados, los empresarios y sus asesores, los Presidentes y sus ministros. Pero, si ellos mismos son capaces de persuadirse a veces de que son “inocentes” de lo que ejecutan sus subordinados o secuaces, ¿cómo no van a convencer al resto, a la gente corriente?”
Los que mandan, Javier Marías, [La zona fantasma, 30 de diciembre de 2012]
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