El Quijote es un libro lleno de defectos. La
acción tarda mucho en empezar, hay capítulos enteros en los que no ocurre,
interminablemente, nada, la historia principal queda interrumpida por relatos
secundarios que no tienen nada que ver con ella, o, peor aún, por largas
tiradas de versos, y cuando parece que por fin va a haber algo de suspense,
cuando Don Quijote y el escudero vizcaíno están a punto de enredarse a caballo
en un duelo de espadas, a Cervantes no se le ocurre otra cosa que interrumpir
su relato, con el pretexto absurdo de que se le ha acabado el manuscrito de
donde lo copiaba y por tanto no sabe como continúa. Dejando aparte las
incongruencias y descuidos de la trama -¡ese asno imperdonable de Sancho que
aparece y desaparece!-, Cervantes no era precisamente un genio en lo que se
refiere a la astucia de enganchar o atrapar al lector, según se dice ahora, como si el
lector fuera una trucha o un conejo: cada vez que se anuncia en la novela
la posibilidad de algo verdaderamente terrible o magnífico, la cosa acaba en
ridículo, o en nada: los ruidos nocturnos que aterran a Sancho en mitad de un
bosque tenebroso resulta corresponder a unos prosaicos batanes; cuando Don
Quijote ordena que le abran la jaula del león y lo desafía, el león se lo queda
mirando con aire adormilado, y en lugar de saltar hacia el caballero y
ofrecernos una escena trepidante de acción se da media vuelta y se tumba en el
fondo de la jaula....Para remediar y corregir todas estas deficiencias, para
lograr una novela que interese a los lectores de hoy día, lectores dinámicos-,
atareados, con poco tiempo que perder en vaguedades polvorientas, un filólogo o
catedrático de literatura de cuyo nombre ahora no me acuerdo ha publicado una
edición simplificada de El
Quijote que, sin duda, por lo que leí hace un par de semanas en el
periódico, será un progreso considerable con respecto al anticuado original, y
tendrá además la sagrada virtud pedagógica de facilitarles la lectura a los
estudiantes y evitar que sus jóvenes cerebros se fatiguen en exceso.
viernes, 22 de agosto de 2014
miércoles, 20 de agosto de 2014
Del catálogo de exilios
…en el aula sin ventanas alrededor de una larga mesa los estudiantes escuchan a uno de sus compañeros al que le he pedido que lea el pasaje de la segunda parte del Quijote en el que Sancho Panza encuentra a su antiguo vecino el morisco Ricote que ha vuelto clandestinamente a España después de la expulsión. Traigo cada día a cada clase en mi cartera de falso profesor un poema o un fragmento de prosa que tenga que ver con los exilios españoles y que he buscado en la biblioteca del Instituto Cervantes donde hay tantos libros valiosos…
Ventanas de Manhattan, Antonio Muñoz Molina
‘Pensar que en esta vida las cosas
della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado; antes parece
que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda:
la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño
al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con
esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin ligera más que el
tiempo, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene
términos que la limiten’’. Esto dice Cide Hamete, filósofo mahomético; porque
esto de entender la ligereza e instabilidad de la vida presente, y de la
duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz
natural, lo han entendido; pero aquí, nuestro autor lo dice por la presteza con
que se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como en sombra y humo el gobierno
de Sancho.
El cual, estando la séptima noche de los días de su
gobierno en su cama, no harto de pan ni de vino, sino de juzgar y dar pareceres
y de hacer estatutos y pragmáticas, cuando el sueño, a despecho y pesar de la
hambre, le comenzaba a cerrar los párpados, oyó tan gran ruido de campanas y de
voces, que no parecía sino que toda la ínsula se hundía. Sentóse en la cama, y
estuvo atento y escuchando, por ver si daba en la cuenta de lo que podía ser la
causa de tan grande alboroto; pero no sólo no lo supo, pero, añadiéndose al
ruido de voces y campanas el de infinitas trompetas y atambores, quedó más
confuso y lleno de temor y espanto; y, levantándose en pie, se puso unas
chinelas, por la humedad del suelo, y, sin ponerse sobrer[r]opa de levantar, ni
cosa que se pareciese, salió a la puerta de su aposento, a tiempo cuando vio
venir por unos corredores más de veinte personas con hachas encendidas en las
manos y con las espadas desenvainadas, gritando todos a grandes voces:
–¡Arma, arma, señor gobernador, arma!; que han
entrado infinitos enemigos en la ínsula, y somos perdidos si vuestra industria
y valor no nos socorre.
[…]
El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, Miguel de Cervantes. Segunda Parte. Capítulo LIII.
Memoria de los moriscos. Escritos y relatos de una diáspora cultural. Biblioteca Nacional.
La biblioteca clandestina, Antonio Muñoz Molina [El País, 4 de septiembre de 2010]
martes, 19 de agosto de 2014
Oh, maybe just whistle
“¿Sabes que no tienes que actuar conmigo Steve?… No tienes que decir nada y no tienes que hacer nada. Nada de nada… O simplemente silbar… ¿Sabes cómo silbar, verdad Steve?… Simplemente junta tus labios y… sopla”Tener o no tener
- Slim: [She holds up the bills again] Uh, sure you won't change your mind about this?
- Morgan: Uh-huh.
- Slim: This belongs to me and so do my lips. I don't see any difference.
- Morgan: Well, I do.
- Slim: Okay. You know you don't have to act with me, Steve. You don't have to say anything and you don't have to do anything. Not a thing. Oh, maybe just whistle. [She opens his door and pauses] You know how to whistle, don't you, Steve? You just put your lips together - and blow.
A
la emoción de ver en persona a la señora Bacall se une la posibilidad de
traspasar los muros del edificio Dakota, así llamado, cuentan, porque cuando
fue construido se encontraba tan a las afueras de Manhattan que la gente
ironizaba con la lejanía del nuevo edificio señorial, más cerca del Estado de
Dakota que del corazón de la ciudad. El Dakota es hoy, claro, una de las
paradas obligadas de los turistas. No hay turista que no desee hacerse la foto
en el lugar donde John Lennon fue asesinado; no hay cinéfilo que no recuerde la
película de Polansky La semilla del diablo, en la que el caserón cobra la
importancia de un personaje más. Para los neoyorquinos, el Dakota es uno de esos edificios del lado oeste de la ciudad que
albergan a simpatizantes demócratas con dinero que hacen cuantiosas donaciones
para la campaña electoral. El Dakota, el San Remo, son testigos de la
vida de artistas millonarios dispuestos siempre a arrimar el hombro a la causa
más progresista.
La
belleza no está exactamente en el edificio, que tiene las pretensiones de un
afrancesamiento postizo que a veces los norteamericanos entienden como
distinguido, sino en el lugar en el que está ubicado:
la calle 72 y Central Park West, enfrente del parque, y en el barrio con más carácter de la isla. Las dimensiones de la
recepción parecen europeas, por lo mezquinas, y uno se extraña de que un
edificio tan enorme no tenga uno de esos lobbies de amplitud norteamericana.
"La
señora Bacall está esperando", dice el doorman, así que subo en el
ascensor hasta el cuarto piso, un cubículo forrado de madera que tiene algo del
aire entre terrorífico y cómico de la película de Polansky. Me siento en el
sillón del ascensor y todo cruje, con un sonido bastante teatral.
"Mrs.
Bacall acabará dentro de unos cinco minutos con su sesión fotográfica", me
dice su secretaria. "Siéntase como en su casa". Me siento en el sofá
con la pretensión de que la secretaria vea que esperaré discretamente, pero en
cuanto desaparece me levanto como si tuviera un resorte. ¿Cómo estar sentada en
la habitación en la que la señora Bacall ha vivido los últimos 30 años? La
arquitectura tiene un aire europeo, parisiense, como de principios de siglo:
grandes escayolas, techos altísimos. Si no fuera por
la ventana inmensa que parece meter Central Park en el cuarto podría pensar que
estoy en ese París del que Bacall se considera hija adoptiva. Quiero
aprovechar los cinco minutos al máximo y me acerco a las pinturas. Dos
preciosos dibujos de Calder, pequeños paisajes y retratos de animales como del
XIX. Libros por todas partes, el desorden propio de la gente que disfruta de la casa y de
la vida; los ingobernables enchufes y cables de detrás de la tele,
los sillones cómodos de terciopelo ajado y, sobre todo, la gran pared, esa gran
pared en la que los retratos de los amigos se disputan el sitio. Me da la risa
de la emoción. Sé que estoy atrapando un recuerdo que será para siempre. Las
fotos no son las típicas de estudio, son las fotos
familiares; pero en ellas distingo la sonrisa de David Niven, las de los
dos hermanos Kennedy, el rostro algo circunspecto de Howard Hawks, la cara de
su hijo Steve -tan parecido al padre-, y, de forma recurrente, los rostros
queridos de Spencer Tracy, de Katharine Hepburn, con dedicatorias cariñosas que
indican una vida de amistad y recuerdos comunes, de tardes de fiesta y de esas
otras tardes más sombrías en las que la pareja iba a diario a visitar al amigo
Boogie, que se moría poco a poco de un cáncer de pulmón sin dejar de tomar su
martini y algún que otro cigarrillo. Hay un dibujo, como un autorretrato de la
propia Hepburn, felicitando a la Bacall por un premio. Pienso que se trataría
del Tony en la época en que las dos actrices pisaron Broadway, en una edición
en la que las dos optaban al galardón.
Es
difícil moverse por la sala sin que el suelo de tarima se chive de todos mis
movimientos, así que voy recorriéndolo de puntillas, con miedo a resbalarme en
este suelo traicionero de tan pulido, y como si hiciera algo prohibido, con
algo de la comicidad de los satánicos personajes de La semilla del diablo. A
punto estoy ya de abrir alguno de los cajones cuando una voz tan grave que parece la
de un hombre me da un susto de muerte a mis espaldas. Ella. Es ella. Hace la
entrada de las grandes estrellas. Alta a pesar de sus 81 años, de espalda ancha
y recta; esa elegancia
innata que lo supera todo, hasta ese atuendo casero con el que me
recibe: pantalones cómodos, camiseta, sandalias deportivas. Viene con una
perrilla de ojos saltones que me ladra con la furia de los perros pequeños.
"Venga, Sophie, no te enfades". Yo le dejo la mano para que me
conozca. La olisquea y, viendo que soy una más de las admiradoras de su dueña,
salta al sofá para sentarse a mi lado.
Perdone, Mrs. Bacall, no he podido resistir la
tentación de mirarlo todo; es que no puedo reprimir la emoción que siento al
estar aquí
Oh,
qué dulce suena eso
[y suelta una
carcajada].
No veo fotos de Humphrey Bogart.
Bueno,
las fotos de Boogie están en la otra habitación. Soy cuidadosa. Comprende que tuve otro
marido, otro hijo, y no me parece correcto.
El
otro marido fue Jason
Robards, un gran actor al que todo el mundo, menos Lauren Bacall, le
atribuía cierto parecido físico con Bogart. "Sí, eso se dijo mucho, pero
no se parecían en nada. Él tuvo que vivir con la
sombra de Boogie. Yo, para la prensa, era siempre la viuda de
Bogart".
Robards
no nos roba ni dos minutos de conversación. Se nota que Bacall se cuida mucho
de no menospreciar al padre de su tercer hijo, aunque en las memorias está
descrita con una elegancia no exenta de sinceridad la pesadilla que supuso la
convivencia con este hombre atractivo y alcohólico que podía convertirse en un
ser muy desagradable, olvidadizo de sus obligaciones como padre, como esposo.
Fueron, dice Bacall, los únicos años de su vida en que le falló el sentido del
humor. Hablamos de su libro de memorias. Es un libro que tiene un
enorme valor, el de testimonio de la época más glamourosa del cine, pero
también de algo que resulta particularmente atractivo para el lector: la verdad
de la vida de una mujer que a los ojos de los espectadores gozaba de un
universo fascinante; que poseía una especie de audacia
sexual muy excitante para la época, una especie de aplomo, de seguridad en sí
misma, un atractivo cargado de inteligencia. El interés del libro es que
descubrimos en él a una mujer inocente, terriblemente dependiente del cariño de los
hombres, y eso es algo que parece no cuadrar con la imagen de los
personajes que encarnó. Si hay algo que la presencia física de Lauren Bacall no
despierta es compasión: nunca fue ese tipo de actriz proclive a que le dieran
papeles de muchacha desasistida, que inspira instintos de protección; al
contrario, ya desde su primer filme, Tener o no tener, la sensación que
provocaba era la de ser la nena lista, la que se las sabía todas, la que había
tenido ya muchas experiencias románticas.
"Sí,
eso es increíble, pero es así. En realidad, todo fue una invención de Howard Hawks;
él vio que mi cara tenía carácter, incluso se negó a que me retocaran las cejas
y me arreglaran los dientes; él me quería exactamente como yo era. Me dijo que
aprovechara mi voz, que nunca subiera un tono para hacerla más aguda, que eso
nunca sería atractivo. Por otro lado, aprendí a bajar la cabeza para que mis
ojos se abrieran más, y enseguida se hizo popularísima esa
forma que yo tenía de mirar a Bogart. Ahí es cuando empezaron a llamarme
La Mirada. Pero yo, yo no era más que una chica de 18 años, una chica a la
que su familia en pleno despidió en un restaurante de Broadway que todavía
existe, Lindy's, y que tenía que dar cuentas, como buena chica judía, de su
comportamiento. Es verdad que yo me enamoraba muy rápido, incluso
estuve perdidamente enamorada de Kirk Douglas cuando estaba estudiando
interpretación a los 16 años, pero no pasaba de ahí. Yo llegué virgen al
matrimonio".
¿Y era habitual eso entre las chicas de Hollywood?
Bueno,
yo creo que las otras andaban más ocupadas que yo [risas].
El hecho de que usted hiciera películas tan
memorables hace que se la relacione con Hollywood, claro, pero usted es
tremendamente neoyorquina.
Es
que Hollywood no significa nada. Qué es Hollywood, una industria, pero nada
más. Yo viví en California 15 años, sí, pero mi sitio es éste
Además, Boogie odiaba Hollywood; odiaba aquel ambiente
de los estudios, el negocio. Casi
todos sus amigos eran escritores, eso era curioso. A él le aburrían
mucho los actores, siempre mirándose el ombligo, siempre hablando de sí mismos.
Había excepciones, claro; tuvimos amigos maravillosos, como Spencer, Katie o
David Niven, pero él prefería la compañía de escritores. Él me enseñó mucho,
mucho, sobre nuestra profesión, sobre cómo uno debía ser honesto.
Imagínate qué suerte tuve al tener como amigos a personas que sin él nunca
hubiera conocido, porque Cole Porter, Faulkner, Hemingway,
Spencer Tracy, James Cagney
, ellos eran de
su generación,
no de la mía. ¿No crees que he sido muy afortunada por poder codearme con toda
ese gente? Boogie siempre decía que el mejor actor del mundo era Spencer Tracy,
y el que tenía más carácter, James Cagney. Me acuerdo de una noche oyéndoles
hablar a los tres. Fue la única vez que recuerdo que Katie y yo estuviéramos
calladas. Me sentía tan feliz. ¿De qué hablábamos?
[Le
cede protagonismo a Bogart.]
De su inocencia.
Sí,
yo había sido una adolescente muy tonta, soñadora;
en mi cabeza sólo había películas. Yo quería ser Bette Davis,
era mi ídolo; esos ojos, esa forma de moverse. La vi dos veces, una cuando yo
tenía 17 años y luego cuando hice la versión musical en Broadway de Eva al
desnudo. Como persona me
decepcionó. Es terrible que la gente que admiras te decepcione, ¿no?
Ella no era generosa, ni cariñosa; le pasaba lo contrario que a Katie [Hepburn],
que aunque al principio se mostraba reservada fue luego la mejor amiga,
la más desprendida.
[No
siempre lo más valioso es lo más brillante.]
Esa adolescente soñadora que usted era se movía
por aquí, por el Upper West Side
Sí,
claro, pero mi familia no vivía en un edificio como éste [de pronto se ríe].
¿Te parece siniestro el Dakota?
Bueno, teniendo en cuenta que ayer mismo vi en
televisión 'La semilla del diablo'
¡Ja,
ja, ja
! Sí, puedes decirlo, es un
poco siniestro. Bueno, mi familia y yo vivíamos por aquí, muy cerca; en estas calles transcurrió toda mi juventud. Parte de mi infancia, mi madre y yo
vivimos con mi abuela y mis tíos. Yo me sentía muy feliz de pertenecer a esa gran familia, me sentía muy protegida,
y todos ellos eran personas muy cultas, inteligentes, luchadoras. Mi
abuela era rumana, mi madre nació también en Rumania, pero mis tíos ya fueron
americanos. Mi abuela hablaba ocho idiomas, era todo un carácter. Eso de que yo
me quisiera dedicar a la interpretación no entraba en una mentalidad como la
suya; ellos esperaban de mí algo más sólido, que hubiera sido profesora, no sé,
pero el mundo de la escena lo veían como algo superficial.
Y su madre, que ha sido tan importante en su vida,
¿cómo era?, ¿actuaba como la típica madre de la joven aspirante a estrella?
Mi
madre no era típica en nada. Era una mujer maravillosa, trabajadora; yo la adoraba y ella me adoraba
a mí. Ella pensaba que yo era guapísima
¿Y usted se veía guapa?
Yo
nunca pensé en esos términos; en serio, no es algo que me preocupara. No me
miraba al espejo y pensaba en mi belleza. Otra cosa era cuando actuaba,
entonces sí que quería salir guapa; pero en mi familia aprendí a que una
persona tiene que tener otro tipo de virtudes.
Y eso que usted fue Miss Greenwich Village con 18
años
Ah,
sí, ¡ja, ja, ja!, me acuerdo de lo nerviosa que estaba. Yo siempre estaba nerviosa, siempre insegura; ya te digo, lo de mujer
experimentada fue una invención del cine.
¿Cómo se enfrentó a la aventura de dejar Nueva
York y marcharse a Los Ángeles con 19 años?
Tenía
una familia que me respaldaba. Mi madre se vino conmigo un
tiempo durante el rodaje de Tener y no tener. Boogie, por entonces, estaba
casado, con muchos problemas con su mujer, que era alcohólica. Me llamaba a las
tres de la madrugada y me decía: nena, te espero en tal esquina de tal calle, y
yo me ponía los pantalones encima del camisón para salir corriendo. ¿Es que no
es excitante? Entonces, mi madre, mi maravillosa
madre, salía de la cama y me decía: "Pero ¿dónde te crees tú que vas con
ese hombre que tiene 25 años más que tú?". "Mamá", le decía yo,
"tengo que ir, yo le quiero". Ella decía: "Te perderá todo el
respeto". "Pero él me quiere, mamá, yo le gusto mucho".
Entonces, mi madre, gritándome, me contestaba: "Pero cómo no te va a
querer, hija mía: tienes 19 años, eres bonita; a ti te quiere todo el
mundo". ¡Ja, ja, ja! Era fantástica. Todos los días me acuerdo de ella.
Puedo recordar, como si fuera ahora, el día en que se vieron por vez primera
Boogie y ella en una habitación de hotel en Los Ángeles. ¡Qué tensión, Dios
mío! Pero luego mi familia lo admitió y le quiso muchísimo, porque Boogie no
era un vividor, no era un hombre frívolo; se había casado tres veces, sí, pero
era porque había tenido mala suerte. Cuando vinimos por vez primera a Nueva
York le presenté a mi familia y se quedó exhausto, me dijo que nunca había
conocido a nadie que tuviera tanta familia. Él era el tipo de hombre que cuando
ama a una mujer va a casarse con ella; él era de los que se casan, era leal, serio.
Me decía que tuviera cuidado con la atracción que sintiera por otros hombres.
Me decía: es normal que eso ocurra en los rodajes, que surjan tentaciones; pero
siempre hay que sopesar el valor que tiene tu vida privada, si te merece la
pena poner en peligro lo que quieres. Luego he
pensado que tal vez se sentía inseguro. Eso fui descubriéndolo poco a
poco. Era una
persona tan extraordinaria que no podías conocerla de golpe.
[Habla tanto de él como de sí misma. ¿Fue realmente
tan importante en su vida o habla de él porque es lo que se espera que haga? Esto
podría ser una trampa. Parece que su vida se divida en antes y después de
Bogart.]
Si
algo sorprende de estas memorias es la llaneza, la sinceridad con la que están
contadas. No es solamente un catálogo hilado de las películas o los premios
(pocos, en el caso de esta actriz). Estas páginas, escritas con un estilo
ligero y elegante, dan cuenta de ese otro lado de la vida que se oculta tras
las carreras que nosotros vemos como exitosas. Sorprendentemente, una de las
mujeres más deseadas del cine habla del miedo a no ser deseada no sólo por los productores, sino por los
hombres, que, al margen de Bogart, no siempre la quisieron como ella merecía.
Lauren Bacall habla en todo momento de su fragilidad, de una necesidad
imperiosa de ser querida que se convertía en obsesión cuando estaba con un
hombre que no acababa de comprometerse. "Siempre me influyó, creo, la ausencia de mi padre.
A los 10 años dejé de verle para siempre. Ese abandono, pienso que
marcó mis relaciones sentimentales".
Años
más tarde, cuando ella era ya una actriz reconocidísima y estaba actuando en
Broadway, su padre llamó al teatro exigiendo 12 entradas. Ella creyó verle en
una de las primeras filas. Esa imagen fugaz fue todo. Ya no volvió a verle. Parece lógico, ella no lo oculta, que Bogart se
convirtiera en su padre, su amigo, su amante y un esposo leal. Fueron
una pareja querida, con personalidad, rodeados siempre de amigos, comprometida.
Lauren fue más lejos aún que Bogart en su protesta por las investigaciones que
abrió el Comité de Actividades Norteamericanas contra todo aquel que oliera a
comunista. Sus años junto a Bogart fueron, se
aprecia claramente, los mejores de su vida, aquellos en los que se sintió más protegida. No hay
más que ver las fotografías del álbum familiar de la pareja con sus hijos para
respirar esa felicidad. Luego vino la enfermedad de él, la desesperación, y el
apoyo de un amigo, Frank Sinatra, que daría mucho que hablar. Siempre se ha
especulado sobre cuándo comenzó exactamente el azaroso romance que mantuvo con
el cantante, si antes o inmediatamente después de la muerte de Boogie. Pero no
hay duda de su lealtad hacia el esposo. Al contrario, su recuerdo es omnipresente:
cuando habla de ella, el discurso se desliza hacia él. Todas las respuestas
acaban en Bogart.
Teniéndola
delante se me borra la imagen de las películas; su presencia es la de una de
esas mujeres mayores neoyorquinas que bajan a pasear al perro y se paran a
hablar en las esquinas, acostumbradas a la sociabilidad de un Nueva York mucho
más habitable, irremediablemente perdido, que caminaba mucho más despacio que
ahora, del que queda la presencia de estas mujeres fuertes, con rostros llenos
de fuerza, hijas
de los mil exilios judíos de la Europa del Este.
"Sí,
esto es horrible. No quiero ser pesimista, pero en Nueva York tienes que andar
siempre con cuidado por los coches, por las bicicletas, para no jugarte la
vida. Antes era una ciudad
para pasear; hoy, no. Y se han perdido los modales, ¿no lo ves? ¿Por qué
está la gente tan enfadada? Quedan cosas, claro: mi supermercado favorito, mi querido
Zabar's, ¡me encanta Zabar's!, o algunos restaurantes como el café Luxembourg o
mi chino favorito, el Shun Lee; pero se perdieron aquellos maravillosos deli,
en los que un día, como algo especial, te dejabas el dinero en aquellos
sándwiches, aquellos helados
Eso ya no
existe, no es igual".
Éste es un barrio muy judío. ¿Le pesó mucho su
condición de judía?
Mucho,
hubo un tiempo en que el antisemitismo estaba en todas partes.
Me acomplejaba, me ponía tensa pensar que en
algún momento debía confesarlo. Fíjate que cuando tenía 16 años tuve un novio
de la marina que me dejó cuando se enteró. Bueno, mi madre no era religiosa; mi abuela, sí. Pero el
concepto sobre los judíos era muy cerrado; se pensaba que todos tenían
la nariz grande, eran feos, pensaban siempre en el dinero
No se puede decir que nosotros respondiéramos a
esa idea.
Y el 'glamour', ¿es algo del pasado?
Completamente.
La mediocridad hoy afecta a todo. El nivel de este país ha caído en picado, nos ha superado la vulgaridad; gran culpa de eso la tiene la
televisión, que crea estrellas continuamente. Cada tipo que sale en una serie,
ya es una estrella. Nosotros
queríamos ser actores. Para colmo, tenemos el peor presidente de la historia. Ser
norteamericano podía ser un orgullo en aquellos tiempos, pero mira ahora, con
este idiota. Yo tenía a Roosevelt en un altar; Roosevelt era mi padre, mi
héroe. Hoy día, mi sitio está aquí; pero si no viviera en Nueva York, viviría
en París.
Lauren
Bacall, aquella muchacha alta, de pecho plano, rostro que denotaba inteligencia
y sentido del humor, que quería ser Bette Davis y estudió con tesón en la
Academia de Actores; la cría que se pasó gran parte de su carrera temblando,
aprendiendo paso a paso cómo era su oficio, sufriendo la angustia de una
carrera desigual en la que no siempre hubo productores llamando a su puerta,
decidió un día contar su vida: "Pensé que no quería que quedara en el
olvido, que la gente joven podía aprender algo de mi experiencia". Lauren
Bacall, la joven que se enamoraba rápido, casi antes de que se enamoraran de
ella, que se entregaba apasionadamente, conserva intacto ese brillo
particular de la ironía que la hizo tan atractiva en el cine. "Sí, eso era importante en mi
familia, el humor. Eso es lo que me
ha salvado en la vida".
¿Y ahora?
¿Ahora?
Tengo una buena vida. Tengo tres hijos, nietos. Mis hijos son gente seria, con buenas parejas, que
cumplen con su vida. Y tengo a Sophie [Sophie levanta la oreja al ser citada],
que es una gran compañera. Bajo al parque a pasearla, aunque ahora me he
torcido un tobillo y no puedo moverme. La gente me saluda, sí, esas señoras que te agarran del brazo cuando hablan contigo, que es algo
[se ríe] que no puedo soportar.
Han
pasado dos horas, ¿dos horas? Su secretaria ha entrado por tercera vez a
decirnos que es tardísimo. Entonces me muevo hacia adelante para apagar la
grabadora que está en la mesita, y aún no me explico cómo, pero mis botas
resbalan en el suelo de tarima de tal manera que me escurro hasta quedarme
completamente sentada en el suelo. Lauren Bacall me mira asombrada: "¿Y
eso?, ¿cómo has hecho eso?". "No sé, me resbalé", le digo. Y
suelta una carcajada. "Perdona que me ría", dice, "pero es que
ha sido muy gracioso".
A
pesar de mi aturdimiento escucho su risa; la risa grande, fresca, de una de
esas mujeres a las que la edad nunca acaba de vencer del todo.
La nueva autobiografía de Lauren
Bacall, 'Por mí misma y un par de cosas más' (RBA), se publica la próxima
semana.
El mito eterno, Elvira Lindo [El País,
20 de noviembre de 2005]
[Una chica de 20 casada con un hombre
de 45. Doce años de matrimonio y dos hijos en común. Cuatro años más tarde se
casa con Jason Robards y están juntos ocho años. Un hijo en común.
Actores casados con actrices. Vidas
singulares. ¿Ese tipo de negocio permite llevar una vida normal?]
Lauren Bacall era de otra
época. Ideal para una cronista que también se siente de otra época
como es mi caso. Eso pensé cuando una señorita me abrió la puerta de su
apartamento en el edificio Dakota, me condujo al salón y me dejó allí sola un
rato. ¡Sola! Me asomé a la ventana, contemplé los invernales árboles pelados de
Central Park y pensé que ese era el jardín privado de la señora Bacall, el gran
cuadro viviente donde la diva celebraba el paso de las estaciones, observando
en la primera línea más privilegiada del mundo la rotundidad y el colorido
furioso con que responden los árboles americanos al otoño o a la primavera.
Después, comencé a ser progresivamente más audaz, y me fui aproximando a las
fotos que adornaban las paredes. Encontré, fascinada, que entre los rostros del
álbum familiar estaban los de Hepburn, Tracy, David
Niven, Leslie Howard… Si me hubieran dejado media hora
más hubiera podido escribir un reportaje sin haber conocido a mi entrevistada,
contando sólo cómo una estrella de las que no quedaban, o casi no quedan,
permite a una cronista que husmee el cuarto en el que ella pasa los días desde
finales de los cincuenta, desde que dijera adiós a Hollywood y volviera a la
ciudad de la que se despidió cuando tenía 17 años.
[Pensando en el
ejemplo que sería para ella la relación de Tracy-Hepburn, 26 años juntos sin
llegar a formar matrimonio porque: Tracy “prefirió la infidelidad al divorcio
debido a su educación católica” [fuente: wikipedia] y “Por respeto a su esposa
y familia, Katharine Hepburn no acudió al funeral”.
Otra época. ¿Tiene algo de “glamouroso”
una vida así, una alianza profesional pero no del todo personal? Una vida en
común que quiere ocultarse a la opinión pública.]
Cuando Bacall
entró yo tenía entre las manos un dibujo enmarcado en el que aparecía su amiga Katherine
Hepburn felicitándola por un premio. Me miró. Me miró con la mirada de
Lauren Bacall. Sobran las descripciones, ya está el cine para mostrar el tipo
de mirada de la que les estoy hablando, y me saludó con esa voz que a los
espectadores españoles se nos escatimó siempre. Gravedad e ironía en la mirada, gravedad e
ironía en la voz.
No hubo
interrupciones, no hubo preguntas que resultaran molestas ni respuestas con
evasivas. Fue una conversación relajada sobre su vida en la que ella dominaba
la situación con maestría, como debe ser, haciéndote creer que de aquella
entrevista saldrían cosas que aún no se habían dicho. Eso es un arte. Y a los
periodistas nos gusta que los entrevistados lo practiquen con nosotros. Ella se
desenvolvía de maravilla. Con el desparpajo de quien a los 16 años ya era una
preciosa acomodadora en un cine, digna de protagonizar un cuadro de Edward Hopper, y a los 17 se marchara rumbo a
Hollywood acompañada de su madre para comenzar una carrera que se elevó de
inmediato y se contrajo al poco tiempo, por estar a la sombra de Bogart, el hombre de su vida.
[¿A
la sombra de Bogart por voluntad propia?]
Todo eso era,
de alguna manera, historia sabida en aquella mañana de invierno, digna de ser
escuchada, escrita, recordada, pero para qué negarlo, registrada en la memoria
de casi cualquier cinéfilo o amante de los mitos. No eran conocidas, sin
embargo, algunas claves de su carácter que pude apreciar observándola de
cerca y conociendo el terreno en el que se movía. Lauren Bacall era una señora
del Upper West Side, con todo lo que eso significa, de ese barrio de Nueva York
en el que se agruparon las distintas capas de la inmigración judía que huía de
la Europa del Este. Esto quiere decir que aunque la joven llamada Betty se
criara en una
familia tan humilde como para tener que abandonar sus estudios al entrar en la
universidad eso jamás restara en su educación el aprecio a la cultura,
a la palabra escrita y a las distintas lenguas de origen que la madre y la
abuela de la Bacall aún manejaban con soltura. Ser vecina del Upper West Side,
todavía hoy, significa algunas cosas que marcan el carácter colectivo de este
barrio. Por ejemplo, quiere decir apoyar al partido
demócrata, máxime si eres uno de los artistas que habitan los señoriales
edificios que miran a Central Park, y practicar un
judaísmo poco ortodoxo, más apegado a las costumbres que a las pasiones
religiosas. Entre esas costumbres está, como primer e inexcusable mandamiento,
comprar en el mítico supermercado Zabar´s el salmón, los bialys, los bagels
y el queso crema para el brunch de los sábados, entablar conversación
con los vecinos de mesa, como así se hacía en los viejos diners, frecuentar los
restaurantes del barrio, ser un tiquismiquis con el menú y la cuenta, acabar
convirtiéndote en el dolor de cabeza de cualquier camarero paciente, estar
dispuesto continuamente a defender tus derechos de consumidor e ir por las
aceras con una desahogada excentricidad.
Lauren Bacall
era una de esas mujeres que pisan las calles del Upper West: grande, fuerte, de
melena canosa, atractiva hasta la tumba, luciendo nobles arrugas y un orgullo
irreductible. Era una de esas ancianas que atraen y que atemorizan, que se
ríen de ti en tu cara o te riñen como si fueran las dueñas de la
calle. Los años convirtieron a Betty Bacall en una vecina del Upper West, la
devolvieron a su pequeña patria. A ella, que era distinta a todas las mujeres;
a ella, tan parecida a las señoras tremendas de su barrio.
Una señora del “upper west”, Elvira
Lindo [El País, 14 de agosto de 2014]
Quince
años antes, coincidiendo con la publicación de uno de los dos volúmenes de sus
memorias, Bacall aseguró que llevaba tiempo sola. “El problema es que hay
muchos hombres a los que no les gustan las mujeres, les gusta el sexo, tener un
florero, como quieran llamarlo, pero no les interesa la verdadera compañía de una mujer.
Echo de menos compartir los buenos momentos, pero también he aprendido a
disfrutar de mi soledad”.
Pese
a su extraordinaria belleza, siempre se quitó importancia. Seguramente su humor
fue clave para saber envejecer, espléndida. “Nunca fui una belleza, pero me
considero una persona decente”, decía.
Los que me conocen me llaman Betty y
los demás, Lauren, que queda muy bien en las marquesinas.
[¿No está intentando anteponer siempre
lo personal a lo profesional?]
Fui adolescente pero crecí muy rápido.
[…] Yo ya estaba preparada para trabajar con Bogey, para casarme con alguien
como él. […] Me guió siempre a través de las pruebas y tribulaciones de la
vida. […] Y no fue un padre para mí a pesar de la diferencia de edad.
[Me parece que hay una profunda admiración
y ella no lo niega. No fue fácil.]
Mi matrimonio fue lo primero siempre. Bogey
no se hubiera casado conmigo de no haber sido así. […] No creía en las
separaciones y ¡tenía razón!. Yo estaba de acuerdo. Estaba tan loca por él que
accedí a todo.
Bogey no quería interferir en mi
carrera. Nunca se inmiscuyó en ella. […] No queríamos mezclar las cosas.
[Independiente e inteligente
decisión].
El humor ha sido siempre una parte muy
importante en mi vida, en mi personalidad.
Yo fui aceptada como estrella del
teatro. No me escogieron por mi nombre ni para que me luciera un poco. Fui aceptada en el escenario como estrella por derecho
propio. Por eso sentí que era un logro propio.
[La dificultad de superar que te
encasillen como “la mujer de Bogart” y no seas capaz de demostrar lo que
vales.]
Creo que a veces soy mi peor enemigo.
Porque hablo demasiado. Pero soy bastante vulnerable e insegura. Confío en mis
habilidades pues mi trabajo marcha. Pero la vida no es mi fuerte. Pero creo que
soy divertida e interesante.
[No es lo mismo interpretar un papel
que el papel que nos toca interpretar en nuestra vida. Y tener éxito y
reconocimiento en tu profesión no lleva necesariamente aparejado el éxito y la
satisfacción con tu propia vida. ¿Qué significa tener una vida plena? Tener
libertad para decidir lo que uno desea hacer, sentirse satisfecho con uno mismo
y con su actividad [nada que ver con la extendida autocomplacencia].
Y cometemos errores, siempre el mismo.
No sé si he aprendido mucho, soy consciente de muchas cosas, he aprendido mucho
pero no a evitar el mismo error. Crees que sí, pero …
¿Cambiarías cosas? A veces creo que
sí, pero si lo hiciera me perdería otras. Yo diría que no muchas. Quizá una o
dos.
Fragmentos de una entrevista concedida
a Terenci Moix en 1989 en Más estrellas que en el cielo.
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Elvira Lindo
domingo, 17 de agosto de 2014
Schlösser an der Loire
Memoria
de nuestras vacaciones en el valle de los castillos del Loira, en el verano de
2014.
Viernes,
8 de agosto: de Siegen a Senlis. Visitamos la catedral de Notre-Dame . ¿Por qué
hay tantas peluquerías aquí?
Sábado,
9 de agosto: de Senlis a París. Visitamos Notre-Dame y paseamos por el Sena.
De París a Richelieu. Primera noche
en Le Relais du Plessis.
Domingo,
10 de agosto: Visitamos la Fortaleza Real de Chinon. Visitando una de las
torres del castillo [Uhrturm], perdí las gafas de sol con la fuerza del viento.
Lunes,
11 de agosto: Visitamos el castillo de Villandry con sus jardines.
A la vuelta,
visitamos el castillo de Azay-le-Rideau.
Martes,
12 de agosto: Visitamos el castillo de Chenonceau y nos encontramos a un viejo conocido.
Miércoles,
13 de agosto: Visitamos la abadía de Fontevraud.
Jueves,
14 de agosto: Alquilamos bicicletas y fuimos desde el apartamento hasta el parque Richelieu.
Viernes,
15 de agosto: De Richelieu a París. Visitamos la Torre Eiffel, el Arco del
Triunfo, la plaza de la Concordia, Campos Elíseos…
Nos
alojamos en Senlis.
Sábado,
16 de agosto: De Senlis a Mont-Robert. Almorzamos en Montmirail. El castillo de
Montmirail estaba cerrado a las visitas.
De
Montmirail a Siegen.
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