lunes, 29 de octubre de 2012

¿Te has hartado alguna vez de todo?



"No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo."

Así termina El guardián entre el centeno y así comienza Tu rostro mañana:

"No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento, también es un vínculo y otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de navaja o filo para cortarlo." 



He suprimido algunos textos que podrían "destrozar la trama" a quien no lo haya leído:


En primer lugar porque soy un poco ateo. Jesucristo me cae bien, pero con el resto de la Biblia no puedo. Esos discípulos, por ejemplo. Si quieren que les diga la verdad no les tengo ninguna simpatía. Cuando Jesucristo murió no se portaron tan mal, pero lo que es mientras estuvo vivo, le ayudaron como un tiro en la cabeza. Siempre le dejaban más solo que la una. Creo que son los que menos trago de toda la Biblia. Si quieren que les diga la verdad, el tío que me cae mejor de todo el Evangelio, además de Jesucristo, es ese lunático que vivía entre las tumbas y se hacía heridas con las piedras. Me cae mil veces mejor que los discípulos.

Pero les juro que estoy completamente loco. A medio camino, empecé a hacer como si me hubieran encajado un disparo en el vientre. Mauricio me había pegado un tiro. Y yo iba al baño a atizarme un lingotazo de whisky para calmarme los nervios y entrar en acción. Me imaginé saliendo de la habitación con paso vacilante, completamente vestido y con el revólver en el bolsillo. Bajaría por las escaleras en vez de tomar el ascensor. Iría bien aferrado al pasamanos, con un hilillo de sangre chorreando de la comisura de los labios. Bajaría unos cuantos pisos —abrazado a mi estómago y dejando un horrible rastro de sangre—, y luego llamaría al ascensor. Cuando Maurice abriera las puertas me encontraría esperándole, con el revólver en la mano. Comenzaría a suplicarme con voz temblorosa, de cobarde, para que le perdonara. Pero yo dispararía sin piedad. Seis tiros directos al estómago gordo y peludo. Luego arrojaría el arma al hueco del ascensor —una vez limpias las huellas— y volvería arrastrándome hasta mi habitación.
Llamaría a Jane para que viniera a  vendarme las heridas. Me la imaginé perfectamente, sosteniendo entre los dedos un cigarrillo para que yo fumara mientras sangraba como un valiente.
¡Maldito cine! Puede amargarle a uno la vida. De verdad.


Lo que hice en cambio fue llamar a Sally Hayes. (…) No es que me volviera loco, pero la conocía hacía años.
Antes yo era tan tonto que la consideraba inteligente porque sabía bastante de literatura y de teatro, y cuando alguien sabe de esas cosas cuesta mucho trabajo llegar a averiguar si es estúpido o no. En el caso de Sally me llevó años enteros darme cuenta de que lo era: Creo que lo hubiera sabido mucho antes si no hubiéramos pasado tanto tiempo besándonos y metiéndonos mano. Lo malo que yo tengo es que siempre tengo que pensar que la chica a la que estoy besando es inteligente.

De verdad. Soy un manirroto horrible. Y lo que no gasto, lo pierdo. (…) Pero papá tiene mucho dinero. No sé cuánto gana —nunca me lo ha dicho—, pero me imagino que mucho. Es abogado de empresa y los tíos que se dedican a eso se forran. Además, debe tener bastante pasta porque siempre está interviniendo en obras de teatro de Broadway. Todas acaban en unos fracasos horribles y mi madre se lleva unos disgustos de miedo. Desde que murió Allie no anda muy bien de salud. Está siempre muy nerviosa. Por eso me preocupaba que me hubieran echado otra vez.


Ya sé que no hay que dar importancia a esas cosas, pero no aguanto las maletas baratas. Reconozco que es horrible, pero puedo llegar a odiar a una persona sólo porque lleve una maleta de ésas.
Lo cierto es que resulta muy difícil compartir la habitación con un tío que tiene unas maletas mucho peores que las tuyas. Lo natural sería que a una persona inteligente y con sentido del humor le importaran un rábano ese tipo de cosas, pero resulta que no es así. Resulta que sí importa.
Por eso prefería compartir el cuarto con un cabrón como Stradlater que al menos tenía unas maletas tan caras como las mías.
Eso me deprimió muchísimo. No puedo comerme un par de huevos con jamón cuando a mi lado hay una persona que no puede tomar más que un café y una tostada.

—Verá, los que no me acaban de gustar son Romeo y Julieta —le dije—, bueno, me gustan, pero no sé... A veces se ponen un poco pesados. Me da mucha más pena cuando matan a Mercucio que cuando los matan a ellos. La verdad es que Romeo empezó a caerme mal desde que mata a Mercucio ese otro hombre, el primo de Julieta, ¿cómo se llama?
—Tibaldo.
—Eso, Tibaldo —siempre se me olvida ese nombre—. Se muere por culpa de Romeo. Mercucio es el que me cae mejor de toda la obra. No sé, todos esos Montescos y Capuletos son buena gente, sobre todo Julieta, pero Mercucio... no sé cómo explicárselo... Es listísimo y además muy gracioso. La verdad es que siempre me revienta que maten a alguien por culpa de otra persona, sobre todo cuando  ese alguien es  tan listo como él. Ya sé que también mueren al final Romeo y Julieta, pero en su caso fue por culpa suya. Sabían muy bien lo que se hacían.

—¿Sabes por casualidad dónde está la iglesia católica de este pueblo? (…)
No crean que critico a los católicos. Estoy casi seguro de que si yo lo fuera haría exactamente lo mismo. En cierto modo, es como lo que les decía antes sobre las maletas baratas. Todo lo que quiero decir es que la pregunta de aquel chico no contribuyó precisamente a animar la charla. Y nada más.

¡Maldito dinero! Siempre acaba amargándole a uno la vida

Eso es lo que me gustaba de esas monjas. Se veía que nunca iban a comer a un restaurante caro. De pronto me dio mucha pena  pensar que jamás pisaban un sitio elegante.


¡Cuánto me gustaba  aquel museo! (…) y pájaros que emigraban al sur para pasar allí el invierno. Los que había más cerca del cristal estaban disecados y colgaban de alambres, y los de atrás estaban pintados en la pared, pero parecía que todos iban volando de verdad y si te agachabas y les mirabas desde abajo, creías que iban muy deprisa. Pero lo que más me gustaba de aquel museo  era que todo estaba siempre en el mismo sitio. No cambiaba nada. (…) Nada cambiaba. Lo único que cambiaba era uno mismo. No es que fueras mucho mayor. No era exactamente eso. Sólo que eras diferente. (…) Vamos, que siempre pasaba algo que te hacía diferente. No puedo explicar muy bien lo que quiero decir. Y aunque pudiera, creo que no querría.



Él mismo se está dando respuesta a su pregunta acerca de los patos. Algo que has tenido siempre al alcance de la mano, a un palmo de tus narices, pero que eres incapaz de ver.
El paraíso perdido: un adolescente no puede volver a la infancia sino con el recuerdo. La sensación que provoca asomarse al paso del tiempo. El pasado es el mismo pero tú lo interpretas de forma diferente conforme cambia tu mirada. 
Para Salinger, la infancia es la pura inocencia y salir de ella es ser expulsado del paraíso. Es una visión muy pesimista.



Hay cosas que no deberían cambiar, cosas que uno debería poder meter en una de esas vitrinas de cristal y dejarlas allí tranquilas. Sé que es imposible, pero es una pena. En fin, eso es lo que pensaba mientras andaba. (…)Luego me pasó una cosa muy curiosa. Cuando llegué a la puerta del museo, de pronto sentí que no habría entrado allí ni por un millón de dólares. Después de haber atravesado todo el parque pensando en él, no me apetecía nada entrar.

Considera que regresar a la infancia a través del recuerdo le va a provocar dolor.
Regresar al mismo espacio es enfrentarse al cambio, aceptar el paso del tiempo, descubrir que las cosas no eran como las recordábamos, reconocer las ausencias, las personas a las que habíamos idealizado como niños. Cuando la inocencia se pierde, ya todo es “otra cosa”.
Descubrir que tu mirada ya no es inocente. Pero madurar consiste en ver las cosas tal como son, enfrentarse a la realidad y no seguir viviendo de ensoñaciones románticas o de visiones idealizadas. 


Sólo sabía hacer una cosa. Silbaba estupendamente. (…) daba gusto oírle. Naturalmente nunca se lo dije. Uno no se acerca a un tío de sopetón para decirle, «silbas estupendamente». Pero si le aguanté como compañero de cuarto durante dos meses a pesar del latazo que era, fue porque silbaba tan bien, mejor que ninguna otra persona que haya conocido jamás. Así que hay que tener un poco de cuidado con eso. Quizá no haya que tener tanta lástima a las chicas que se casan con tipos aburridos.
Por lo general no hacen daño a nadie y puede que hasta silben estupendamente. Quién sabe. Yo desde luego no.

Quizá, después de todo, las cosas no sean exactamente como las juzgamos en un momento determinado: aburridas, torpes, envidiables, inteligentes, plomo, … Las cosas y las personas ¡cambian! y nuestros juicios sobre ellas ¡también!



En el momento en que la vi me entraron ganas de casarme con ella. Estoy loco de remate. Ni siquiera me gustaba mucho, pero nada más verla me enamoré locamente. Les juro que estoy chiflado. Lo reconozco. (…)
Luego —y  eso les demostrará lo chiflado que estoy—, en el momento en que acabábamos de darnos un largo abrazo, le dije que la quería. Era mentira, desde luego, pero en aquel momento estaba convencido de que era verdad. Se lo juro.


Uno puede querer eternamente a alguien durante cinco minutos 

—No he dicho que no quiera —le dije—. Si tienes muchas ganas, iremos.
—¿De verdad? Pero no quiero que lo hagas sólo porque yo quiero. No me importa no ir.
¡No le importaba!  ¡Poco!


Los problemas que ocasiona no decir ni actuar conforme a lo que piensas, hacer las cosas sólo por agradar a los demás, no aceptar a tu pareja tal y como es…
No aclarar las incoherencias: Ella dice que no le importa y él interpreta que sí, que le importa mucho, que está mintiendo. 




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