miércoles, 31 de octubre de 2012

Buscando a Eurídice

Textos seleccionados de la novela Por el camino de Swann II, de Marcel Proust:

Igualmente, cuando alguno de los “fieles” tenía un amigo, o una  “parroquiana”,  un   flirt,  que  podían  ser  causa  de “deserción”, los Verdurin, que no se asustaban de que una mujer tuviera un amante con tal de que hablaran de su casa y de que la amiga no lo antepusiera a  ellos,  decían: 
-Pues  bueno,  traiga  usted  a  ese  amigo.  Y  se  lo llevaba a prueba, para ver si era capaz de no guardar ningún secreto a  la  señora de  Verdurin  y  si  se  lo  podía  agregar  al   clan.  En  caso desfavorable, se llamaba aparte al fiel que lo había presentado, y se le hacía el favor de mal quistarlo con su amigo o su querida. Y en caso favorable, el “nuevo” pasaba a ser “fiel”.

Y Swann, que con una duquesa era descuidado y sencillo, se daba tono y tenía miedo de verse despreciado ante una criada. (…) Swann no hacía porque le parecieran bonitas las mujeres con que pasaba el tiempo, sino que hacía por pasar el tiempo con las mujeres que  le  habían  parecido  bonitas. Y muchas  veces  eran  mujeres  de belleza  bastante  vulgar:  porque  las  cualidades  físicas  que  buscaba estaban,  sin  darse  cuenta  él,  en  oposición  completa  con  las  que admiraba en los tipos de mujer de sus pintores o escultores favoritos a profundidad y la melancolía de expresión eran un jarro de agua para su sensualidad, que despertaba, en cambio, ante una carne sana, abundante y rosada.

Pertenecía a esa  clase  de  hombres  inteligentes  que  viven  sin  hacer  nada,  en ociosidad, y buscan consuelo y acaso excusa en la idea de que esa ociosidad ofrece a su inteligencia temas tan dignos de interés como el  arte  o  el  estudio,  y  que  la  “vida”  contiene  situaciones  más interesantes y novelescas que todas las novelas. Y así se lo aseguraba, y convencía de ello a sus más finos amigos, especialmente al barón de  Charlus,  al  cual  divertía  mucho  contándole  aventuras  picantes que le habían ocurrido.

De ese modo fue íntimo durante unos meses de unos primos de mi abuela, y cenaba casi  a  diario  en  su  casa.  Pero  de  pronto  dejó  de  ir  sin  decir  una palabra. Ya creyeron que estaba malo, y la prima de mi abuela iba  a mandar preguntar por él, cuando se encontró en la despensa una carta que por equivocación había ido a parar al libro de cuentas de la cocinera. En esa carta notificaba a aquella mujer que se marchaba de París y no podría ya ir nunca por allí. Y es que ella era querida suya, y en el momento de romper estimó que a ella sola debía avisar.

Antes soñábamos con poseer el corazón de la mujer que nos enamoraba; más adelante nos basta para enamorarnos con sentir que se es dueño del corazón de una mujer. Y así, a una edad en que parece que buscamos ante todo en el amor  un  placer  subjetivo, en  el  cual  debe  entrar  en  mayor proporción que nada la atracción inspirada por la belleza de una mujer, resulta que puede nacer el amor –el amor más físico- sin tener previamente y como base el deseo. En esa época de la vida, el amor ya nos ha herido muchas veces, y no evoluciona él solo, con  arreglo  a  sus  leyes  desconocidas  y  fatales,  por  delante  de nuestro corazón pasivo y maravillado. Lo ayudamos nosotros, lo falseamos con la memoria y la sugestión. Al reconocer uno de sus síntomas,  nos acordamos  de  los  demás,  los 
volvemos a  la  vida.

Mi abuelo conoció, precisamente, cosa que no podía decirse de ninguno de sus amigos actuales, a la familia de esos Verdurin.
Pero había dejado de tratarse con el que llamaba el  “Verdurin joven”, y lo juzgaba, sin gran fundamento, caído entre bohemia y gentuza, aunque tuviera aún muchos millones. Un día recibió una carta de Swann preguntándole si podría ponerlo en relación con los Verdurin.
-¡Ojo,  ojo! –exclamó mi abuelo-, no me extraña nada: por ahí tenía que acabar Swann. Buena gente. Y además no puedo acceder a lo que me pide, porque yo ya no conozco a ese caballero.
Además, detrás de eso debe haber una historia de faldas, y yo no me quiero meter en esas cosas. ¡Ah!, va a ser divertido si a Swann le da ahora por los Verdurin…
Ante la contestación negativa de mi abuelo, la misma Odette llevó a Swann a casa de los Verdurin.

-¿Sabes? –dijo la señora de Verdurin a su marido. Me parece que es un error el dar poca importancia, por modestia, a los regalos  que  hacemos  al  doctor.  Es  un  sabio  que  vive  aparte  del mundo práctico, sin conocer el valor de las cosas, y las juzga por lo que le decimos.
-Yo  no  me  había  atrevido a  decírtelo,  pero  ya  lo  había notado –contestó el marido. Y para el Año Nuevo siguiente, en vez  de  mandarle  al  doctor  Cottard  un  rubí  de  3.000  francos, diciéndole que no valía nada, le enviaron fina piedra reconstituida dándole a entender que no lo había mejor.

Porque  Swann  tenía,  en  efecto  sobre  los hombres que no habían frecuentado la alta sociedad, por inteligentes que  fueran,  esa  superioridad  que  da  el  conocer  el  mundo,  y  que estriba  en  no  transfigurarlo  con  el  horror  o  la  atracción  que  nos inspira, sino en no darle importancia alguna. Su amabilidad, exenta de todo snobismo y del temor de aparecer demasiado amable, era desahogada,  y  tenía  la  soltura  y  la  gracia  de  movimientos  de  esas personas ágiles cuyos ejercitados miembros ejecutan precisamente lo  que  quieren,  sin  torpe  ni  indiscreta  participación  del  resto  del cuerpo. La sencilla gimnasia elemental del hombre de mundo, que tiende la mano amablemente cuando le presentan a un jovenzuelo desconocido,  y  que,  en  cambio,  se  inclina  con  reserva  cuando  le presentan a un embajador, había acabado por infiltrarse, sin que él lo advirtiera, en toda la actitud social de Swann, que con gentes de medio  inferior  al  suyo,  como  los  Verdurin  y  sus  amigos, instintivamente tuvo tales atenciones y se mostró tan solícito, que, según los Verdurin indicaban, no era un “pelma”.

Pero cuando volvió a casa sintió que la necesitaba, como un hombre que, al ver pasar a una mujer entrevista un momento en la calle, siente que se le entra en la vida la imagen de una nueva belleza, que da a su sensibilidad un  valor  aun  más  grande,  sin  saber  siquiera  ni  cómo  se  llama  la desconocida ni si la volverá a ver nunca.
Aquel amor por la frase musical pareció por un instante que prendía en la vida de Swann una posibilidad de rejuvenecimiento.

lo mismo en la conversación se  esforzaba  por  no  expresar  nunca  con  fe  una  opinión  íntima respecto a las cosas, sino en proporcionar muchos detalles materiales, que en cierto modo tuvieran un valor intrínseco, y que le servían para no dar el pecho. Ponía una extremada precisión en los datos de una receta de cocina, en la exactitud de la fecha del nacimiento o muerte de un pintor, o en los títulos de sus obras. Y algunas veces llegaba, a pesar de todo, hasta formular un juicio sobre una obra, o sobre un modo de tomar la vida, pero con tono irónico; como si no estuviera muy convencido de lo que decía.

Swann  descubrió  en  el recuerdo  de  la  frase aquella, en otras sonatas que pidió que le tocaran para ver si daba con ella, la presencia de una de esas realidades invisibles en las que ya  no  creía,  pero  que,  como  si  la  música  tuviera  una  especie  de influencia  electiva  sobre  su  sequedad  moral,  le  atraían  de  nuevo con deseo y casi con fuerzas de consagrar a ella su vida.

-Puede que sea pariente suyo –continuó Swann.; sería lamentable; pero, al fin y al cabo, un hombre genial puede muy bien tener un primo que sea un viejo estúpido. Si así fuera, yo confieso que pasaría por cualquier tormento con tal de que el viejo estúpido me presentara  al  autor  de  la  sonata,  y,  en  primer  lugar,  por el tormento de tratar al viejo, que debe de ser atroz.
El pintor dijo que Vinteuil estaba por aquel entonces muy malo, y que el doctor Potain creía que no se podía salvar.

Pero  el  prestigio  que  a  sus  ojos  tenía  el  presidente  de  la República  acabó  por  triunfar  de  la  humildad  de  Swann  y  de  la malevolencia de la señora Verdurin, y no se pasaba comida sin que Cottard preguntara con mucho interés: -¿Vendrá esta noche el señor Swann? Es amigo personal de Grévy. Es lo que se llama un gentleman, ¿no?. Y hasta le ofreció una tarjeta de entrada a la Exposición de Odontología.
-Puede entrar usted y las personas que lo acompañen, pero no dejan pasar perros. Ya comprenderá usted que se lo digo porque tengo amigos que no lo sabían y que luego se tiraban de los pelos.

Pero  Swann  pensaba  que,  no  consintiendo  en  verla  hasta después  de  cenar,  haría  ver  a  Odette  que  existían  para  él  otros placeres preferibles al de estar con ella, y así no se saciaría en mucho tiempo  la  simpatía  que  inspiraba  a  Odette.  Además,  prefería  con mucho a la de Odette, la belleza de una chiquita de oficio, fresca  y rolliza como una rosa, de la que estaba por entonces enamorado, y le gustaba más pasar con ella las primeras horas de la noche, porque estaba seguro de que luego vería a Odette. Por lo mismo, no quería nunca que Odette fuera a buscarlo para ir a casa de los Verdurin. La obrerita esperaba a Swann cerca de su casa, en una esquina que ya conocía Rémi, el cochero; subía al coche y se estaba en los brazos de Swann hasta que el coche se paraba ante la casa de los Verdurin.
Al  entrar,  la  señora  le  enseñaba  unas  rosas  que  él  mandó aquella mañana, diciéndole que lo iba a regañar, y le indicaba un sitio junto a Odette, mientras el pianista tocaba, dedicándosela a ellos dos, la frase de Vinteuil, que era como el himno nacional de sus amores.

chocó a Swann por el parecido que ofrecía con la figura de Céfora, hija de Jetro, que hay en un fresco de la Sixtina. Swann siempre tuvo afición a buscar en los cuadros de los grandes pintores, no sólo los caracteres generales  de  la  realidad  que  nos  rodea,  sino  aquello  que,  por  el contrario,  parece  menos  susceptible  de  generalidad,  es decir,  los rasgos fisonómicos individuales de personas conocidas nuestras

Ya no estimó la cara de Odette por  la  mejor  o  peor  cualidad  de  sus  mejillas,  y  por  la  suavidad puramente carnosa que creía Swann que iba a encontrar en ellas al tocarlas con sus labios, si alguna vez se atrevía a besarla, sino que la  consideró  como  un  ovillo  de  sutiles  y  hermosas  líneas  que  él devanaba con la mirada, siguiendo las curvas en que se arrollaban, enlazando la cadencia de la nuca con la efusión del pelo y la flexión de  los  párpados,  como  lo  haría  en  un  retrato  de  ella,  en  que  su tipo se hiciera inteligible y claro.
La  miraba;  en  su  rostro,  en  su  cuerpo,  se  aparecía  un fragmento del fresco de Botticelli, y ya siempre iba a buscarlo allí, ora estuviera con Odette, ora pensara en ella, y aunque no le gustaba evidentemente el fresco florentino más que por parecerse a Odette, sin embargo, este parecido la revestía  a ella de mayor y más valiosa belleza. A Swann le remordió el haber desconocido por un momento el valor de un ser que el gran Sandro habría adorado, y se felicitó de que el placer que sentía al ver a Odette tuviera justificación en su propia  cultura  estética.  (…)
Aquellas  dos  palabras,  “obra florentina”,  hicieron  a  Swann  un  gran  favor.  Ellas  abrieron  para Odette,  como  un  título  nobiliario,  las  puertas  de  un  mundo  de sueños, que hasta entonces le estaba cerrado, y donde se revistió de nobleza.

Cuando se estaba mucho rato mirando al Botticelli, pensaba luego en el Botticelli suyo, que le parecía aún más hermoso, y al apretar contra el pecho la fotografía de Céfora, se le figuraba que abrazaba a Odette.

-Tenemos que hablar; y mientras, él contemplaría ávidamente en su  rostro  y  en  sus  palabras  algo  no  visto  hasta  entonces,  un escondrijo de su corazón que hasta entonces le había ocultado.

Cuando vio que no estaba en el salón, Swann sintió un dolor en el corazón; temblaba al verse privado de un placer cuya magnitud medía ahora por vez primera porque hasta entonces había estado seguro de tenerle cuando quisiera, cosa ésta que no nos deja apreciar nunca lo que vale un placer.

-¡Bah, bah, bah! –dijo  el señor Verdurin, ¡qué sabes tú si hay o no hay!; nosotros no hemos estado allí mirando si había o no.
-Es  que  me  lo  habría  dicho  Odette  -replicó orgullosamente  la  señora  de Verdurin..  Me  cuenta  todas  sus historias.  Como  en  este  momento  no  tiene  a  nadie,  yo  le  he aconsejado que duerman juntos. Pero dice que no puede, que Swann le  gusta,  pero  que  está muy  corto  con  ella  y  eso  la  azora  a  ella también; además, dice que ella no lo quiere de esa manera, que es un ser ideal, que tiene miedo a desflorar su cariño por Swann, en fin, yo no sé cuántas cosas. Y yo creo, a pesar de todo, que es lo que le  conviene.

-Pues si no hay nada, no creo que sea porque ese señor se imagine  que  ella  es  una   virtud –dijo  irónicamente  el  señor Verdurin.. Después de todo, ¡quién sabe! Parece que la considera inteligente. No sé si oíste la otra noche todo lo que le estaba soltando a propósito de la sonata de Vinteuil; yo quiero a Odette con toda el alma; pero, vamos, para explicarle teorías de estética, hay que estar un poco tonto.
-Bueno, bueno; que no se hable mal de Odette -dijo la señora, echándoselas de niña.. Es simpatiquísima.
-Pero si eso no tiene que ver para que sea simpatiquísima; no estamos hablando mal de ella: decimos que no es ninguna virtud ni ningún talento, y nada más. En el fondo -dijo al pintor-, ¿qué le importa a uno que sea o no una virtud? Quizá así no sería tan simpática.

Iba rozando al pasar todos aquellos cuerpos oscuros como si por el reino de las
sombras, entre mortuorias fantasmas, fuera buscando a Eurídice.
De todas las maneras de producirse el amor, y de todos los agentes de diseminación de ese mal sagrado, uno de los más eficaces es  ese  gran  torbellino  de  agitación  que  nos  arrastra  en  ciertas ocasiones. La suerte está  echada, y el ser que por entonces goza de nuestra  simpatía,  se  convertirá  en  el  ser  amado.  Ni  siquiera  es menester que nos guste tanto o más que otros. Lo que se necesitaba es que nuestra inclinación hacia él se transformara en exclusiva.  Y esa condición se realiza cuando .al echarlo de menos –en nosotros sentimos,  no  ya  el  deseo  de  buscar  los  placeres  que  su  trato  nos proporciona, sino la necesidad ansiosa que tiene por objeto el ser mismo, una necesidad absurda que por las leyes de este mundo es imposible  de  satisfacer  y  difícil  de  curar:  la  necesidad  insensata  y dolorosa de poseer a esa persona.

cuando de repente tropezó con una persona que venía en dirección contraria a la suya: Odette; más tarde le explicó ella que, no habiendo encontrado sitio en Prévost, se fue a cenar a la Maison Dorée, en un rincón donde Swann no supo encontrarla, y ahora se dirigía a tomar su coche.
Tan  inesperado  fue  para  Odette  el  encuentro  con  Swann, que se asustó.

Lo mismo un viajero que llega un día de buen tiempo a orillas del Mediterráneo, se olvida de que existen los países que acaba de atravesar, y más que mirar al mar, deja que le cieguen la vista los rayos que hacia él lanza el azul luminoso y resistente de las  aguas.
Subió con Odette en el coche de ella y mandó a su cochero que fuera detrás.
Odette tenía en la mano un ramo de catleyas, y Swann vio, debajo  del  pañuelo  de  encaje  que  le  cubría  la  cabeza,  que  llevaba en el pelo flores de la misma variedad de orquídea, atadas al airón de plumas  de  cisne. 

Y Swann fue el que lo retuvo un momento con las dos manos, a cierta distancia de su cara, antes de que cayera en sus labios. Y es que quiso dejar a su pensamiento tiempo para que  acudiera,  para   que reconociera  el  ensueño  que  tanto  tiempo acarició, para que asistiera a su realización, lo mismo que se llama a un pariente que quiere mucho a un hijo nuestro para que presencie sus triunfos. Quizá Swann posaba en aquel rostro de Odette, aun no poseído ni siquiera besado, y que veía por última vez esa mirada de los días de marcha con que queremos llevarnos un paisaje que nunca se volverá a ver.

Pero era tan tímido con ella, que aunque aquella noche se le entregó, como la cosa había empezado por arreglar las catleyas, ya fuera por temor a ofenderla, ya por miedo a que pareciera que mintió la primera vez, ya porque le faltara audacia para pedir algo más que poner bien las flores (cosa que podía repetir, porque no ofendió  a Odette aquella  primera  noche),  ello  es  que  los  demás  días  siguió usando el mismo pretexto.

sin embargo, la metáfora “hacer catleya”, convertida en sencilla  frase,  que  empleaban  inconscientemente  para significar  la posesión física –en la cual posesión, por cierto, no se posee nada,  sobrevivió  en  su  lenguaje,  como  en  conmemoración  de aquella costumbre perdida.

La mayoría de las personas que conocemos no nos inspiran más que indiferencia; de modo que cuando en un ser depositamos grandes posibilidades de pena o de alegría para nuestro corazón, se nos  figura que  pertenece  a  otro  mundo,  se  envuelve  en  poesía, convierte nuestra  vida  en  una  gran  llanura,  donde  nosotros  no apreciamos más  que  la  distancia  que  de  él  nos  separa.  Swann  no podía por menos de inquietarse cuando se preguntaba lo que Odette sería para él en el porvenir.

Bien sabía él que ese amor no correspondía a nada externo que los demás pudieran percibir, y  se  daba  cuenta  de  que  las  cualidades  de  Odette  no justificaban el valor que concedía a los ratos que pasaba a su lado.
Y  más  de  una  vez,  cuando  dominaba  en  Swann  la inteligencia positiva,  quería  dejar  de  sacrificar  tantos  intereses intelectuales  y sociales a ese placer imaginario.

Y  al  mirar  el  rostro  que  ponía  Swann,  cuando  la  oía, hubiérase  dicho  que  estaba  absorbiendo  un  anestésico  que  le ensanchaba  la  respiración.  Y,  en  efecto,  el  placer  que  le proporcionaba  la  música,  y  que  pronto  sería  en  él  verdadera necesidad,  se  parecía  en  aquellos  momentos  al  placer  que  habría sentido respirando perfumes, entrando en contacto con un mundo que no está hecho para nosotros, que nos parece informe porque no lo ven nuestros ojos, y sin significación porque escapa a nuestra inteligencia  y sólo  lo  percibimos  por  un  sentido  único.

bendiciendo a Odette porque  consentía en aquellas visitas diarias, que, sin duda, no debían de ser gran alegría para ella, pero que, resguardándolo a él del tormento de los celos .y quitándole la  ocasión de  padecer  otra  vez  aquel  mal  que  en  él  se  declaró  la noche que no estaba Odette en casa de los Verdurin., le ayudaban a gozar hasta lo último, sin más ataques, como aquel primero tan doloroso, y que acaso fuera único, de aquellas horas únicas de su vida, horas casi de encanto, como aquella en que iba atravesando París  a la  luz  de  la  Luna.

Porque Swann, desde que estaba enamorado, encontraba una ilusión en las cosas, como en la época de su adolescencia, cuando se creía artista; pero ya no era la misma ilusión; porque ésta era Odette quien únicamente se la daba. Sentía remozarse las inspiraciones de su juventud, disipadas por su frívolo vivir

No iba a casa de Odette más que por la noche, y nada sabía de lo  que  hacía  en  todo  el  día,  como  nada  sabía  de  su  pasado,  y hasta  le  faltaba  ese  insignificante  dato  inicial  que  nos  permite imaginarnos lo que no sabemos y nos entra en ganas de saberlo.
Así, que no se preguntaba lo que hacía ni lo que fuera su vida pasada.
Tan  sólo  algunas  veces  se  sonreía  al  pensar  que  unos  años  antes, cuando aún no la conocía, le habían hablado de una mujer que, si no recordaba mal, era la misma, como de una ramera, como de una entretenida, una de esas mujeres a las que todavía atribuía Swann, porque  entonces  aun  tenía  poco  mundo,  el  carácter  completa  y fundamentalmente perverso con que las revistió la mucha fantasía de ciertos novelistas. Y se decía que muy a menudo basta con volver del revés las reputaciones que forma la gente para juzgar exactamente a una persona; porque a aquel carácter que la gente atribuía a Odette oponía él una Odette buena, ingenua, enamorada del ideal, y casi tan incapaz de mentir

Excepto cuando le pedía la frase de Vinteuil en vez del Vals de las Rosas, Swann nunca le hacía tocar las cosas que le gustaban a él, y ni en música ni en literatura intentaba corregir su mal gusto. Se daba perfecta cuenta de que no era inteligente.

Si Swann entonces intentaba enseñarle lo que era la belleza artística, y cómo había  que  admirar  los  versos  o  los  cuadros,  ella, al  cabo  de  un momento, dejaba de atender y decía: “Sí... pues yo no me lo figuraba así”. (…)
pero él se guardaba de decirlo porque ya sabía que lo que dijera le había de parecer insignificante y distinto de lo que se esperaba, mucho menos sensacional y conmovedor, y temía Swann que, al perder la ilusión del arte, no perdiera Odette, al mismo tiempo, la ilusión del amor.
En efecto; Swann le parecía intelectualmente inferior a lo que ella se había imaginado.

Ocurre muchas veces, en efecto; y con personas de más valía que Swann, con un sabio, con un artista, cuando su familia y sus  amigos saben  estimar  lo  que  vale,  que  el  sentimiento  que demuestra que la superioridad de su inteligencia se impuso a ellos, no es un sentimiento de admiración por sus ideas, porque no las entienden,  sino  de  respeto a  su  bondad.  A  Odette  le  inspiraba también  respeto  la  posición que  ocupaba  Swann  en  la  sociedad aristocrática, pero nunca deseó que su amante probara a introducirla en aquel ambiente.

Sin embargo, a pesar  de  que  en  algunas  cosas  conservaba  hábitos  de  verdadera sencillez –seguía su amistad con una modista retirada del oficio, y subía casi a diario la escalera pina, oscura y fétida de la casa donde vivía su amiga-, se moría por lo chic, aunque su concepto de lo chic era muy distinto  del  de  las  gentes  verdaderamente  aristocráticas.

como Swann criticara que a la amiga de Odette le diera, no por el estilo  Luis  XVI,  porque  ese estilo,  aunque  se  ve poco,  puede  ser delicioso, sino por la falsificación de lo antiguo, ella le dijo:
-Pero no querrás que viva como tú, entre muebles rotos y alfombras viejas, porque en Odette aun no podía más la aburguesada respetabilidad que el diletantismo de la cocotte.

lo que seducía a la imaginación  de  Odette  no  era  la  práctica  del  desinterés,  sino  su vocabulario.
Se daba cuenta de que muchas veces no podía él realizar los sueños de Odette, y por lo menos hacía porque no se aburriera con él, y no contrariaba sus ideas vulgares y aquel mal gusto que tenía en todo, y que a Swann también le gustaba como cualquier cosa que de  ella viniera,  que  hasta  le  encantaba,  como  rasgos  particulares, gracias a los cuales se le hacía visible y aparente la esencia de aquella mujer.

Le gustaba, como todo lo que rodeaba a Odette, la casa de los Verdurin,  que  no  era  en  cierta  manera  más  que  un  modo  de verla y  hablarla. 

Y  como  las  cualidades  que  Swann  consideraba  intrínsecas de los Verdurin no eran más que el reflejo que proyectaban sobre sus personas  los  placeres  que  disfrutó Swann  en  aquella  casa  durante sus amores con Odette, resultaba que, cuanto más vivos, más profundos y más serios eran aquellos placeres, más serias, más profundas y más vivas eran las prendas con que adornaba Swann a los Verdurin.

Forcheville,  desde  luego,  era groseramente  snob,  mientras  que  Swann,  no;  y  distaba  mucho  de estimar la casa de los Verdurin por encima de cualquier otra, como hacía Swann. Pero carecía de esa delicadeza de temperamento que a  Swann  le  impedía  asociarse  a  las  críticas,  positivamente  falsas, que la señora de Verdurin lanzaba contra conocidos suyos. Y ante las parrafadas presuntuosas y vulgares que el pintor soltaba algunas veces, y ante las bromas de viajante que Cottard arriesgaba, y que Swann,  que quería  a  los  dos,  excusaba  fácilmente,  pero  no  tenía valor  e hipocresía  suficiente  para  aplaudir,  Forcheville,  por  el contrario, era de un nivel intelectual que podía adoptar un fingido asombro ante las primeras, aunque sin entenderlas, y un gran regocijo ante las segundas



"Dice la literatura que cuando el amor queda amputado por la muerte suele convertirse en delicada o acaso en violenta necrofilia, porque el amante a quien corresponde la injusticia de sobrevivir no se resigna a la desesperación y al olvido y quiere traspasar el límite de sombra donde los griegos situaron el río que no tiene regreso. [...] El viaje abisal de Orfeo en busca de Eurídice encierra, como todos los mitos, una metáfora medular del conocimiento y de la rabia que impulsa a los hombres a renegar de la desdicha, pero es también una advertencia de que ni siquiera con las armas luminosas del Arte es posible vencer las leyes que nos condenan a la sinrazón del tiempo y de la muerte. Tal vez fue la derrota de Orfeo lo que decidió a otros amantes, en siglos posteriores, no a descender a los infiernos para rescatar al amado y devolverlo a la vida, sino a compartir su misma suerte eligiendo el suicidio como última lealtad."


Diario del Nautilus, La memoria en donde ardía, Antonio Muñoz Molina



En la mitología griegaEurídice era una ninfa auloníade de Tracia. Un día Orfeo la conoce y ambos se enamoran. El día de su boda Eurídice sufre un intento de rapto por parte de Aristeo, un pastor rival de Orfeo. Ella huye pero en la carrera pisa inadvertidamente una víbora que le muerde un pie y le provoca la muerte.
Orfeo, desesperado, decide bajar al Hades a buscarla. Al llegar pide a Caronte que le lleve en su barca al otro lado de la laguna Estigia, a lo que Caronte se niega. Orfeo comienza a tocar su lira provocando el embelesamiento del barquero, quien accede a llevarle a la otra orilla. De la misma manera convence al can Cerbero, el guardián del infierno, para que le abra las puertas. Ya frente al dios Hades le suplica por su amada, y éste accede embelesado por la lira de Orfeo, pero poniendo como condición que Orfeo no debe contemplar el rostro de Eurídice hasta que hayan salido del infierno.
Orfeo atraviesa todo el Hades en su camino de salida, pero antes de llegar a la última puerta no puede contener su impaciencia y se gira para ver el rostro de Eurídice. En ese momento ella le es arrebatada y convertida de nuevo en sombra, y él es expulsado del infierno quedando separado definitivamente de su amada.


lunes, 29 de octubre de 2012

¿Te has hartado alguna vez de todo?



"No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo."

Así termina El guardián entre el centeno y así comienza Tu rostro mañana:

"No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento, también es un vínculo y otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de navaja o filo para cortarlo." 



He suprimido algunos textos que podrían "destrozar la trama" a quien no lo haya leído:


En primer lugar porque soy un poco ateo. Jesucristo me cae bien, pero con el resto de la Biblia no puedo. Esos discípulos, por ejemplo. Si quieren que les diga la verdad no les tengo ninguna simpatía. Cuando Jesucristo murió no se portaron tan mal, pero lo que es mientras estuvo vivo, le ayudaron como un tiro en la cabeza. Siempre le dejaban más solo que la una. Creo que son los que menos trago de toda la Biblia. Si quieren que les diga la verdad, el tío que me cae mejor de todo el Evangelio, además de Jesucristo, es ese lunático que vivía entre las tumbas y se hacía heridas con las piedras. Me cae mil veces mejor que los discípulos.

Pero les juro que estoy completamente loco. A medio camino, empecé a hacer como si me hubieran encajado un disparo en el vientre. Mauricio me había pegado un tiro. Y yo iba al baño a atizarme un lingotazo de whisky para calmarme los nervios y entrar en acción. Me imaginé saliendo de la habitación con paso vacilante, completamente vestido y con el revólver en el bolsillo. Bajaría por las escaleras en vez de tomar el ascensor. Iría bien aferrado al pasamanos, con un hilillo de sangre chorreando de la comisura de los labios. Bajaría unos cuantos pisos —abrazado a mi estómago y dejando un horrible rastro de sangre—, y luego llamaría al ascensor. Cuando Maurice abriera las puertas me encontraría esperándole, con el revólver en la mano. Comenzaría a suplicarme con voz temblorosa, de cobarde, para que le perdonara. Pero yo dispararía sin piedad. Seis tiros directos al estómago gordo y peludo. Luego arrojaría el arma al hueco del ascensor —una vez limpias las huellas— y volvería arrastrándome hasta mi habitación.
Llamaría a Jane para que viniera a  vendarme las heridas. Me la imaginé perfectamente, sosteniendo entre los dedos un cigarrillo para que yo fumara mientras sangraba como un valiente.
¡Maldito cine! Puede amargarle a uno la vida. De verdad.

domingo, 28 de octubre de 2012

Charcos llenos del arco iris de la gasolina


Si tuviera que resumirles este episodio en la historia de Holden Caulfield lo haría siguiendo los siguientes puntos:

  1. Cómo dice que es. Lo que piensa de sí mismo.
  2. Cosas que le amargan a uno la vida
  3. Cosas y personas que le inspiran pena o lástima. Lo que piensa de los demás.
  4. Cosas para las que hay que estar en vena
  5. Cosas que le provocan ganas de vomitar
  6. Cosas que le hacen reír, que le parecen graciosas o divertidas
  7. Nunca y siempre. Sus juicios categóricos y taxativos.

También sería interesante comparar su encuentro con el profesor Spencer –al comienzo de la novela y con el profesor Antolini –casi al final.
Presentar los diálogos con los diferentes taxistas tampoco tendría desperdicio y sería una manera original y diferente de acercarse a esta novela.
Quizá me anime a hacerlo más adelante. Por el momento, he seleccionado estos textos: 

«Desde 1888 moldeamos muchachos  transformándolos en hombres espléndidos y de mente clara.»

Me cayó muy bien. Tenía una nariz muy larga, las uñas todas comidas y como sanguinolentas, y llevaba en el pecho unos postizos de esos que parece que van a pincharle a uno, pero en el fondo daba un poco de pena. Lo que más me gustaba de ella es que nunca te venía con el rollo de lo fenomenal que era su padre. Probablemente sabía que era un gilipollas.

Dormían en habitaciones separadas  y todo. Debían tener como setenta años cada uno y hasta puede que más, y, sin embargo, aún seguían disfrutando con sus cosas. Un poco a  lo tonto, claro. Pensarán que tengo mala idea, pero de verdad no lo digo con esa intención. Lo que quiero decir es que solía pensar en Spencer a menudo, y que cuando uno pensaba mucho en él, empezaba a preguntarse para qué demonios querría seguir viviendo.
(…)
Ahí tienen a un tío como Spencer, más viejo que Matusalén, y resulta que se lo pasa bárbaro comprándose una manta.

Considera el entusiasmo incompatible con la madurez.

Nunca me ha gustado ver a viejos ni en pijama, ni en batín ni en nada de eso. Van enseñando el pecho todo lleno de bultos, y las piernas, esas piernas de viejo que se ven en las playas, muy blancas y sin nada de pelo.

La importancia del físico. Considerar el envejecimiento como degradación o deterioro físico. Que sólo la juventud es bella. 


—La vida es una partida, muchacho. La vida es una partida y hay que vivirla de acuerdo con las reglas del juego.
—Sí, señor. Ya lo sé. Ya lo sé.
De partida un cuerno. Menuda partida.  Si te toca del lado de los que cortan el bacalao, desde luego que es una partida, eso lo reconozco. Pero si te toca del otro lado, no veo dónde está la partida. En ninguna parte. Lo que es de partida, nada.

¿Quién establece las reglas del juego?


En parte porque tengo un vocabulario pobrísimo, y en parte porque a veces hablo y actúo como si fuera más joven de lo que soy. Entonces tenía dieciséis años. Ahora tengo diecisiete y, a veces, parece que tuviera trece

Comportamiento infantil en la adolescencia. Tratar a los jóvenes como niños. La visión que tiene de sí mismo. Se resiste a madurar.



Pero la gente se cree que las cosas tienen que ser verdad del todo. No es que me importe mucho, pero también es un rollo que le estén diciendo a uno todo el tiempo que a ver si se porta como corresponde a su edad. A veces hago cosas de persona mayor, en serio, pero de eso nadie se da cuenta. La gente nunca se da cuenta de nada.

Espera un reconocimiento cuando se comporta de manera responsable. Espera la aprobación del adulto, como los niños.


Sentía que se me venía encima un sermón y no es que la idea en sí me molestara, pero me sentía incapaz de aguantar una filípica, oler a Vicks Vaporub, y ver a Spencer con su pijama y su batín todo al mismo tiempo. De verdad que era superior a mis fuerzas.

Ni me escuchaba. Nunca escuchaba cuando uno le hablaba.

Tuve que quedarme allí sentado escuchando todas aquellas idioteces. Me la jugó buena el tío.

Yo sentía que empezaba a odiarle vagamente.

La verdad es que no he logrado interesarme mucho por ellos aunque sus clases han sido muy interesantes. No le importe suspenderme porque de todos modos van a catearme en todo menos en lengua.

Le dije que yo era un imbécil, que en su lugar habría hecho lo mismo, y que muy poca gente se daba cuenta de lo difícil que es ser profesor. En fin, el rollo habitual. Las tonterías de siempre.
Lo gracioso es que mientras hablaba estaba pensando en otra cosa.

No tenía ganas de explicarle lo que me había pasado. De todos modos no lo habría entendido. No  encajaba con su mentalidad. Uno de los motivos principales por los que me fui de  Elkton Hills fue porque aquel colegio estaba lleno de hipócritas. Eso es todo. Los había a patadas.

Tardo mucho en asimilar las cosas. Por ahora sólo pienso en que me voy a casa el miércoles. Soy un tarado.

—Me gustaría imbuir un poco de juicio en esa cabeza, muchacho. Estoy tratando de ayudarte. Quiero ayudarte si puedo.
Y era verdad. Se le notaba. Lo que pasaba es que estábamos en campos opuestos. Eso es todo.


¿Campos opuestos? Guerrilla alumnos-profesores o jóvenes-adultos
En la adolescencia empiezas a comportarte de forma distinta con los adultos, te vuelves más hermético y desconfiado. Empiezas a verlo todo con ojos más críticos, a ser más suspicaz.

Ya verá como todo se me arregla. Estoy pasando una mala racha. 


Piensa que las cosas se tuercen o solucionan porque sí. No parece dispuesto a cambiar nada ni a actuar para que las cosas cambien. Tampoco parece sentirse responsable de nada de lo que le pasa. La apatía lo engulle y es incapaz de empatizar.


Yo nunca le diré a nadie «buena suerte». Si lo piensa uno bien, suena horrible.
¿Es que piensa que la puedo necesitar?


Tampoco acepta que la suerte pueda ser un factor determinante.


Soy el mentiroso más fantástico que  puedan imaginarse. Es terrible.

Pero donó a Pencey un montón de pasta y le pusieron su nombre a esa ala de la residencia. (…)
Me lo imaginaba al muy hipócrita metiendo la primera y pidiendo a Dios que le mandara unos cuantos fiambres más.

Soy un completo analfabeto, pero leo muchísimo.
Lo que más me gusta de un libro es que te haga reír un poco de vez en cuando. (…) Los que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras. No hay muchos libros de esos.

Para colmo tenía un carácter horrible. Era un tipo bastante atravesado. Vamos, que no me caía muy bien. (…) Miraba a ver si estaba Stradlater. Le odiaba a muerte y nunca entraba en el cuarto si él andaba por allí. La verdad es que odiaba a muerte a casi todo el mundo.

Quería obligarme a que dejara de leer y de estar a gusto. Lo de la esgrima le importaba un rábano—.

Al final hacía lo que le decías, pero bastaba que se lo dijeras para que tardara mucho más en hacerlo.

Estaba haciendo el indio, claro. A veces lo paso bárbaro con eso. Además sabía que a Ackley le sacaba de quicio. Tiene la particularidad de despertar en mí todo el sadismo que llevo dentro y con él me ponía sádico muchas veces. Al final me cansé.

—Allá en el Norte llevamos gorras de esas para cazar ciervos —dijo—.
Esa es una gorra para la caza del ciervo.

Sonó un golpe seco y además me hizo un daño horroroso. Pero a Ackley le hizo una gracia horrorosa y empezó a reírse como un loco, con esa risa de falsete que sacaba a veces. (…)Ese tipo de cosas como que a un tío le pegaran una pedrada en la cabeza, le hacían desternillarse de risa.

—Siempre con esos aires de superioridad... —dijo Ackley—. No le soporto. Cualquiera diría...

La única forma de que hiciera lo que uno le decía era gritarle.

—Estás furioso con Stradlater porque te dijo que deberías lavarte los dientes de vez en cuando. Pero si quieres saber la verdad, no lo hizo por afán de molestarte. Puede que no lo dijera de muy buenos modos, pero no quiso ofenderte. Lo que quiso decir es que estarías mejor y te sentirías mejor si te lavaras los dientes alguna vez.

Incapaces de verse a sí mismos en los demás. Juzgan incorrecto el comportamiento de los demás pero actúan del mismo modo: son desconsiderados, groseros, hipócritas, egoístas, soberbios, mal pensados o atravesados, inseguros, menosprecian las cualidades ajenas o las conciben como una amenaza, se toman muy mal las críticas, como una ofensa personal.


—¡Qué gracia! —dijo Ackley—. Yo también lo haría si tuviera la pasta que tiene él.

De pronto se abrió la puerta y entró Stradlater con muchas prisas. Siempre iba corriendo y a todo le daba una importancia tremenda.

—¿Cómo va esa vida? —le dijo a Ackley. Stradlater era un tío bastante simpático. Tenía una simpatía un poco falsa, pero al menos era capaz de saludar a Ackley.
Cuando éste oyó lo de «¿Cómo va esa vida?» soltó un gruñido. No quería contestarle, pero tampoco tenía suficientes agallas como para no darse por enterado.

Pues Stradlater también lo era, pero de un modo distinto. El era un marrano en secreto. (…) Si se cuidaba tanto de su  aspecto era porque estaba locamente enamorado de sí mismo.


Una cosa es estar envanecido (visión narcisista) y otra, quererse (tener amor propio, tener una visión clara de uno mismo)

Siempre estaba pidiendo favores a todo el mundo. Todos esos tíos que se creen muy guapos o muy importantes son iguales.

Odio el cine con verdadera pasión, pero me encanta imitar a los artistas. Stradlater me miraba a través del espejo mientras se afeitaba y yo lo único que  necesito es público.  Soy  un exhibicionista nato.


Su concepto de las chicas

—¡No fastidies! Ya te he dicho que he roto con esa cerda.
—¿Ah, sí? Pues pásamela, hombre. En serio. Es mi tipo.
—Puedes quedártela, pero es muy mayor para ti.

—Me estás tapando la luz, Holden —dijo Stradlater—. ¿Tienes que ponerte precisamente ahí?

Lo que hacen los demás siempre es para fastidiarnos o para ensombrecernos.


—Sí. Ella nunca las movía. Cuando tenía una dama nunca la movía. La dejaba en la fila de atrás. Le gustaba verlas así, todas alineadas. No las movía.
Stradlater no dijo nada. Esas cosas nunca le interesan a casi nadie.

De repente me entraron unos nervios horrorosos. Soy un tipo muy nervioso.

No es capaz de admitir y expresar que le molesta la idea de que Stradlater salga con Jane Gallaher porque sentiría que se está exponiendo demasiado, que está aceptando una debilidad.
Considera que el amor nos hace más frágiles. No es capaz de ver que el amor también nos hace más fuertes.


Me puse tan nervioso que por poco me vuelvo loco. Ya les he dicho lo obsesionado que estaba Stradlater con eso del sexo.

Lo consideraban una gran cosa porque nos daban un filete. Apostaría la cabeza a que lo hacían porque como el domingo era día de visita

Juzga que las acciones son interesadas. Hay una razón encubierta detrás de todo o una mala intención.


Les juro que si un día naufragara y fueran a rescatarle en una barca, antes de dejarse salvar preguntaría quién iba remando. Le dije que iba con Mal Brossard.
—Ese cabrón... Bueno. Espera un segundo.

No le agradece el detalle de invitarle. Sería incapaz de admitir que se siente solo y busca compañía.


El conductor abrió la puerta y me obligó a tirarla. Le dije que no pensaba echársela a nadie, pero no me creyó. La gente nunca se cree nada.

Siguió, dale que te pego, hablando de esa chica con la que decía que se había acostado durante el verano.

Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Fanfarronear es algo muy típico de adolescentes, crearse una idea favorecedora de sí mismo, fingir otras vidas,...

Era un guante para la mano izquierda porque mi hermano era zurdo. Lo bonito es que tenía poemas escritos en tinta verde en los dedos y por todas partes. Allie los escribió para tener algo que leer cuando estaba en el campo esperando. Ahora Allie está muerto. Murió de leucemia el 18 de julio de 1946 mientras pasábamos el verano en Maine. Les hubiera gustado conocerle. Tenía dos años menos que yo y era cincuenta veces más inteligente. Era enormemente inteligente. Sus profesores escribían continuamente  a mi madre para decirle que era un placer tener en su clase a un niño como mi hermano. Y no lo decían porque sí. Lo decían de verdad. Pero no era sólo el más listo de la familia. Era también el mejor en muchos otros aspectos. Nunca se enfadaba con nadie.


Otorga a los demás cualidades que él mismo posee y no es capaz de verlo: generosidad, inteligencia, sensibilidad, buen carácter, talento…

Cuando murió tenía sólo trece años y pensaron en llevarme a un siquiatra y todo porque hice añicos  todas las ventanas del garaje. Comprendo que se asustaran. De verdad. La noche que murió dormí en el garaje y rompí todos los cristales con el puño sólo de la rabia que me dio.

¿Es consciente de lo que le ha afectado la muerte de su hermano? ¿Lo ha superado?



Lo que es el tío tenía de todo: sinusitis, granos, una dentadura horrible, halitosis y unas uñas espantosas. El muy cabrón daba hasta un poco de lástima.

—Oye —le dije—, ¿puedo dormir en la cama de Ely esta noche? No va a volver hasta mañana, ¿no? (…)
—Pero yo no puedo dar permiso para dormir en su cama a todo el que se presente aquí por las buenas.

Se mueven en círculos cerrados y excluyentes. Eres o no de los nuestros. Que quede claro con mi actitud que tú tampoco eres mi amigo. Aprovechan cualquier ocasión para hacerse daño o para reprocharse. Incapaces de ponerse en el lugar del otro.


—Sí. Salí en defensa de tu honor. Stradlater dijo que tenías un carácter horroroso y yo no podía consentir que dijera eso.
El asunto le interesó muchísimo.
—¿De verdad? ¡No me digas! ¿Ha sido por eso?
Le dije que era una broma y me tumbé en la cama de Ely.

—Cuéntame la fascinante historia de tu vida, Ackley, tesoro.


Como se siente ofendido, ofende. El caso es no sentirse en situación de inferioridad, no admitir que necesita consuelo, refugio, comprensión, ayuda. Se permite despreciarlo porque siente lástima de sí mismo y de Ackley por su aislamiento.

¡Vaya escuela que tenía!
Empezó por largarle a su pareja un rollo larguísimo en una voz muy baja y así como muy sincera, como si además de ser muy guapo fuera muy buena persona, un tío de lo más íntegro. Sólo oírle daban ganas de vomitar. La chica no hacía más que decir: «No, por favor. Por favor, no. Por favor...» Pero Stradlater siguió dale que te pego con esa voz de Abraham Lincoln que sacaba el muy cabrón, y al final se hizo un silencio espantoso. No sabía uno ni adonde mirar. Creo que aquella noche no llegó a tirarse a la chica, pero por poco. Por poquísimo.

Reconoce el abuso pero es incapaz de impedirlo o hacerle frente por falta de carácter. Le provoca mala conciencia. Consciente de su falta de coraje. El abusador se convierte en el fuerte.

Ni se molestó en averiguar qué había sido de mí.

—¡Óyeme bien! —me dijo—. No me importa lo que digas de mí ni de nadie. Pero si te metes con mi religión te juro que...


La pertenencia a un grupo le aporta seguridad. El sentimiento de pertenencia a un grupo cerrado. Es intolerante, porque no acepta las críticas.


Me encantan las mujeres. De verdad. No es que  esté obsesionado por el sexo, aunque claro que me gusta todo eso. Lo que quiero decir es que las mujeres me hacen muchísima gracia. Siempre van y plantan sus cosas justo en medio del pasillo.

La miré con atención. No parecía tonta. A lo mejor hasta sabía qué clase de cabrón tenía por hijo. Pero con eso de las madres nunca se sabe. Están todas un poco locas.

Todas las madres son iguales. Les encanta que les cuenten lo maravilloso que es su hijo.

Esos tíos como Morrow que se pasan el día atizándole a uno con la sana intención de romperle el culo, resulta que no se limitan a ser cabrones de niños. Luego lo siguen siendo toda su vida. Pero apuesto la cabeza a que después de todo lo que le dije aquella noche, la señora Morrow verá ya siempre en su hijo a un tío tímido y modesto que no se deja ni proponer como candidato a unas elecciones. Vamos, eso creo.
Luego nunca se sabe. Aunque las madres no suelen ser unos linces para esas cosas.

Padres que son incapaces de ver a sus hijos tal como son. La ceguera voluntaria

Era amiga de la mía y una de esas tías que son capaces de romperse una pierna con tal de correr al teléfono para contarle a mi madre que yo estaba en Nueva York. Además no me atraía la idea de hablar con la señora Hayes. Una vez le dijo a Sally que yo estaba loco de remate y que no tenía ningún propósito en la vida.

Sobre la capacidad de autocrítica: una cosa es que lo diga yo; a los demás no se lo consiento.


Esos patos del lago que hay cerca de Central Park South... Sabe qué lago le digo,  ¿verdad? ¿Sabe usted por casualidad adonde van cuando el agua se hiela? ¿Tiene usted alguna idea de dónde se meten?

Adónde ir cuando las cosas se ponen difíciles…Los adolescentes suelen acudir a la persona equivocada, pero no siempre.


Ese hotel estaba lleno de maníacos sexuales. Yo era probablemente la persona más normal de todo el edificio, lo que les dará una idea aproximada de la jaula de grillos que era aquello. Estuve a punto de mandarle a  Stradlater un telegrama diciéndole que cogiera el primer tren a Nueva York. Se lo habría pasado de miedo.

Por dentro debo ser el peor pervertido que han visto en su vida. A veces pienso en un montón de cosas raras que no me importaría nada  hacer  si  se  me  presentara  la oportunidad. (…)Y la verdad es que las mujeres no le ayudan nada a uno a procurar no estropear algo realmente bueno.


La responsabilidad es siempre del otro.

A mi madre no se le escapa una. Es de las que te adivina el pensamiento. Una pena, porque me habría gustado charlar un buen rato con mi hermana.
No se imaginan ustedes lo guapa y lo lista que es. Les juro que es listísima.

Siente adoración por Phoebe y se acuerda de ella en los malos momentos, cuando se siente solo.

Eso es lo que tienen las chicas. En cuanto hacen algo gracioso, por feas o estúpidas que sean, uno se enamora de ellas y ya no sabe ni por dónde se anda. Las mujeres. ¡Dios mío! Le vuelven a uno loco. De verdad.

Llegamos a tener bastante intimidad. No me refiero a nada físico —de eso no hubo nada. Lo que quiero  decir es que nos veíamos todo el tiempo. Para conocer a una chica no hace falta acostarse con ella.

Esta última frase es una genialidad.

Nueva York es terrible cuando alguien se ríe de noche. La carcajada se oye a millas y millas de distancia y le hace sentirse a uno aún más triste y deprimido. En el fondo, lo que me hubiera gustado habría sido ir a casa un rato y charlar con Phoebe.

—Oiga —me dijo—, si fuéramos peces, la madre naturaleza cuidaría de nosotros. No creerá usted que se mueren todos en cuanto llega el invierno, ¿no?

De los que piensan que no hay de qué preocuparse, que ya habrá otros que lo hagan, que los que están en apuros salen solos de las horas bajas…

En Ernie está siempre tan oscuro que serían capaces de servir un whisky a un niño de seis años. Además, allí a nadie le importa un comino la edad que tengas. Puedes inyectarte heroína si te da la gana sin que nadie te diga una palabra.

A su pareja se le notaba que le importaba un rábano el partido, pero como la pobre era tan fea no le quedaba más remedio que tragárselo  quieras que no. Las chicas feas de verdad las pasan moradas, las pobres. Me dan mucha pena. A veces no puedo ni mirarlas, sobre todo cuando  están con un cretino que les está encajando el rollo de un partido de fútbol.

Me paso el día entero diciendo que estoy encantado de haberlas conocido a personas que me importan un comino. Pero supongo que si uno quiere seguir viviendo, tiene que decir tonterías de esas.

Hipocresía y mentiras

Mientras me ponía el abrigo sentí una rabia terrible. La gente siempre le fastidia a uno las cosas.
Si uno pudiera hacer siempre lo que le da la gana, sin tener que responder de ello.

Una idea equivocada de la libertad: no recibir castigo ni ser responsable de sus actos

Aunque estoy seguro de que si hubiera sabido quién era el ladrón no le habría hecho nada tampoco. Soy un tipo bastante cobarde. Trato de que no se me note, pero la verdad es que lo soy.

Como todo hijo de vecino. Él se cree una excepción.

Probablemente me habría quedado allí como cinco minutos con los guantes en la mano sabiendo que lo que tenía  que hacer era romperle al tío la cara. Hasta el último hueso, vamos. Sólo que no habría tenido agallas para hacerlo.

¿La solución a los conflictos se resuelve con la violencia?

Creo que además de ser un poco cobarde, en el fondo lo que me pasa es que me importa un pimiento que me roben los guantes.
Una de las cosas malas que tengo es que nunca me ha importado perder nada.

Prefiero tirar a un tío por la ventana o cortarle la cabeza a hachazos, que pegarle un puñetazo en la mandíbula. (…)No me importaría pelear si tuviera los ojos vendados.

Para eso del alcohol tengo un aguante bárbaro. Puedo beber toda la noche si me da la gana sin que se me note absolutamente nada.

—Bueno —le dije. Iba en contra de mis principios, pero me sentía tan deprimido que no lo pensé. Eso es lo malo de estar tan deprimido. Que no puede uno ni pensar.

Falta de autocontrol. No saber decir que no.

—Mil doscientos veintidós —le dije. Empezaba a arrepentirme de haberle dicho que sí, pero ya era tarde para volverse atrás.

Nunca es tarde para volverse atrás


Casi siempre, cuando ya estás a punto, la chica, que no es prostituta ni nada, te dice que no. Y yo soy tan tonto que la hago caso. La mayoría de los chicos hacen como si no oyeran, pero yo no puedo evitar hacerles caso. Nunca se sabe si es verdad que quieren que pares, o si es que tienen miedo, o si te lo dicen para que si lo haces la culpa luego sea tuya y no de ellas. No sé, pero el caso es que yo me paro. Lo que pasa es que me dan pena. La mayoría son tan tontas, las pobres...
No me importaría nada ser muy bueno para esas cosas. La verdad es que la mitad de las veces cuando estoy con una chica no se imaginan lo que tardo en encontrar lo que busco.

Ojalá fuera guapa. Aunque la verdad es que en el fondo me daba igual. Lo importante era pasar el trago cuanto antes.

Lo que me apetecía saber era por qué se había metido a prostituta y todas esas cosas, pero me dio miedo preguntárselo. Probablemente no me lo hubiera dicho.




 ¿Cómo sabes tú mismo que no te estás mintiendo?

Robert Burns (1759-1796)
Coming through the rye, poor body
Coming through the rye,
She draiglet a’ her petticoatie.
Coming through the rye
Gin a body meet a body
Coming through the rye;
Gin a body kiss a body,
Need a body cry?

Gin a body meet a body
Coming through the glen;
Gen a body kiss a body,
Need the world ken?

Jenny’s a’ wat, poor body;
Jenny’s seldon dry;
She draiglet a’ her petticoatie,
Coming through the rye.


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