sábado, 28 de julio de 2012

Darse un capricho


Es el cuerpo de la España de fin de siglo, del fracaso de la Ilustración, es el cuerpo de Europa, de la humanidad entera, bárbara, ignorante, salvaje, a punto siempre de estallar en su irracionalidad. El cuerpo de Dioniso, lacerado, negado, destruido se intuye en cada distorsión, en cada miembro. Es el mundo inmundo que constituye, de una parte, la atmósfera de los Caprichos, su propia inspiración y, de otra, la denuncia –como si Goya quisiera convertirse en profeta bíblico- de la misma moral de un pueblo, de una sociedad.
Diego Romero de Solís, La imaginación del cuerpo



Hoy me he dado el capricho de viajar en el tiempo y de volver a escuchar dos lecciones –que encierran muchas más- de las que nos impartía el profesor Diego Romero de Solís. Era el año 1996 y apenas tenía veintidós. Ahora mi mirada tiene un poso que entonces no tenía. 
El cuerpo de Lucy en Variaciones sobre el cuerpo y La imaginación del cuerpo en Arte, Cuerpo, Tecnología.
Recuerdo muy bien las clases de Diego porque sus explicaciones siempre iban asociadas a imágenes, ejemplos, ilustraciones, cuadros…Cada poco se refería a alguna película, libro, poema, pintor, poeta o escritor. Se detuvo mucho tiempo en los Caprichos de Goya y en la película Drácula, de Bram Stoker dirigida por Francis Ford Coppola ya que daba por hecho que no habíamos leído la novela del irlandés (1897).
Yo la disfruté más tarde sin que pueda precisar cuándo, así que desde el principio, mientras avanzaba en la novela, iba recordando la mirada de Diego y sus múltiples digresiones.
Con Goya me ha ocurrido algo similar porque fue él quién me lo descubrió.
Nuestra profesora de Historia del Arte, en COU, era una entusiasta de Velázquez y apenas pasamos del Barroco. Con ello, ganamos y perdimos, como pasa siempre.
Recuerdo la impresión de ver el cuadro de los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 en el Prado. No sólo la sorpresa de las dimensiones –sus medidas son 268 cm. por 347 cm.- sino porque la mirada se fija directamente en el blanco de la camisa del hombre que levanta los brazos y hacia la que apuntan todos los fusiles y de ahí a la cara de angustia y valor de quien se enfrenta a la muerte mirando de frente al grupo enemigo.
España, camisa blanca de mi esperanza.
Goya pretende subrayar la barbarie de la guerra y la tiranía moderna, para lo que establece un contraste entre las pasiones humanas de las víctimas y la eficacia deshumanizadora del pelotón que dispara. Con su cielo oscuro y su lúgubre paleta, cuya monotonía sólo se rompe con el blanco farol que refleja su luz en la víctima del centro, en sus pantalones amarillos y en el rojo de su sangre derramada, ofreciendo una morbosa situación de la muerte.
Simbolizó para muchos el coraje y la lucha del español ante las incursiones ajenas, también supuso un importante manantial de inspiración para pintores de la talla de Manet.
Para mí es uno de los más claros alegatos contra la guerra que se hayan hecho nunca. Su actualidad y valor simbólico no parece, por desgracia, que sea necesario ser destacada. La sensibilidad de Goya para retratar el horror de la guerra alcanza en esta obra uno de sus momentos culminantes.
La lámpara que yace en el suelo se transforma en la fuente de luz, perceptible en la tonalidad amarillenta que muestra el cuadro en su parte central, para toda la obra, y la mayor parte de la iluminación recae en los muertos localizados en la izquierda y en el fraile que reza arrodillado. Así podrían cumplirse las órdenes de un implacable Murat, deseoso de venganza que decide ejecutar a religiosos y miembros de las clases bajas en un intento por acallar la resistencia de los españoles. En el desorden que refleja el conjunto de las figuras subyace el deseo de Goya por únicamente conmemorar a las víctimas, pero no crea un fortísimo sentimiento patriótico que ensombrezca al rey Fernando.

Por todas partes veo cuerpos desnudos, fieles
al cansancio del mundo. Carne fugaz que acaso
nació para ser chispa de luz, para abrasarse
de amor y ser la nada sin memoria, la hermosa
redondez de la luz.
Y que aquí está, aquí está. Marchitamente eterna,
sucesiva, constante, siempre, siempre cansada.

Vicente Aleixandre, Destino de la carne

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