lunes, 30 de julio de 2012

Lecturas pendientes; un itinerario


Mujer, identidad y espacio público; María José Guerra Palmero
Estética y liberación en H. Marcuse, en el centenario de su nacimiento; María del Carmen López Sáenz
Bioética y Derechos Humanos: Implicaciones sociales y jurídicas

Ética y tragedia: A propósito del Ayax de Sófocles. José Manuel Panea Márquez

El miedo a la mujer (Arte, sexualidad y fin de siglo)

Diego Romero de Solis:
El Paisaje y la Imaginación del Agua. Los Paisajes Andaluces. Hitos y Miradas en los Siglos XIX y XX. Sevilla. Consejería de Obras Públicas y Transportes de la Junta de Andalucía. 2007. Pag. 149-171

Diego Romero de Solis:
Introducción. Variaciones Sobre el Color. Sevilla. Universidad de Sevilla. 2007. Pag. 9-20

Diego Romero de Solis:
Los Números Interiores. Homenaje a Mariano Peñalver. Sevilla. Ateneo de Sevilla. 2006. Pag. 39-41

Diego Romero de Solis:
El Corazón en la Niebla. Filosofía y Literatura. María Zambrano. Sevilla. Fundación José Manuel Lara. 2005. Pag. 171-251


Tesis dirigidas:

Director/a: Diego Romero de Solis, Doctorando: Inmaculada Murcia Serrano:
El Logos Sumergido. Poesía, Pintura y Música en María Zambrano, 2006, Estética e Historia de la Filosofía

Director
/a: Diego Romero de Solis, Doctorando: Jorge Lopez Lloret:
Aesthetica Urbis. la Ciudad Como Obra de Arte., 1999, Estética e Historia de la Filosofía

Libros
Jorge Lopez Lloret:
La Ciudad Construida : Historia, Estructura y Percepción en el Conjunto Histórico de Sevilla. Sevilla. Diputación de Sevilla. 2003. 482


Capítulos en Libros
Jorge Lopez Lloret:
"el Jaguar en el Paraíso". Paisaje y Melancolía. Sevilla. Universidad de Sevilla. 2011. Pag. 127-158

Jorge Lopez Lloret:
Nietzsche y la Arquitectura Cromática. Variaciones Sobre el Color. Sevilla. Universidad de Sevilla. 2007. Pag. 93-160

Jorge Lopez Lloret:
Memento Homo. Símbolos Estéticos. Sevilla. Universidad de Sevilla. 2001. Pag. 163-181

Jorge Lopez Lloret:
La Fiesta Urbana en la Definición de los Cuerpos Cívicos. Variaciones Sobre el Cuerpo. Sevilla. Universidad de Sevilla. 1999. Pag. 79-102

Jorge Lopez Lloret:
Romanticismo y Urbanismo. La Memoria Romántica. Sevilla. Universidad de Sevilla. 1997. Pag. 93-106


Publicaciones en Revistas
Jorge Lopez Lloret:
Adam Smith y la Teoría Social. Pensamiento. Revista de Investigacion e Informacion Filosofica. Vol. 65. Núm. 245. 2009. Pag. 485-501

Jorge Lopez Lloret:
Darwin y el Diseño. Sevilla Técnica. Núm. 33. 2009. Pag. 56-59

Jorge Lopez Lloret:
La Ciudad y Sus Surcos. El Siglo XVII en la Constitución de la Imagen de Sevilla. Archivo Hispalense: Revista Histórica, Literaria y Artística. Vol. XCII. Núm. 279-281. 2009. Pag. 289-316

Jorge Lopez Lloret:
Opacidad y Transparencia. El Rostro Como Metáfora Estética en la Segunda Mitad del Siglo XVIII. Estudios Filosóficos. Vol. LVIII. Núm. 169. 2009. Pag. 457-481

Jorge Lopez Lloret:
De la Utilidad de la Belleza. Argumentos Sobre el Clasicismo en la Estética de David Hume. Daimon Revista de Filosofía. Núm. 28. 2003. Pag. 25-40

Jorge Lopez Lloret:
Proyecto y Cuerpo en la Posmodernidad. Daimon Revista de Filosofía. Núm. 23. 2001. Pag. 137-154

Jorge Lopez Lloret:
Percepción, Topología y Arte. Notas Sobre la Iglesia de Santa Catalina y su Capilla Sacramental. Archivo Hispalense: Revista Histórica, Literaria y Artística. Núm. 254. 2000. Pag. 135-164

Jorge Lopez Lloret:
Proyecto y Cuerpo en la Modernidad. Daimon Revista de Filosofia. Núm. 20. 2000. Pag. 89-106

Jorge Lopez Lloret:
Más Allá del Bosque. Reflexiones Agoralógicas en Torno a Vico. Cuadernos Sobre Vico. Núm. 7-8. 1997. Pag. 377-389

Jorge Lopez Lloret:
Notas Introductorias a la Ciudad Pedagógica. Daimon Revista de Filosofia. Núm. 14. 1997. Pag. 83-92

Jorge Lopez Lloret:
Ciudades Significantes. Aportación al Estudio de la Percepción de la Ciudad a la Luz del Caso Concreto de la Ciudad de Sevilla. Archivo Hispalense: Revista Histórica, Literaria y Artística. Núm. 242. 1996. Pag. 139-170

EL ALMA HERMOSA DEL OBJETO.
(NOTAS SOBRE LA ARQUEOLOGÍA DEL DISEÑO FUNCIONAL
MODERNO Y SU SUPERACIÓN).
Jorge López Lloret

PROYECTO Y CUERPO EN LA MODERNIDAD

Jorge López Lloret

PROYECTO Y CUERPO EN LA POSMODERNIDAD

Jorge López Lloret

Un intinerario:
Busco sus nombres en Google hasta llegar a SISIUS: Ficha personal donde aparecen sus publicaciones. Luego, rastreo en la red para ver qué puedo encontrar de lo que han publicado. Interesante ver a quién están o estuvieron doctorando.

Otra posible vía de búsqueda:
Grupo de Investigación: Estetica y Teoria de las Artes
Departamento/Unidad: Estética e Historia de la Filosofía



El derecho y la justicia en el Antiguo Régimen
Referencia del texto: FOUCAULT, Michel (1976): Vigilar y Castigar, México, Siglo veintiuno, pp. 11 y ss.

sábado, 28 de julio de 2012

Darse un capricho


Es el cuerpo de la España de fin de siglo, del fracaso de la Ilustración, es el cuerpo de Europa, de la humanidad entera, bárbara, ignorante, salvaje, a punto siempre de estallar en su irracionalidad. El cuerpo de Dioniso, lacerado, negado, destruido se intuye en cada distorsión, en cada miembro. Es el mundo inmundo que constituye, de una parte, la atmósfera de los Caprichos, su propia inspiración y, de otra, la denuncia –como si Goya quisiera convertirse en profeta bíblico- de la misma moral de un pueblo, de una sociedad.
Diego Romero de Solís, La imaginación del cuerpo



Hoy me he dado el capricho de viajar en el tiempo y de volver a escuchar dos lecciones –que encierran muchas más- de las que nos impartía el profesor Diego Romero de Solís. Era el año 1996 y apenas tenía veintidós. Ahora mi mirada tiene un poso que entonces no tenía. 
El cuerpo de Lucy en Variaciones sobre el cuerpo y La imaginación del cuerpo en Arte, Cuerpo, Tecnología.
Recuerdo muy bien las clases de Diego porque sus explicaciones siempre iban asociadas a imágenes, ejemplos, ilustraciones, cuadros…Cada poco se refería a alguna película, libro, poema, pintor, poeta o escritor. Se detuvo mucho tiempo en los Caprichos de Goya y en la película Drácula, de Bram Stoker dirigida por Francis Ford Coppola ya que daba por hecho que no habíamos leído la novela del irlandés (1897).
Yo la disfruté más tarde sin que pueda precisar cuándo, así que desde el principio, mientras avanzaba en la novela, iba recordando la mirada de Diego y sus múltiples digresiones.
Con Goya me ha ocurrido algo similar porque fue él quién me lo descubrió.
Nuestra profesora de Historia del Arte, en COU, era una entusiasta de Velázquez y apenas pasamos del Barroco. Con ello, ganamos y perdimos, como pasa siempre.
Recuerdo la impresión de ver el cuadro de los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 en el Prado. No sólo la sorpresa de las dimensiones –sus medidas son 268 cm. por 347 cm.- sino porque la mirada se fija directamente en el blanco de la camisa del hombre que levanta los brazos y hacia la que apuntan todos los fusiles y de ahí a la cara de angustia y valor de quien se enfrenta a la muerte mirando de frente al grupo enemigo.
España, camisa blanca de mi esperanza.
Goya pretende subrayar la barbarie de la guerra y la tiranía moderna, para lo que establece un contraste entre las pasiones humanas de las víctimas y la eficacia deshumanizadora del pelotón que dispara. Con su cielo oscuro y su lúgubre paleta, cuya monotonía sólo se rompe con el blanco farol que refleja su luz en la víctima del centro, en sus pantalones amarillos y en el rojo de su sangre derramada, ofreciendo una morbosa situación de la muerte.
Simbolizó para muchos el coraje y la lucha del español ante las incursiones ajenas, también supuso un importante manantial de inspiración para pintores de la talla de Manet.
Para mí es uno de los más claros alegatos contra la guerra que se hayan hecho nunca. Su actualidad y valor simbólico no parece, por desgracia, que sea necesario ser destacada. La sensibilidad de Goya para retratar el horror de la guerra alcanza en esta obra uno de sus momentos culminantes.
La lámpara que yace en el suelo se transforma en la fuente de luz, perceptible en la tonalidad amarillenta que muestra el cuadro en su parte central, para toda la obra, y la mayor parte de la iluminación recae en los muertos localizados en la izquierda y en el fraile que reza arrodillado. Así podrían cumplirse las órdenes de un implacable Murat, deseoso de venganza que decide ejecutar a religiosos y miembros de las clases bajas en un intento por acallar la resistencia de los españoles. En el desorden que refleja el conjunto de las figuras subyace el deseo de Goya por únicamente conmemorar a las víctimas, pero no crea un fortísimo sentimiento patriótico que ensombrezca al rey Fernando.

Por todas partes veo cuerpos desnudos, fieles
al cansancio del mundo. Carne fugaz que acaso
nació para ser chispa de luz, para abrasarse
de amor y ser la nada sin memoria, la hermosa
redondez de la luz.
Y que aquí está, aquí está. Marchitamente eterna,
sucesiva, constante, siempre, siempre cansada.

Vicente Aleixandre, Destino de la carne

viernes, 27 de julio de 2012

Recuerde el alma dormida


Recuerde el alma dormida,          
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte              5
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,             10
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

Desde el atardecer esperaba el momento. Con la absoluta certeza de que llegaría, y con el sobresalto y el deseo de que llegase para que así pasara. Cuando leí años después la definición que da Kierkegaard de la angustia – el temor de lo que se desea- comprendí al niño que, en Córdoba, padecía un sobrecogimiento renovado a diario, del que se redimía cuando su padre viajaba, o cenaba fuera, o una crisis de estómago lo obligaba a permanecer en su dormitorio. El resto de las noches, nada más levantar los manteles, mi padre me mandaba traer la arqueta de su despacho, situado en el otro extremo de la casa. A mi madre no le hacía gracia seguir en el comedor después de haber cenado. “Vamos a abrir el estanco”, decía en cuanto mi padre me miraba por encima de sus gafas de miope, muy bajas sobre la nariz, y repetía cariñosamente, cruelmente: “Antonio, ¿el arca?” Yo, intentando que mi queja se entendiera como contra una obligación monopolizada y no como una desesperada demanda de socorro, murmuraba: “Siempre yo”. Y, fingiendo desgana con que disimular mi miedo, retiraba mi silla, me levantaba sintiendo el temblor de mis piernas y emprendía la terrible aventura.
Pienso que el ama –quizá otros también- había adivinado. Alguna noche intercedió: “Voy a ir encendiendo las luces, no vaya a tropezar con un mueble y se haga daño.” Mi padre la detuvo: “Tranquila. Él lo sabe hacer solo.” El viaje –era peor el de ida- no terminaba nunca. Atravesaba pasillos abandonados, distancias incalculables, habitaciones que la noche convertía en hostiles y desconocidas, el patio inmenso y frío, las salas de la clínica y sus sigilosos olores nauseabundos, hasta llegar al despacho, de madera negra como la del arca, sólido y acechante. Todo estaba en silencio. Pero un silencio demasiado audible, como si bajo él se agazapasen cientos de voces, dispuestas a lanzarse sobre mí como fieras. Yo silbaba, o tarareaba, o cantaba no sabía qué, con el postre en la garganta. Y con la seguridad, contradicha y cada noche confirmada, de que al alargar mi mano para accionar un interruptor iba a encontrar, posada sobre él, otra mano sin cuerpo, helada y blanca, que aguardaba la mía: para impedirme dar la luz o para darla antes que yo y mostrarme el espanto en que tal mano concluía. El aire detenido estaba lleno de alas, de susurros, de crujidos. Cuando, por fin, con las manos húmedas de sudor, tomaba el arca, sólo se había cumplido la mitad de la condena. Al regreso, ocupadas las manos, no podía defenderme, y además debía dejar el arca en el suelo cada vez que apagaba una de las luces encendidas, y agacharme a recogerla en tinieblas para continuar, agacharme, sabiendo que alguien con una cuchilla me rebanaría el cuello desde arriba, o me golpearía con una maza en la cabeza. Atrás se iban quedando el despacho, la clínica, la sala de espera, el patio –más enemigo cuanto más sosegado-, los pasillos. Y se quedaban sarcásticos, gritando tácitamente hasta mañana en un amago que no había hecho sino empezar: un amago sin prisa, que tenía por delante, para cumplirse, todas las noches de mi infancia. Al aproximarme al comedor, frenaba mi carrera. Sin volver la cara, notaba una respiración en la nuca, y una palidez me hormigueaba en las mejillas. Me demoraba unos segundos ante la puerta, para que los latidos de mi corazón no atravesaran el jersey, y, con una sonrisa pobrecita, ponía frente a mi padre su arqueta de tabaco.
Una mañana muy diáfana de abril entraba el sol, invencible, por los balcones del despacho; mi padre, mirándome a los ojos, señalando la arqueta, me dijo: “Es tuya. Te la has ganado a pulso durante muchas noches. ¿No es así?” Yo ya tenía dieciocho años y había perdido para siempre el miedo…Mi padre, a quien tanto quise, hoy yace muerto y olvidado. (…) Así estaré yo, muerto y olvidado. (…) El otro día apareció la llave dentro de otra caja también remota, entre fotografías antiguas,…Reconocí inmediatamente aquella llave que alguna noche, en la huida hacia el comedor, se había desprendido y, con redoblado pánico, hube de volver a buscar, tan diminuta, entre tantas acechanzas. Abrí con ella el arca como si abriese, entera, mi vida. Dentro, una llave mayor, de hierro dorado, historiada y absurda, con un lazo de agremán amarillo: la inútil llave del ataúd en que mi padre fue enterrado. Ese era todo el contenido. Ese, y un reconcentrado olor a buen tabaco. El olor de la arqueta duró más que su dueño.



Un padre y un hijo.
El padre enseña al hijo cómo enfrentarse al miedo
La vida es ese paseo de ida y vuelta desde el comedor al despacho, del despacho al comedor. Más difícil lo andado que lo desandado. A cielo descubierto, uno siente la calle más enemiga cuanto más sosegada.
El muchacho ha conseguido librarse de sus miedos y ya puede avanzar solo, sin la sombra de su tutor.
El padre fallece pero queda su recuerdo y quedan sus cosas. Principalmente, queda lo que enseñó al muchacho, a aventurarse y perder el miedo a vivir.
El muchacho se contempla en el reflejo de su padre.
La vida entera contenida en las cosas que nos pertenecen. Muchas de esas cosas nos sobrevivirán y contendrán nuestro recuerdo pero ¿para quién?
La vida del muchacho contenida en sus libros, en su obra. ¿Servirá a alguien?
La enseñanza de que al final nos espera la muerte y el olvido. Apenas el olor de lo vivido. La huella que dejas al paso dura más que tú mismo. 

domingo, 22 de julio de 2012

En el tiempo perdido




Fragmento de Tu rostro mañana, Javier Marías
Fragmentos de artículos de La zona fantasma, Javier Marías


En un sentido –pero sólo en uno- Tupra me recordaba a mi padre, el cual no nos permitía nunca, a mis hermanos ni a mí, conformarnos con la apariencia de una victoria dialéctica en nuestras discusiones, o de un éxito al explicarnos, “Y qué más”, nos decía después de que hubiéramos dado por concluidos, exhaustos, una exposición o un argumento. Y si le contestábamos “Nada más. Ya está. ¿Te parece poco?”, él respondía, para nuestro momentáneo desquiciamiento: “Si nos has hecho más que empezar. Sigue. Vamos, corre, date prisa, sigue pensando. Pensar una sola cosa, o divisarla, es algo, pero también es apenas nada, una vez asimilada: es haber llegado a lo elemental, a lo cual, es cierto, ni siquiera la mayoría alcanza. Pero lo interesante y difícil, lo que puede valer la pena y lo que más cuesta, es seguir: seguir pensando y seguir mirando más allá de lo necesario, cuando uno tiene la sensación de que ya no hay más que pensar ni nada más que mirar, que la secuencia está completa y que continuar es perder el tiempo. Lo importante está siempre ahí, en el tiempo perdido, en lo gratuito y en lo que parece superfluo, más allá de la raya en la que uno se siente conforme, o bien se fatiga y se rinde, a menudo sin reconocérselo. Allí donde uno diría que ya no puede haber nada. Así que dime qué más, qué más se te ocurre y qué más arguyes, qué más ofreces y qué más tienes. Sigue pensando, corre, no te pares, vamos, sigue”.
También Tupra se instalaba en eso, en el señalamiento de la insuficiencia, lo había hecho desde la primera vez respecto del Soldado Bonanza, con sus “Qué más”, “Explíqueme eso”, “Dígame lo que piensa”, “Por qué lo cree”, “Continúe”, “Hábleme de esos detalles”, “¿Algo más?”, “¿Es eso cuanto ha observado?”. Era una tenacidad suave y dosificada, con la que sin embargo extraía cuanto uno hubiera pensado y visto, e incluso el sueño o la sombra de los pensamientos y de las imágenes, lo que no estaba aún formulado ni delineado ni por lo tanto pensado ni visto del todo, sino sólo esbozado o intuido o implícito, todavía irreconocible y fantasmagórico, como la escultura que encierra el bloque de mármol o los poemas que contienen casi enteros las gramáticas y los diccionarios. Lograba que lo ilusorio adquiriera verbo y tomase cuerpo. Y que se plasmase. A veces yo lo sentía como un acto de fe por su parte: fe en mis capacidades, en mi perspicacia, en mi don supuesto, como si estuviera seguro de que ante su adecuada insistencia –guiado por ella, adiestrado por ella-, yo acabaría por entregarle siempre el dibujo o el texto, por brindarle el retrato que me pedía, o que necesitaba.



lunes, 16 de julio de 2012

Expulsión del paraíso


Según Henri Atlan, tarde o temprano la gente podrá nacer en un útero artificial. Esta posibilidad, en extremo inquietante, tiene notables implicaciones éticas y de convivencia. 
La especie humana podría reproducirse fuera del cuerpo de las mujeres. Esto es lo que propone la inquietante lectura de El útero artificial, un libro que desde el título revela el punto de partida y de llegada de la teoría de su autor, un médico y biólogo francés que tiene 74 años, Henri Atlan. Según él, los géneros masculino y femenino ya no serán lo que hoy son.
Aldous Huxley. La ectogénesis es la técnica utilizada en Un mundo feliz, la novela que actualiza el mito y los peligros de un condicionamiento biológico, social y político.
Hay quienes imaginan en el útero artificial una bendición y un notable avance asociado al final del parto con dolor y a la igualdad entre hombres y mujeres ante la procreación.
La llegada del útero artificial es inevitable, tal vez dentro de veinte, cincuenta o cien años. Las mujeres tendrán la libertad de tener niños sin embarazo ni parto.
El argumento irrefutable será el de la libre disposición, por cada mujer, de su propio cuerpo. Para mí, la ectogénesis es un paso más hacia la separación definitiva entre sexualidad y procreación.
Esta técnica será recibida por una gran parte de mujeres como una manera de liberarse de las complicaciones del embarazo.
Esta corriente, más naturalista, considera que implicaría quitarles a las mujeres el privilegio de la maternidad y del alumbramiento. Me parece muy difícil ponerse de acuerdo sobre una definición de lo que son el hombre, la mujer, la especie humana, sobre todo con esa tendencia que consiste en decir que se produce un “crimen contra la especie humana” en cuanto interviene la biotecnología. Nuestra esencia se modifica a medida que se desarrolla nuestra historia.
Si la maternidad se vuelve equivalente a la paternidad, querrá decir que el lazo físico tan importante que hay hoy en día entre la madre y el bebé desaparecerá. El riesgo es que los niños sean abandonados por los adultos, que sólo se ocuparían de su deseo egoísta y hedonista. Pero esto ya existe ahora. 
El tipo de relación física entre la madre y el bebé durante el embarazo está en el origen de estimulaciones importantes para el desarrollo del bebé, pero al mismo tiempo también se encuentra en el origen de relaciones patológicas.
Será más fácil de controlar el desarrollo del feto, de preservar lo sano y descartar lo patológico; se podrá evitar que una enfermedad de la madre —física, hormonal o mental— sea transmitida al bebé durante el embarazo.
La función de la madre será, en relación con el niño, idéntica a la del padre. La relación se volverá cada vez más social y ritual y menos biológica. Las representaciones de los géneros sexuales cambiarán, en la medida en que hasta ahora las mujeres nunca habían podido liberarse de la necesidad de llevar a los niños en el vientre. De todos modos, es poco probable que todas las mujeres renuncien al embarazo.

La ciencia utiliza técnicas que no existen espontáneamente en la naturaleza, y estos conocimientos y técnicas nuevas son siempre portadores del bien y del mal.
La utopía del paraíso, la vuelta a una vida en el Jardín del Edén anterior a la expulsión de Adán y Eva. Este mito es muy interesante ya que nos dice que la expulsión del Edén se tradujo en una doble maldición: la necesidad del hombre de trabajar para ganar su sustento con el sudor de su frente y la obligación de las mujeres de parir con dolor. Es interesante ver cómo, cuando se trata de una maldición, ésta no implica un estado natural, contrariamente a lo que se cree. El mito nos dice: esto podría ser de otro modo.




lunes, 9 de julio de 2012

Carpe Diem


"Aprovecha el día". Horacio (Odas, 1.11.8). Expresión que hace referencia a la fugacidad del tiempo y, en consecuencia, a la necesidad de aprovechar cada momento de la vida.

Original Latin
Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi
finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. ut melius quidquid erit pati,
seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum: sapias, vina liques, et spatio brevi
spem longam reseces. dum loquimur, fugerit invida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.

Literal English Translation
You should not ask, it is wrong to know impious things, what end the
gods will have given to me, to you, O Leuconoe, and do not try
Babylonian calculations. How much better it is to endure whatever will be,
whether Jupiter has allotted to you more winters or the last,
which now weakens upon the opposed rocks the Tyrrhenian
Sea: may you be wise, strain your wines, and because of short life
prune long anticipation. While we are speaking, envious life
will have fled: seize the day, trusting the future as little as possible.

"Carpe Diem" (Carminum, I, 11)

No pretendas saber, pues no está permitido,
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números Babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.


Elegía sobre un cementerio de aldea (Elegy Written in a Country Churchyard, 1751)        

The curfew tolls the knell of parting day,
The lowing herd wind slowly o'er the lea,    
The ploughman homeward plods his weary way,     
And leaves the world to darkness and to me.           
Now fades the glimmering landscape on the sight,    
And all the air a solemn stillness holds,     
Save where the beetle wheels his droning flight,     
And drowsy tinklings lull the distant folds;           
Save that from yonder ivy-mantled tower      
The moping owl does to the moon complain     
Of such, as wandering near her secret bower,     
Molest her ancient solitary reign.           
Beneath those rugged elms, that yew-tree's shade,
Where heaves the turf in many a mouldering heap,    
Each in his narrow cell for ever laid,    
The rude forefathers of the hamlet sleep.          
The breezy call of incense-breathing morn,    
The swallow twittering from the straw-built shed,     
The cock's shrill clarion, or the echoing horn,    
No more shall rouse them from their lowly bed.           
For them no more the blazing hearth shall burn,     
Or busy housewife ply her evening care:      
No children run to lisp their sire's return,     
Or climb his knees the envied kiss to share.         
Oft did the harvest to their sickle yield,      
Their furrow oft the stubborn glebe has broke;     
How jocund did they drive their team afield!      
How bowed the woods beneath their sturdy stroke!          
Let not Ambition mock their useful toil,     
Their homely joys, and destiny obscure;    
Nor Grandeur hear with a disdainful smile,    
The short and simple annals of the poor.           
The boast of heraldry, the pomp of power,      
And all that beauty, all that wealth e'er gave,     
Awaits alike the inevitable hour.     
The paths of glory lead but to the grave.          
Nor you, ye proud, impute to these the fault,     
If Memory o'er their tomb no trophies raise,     
Where through the long-drawn aisle and fretted vault      
The pealing anthem swells the note of praise.           
Can storied urn or animated bust      
Back to its mansion call the fleeting breath?     
Can Honour's voice provoke the silent dust,     
Or Flattery soothe the dull cold ear of Death?           
Perhaps in this neglected spot is laid      
Some heart once pregnant with celestial fire;    
Hands that the rod of empire might have swayed,    
Or waked to ecstasy the living lyre.          
But Knowledge to their eyes her ample page     
Rich with the spoils of time did ne'er unroll;     
Chill Penury repressed their noble rage,     
And froze the genial current of the soul.          
Full many a gem of purest ray serene,     
The dark unfathomed caves of ocean bear:     
Full many a flower is born to blush unseen,    
And waste its sweetness on the desert air.          
Some village-Hampden, that with dauntless breast     
The little tyrant of his fields withstood;     
Some mute inglorious Milton here may rest,     
Some Cromwell guiltless of his country's blood.           
The applause of listening senates to command,      
The threats of pain and ruin to despise,    
To scatter plenty o'er a smiling land,    
And read their history in a nation's eyes,          
Their lot forbade: nor circumscribed alone    
Their growing virtues, but their crimes confined;      
Forbade to wade through slaughter to a throne,     
And shut the gates of mercy on mankind,          
The struggling pangs of conscious truth to hide,      
To quench the blushes of ingenuous shame,     
Or heap the shrine of Luxury and Pride     
With incense kindled at the Muse's flame.           
Far from the madding crowd's ignoble strife,     
Their sober wishes never learned to stray;      
Along the cool sequestered vale of life     
They kept the noiseless tenor of their way.           
Yet even these bones from insult to protect      
Some frail memorial still erected nigh,    
With uncouth rhymes and shapeless sculpture decked,    
Implores the passing tribute of a sigh.           
Their name, their years, spelt by the unlettered muse,     
The place of fame and elegy supply:      
And many a holy text around she strews,     
That teach the rustic moralist to die.           
For who to dumb Forgetfulness a prey,      
This pleasing anxious being e'er resigned,      
Left the warm precincts of the cheerful day,      
Nor cast one longing lingering look behind?           
On some fond breast the parting soul relies,     
Some pious drops the closing eye requires;      
Ev'n from the tomb the voice of nature cries,     
Ev'n in our ashes live their wonted fires.          
For thee, who mindful of the unhonoured dead     
Dost in these lines their artless tale relate;    
If chance, by lonely Contemplation led,    
Some kindred spirit shall inquire thy fate,          
Haply some hoary-headed swain may say,     
"Oft have we seen him at the peep of dawn     
Brushing with hasty steps the dews away     
To meet the sun upon the upland lawn.         
"There at the foot of yonder nodding beech     
That wreathes its old fantastic roots so high,      
His listless length at noontide would he stretch,      
And pore upon the brook that babbles by.          
"Hard by yon wood, now smiling as in scorn,     
Muttering his wayward fancies he would rove,     
Now drooping, woeful wan, like one forlorn,      
Or crazed with care, or crossed in hopeless love.          
"One morn I missed him on the customed hill,     
Along the heath and near his favourite tree;    
Another came; nor yet beside the rill,    
Nor up the lawn, nor at the wood was he;
"The next with dirges due in sad array     
Slow through the church-way path we saw him borne.    
Approach and read (for thou can'st read) the lay,     
Graved on the stone beneath yon aged thorn."           
The Epitaph           
Here rests his head upon the lap of earth      
A youth to fortune and to fame unknown.      
Fair Science frowned not on his humble birth,      
And Melancholy marked him for her own.          
Large was his bounty, and his soul sincere,      
Heaven did a recompense as largely send:      
He gave to Misery all he had, a tear,      
He gained from Heaven ('twas all he wished) a friend.           
No farther seek his merits to disclose,     
Or draw his frailties from their dread abode,     
(There they alike in trembling hope repose)    
 The bosom of his Father and his God.    
 Versión española de la «Elegy Written in a Country Churchyard», del poeta inglés Thomas Gray (1716-1771), hecha por el poeta argentino José Antonio Miralla. Terminó su traducción en 1823, cuando tenía solamente 24 años, Filadelfia.
Amén de otras traducciones de esta elegía, ha sido la de Miralla la que se escogió para incluir en: Antología clásica de la literatura argentina, de Pedro Henríquez Ureña y Jorge Luis Borges (1937); y Cien poesías rioplatenses. 1800-1950. Antología, de Roy Bartholomew (1954).
La esquila toca el moribundo día,
la grey, mugiendo, hacia el redil se aleja,
a casa el labrador sus pasos guía,
y el mundo a mí y a las tinieblas deja.
La débil luz va del país faltando,
y alto silencio en todo el aire veo,
menos do gira el moscardón zumbando,
y allá, do el parque aduerme el cencerreo;
o en esa torre envuelta en hiedra, en donde
el triste buho quéjase a la luna
del que, vagando por donde él se esconde,
en su antiguo dominio le importuna.
Bajo esos tilos y olmos sombreados,
do el suelo en varios túmulos ondea,
para siempre en sus nichos colocados
duermen los rudos padres de la aldea.
Del alba fresca la incensada pompa,
la golondrina inquieta desde el techo,
bronco clarín de gallo, eco de trompa,
no más los alzan del humilde lecho.
No arde el hogar para ellos, ni a la tarde
se afana la mujer, ni a su regreso
los hijos balbuceando hacen alarde
de trepar sus rodillas por un beso.
¡Cómo las mieses a su hoz cedían,
y los duros terrones a su arado!
¡Cuán alegres sus yuntas dirigían!
¡Cuántos bosques sus golpes han doblado!
No mofe la ambición caseros bienes
y oscuras suertes de fatigas tales,
ni la agudeza escuche con desdenes,
por humilde, del pobre los anales.
El boato de blasón, mando envidiable,
y cuanto existe de opulento y pulcro,
lo mismo tiene su hora inevitable:
la senda de la gloria va al sepulcro…
No los culpéis, soberbios, si en su tumba
la memoria trofeos no atesora;
do en larga nave y bóveda retumba
de alto loor la antífona sonora.
¿Volverá una urna inscrita, un busto airoso,
el fugitivo aliento al pecho inerte?
¿Mueve el honor al polvo silencioso?
¿Cede a la adulación la sorda muerte?
Tal vez en este sitio, abandonados,
hay pechos donde ardió celestial pira,
manos capaces de regir estados
o de extasiar con la animada lira.
Mas su gran libro, donde el tiempo paga
tributos, nunca les abrió la escuela;
su noble ardor fría pobreza apaga,
y el torrente genial de su alma hiela.
¡Cuánta brillante asaz piedra preciosa
encierra el hondo mar en negra estancia!
¡Cuánta flor, sin ser vista, ruborosa,
en un desierto exhala su fragancia!
Tal vez un Hampden rústico aquí se halla
que al tiranuelo del solar, valiente
resistió; un Milton que sin gloria calla;
de sangre patria un Cromwell inocente.
Oír su aplauso en el Senado atento,
ruinas, penas echar de su memoria,
la tierra henchir de frutos y contento,
y en los ojos de un pueblo leer su historia,
su suerte les vedó; mas en su encono
crímenes y virtudes dejó yertas;
viéndoles ir por la matanza al trono,
y a toda compasión cerrar las puertas;
callar de la conciencia el fiel murmullo,
apagar del pudor la ingenua llama,
o el ara henchir del lujo y del orgullo
con el incienso que la musa inflama.
Lejos del vil furor del vulgo insano,
nunca en vanos deseos se excedieron,
y por el valle de un vivir lejano
su fresca senda sin rumor siguieron.
Mas, protegiendo contra todo insulto
estos huesos aquel túmulo escaso,
de rústica escultura, en verso inculto
pide el tributo de un suspiro al paso.
Nombre y edad por pobre musa puestos
vez de elegía y fama desempeñan;
y esparcidos en torno sacros textos
que a bien morir al rústico le enseñan.
Pues, ¿quién cedió jamás esta existencia
inquieta y grata al sordo olvido eterno,
y dejó de la luz la alma influencia
sin mirar hacia atrás lánguido y tierno?
Al irse el alma, un caro pecho oprime
y llanto pío el ojo mustio aguarda:
Naturaleza aun en la tumba gime,
y aun en cenizas nuestro fuego aguarda.
Por ti, que al muerto abandonado honrando
su triste historia haces que en verso fluya,
si acaso sólo, pensativo errando,
un genio igual pregunta por la tuya,
tal vez un cano labrador le diga:
«Del alba le hemos visto a la vislumbre,
sacudiendo el rocío en su fatiga,
ir a encontrar el sol en la alta cumbre.
Al pie del roble aquel, algo inclinado,
que hondas raíces tuerce, caprichoso,
yacía por la siesta recostado,
viendo el vecino arroyo bullicioso.
Ya en ese bosque desdeñoso andaba,
sus temas murmurando y sonriendo;
ya solitario y pálido vagaba,
como de amor y penas falleciendo.
Faltóme un día en la colina usada,
junto a su árbol querido; en la dehesa
al otro no le hallé, ni en la cascada,
ni en la alta loma, ni en la selva espesa.
Con ceremonia lúgubre cargado
en el siguiente al cementerio vino;
lee (pues sabes) lo que está grabado
en esa piedra, bajo aquel espino».
Epitafio
De la tierra en el seno aquí reposa
un joven sin renombre y sin riqueza;
su cuna no esquivó la ciencia hermosa
y marcóle por suyo la tristeza.
Generoso y sincero fue, y el cielo
pagóle; dio cuanto tenía consigo:
una lágrima al pobre por consuelo;
tuvo de Dios cuanto pidió: un amigo.
Su flaqueza y virtud bajo esta losa
no más indagues de la tierra madre:
con esperanza tímida reposa
allá en el seno de su Dios y Padre




To the virgins, to make much of time 

Gather ye rosebuds while ye may,
Old Time is still a-flying:
And this same flower that smiles today
Tomorrow will be dying.
 
The glorious lamp of heaven, the Sun,
The higher he's a-getting
The sooner will his race be run,
And nearer he's to setting.
 
That age is best which is the first,
When youth and blood are warmer;
But being spent, the worse, and worst
Times, still succeed the former. 
 
Then be not coy, but use your time;
And while ye may, go marry:
For having lost but once your prime,
You may forever tarry.
 
Robert Herrick (1591-1674)




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