— Pyrrhus, sir? Pyrrhus, a pier | ––¿Pirro, señor? Pirro, pirrarse. |
All laughed. Mirthless high malicious laughter. Armstrong looked round at his classmates, silly glee in profile. In a moment they will laugh more loudly, aware of my lack of rule and of the fees their papas pay. | Todos rieron. Risotada triste maliciosa. Armstrong miró a su alrededor a los compañeros, júbilo tonto de perfil. Dentro de un momento volverán a reír más fuerte, sabiendo mi falta de autoridad y las mensualidades que pagan sus papás. |
— Tell me now, Stephen said, poking the boy's shoulder with the book, what is a pier. | –Dígame, dijo Stephen, dándole al niño en el hombro con el libro ¿qué es eso de pirrarse? |
— A pier, sir, Armstrong said. A thing out in the water. A kind of a bridge. Kingstown pier, sir. | –Pirrarse, señor, dijo Armstrong. Gustarte algo mucho. Me pirro por el espigón de Kingstown, señor. |
Some laughed again: mirthless but with meaning. Two in the back bench whispered. Yes. They knew: had never learned nor ever been innocent. All. With envy he watched their faces: Edith, Ethel, Gerty, Lily. Their likes: their breaths, too, sweetened with tea and jam, their bracelets tittering in the struggle. | Algunos rieron otra vez; tristemente, pero con intención. Dos de la última banca cuchicheaban. Sí. Sabían: ni habían aprendido ni jamás habían sido inocentes. Todos. Con envidia observó las caras: Edith, Ethel, Gerty, Lily. Sus parecidos: sus alientos, también, dulzones por el té y la mermelada, sus pulseras riendo disimuladamente en el forcejeo. |
— Kingstown pier, Stephen said. Yes, a disappointed bridge. | –El espigón de Kingstown, dijo Stephen. Sí, un puente frustrado. |
The words troubled their gaze. | Las palabras turbaron sus miradas. |
Ulysses, James Joyce
Antonio
Muñoz Molina lanzó la semana pasada un
alegato en favor del poder educativo de la literatura y el valor
formativo del esfuerzo, la disciplina y la tenacidad para
conquistar el placer de la lectura. En la apertura del ciclo de
conferencias La educación que queremos,
organizado por el Grupo Santillana, el escritor acompañó su
exaltación del amor a los libros con duras críticas al sistema
educativo (que margina "no sólo los saberes humanísticos, sino
a todos los saberes por igual"), a los políticos
(más atentos al boato cultural que a las aulas) y a los medios de
comunicación (que sólo destacan la educación como arma para la
reyerta partidista). Este es un extracto de la conferencia.
No
puede avanzarse mucho en la reflexión sobre el lugar de la
literatura y de la palabra escrita en la enseñanza si no se revisa
la absurda y rígida distancia que se ha
establecido en España entre lo que se llama educación
y lo que se llama cultura.
Los escritores muertos o
momificados por la gloria pertenecen al
reino de la educación y los
vivos al de la cultura. Lo cual no debe de estar muy lejos
de aquel siniestro refrán de "el muerto al hoyo y el vivo al
bollo". El muerto al hoyo de los manuales, de los apuntes y de
los comentarios de textos. El vivo al bollo precario, pero en
ocasiones sustancioso, de las conferencias de postín y de los
premios y los convites oficiales.
Para
ahondar más las diferencias, debe anotarse que la
Cultura es el campo del prestigio, mientras que la
Educación apenas ocupa páginas de verdadera relevancia
en los periódicos, ni es motivo, en general, de la atención
sincera y preocupada de los que se dedican al periodismo.
Y casi tampoco de los que se dedican a la política, ni siquiera a la
política educativa. Cuando un asunto relacionado con la enseñanza
provoca titulares es infaliblemente porque está siendo usado como
pretexto para alguna reyerta partidista,
como ha sucedido con la polémica de las humanidades. Se oculta así,
por una mezcla de intereses y de falta de
interés, lo que cualquier profesor y cualquier padre
sabe, y sufre: que la
educación, sobre todo la pública, está sometida a una degradación
y un descrédito cada vez mayores, padecidos en la misma medida por
quienes la imparten y por quienes deberían ser sus beneficiarios.
La
cultura es un escaparate y una coartada,
en ocasiones de lujo, sobre todo para los jerifaltes de las satrapías
autonómicas y municipales que gastan sin el menor escrúpulo de
responsabilidad presupuestaria. La educación
es un oficio que ha sido despojado en los últimos años de toda su
dignidad pública y de gran parte de su legitimidad moral.
Para alcanzar la categoría de culto no es
necesario saber, sino sano saber, sino estar Más que el
maestro ilustrado y perseverante, importa el nebuloso gestor de actos
culturales, el intermediario que seguramente no sabe hacer nada, pero
que se las sabe todas, y por tanto puede ofrecer
al político lo que éste más aprecia y exige, un
brillo de modernidad inatacable, un titular de periódico,
unos segundos en la televisión.
Los
planes de estudio y las temibles reformas educativas, que tienen la
infatigable virtud de empeorar todo desastre, por definitivo que éste
pueda parecer marginan cada vez más no sólo a los saberes
humanísticos, como piensan algunos inocentes, sino a todos los
saberes por igual. Pero al mismo tiempo que el poder político
perpetra lo que alguna vez he llamado la exaltación
de la ignorancia, se inviste de
cualquier manera y a cualquier precio de los
oropeles más lujosos de la cultura. Se acentúa el
carnaval de la alta cultura y se abandona a su suerte a quienes viven
extramuros de ella, los que nunca amarán la ópera ni leerán a
Joyce ni merecerán comprender la pintura moderna.
Los
escritores se lamentan de la falta de lectores, los concejales de
cultura comprueban que conferencias están salas de vacías a no ser
que exhiban a algún figurón del
espectáculo de la cultura o de la cultura del espectáculo1.
Pero nadie parece darse cuenta de que la
razón principal de que no exista esa asidua multitud
que llamamos público está en el
gran foso entre la educación y la cultura; entre el saber y el
estar2
al día; entre el trabajo lento,
disciplinado y fértil sólo a largo plazo, y la pirueta
instantánea concebida para recibir el halago de un titular, pero
condenada a extinguirse sin dejar ni rastro de ceniza.
Con
alguna frecuencia voy a dar conferencias a institutos3,
y siempre compruebo, con tanto entusiasmo como melancolía, una doble
verdad. Primero, que en esas aulas está el
mejor público que puede desear un escritor: el más receptivo, el
más limpio de vanidad y de prejuicios. Segundo, que hay
muy pocas cosas tan hirientes como, el contraste entre el dispendio
ilimitado de las ceremonias culturales organizadas por ayuntamientos,
diputaciones y comunidades, y la penuria
absoluta en la que casi siempre se desenvuelven los centros públicos
de enseñanza.
Este
es un país donde, al tiempo que vienen las
mejores orquestas del mundo, muchos conservatorios
se encuentran en condiciones nigerianas, y donde las
Administraciones gastan en televisiones
consagradas a emitir basura comercial e ideológica4
el mismo dinero que escatiman en bibliotecas
o plazas de profesores.
Aunque
lo parezca, todo lo anterior no es en absoluto ajeno a la
literatura, pues no es posible
reflexionar sobre su sentido sin establecer las condiciones en que se
produce, las relaciones entre el acto de escribir y el de
leer, entre la solitaria invención de un libro y la reinvención
simétrica del lector5,
ese personaje desconocido, imprevisible y con mucha frecuencia
inexistente.
Si
la literatura, como
tiende a creerse ahora, es un adorno, un fetiche de
prestigio para pavonearse ante los ojos embobados de la tribu, si es
una materia fósil, apartada de la vida y
que sólo interesa a los eruditos universitarios, entonces tienen
razón quienes la desdeñan, quienes la eliminan poco a poco de los
planes de estudio, y también el público que jamás se interesa por
ella. Si la literatura es superflua, si no
es útil para vivir y no alude a honduras fundamentales de la
experiencia humana, lo mismo los escritores que los
profesores, que nos ganamos la vida gracias a ella, tendremos razón
para sentirnos impostores.
Cuando
yo estudiaba sexto de bachillerato, hace casi treinta años, la clase
de literatura consistía en una ceremonia tediosa y macabra. Un
profesor de cara avinagrada subía cansinamente a la tarima con una
carpeta bajo el brazo, tomaba asiento con desgana y nos dictaba una
retahíla de fechas de nacimientos y de muertes, títulos de obras y
características que tenias que copiar al pie de la letra si no
querías suspender. Afortunadamente para mí, yo ya era un adicto
irremediable a la literatura; pero la mayoría de mis compañeros la
habrán considerado para siempre ajena y odiosa. Del mismo modo que
la educación religiosa del franquismo fue
una espléndida cantera de librepensadores6
precoces, la educación literaria era, y en ocasiones
sigue siendo, una manera rápida y barata de alejar a los
adolescentes de los libros.
A
nadie le interesa aprender cosas inútiles. Sólo amaremos los libros
si nos damos cuenta de que son útiles y pertenecen al reino de
nuestra propia vida. Leer no es hacer méritos para
aprobar ni para demostrar que se está al día. Un
libro verdadero —también los hay impostores7—
es algo tan necesario como una barra de pan o un vaso de agua. Como
el agua y el pan, como la amistad y el amor, la literatura es un
atributo de la vida y un instrumento de la
inteligencia, de la razón y de la felicidad. La mayor
parte de los lectores no lo saben, pero tampoco parecen saberlo
muchos escritores8.
Un
amigo mío que se dedica a enseñarla dice que la literatura no es
cultura, sino algo más serio y más elemental. La literatura, su
médula, es una consecuencia del instinto de la imaginación, que
opera con plenitud en la infancia y que poco a poco suele ir
atrofiándose, como todo órgano que se deja de usar. A medida que
crecemos y
se nos empieza a adiestrar para el trabajo, para la mansedumbre y la
desdicha, el hábito de la imaginación se vuelve incómodo,
peligroso e inútil9.
No porque sea un proceso natural, sino porque hay una determinada
presión social para que no nos
convirtamos en individuos sanos, felices y autónomos, sino en
súbditos dóciles, en empleados
productivos, en lo que antes se llamaba hombres
de provecho10.
El
juego, la fábula y la imaginación pierden su soberanía y se
convierten en proscritos. O en bufones, como esos jefes indios que,
después de la rendición de sus tribus, lanzaban sus gritos de
guerra y se pintaban la cara no para cabalgar con orgullo por
praderas sin límite, sino para actuar de comparsas en el circo de
Buffalo Bill.
Pero
la imaginación es muy fuerte y tarda en ser
vencida11.
Yo creo que el periodo de nuestra vida en que se libra la batalla más
difícil, que también resulta ser la definitiva, transcurre en
el final de la infancia y en la adolescencia12.
No es casual que sea en ese tiempo cuando nos aficionamos a la
literatura y a la rebeldía, y cuando se decide inapelablemente
nuestro porvenir.
La
tarea del que se dedica a introducir a los niños y a los jóvenes en
el reino de los libros es enseñarles que éstos no son monumentos
intocables o residuos sagrados, sino testimonios
cálidos de la vida de los seres humanos, palabras que nos hablan con
nuestra propia voz y que pueden darnos aliento en la adversidad13
y entusiasmo o fortaleza en la desgracia. Decía Ortega y Gasset que
los grandes escritores nos plagian, porque al leerlos descubrimos que
están contándonos nuestros propios
sentimientos, pensando ideas que nosotros mismos estábamos a punto
de pensar14.
La
literatura no es aquel catálogo abrumador y soporífero de fechas y
nombres con que nos laceraba mi profesor de sexto, sino un tesoro
infinito de sensaciones, de experiencias y de vidas. Gracias a los
libros, nuestro espíritu puede romper los
límites del espacio y del tiempo15,
de manera que podemos vivir a la vez en nuestra propia habitación y
en las playas de Troya, en las calles de Nueva York y en las llanuras
heladas del Polo Norte. Es una ventana y
también es un espejo16.
Es necesaria, aunque algunos la consideren un lujo. En todo caso, es
un lujo de primera necesidad.
Pero
que resulte necesaria no quiere decir que sea un tesoro puesto al
alcance de la mano, que cualquiera pueda sin esfuerzo escribirla y
leerla. Cunde desde hace años la superstición irresponsable de que
el empeño, la tenacidad, la disciplina y la
memoria no sirven para nada, y de que cualquiera puede
hacer cualquier cosa a su antojo. Eso que llaman lo
lúdico17
se ha convertido en una categoría sagrada. Del aula como
lugar de suplicio se ha pasado a la idea del aula como permanente
guardería, lo cual es una actitud igual de estéril, aunque mucho
más engañosa, porque tiene la etiqueta de la renovación
pedagógica.
Todos
sabemos, aunque a veces se nos olvide, que las
cosas que nos salen sin esfuerzo han requerido un aprendizaje muy
lento y muy difícil, y que la lentitud y la dificultad
nos han templado mientras aprendíamos. Los mayores logros del arte,
la música, la literatura o el deporte tienen en común una
apariencia singular de facilidad.
Pero a ese atleta que corre cien metros en menos de diez segundos ese
instante único le ha costado años de entrenamiento,
y ese músico que toca delante de nosotros sin mirar la partitura,
como ese aficionado que se la sabe de memoria, han pasado horas
innumerables consagrados al estudio18,
negándose al desaliento y a la facilidad.
Se
nos educa —cuando se nos educa, cosa cada vez menos frecuente—
para disciplinamos en nuestros deberes,
pero no en nuestros placeres y en nuestras
mejores aptitudes19.
Por eso nos cuesta tanto trabajo ser felices. Aprender a escribir
libros es una tarea muy larga, un placer extraordinariamente
laborioso que no se le regala a nadie y al que se llega después de
mucho tiempo de dedicación disciplinada y
entusiasta. Esos genios de la novela que andan a todas
horas por los bares son genios de la botella20
más que de la literatura. Y aprender a leer los libros y a gozarlos
también es una tarea que requiere un esfuerzo largo y gradual, lleno
de entrega y paciencia, y también de humildad21.
Pero ya decía Lezama Lima que sólo lo difícil es estimulante.
La
literatura no está sólo en los libros,
y menos aún en los grandilocuentes actos culturales, en las
conversaciones chismosas de los literatos o en los suplementos
literarios de los periódicos. Está en la habitación cerrada en la
que alguien escribe a altas horas de la noche o en el dormitorio en
el que un padre le cuenta un cuento a su hijo, que tal vez dentro de
unos años se desvelará leyendo un tebeo, y luego una novela. Uno
de los lugares donde más intensamente sucede la literatura es el
aula22
en donde un profesor sin más ayuda que su entusiasmo y su coraje le
transmite a uno solo de sus alumnos el amor por los libros, el gusto
por la razón en vez de por la brutalidad,
la con
ciencia23
de que el mundo es más grande y más valioso que todo lo que puede
sugerirle la imaginación.
La
enseñanza de la literatura, sirve para algo más que para
descubrirnos lo que otros han escrito y es admirable: también sirve
para que nosotros mismos aprendamos a
expresarnos mediante ese signo supremo de nuestra
condición humana, la palabra inteligible, la palabra que significa
y nombra y explica24.
No la que niega y oscurece, no la que siembra la mentira, la
oscuridad y el odio.
La
disciplina de la imaginación, Antonio Muñoz Molina [El País, 29 de
septiembre de 1998]
El
pasado mes de marzo, Nancie
Atwell
se
convertía en la mejor profesora del mundo al alzarse con el Global
Teacher Prize,
un título reconocido por la Varkley Foundation y dotado con un
millón de dólares. Entre los 50 finalistas se encontraba también
un español, César
Bona
(43 años) –el único de nuestro país en la lista–, que en su
corta carrera ha conseguido llamar la atención de personalidades de
todo el mundo. Entre ellas se encuentra Jane
Goodall,
la célebre primatóloga Príncipe de Asturias, que dijo de él que
estaba “creando
líderes del futuro,
animándolos
a tomar las riendas25
para emprender acciones y cambiar actitudes en sus sociedades”.
César
Bona es un profesor entusiasta que disfruta de los retos, que adora a
los niños y que, en lugar de teorizar sin
fin sobre lo que debería hacerse, se ha lanzado a hacerlo26.
En sus proyectos ha conseguido llevar a cabo
todo aquello que muchos han planteado sobre el papel: que niños
analfabetos se sientan interesados por la lectura, que sus alumnos
impulsasen una protectora de animales virtual que ha
llegado al ámbito internacional (Children for Animals) o que rodasen
un cortometraje premiado en un festival de cine de la
India.
“Los
profesores debemos ofrecer cada día nuestra mejor versión, escuchar
a los niños y saber de qué están hechos para sacar lo mejor de
ellos”, explica Bona a El Confidencial. Y aunque
recuerda que el sistema también debe ayudar, tampoco le sirve que el
profesor se parapete detrás de ello para no esforzarse
y seguir aprendiendo. Pero dejémonos de palabras y veamos
qué se puede hacer.
La
historia de César arranca en su año de prácticas en 4º de
Primaria del colegio zaragozano Fernando el Católico. “César, te
ha tocado la peor clase”, fue su recibimiento el primer día.
La clase estaba formada por 24 niños, 20 de
ellos de etnia gitana, una niña rumana, otra de Marruecos y una niña
de Gambia. El absentismo
era muy alto y los que iban a clase tampoco parecían muy
interesados. “Un día llegué y les dije 'soy maestro, os voy a
enseñar lengua, inglés, etc., pero vosotros
también vais a enseñarme a mí'. Eso es lo que marca la
diferencia, que se sintieran implicados al
ver que también podían enseñar al maestro”, explica
Bona.
Dicho
y hecho. Javi, el cabecilla
de la clase, comenzó a enseñarle a César a tocar el cajón
flamenco, algo que llamó la atención de sus compañeros, que
empezaron a acudir de forma habitual: “Ellos
vieron que podían sacar algo de sí mismos27
y dárselo a los demás”. Pero había otro problema, y
es que muchos, a sus nueve y diez años, no sabían leer. Así que
César preparó una pequeña obra de teatro que estimulase
su curiosidad28.
Juan, por ejemplo, tuvo un papel más corto porque no sabía leer, y
otros niños más acostumbrados a la lectura interpretaron papeles
más largos, al mismo tiempo que ayudaban al resto de sus compañeros.
No
pueden vivir en una burbuja donde sólo
metamos datos, sino que debemos invitar
a esos niños a que participen activamente
“Ellos
no estaban acostumbrados a pasar horas sentados, así que en mitad de
Lengua o Matemáticas gritaba '¡acto tres!', lo representaban,
aplaudíamos todos y volvíamos a clase”, recuerda el profesor.
Este mismo año Javi ha invitado a César a una fiesta en su casa con
todos sus compañeros, ya adolescentes, y el propio César lo invitó
a tocar durante una charla en la facultad de educación de Zaragoza.
“Si alguna vez tenéis que dar clase en un colegio de este tipo
tenéis dos opciones: una, coger una depresión; o dos, ver
y analizar lo que la gente llama 'problemas' y mirarlos como 'retos'
y buscar qué os pueden enseñar a vosotros y qué podéis sacar de
positivo de allí”, fue lo que le contó César a sus
compañeros en dicha charla.
El
primer destino definitivo de César fue Bureta, un pueblo de 269
habitantes con una escuela unitaria, en la que convivían seis
niños de cinco edades entre los cuatro y los doce años.
Además, muchos de ellos no se llevaban bien
entre sí, porque sus padres tampoco lo hacían. La solución que
ideó César fue rodar un cortometraje mudo
que implicase no sólo a los niños, sino también a sus propios
padres, que debían arrimar el hombro para que el proyecto
llegase a buen puerto. A pesar de la reservas de algunos compañeros,
César llegó hasta el final y logró estrenar la película en la
plaza del pueblo, ante 400 personas, entre vecinos y gente de los
pueblos cercanos, así como el inspector. “¿Cómo podría perderme
una cosa así habiendo visto la ilusión de los niños y también la
tuya?”, fue lo que este le dijo el día del estreno.
Yo
no hablo de innovación, sino de sentido común, de aplicar
las cosas que me habrían gustado de niño
El
cortometraje se llevó el premio
CreArte del Ministerio de Cultura
por
el estímulo de la creatividad, dotado con 20.000 euros, y otro
premio en el Festival Internacional de la India de Cine para Niños.
“Es
clave que los niños vean que su contribución es importante para que
adquieran un compromiso social, y ahí es hacia donde debería tender
la escuela si queremos una sociedad mejor”,
explica el profesor. “Los maestros tenemos la posibilidad de
intentar cambiar a mejor las cosas”.
Siguiente
parada en el camino: 4º de primaria, Muel, un municipio zaragozano
de 1.400 habitantes. En esta ocasión, chicos
muy aplicados. La llegada del circo al pueblo le dio a
César una buena idea: ¿por qué no investigar sobre el
funcionamiento de los circos? Así lo hicieron y, con el paso de los
días, los estudiantes se dieron cuenta de que algo no marchaba bien.
Ese fue el germen de la protectora de
animales virtual El Cuarto Hocico, que llevó a los niños
a movilizarse con el resto del colegio, el alcalde y a enviar
una carta al Rey (al que se le invitaba a buscar otras alternativas
de ocio a la caza) para evitar que los animales sufrieran.
En definitiva, habían aprendido con sus propios medios una triste
realidad social.
“No
pueden vivir en una burbuja en lo que lo único que hagamos es meter
datos, sino que debemos invitar a esos niños y adolescentes a que
salgan y participen en esa sociedad”, explica Bona.
“Cualquier cosa que se les enseñe debería
servir en la sociedad real”. El proyecto fue premiado
por Jane Goodall y dio lugar a una protectora de carácter
internacional, Children for Animals.
La
última experiencia de César ha tenido lugar en el 5ºB del colegio
Puerta de Sancho en Zaragoza, que el profesor recuerda con la
siguiente frase: “Lo que hemos vivido juntos hará que, por muchos
años que pasen, cierre los ojos y sigan estando ahí, sin crecer,
siempre con la sonrisa en la cara y expectantes por comprobar qué
les ofrecía un nuevo día”. ¿Recuerdan la propuesta de los
jesuitas y de los colegios finlandeses de cambiar
por completo el aula?
César lo llevó a cabo dividiendo
la clase en cincos continentes
que debían trabajar
por su cuenta, pero también enseñarse unos a otros
a través de los trabajos por proyectos. Espontáneamente, los
alumnos escribieron la historia de esos mundos (con nombres como
Mundo Viejuno o Tierras Medias de Rancia) y se repartieron los
cargos, como el de la historiadora, que se encarga de apuntar todas
las cosas graciosas que ocurren en clase, la encargada de la lista
blanca de altruistas, que pone de acuerdo a los alumnos que necesitan
ayuda y a los que pueden ayudarles
o el cabecilla de los sublevados, que recoge todas las quejas y
sugerencias de los alumnos.
Los
niños viven la vida con mucha más alegría, pero les ponemos reglas
constantemente que coartan esa sensación de vivir todo con ilusión
“Yo
no hablo de innovación, sino de sentido común, de aplicar las cosas
que me habrían gustado de niño”, resume Bona. “Se trata de
darle a los niños la posibilidad de que trabajen
en equipo, de que se sientan implicados en clase, que sientan que
tienen un papel en esa microsociedad que es el aula. Que
se sientan más protagonistas”. En definitiva, en llevar a cabo en
Primaria todo aquello con lo que tantos pedagogos y teóricos han
soñado durante años.
Bona
lo tiene claro: si queremos que la sociedad
cambie, esto debe empezar por la escuela e involucrar a todos,
incluidos padres, maestros y alumnos. El profesor cree que
se están haciendo muchas cosas interesantes en España –actualmente
está colaborando con Aldeas Infantiles y viajando por toda España
para aprender nuevas experiencias y darlas a conocer– y que, sobre
todo, “se trata de un movimiento
hacia lo positivo”. Ya no es momento de quejas, hay que
lanzarse a la acción.
En
un capítulo del libro, César expone qué
debe hacer un buen maestro: invitar al compromiso social de los
alumnos, estimular el respeto al medio, tener autoconocimiento,
estimular cada día la creatividad y la curiosidad, aprender a
gestionar sus emociones, contagiar actitud y entusiasmo, trabajar con
padres, niños, madres y administraciones locales, tener la mente
abierta… y ser consciente de que vive en un mundo de niños.
“Un maestro no debe ser una persona caracterizada por su seriedad,
porque el niño vive en un mundo que a veces es absurdo o
surrealista, y el maestro debe ser
consciente de que él es su modelo”, añade.
Ante
las reservas que muchos colegas, superiores y niños van a manifestar
ante sus métodos, Bona recomienda perseverancia
y ser conscientes de que lo que se hace es por el bien de los niños:
“Es un reto convencer de que las clases se pueden hacer de otra
manera, especialmente a los padres, como cuando trabajábamos
por proyectos y nos salíamos del libro”. Pero también
es cierto que la sociedad en la que vivimos es muy diferente a la que
existía hace unas décadas, y que ello obliga a que las
empresas pidan nuevas habilidades como la creatividad,
muchas veces sofocadas por las ansias de los padres que se traducen
en inacabables clases extraescolares. “Deben poder mirar alrededor,
imaginar, sentirse creativos y que esa
curiosidad innata sea el motor que los mueva. Si les
llenamos la tarde de extraescolares no
tienen tiempo para ser niños”.
Es
un reto convencer de que las clases se pueden hacer de otra manera,
especialmente a los padres, cuando te sales del libro y trabajas por
proyectos
Al
mismo tiempo, los adultos pueden aprender mucho de sus hijos: “Viven
la vida con mucha más alegría, pero les ponemos reglas
constantemente que coartan esa sensación de vivir todo
con ilusión. Si los observamos, nos damos cuenta de que son seres
increíblemente creativos, que nos
pueden enseñar a ver la vida de forma original”.
Durante este año, que Bona ha cogida de excedencia, planea viajar
por toda España y colaborar con el Gobierno de Aragón para
estimular la innovación, el compromiso
social y la expresión oral. En los colegios españoles
están ocurriendo muchas cosas. Sólo hace falta alguien que, como
él, las dé a conocer.
Educación:
Conoce a César Bona, el mejor profesor de España, y las técnicas
que utiliza.
Varkey
es un incansable defensor de un modelo educativo que impulse
los aspectos humanistas y filantrópicos, y que incluya la felicidad
y la empatía entre sus objetivos.
Sus ideas inspiran todo un entramado de escuelas en las que ha
implantado la Global Education Management Systems (GEMS),
inicialmente en Asia y Africa, y hoy también en países
occidentales, con más de 130 centros educativos.
Entre
los
principios
del Global
Teacher Prize
está el que los docentes preparen
a los niños para un mundo global, que sean innovadores, que su
trabajo repercuta en la comunidad,
que la labor del profesor se convierta en modelo de enseñanza
contribuyendo
al debate
y donde no es importante el renombre del profesor sino la
autenticidad de su labor.
Nancie
Atwell, la ganadora del premio en este año, que
lleva más de 40 años
transmitiendo su pasión por la
lectura y la escritura y
El
jurado del premio consideró que representa
todo lo que supone ser un excelente maestro por su constante
innovación tratando
de formar ciudadanos en el aula,
por ser un líder en el campo de la educación y porque su trabajo
beneficia no solo a sus estudiantes, también a maestros, a su
comunidad y al mundo.
Siendo
profesora desde 1973, en 1990 fundó el CTL
(Centro
para la Enseñanza y el Aprendizaje),
en Edgecomb, Maine, EEUU. Es un centro sin ánimo de lucro donde
desarrolla métodos
de aprendizaje que involucran a los alumnos
y suponen un desafío para ellos.
Es
fundamental la práctica diaria de la lectura y la escritura
con algunas claves que resaltamos a continuación. Sus alumnos
se convierten en muy buenos lectores rompiendo las medias habituales
de lectura del país, superando los seis u ocho libros que suelen
leer los alumnos de séptimo y octavo grado (1º y 2º de ESO) y
logrando leer cerca de 40 libros anuales.
Claves
de Nancie Atwell para la lectura y la escritura:- Dejar que el niño elija los libros que quiere leer y los temas sobre los que quiere escribir29.
- Dedicar un tiempo de lectura diario30 en el centro escolar y en casa.
- Disponer de una biblioteca31 de aula con materiales que se renueven periodicamente.
- Tener una biblioteca de centro con abundantes fondos interesantes.
En
el CTL, Center
for Teaching & Learning,
donde acuden unos 75 estudiantes, las clases son pequeñas, de
16 a 18 estudiantes32,
y disponen de decenas de miles de libros para elegir.
«Cada
año, mis alumnos de séptimo y octavo grado eligen
y leen entre 30 y 100 títulos.
Devoran los libros porque la biblioteca de la clase está llena de
historias
interesantes de escritores serios,
porque tienen tiempo
para leer en el colegio,
porque esperan poder leer cada noche en su casa y porque 35 años de
experiencia me han enseñado que mi trabajo es leer, disfrutar y
recomendar
literatura para jóvenes a
los jóvenes a los que enseño»
Para
conseguir que los niños sean buenos lectores, deben realmente
dedicarle tiempo a la lectura.
Un
niño sentado en
una habitación tranquila
con un
buen libro
«no es un método de enseñanza llamativo o comercial», pero es la
manera de que alguien se convierta en un lector.
- Los talleres de lectura dan pautas y motivan a los lectores. En ellos no siempre la lectura es un tiempo de silencio prolongado, pues también se lee en voz alta, se dan explicaciones sobre lo que se lee, se apunta el significado de palabras desconocidas o se practican las entonaciones de frases, se habla de nuevos libros y viejos favoritos, se hacen informes sobre autores y géneros…
«El
taller de lectura es una de las cosas más simples y más difíciles
que hacemos. Es también el más valioso»,
destaca Atwell.
- Durante la lectura y después de finalizado el libro, los alumnos escriben cartas al profesor donde cuentan y explican sobre lo que ha supuesto el libro para ellos, destacando en ocasiones aspectos que el profesor les ha sugerido.
- Las conversaciones con el profesor sobre lo que leen son constantes, y continuamente el maestro tiene una atención personal con el alumno sobre sus lecturas.
“Así
pues, no sólo consiste en dejarles leer lo que quieran sino en
acompañar esa medida con otras como rodearlos de multitud de libros,
hacerles
exponer sus conclusiones, ejercitarlos en hablar en público,
respetar sus juicios… y demostrándoles como adulta que vale la
pena escucharles.”
- Alumnos y profesores recomiendan lecturas leídas de manera continua en las clases: todos leen y hablan de lo que leen. El interés y la implicación de los profesores por la lectura que interesa a sus alumnos es muchísima y permanente. El profesor sabe acerca de la literatura, la lectura, y sabe de sus estudiantes sus fortalezas y desafíos.
“Los
niños no leen
no porque no les guste la lectura sino porque
no les interesan los libros que les ofrecemos.”
- En los talleres de escritura los estudiantes pueden desarrollar sus propios temas, escribir en distintos géneros, consultar sus borradores con sus maestros y compartir sus ideas. Algunas de las reseñas de los libros que han leído los alumnos del taller se publican en la web del centro y los propios niños confeccionan sus listas de recomendaciones. Es esencial lograr que cada niño sea capaz de decir: Estos son mis libros favoritos, autores, géneros y personajes de este año.
“Lo
más importante, desde mi punto de vista como el profesor responsable
de la alfabetización, es que
mis alumnos se conviertan en buenos lectores.”
Nancie
tiene muy claro la importancia de dedicar este tiempo de escuela a la
lectura y del poder de las historias, de la literatura, para crear
lectores desde muy pequeños, lejos de currículos envasados, de
invasión de nuevas tecnologías o de libros de textos que no
desarrollan
la fluidez, el vocabulario, la capacidad crítica y la confianza en
la comprensión y expresión de las ideas.
“Cuando
los lectores crecen y se van de la escuela, ellos reconocen el amplio
mundo que encuentran por ahí porque ya se presentó en las “cámaras
de su imaginación”
(Spufford, 2002).
En
el CTL de Nancie
Atwell
tienen aulas muy abiertas en donde las estanterías, los libros y las
revistas son muy protagonistas
y visibles33.
Hay mesas para compartir y los chicos pueden estar sentados por el
suelo escuchando, conversando o leyendo con placidez.
Sin
duda, la coherencia34
entre lo que desean conseguir de los estudiantes y el modo en que
trabajan los profesores, es una evidencia.
«He
aprendido y sigo aprendiendo cómo hacer que una escuela
sea un lugar de felicidad y sabiduría
para mis estudiantes y para mí»,
dijo Atwell
durante
su discurso de aceptación del premio.
Nancie
Atwell
tiene
publicados varios libros, ninguno
aún traducido a nuestro idioma,
donde comparte sus experiencias y sus ideas pedagógicas.
Nancie
Atwell: claves para la lectura
1Los
escritores vedettes o vedettes que han decidido escribir.
2Figurar,
salir en la foto, ser el peregil de todas las salsas.
3En
Noches sin dormir, Elvira Lindo escribe que “debería haber
un Muñoz Molina en cada instituto, en la Facultad de
Historia del Arte, en la de Filología, en el Conservatorio”. Y
añade: “Hay que aprender de quien siempre ha sido discreto,
generoso, de quien siempre comparte sin reservas lo que sabe,
huye de la pedantería y no alardea de sus logros”. Lo
suscribo y buena parte de lo que dice podría también aplicársele
a la propia Lindo.
4Basta
con ver la programación de algunos canales autonómicos o cadenas
privadas.
5Cómo
interpreto lo que leo, la profundidad de análisis de mi lectura,
aquello que aporta el lector. La lectura es activa; en cambio,
sentarse delante de la tele a escuchar un programa teleshow es una
actividad pasiva que no mueve a la participación sino al
adocenamiento.
6—
You're not a believer, are you? Haines asked. I mean, a believer in
the narrow sense of the word. Creation from nothing and miracles and
a personal God. –Tú
no eres creyente ¿verdad? preguntó Haines. Mejor dicho, creyente
en el más puro sentido de la palabra. La creación de la nada y
milagros y un Dios personal.
— There's only one sense of
the word, it seems to me, Stephen said. –Sólo
tiene un sentido esa palabra, me parece a mí, dijo Stephen. […]
— Yes, of course, he said, as they went on again. Either
you believe or you don't, isn't it? Personally I couldn't stomach
that idea of a personal God. You don't stand for that, I suppose?
–Sí, desde luego, dijo, mientras proseguían. O se cree o no se
cree ¿no es así? Personalmente yo no podría tragarme la idea esa
de un Dios personal. Tú no defiendes eso, supongo. —
You behold in me, Stephen said with grim displeasure, a
horrible example of free thought.
–Estás contemplando, dijo Stephen con marcado malestar, un
horrible ejemplar de libre pensador.
7Esta
es la gran lección y propósito de Cervantes en El Quijote. Hay que
educar la mirada para aprender a distinguir un discurso verdadero de
otro falso y embustero.
8Hay
un paso en la comprensión lectora de plantearse qué relato
cuenta el libro o la novela a qué me dice a mí, qué
puedo contestarle yo al autor sobre ese asunto, porque uno
siente que hay una interpelación. Algunas veces me pregunto en
qué me ha cambiado a mí leer esta novela, enfrentarme a este
dilema.
9Lo
identifico como el tema central de Madame Bovary, de Flaubert.
10Hombres
productivos pero no espíritus libres. Adocenados y, por tanto,
fáciles de manejar para los intereses de los poderosos desde un
punto de vista político o religioso. Sensibles a la propaganda. Ya
no necesitan amenazarnos, castigarnos, meternos miedo para que
obedezcamos. Basta con crear el discurso, al mismo tiempo seductor y
engañoso, adecuado.
11La
imaginación y el deseo de cambiar las cosas. Esto tiene mucho que
ver con Don Quijote (Cervantes) y con Madame Bovary (Flaubert).
12Alicia
en el país de las maravillas, El mago de Oz, Las zapatillas rojas,
La línea de sombra, Telémaco, El guardián entre el centeno.
13Definitivamente
hay libros amigos que se convierten en compañeros de vida.
14Me
ocurre a menudo. Hallar un párrafo en una novela que me permite
encontrar la clave de interpretación de algo que me ocurrió y no
supe entender. Esa identificación con algún personaje concreto, o
encontrar que uno de ellos actúa como alguien que tú conoces, o
ésa era la idea que yo andaba buscando cómo expresar.
15Algunos
libros los he buscado porque he querido comprender algún período
de tiempo concreto o porque he buscado comprender la decisión de un
familiar, o cuáles eran las circunstancias que vivió, etc.
16Es
también un viaje. Cuando lo terminas, puede que no seas el mismo.
17Aprender
sin esfuerzo, aprender como un juego, improvisando sin disciplina ni
organización.
18Importancia
de adquirir el hábito de estudio. No importan tanto los resultados
como aprender a hacernos responsables de una tarea, ser pacientes,
ser exigentes, tratar de hacerlo lo mejor posible con las
herramientas que tengamos a nuestro alcance, buscar la excelencia en
nuestro trabajo, sea el que sea.
19Aquí
el papel del educador y de los padres es muy importante: detectar y
potenciar las mejores aptitudes del hijo o del alumno. Motivar para
que siga mejorando aquello que se le da bien o por lo que siente
mayor interés y afición.
20Eso
mismo puede aplicarse a cualquier profesión, no sólo a la de
escritor.
21Los
descubrimientos que uno hace, sólo son nuevos para uno mismo.
Cualquier cosa que uno tenga que decir sobre una novela, seguramente
ya haya sido comentada antes por otros muchos y expresada con mejor
estilo.
22Seguramente
por eso, Madame Bovary empieza así, en un aula. Y también el segundo capítulo de Ulises, de James Joyce.
23Lo
real frente a lo imaginario o ideal, lo concreto frente a lo
abstracto, la Historia frente a la ficción, lo inteligible frente a
las emociones y los sentimientos, la transparencia frente a los
espejismos, la ciencia frente a la metafísica y la religión, lo
individual y singular frente a lo universal y lo común.
24Pero
la palabra también sirve para seducir, persuadir, engañar,
manipular. Depende del uso que hagamos de ella. Depende de nuestra
capacidad crítica para distinguir lo verdadero de lo falso.
25Autonomía
y activismo social.
26Enfoque
práctico, no teórico. Tendencia a resolver lo concreto, no lo
abstracto. Actuar, no quejarse. Actitud positiva que mueve a la acción y resolución de problemas concretos. Útil para la vida.
27Puedo
enseñar, puedo mostrar algo útil para otro y eso repercute
directamente en la autoestima.
28Trabajar
con material que despierte interés y curiosidad en los niños.
29Se
asegura de que son del interés del niño, que estimulan su
curiosidad.
30Crear
el hábito de lectura. Si el niño se acostumbra a leer, será como
un entrenamiento deportivo y podrá ir aumentando paulatinamente la
dificultad de los textos y el tiempo dedicado a ellos.
31Poner
libros a su alcance, estimular el sentido de pertenencia. Igual que
tienen un espacio para los juguetes, también deberían tener un
espacio para los libros y para escribir. Si uno cuenta con un
escritorio propio, con estanterías para colocar los libros que vaya
adquiriendo o que les vayan regalando, será más fácil crear el
hábito de estudio y lectura.
32Trabajar
con un grupo de lectura de 16 niños es lo ideal. Normalmente, las
clases son de casi treinta. Habría que dividirlo en dos grupos para
que puedan participar todos los niños.
33La
importancia de la biblioteca de una casa
34Coherencia
método y objetivos, Coherencia: lo que se aprende en los libros se
aplica en la vida práctica. Eso significa saber leer para saber
vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario