sábado, 2 de julio de 2016

¿Y el holgarnos, tía?




Salen DOÑA LORENZA y CRISTINA, su criada, y HORTIGOSA, su vecina.
 


DOÑA LORENZA.-   Milagro ha sido éste, señora Hortigosa, el no haber dado la vuelta a la llave mi duelo, mi yugo y mi desesperación. Éste es el primero día, después que me casé con él, que hablo con persona de fuera de casa1; que fuera le vea yo desta vida a él y a quien con él me casó.
HORTIGOSA.-   Ande, mi señora doña Lorenza, no se queje tanto; que con una caldera vieja se compra otra nueva2.
DOÑA LORENZA.-   Y aun con esos y otros semejantes villancicos o refranes me engañaron a mí; que malditos sean sus dineros, fuera de las cruces; malditas sus joyas, malditas sus galas, y maldito todo cuanto me da y promete. ¿De qué me sirve a mí todo aquesto, si en mitad de la riqueza estoy pobre, y en medio de la abundancia con hambre3?
CRISTINA.-   En verdad, señora tía, que tienes razón; que más quisiera yo andar con un trapo atrás y otro adelante, y tener un marido mozo, que verme casada y enlodada con ese viejo podrido que tomaste por esposo.
DOÑA LORENZA.-  ¿Yo le tomé, sobrina? A la fe, diómele quien pudo; y yo, como muchacha, fui más presta al obedecer que al contradecir; pero, si yo tuviera tanta experiencia destas cosas, antes me tarazara la lengua con los dientes que pronunciar aquel sí, que se pronuncia con dos letras y da que llorar dos mil años; pero yo imagino que no fue otra cosa sino que había de ser4 ésta, y que, las que han de suceder forzosamente, no hay prevención ni diligencia humana que las prevenga.


El viejo celoso, Miguel de Cervantes 



CRISTINA.-   ¡Jesús y del mal viejo! Toda la noche: «Daca el orinal, toma el orinal; levántate, Cristinica, y caliéntame unos paños, que me muero de la ijada; dame aquellos juncos, que me fatiga la piedra». Con más ungüentos y medicinas en el aposento que si fuera una botica; y yo, que apenas sé vestirme, tengo de servirle de enfermera. ¡Pux, pux, pux, viejo clueco, tan potroso5 como celoso, y el más celoso del mundo!
DOÑA LORENZA.-   Dice la verdad mi sobrina.
CRISTINA.-   ¡Pluguiera a Dios que nunca yo la dijera en esto!
HORTIGOSA.-   Ahora bien, señora doña Lorenza, vuesa merced haga lo que le tengo aconsejado, y verá cómo se halla muy bien con mi consejo. El mozo es como un ginjo verde; quiere bien, sabe callar y agradecer lo que por él se hace; y, pues los celos y el recato del viejo no nos dan lugar a demandas ni a respuestas, resolución y buen ánimo: que, por la orden que hemos dado, yo le pondré al galán en su aposento de vuesa merced y le sacaré, si bien tuviese el viejo más ojos que Argos6 y viese más que un zahorí, que dicen que vee siete estados debajo de la tierra.
DOÑA LORENZA.-   Como soy primeriza7, estoy temerosa, y no querría, a trueco del gusto8, poner a riesgo la honra.

CRISTINA.-



Eso me parece, señora tía, a lo del cantar de Gómez Arias:


   Señor Gómez Arias,







doleos de mí;







soy niña y muchacha,







nunca9 en tal me vi.







DOÑA LORENZA.-   Algún espíritu malo10 debe de hablar en ti, sobrina, según las cosas que dices.
CRISTINA.-   Yo no sé quién habla; pero yo sé que haría todo aquello que la señora Hortigosa ha dicho, sin faltar punto.
DOÑA LORENZA.-  ¿Y la honra, sobrina?
CRISTINA.-   ¿Y el holgarnos, tía?
DOÑA LORENZA.-   ¿Y si se sabe?
CRISTINA.-   ¿Y si no se sabe?
DOÑA LORENZA.-   ¿Y quién me asegurará a mí que no se sepa?
HORTIGOSA.-   ¿Quién? La buena diligencia, la sagacidad, la industria; y, sobre todo, el buen ánimo y mis trazas.
CRISTINA.-   Mire, señora Hortigosa, tráyanosle11 galán, limpio, desenvuelto, un poco atrevido, y, sobre todo, mozo.
HORTIGOSA.-   Todas esas partes tiene el que he propuesto, y otras dos más: que es rico y liberal.
DOÑA LORENZA.-   Que no quiero riquezas, señora Hortigosa; que me sobran las joyas, y me ponen en confusión las diferencias de colores de mis muchos vestidos; hasta eso no tengo que desear, que Dios le dé salud a Cañizares: más vestida me tiene que un palmito, y con más joyas que la vedriera de un platero rico. No me clavara él las ventanas, cerrara las puertas12, visitara a todas horas la casa, desterrara della los gatos y los perros, solamente porque tienen nombre de varón; que, a trueco de que no hiciera esto, y otras cosas no vistas en materia de recato13, yo le perdonara sus dádivas y mercedes.
HORTIGOSA.-   ¿Que tan celoso es?
DOÑA LORENZA.-   Digo que le vendían el otro día una tapicería a bonísimo precio, y por ser de figuras no la quiso, y compró otra de verduras por mayor precio, aunque no era tan buena. Siete puertas hay antes que se llegue a mi aposento, fuera de la puerta de la calle, y todas se cierran con llave; y las llaves no me ha sido posible averiguar dónde las esconde de noche.
CRISTINA.-   Tía, la llave de loba creo que se la pone entre las faldas de la camisa.
DOÑA LORENZA.-  No lo creas, sobrina; que yo duermo con él, y jamás le he visto ni sentido que tenga llave alguna.
CRISTINA.-  Y más, que toda la noche anda como trasgo14 por toda la casa; y si acaso dan alguna música en la calle, les tira de pedradas porque se vayan: es un malo, es un brujo; es un viejo, que no tengo más que decir.
DOÑA LORENZA.-   Señora Hortigosa, váyase, no venga el gruñidor y la halle conmigo, que sería echarlo a perder todo; y lo que ha de hacer, hágalo luego; que estoy tan aburrida, que no me falta sino echarme una soga al cuello15, por salir de tan mala vida.
HORTIGOSA.-  Quizá con esta que ahora se comenzará, se le quitará toda esa mala gana16 y le vendrá otra más saludable y que más la contente.
CRISTINA.-  Así suceda, aunque me costase a mí un dedo17 de la mano: que quiero mucho a mi señora tía, y me muero de verla tan pensativa y angustiada en poder18 deste viejo y reviejo, y más que viejo; y no me puedo hartar de decille viejo.
DOÑA LORENZA.-   Pues en verdad que te quiere bien, Cristina.
CRISTINA.-   ¿Deja por eso de ser viejo? Cuanto más, que yo he oído decir que siempre los viejos son amigos de niñas.
HORTIGOSA.-  Así es la verdad, Cristina, y adiós, que, en acabando de comer, doy la vuelta. Vuesa merced esté muy en lo que dejamos concertado, y verá cómo salimos y entramos bien en ello.
CRISTINA.-   Señora Hortigosa, hágame merced de traerme a mí un frailecico19 pequeñito, con quien yo me huelgue.
HORTIGOSA.-  Yo se le traeré a la niña pintado.
CRISTINA.-  ¡Que no le quiero pintado, sino vivo, vivo, chiquito como unas perlas!
DOÑA LORENZA.-   ¿Y si lo vee tío?
CRISTINA.-   Diréle yo que es un duende, y tendrá dél miedo, y holgaréme yo.
HORTIGOSA.-   Digo que yo le trairé, y adiós.


 
(Vase HORTIGOSA.)
 


CRISTINA.-   Mire, tía: si Hortigosa trae al galán y a mi frailecico, y si señor los viere, no tenemos más que hacer sino cogerle entre todos y ahogarle, y echarle en el pozo o enterrarle20 en la caballeriza.
DOÑA LORENZA.-   Tal eres tú, que creo lo harías mejor que lo dices.
CRISTINA.-   Pues no sea el viejo celoso, y déjenos vivir en paz, pues no le hacemos mal alguno, y vivimos como unas santas.




 
(Éntranse.)
 




 
(Entran CAÑIZARES, viejo, y un COMPADRE suyo.)
 


CAÑIZARES.-  Señor compadre, señor compadre: el setentón que se casa con quince, o carece de entendimiento, o tiene gana de visitar el otro mundo lo más presto que le sea posible. Apenas me casé con doña Lorencica, pensando tener en ella compañía y regalo, y persona que se hallase en mi cabecera, y me cerrase los ojos al tiempo de mi muerte, cuando me embistieron una turbamulta de trabajos y desasosiegos; tenía casa, y busqué casar; estaba posado21, y desposéme.
COMPADRE.-   Compadre, error fue, pero no muy grande; porque, según el dicho del Apóstol, mejor es casarse que abrasarse.
CAÑIZARES.-   ¡Que no había que abrasar en mí, señor compadre, que con la menor llamarada quedara hecho ceniza! Compañía quise, compañía busqué, compañía hallé, pero Dios lo remedie, por quién Él es.
COMPADRE.-   ¿Tiene celos, señor compadre?
CAÑIZARES.-   Del sol que mira a Lorencita, del aire que le toca, de las faldas que la vapulan.
COMPADRE.-   ¿Dale ocasión?
CAÑIZARES.-   Ni por pienso, ni tiene por qué, ni cómo, ni cuándo, ni adónde: las ventanas, amén de estar con llave, las guarnecen rejas y celosías; las puertas jamás se abren; vecina no atraviesa mis umbrales, ni los atravesará mientras Dios me diere vida. Mirad, compadre: no les vienen los malos aires a las mujeres de ir a lo[s] jubileos ni a las procesiones, ni a todos los actos de regocijos públicos; donde ellas se mancan, donde ellas se estropean y adonde ellas se dañan, es en casa de las vecinas y de las amigas; más maldades encubre22 una mala amiga23, que la capa de la noche; más conciertos se hacen en su casa y más se concluyen, que en una semblea.
COMPADRE.-   Yo así lo creo; pero si la señora doña Lorenza no sale de casa, ni nadie entra en la suya, ¿de qué vive descontento24 mi compadre?
CAÑIZARES.-   De que no pasará mucho tiempo en que no caya Lorencica en lo que le falta; que será un mal caso, y tan malo, que en sólo pensallo le temo, y de temerle me desespero, y de desesperarme vivo con disgusto.
COMPADRE.-   Y con razón se puede tener ese temer, porque las mujeres querrían gozar enteros los frutos del matrimonio.
CAÑIZARES.-   La mía los goza doblados.
COMPADRE.-   Ahí está el daño, señor [com]padre.
 
CAÑIZARES.-   No, no, ni por pienso; porque es más simple25 Lorencica que una paloma, y hasta agora no entiende nada desas filaterías; y adiós, señor compadre, que me quiero entrar en casa.
COMPADRE.-   Yo quiero entrar allá, y ver a mi señora doña Lorenza.
CAÑIZARES.-   Habéis de saber, compadre, que los antiguos latinos usaban de un refrán, que decía: Amicus usque ad aras, que quiere decir: «El amigo, hasta el altar»; infiriendo que el amigo ha de hacer por su amigo todo aquello que no fuere contra Dios; y yo digo que mi amigo, usque ad portam, hasta la puerta; que ninguno ha de pasar mis quicios; y adiós, señor compadre, y perdóneme.


 
(Éntrase CAÑIZARES.)
 


COMPADRE.-   En mi vida he visto hombre más recatado, ni más celoso, ni más impertinente; pero éste es de aquellos que traen la soga arrastrando, y de los que siempre vienen a morir del mal que temen.


 
(Éntrase el COMPADRE.)
 




(Salen DOÑA LORENZA y CRISTINICA.)
 


CRISTINA.-   Tía, mucho tarda tío, y más tarda Hortigosa.
[DOÑA] LORENZA.-   Mas, que nunca él acá viniese, ni ella tampoco; porque él me enfada y ella me tiene confusa.
CRISTINA.-   Todo es probar, señora tía; y, cuando no saliere bien, darle del codo.
DOÑA LORENZA.-   ¡Ay, sobrina! Que estas cosas, o yo sé poco o sé que todo el daño está en probarlas.
CRISTINA.-   A fe, señora tía, que tiene poco ánimo, y que, si yo fuera de su edad, que no me espantaran hombres armados.
DOÑA LORENZA.-   Otra vez torno a decir, y diré cien mil veces, que Satanás habla en tu boca; mas ¡ay! ¿Cómo se ha entrado señor?
CRISTINA.-   Debe de haber abierto con la llave maestra.
DOÑA LORENZA.-   Encomiendo yo al diablo sus maestrías y sus llaves.


 
(Entra CAÑIZARES.)
 


CAÑIZARES.-   ¿Con quién hablábades, doña Lorenza?
DOÑA LORENZA.-   Con Cristinica hablaba.
CAÑIZARES.-   Miradlo bien, doña Lorenza.
DOÑA LORENZA.-   Digo que hablaba con Cristinica: ¿con quién había de hablar? ¿Tengo yo, por ventura, con quién?
CAÑIZARES.-   No querría que tuviésedes algún soliloquio con vos misma, que redundase en mi perjuicio.
DOÑA LORENZA.-   Ni entiendo esos circunloquios que decís, ni aun los quiero entender; y tengamos la fiesta en paz.
CAÑIZARES.-   Ni aun las vísperas no querría yo tener en guerra con vos; pero, ¿quién llama a aquella puerta con tanta priesa? Mira, Cristinica, quien es, y, si es pobre, dale limosna y despídele.
CRISTINA.-   ¿Quién está ahí?
HORTIGOSA.-   La vecina Hortigosa es, señora Cristina.
CAÑIZARES.-   ¿Hortigosa y vecina? Dios sea conmigo.
Pregúntale, Cristina, lo que quiere, y dáselo, con condición que no atraviese esos umbrales.
CRISTINA.-   ¿Y qué quiere, señora vecina?
CAÑIZARES.-   El nombre de vecina me turba y sobresalta; llámala por su proprio nombre, Cristina.
CRISTINA.-   Responda: y ¿qué quiere, señora Hortigosa?
HORTIGOSA.-   Al señor Cañizares quiero suplicar un poco, en que me va la honra, la vida y el alma.
CAÑIZARES.-   Decidle, sobrina, a esa señora, que a mí me va todo eso y más en que no entre acá dentro.
DOÑA LORENZA.-   ¡Jesús, y qué condición tan extravagante! ¿Aquí no estoy delante de vos? ¿Hanme de comer de ojo? ¿Hanme de llevar por los aires?
CAÑIZARES.-   ¡Entre con cien mil Bercebuyes, pues vos lo queréis!
CRISTINA.-   Entre, señora vecina.
CAÑIZARES.-   ¡Nombre fatal para mí es el de vecina!


 
(Entra HORTIGOSA, y trai un guadamecí y en las pieles de las cuatro esquinas han de venir pintados Rodamonte, Mandricardo, Rugero y Gradaso; y Rodamonte venga pintado como arrebozado.)
 


HORTIGOSA.-   Señor mío de mi alma, movida y incitada de la buena fama de vuesa merced, de su gran caridad y de sus muchas limosnas, me he atrevido de venir a suplicar a vuesa merced me haga tanta merced, caridad y limosna y buena obra de comprarme este guadamecí26, porque tengo un hijo preso por unas heridas que dio a un tundidor, y ha mandado la justicia que declare el cirujano, y no tengo con qué pagalle, y corre peligro no le echen otros embargos, que podrían ser muchos, a causa que es muy travieso mi hijo; y querría echarle hoy o mañana, si fuese posible, de la cárcel. La obra es buena, el guadamecí nuevo, y, con todo eso, le daré por lo que vuesa merced quisiere darme por él, que en más está la monta, y como esas cosas he perdido yo en esta vida. Tenga vuesa merced desa punta, señora mía, y descojámosle, porque no vea el señor Cañizares que hay engaño en mis palabras; alce más, señora mía, y mire cómo es bueno de caída, y las pinturas de los cuadros parece que están vivas.


 
(Al alzar y mostrar el guadamecí, entra por detrás dél un GALÁN; y, como CAÑIZARES vee los retratos, dice:)
 


CAÑIZARES.-   ¡Oh, qué lindo Rodamonte! ¿Y qué quiere el señor rebozadito en mi casa? Aun si supiese que tan amigo soy yo destas cosas y destos rebocitos, espantarse ía.
CRISTINA.-   Señor tío, yo no sé nada de rebozados; y si él ha entrado en casa, la señora Hortigosa tiene la culpa; que a mí, el diablo me lleve si dije ni hice nada para que él entrase; no, en mi conciencia, aun el diablo sería si mi señor tío me echase a mí la culpa de su entrada.
CAÑIZARES.-   Ya yo lo veo, sobrina, que la señora Hortigosa tiene la culpa; pero no hay de qué maravillarme, porque ella no sabe mi condición, ni cuán enemigo soy de aquestas pinturas.
DOÑA LORENZA.-   Por las pinturas lo dice, Cristinica, y no por otra cosa.
CRISTINA.-   Pues por esas digo yo. ¡Ay, Dios sea conmigo! Vuelto se me ha el ánima al cuerpo, que ya andaba por los aires.
DOÑA LORENZA.-   ¡Quemado vea yo ese pico de once varas! En fin, quien con muchachos se acuesta27, etc.
CRISTINA.-   ¡Ay, desgraciada, y en qué peligro pudiera haber puesto toda esta baraja!
CAÑIZARES.-   Señora Hortigosa, yo no soy amigo de figuras rebozadas ni por rebozar; tome este doblón, con el cual podrá remediar su necesidad, y váyase de mi casa lo más presto que pudiere, y ha de ser luego, y llévese su guadamecí.
HORTIGOSA.-   Viva vuesa merced más años que Matute el de Jerusalén28, en vida de mi señora doña... no sé cómo se llama, a quien suplico me mande, que la serviré de noche y de día, con la vida y con el alma, que la debe de tener ella como la de una tortolica simple.
CAÑIZARES.-   Señora Hortigosa, abrevie y váyase, y no se esté agora juzgando almas ajenas.
HORTIGOSA.-   Si vuesa merced hubiere menester algún pegadillo para la madre, téngolos milagrosos; y, si para mal de muelas, sé unas palabras que quitan el dolor como con la mano.
CAÑIZARES.-   Abrevie, señora Hortigosa, que doña Lorenza, ni tiene madre, ni dolor de muelas; que todas las tiene sanas y enteras, que en su vida se ha sacado muela alguna.
HORTIGOSA.-   Ella se las sacará, placiendo al cielo, porque le dará muchos años de vida; y la vejez es la total destruición de la dentadura.
CAÑIZARES.-   ¡Aquí de Dios! ¿Que no será posible que me deje esta vecina? ¡Hortigosa, o diablo, o vecina, o lo que eres, vete con Dios y déjame en mi casa!
HORTIGOSA.-   Justa es la demanda, y vuesa merced no se enoje, que ya me voy.


 
(Vase HORTIGOSA.)
 


CAÑIZARES.-   ¡Oh vecinas, vecinas! Escaldado quedo aun de las buenas palabras desta vecina, por haber salido por boca de vecina.
DOÑA LORENZA.-   Digo que tenéis condición de bárbaro y de salvaje; y ¿qué ha dicho esta vecina para que   quedéis con la ojeriza contra ella? Todas vuestras buenas obras las hacéis en pecado mortal: dístesle dos docenas de reales, acompañados con otras dos docenas de injurias, ¡boca de lobo, lengua de escorpión y silo de malicias!
CAÑIZARES.-   No, no, a mal viento va esta parva; no me parece bien que volváis tanto por vuestra vecina.
CRISTINA.-   Señora tía, éntrese allí dentro y desenójese, y deje a tío, que parece que está enojado.
DOÑA LORENZA.-   Así lo haré, sobrina; y aun quizá no me verá la cara en estas dos horas; y a fe que yo se la dé a beber29, por más que la rehúse.


 
(Éntrase DOÑA LORENZA.)
 


CRISTINA.-   Tío, ¿no ve cómo ha cerrado de golpe? Y creo que va a buscar una tranca para asegurar la puerta.


 
(DOÑA LORENZA, por dentro.)
 


[DOÑA LORENZA].-   ¿Cristinica? ¿Cristinica?
CRISTINA.-   ¿Qué quiere, tía?
DOÑA LORENZA.-   ¡Si supieses qué galán me ha deparado la buena suerte! Mozo, bien dispuesto, pelinegro, y que le huele la boca a mil azahares.
CRISTINA.-   ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! ¿Está loca, tía?
DOÑA LORENZA.-   No estoy sino en todo mi juicio; y en verdad que, si le vieses, que se te alegrase el alma.
CRISTINA.-   ¡Jesús, y qué locuras y qué niñe[r]ías! Ríñala, tío, porque no se at[r]eva, ni aun burlando, a decir deshonestidades.
CAÑIZARES.-   ¿Bobear, Lorenza? Pues a fe que no estoy yo de gracia para sufrir esas burlas.
DOÑA LORENZA.-   Que no son sino veras, y tan veras, que en este género no pueden ser mayores30.
CRISTINA.-   ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! Y dígame, tía, ¿está ahí también mi frailecito?
DOÑA LORENZA.-   No, sobrina; pero otra vez vendrá si quiere Hortigosa, la vecina.
CAÑIZARES.-   Lorenza, di lo que quisieres, pero no tomes en tu boca el nombre de vecina, que me tiemblan31 las carnes en oírle.
DOÑA LORENZA.-   También me tiemblan a mí por amor de la vecina.
CRISTINA.-   ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías!
DOÑA LORENZA.-   Ahora echo de ver quién eres, viejo maldito; que hasta aquí he vivido engañada contigo.
CRISTINA.-   Ríñala, tío, ríñala, tío; que se desvergüenza mucho.
DOÑA LORENZA.-   Lavar quiero a un galán las pocas barbas que tiene con una bacía llena de agua de ángeles32, porque su cara es como la de un ángel pintado.
CRISTINA.-   ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! Despedácela, tío.
CAÑIZARES.-   No la despedazaré yo a ella, sino a la puerta que la encubre.
DOÑA LORENZA.-   No hay para qué: vela aquí abierta; entre, y verá como es verdad cuanto le he dicho.


CAÑIZARES.-   Aunque sé que te burlas, sí entraré para desenojarte.


 
(Al entrar CAÑIZARES, danle con una bacía de agua en los ojos; él vase a limpiar; acuden sobre él CRISTINA y DOÑA LORENZA, y en este ínterim sale el galán y vase.)
 


CAÑIZARES.-   ¡Por Dios, que por poco me cegaras, Lorenza! Al diablo se dan las burlas que se arremeten a los ojos.
DOÑA LORENZA.-   ¡Mirad con quién me casó mi suerte, sino con el hombre más malicioso del mundo! ¡Mirad cómo dio crédito a mis mentiras, por su [...], fundadas en materia de celos, que menoscabada y asendereada sea mi ventura! Pagad vosotros, cabellos, las deudas deste viejo; llorad vosotros, ojos, las culpas deste maldito; mirad en lo que tiene mi honra y mi crédito, pues de las sospechas hace certezas, de las mentiras verdades, de las burlas veras y de los entretenimientos maldiciones. ¡Ay, que se me arranca el alma!
CRISTINA.-   Tía, no dé tantas voces, que se juntará la vecindad.


 
(De dentro.)
 


JUSTICIA.-   ¡Abran esas puertas! Abran luego; si no, echarélas en el suelo.
DOÑA LORENZA.-   Abre, Cristinica, y sepa todo el mundo mi inocencia y la maldad deste viejo.
CAÑIZARES.-   ¡Vive Dios, que creí que te burlabas! ¡Lorenza, calla!


 
(Entran el ALGUACIL y los músicos, y el BAILARÍN y HORTIGOSA.)
 


ALGUACIL.-   ¿Qué es esto? ¿Qué pendencia es ésta? ¿Quién daba aquí voces?
CAÑIZARES.-   Señor, no es nada; pendencias son entre marido y mujer, que luego se pasan.
MÚSICO.-   ¡Por Dios, que estábamos mis compañeros y yo, que somos músicos, aquí pared y medio, en un desposorio, y a las voces hemos acudido, con no pequeño sobresalto, pensando que era otra cosa.
HORTIGOSA.-   Y yo también, en mi ánima pecadora.
CAÑIZARES.-   Pues en verdad, señora Hortigosa, que si no fuera por ella, que no hubiera sucedido nada de lo sucedido.
HORTIGOSA.-   Mis pecados lo habrán hecho; que soy tan desdichada, que, sin saber por dónde ni por dónde no, se me echan a mí las culpas que otros cometen.
CAÑIZARES.-   Señores, vuesas mercedes todos se vuelvan norabuena, que yo les agradezco su buen deseo; que ya yo y mi esposa quedamos en paz.
DOÑA LORENZA.-   Sí quedaré, como le pida primero perdón a la vecina, si alguna cosa mala pensó contra ella.
CAÑIZARES.-   Si a todas las vecinas de quien yo pienso mal hubiese de pedir   perdón, sería nunca acabar; pero, con todo eso, yo se le pido a la señora Hortigosa.
HORTIGOSA.-   Y yo le otorgo para aquí y para delante de Pero García.
MÚSICO.-   Pues, en verdad, que no habemos de haber venido en balde: toquen mis compañeros, y baile el bailarín, y regocíjense las paces con esta canción.
CAÑIZARES.-   Señores, no quiero música: yo la doy por recebida.

MÚSICO.-



Pues aunque no la quiera.


    El agua de por San Juan







quita vino y no da pan.







Las riñas de por San Juan







todo el año paz nos dan.







    Llover el trigo en las eras,







las viñas estando en cierne,







no hay labrador que gobierne33







bien sus cubas y paneras;







    mas las riñas más de veras,







si suceden por San Juan







todo el año paz nos dan.





  (Baila.) 


    Por la canícula ardiente







está la cólera a punto;







pero, pasando aquel punto,







menos activa se siente.







    Y así, el que dice no miente,







que las riñas por San Juan







todo el año paz nos dan.





  (Baila.) 


    Las riñas de los casados34







como aquesta siempre sean,







para que después se vean,







sin pensar regocijados.







    Sol que sale tras nublados,







es contento tras afán:







las riñas de por San Juan







todo el año paz nos dan.







CAÑIZARES.-   Porque vean vuesas mercedes las revueltas y vueltas en que me ha puesto una vecina, y si tengo razón de estar mal con las vecinas.
DOÑA LORENZA.-   Aunque mi esposo está mal con las vecinas, yo beso a vuesas mercedes las manos, señoras vecinas.
CRISTINA.-   Y yo también; mas si mi vecina me hubiera traído mi frailecico, yo la tuviera por mejor vecina; y adiós, señoras vecinas.

El viejo celoso, Miguel de Cervantes 
 
1“No está educada para compartir la infelicidad; ha sido informada por su madre, por tantas otras mujeres, de que, una vez que la insatisfacción se expresa, comienza a pisarse un terreno pantanoso que no conduce a ninguna parte. La infelicidad es algo que ha de llevarse con discreción, dice una máxima no escrita que comparten las mujeres de este universo rural en el que pasé gran parte de mi infancia. Pero ahora que tengo una mirada más distante hacia todas ellas sé que lo que dicen, lo que callan, se acaba manifestando en desidia vital, en tics, en malhumor, en la pérdida temprana de la belleza”. 
Lo que me queda por vivir, Elvira Lindo
2No hay razón para quejarse cuando se tiene tanto dinero. Indica que el matrimonio de Doña Lorenza y Cañizares fue un convenio entre las familias (entre su padre y Cañizares) por interés económico. Teniendo buena dote uno siempre puede conseguir “caldera nueva”, un nuevo marido.
3Se refiere al apetito sexual. Tiene quince años y se ha casado con un señor de setenta. Cárcel de oro de Quintero, León y Quiroga.
4El forzoso conformismo. Fatalidad, destino. Estaba de Dios. Determinismo. No somos dueños de nuestro destino. Actitud de resignación. También es una forma de encubrir la responsabilidad de su padre.
5Que se encabrita, juguetón. Se utiliza el término ‘viejo verde’ para describir a aquel hombre que siendo ya maduro o anciano persigue, piropea, coquetea o mira lujuriosamente a mujeres u hombres más jóvenes, y al que le gustan los temas relacionados con el sexo. Un viejo verde era aquella persona que a pesar de haber llegado a la vejez todavía gozaba de buena salud, energía y vigorosidad. El adjetivo ‘verde’ en latín era ‘viridis’, utilizado para referirse al vigor , entre otras cosas de las plantas y los árboles llenos de savia.
6En la mitología griega, Argos Panoptes (Άργος Πανοπτης, Argos ‘de todos los ojos’) era un gigante con múltiples ojos. Era por tanto un guardián muy efectivo, pues sólo algunos de sus ojos dormían en cada momento, habiendo siempre varios otros aún despiertos. Era un fiel sirviente de Hera.
7Primeriza en cometer adulterio, no virgen.
8Únicamente persigue satisfacer su apetito sexual.
9La burla de la sobrina: Hablas como si fueras virgen: Compadecéos de mí, nunca antes tuve relaciones sexuales.
10La malicia o descaro de la sobrina no se corresponden con su corta edad. Sugiere que debería ser cándida e inocente. De ahí que parezca “poseída” por el demonio. Hoy se diría, probablemente, que habla o se expresa como una vieja.
11El descaro la lleva a incluirse en la solicitud de un mozo. Dice “traíganos” y no “traígale”. Expresa que las muchachas también tienen deseo sexual, igual que los varones. Otra cosa es que sean discretas y recatadas.
12Matrimonios de conveniencia. Jane Eyre.

El cuento de Hans C. Andersen, Pulgarcita, 1835. “¡Qué bonita muchacha para casarla con mi hijo!”, pensó el sapo. Y cogiendo la cáscara de nuez en que descansaba Pulgarcita, se la llevó al jardín, saltando por el mismo agujero. […] -No hagas tanto ruido, que se despertará -dijo la vieja, y podría escapársenos, porque es tan ligera como un plumón de cisne. Vamos a ponerla en la charca sobre una de esas anchas hojas de nenúfar y será para ella como una isla, donde la tendremos segura mientras vamos al fondo de la charca a preparar la mejor habitación donde recibirla dignamente, como miembro de la familia”. 

Yo también he sido Tommelise, la protagonista de este cuento.

13Cautela, reserva. Sienten apetito sexual pero no lo expresan, lo disimulan, lo esconden. Eso es lo que se espera de ellas, de las muchachas decentes.
14Duende, espíritu fantástico. [Como alma que lleva el diablo]
15La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca. Adela.
16La depresión asociada a la insatisfacción del deseo sexual.
17El piano, 1993. La historia de Ada McGrath , cuyo padre la vende en matrimonio a Alistair Stewart.
18Estar en poder de alguien: pertenecer a alguien. No es una relación de igualdad, sino de subordinación.
19Tangos de Sevilla, Tu marío en la era, yo con el fraile. La abuela Leonor en El jinete polaco: aire y más aire, mi marido en la era y yo con un fraile, panza con panza, y el ...
20Volver, Pedro Almodóvar. 2006. Tres generaciones de mujeres: Irene, que no quiere saber y no escucha a su hija; Raimunda, que es víctima de los abusos de su padre y decide huir por no encontrar ayuda; Paula, la hija adolescente que, ante la misma situación, se enfrenta a su padrastro para defenderse. Paula sería como Cristina, resuelta a no consentir el abuso y Doña Lorenza sería como Raimunda, capaz de encubrirle para protegerla. El cambio de mentalidad según la generación, el tiempo que les ha tocado vivir. La una vive ciega y sorda; la otra, cuando por fin se decide a contarlo en busca de ayuda, sólo recibe rechazo y tiene que huir y, la más joven, no se calla y se defiende como puede, intentando frenar el abuso.
21Lo entiendo como: Estaba tranquilo, sereno y, al casarme, perdí la tranquilidad, el sosiego.
22Las mujeres se encubren, se tapan las faltas unas a otras, se arropan. Hay un doble sentido: Uno positivo, de solidaridad: Se unen para hacer frente al dominio y la autoridad de los varones, para mofarse de su supuesta superioridad y resolver sus problemas sin tener que recurrir a su ayuda y otro negativo, el de las alcahuetas, que pueden arruinar la honra y el buen nombre de una casa. Esto también está en Volver. 
El papel de la vecina: "La mujer, en la imaginería popular, es la que maneja los hilos en la sombra. Eso permite al hombre mandar sin ser absolutamente responsable de lo que hace." Negra, lesbiana y mala madre, Elvira Lindo
23Hortigosa es claramente el personaje principal de La Celestina, de Fernando de Rojas. 1499
24Creo que en este entremés está el germen de El curioso impertinente. Cañizares es Anselmo y el compadre, Lotario. Doña Lorenza será Camila. La diferencia está en que Cañizares es desconfiado y celoso y no permite la entrada de ningún varón en su casa. Quien evita la ocasión, evita el peligro. En cambio, Anselmo quiere probar la fidelidad de su esposa y tiene una fe ciega en la lealtad de su amigo. No solo no evita la ocasión, sino que la busca.
25Simple en el sentido de cortedad. Supone que su esposa no tiene malicia como para urdir una trama y hacer algo a sus espaldas.
26Cuero adobado y adornado con dibujos de pintura o relieve.
27Quien con niños se acuesta, meado se levanta. Ese refrán tiene connotaciones negativas pues se refiere a que uno tiene que estar alerta a las consecuencias que conlleve andar con ciertas personas.
28Se refiere a Matusalén.
29Darle a beber bebida de hiel, darle verdaderos motivos para estar celoso.
30Doble sentido de la frase: ¿en qué género?. Me recuerda mucho uno de los relatos de El Decamerón, de Pier Paolo Pasolini 1971, basado en las novelas cortas de Giovanni Bocaccio escritas entre 1351 y 1353
31Uno tiembla de temor y la otra, de deseo.
32Cunnilingus. Alusión sexual muy explícita.
33No hay manera de controlar y vigilar a una mujer como tampoco hay manera de apaciguar su deseo sino saciándolo. No se pueden poner puertas al campo. Frase coloquial usada para dar a entender la imposibilidad de poner límites a lo que no los admite.
34Los que se pelean se desean. La dulce reconciliación después de la tormenta o discusión.


La tía Tula
Aurora Bautista en La tía Tula. La escena del desodorante fue censurada.

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