Para estar vivos nos contamos historias a nosotros mismos, dice Joan Didion
Tranvías
o caminatas o viajes en metro lo alejan a uno del corazón1
de Lisboa y de la sobreabundancia
del turismo2.
No son grandes distancias3,
pero al final de cada una de ellas parece que se ha llegado a otra
Lisboa más rara, más recóndita, más espaciosa
de
perspectivas4
repentinas. En las calles de la Baixa es un dolor ver tantos
almacenes y negocios
antiguos5
convertidos ahora en tiendas de
souvenirs
fabricados
en masa en quién sabe qué polígonos industriales de China o de
Indonesia o Vietnam. En cada regreso uno visita con inquietud sus
lugares predilectos para asegurarse de que siguen allí. El turismo
masivo y barato se cobra un alto precio a cambio de los beneficios
que da a las ciudades. Pero también tiene la ventaja de su
concentración casi exclusiva en unos cuantos lugares. Más allá de
ello, aunque no mucho más allá en una ciudad como Lisboa,
hay otros mundos en los que es un regalo perderse,
o encontrar lo que se iba buscando y descubrir que la realidad6
es más atractiva que las fotografías, más terrenal siempre, más
imperfecta, con
lo gastado y con lo preservado7
de la vida común8,
de lo que el tiempo hace a las ciudades – más todavía el tiempo
de ciudades con muchos siglos y muy cercanas al mar, o a esa gran
antesala atlántica que es la desembocadura del Tajo–.
Caminando
cuesta arriba desde el Chiado se llega pronto a la plaza del Príncipe
Real, en la que, a pesar de su nombre, hay una hermosa estatua
conmemorativa de la República portuguesa. Portugal es una
república desde hace más de un siglo, pero sus ciudades están
llenas de plazas y monumentos con nombres monárquicos9.
En la plaza del
Notas a pie de página
1Huir de sentimentalismos pero mostrar sentimientos en lo que uno escribe. Dice AMM: “Lo que le pedimos a la literatura es que nos cuente cosas que sean importantes para nosotros.” […] También: «Una novela se escribe para confesarse y para esconderse». Confesión porque uno hace un análisis de conciencia y pone lo mejor de sí mismo en su trabajo. La literatura es un trabajo. Escribir es un trabajo, no una improvisación. Esconderse porque no hay que confundir la persona con el personaje. Aunque uno cuente algo sobre sí mismo, tiene que ser consciente de que está creando a un personaje. Hay una parte de uno mismo (un espacio de intimidad y privacidad) que no debe quedar expuesta, que uno tiene que proteger. De lo contrario, el personaje (escritor) suplanta a la persona (AMM como padre de familia, marido, profesor, etc.)
2Distinguir encuentro con los lectores y fraternidad de la literatura. Hay un encuentro público y un espacio compartido secreto y privado. Lo que el texto le dice a mi conciencia. Mi aportación como lector.
3El avance con cada nueva lectura
4Huir de los lugares comunes y no actuar como un turista en tu ciudad. Contar lo que uno conoce.
5Citas de los clásicos. Dice AMM: «El pasado es un parque temático»
6Ser cronista, contar lo que uno ha vivido. Dice Elvira Lindo: “Para el ejercicio de la información ya están los periodistas, que van relatando con rigor y conocimiento de esta causa y de muchas otras lo que el juicio da de sí.” […] En estos tiempos en que todos sentenciamos al imputado mucho antes de que se siente ante el juez, me tranquilizaba imaginar esta historia regida por las normas de la ficción, utilizar solo los recursos psicológicos, sin juzgar, penetrando, a través de la mirada de nuestro periodista.
7Preservar la intimidad. Distinguir persona y personaje. Cuando contamos sobre nosotros mismos y nos exponemos públicamente nos convertimos en personaje para los otros. Distinguir plano personal del profesional.
8Contar lo público. Dice Colm Tóibín: “La página en blanco no es un espejo en el que mirarse”. En Rojo y Negro (Le Rouge et le Noir) podemos leer: “Una novela es un espejo que se pasea por un camino real. Tan pronto refleja el cielo azul como el fango de los cenagales del camino. El hombre que lleva en su morral el espejo será acusado por vosotros de inmoral. ¡El espejo refleja el fango y acusáis al espejo! Acusad más bien a la carretera en que está el cenagal. O mejor aún, al inspector de caminos, que permite que el agua se encharque y lo forme”.
9Huir del subjetivismo y el ensimismamiento inevitable de la literatura:
“Pero la guionista de esta historia no ha de respaldar ni la tesis del uno ni la del otro. Es más, debe provocar un dilema moral en el espectador. Qué pena, por otra parte, que los dilemas morales hayan desaparecido de la vida real. Todos tenemos siempre claro nuestro veredicto.” [Elvira Lindo, El que lo sabe todo].
Buscar la objetividad y que sea el lector el que juzgue. Sobre la apariencia de los cambios. De los cambios de un régimen político a otro. Ir al fondo de las cosas, no quedarse en la mera apariencia y superficialidad. Pero como dice Juan Ramón Jiménez en uno de sus aforismos: las apariencias no engañan, y lleva razón con mucha frecuencia: las apariencias dicen mucho más de lo que parece sobre las personas y las cosas, a condición de que uno se fije en ellas, y hay quien por empeñarse en buscar lo escondido no ve lo que estaba simplemente a la vista. Dice AMM en El porvenir de los vencidos: Nuestra visión de las cosas está marcada por nuestra experiencia en primera persona de hechos que para mucha gente ya pertenecen al relato de la historia. Somos, vitalmente, intelectualmente, ese desequilibrio, esa escisión, la voluntad de dar coherencia a las voces y a las imágenes de un pasado que se vuelve lejano y por lo tanto más vulnerable a las manipulaciones del olvido, del interés político y de la nostalgia.
Príncipe
Real los
árboles son mucho más solemnes que las estatuas1,
y después de la agitación del Chiado la atmósfera es la de un
parque antiguo en una capital de provincias. Muy cerca de ella está
el Jardín Botánico, donde la sensación de retiro provincial se
convierte en asombro por las amplitudes2
del mundo, lo cual es muy frecuente en Lisboa. En el Botánico hay
árboles gigantes de África y América, y espesuras de bambú que
vibran como bosques cuando las agita un viento suave, o cuando cae
algo de lluvia. En un banco de la plaza del Príncipe Real uno puede
sentarse a leer un libro o a tomar el sol o el fresco de la mañana,
como
si no se hubiera alejado mucho de uno de esos lugares cercanos en los
que se arraiga nuestra vida gracias a la memoria infantil.
Pero en el Jardín Botánico somos de pronto exploradores de selvas
tropicales y australes, aventureros eruditos como los naturalistas
herederos de Humboldt. Una mañana yo me encontraba en el Jardín
Botánico y empezó a llover muy suavemente. De pronto no parecía
que hubiera más visitante3
que yo. Los rumores y las sirenas de la ciudad se habían
amortiguado. Era como encontrarse en el bosque de un cuento o de una
novela de Julio Verne, con la ventaja de que a la distancia de unos
pocos minutos podría
confortarme con un café4
y un
pastel en alguna confitería de la Rua Dom Pedro V.
Algunos
de los azulejos más bellos y más modernos de Lisboa se pueden ver
en las estaciones de metro. El metro es la mejor manera de llegar a
la Fundación Gulbenkian. No conozco un
museo que tenga una arquitectura y un jardín tan admirables, tan
perfectamente diseñados para alentar el disfrute simultáneo del
arte y de la naturaleza5.
A veces, desde el jardín6,
a través de una gran ventana, se pueden ver muy bien algunas de las
obras expuestas. Y en el interior esos mismos ventanales, a veces
velados por cortinas de liviandad japonesa, hacen que la mirada
discurra desde un cuadro7
hasta la visión de unos árboles en el jardín, logrando efectos de
inesperada belleza accidental: el sol proyecta unos tallos de bambú
o unas ramas de cerezo de pino en la cortina lisa, convirtiéndola en
un dibujo japonés pasajero y exacto. En la arquitectura del
edificio, que
1Buscar la naturalidad y huir de la artificialidad. Las estatuas se elevan sobre pedestales y los árboles son seres vivos que se desarrollan. Evitar el inmovilismo y propiciar la superación. Evitar la autocomplacencia y ser crítico con el trabajo que uno hace. Contar las existencias cotidianas. Evitar mensajes de carácter ideológico. Dice AMM en El porvenir de los vencidos: “Este es un equilibrio difícil para el historiador”, confiesa Cazorla: “evitar una lectura absoluta en tonos ideológicos y, al mismo tiempo, no hacer un falseamiento edulcorante del pasado que ignore el sufrimiento de las víctimas”. Las cursivas son mías.
2Cuidar la extensión del texto
3Ponerse en el lugar del lector.
4Huir del victimismo: la tendencia a considerarse víctima o a hacerse pasar por tal. Dice AMM: “Todas las víctimas tienen algo en común: no son victimistas”.
5Combinar arte y naturaleza, humanidades y ciencias, espacios cerrados y espacios abiertos, escritura y paseos, tiempo para trabajar y tiempo para vivir. La literatura se alimenta de ambas: escritura y silencio. Porque es necesario un tiempo para reposar las ideas e irlas desarrollando. Cuidar de la mente y del cuerpo.
6Caminando o haciendo otra actividad a uno se le ocurren las mejores ideas. Llegan como por azar.
7Al mismo tiempo, cualquier experiencia vivida nos ofrece la salida que estábamos buscando para una clave no resuelta de la novela: un escenario, una conversación, un título, un personaje, un punto de vista,... Introspección y sociabilidad. De eso se alimenta la literatura: vivir y contar lo vivido.
es
de los años sesenta, hay una mezcla de modernidad occidental de
hormigón armado y de ligereza1
de pabellón japonés.
Lo
que más gusta de llegar a un sitio es que
el trayecto en sí mismo sea memorable2.
El tranvía número 28 puede circular lleno de turistas en la
temporada alta, pero los dos barrios que une son reductos de una
sabrosa Lisboa popular. En un extremo, el Campo de Ourique, justo al
lado de ese
cementerio en
el que muchas tumbas tienen una cancela acristalada3,
con una cortina echada a medias que parece una invitación, no se
sabe si a la resurrección o a la muerte. El Campo de Ourique es un
barrio diseñado y construido en los años cincuenta, con calles y
plazas regulares y edificios de pisos de un racionalismo algo ajado,
pero muy atractivo, una modernidad autoritaria a la italiana. Pero la
fuerza de la vida diaria borra cualquier sospecha de artificialidad,
y el mercado4
del barrio es uno de los más gozosos de visitar de Lisboa.
En
el Campo de Ourique se pueden encontrar igual excelentes hortalizas5
y pescados que tiendas de anticuarios,
casi siempre muy bien nutridas y a precios razonables. Si en Lisboa
hay tantos tesoros que se mantienen
escondidos tras una fachada modesta6,
en el Campo de Ourique está el mejor
restaurante con la apariencia menos llamativa7
que conozco. Es un sitio pequeño, con una barra como de
cafetería americana de hace 60 años, con un comedor mínimo, en el
que suelen comer personas mayores del barrio que se saludan entre sí.
Se llama O Bitoque, versión de la misma palabra inglesa de la que
procede nuestro bistec. La especialidad es un bistec de ternera a la
plancha con un huevo encima. Pero también puede tomarse un
prodigioso arroz de pulpo. Después de comer uno se da un paseo por
las calles arboladas del barrio y toma de nuevo el tranvía 28 hasta
la última parada en la otra dirección, que está en el Largo da
Graça.
Fernando
Pessoa dice que al bajarse de un tranvía siente el
mareo de haber viajado de una vida a otra en los minutos del
trayecto8.
Del Campo de Ourique al Largo da Graça se
1Perseguir la ligereza: prescindir de todo lo que sobra. Huir de la tendencia a la abundancia y pesadez. Buscar el sentido del espectáculo: sorprender, no recargar.
2Memorable: Digno de memoria. Ofrecer algo distinto o algo más. No lo consabido. Ofrecer una visión personal. La memoria es la memoria de uno. Dice AMM en Elogio del olvido: “No hay casi nadie que no piense que la preservación de la memoria es uno de los valores supremos en una colectividad. En mi trabajo como escritor y en mi activismo como ciudadano yo mismo he intentado contribuir al rescate de la memoria de la República española y de la cultura que quedó amputada y dispersa tras la derrota en la Guerra Civil y la grosera tentativa de lobotomía del franquismo.” Las cursivas son mías. […] “En la memoria histórica hay una actitud de reverencia hacia los hechos, los sacrificios, los heroísmos, de las personas a las que se elige recordar. Que con frecuencia esté inspirada por los ideales más nobles no la exime del peligro de la manipulación, porque con la misma facilidad se la puede poner al servicio de intereses miserables y de ideales siniestros, o ni siquiera eso, en esta época de autoestima confortable y narcisismo digital: al servicio de la vanidad de sentirse perseguido y rebelde sin el menor contratiempo y sin más esfuerzo que atribuirse los sufrimientos casi siempre inventados de otros que vivieron o no hace mucho tiempo.”
3Interpretar o aclarar el propósito de las citas. Buscar la claridad. ¿Se trata de una invitación a la lectura? ¿Se trata de una reflexión propia sobre esa cita?
4El mercado es donde se desarrolla la actividad pública. Presentar los espacios públicos porque es lo que tiene interés para todos.
5Combinar actualidad y tradición, lo clásico y lo moderno. Presentar un texto antiguo pero traerlo a la actualidad. Tiene que haber un componente novedoso, algo que aporta uno mismo. El valor añadido. Buscar lo cercano, lo personal. Tratar de justificar por qué es importante para uno, por qué pudiera ser importante para los demás.
6Cuidar la imagen. Cuidar el estilo: cada detalle cuenta.
7Platos suculentos pero muy mal presentados. Evitar el embotamiento. Buscar el sentido práctico. Preguntarse por la razón de cada texto o argumento.
8Evitar la precipitación. Cuidar la alternancia de una lectura a otra. Propiciar un ritmo contemplativo en la lectura del texto. Evitar la sobreabundancia de temas. Ceñirse a un asunto. Evitar la dispersión.
extienden
las subidas y bajadas de la topografía de Lisboa, las visiones de
lejanías1
marítimas y la de interiores de casas junto a las que el tranvía
pasa tan cerca2
que se pueden rozar los geranios de las ventanas, la horizontalidad
neoclásica de la Baixa y los callejones en cuesta que conservan las
sinuosidades de la ciudad musulmana. Si el Campo de Ourique es un
ejemplo
de planificación3
urbana
mejorada
por los azares y
el desorden de la vida popular, el Largo da Graça se parece a esas
plazas alargadas
e irregulares del
Albaicín en Granada. En lugares así, hacia el final de la mañana,
por ejemplo, en un día soleado, cuando se acerca la hora de las
cervezas y la comida, uno comprende que la
felicidad puede ser un don accesible.
Hay bulla
en las
tiendas, en las fruterías, en las pastelerías. Ninguno
de los edificios de la plaza es en sí mismo memorable, y algunos
están cochambrosos y hasta abandonados, pero el efecto de conjunto
es de una armonía improvisada y flexible.
Muy cerca está el mirador magnífico de la iglesia de Graça, y
todavía más arriba el de Senhora do Monte. Más alto ya solo están
las nubes. Caminando por allí se encuentran recónditas colonias de
casas para trabajadores construidas hacia finales del XIX: Vila
Berta, A Estrela D’Ouro. Ir por esas calles es como adentrarse en
la intimidad del patio de una casa.
Después
uno se toma una cerveza y unas raciones en una casa de comidas que se
llama O Satelite, y que tiene en la pared del comedor, ilustrando su
nombre, un mural de azulejos con una nave espacial y un astronauta
que se pasea por la Luna; o también al otro lado de la plaza, en un
sitio algo más formal, pero igualmente libre
de pretensiones4,
O Piteu. Después, si es sábado, uno puede comprarse la magnífica
edición semanal del Expreso y
seguir paseando, llevando el periódico anticuadamente bajo el brazo.
Desde la embocadura de la Rua da Voz do Operário se ve resplandecer
el río como si estuviera muy cerca. Con el buen tiempo a
uno puede apetecerle pasar unos minutos o unas horas curioseando5
por el
Rastro de Lapa, o irse a leer y a mirar la ciudad desde el mirador de
Graça, donde hay un busto de la poeta Sophia de Mello y un mural de
azulejos con su poema dedicado a Lisboa. Los
versos se disfrutan más leyéndolos en voz baja6.
Da la sensación de que la tarde soleada y azul durará todavía
muchas horas. No
cabe pedirle mucho más a
la vida.
Márgenes de Lisboa. Cuaderno de viaje, Antonio Muñoz Molina [El País, 15 de
junio de 2016]
1Evitar lo ajeno, lo extraño, lo que no se conoce bien. Buscar lo próximo, lo que es importante para uno mismo, lo que nos conmueve. Si no nos conmueve a nosotros mismos, no conmoverá a los demás. Evitar el disparo automático: no el de la cámara, sino el de uno mismo.
2Protege tu intimidad.
3Planificación necesaria: qué vas a contar, cómo lo vas a contar, qué extensión, qué imágenes. Todo tiene que corresponder a un orden y estar justificado.
4Preguntarse por el propósito de cada texto. ¿Qué quería contar? ¿Lo he sabido contar? Realizar una autoevalución. Pedir a otro que lea el texto para comprobar que se ha alcanzado el objetivo propuesto. ¿He conseguido el efecto deseado?
5Mantener la atención del lector. ¿Cómo te aseguras de que el lector va a continuar interesado?
6Lecturas comentadas. Distinguir el texto propuesto como lectura de la reflexión sobre el texto. Ofrecer esa reflexión.
Otros consejos a un joven escritor propiciados por el Cuaderno de viaje
La inversión en cultura: la verdadera riqueza de un país.
Distinguir el trabajo que uno hace de uno mismo. No perder de vista lo que es verdaderamente valioso: uno tiene que ser dueño de su destino y disponer de su tiempo.
Sobre el desarraigo. Sentirse lejos o cerca depende de uno mismo. Siempre hay espacios que permiten el regreso y hay que propiciarlos, si es lo que queremos.
Que lo que se escribe sea memorable: crónica, contar lo que se ve, lo que nos acontece, aquello de lo que somos testigos directos. Contar es hacer memoria.
La literatura como estímulo y como arma defensiva para saber vivir, no como consuelo. Atender a todo lo que rodea y alimenta la literatura, aunque no sea evidente en ella.
Cualquier fuente o testimonio puede ser valioso. Conviene no sólo leer literatura clásica. Ampliar fuentes: historia, prensa, artículos de ciencia, etc. Si queremos contar la vida, leer todo lo que cae en nuestras manos.
Trabajar de forma concienzuda. Saber sacarle partido a aquello que uno sabe. Dice AMM: "La gran paradoja española es tener una cultura universal que se difunde muy mal y un patrimonio extraordinario que crea mucha menos riqueza de la que podría".
Queda mucho que aprender pero la vida está por delante.
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