
36Antonio MM29/11/2012 01:56:52Querida Elvira, ¿cómo se consigue hacer llorar de risa y un momento después que se humedezcan los ojos de melancolía?
Querido Antonio... ¿Muñoz Molina? Sí, eres tú: esta pregunta sólo podía ser tuya. Siempre tienes un lector al que te diriges. Yo escribo para que te rías y para que un momento después se te humedezcan los ojos de melancolía. Qué alegría tenerte cerca. (A ver si no eres tú y estoy diciéndole estas cosas a otro, jajaja)
Qué
violenta es la mala educación. Y qué íntimamente agitada se siente
una cuando es víctima de los malos modos.
Viajo en el AVE, movida por esos bolos a los que a menudo obliga el
oficio, y avanzo hacia mi asiento con la esperanza de pasar un rato
mirando el paisaje ovejunamente, dormitando o leyendo. Pero nada más
entrar en el vagón veo a un tío dando zancadas de un lado a otro,
coronado con unos enormes auriculares, hablando
a gritos
sobre un asunto comercial. Agita los brazos como si estuviera en un
despacho y le comunica a voces a su interlocutor el número de móvil.
Le dan ganas a una de tomar nota y hacerle una llamada perdida a las
cinco de madrugada. Con
delicadeza le hago un gesto con las manos para que baje el volumen,
porque si la cosa empieza así me temo que me espera un viaje
espantoso, a mí y al resto de viajeros del vagón, aunque siempre
tengo la sensación de que en España la contaminación acústica no
le importa a casi nadie,
o que nadie considera que la tranquilidad sea un derecho cuando has
pagado un billete, no precisamente barato, de AVE. […]
— ¡Señora,
que sepa usté
que no es un vagón de silencio! [...]
Me
vuelvo, le miro a los ojos, e imbuida del espíritu pedagógico de
Juan de Mairena le contesto sin elevar el tono:
— Señor,
la educación no es exclusiva de un vagón
en particular.
Para
qué más. Acabo de ofender su sagrada sensibilidad y me amenaza:
— ¿Me
está usté
llamando a mí maleducado?
No
le contesto. Echo un vistazo al resto de
viajeros, que permanecen en silencio contemplando la escena.
Realmente, no consigo discernir si en este debate están con él o
conmigo.
— ¡Usté
a mí no me llama maleducado! ¡A ver si cojo y me siento a su lado y
me paso hablando a gritos todo el viaje! […]
Es
tan habitual
esta respuesta iracunda y desproporcionada
cuando se te ocurre llamarle a alguien la atención que lo que me
pregunto es cómo tengo el valor de meterme en estos líos. Sospecho
que estoy dotada de un imbatible espíritu optimista que me lleva a
pensar que habrá
un día en que una persona a la que se le pide, por favor, un poco de
educación, reaccione de buenas maneras,
se avergüence y diga, lo siento, disculpe. No me gustaría marcharme
de este mundo sin vivir esa experiencia.
De
momento, a joderse, señoras y señores, a pagar un billete de AVE,
que dicen que es deficitario, para pasarse tres horas sin poder echar
una cabezada por las alarmas y músicas de los móviles, por sus
dueños pregonando a gritos asuntos personales y, algo
todavía más irritante, presenciando ese respeto reverencial que se
le tiene en España a aquel que hace ruido o ese miedo a llamar la
atención a quien molesta. Esto último no me extraña,
porque en mitad del viaje, el tipo me busca entre los asientos, se
coloca de pie a mi lado y se está un rato hablando. No mucho, lo
suficiente para que me quede claro quién manda en aquel
espacio cerrado. Y sí, desde luego, él es
el jefe de la manada: el más fuerte, el más agresivo, el más chulo
y, además, yo no cuento con nadie que me apoye.
Visto
el panorama, estoy pensando en hacerme usuaria del BlaBlaCar. Al
menos, en la página de Internet te dan una idea de cómo será tu
compañero de viaje. Y si te sale rana, escribes una mala crítica
para disuadir a otros. O bien tendré que aceptar que mi lugar está
en el vagón de silencio, lo cual me subleva, porque es como admitir
que soy yo la que debo viajar en el vagón de los raros.
El
vagón de los raros, Elvira Lindo [El País, 11 de junio de 2016]
El vagón de los raros, Elvira Lindo [El País, 11 de junio de 2016]
Los mendigos enfermos, Elvira Lindo [El País, 19 de marzo de 2016]
Anda y que te ondulen, Elvira Lindo [El País, 20 de febrero de 2016]
Faltaban ellas, Elvira Lindo [El País, 2 de diciembre de 2015]
Ser chica Almodóvar, Elvira Lindo [El País, 31 de octubre de 2015]
Mujeres díscolas, Elvira Lindo [El País, 4 de julio de 2015]
Esto también importa, Elvira Lindo [El País, 26 de septiembre de 2015]
II Festival de la palabra. "Noches sin dormir". Diálogo entre Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo
Unos whatsapp con Elvira Lindo: Quiero ir a mi puta bola, ser libre sin miedo, Nuria Labari [Uppers, 13 de diciembre de 2019]
Las del 27, Elvira Lindo [El País, 7 de octubre de 2015]
Esto también importa, Elvira Lindo [El País, 26 de septiembre de 2015]
II Festival de la palabra. "Noches sin dormir". Diálogo entre Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo
Unos whatsapp con Elvira Lindo: Quiero ir a mi puta bola, ser libre sin miedo, Nuria Labari [Uppers, 13 de diciembre de 2019]
No
hay nada que me provoque más asco que un grupo de varones burlándose
de una mujer.
Asco, esa es la palabra. Por eso me he resistido estos días a ver la
escena de los hinchas del equipo holandés en la Plaza Mayor de
Madrid tirando monedas al suelo a unas mendigas rumanas. Finalmente
lo he hecho porque no podía eludirlo para escribir sobre el asunto.
Y sí, es repugnante. Algo
hay en el hooliganismo masculino que enlaza deporte de masas con
ideología basura y que parece ser incontrolable por las fuerzas del
orden.
Por fortuna, hubo unos cuantos valientes que increparon a esta
gentuza, porque valiente hay que ser para reprender a quien está
ciego de alcohol y arropado por el grupo. Lo que no acabo de
comprender, leyendo lo aparecido sobre el suceso, es por
qué la policía apartó a las muchachas de la escena y no a los
tipejos
que la habían provocado. Tanto celo policial destinado a reprimir
expresiones titiriteras y cuánta tolerancia con algo evidentemente
amenazador.
Tengo
la sospecha, puede que pecando de optimista o ingenua, de que estos
comportamientos tan abiertamente racistas y a la luz del día no nos
caracterizan como país,
pero tal vez es que pese sobre mí lo que la cuestión de raza
intervino en la Europa de la II Guerra Mundial. Xenofobia,
racismo, falta de humanidad también intervienen ahora en cómo
Europa está negando la entrada de refugiados.
Pero un artículo no puede tratar solamente de aquello en lo que
tantos coincidimos: la escena fue vergonzosa, cierto, y debiéramos
atrevernos a intervenir casi antes de que se persone la policía.
Hasta ahí todos de acuerdo. Y lo podemos expresar con las mismas
palabras de la alcaldesa Carmena, o con las de Miguel Ángel Rendón,
el profesor gaditano que presenció la escena junto a unos alumnos
que sin duda se habrán llevado a casa una buena lección de hasta
dónde puede ser infame el ser humano. […]
Eso
sucede a diario, a la vista de todos, y estoy segura de que muchos
ciudadanos se preguntan, como yo, cómo
puede darse este negocio de casi esclavitud sin
que ningún control humanitario tome cartas en el asunto. […]
¿Nunca,
nadie, en el Ayuntamiento o en las múltiples organizaciones que tan
meritoriamente trabajan en asuntos de ayuda al inmigrante, se ha
planteado enfrentar esta explotación descarada de gente visiblemente
desamparada? ¿O tal vez tenemos tan interiorizada la figura del
mendigo en la ciudad que ya no cabe preguntarse de qué manera esos
seres remotos han llegado hasta ahí? La
indiferencia es, aunque nos cueste reconocerlo, una forma sutil de
racismo. No agresiva, como la de los hinchas holandeses, pero si de
vergonzante aceptación:
esos seres no tienen que ver con nosotros, no los sentimos como
propios. Son mendigos, lisiados, tienen problemas mentales, pero
además están en nuestro país de manera irregular. Su deformación
nos provoca tanta piedad como aprensión. Pero una vez que pasamos de
largo hacemos por borrar de nuestra mente esta insoportable estampa
medieval.
Los
mendigos enfermos, Elvira Lindo [El País, 19 de marzo de 2016]
¡El ciego de Madame Bovary!
Hay
muchas maneras de hacer que una mujer se calle. Una es la directa,
cállate. Está la muy habitual de no cederle la palabra. O cedérsela
pero no escucharla. La más ruin de todas: ridiculizarla hasta
conseguir que se amedrente. Hay ocasiones en las que para callar a
una mujer se busca la complicidad del marido, “por favor, cállela
usted”.
Se diría que son prácticas anacrónicas, pero no. Basta con
escuchar a Trump: “¿Cómo una mujer (Hillary Clinton) que no ha
sabido satisfacer a su marido va a ser capaz de satisfacer a un
país?”. O esa frase lapidaria del supercuñado de Rita Barberá:
“Si me entero de que mi mujer ha pagado 1.000 euros al PP la corro
a bofetadas”. En esta semana fantástica, alguien me enseñó el
tuit de un conocido periodista que compadecía a mi marido que (como
hombre de cierto músculo moral, decía el tipo) debía de estar
asqueado con algunas de mis piezas periodísticas. Lo escribía de
manera más grosera, a ustedes les evito la vergüenza de comprobar
cuánta bilis cabe en 140 caracteres. Ay,
pobres los maridos de las mujeres que se expresan libremente, lo que
deben de sufrir.
Será
que ando introduciéndome en las prácticas del mindfulness,
que el músculo que he ejercitado más en vida es el de la
resistencia o que cuando alguien ataca de manera tan grosera una se
refugia en las cosas que le gustan, pero el caso es que la zafiedad
no se me contagia. Entre las ocupaciones que contrarrestan los
sinsabores de la furia ambiental están el paseo meditativo y la
lectura, pero no
la lectura como consuelo sino como estímulo.
Estos días ha caído muy a punto en mis manos un libro asombroso, la
biografía compartida de dos mujeres valientes: Victoria
Kent y Louise Crane en Nueva York. Un exilio compartido.
De la Kent
conocemos
la actividad parlamentaria en la República, su papel modernizador de
los centros penitenciarios, pero sobre todo cae
sobre ella la sombra de su oposición al voto femenino en el 31.
De
tal capítulo salió alzada, con toda justicia, Clara Campoamor,
pero borró en gran parte los méritos incontables de la señora
Kent. Es difícil entender desde este presente que su
postura fuera una estrategia política en una España en la que la
iglesia tenía tanto poder sobre las mujeres.
Pero este libro, escrito por la profesora Carmen de la Guardia, hace
hincapié en una faceta más desconocida de la diputada republicana:
su exilio y la relación que mantuvo con una prodigiosa dama
americana, Louise Crane. Louise fue una mecenas neoyorquina que
amadrinó el arte moderno, llevó a músicos negros (entre otros a
Billie Holiday) a los centros de la cultura blanca, favoreció el
encuentro entre intelectuales, donó dinero para la causa de los
refugiados españoles y creó, junto a Kent, la Revista
Ibérica,
una referencia indispensable para la cultura en el exilio. Antes de
compartir la vida con Victoria, la neoyorquina fue pareja de la gran
poeta americana Elizabeth Bishop. Más tarde, todas
formarían un grupo sólido de amigas que se ayudarían literalmente
hasta la muerte, entre ellas estaban Rosa Chacel, Carmen Conde,
Victoria Ocampo, Gabriela Mistral, Soledad Ortega, Carmen de Zulueta
o Consuelo Berges. Cada una tiene una vida digna de ser contada.
La de Kent la escribió Miguel Ángel Villena en su libro, Victoria
Kent. Una pasión republicana.
La pregunta que nos asalta después de leer sobre estas mujeres
cosmopolitas y cultas, que batallaron incansables por la vuelta de
aquella República que les fue arrebatada, es por
qué no se las conoce más a fondo en este presente en el que tanto
se habla de la memoria. Para algunas feministas, Kent ha estado
tachada del catálogo de grandes mujeres por su oposición al voto en
el 31; tampoco le favoreció el ser anticomunista.
Pero la
vida se escribe a través de las decisiones cotidianas y fue Victoria
una mujer libre y moderna, dueña de su destino.
En el libro se habla de amistad no de lesbianismo, esa palabra no
estaba asumida ni por ellas mismas, pero lo que hubo entre Louise y
Victoria fue un fructífero amor. Y a mí me reconforta que, a pesar
de la amargura del exilio, la vida de Victoria fuera alegre, tanto
como lo era el Pichi, aquel chotis en el que se nombraba a esta mujer
que rompió barreras: abogada, diputada, directora general de
prisiones, protectora incansable de los niños españoles durante la
guerra, representante de la República en el exilio, pero también,
cosmopolita, vividora, aventurera, viajera. Antes de comer, doña
Victoria tenía por costumbre tomarse un whisky con su amiga Louise.
Y es que el
extranjero le sentó muy bien. Y qué bien nos hubiera venido a
nosotras que mujeres como ella no hubieran tenido que exiliarse.
Anda
y que te ondulen, Elvira Lindo [El País, 20 de febrero de 2016]
Faltaba
él, el presidente. Pero no es necesario dedicarle muchas líneas al
asunto, abundan los análisis sobre el atril vacío. Tenemos
un presidente al que le disgustan los debates. Bravo.
Pero no solo faltaba él. Faltábamos
nosotras, las mujeres, esa mitad más uno de la población que sigue
siendo tratada como si fuera una minoría a la que de vez en cuando
hay que ceder la palabra.
Hubo una pregunta referida a nuestra inmensa minoría: “¿de qué
manera actuarán ustedes, si llegan al poder, para que los
sueldos de las mujeres
se igualen a los de los hombres?” Esa
pregunta y la violencia doméstica fueron nuestros minutitos de
gloria. Pero a ninguno de los candidatos se le pasó por la cabeza
apuntar que aquel era un debate clamorosamente masculino.
Digo yo, que tan igualitarios como son, tan preocupados como se
muestran por dar voz a quienes no la tienen, podrían reflexionar por
qué la foto siempre es del mismo género, aunque los experimentos
capilares estén cambiando. Tal
vez piensen, de manera inconfesable, que están ahí por ser los
mejores. Puede que sus madres contribuyeran a esa idea, ay. Pero yo
les animo a que reconsideren esa creencia y se enfrenten a la verdad,
por dolorosa que esta sea: su condición masculina les allana el
camino.
Tampoco estaría de más que el batallón de analistas reflexionara
acerca de la avasalladora presencia de varones que pontifica sobre la
campaña. A todos ellos, quiero transmitirles mi más sincera
enhorabuena. La
vida sigue igual: ellos a pensar lo denso; nosotras, a dar el toque
simpático.
Faltaban
ellas, Elvira Lindo [El País, 2 de diciembre de 2015]
Lo
que en los años ochenta, década que quedó solemnemente inaugurada
con el estreno de la película Pepi,
Luci, Bom y otras chicas del montón,
vino a significar ser una chica Almodóvar no es algo que pueda
explicarse en un artículo, más bien merecería un ensayo que podría
escribir en primera persona cualquiera de aquellas jóvenes que, de
pronto, vieron en las mujeres almodovarianas un ejemplo a seguir. La
palabra “ejemplo” es, sin duda, chocante porque si
por algo nos seducían los personajes que encarnaban las actrices de
Pedro Almodóvar era por representar el antiejemplo de la buena
chica.
Cada una de ellas ajustaba
su credo a las necesidades más
perentorias y justificaba sus actos, cualesquiera que fuesen, desde
amar al hombre que la rapta a matar al marido, por obedecer
las reglas de la pasión y no de la sensatez.
Las
chicas Almodóvar no
eran sensatas,
su hábitat natural era el urbano; la calle y los bares, su hogar.
Habían dejado atrás la estética progre para abrazar un estilo
punky,
pop o retro, todo menos quedarse ancladas en el uniforme de la
chica concienciada de los años setenta.
Las chicas Almodóvar llenaron de colores el cine español. Ellas no
eran especialmente guapas, ni distinguidas, ni elegantes. Su sello
era la
originalidad, la libertad extrema, la sinceridad, la falta de
prejuicios.
Las chicas Almodóvar eran temerarias,
apasionadas, tozudas, irreflexivas, algo salvajes.
Su atractivo residía en la
libertad de acción y de pensamiento.
Antes de Almodóvar, ningún otro director se había ocupado con
tanto empecinamiento de que sus personajes femeninos fueran libres de
manera tan radical. ¿Cómo no desear ser una heroína como las
suyas? Su estilo fue contagioso aunque las chicas de la calle no
fuéramos muy conscientes de ello.
Miro
las fotografías de aquella época, de los ochenta, de la chica de la
radio que yo era, y ahora percibo claramente el influjo que sobre mí,
sobre mis compañeras de redacción, ejerció la impronta
almodovariana. Pero no se trataba sólo de una renovación estética,
también al hablar imitábamos el
tono entre ingenuo y descarado
de los personajes, su
arrojo, un habla callejera trufada con las expresiones rurales que
habíamos escuchado a las abuelas
y que aún no habíamos perdido del todo. Las chicas Almodóvar
rompieron tabúes que en los ambientes de compromiso antifranquista
no habían entrado en consideración. Eran dueñas
de su cuerpo aunque propensas a sufrir al límite por males de amor.
Ser
chica Almodóvar no era un privilegio exclusivo de las actrices que
aparecían en sus películas. La ficción había calado de tal manera
en la realidad que las calles de las ciudades españolas se llenaron
de chicas que trataban de emular con su misma vida a esos personajes
que tan intensamente experimentaban el
amor, el desamor, el desamparo o la solidaridad entre mujeres.
Está claro que el director manchego no tenía por qué hacerse
responsable de los modelos de mujer que él había creado, y sé que
en alguna ocasión se mostró sorprendido o espantado al ver cómo se
relacionaba a sus chicas, en las que él medía con mimo el nivel de
absurdo o disparate, con cualquier tipa estrambótica que nada tenía
que ver con el espíritu en el fondo angelical de sus creaciones.
Pero el
artista no puede ser el guardián de su influjo,
sobre todo, cuando algo que inventa entra a formar parte de la
cultura popular y es modificado y utilizado como al público le viene
en gana.
Las
mujeres de Pedro Almodóvar fueron cambiando con el curso de los
años, se
aguaparon, se sofisticaron,
pero aun así siguieron preservando algunos aspectos que siempre las
definirán: coraje,
sinceridad, ingenuidad y astucia
a partes iguales. Por las manos del realizador han pasado algunas de
las mejores intérpretes españolas y, también hay que recordarlo,
el director ha sido un maestro en la elección de cómicas geniales
para los papeles secundarios, que suelen estar más ligados a la
realidad y, por tanto, aquellos de los que el espectador repite
expresiones hasta convertirlas en moneda común.
Debiera
sentirse el director orgulloso por haber inspirado un cambio social
desde sus películas. A
las chicas que queríamos ser libres y modernas nos ofreció una
plantilla que aún seguimos con tozudez: tiernas y libres,
apasionadas y propensas al disparate.
Chicas Almodóvar.
Gracias,
Pedro, por la parte que te toca en la conquista de nuestra libertad.
Ser
chica Almodóvar, Elvira Lindo [El País, 31 de octubre de 2015]
¿Y no es más bien el caso contrario: que el influjo de las chicas modernas de la calle y de la radio, como por ejemplo, la propia Elvira Lindo le sirvieran a Almodóvar de inspiración para crear sus personajes? Él tuvo el acierto de recogerlo y potenciarlo, pero ese modelo de chica ya existía. Me parece muy generosa en este caso concreto.
Quitarse
el sombrero, en 1927,
era una actividad de riesgo. Lo hicieron en plena Puerta del Sol tres
jóvenes valientes, Margarita
Manso, Concha Méndez y Maruja Mallo, musa, poeta y pintora,
secundadas por dos compañeros de radicalismos artísticos y
correrías madrileñas, Lorca y Dalí. Las tres convirtieron aquel
gesto en una performance
de la que salieron a pedradas. Ya quisiera Marina Abramovic cosechar
tal éxito. El documental de Serrana Torres y Tània Balló, Las
Sinsombrero,
se estrena el viernes en La 2 y no estaría de más que lo vieran.
Trata
sobre mujeres que habiendo pertenecido por actitud y obra a la
generación del 27 han sido casi marginadas de los estudios
dedicados a aquel grupo de jóvenes brillantes. No ha consistido sólo
en el ninguneo
de los académicos,
tampoco sus compañeros
de generación,
que tantas experiencias vivieron con ellas, tienen a bien recordarlas
en sus memorias. Están Rosa Chacel, María Teresa León, Maruja
Mallo, Concha Méndez, María Zambrano, Ernestina de Champourcin,
Josefina de la Torre y una vibrante Marga Gil Roësset, que con su
suicidio truncó una prometedora carrera.
Poco
estudiadas y poco recordadas, estas mujeres que se quitaron el
sombrero irrumpieron
en un mundo hecho a la medida de los hombres.
La conclusión a la que intuyo nos conduce sutilmente el documental
es que todavía
hoy una mujer se ve obligada en demasiadas ocasiones a quitarse el
sombrero para ser alguien susceptible
de ser recordado no como mero adorno del simpático anecdotario de
una época.
Dejar
de ser la cuota o paternalmente definidas como sabiondas avispillas,
qué difícil parece.
Las
del 27, Elvira Lindo [El País, 7 de octubre de 2015]
La
intimidad de las mujeres sigue siendo un misterio.
Lo apuntaba la semana pasada, cuando escribía sobre la
desconocida sexualidad de las mujeres mayores de sesenta años.
Lástima que los artículos no traten de lo que su autora pretende
sino de lo que el lector prefiere, porque resultó que el affaire
del Nobel peruano con una socialité
ensombreció el resto de mis consideraciones y, en nuestra empecinada
tendencia (marca España) a convertirlo todo en un plebiscito, unos
se mostraron a favor y otros en contra de dicha relación. Pero lo
que yo pretendía, sin conseguirlo, era reflexionar
sobre los malentendidos que siempre rondan el asunto de la sexualidad
femenina: si la mujer es mayor, madura o anciana, porque se le
sobreentiende jubilada del juego amoroso, y si la mujer es muy joven,
en esta época en la que debería contar con más armas para tener
relaciones satisfactorias, evitar embarazos indeseados o infecciones
que pongan su salud en riesgo, resulta que un
porcentaje alarmante de chicas mantiene relaciones de cualquier
manera
y no sabe o no puede o no quiere pedir ayuda en sus primeros pasos.
En
este asunto, las mujeres con experiencia o con experiencias
deberíamos romper un tabú al que seguimos contribuyendo. Sobre
todo, las que fuimos adolescentes en los setenta y jóvenes
en los ochenta, aquellas que rompimos con el protocolo de iniciación
habitual en la generación de nuestras madres, que aún valoraban la
llegada al matrimonio con el himen intacto,
ese himen que ahora algunas descerebradas pagan porque les sea
reconstruido. Deberíamos contar por qué si las chicas liberadas
(como se decía entonces) quisimos romper con el mito de la
virginidad y buscamos por nuestra cuenta información, fuimos al
ginecólogo en secreto, elegimos método anticonceptivo y tratamos de
no quedarnos embarazadas, aunque la sombra del aborto estuviera muy
presente en aquella juventud, por
qué, pregunto, no hemos contribuido luego a que se avanzara más en
este aspecto; por qué en estos tiempos en los que se habla de sexo
tan burdamente en la televisión, convirtiendo la intimidad en algo
impúdico,
y tantos personajillos se empeñan en contarnos sus hazañas
sexuales, por qué sigue habiendo un porcentaje considerable de
adolescentes que ignoran casi todo lo que deberían saber antes de
enrollarse con un tío. Hablo en femenino no porque sean ellas las
únicas que deben informarse, en absoluto, pero es obvio que las
consecuencias no deseadas suelen caer sobre sus hombros y también es
habitual
que las chicas renuncien a parte de su disfrute a favor del de su
compañero de juegos.
Aunque el aspecto dedicado al placer en sí no haya sido el objetivo
del estudio de Bayer que ha analizado el conocimiento que nuestras
jóvenes poseen de los métodos anticonceptivos, no
existe verdadera educación sexual si no se contempla la esencia de
encontrarse íntimamente con alguien: disfrutar, o mejor aún,
disfrutar mucho.
No
estaría de más que quienes ya podemos mirar atrás con ironía y
habiéndonos perdonado todos los errores cometidos contáramos cómo
fue nuestro inicio, dónde, a qué edad, quién nos había facilitado
alguna información y si supimos algo a través de nuestros padres.
Mi padre fue pedagogo por un día y me contó algo sobre la abeja
reina y los zánganos. Todavía lo estoy asimilando. En realidad yo
sabía de sobra a qué se estaba refiriendo y me sentí abochornada,
casi tan incómoda como cuando fui al cine con él a ver Novecento
y nos vimos en el trago de contemplar juntos la escena en la que una
prostituta hace una doble paja a Robert De Niro y Gérard Depardieu.
Nuestra
educación sexual fue inexistente, pero el deseo de dar un salto
generacional y romper con la tradición que sometía a nuestras
madres hizo que algunas chicas investigáramos la manera de ser
libres.
El
futuro no siempre trae progreso; si la educación no funciona
condenamos a las chicas a retroceder. Se puede ser de apariencia tan
atractiva y rompedora como Amy Winehouse, admirar su talento y
descubrir luego que en las letras que ella misma compuso hay una
entrega ciega a la voluntad masculina, a la satisfacción de los
deseos del hombre, a una infravaloración voluntaria y orgullosa, que
nos retrotrae a los tiempos de una Billie Holiday a la que
destrozaron el racismo y las drogas, pero también los hombres que
amó, y que actuaron más como chulos que como compañeros.
Es probable que la educación sexual sea una de las materias más
difíciles de enseñar, pero tampoco
se puede abandonar todo a la experiencia,
porque no podemos permitirnos que las chicas sigan creyendo en la
marcha atrás, en que no se pueden quedar embarazadas si tienen la
regla, en que no hay más que dos métodos anticonceptivos, o en que
lo fundamental es hacer que su chico se corra. Porque luego está esa
imagen de la chica sola, desolada, que no sabe cómo salir del lío
en el que se ha metido.
Esto
también importa, Elvira Lindo [El País, 26 de septiembre de 2015]
Todos
tenemos un pasado. Y todas. Cuando llegó la democracia a España la
gente tenía un pasado tremendo. Lo tenía Fraga, pero también
Carrillo. Lo tenía tu padre y también el mío. Las
mujeres contaban con un pasado más doméstico, pero desde la
retaguardia también tuvieron lo suyo. La democracia permitió una
reinvención urgente,
y hubo quien habiendo sido medio-franquista o franquista-entero
saboreó de pronto la posibilidad de votar al partido socialista,
incluso al comunista. Siempre he sido de la opinión de que hay que
tener mucho cuidado
con exigir certificados de buena conducta,
porque a la mínima te pillan en un renuncio. Hasta hay quien ha
mostrado como mérito propio el pasado del abuelo heroico, como si la
heroicidad se llevara en la sangre. Muchos
de nuestros padres,
que fueron los pobres niños en la guerra y se les fue la vida
trabajando en el país franquista, arrastraban
un pasado de forzosa conformidad. Nosotros, los que para suerte o
desgracia fuimos jóvenes ochenteros y vivimos la década
intensamente, contamos con algún momento de estupidez o de absoluta
irresponsabilidad,
que sólo con sentido del humor se asume. Pero hay hoy un
neo-puritanismo transversal que unas veces abandera la izquierda y
otras la derecha destinado a exigir el certificado de buena conducta
hasta a los jóvenes que hoy se incorporan a la política. Lo veía
venir. Lo
veía venir desde que la nueva generación de políticos comenzó a
autodefinirse como referente moral. Y no hay nada más aburrido en la
vida que ser un referente. Y más peligroso,
porque el adversario, furioso, va a hacer lo posible por afearte la
conducta. Yo, por si acaso, estoy reuniendo en una carpeta diversos
documentos que harán las delicias de propios y extraños: mi
recordatorio de la primera comunión, las notas del colegio, la de
selectividad, el último certificado de penales, donaciones varias a
ONG, el libro de familia, la declaración de hacienda y todos estos
documentos que me describen, para mi sorpresa, como una dama
intachable. Si no fuera por mi vida, maldita sea, me podría dedicar
a la política. Pero he cantado cuplés verdes y he escrito comedia a
cuenta de mí misma. Una vergüenza.
Parece
ser que lo que ahora se estila es haber tenido una vidita sin
sobresaltos. Y es en ese recuento en lo que políticos y periodistas
andamos ocupados. Los políticos hacen oposición hablando de las
tetas y pises de las nuevas mujeres de la política, y los
periodistas escribiendo artículos sobre qué es el posporno. De
verdad, no puedo con tanto. Como
de costumbre, nos acabamos dedicando a lo accesorio y lo fundamental
se nos escapa vivo. Se busca la foto o el episodio que mejor nos
sirva para ridiculizar a una persona
y nos dedicamos a rechupetearlo durante días como si fuera un muslo
de conejo en la paella. ¿Que hay que reproducir hasta el tedio la
imagen de la nueva responsable de prensa del Ayuntamiento de
Barcelona meando en la calle? ¡Vamos allá! Juas, juas. Todo con el
fin de que parezca que esta señora se ha pasado la vida orinando en
la calle. A dicha imagen se le añade un estudio sesudo sobre los
fundamentos del posporno o bien se
dedican a la protagonista esos adjetivos groseros que la carcunda,
siempre de la opinión de que todas tiramos a putas menos sus madres
y sus hermanas (de ellos), tiene reservado para las mujeres díscolas.
Tanta
energía perdemos en el pasado de personas que aún no han tenido
casi tiempo de haberlo tenido que no
llegamos a saber qué es lo que de verdad están haciendo esos nuevos
representantes de la política municipal de los que nada se sabe
salvo cuatro anécdotas
más o menos afortunadas que no definen su valía. Este es el nuevo
circo, hemos presenciado los primeros números pero esto tiene trazas
de no parar. Andamos desempolvando las vidas digitales, las
callejeras, las performances que protagonizaron, analizando el medio
de transporte que toman, los metros cuadrados del piso en el que
viven, los bares que frecuentan, lo que se gastan en ropa o en
restaurantes. Y no se puede decir que haya un culpable de este
ambiente irrespirable. Este
es el resultado de entender que los principios se llevan en un
peinado, en la corbata o en una camiseta, en compartir piso para
parecer más humilde, en querer ser más pueblo que nadie, en fiarlo
todo a las apariencias.
Lo
que una desea es que
se pongan a hacer cosas ya, cosas reales, que se puedan criticar o
celebrar.
Creo que nuestra vida no ha cambiado radicalmente tras haber sido
informados de lo que es el posporno. Nada de eso importa. Ni tan
siquiera que se bajen el sueldo. Lo único que deberíamos pedir es
que hagan lo posible por ganárselo. Y que se note el cambio de una
(puñetera) vez.
Mujeres
díscolas, Elvira Lindo [El País, 4 de julio de 2015]
En uno de los capítulos finales de Madame Bovary dice el farmacéutico Homais dirigiéndose al doctor Larivière:
Pero de repente, recobrándose: He querido, doctor, intentar un análisis, y en primer lugar he metido delicadamente en su tubo... Mejor habría sido dijo el cirujano meterle los dedos en la garganta.
But suddenly controlling himself "I wished, doctor, to make an analysis, and primo I delicately introduced a tube-""You would have done better," said the physician, "to introduce your fingers into her throat."

Cuando leí Lo que me queda por vivir, pensé que había llegado a esta novela un poco tarde. Ahora he comprendido que actuó sobre mí como el vomitivo que me ayudó a expulsar todo el arsénico que me estaba envenenando.
Tibur
On ♔
@tibur00000
20
jun.
Qué
grande, Elvira
Lindo!
Real como la vida misma
Carmen
G de la Cueva
@CarmenG_Cueva
28
may.
Querida
Elvira,
tus columnas no deberían ir en la sección "estilo"| Cine
para adultos;por Elvira
Lindo
http://elpais.com/elpais/2016/05/26/estilo/1464281402_070452.html?id_externo_rsoc=TW_CC …
vía
Hafir
MM @hafimel
11
jun. Melilla,
Spain
Que
Elvira
Lindo
sea TT significa que ella tiene mucha razón porque parece que las
buenas maneras son una excepción en esta sociedad.
Lourdes
LòpezBermejo
@lourdesbibisla
11
jun.
Hoy
Elvira
Lindo
es TT por escribir una columna en
Julia
Greyjoy
@LadyBrizna
10
jun.
Por
fin llegó el momento. Por fin soy esa profesora de Lengua que
selecciona artículos de Elvira
Lindo
para comentar en clase.
Álvaro
Lario
@AlvaroLario
29
may. Madrid,
Comunidad de Madrid
Esto
tan atemporal lo escribió
Xosé
Cuns Traba
@xosecuns
28
may. Valladolid,
Spain
Xosé Cuns
Traba Retwitteó Elvira LindoQue maravilla cuando lees las mismas sensaciones que tuve al ver Hannah Arendnt. Gracias
Portadores
de sueños
@Portadoresuenos
25
may.
Alegría
por el premio PrincesadeAsturias a Mary Beard. El artículo que
escribió
J.
A. Serrano Segura
@j_a_serrano
19
may.
Escucho
a Elvira
Lindo
en
Sofía
Ramos González
@RGSofia_
15
may.
Creo
que este es uno de mis artículos favoritos de
LauraFreixas
@LauraFreixas
14
may. Madrid,
Spain
Comparto:
"Me gustaría q desapareciera ese estilo del escritor chulo y
pendenciero como Cela" (
8
retweets 11 me gusta
Daniel
Pérez Massó
@perezmasso
13
may.
En
'Noches sin dormir' me he encontrado a la Elvira
Lindo
más personal y cercana. Lo cogí vacilando, ¡pero este diario me ha
encantado!
Meritxell
Soria
@meritxellsoria
10
may.
Aunque
suene mal, me alegro del insomnio
Revista
de Libros
@Revistadelibros
9
may.
"«Noches
sin dormir», de
Libros
al aula
@Librosalaula
6
may.
Elvira
Lindo
http://elpais.com/elpais/2016/05/05/estilo/1462467626_600559.html?id_externo_rsoc=TW_CC …
vía
Edurne
Arizti
@EdurneArizti
4
may.
JUAN
VICENTE
@jvgo67
3
may. Madrid,
Spain
Elvira
Lindo:
Premio al periodista cuya obra ha destacado por su defensa de los
valores humanos.… https://www.instagram.com/p/BE9keApsd19/Elvira Lindo recibe el premio a la obra que ha destacado por su defensa a los derechos humanos que otorga el CIP
les
zebres surten
@leszebressurten
2
may.
Elvira
Lindo
nos hace su particular DECÁLOGO para motivar a los niños a coger un
libro.
http://lascebrassalen.com/decalogo-para-un-nino-lector-por-elvira/ …
María
Fdez-Miranda
@mfdezmiranda
1
may.
María
Fdez-Miranda Retwitteó EL PAÍSLa columna de
Emilio
Ruiz Mateo
@EmilioRuizMateo
1
may.
(Esto
de ser madre) "conviene vivirlo sin darle demasiada
importancia". La sensatez de
Marisa
Fernández
@mlfernanmar
30
abr.
Brava
Elvira
Lindo:
Una madre poco ejemplar; Yo soy una de ellas. No hace falta criar sin
despegarse.
http://elpais.com/elpais/2016/04/28/estilo/1461864311_902661.html?id_externo_rsoc=TW_CC …
vía
Enric
Sánchez @enricsanchez
22
abr.
Buenos
días! El libro que acabo de recomendar en
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