Memoria del mal, Jorge Semprún [Isegoría Revista de Filosofía Moral y Política, enero-junio 2011]
Informe Buchenwald: el testimonio de los supervivientes, Editor David A. Hackett, 1995
De los caníbales, Ensayos, Michel de Montaigne
De Heidegger no me habló nadie, ni en las letrinas de Buchenwald ni en el barracón 56. De Heidegger me habló, todavía en Buchenwald, muy poco después en el año 1945, un teniente del Ejército americano. Era un teniente de los Servicios de Inteligencia del Ejército, y aunque uno no quiere decir espionaje, en estos casos, sí se siente la propaganda y el trabajo con la población alemana. Yo lo conocí cuando organizó la visita, unos muy pocos días después de la liberación del campo, o sea tal vez el 15 ó 16 de abril de 1945.
Este teniente organizó la visita de Buchenwald para la población civil de Weimar, población civil quiere decir: mujeres, adolescentes, viejos, ningún hombre de edad militar estaba presente, la guerra todavía no había terminado, faltaba poco para el armisticio del 8 de mayo. Él es el que maneja la visita y el que va mostrando a las mujeres y a los jóvenes y a los niños de Weimar lo que es Buchenwald, y esa visita (en la que me impresionó la claridad y nitidez del discurso en un alemán perfecto del teniente americano) termina en el crematorio de Buchenwald, donde ya no funciona el crematorio, no ha vuelto a funcionar; tampoco durante la época del campo staliniano funcionó el crematorio, era un símbolo demasiado fuerte para que se pusiera en marcha de nuevo el crematorio. Los muertos de ese campo se enterraron en fosas comunes, de las que hablé hace un rato. Y en el crematorio, de repente ante los montones de cadáveres que no habían sido todavía incinerados, dos o tres mujeres entraron a llorar y a gritar y a decir: ¡No sabíamos, no somos culpables, no nos hemos enterado! Y entonces el teniente americano, muy tranquilamente, muy lentamente, muy pedagógicamente, explicó que no lo sabían, sin duda, porque no habían querido saber, no habían visto porque no querían ver. ¿Los trenes? ¿No los han visto los trenes que llegaban de Buchenwald y que cruzaban la estación de Weimar? ¿No han visto a los obreros, a los deportados trabajar en las fábricas alemanas de armamentos? No querían ver, Uds. no son subjetivamente culpables, pero son responsables de todo esto.
Me llamó mucho la atención; luego lo conocí. Porque este teniente del cual ya he hablado alguna vez, y al que he puesto el nombre de Rosenfeld en mi libro, no es el nombre auténtico, su nombre auténtico es Albert G. Rosenberg, y le puse el nombre de Rosenfeld, porque no sabía si había sobrevivido y tampoco sabía si yo me acordaba bien de todo lo que me había dicho o sugerido de su huida en su juventud; me dijo que era alemán, judío-alemán que había emigrado a EE.UU., que volvía como ciudadano americano con el ejército americano, pero no sabía si había entendido bien del todo, y para protegerle de errores de memoria, le llamé Rosenfeld, pensando que si leía el libro, todavía vivo él, comprendería que era una forma amistosa de proteger y de excusar mis errores posibles, pero cuando el libro La escritura o la vida fue traducido al inglés en América, recibí la carta de una lectora que me dijo: «Yo, naturalmente he pensado que Rosenfeld es Rosenberg. Rosenberg estaba encargado por los servicios de inteligencia del ejército americano de hacer un informe sobre Buchenwald y —me dice— le mando el informe que se ha publicado sólo en 1999, Report on Buchenwald».
Memoria del mal, Jorge Semprún [Isegoría Revista de Filosofía Moral y Política, enero-junio 2011]
El Informe Buchenwald: Informe sobre el campo de concentración de Buchenwald cerca de Weimar
por David A. Hackett (Editor)
Cuando el campo de concentración de Buchenwald fue liberado por unidades del 3er Ejército de los Estados Unidos el 11 de abril de 1945, un equipo de inteligencia encabezado por el oficial judío Albert G. Rosenberg estaba bajo su dirección. Su tarea consistía en reunir información sobre la historia de Buchenwald y las condiciones en el campo. Con el fin de apoyar a este equipo en su trabajo, los prisioneros liberados crearon un comité para elaborar un informe de 125 páginas sobre el campo de concentración en sólo cuatro semanas. El austríaco Eugen Kogon estaba a cargo. Al mismo tiempo, unos 120 prisioneros documentaron sus experiencias en el campo. Sus declaraciones se reflejan en 168 textos individuales, en los que se registran prácticamente todos los aspectos de la vida y la muerte en los campos. Ambos cuerpos de texto, el informe y los testimonios, ofrecen una visión sin precedentes de todo el microcosmos del mundo de los campos, sus estructuras, sus mecanismos, su "vida cotidiana" y su perfecta inhumanidad que abarca todos los ámbitos de la vida. Escritos inmediatamente después de la liberación, aún bajo la aguda impresión de lo vivido, estos reportajes transmiten una visión interior de un mundo de horror que lleva al lector a los límites de la imaginación. En la literatura sobre la historia del Holocausto, este libro de los prisioneros de Buchenwald puede reclamar un lugar especial.
El Informe Buchenwald: Informe sobre el campo de concentración de Buchenwald cerca de Weimar
por David A. Hackett (Editor)
Cuando el campo de concentración de Buchenwald fue liberado por unidades del 3er Ejército de los Estados Unidos el 11 de abril de 1945, un equipo de inteligencia encabezado por el oficial judío Albert G. Rosenberg estaba bajo su dirección. Su tarea consistía en reunir información sobre la historia de Buchenwald y las condiciones en el campo. Con el fin de apoyar a este equipo en su trabajo, los prisioneros liberados crearon un comité para elaborar un informe de 125 páginas sobre el campo de concentración en sólo cuatro semanas. El austríaco Eugen Kogon estaba a cargo. Al mismo tiempo, unos 120 prisioneros documentaron sus experiencias en el campo. Sus declaraciones se reflejan en 168 textos individuales, en los que se registran prácticamente todos los aspectos de la vida y la muerte en los campos. Ambos cuerpos de texto, el informe y los testimonios, ofrecen una visión sin precedentes de todo el microcosmos del mundo de los campos, sus estructuras, sus mecanismos, su "vida cotidiana" y su perfecta inhumanidad que abarca todos los ámbitos de la vida. Escritos inmediatamente después de la liberación, aún bajo la aguda impresión de lo vivido, estos reportajes transmiten una visión interior de un mundo de horror que lleva al lector a los límites de la imaginación. En la literatura sobre la historia del Holocausto, este libro de los prisioneros de Buchenwald puede reclamar un lugar especial.
De los caníbales, Ensayos, Michel de Montaigne
Esto prueba que es bueno guardarse de abrazar las opiniones comunes, que hay que juzgar por el camino de la razón y no por la voz general. [...] Yo quisiera que cada cual escribiese sobre aquello que conoce bien, no precisamente en materia de viajes, sino en toda suerte de cosas [...] Volviendo a mi asunto, creo que nada hay de bárbaro ni de salvaje en esas naciones, según lo que se me ha referido; lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres. Como no tenemos otro punto de mira para distinguir la verdad y la razón que el ejemplo e idea de las opiniones y usos del país en que vivimos, a nuestro dictamen en él tienen su asiento la perfecta religión, el gobierno más cumplido, el más irreprochable uso de todas las cosas. Así son salvajes esos pueblos como los frutos a que aplicamos igual nombre por germinar y desarrollarse espontáneamente; en verdad creo yo que mas bien debiéramos nombrar así a los que por medio de nuestro artificio hemos modificado y apartado del orden a que pertenecían; en los primeros se guardan vigorosas y vivas las propiedades y virtudes naturales, que son las verdaderas y útiles, las cuales hemos bastardeado en los segundos para acomodarlos al placer de nuestro gusto corrompido; [...] Esas naciones me parecen, pues, solamente bárbaras, en el sentido de que en ellas ha dominado escasamente la huella del espíritu humano, y porque permanecen todavía en los confines de su ingenuidad primitiva. Las leyes naturales dirigen su existencia muy poco bastardeadas por las nuestras, de tal suerte que, a veces, lamento que no hayan tenido noticia de tales pueblos, los hombres que hubieran podido juzgarlos mejor que nosotros. [...] No dejo de reconocer la barbarie y el horror que supone el comerse al enemigo, mas sí me sorprende que comprendamos y veamos sus faltas y seamos ciegos para reconocer las nuestras. Creo que es más bárbaro comerse a un hombre vivo que comérselo muerto; desgarrar por medio de suplicios y tormentos un cuerpo todavía lleno de vida, asarlo lentamente, y echarlo luego a los perros o a los cerdos; esto, no sólo lo hemos leído, sino que lo hemos visto recientemente, y no es que se tratara de antiguos enemigos, sino de vecinos y conciudadanos, con la agravante circunstancia de que para la comisión de tal horror sirvieron de pretexto la piedad y la religión. Esto es más bárbaro que asar el cuerpo de un hombre y comérselo, después de muerto.
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