Heart of darkness
La chica hablaba, aliviando así su dolor, con la certeza de que contaba con mi compasión; hablaba como beben los sedientos. Yo había oído decir que su familia se había opuesto a su compromiso con Kurtz. No era lo bastante rico o algo así. Y la verdad es que no sé si no había sido un pobre indigente toda su vida. Él me había dado algunos motivos para pensar que había sido la impaciencia provocada por su relativa pobreza lo que le había impulsado a ir allí.
El corazón en las
tinieblas, Joseph Conrad
Pero
Marlow no era un típico hombre de mar (si se exceptúa su afición a relatar
historias), y para él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez
sino afuera, envolviendo la anécdota de la misma manera que el resplandor
circunda la luz, a semejanza de uno de esos halos neblinosos que a veces se
hacen visibles por la iluminación espectral de la claridad de la luna. […]
—
No quiero aburriros demasiado con lo que me ocurrió personalmente — comenzó,
mostrando en ese comentario la debilidad de muchos narradores de aventuras que
a menudo parecen ignorar las preferencias de su auditorio — . Sin embargo, para
que podáis comprender el efecto que todo aquello me produjo es necesario que
sepáis como fui a dar allá, que es lo que vi y como tuve que remontar el río
hasta llegar al sitio donde encontré a aquel pobre tipo. Era en el último punto
navegable, la meta de mi expedición. En cierto modo pareció irradiar una
especie de luz sobre todas las cosas y sobre mis pensamientos. Fue algo
bastante sombrío, digno de compasión... nada extraordinario sin embargo... ni
tampoco muy claro. No, no muy claro. Y sin embargo parecía arrojar una especie
de luz.
El
narrador, Marlow
El
corazón de las tinieblas, Joseph Conrad
En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un
consejo que desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza.
“Cuando sientas deseos de criticar a alguien” –fueron sus palabras-“recuerda
que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste”.
No dijo nada más, pero como siempre nos hemos
comunicado excepcionalmente bien, a pesar de ser muy reservados, comprendí que
quería decir mucho más que eso. En consecuencia, soy una persona dada a
reservarme todo juicio.
Me gradué en New Haven en 1915, […] me vine para el
Este definitivamente, o al menos así lo creía, en la primavera del año
veintidós.
La historia de este verano comienza en realidad la
tarde en que fui a cenar adonde los Buchanan. Daisy era prima segunda mía, y a
Tom lo conocí en la universidad.
El narrador, Nicholas
"Nick" Carraway
El gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald
¡Casi cinco años! Debió haber momentos, aún en aquella
tarde, cuando Daisy se quedara corta con relación a sus sueños; no por culpa de
ella, empero, sino por la colosal vitalidad de la ilusión de Gatsby, que la
había superado a ella, que lo había superado todo. Se había dedicado a su
quimera con una pasión creadora, agrandándola todo el tiempo, adornándola con
cada una de las plumas brillantes que pasaban nadando junto a sí. Ninguna
cantidad de fuego o frescura puede ser mayor que aquello que un hombre es capaz
de atesorar en su insondable corazón.
El gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald
Él
mismo me contó todo esto mucho después, pero yo lo puse aquí con la idea de
hacer reventar aquellos primeros rumores locos sobre sus antecedentes, que ni
siquiera se acercaban un poco a la verdad. Además, él me lo contó en un momento
de confusión, cuando yo había llegado al punto de creerlo todo y nada acerca de
él. Entonces saqué ventaja de este pequeño alto -en que Gatsby, por así
decirlo, hacía una pausa para respirar-, para aclarar esta cantidad de
concepciones falsas.
El
gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald
Habló
largo sobre el pasado y colegí que deseaba recuperar algo, alguna imagen de sí
mismo quizás, que se había ido en amar a Daisy. Había llevado una vida
desordenada y confusa desde aquella época, pero si alguna vez pudiera regresar
a un punto de partida y volver a vivirla con lentitud, podría encontrar qué era
la cosa...
...
Una noche de otoño, cinco años atrás, habían estado caminando por la calle
mientras caían las hojas, cuando llegaron a un lugar donde no había árboles y
el andén estaba iluminado de luz de luna. Allí se detuvieron y se miraron cara
a cara. La noche estaba fría ya, llena de aquella misteriosa emoción que se da
dos veces al año, con el cambio de estación. Las inmóviles luces de las casas
susurraban en la oscuridad y las estrellas titilaban agitadas. Por el rabillo
del ojo vio Gatsby que los bloques del andén formaban en realidad una escalera
que llevaba a un lugar secreto entre los árboles; él podría trepar, si lo hacía
solo y una vez allí, podría succionar la savia de la vida, tragar el inefable
néctar del asombro. […]
Fue
aquella noche cuando me contó la extraña historia de su juventud con Dan Cody;
me la contó porque “Jay Gatsby “ se había quebrado, como el cristal, contra la
dura malevolencia de Tom; la larga y secreta extravagancia había sido ejecutada
en público. Creo que él habría reconocido cualquier cosa ahora, sin reservas,
pero quería hablar de Daisy.
Ella
había sido la primera niña“bien” que había conocido. Por varias razones que no
me reveló había llegado a entrar en contacto con personas de su clase, pero
siempre con un indiscernible alambre de puyas en medio. Él la encontraba
deseable y excitante. Al principio iba a su casa con otros oficiales de Camp
Taylor; después, solo. Lo maravillaba; nunca había estado en una casa tan
hermosa. Pero lo que le proporcionaba aquella atmósfera de inefable intensidad
era que Daisy vivía allí; para ella era algo tan normal como para él su carpa
del campamento. Había un misterio maduro en la casa, la insinuación de alcobas
en el piso de arriba, más hermosas y frescas que las demás, de actividades
alegres y radiantes en sus corredores, de romances que no eran mustios y que no
estaban guardados en naftalina, sino frescos y vivos y con olor a brillantes
autos último modelo y a bailes cuyas flores no estaban marchitas aún.
También
lo excitaba el hecho de que muchos hombres la hubieran amado; ello aumentaba su
valor a ojos de Gatsby. Sentía la presencia de Daisy por toda la casa,
penetrando el aire con sombras y ecos de emociones aun vibrantes.
Pero
sabía que estaba en casa de Daisy por un colosal accidente. No obstante lo
glorioso que su futuro como Jay Gatsby pudiera llegar a ser, en el presente era
un joven sin cinco centavos, sin pasado, y sometido a que en cualquier
movimiento la invisible capa de su uniforme cayera de sus hombros. Por eso le
sacó el mayor partido posible al tiempo de que disponía. Tomó lo que pudo,
ávido y sin escrúpulos.
Y
por último, una serena noche de octubre, tomó a Daisy también; la tomó porque
no tenía verdadero derecho a tocar su mano.
Podía
haberse despreciado a sí mismo, porque en realidad la había tomado bajo
pretensiones falsas. No pretendo decir que mintió hablándole de millones imaginarios,
pero le había dado a Daisy, adrede, un sentido de seguridad; la había dejado
creer que provenía de un estrato social semejante al suyo, que era muy capaz de
sostenerla. De hecho, esto no era así; no tenía una familia acomodada que lo
respaldara, y era posible que, al capricho de un gobierno impersonal, reventara
en cualquier parte del mundo.
Pero
no se despreciaba a sí mismo, y las cosas no resultaron como había imaginado.
Es probable que hubiera tenido la intención de tomar lo que podía e irse; pero
encontró de pronto que se había comprometido en la búsqueda de un grial. Sabía
que Daisy era extraordinaria, pero no se había dado cuenta con exactitud de
cuán extraordinaria una “niña bien” podía ser. Ella desaparecía en su casa opulenta,
en su vida opulenta y plena, dejando a Gatsby con las manos vacías. Él se
sentía casado con ella, eso era todo.
Cuando
se encontraron de nuevo, dos días después, era Gatsby quien estaba sin aliento,
quien se sentía, de alguna manera, traicionado. El pórtico de la casa de Daisy
brillaba con el esplendor comprado del brillo de las estrellas; el mimbre de la
silla hacía chasquidos muy a la moda mientras se volvía hacia él y la besaba en
la boca curiosa y fascinante. Tenía un resfriado y esto le ponía la voz más
ronca y más embrujadora que nunca, y Gatsby quedó totalmente anodadado al darse
cuenta de la juventud y el misterio aprisionados entre el dinero y preservados
en él, y de la frescura de un nutrido guardarropas, y de Daisy, resplandeciente
como la plata, a salvo y orgullosa, por encima de las feroces luchas de los
pobres.
-No
soy capaz de describirte cuán sorprendido quedé cuando me di cuenta de que la
amaba, viejo amigo. Un tiempo tuve incluso esperanzas de que ella me echara;
pero no lo hizo; y es que también estaba enamorada de mí. Me creía muy sabio
porque sabía algunas cosas diferentes de las que ella conocía... Ahí estaba yo,
alejándome de mis ambiciones, enamorándome cada día más, y, de pronto, no me
importó. ¿De qué servía hacer cosas grandes si yo podía divertirme más
contándole a ella lo que iba hacer?
El
gran Gatsby, F.S. Fitzgerald.
Yo había estado leyendo El gran Gatsby y me había impresionado la voz narradora, la mirada y la voz de Nick Carraway. Gatsby no era un héroe del que Nick diera testimonio: era un héroe porque Nick lo miraba. Su cualidad legendaria no estaba en él mismo ni en sus actos sino en la perspectiva de otro; su ambigüedad última, el espacio en blanco en el centro de su carácter y en la mayor parte de su biografía, era el resultado de una falta de información. Siendo en gran medida una invención de sí mismo, Jay Gatsby sólo existe plenamente en la mirada de los otros
Como la sombra que se va, Antonio Muñoz Molina
Yo había estado leyendo El gran Gatsby y me había impresionado la voz narradora, la mirada y la voz de Nick Carraway. Gatsby no era un héroe del que Nick diera testimonio: era un héroe porque Nick lo miraba. Su cualidad legendaria no estaba en él mismo ni en sus actos sino en la perspectiva de otro; su ambigüedad última, el espacio en blanco en el centro de su carácter y en la mayor parte de su biografía, era el resultado de una falta de información. Siendo en gran medida una invención de sí mismo, Jay Gatsby sólo existe plenamente en la mirada de los otros
Como la sombra que se va, Antonio Muñoz Molina
Sólo un nombre no existía, y no importaba, el del narrador de la novela [...] Viviría exclusivamente en la medida en que presenciaba y atestiguaba las vidas de los otros. Había surgido del Nick Carraway de Scott Fitzgerald, pero yo no sabía entonces que Nick Carraway había sido inspirado por el Marlow de Joseph Conrad.
Como la sombra que se va, Antonio Muñoz Molina
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