martes, 24 de febrero de 2015

Hijos sin madre



Hasta entonces, como yo no había comprendido, no había visto.



[…]



Ahora lo abstracto se había materializado, el ser al fin comprendido había perdido de pronto su poder de permanecer invisible, y la transmutación de Monsieur de Charlus en una persona nueva era tan completa, que no sólo los contrastes de su cara, de su voz, sino, retrospectivamente, hasta los altibajos de sus relaciones conmigo, todo lo que hasta entonces había parecido incoherente para mi inteligencia, se tornaba ahora inteligible, resultaba evidente, como una frase que, carente de sentido mientras está descompuesta en letras dispuestas al azar, cuando los caracteres se encuentran colocados en el orden debido expresa un pensamiento que ya no podremos olvidar.



[…]

“Pertenecía a la raza de esas personas, menos contradictorias de lo que parecen, cuyo ideal es viril, justamente porque su temperamento es femenino, y que en la vida sólo en apariencia son iguales a los demás hombres: mientras que cada cual lleva inscrita en sus ojos, por los que ve a todas las cosas del universo, una silueta grabada en la faceta de la pupila; para ellos no es la de una ninfa, sino la de un efebo. Se trata de una raza sobre la que pesa una maldición y que debe vivir con la mentira y el perjurio, puesto que su deseo, lo que representa para toda persona la mayor dulzura de la vida, está considerado, como sabe, punible y vergonzoso, inconfesable; que debe renegar de su Dios, ya que, aún siendo cristiana, cuando comparece ante un tribunal como acusada, tiene que defenderse, delante de Cristo y en su nombre, como de una calumnia de lo que es su vida misma; hijos sin madre, a la que se ven obligados a mentir toda su vida e incluso a la hora de cerrarle los ojos; amigos sin amistades, pese a todas las que su encanto, con frecuencia reconocido, inspira y que su corazón, a menudo bueno, sentiría; pero ¿se pueden llamar amistades esas relaciones que tan sólo vegetan gracias a una mentira y de las que el primer impulso de confianza y sinceridad, si sintieran la tentación de abandonarse a ellas, provocaría su rechazo con asco, salvo que se encuentren ante una mentalidad imparcial, o incluso simpática, pero que, extraviada, en ese caso, respecto de ellos por una psicología convencional, derivará del vicio confesado el propio afecto que les resulta más ajeno, así como ciertos jueces suponen y excusan con mayor facilidad el asesinato en los invertidos y la traición entre los judíos por razones resultantes del pecado original y de la fatalidad de la raza? Por último –al menos según la primera teoría que esbocé entonces al respecto, que veremos modificarse más adelante y con arreglo a la cual les habría resultado de lo más enojoso, si esa contradicción no hubiera quedado oculta a sus ojos por obra de la propia ilusión gracias a la cual veían y vivían-, amantes a los que está casi vedada la posibilidad de ese amor cuya esperanza les infunde la fuerza para soportar tantos riesgos y soledades, ya que quedan prendados precisamente de un hombre que nada tiene de mujer, de un hombre que no es un invertido y, por tanto, no puede amarlos, de modo que su deseo permanecería por siempre jamás insaciable, si el dinero no les brindara hombres de verdad y si la imaginación no acabase haciéndolos tomar por hombres de verdad a los invertidos con los que se han prostituido. Sin otro honor que el más precario, sin otra libertad que la provisional hasta el descubrimiento del crimen, sin otra situación que la más inestable, como el poeta celebrado la víspera en todos los salones, aplaudido en todos los teatros de Londres y expulsado, el día siguiente, de todos los pisos alquilados, sin poder encontrar una almohada en la que descansar la cabeza, girando la muela como Sansón y diciendo como él…”


En busca del tiempo perdido IV, Sodoma y Gomorra, Marcel Proust





No es la primera vez que leo este fragmento y, sin embargo, ha sido como si lo comprendiese en todo su alcance por primera vez.  La carga emotiva no se interrumpe desde el último capítulo del tercer volumen. Aún tiene uno en la cabeza la confesión de Swann y ¡ahora esto!. ¡He sentido tanta tristeza!




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