Creo que fue de Baudelaire y de Marcel Proust de quienes empecé aprendiendo a escribir sobre arte, intentando usar las palabras como una lente de aumento para mirar mejor lo que se tiene delante de los ojos, en los cuadros y también en la realidad.
Antonio Muñoz Molina
En los tiempos que corren de crisis, recortes,
ajustes, IVAs disparatados…uno se pregunta: ¿ha renunciado Europa a la cultura
y al humanismo?
Menos que otras partes del mundo, desde luego, porque Europa sigue siendo una excepción, pero sí mucho más de lo que sería justo, y de lo que sería útil, porque la cultura y el humanismo son, aparte de logros del espíritu que pueden hacernos mejores, herramientas de prosperidad sostenible y de convivencia. La cultura y la educación crean puestos de trabajo de calidad y favorecen el desarrollo de talentos que ayudan a la prosperidad de las sociedades.
Como escritor: ¿le ‘inspira’ a usted la música?
De muchas maneras. Me inspira, me acompaña, me desafía, me consuela. Me hace consciente de que hay cosas fundamentales que la música dice sin usar palabras, y esa es una gran lección para quien trabaja con ellas. Me ayuda a buscar el ritmo de la escritura, a concebir la narración como un flujo temporal continuo que genera sus propias formas unas veces y otras sigue formas ya establecidas, o juega con ellas, las tensa, las rompe, las disuelve, como hace Beethoven en sus últimas sonatas para piano.
¿Qué lugar ocupa la música en su vida?
Permanente y capital. Salgo a pasear a mi perrita y llevo música en los auriculares del iPhone. Voy a conciertos sinfónicos y a clubes de jazz, cuando estoy en Nueva York. Exploro músicas que no conozco en Spotify. Leo vidas de músicos. Y me sigue gustando escuchar cedés y vinilos, desde luego. La música es para mí la experiencia artística que más se parece a la de la contemplación maravillada de la naturaleza, que mejor transmite la sensación de lo sagrado, en un sentido no necesariamente religioso de la palabra.
¿Cuáles son sus raíces musicales reales o imaginarias?
Las canciones que me cantaban mi madre y mi abuela materna cuando era niño. La emoción de los villancicos según se acercaba la navidad: aquellos villancicos populares extraordinarios, narrativos, como frescos de Giotto. Luego las canciones de la radio, la gran época de la copla. Y muy pronto la música pop, el deslumbramiento de Los Beatles. La música clásica y el jazz llegaron después, desde luego.
Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Ruth Prieto, [El compositor habla, 31 de enero de 2015]
En ese “inventario” personal que todos tenemos de ruidos, sonidos, músicas y canciones: ¿qué puede decirnos de su paisaje sonoro?
Procuro que mi paisaje sonoro sea lo más próximo al silencio. El ruido me crispa. Me pone muy nervioso la indiferencia española a los ruidos exagerados e innecesarios. Mi paisaje sonoro preferido es quizás el silencio a medianoche en mi barrio de Nueva York, después de una gran nevada.
¿Qué tipo de música le gusta?
Prácticamente toda, salvo el rock comercial y el pop de consumo. Ahora bien, mis músicas favoritas son: el jazz, lo que podemos llamar música clásica, en especial Bach, Beethoven, Mozart, Mahler, y luego la gran música del siglo XX, quizás la que más me llega de todas, desde Schönberg y Bartok hasta gente tan próxima como Benet Casablancas, Mauricio Sotelo, Morton Feldman, el flamenco, la gran canción española -Miguel de Molina, Angelillo, Piquer, y muchas músicas populares, casi de cualquier parte del mundo, con especial atención a las percusiones y las polifonías africanas, y el gamelan indonesio.
¿Qué aporta la música a la educación?
Sentido de la armonía y del ritmo, espiritual y físico al mismo tiempo; atención; limpieza de los ruidos ambientales.
¿A qué suena el silencio?
Depende. Hay silencios opresivos que es preferible no oir. Un buen silencio suena a serenidad misteriosa.
¿Tiene una idea de lo que puede ser la felicidad «musical»?
Un concierto que es más de lo que uno esperaba y que uno se da cuenta, mientras lo oye, de que es irrepetible. El que dio el cuarteto de Wayne Shorter en Madrid el invierno pasado, por ejemplo.
¿Tiene usted “compositor de cabecera”?
Por temporadas. Depende de si he leído una biografía, o de mi estado de ánimo, o un concierto que me ha impresionado y me lleva a buscar más. El Beethoven de las sonatas de piano, las variaciones y los cuartetos de cuerda está siempre conmigo.
¿Qué prefiere: música ‘con ‘palabras o música ‘sin’ palabras?
Las dos.
Podría definir ¿contemporáneo?
Lo que nos habla con una voz que se parece mucho a la nuestra.
¿Le interesa a usted la música contemporánea?
Mucho. Escucho toda la que puedo.
Y hablando de música contemporánea: ¿quiénes son sus favoritos?
¿Elliott Carter y Ligeti son todavía música contemporánea? A Carter llegué a verlo en algunos conciertos en los que se hacían obras suyas. Me gustan mucho Charles Ives, Steve Reich, John Adams, Lou Harrison, Morton Feldman, George Crumb, Jesús Rueda, Sotelo, Casablancas...
Un libro indispensable…
Para mí, como aficionado sin cualificación, la biografía de Beethoven que acaba de publicar Jan Swafford. En otro registro, Straight Life, la autobiografía de Art Pepper.
Una película…
Casi cualquiera de Kubrick. No ha habido mejores bandas sonoras.
Una canción que le arregle un mal día…
So in Love, de Cole Porter.
¿Cuál ha sido su mayor extravagancia?
¿Musical? Una, aunque modesta: comprarle a mi mujer una entrada en la reventa, en el último momento, para un concierto de Joao Gilberto en Carnegie Hall.
¿Perdió algo por el camino?
He perdido a algunas personas queridas. Muchas cosas está bien perderlas. Lo aligeran a uno, le limpian la mesa.
¿Qué diría Antonio Muñoz Molina de Antonio Muñoz Molina?
Me gusta una cosa que dice Swann, el gran personaje de Proust: “J'ai beaucoup aimé la vie et j'ai beaucoup aimé les arts”.
Entrevista a Antonio Muñoz
Molina por Ruth Prieto, [El compositor habla, 31 de enero de 2015]
"Es una parte de mi vida. Un escritor trabaja con su vida, el material básico que uno tiene esta filtrado por la experiencia de la propia vida", explicó AMM.
Aunque aún no tiene planes para alguna nueva novela en el futuro y desconoce el camino que tomará su vida próximamente, sí que tiene claro que se tomará un descanso en su vida profesional: "Me apetece no escribir durante una temporada".
Como al asegurar que“la escritura
se trata de un arte tan ilimitado que nadie que se consagre a él con honestidad
dejará nunca de ser aprendiz”. O cuando habla sobre los profesores de
literatura y el conocido encono entre académicos y creadores: “Algunos académicos preferirían que todos los escritores
estemos muertos para hablar sobre nosotros sin que los contradigamos.” [¿!?]
¿Cómo nació
su vocación literaria? ¿Cuáles fueron sus primeros pasos como escritor?
Yo leía muchísimo. Desde muy pequeño
era un lector omnívoro. A mí me marcó mucho la literatura. Los primeros libros
que me hicieron caer en cuenta que había gente que escribía fueron las novelas de
Julio Verne y Mark Twain; sobre todo Verne. Entonces entendí que los libros más
que tratarse de un buen oficio, se deben a alguien que los escribe. Me gustó la
idea en ese momento de ser algún día escritor. Sin embargo, hay cosas que no
tienen demasiada importancia. La gente cuando se hace escritor empieza a buscar en el pasado orígenes
misteriosos que iban anunciando ya su vocación, pero hay gente
que viviendo las mismas cosas no ha llegado a nada. No hay que hacer demasiada
literatura con eso. Creo que hay propensiones, inclinaciones generalmente
innatas que te empujan a ciertas direcciones. Pero la primera
conciencia que había una cosa llamada literatura o literatura de ficción la tuve leyendo a Borges.
Alguna vez
le preguntaron a Ernest Hemingway algo similar, y él dijo que para ser escritor
había que haber sido infeliz en la niñez, que eso lo catapultó a la literatura.
Bueno, también lo llevó a suicidarse (risas).
Creo que se puede ser escritor de cualquier manera. Hay novelas extraordinarias
escritas por escritores que tuvieron una infancia infeliz, como las hay
producidas por escritores que vivieron una infancia feliz. No hay reglas. Puedo
citar algunos casos: Henry Roth, toda su obra gira en torno a lo horrible que
fue su infancia. Hablando de padres, el de Roth era el sumo de la maldad y este
escritor escribió mucho en torno a él. Después tenemos una infancia como la de
Marcel Proust, que fue bastante feliz. En mi caso, lo fue del mismo modo.
Usted es
parte de una generación de españoles que se formó en los últimos años de la
dictadura de Franco y que vivió también el ingreso a la Unión Europea. Además,
a nivel literario fue muy influenciado por el boom de la novela
latinoamericana. ¿Qué me podría decir sobre esto?
Llegué a la primera juventud justo en
el momento de la transición. Mi
despertar a la conciencia política y cívica se dio al final de la dictadura, lo
que provocó que la maduración de mi propia vida coincidiera con los cambios
sociales del país. Entonces eso me brindó una riqueza
de experiencia que se tornó muy interesante para escribir novelas, porque fue
una época de cambio muy rica en matices y en desarrollo. Y luego la otra
cuestión: la lectura de los
escritores latinoamericanos simplemente me hizo escritor. Por
un número distinto de razones. La primera es porque eran novelas maravillosas,
cuentos maravillosos; los libros de Borges y Bioy Casares… Una novela como Conversación
de la catedral de Vargas Llosa es una obra maravillosa. Además, eso se dio
en un período en que la literatura en España estaba en un callejón sin salida;
que procedía en gran parte de la imitación servil de modelos franceses. Por un
lado había una literatura
realista bastante provinciana, que en algunos casos era muy buena;
pero por otro existía una escuela que decía que la novela estaba muerta. Es
decir, que la novela ya no podía contar historias ni sustentarse en personajes:
la herencia de la
nouveau roman y del experimentalismo extremo.
Sin duda era un callejón sin salida para un joven escritor como yo. Entonces,
de pronto leer a Mario Vargas Llosa, a Jorge Luis Borges o a Juan Rulfo, te
demostraba que la literatura no sólo no estaba en el final sino en el principio
de un camino. Ese elemento maravilloso que hay en el comienzo de Cien años
de soledad, cuando García Márquez escribe que había una época en que las
cosas no tenían nombre y que había que señalarlas con el dedo… Es un momento
comparable al Génesis. Esa generación de escritores nos trajeron la vibración
del mundo exterior.
El escritor detrás de Conversación en la catedral ambicionaba lo mismo que había anhelado Tolstoi o Balzac: contar el mundo en forma de novela. Eso fue asombroso para mí.
Habiendo
nacido y crecido en la época de Franco, ¿en qué ayudó el hecho que varias de
esas novelas describían el mundo de las dictaduras latinoamericanas? ¿Se sintió
identificado?
No necesariamente. Las novelas de
dictadores –que a su vez proceden de Valle Inclán– no son las que más me han
interesado, porque la vida interior de los dictadores no me seduce nada.
Supongamos, una novela como El otoño del patriarca es una profecía:
García Márquez estaba retratando a su amigo Fidel Castro, 30 años después. Me
llamaba la atención la sensación de tener un mundo que contar. A Francia voy
con cierta frecuencia, y ellos siempre te dicen lo mismo: que no tienen muchas
cosas que contar, que no hay nada fuera de los idiomas y la lingüística (algo
que es muy enfermizo). La lección extraordinaria de esos escritores
latinoamericanos fue que se atrevieron a contar. Leer con 20 años La
orgía perpetua de Vargas Llosa me reveló no sólo cosas de la literatura,
sino también cómo ser escritor. Me acuerdo
perfectamente de la emoción que sentí al leer ese libro, y también del
entusiasmo de involucrarme con Onetti y Rulfo, y también por supuesto con Proust,
Faulkner y Cervantes. Pero ciertos escritores hispanoamericanos fueron y son
decisivos.
Una pregunta
técnica, ¿cómo usa los adjetivos en su escritura?
Con los adjetivos hay que tener mucho
cuidado. Tienen que dar
información sustancial, si no, hay que quitarlos. Además, es
importante que la escritura siempre fluya. No puede pararse en lo seudo
poético. Tiene que tener swing. Eso no quiere decir que deba ir más rápido o
más lento. Lo importante es
que la frase te empuje hacia delante. En este punto, aprendí mucho leyendo a
Borges. En su literatura, el adjetivo siempre posee una utilidad y además
tiende a marcar una diferencia con respecto a los sustantivos. Un
adjetivo debe ser inesperado pero a la vez tiene que haber una relación entre
uno y otro. Hay que procurar no regodearse en la propia escritura. En Rulfo
puedes contar los epítetos que hay en una página. Por eso el mejor adjetivo es
el que no se pone.
Y con
respecto al estilo, ¿considera que está sobrevalorado?
Sí, sin duda. Los escritores se regodean
demasiado en su propia escritura. Una novela es igual de económica teniendo 100
páginas que contando con mil. Y puede ser igual de retórica comprendiendo dos
folios que dos mil. No tiene nada que ver una cosa con la otra. Algo que me ha
hecho bien es el contacto permanente con la lengua
inglesa, tan distinta a la retórica de nuestra lengua latina. Eso ha sido útil
para mi trabajo. Por ejemplo, la poesía seca de William Carlos William ha tenido
mucha influencia, especialmente en mis últimos libros.
A su juicio,
¿cuál es el papel que el idioma español ejerce y desempeñará en la sociedad
norteamericana?
Creo que estamos en el umbral de un
salto cualitativo en la presencia del español en Estados Unidos. Ese salto
puede ocurrir o no, pero las posibilidades se advierten con sólo estar un poco
atentos: la aparición de hablantes de lengua española de clase media y con
profesiones liberales; la utilidad del bilingüismo para hijos de parejas de
inmigrantes que habrían perdido el español si no les ofrecieran oportunidades
profesionales. La
existencia todavía pequeña, pero gradualmente mayor, de libros en español en
las grandes librerías; la visibilidad de artistas hispanos
en algunos medios importantes; el éxito de películas habladas en español; la
apuesta por la lengua que hace la cadena PBS, con programas de televisión que
empiezan a tener calidad, y que se dirigen a un público que no es el de las
telenovelas, son algunos de los motivos que veo como claves. ¿Se convertirá la
cultura en español en parte del mainstream anglo, aunque sólo sea en parte? Lo
sabremos en unos pocos años. No soy del todo pesimista. Creo que la presencia del idioma es tan abrumadora que difícilmente se le
puede mantener en posición subordinada por mucho tiempo,
o que pueda perderse del todo en las próximas generaciones.
Usted vive
desde hace muchos años aquí. Es un inmigrante. ¿Se puede hablar del
multiculturalismo en Estados Unidos, de una convivencia armoniosa entre la
cultura latina y la anglosajona? ¿De un empalme entre una y otra?
El multiculturalismo es un término
demasiado vago para significar algo concreto. No creo en el valor de yuxtaponer
culturas aisladas entre sí, sin puntos de contacto. Más
que de multiculturalismo, me gusta hablar del antiguo pluralismo; es decir, el diálogo verdadero no entre grupos
cerrados, sino entre personas, cada una con sus valores y sus intereses.
¿Ha sentido
discriminación alguna vez por ser el español su primera lengua?
Por mi trabajo, que ha sido unas veces
de profesor, otras de representante de mi gobierno, soy consciente de haber
recibido un trato de privilegio, por lo cual mi experiencia no sirve. Pero
también me he puesto nervioso en Inmigración, y he tenido algún percance
desagradable. Nada importante, desde luego. La discriminación siempre es contra los pobres.
París fue
por muchos años una ciudad que tuvo un poder magnético para escritores del
mundo entero. ¿Nueva York tiene ahora el mismo dominio sobre la literatura
hispana?
No puedo hablar en general, sólo de mi
propio caso. Nueva York me ha permitido huir de la vida literaria española,
refrescarme gracias al encuentro con la lengua inglesa, con una vida cultural
muy rica y muy variada. Asimismo me permitió descubrir la enorme variedad del
español de América Latina, que se encuentra resumida en esta
ciudad casi más que en ninguna parte. No hay dos países ni dos latinoamericanos
iguales.
A
sus veintitantos, treinta años, cuando trabajaba como funcionario de cultura en
el Ayuntamiento de Granada (época de su vida que retrata ferozmente en Como la sombra que se va:
casi como una expiación), Antonio Muñoz Molina se daba cuenta de que "era visible de manera intermitente: la gente sólo me veía
cuando le interesaba algo de mi trabajo. Era el hombre invisible intermitente",
cuenta ahora, con retranca, en torno a una mesa a la que invita a todo conocido
que pasa por allí (tan visible
él, ya, de manera continua). Que por eso, entre otras cosas, es tal
institución en Úbeda el hijo del hortelano Francisco y de Antonia: un vecino
cualquiera, se diría uno al verlo venir, con sus andares distraídos. Como un
oficinista que volviera a casa de su madre para comer. Un hombre cualquiera que
hubiera escrito, en sus ratos libres de provincias, El jinete polaco.
Sobre
su última novela y sobre la necesidad de "saber ver" que, a su
juicio, tiene su país, hablamos con él en su pueblo natal, en un enero muy
parecido al que nació, hace ahora 59 años. A escasas horas de su regreso a
Nueva York, donde da clases, y a pocas calles de ese barrio de San Lorenzo en
el que escuchó de niño casi todos los cuentos que luego volvería a contar, a su
manera, en una obra de casi veinte títulos reconocida en 2013 con el Premio
Príncipe de Asturias de las Letras.
En los primeros compases de la
novela late un pensamiento repetitivo, de tensión íntima, por no estar siendo
usted, en aquel momento (con 30 años), quien realmente debía ser, o creía
que debía ser; como pensando siempre
que la vida estaba en otra parte.
¿Padecemos casi todos de eso, más o menos?
Bueno,
querer ser otro
puede ser por razones legítimas, racionales, o por razones un poco delirantes o
tóxicas. Uno puede querer ser otro porque las circunstancias en las que vive
son objetivamente desagradables; pero también puede ocurrir que uno no sepa ver lo que tiene
alrededor. Uno dice: La
vida está en otra parte: ¿necesariamente…? Algo
muy característico de la mentalidad adolescente –que es lo que yo me
autorretrato ahí– es la incapacidad de ver con claridad lo que tienes delante
de los ojos. Creo que uno de los aprendizajes más difíciles
de la vida es saber
ver.
La literatura tiene un doble efecto: te sirve para ver más allá de tu mundo
inmediato, pero también para no ver el mundo ante ti. Eso lo ha avisado la
literatura desde siempre: Don Quijote no es un soñador que se enfrenta a una
realidad mediocre; eso es una lectura de Broadway. Don Quijote es un señor que se niega a ver las evidencias de la realidad.
Cervantes es un escritor mucho más político de lo que parece, y hace ahí un diagnóstico de cierta mentalidad española, que es la decisión
de no ver lo que tienes delante de los ojos, sino imponer tu idea previa. Lo que está haciendo don
Quijote no es luchar contra lo imposible, sino no fijarse en los datos que le suministra la
realidad. Y Sancho se lo dice: “No,
no son gigantes”. Así que cuidado con querer ser otro…
Usted ha dicho varias veces que
la vida podría dividirse entre acreedores y deudores: los que van por la vida creyendo que se les debe todo, y los que van
pidiendo perdón por respirar. ¿Puede que sea ésa una de las muchas razones de
los problemas que tenemos aquí?
Aquí
lo que ha pasado también es que en
España no hay una cultura cívica arraigada; hay muy poco pensamiento crítico.
En España el discurso político fue completamente usurpado por los partidos. En
vez de haber debates verdaderos sobre la realidad, hemos tenido confrontaciones
permanentes entre intereses partidistas.
Durante mucho tiempo una dificultad que había para intentar corregir las cosas
era la dificultad de
ver (y te vuelvo a lo del Quijote): si tú eres de un partido, ves
sólo los errores y las corruptelas del otro. Tenemos que esforzarnos en ver las cosas como
son, y no como nos dice nuestra
ideología o nuestra lealtad partidista. Un corrupto es un
corrupto. Están los hechos y están las opiniones. Decía un senador demócrata,
Patrick Moynihan: “Cada
persona tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos”.
El ser humano ha conseguido poner un módulo espacial en la superficie de un
cometa, a 500 millones de km., y sin embargo en España no podemos saber cuántas
personas hay en una manifestación. “Según
la policía; según los organizadores…”. Y
en la vida real tú no puedes tener opiniones basadas en la mentira. En nuestro país hace falta
una revolución cognitiva casi: tiene que llegar el empirismo. Tener la humildad
de fijarse en los hechos... Ahora ha salido un libro, despreciable, de Gregorio Morán
, El cura y los mandarines, sobre lo que llaman la CT, cultura de la transición. Lo
iba a publicar Planeta pero se echó atrás y lo ha publicado Akal. Dicen que fue
censura por atacar a la “casta
cultural”... Cuando el libro de Morán está lleno de
mentiras, mentiras comprobables. Te pongo un ejemplo: dice de
Luis Martín Santos, el novelista, que su mujer era esquizofrénica y que
aprovechó que era psiquiatra para encerrarla, porque le molestaba para estar
con su amante. ¡Eso es mentira! No se trata de que Morán sea más o menos
simpático: es que eso no-es-verdad.
En
un país civilizado ese señor quedaría desacreditado automáticamente.
¿Ha vivido usted mucho eso, tan de
aquí también, de que se identifique
al discrepante con el enemigo?
Aquí
pasa que cualquier
crítica que se haga se considera una ofensa. No se te da el derecho
a decir A mí no me
gusta tal cosa; que puede que yo esté equivocado, pero me gustaría
que se me reconociera el derecho a decirlo con honradez y con buena fe. Siempre
se buscan argumentos para descalificar. Y si dices que Jordi Pujol ha robado,
es “un ataque a
Cataluña”. Hombree…
¿Qué piensa de todo lo que se
habla últimamente en torno a la Transición?
Cuando se habla de superar la Transición:
¿se habla de superar el modelo de igualdad ante la ley, de pluralismo político,
de control y limitación de los poderes?
¿Es ése el modelo que hay que superar?... ¿Tú sabes lo que era ir a la frontera
en 1977 –no en 1947– y enseñar un pasaporte español? ¿Cómo era ser homosexual,
cómo era ser mujer? A mí me ofende que llamen a esto régimen, como si Franco no
hubiera muerto, como si estos años hubieran sido igual que la dictadura.
Lo que muchos se plantean en el
fondo es hasta qué punto es compatible la socialdemocracia con el capitalismo
tal y como lo estamos conociendo. Porque algunas estafas también pueden
considerarse hechos…
Pero,
¿el modelo
europeo ha sido una estafa?... No. Eso suena bonito pero... Hay un dominio en el mundo de las grandes empresas y del
capital financiero, sí; pero de ahí a lo otro… Eso no es verdad.
¿Cómo lo arreglamos?
Pues
con
democracia, con racionalidad y creando grandes mayorías que cambien
las cosas. Pero los
europeos no sabemos lo que tenemos. Incluso
ahora.
Y muchos de los problemas que tenemos no vienen por imposiciones de
nadie; vienen por nuestra propia irresponsabilidad, por nuestro
abandono. Muchas
cosas que se hacen mal son responsabilidad nuestra, de los políticos que hemos
votado, de las instituciones que nosotros nos hemos dado. Otro problema muy
grave es que España no ha querido ser una democracia ilustrada, no se ha hecho hincapié en la educación, el conocimiento; se ha hecho
hincapié en construir identidades, que es una idiotez. Es decir: no en construir
ciudadanos de una democracia, sino miembros de un pueblo; en ser de Úbeda, o
ser del País Vasco… Eso es un gran error que hace
que no tengamos sentido de la realidad.
Otra vez las vísceras por delante
del pensamiento.
¿Tú
sabes cuál es ahora el problema fundamental, y triste? Que hay
una brecha educativa que separa a los que han podido tener una formación sólida
de los que no han podido.
Si yo con mi origen social hubiera sido niño ahora, probablemente tendría menos
ventajas educativas de las que tuve. Y eso es muy duro. Pero hay una parte de
ese problema que está en nuestras manos. Cualquiera que se dedica a la
enseñanza sabe que muchos padres no se preocupan
más que de defender a sus hijos incondicionalmente contra el profesor. Entonces: a
ti te importa una mierda lo que aprenda tu hijo, pero le ponen un 2 en un
examen y llegas como una fiera, “a
ver qué le has hecho a mi hijo”. Cada cual tiene una
responsabilidad de acuerdo con el puesto que ocupa; tú eres responsable de
muchas cosas de tu vida. Si uno quiere algo tiene que defenderlo en el ámbito
de sus posibilidades prácticas. Estamos enfermos de
palabrería. Y de gente muy
solidaria con todo que luego son unos miserables en su
comportamiento cotidiano.
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