domingo, 15 de septiembre de 2013

La muerte parecía bella en su bello rostro



La declaración
-¿Será para usted una gran felicidad -le dijo con una especie de cólera y con lágrimas en los ojos-, el haberme obligado a saltar por encima de todo lo que me debo a mí misma? Hasta el 3 de agosto del año pasado no había sentido sino aversión por los hombres que querían agradarme. Tenía un desprecio sin límites, acaso exagerado, por el carácter de los cortesanos, y todos los que en esta corte eran felices me desagradaban. Encontré, en cambio, muy singulares cualidades en un preso que el 3 de agosto fue traído a esta fortaleza. Sin darme cuenta de ello empecé por sentir los tormentos de los celos. […]
Comprendí que si dejaba la fortaleza, ya no podría velar sobre la vida del preso, cuya suerte me interesaba. […]
Él los rechazó [los medios para evadirse] y quiso persuadirme de que se negaba a abandonar la fortaleza por no alejarse de mí. […]
Pero no tuve valor para irme de la fortaleza; soy una mujer perdida. He tomado afecto a un hombre ligero; sé cuál ha sido su conducta en Nápoles; ¿qué razones tengo para creer que haya cambiado de carácter? Encerrado en una prisión severa, ha cortejado a la única mujer a quien podía ver y que ha sido una distracción de su tedio. Como no podía hablarle, sino con cierta dificultad, esta diversión ha tomado la falsa apariencia de una pasión.
El tal preso se hizo un nombre en el mundo por su valentía, y se imagina demostrar que su amor es algo más que un capricho pasajero, exponiéndose a peligros bastante graves por ver a la persona a quien cree amar. Pero en cuanto esté en una gran ciudad, nuevamente envuelto en las seducciones del mundo, volverá a ser lo que siempre ha sido: un hombre entregado a la disipación, a la galantería. Y su pobre compañera de prisión acabará sus días en un convento, olvidada por el hombre ligero y con un remordimiento eterno de haberle hecho una confesión. […]

La promesa
-Prometa usted -dijo Clelia fuera de sí, con las lágrimas en los ojos-, prometa o bien hablamos aquí por última vez. La vida que llevo es horrible: está usted aquí por culpa mía y cada día puede ser el último de su existencia.  […]
-Juro, pues, precipitarme a sabiendas en una horrenda desventura y condenarme a vivir lejos de cuanto amo en el mundo.
-Prometa usted cosas concretas.

-Juro obedecer a la duquesa y escaparme el día que quiera como quiera. ¿Y qué será de mí lejos de usted? […]

Precauciones

Aquella misma noche, en la correspondencia nocturna por medio de la lámpara, Fabricio comunicó a la duquesa la ocasión única que había para introducir en la fortaleza una suficiente cantidad de cuerda. Pero le suplicaba que guardase el secreto aun para el conde, cosa que pareció extraña. Está loco, pensó la duquesa. La prisión le ha cambiado y toma las cosas por lo trágico.

El peligro
Aquí hemos de interrumpir por un momento el relato de esta audaz empresa para dar cuenta de un detalle necesario, que explica en parte el valor que tuvo la duquesa aconsejando a Fabricio tan peligrosa fuga. […]
Tengo un pensamiento que me tranquiliza: no he hecho daño a nadie ¿quién puede odiarme? [la duquesa al príncipe] […]

El poeta
Hasta aquí todos nuestros autores, que se han dado a conocer, eran gente pagada por el gobierno o por el culto que querían minar. Yo, primero, expongo mi vida; además, piense usted, señora, en las reflexiones que me agitan cuando voy a robar. ¿Estoy en lo cierto? me digo. El cargo de tribuno ¿proporciona al bien común servicios que valen realmente cien francos al mes? […]
-Piense alguna vez en esta cuestión: La misión de este hombre es despertar los corazones, impedir que se duerman en la falsa felicidad material que dan las monarquías. El servicio que presta a sus conciudadanos, ¿vale cien francos al mes?... Mi desgracia es amar -dijo con voz muy dulce-, y desde hace dos años, mi alma la llena técnicamente su imagen; pero hasta aquí la he visto a usted sin infundirle miedo. […]

La duquesa
Los dos rasgos esenciales del carácter de la duquesa eran, primero: que lo que una vez había querido, lo quería siempre y segundo: que nunca volvía a deliberar acerca de lo que había decidido una vez. Sobre esto citaba la frase de su primer marido, el amable general Pietranera: ¡Qué insolencia para conmigo mismo!, decía, ¿porqué he de creer que tenga más talento ahora que cuando tomé aquella decisión? […]

La venganza
Me inclino a creer que la inmortal felicidad que los italianos sienten en la venganza proviene de la fuerza de imaginación de este pueblo; los hombres de los demás países no perdonan propiamente, sino que olvidan. […]
Fue en esta aldea donde la duquesa cometió una acción, no solo horrible para los moralistas, sino además funesta para la tranquilidad del resto de su vida. […]

El cambio
Esto tenía que ocurrir, tarde o .temprano, pensaba la duquesa con tristeza sombría. Las penas me han envejecido, o bien realmente ama a otra y yo no ocupo ya en su corazón sino el segundo puesto. Rebajada, aterrada por este dolor, el mayor posible, la duquesa pensaba a veces: ¡Si permitiera el cielo que Ferrante se hubiera vuelto loco del todo o que le faltase valor me parece que sería menos desgraciada! Desde este momento, un semirremordimiento emponzoñó la estimación que la duquesa sentía hacia sí misma, hacia su propio carácter. ¡Así, pues, decía con amargura, me arrepiento de una decisión tomada: ya no soy, pues, una del Dongo!
Lo ha dispuesto el cielo, proseguía: Fabricio está enamorado, y ¿con qué derecho iba yo a querer que no lo estuviera? ¿Es que entre nosotros se ha cruzado nunca una sola palabra de amor verdadero? […]

La opinión pública
Entonces Fabricio fue censurado aun por los mismos liberales verdaderos, que le acusaban de haber causado por su imprudencia la muerte de ocho pobres soldados. Así es como los pequeños despotismos reducen a nada el valor de la opinión pública. […]

La broma pesada
Y para dar remate a esta agradable situación, la duquesa había cedido a la tentación de dar una broma pesada a este sobrino demasiado querido. […]
¿Qué es, ¡ay!, la fidelidad de un amante a quien se estima, cuando se tiene el corazón destrozado por la frialdad del amante a quien se quiere? […]

La política
La política, en una obra literaria es como un pistoletazo en medio de un concierto, es una grosería a la que, sin embargo, no se puede negar atención.
Vamos a hablar de cosas desagradables, de las que por varios motivos quisiéramos prescindir; pero no tenemos más remedio que relatar sucesos que nos competen, ya que tienen por teatro el corazón de los personajes. […]
Por último, los exaltados, los jacobinos que cuentan lo que desearían que hubiese ocurrido, hablan de veneno. […]
Sin mí, Parma hubiera sido república durante dos meses, con el poeta Ferrante Palla de dictador. […]
El difunto príncipe era perverso y envidioso, pero había estado en la guerra y había mandado cuerpos de ejército, cosa que le dio cierto buen sentido; había en él madera de un príncipe y yo podía ser ministro, bueno o malo. Pero con este hijo suyo, persona honrada cándida y realmente buena, tengo que ser un intrigante, el rival con la última mujercilla de palacio, y un rival muy inferior, porque despreciaré cien detalles necesarios. […]
Si hubiese nacido marqués, con una buena fortuna, este gran príncipe hubiera sido uno de los hombres más estimables de su corte, una especie de Luis XVI. Pero con su ingenuidad piadosa, ¿cómo va a resistir a las sabias astucias que le rodean? Así, el salón de tu enemiga la Raversi, es hoy más poderoso que nunca […]
Señora -replicó la duquesa-, salvo mi amigo el marqués Crescenzi, que posee tres o cuatros cientos mil francos de renta, todo el mundo roba aquí; y ¿cómo no robar en un país donde el agradecimiento por los mayores servicios no duran ni siquiera un mes? No hay, pues, ninguna realidad que sobreviva a la privanza, como no sea el dinero. Voy a permitirme, señora, decir verdades terribles. […]

El hortelano y su señor
Resolved, principillos, a solas vuestras guerras.
Fuera locura insigne acudir a los reyes,
No permitáis jamás que os impongan sus leyes
Ni le hagáis entrar en vuestras tierras.
[…]
María de Médici
María de Médici continuó asistiendo a los Consejos del rey, según los consejos de Richelieu a quien introdujo como ministro del rey. Durante unos años, no se percató del poder e importancia que su cliente y protegido iba adquiriendo. Cuando se dio cuenta de ello, intentó derrocarle por todos los medios. Sin comprender aún el carácter del rey, creyó que le sería fácil obtener la destitución de Richelieu pero, después del famoso Día de los Engañados, el 12 de noviembre de 1630, Richelieu pasó a ser el primer ministro y María de Médici se vio obligada a reconciliarse con él.
Finalmente, María decidió retirarse de la corte. El rey, sabiendo lo intrigante que podía llegar a ser, la envió al castillo de Compiègne, desde donde trató de huir a Bruselas en 1631, donde pensaba encontrar ayuda para su causa. Refugiada con los enemigos de Francia, María fue privada de su condición de reina de Francia y, por consiguiente, de sus pensiones.
El fin de María de Médici fue patético. Durante años vivió al amparo de las cortes europeas en Alemania, después en Inglaterra, intentando crear enemigos contra el cardenal y sin poder regresar nunca a Francia. Refugiada en la casa natal de Rubens [Siegen], murió en 1642, unos meses antes que Richelieu.
[…]
Aunque estaba muy picada, la princesa pensó que la duquesa podía muy bien irse de Parma y entonces Rassi, a quien tenía un miedo atroz, podría quizá imitar a Richelieu y hacerla desterrar por su hijo. En este momento la princesa hubiera dado cualquier cosa por humillar a su camarera mayor; pero no podía.
[…]
La fábula de La Fontaine me decide y puede más que mi justo deseo de vengar a mi esposo. ¿Quiere permitirme Vuestra Alteza que queme todas esas escrituras? -El príncipe permanecía inmóvil.
Su fisonomía es verdaderamente estúpida, pensó la duquesa. El conde tiene razón; el difunto príncipe no nos habría tenido hasta las tres de la mañana para decidirse.
La princesa, de pie, añadió:
-Ese procuradorcillo se sentiría ufano, si supiera que sus papelotes, llenos de mentiras y arreglados para proporcionarle un ascenso, han ocupado toda la noche a los dos más grandes personajes del Estado.
[…]
En la gente débil es infalible un retorno a la indecisión; dentro de tres días Rassi tendrá más privanza que nunca. Tratará de ahorcar a alguien; mientras no haya conseguido eso, no tiene sujeto al príncipe y carece de toda seguridad. […]
Pero el lector está quizá un poco cansado de todos estos detalles procesales y de todas estas intrigas cortesanas. De aquí puede sacarse una enseñanza y es que el hombre que se acerca a la corte pone en peligro su dicha, si es feliz; y en todo caso hace depender su porvenir de las intrigas de una doncella.
Por otra parte, en América, en la república, hay que pasarse el día bostezando y haciendo seriamente la corte a los mercaderes de la calle y tornarse tan necio como ellos; en cambio, no hay ópera. […]
¡Qué locos son los hombres, con sus ideas del honor! Como si se pudiera pensar en el honor en los gobiernos absolutos; en los países en donde un Rassi es ministro de justicia. […]
Lo horroroso es que no podemos, ni tú ni yo decirle al príncipe que tenemos miedo al veneno, al veneno administrado por Rassi; esta sospecha le parecería el colmo de la inmoralidad. No obstante, si lo exiges estoy dispuesto a ir a palacio; pero estoy seguro de la contestación. Diré más; te ofrezco un medio que no usaría yo para mí. Desde que tengo el poder en este país no he dado muerte a un solo hombre, y sabes que por ese lado soy tan tonto, que algunas veces, a la caída de la tarde, pienso aún en esos dos espías que mandé fusilar algo ligeramente en España. Pues bien, ¿quieres que te libre de Rassi? El peligro en que pone a Fabricio, no tiene límites; ahí tiene un medio seguro de echarme de Parma. […]
Al ver la perfecta sangre fría de la princesa, la duquesa se volvió loca de dolor. No hizo esta reflexión moral, que no habría dejado de hacer una mujer educada en esas regiones del Norte donde se admite el examen personal: he empleado el veneno la primera, por el veneno muero. En Italia, esta clase de reflexiones, en los momentos de pasión, parecen como una ingeniosidad tonta dicha en pleno dolor, y hacen el efecto que haría en París un chiste en semejante circunstancia. […]
-Pero, príncipe mío, ¿tenéis jueces?
-¿Cómo? -dijo el príncipe extrañado.
-Tenéis sabios jurisconsultos que andan por la calle con suma gravedad; pero éstos fallarán siempre a gusto del partido que domine en la corte. […]
¿Me conviene acaso dejar que se deshonre Conti? No, por cierto; pues entonces el matrimonio de su hija con ese vulgarote de Crescenzi se hace imposible. […]
-La conducta que está usted observando es la obra maestra de la más fina política -le dijo el conde, volviendo a tomar el tono ligero de la conversación-. Se está usted labrando un porvenir muy agradable. El príncipe le respeta a usted, el pueblo le venera, ese trajecillo negro raído le quita el sueño a monseñor Landriani. Tengo alguna experiencia de los negocios, y puedo jurar que no sabría qué consejo dar a usted para perfeccionar lo que estoy viendo. El primer paso que da usted en el mundo, a los veinticinco años, es la perfección completa. Mucho se habla de usted en la corte; ¿y sabe usted a qué se debe esta distinción única, a la edad que usted tiene? Pues al trajecillo negro raído. La duquesa y yo disponemos, como usted sabe, de la antigua casa de Petrarca, en esa hermosa colina cerca del bosque, en las cercanías del Po. Si alguna vez está usted cansado de sufrir los alfilerazos de la envidia, he pensado que podría usted ser el sucesor de Petrarca, cuyo renombre aumentará el que usted ya tiene. […]
Efectivamente, Fabricio lloró a lágrima viva durante más de media hora. Por fortuna, una sinfonía de Mozart, horrorosamente estropeada, como es uso en Italia, vino a ayudarle a enjugar sus lágrimas. […]

Fragmentos seleccionados de La Carttuja de Parma, Stendhal 



Cinco grandes enemigos de la humanidad están dentro de nosotros mismos: la avaricia, la ambición, la envidia, la ira y el orgullo. Si nos despojamos de ellos, gozaremos de la más completa paz.



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