La
declaración
-¿Será
para usted una gran felicidad -le dijo con una especie de cólera y con lágrimas
en los ojos-, el haberme obligado a saltar por encima de todo lo que me debo a
mí misma? Hasta el 3 de agosto del año pasado
no había sentido sino aversión por los hombres que
querían agradarme. Tenía un desprecio sin límites, acaso
exagerado, por el carácter de los cortesanos, y todos los
que en esta corte eran felices me desagradaban. Encontré,
en cambio, muy singulares cualidades en un preso que el 3
de agosto fue traído a esta fortaleza. Sin darme cuenta
de ello empecé por sentir los tormentos de los celos. […]
Comprendí
que si dejaba la fortaleza, ya no podría velar
sobre la vida del preso, cuya suerte me interesaba. […]
Él los
rechazó [los medios para evadirse] y quiso
persuadirme de que se negaba a abandonar la fortaleza por
no alejarse de mí. […]
Pero no tuve
valor para irme de la fortaleza; soy una mujer perdida. He tomado afecto a un
hombre ligero; sé cuál ha sido su conducta en Nápoles; ¿qué razones tengo para
creer que haya cambiado de carácter? Encerrado en una prisión severa, ha
cortejado a la única mujer a quien podía ver y que ha sido una distracción de su
tedio. Como no podía hablarle, sino con cierta dificultad, esta diversión ha tomado la
falsa apariencia de una pasión.
El tal preso se
hizo un nombre en el mundo por su valentía, y se imagina demostrar que su amor
es algo más que un capricho pasajero, exponiéndose a peligros bastante graves por ver a la
persona a quien cree amar. Pero en cuanto esté en una gran ciudad,
nuevamente envuelto en las seducciones del mundo, volverá a ser lo que siempre
ha sido: un hombre entregado a la disipación, a la galantería. Y su pobre compañera
de prisión acabará sus días en un convento, olvidada por el hombre ligero y con
un remordimiento eterno de haberle hecho una confesión. […]
La promesa
-Prometa
usted -dijo Clelia fuera de sí, con las lágrimas en los
ojos-, prometa o bien hablamos aquí por última vez. La
vida que llevo es horrible: está usted aquí por culpa mía y cada día puede ser el último de su existencia. […]
-Juro, pues, precipitarme a sabiendas en una horrenda desventura y
condenarme a vivir lejos de cuanto amo en el mundo.
-Prometa usted cosas concretas.
-Juro obedecer a la duquesa y escaparme el día que
quiera como quiera. ¿Y qué será de mí lejos de usted? […]
Precauciones
Aquella misma noche, en la correspondencia
nocturna
por medio de la lámpara, Fabricio comunicó a la duquesa la
ocasión única que había para introducir en la fortaleza una
suficiente cantidad de cuerda. Pero le suplicaba que guardase el secreto aun para el conde, cosa
que pareció extraña. Está loco, pensó la duquesa. La
prisión le ha cambiado y toma las cosas por lo trágico.
El peligro
Aquí
hemos de interrumpir por un momento el relato de esta
audaz empresa para dar cuenta de un detalle necesario, que explica en parte el
valor que tuvo la duquesa aconsejando a Fabricio tan peligrosa fuga. […]
Tengo un pensamiento
que me tranquiliza: no he hecho daño a nadie ¿quién puede
odiarme? [la duquesa al príncipe] […]
El poeta
Hasta aquí todos
nuestros autores, que se han dado a conocer, eran gente pagada por el gobierno
o por el culto que
querían minar. Yo, primero, expongo mi vida; además, piense
usted, señora, en las reflexiones que me agitan cuando voy a robar. ¿Estoy en lo cierto? me digo. El cargo de tribuno ¿proporciona al bien común servicios que valen realmente cien francos
al mes? […]
-Piense
alguna vez en esta cuestión: La misión de este hombre
es despertar los corazones, impedir que se duerman en la
falsa felicidad material que dan las monarquías. El servicio que presta a sus
conciudadanos, ¿vale cien francos al mes?... Mi desgracia
es amar -dijo con voz muy dulce-, y desde hace dos años,
mi alma la llena técnicamente su imagen; pero hasta aquí la he visto a usted
sin infundirle miedo. […]
La duquesa
Los dos
rasgos esenciales del carácter de la duquesa eran,
primero: que lo
que una vez había querido, lo quería siempre y segundo: que
nunca volvía a deliberar acerca de lo que había decidido
una vez. Sobre esto citaba la frase de su
primer marido, el amable general Pietranera: ¡Qué insolencia
para conmigo mismo!, decía, ¿porqué he de creer que tenga
más talento ahora que cuando tomé aquella decisión? […]
La venganza
Me
inclino a creer que la inmortal felicidad que los italianos
sienten en la venganza proviene de la fuerza de imaginación de este pueblo; los
hombres de los demás países no perdonan propiamente, sino que olvidan. […]
Fue en
esta aldea donde la duquesa cometió una acción, no solo
horrible para los moralistas, sino además funesta para la
tranquilidad del resto de su vida. […]
El cambio
Esto tenía que ocurrir,
tarde o .temprano, pensaba la duquesa con tristeza sombría.
Las penas me han envejecido, o bien realmente ama a otra
y yo no ocupo ya en su corazón sino el segundo puesto.
Rebajada, aterrada por este dolor, el mayor posible, la
duquesa pensaba a veces: ¡Si permitiera el cielo que Ferrante
se hubiera vuelto loco del todo o que le faltase valor me parece que sería
menos desgraciada! Desde este momento, un
semirremordimiento emponzoñó la estimación que la duquesa sentía hacia sí
misma, hacia su propio carácter. ¡Así, pues, decía con amargura, me
arrepiento de una decisión tomada: ya no soy, pues, una
del Dongo!
Lo ha
dispuesto el cielo, proseguía: Fabricio está enamorado, y ¿con qué derecho iba
yo a querer que no lo estuviera? ¿Es que entre nosotros se ha cruzado nunca una
sola
palabra de amor verdadero? […]
La opinión pública
Entonces
Fabricio fue censurado aun por los mismos liberales
verdaderos, que le acusaban de haber causado por su
imprudencia la muerte de ocho pobres soldados. Así es como los pequeños
despotismos reducen a nada el valor de la opinión
pública. […]
La broma pesada
Y para
dar
remate a esta agradable situación, la duquesa había cedido a
la tentación de dar una broma pesada a este sobrino demasiado
querido. […]
¿Qué es,
¡ay!, la fidelidad de un amante a quien se estima, cuando se tiene
el corazón destrozado por la frialdad del amante a quien
se quiere? […]
La política
La
política, en una obra literaria es como un pistoletazo en
medio de un concierto, es una grosería a la que, sin embargo, no se puede negar
atención.
Vamos a
hablar de cosas desagradables, de las que por varios
motivos quisiéramos prescindir; pero no tenemos más remedio
que relatar sucesos que nos competen, ya que tienen por
teatro el corazón de los personajes. […]
Por último,
los exaltados, los jacobinos que cuentan lo que desearían que hubiese ocurrido,
hablan de veneno. […]
Sin mí,
Parma hubiera
sido república durante dos meses, con el poeta Ferrante Palla
de dictador. […]
El
difunto príncipe era perverso y envidioso, pero había estado en la
guerra y había mandado cuerpos de ejército, cosa que le
dio cierto buen sentido; había en él madera de un príncipe y yo podía ser
ministro, bueno o malo. Pero con este hijo suyo, persona honrada
cándida y realmente buena, tengo que ser un intrigante, el rival con
la última mujercilla de palacio, y un rival muy inferior,
porque despreciaré cien detalles necesarios. […]
Si
hubiese nacido marqués, con una buena fortuna, este gran príncipe
hubiera sido uno de los hombres más estimables de su
corte, una especie de Luis XVI. Pero con su ingenuidad
piadosa, ¿cómo
va a resistir a las sabias astucias que le rodean? Así, el salón de
tu enemiga la Raversi, es hoy más poderoso que nunca […]
Señora
-replicó la duquesa-, salvo mi amigo el marqués Crescenzi,
que posee tres o cuatros cientos mil francos de renta, todo el mundo
roba aquí; y ¿cómo no robar en un país donde el agradecimiento por los mayores servicios no duran ni siquiera un mes? No hay, pues,
ninguna realidad que sobreviva a la privanza, como no sea el dinero. Voy a
permitirme, señora, decir verdades terribles. […]
El hortelano y su señor
Resolved, principillos,
a solas vuestras guerras.
Fuera locura insigne acudir a los reyes,
No permitáis jamás que os impongan sus leyes
Ni le hagáis entrar en vuestras tierras.
Fuera locura insigne acudir a los reyes,
No permitáis jamás que os impongan sus leyes
Ni le hagáis entrar en vuestras tierras.
[…]
María de Médici
María
de Médici continuó asistiendo a los Consejos del rey, según los consejos de Richelieu a
quien introdujo como ministro del rey. Durante unos años, no se
percató del poder e importancia que su cliente y protegido iba adquiriendo.
Cuando se dio cuenta de ello, intentó derrocarle por todos los medios. Sin
comprender aún el carácter del rey, creyó que le sería fácil obtener la
destitución de Richelieu pero, después del famoso Día de los Engañados, el 12
de noviembre de 1630,
Richelieu pasó a ser el primer ministro y María de Médici se vio obligada a
reconciliarse con él.
Finalmente,
María decidió retirarse de la corte. El rey, sabiendo lo intrigante que podía
llegar a ser, la envió al castillo de Compiègne,
desde donde trató de huir a Bruselas en 1631, donde pensaba encontrar ayuda para su causa. Refugiada con
los enemigos de Francia, María fue privada de su condición de reina de Francia y,
por consiguiente, de sus pensiones.
El
fin de María de Médici fue patético. Durante años vivió al amparo de las cortes
europeas en Alemania,
después en Inglaterra,
intentando
crear enemigos contra el cardenal y sin poder regresar nunca a Francia.
Refugiada en la casa natal de Rubens [Siegen], murió en 1642, unos
meses antes que Richelieu.
[…]
Aunque estaba muy picada, la princesa
pensó que la duquesa podía muy bien irse de Parma y
entonces Rassi, a quien tenía un miedo atroz, podría quizá imitar a Richelieu y hacerla desterrar por su hijo. En este momento la princesa hubiera dado cualquier cosa por humillar a su
camarera mayor; pero no podía.
[…]
La fábula de La Fontaine me decide y puede más que mi justo deseo de vengar
a mi esposo. ¿Quiere permitirme Vuestra Alteza que queme todas esas escrituras?
-El príncipe permanecía inmóvil.
Su fisonomía es verdaderamente estúpida, pensó la duquesa. El conde tiene
razón; el difunto príncipe no nos habría tenido hasta las tres de la mañana
para decidirse.
La princesa, de pie, añadió:
-Ese procuradorcillo se sentiría ufano, si supiera que sus papelotes,
llenos de mentiras y arreglados para proporcionarle un ascenso, han ocupado
toda la noche a los dos más grandes personajes del Estado.
[…]
En la gente débil es infalible un retorno a la indecisión; dentro
de tres días Rassi tendrá más privanza que nunca. Tratará de
ahorcar a alguien; mientras no haya conseguido eso, no
tiene sujeto al príncipe y carece de toda seguridad. […]
Pero el lector está
quizá un poco cansado de todos estos detalles procesales y de
todas estas intrigas cortesanas. De aquí puede sacarse
una enseñanza y es que el hombre que se acerca a la corte pone en peligro su
dicha, si es feliz; y en todo caso hace depender su
porvenir de las intrigas
de una doncella.
Por otra parte, en América, en la república, hay que pasarse
el día bostezando y haciendo seriamente la corte a los mercaderes
de la calle y tornarse tan necio como ellos; en cambio, no hay ópera. […]
¡Qué
locos son los hombres, con sus ideas del honor! Como si se pudiera
pensar en el honor en los gobiernos absolutos; en los países en donde un Rassi
es ministro de justicia. […]
Lo
horroroso es que no podemos, ni tú ni yo decirle al príncipe
que tenemos miedo al veneno, al veneno administrado por
Rassi; esta sospecha le parecería el colmo de la
inmoralidad. No obstante, si lo exiges estoy dispuesto a ir a palacio; pero estoy
seguro de la contestación. Diré más; te ofrezco un medio
que no usaría yo para mí. Desde que tengo el poder en
este país no he dado muerte a un solo hombre, y sabes que
por ese lado soy tan tonto, que algunas veces, a la caída
de la tarde, pienso aún en esos dos espías que mandé
fusilar algo ligeramente en España. Pues bien, ¿quieres que te
libre de Rassi? El peligro en que pone a Fabricio,
no tiene límites; ahí tiene un medio seguro de echarme de Parma. […]
Al ver la perfecta sangre fría de la princesa, la duquesa se volvió loca de dolor. No hizo esta reflexión moral, que no habría dejado de hacer una mujer educada en esas regiones del Norte donde se admite el examen personal: he empleado el veneno la primera, por el veneno muero. En Italia, esta clase de reflexiones, en los
momentos de pasión, parecen como una ingeniosidad tonta
dicha en pleno dolor, y hacen el efecto que haría en París un chiste en semejante circunstancia. […]
-Pero, príncipe mío, ¿tenéis jueces?
-¿Cómo? -dijo el príncipe extrañado.
-Tenéis sabios jurisconsultos que andan por la calle
con suma gravedad; pero éstos fallarán siempre a gusto del partido que domine
en la corte. […]
¿Me
conviene acaso dejar que se deshonre Conti? No, por cierto; pues
entonces el matrimonio de su hija con ese vulgarote de Crescenzi se hace imposible.
[…]
-La
conducta que está usted observando es la obra maestra
de la más fina política -le dijo el conde, volviendo a tomar
el tono ligero de la conversación-. Se está usted labrando un porvenir muy
agradable. El príncipe le respeta a usted, el pueblo le
venera, ese trajecillo negro raído le quita el sueño a
monseñor Landriani. Tengo alguna experiencia de los
negocios, y puedo jurar que no sabría qué consejo dar a usted
para perfeccionar lo que estoy viendo. El primer paso que
da usted en el mundo, a los veinticinco años, es la perfección completa. Mucho
se habla de usted en la corte; ¿y sabe usted a qué se
debe esta distinción única, a la edad que usted tiene?
Pues al trajecillo negro raído. La duquesa y yo disponemos,
como usted sabe, de la antigua casa de Petrarca, en esa
hermosa colina cerca del bosque, en las cercanías del Po.
Si alguna vez está usted cansado de sufrir los alfilerazos de la envidia, he pensado que podría usted ser el sucesor de Petrarca, cuyo renombre aumentará el que usted ya tiene. […]
Efectivamente,
Fabricio lloró a lágrima viva durante más de media hora. Por fortuna,
una sinfonía de Mozart, horrorosamente estropeada, como es uso en
Italia, vino a ayudarle
a enjugar sus lágrimas. […]
Fragmentos seleccionados de La Carttuja de Parma, Stendhal
Cinco grandes enemigos de la humanidad están dentro de nosotros mismos: la avaricia, la ambición, la envidia, la ira y el orgullo. Si nos despojamos de ellos, gozaremos de la más completa paz.
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