lunes, 18 de febrero de 2013

Depositen aquí sus armas de fuego. Con el sentido crítico embotado II


"Recuérdalo tú y recuérdalo a los otros". El verso de Luis Cernuda obsesiona desde hace tiempo a Antonio Muñoz Molina. “Recordar y contar lo que uno ha visto, esforzándose por no mentir y por no halagar y por no dejarse engañar uno mismo por el resentimiento o por la nostalgia, es una obligación cívica”, opina. El escritor se ha esforzado en cumplir de forma precisa con esa obligación de ciudadanía: “Esforzarse en mirar las cosas como son y contarlas tal como fueron” es el corazón de Todo lo que era sólido.
No me había dado cuenta de lo rápido que desaparece la memoria cercana. Será quizá porque uno vive los acontecimientos políticos con una parte muy superficial de su conciencia.
Cree que es necesario explicar ese pasado tan reciente a los jóvenes de hoy.
Sí, porque si no lo hacemos, ni los medios de comunicación ni el sistema educativo van a dar ese testimonio. […]. Un presente que no se entiende, porque se hace creer que las cosas, tal como están ahora, han existido siempre. Que los valores que hay ahora han existido siempre. Y eso no es verdad.
Sobre las cosas que ahora me parecen perfectamente comunes y que eran impensables para mí mismo hace nada. La cuestión de las mujeres, por ejemplo, el salto impresionante que se ha producido en ese tema. […] Se tuvieran las ideas que se tuvieran, en la práctica ocurría así.
Ese es exactamente el tránsito de lo impensable a lo imperceptible. Cosas impensables que ocurren y que, al cabo de muy poco tiempo, ya son imperceptibles. Eso te llena de sorpresa y te llena también de esperanza. [Pone dos ejemplos positivos. ¿Qué ocurre u ocurriría si fuesen imperceptibles, asumidos con normalidad, cosas negativas impensables?
En el libro se asombra también de la gran violencia verbal que existió en el debate político de los últimos años y en la imposibilidad de llegar a acuerdos básicos. ¿Es eso específicamente español? [¿por qué interesa tanto saber lo que es específicamente español? ¿cambia en algo el problema?]
Sí. En España no hay ningún acuerdo básico. Eso es lo asombroso. Hasta en Italia existen esos pactos. La unidad de Italia es un proyecto progresista. Para nosotros no. Es un proyecto cívico poner a los ciudadanos por encima de los grupos, territoriales o étnicos, o lo que sea.
Hay una cosa en la que he pensado mucho, sobre la que he intentado estudiar desde hace tiempo: la diferencia entre el extremismo de la élite y la gente común. Lo he estudiado respecto a la Guerra Civil. Cómo el extremismo político está limitado a una élite muy concreta que se aprovecha de situaciones sociales dolorosas y que crea una dinámica propia que acaba arrastrando a la sociedad entera. Evidentemente, la élite política o cultural, o lo que sea, es la parte más visible de la sociedad. Pero si lo estudias con más cuidado [Causas de la Guerra Civil], ves que hay un proceso de radicalización política en ciertas élites que arrastran a todo el sistema político y que acaba arrastrando a una población que, en su mayor parte, es ajena a eso.
La irresponsabilidad de las élites las pagan los pueblos enteros, y eso tiene que ver también con la idea de que la historia es, digamos, inevitable. Durante mucho tiempo, la élite política se dedicó a exacerbar al máximo el enfrentamiento y la violencia. Ahora se quiere idealizar aquella época. [¿quién? ¿desde dónde?] “Ahora no hay parlamentarios”, se llegó a decir; los de la Republica, esos sí que eran unos verdaderos parlamentarios. Y se olvida el hecho de que se ponía una caja a la entrada del Congreso para que esos parlamentarios depositaran sus armas de fuego.
¿cuántos periodos de libertad y de progreso ha habido en la historia de España y qué duración han tenido? Me refiero a la historia contemporánea. ¿Cuántos periodos de estabilidad política? ¿Cuándo, en la historia real de nuestro país, ha habido más gente que haya progresado más, en libertad, que haya conseguido un grado mayor de bienestar y libertad? Lo que vale es la comparación con lo que ha sido nuestro país y la comparación con los países de nuestro entorno. Se le puede preguntar a un nacionalista catalán o a un nacionalista vasco […] Se junta la falta de crítica y la falta de lealtad. Por una parte, falta la crítica verdadera y lúcida. Y por otra parte falta lealtad al sistema. Muchas personas, con voces muy visibles, han cooperado mucho en ese descrédito del sistema democrático. El olvido lo que hace es favorecer la falsificación.
Porque la hegemonía de la clase política autonómica se basa en la negación de cualquier espacio común, de cualquier tejido común. Además, es algo práctico, porque eso les permite ocultar su corrupción y su incompetencia. El tipo de hegemonía que ellos quieren es lo que le interesa a los partidos. En la Transición se cometieron muchos errores. Efectivamente. Pero uno de ellos, del que no se habla y sobre el que yo insisto en mi libro, es la fuerza que se concedió a los aparatos políticos de los partidos y a la primacía de esos partidos políticos sobre la Administración. [la corrupción y la incompetencia no son exclusivos de los partidos nacionalistas, me temo]
Los partidos no quisieron crear una Administración, un sistema público de funcionamiento que sirviera para todos, sino unas redes clientelares de las que ellos se alimentaran y en las que ellos prosperaran.
el eje sobre el que todo eso se desarrollaba era la falta de control, dentro de la legalidad. Una vez más, volvemos a la incapacidad de crear cosas comunes, la falta de voluntad de crear espacios comunes. [falta de autocontrol, autocrítica]
Tiene que ver con una particularidad española, de la que también hablo en el libro: lo difícil que es en este país la disidencia verdadera. Pero aquí es muy difícil decir lo que se piensa. Vivimos en una sociedad en la que, por falta de tradición democrática, existe una incapacidad de aceptar con naturalidad las opiniones o las informaciones que contradicen la ortodoxia establecida por un grupo.
En primer lugar, aquí hay, y eso me parece ya un primer síntoma grave, un peso del opinionismo mucho mayor que en otros países. Pero además, cuando alguien escribe una columna, lo hace para mostrar a los suyos que es de ellos y que está auténticamente en ese bando. Y eso se muestra de dos maneras: una, atacando al que se supone que es del bando contrario, y dos, no poniendo ninguna pega, o si acaso una pega menor, al bando al que se supone que perteneces. [libertad de expresión]
Pero si lees las posiciones de personas supuestamente de alta cualificación intelectual, sus posiciones públicas, y haces una lista, el resultado es pavoroso, porque con muchísima frecuencia han optado, y no solo en España, por las posiciones más insensatas. Hay que tener mucho cuidado con esa figura del intelectual. Yo creo que es básicamente una figura francesa, latinoamericana, de Europa del sur… Esa figura casi no existe en el mundo anglosajón, porque allí creen que lo que necesitan son profesionales de la información. Administradores eficientes y buenos informadores. Gente que investigue un caso, investigue a fondo y saque los datos y los ponga a la vista. A mí me impresiona mucho que en Holanda haya una oficina, independiente de los partidos, cuya misión es evaluar el coste económico de las propuestas de los partidos en sus programas electorales. Es estatal.
Datos, eso es lo que nos falta. Lo que nos falta en España es conocimiento de la realidad. Y para eso lo que necesita son buenos profesionales. No necesita intelectuales iluminados.
Con respecto a la Unión Soviética, de los grandes intelectuales europeos, ¿cuántos tuvieron una posición lúcida? Koestler, Orwell, Albert Camus, Raymond Aron.
Pues bien, en la sociedad española, cualquier grupo genera toxinas que anulan la crítica. Y que anulan la objeción de la razón o de la realidad.
Uno, el control técnico, porque se supone que una Administración tiene unos técnicos que evalúan el coste y la viabilidad de cualquier proyecto público que se emprende. Dos, el control de las cajas de ahorros que los financiaron. Tres, el de los medios de comunicación, que seguramente dependían de páginas de publicidad. Y cuatro, el de la opinión pública.
Estamos de acuerdo en que el principal problema de España es la falta de controles independientes, diversos grados de control. [para tener opinión hacen falta datos e información veraz e independiente y formación y conciencia cívica. Hace falta que uno asuma como propios los asuntos públicos y se preocupe por estar informado.]
Es curioso que en un país que se dice tan individualista exista una fuerte coacción del grupo, la coacción ortodoxa, como en la contrarreforma, la acusación de que “tú no eres de los nuestros”. España no es nada individualista. Mentira. Es una sociedad en la que el debate público es imposible. [Hace mucho tiempo que Til sostiene esta misma opinión. Aquí es muy difícil expresar lo que uno piensa. Considera que es falta de tradición y arraigo del espíritu democrático. Expresar una opinión es alinearse con alguien o contra alguien. Máxime si eres extranjero. La mayoría toma cualquier crítica como una agresión y considera que ni siquiera tienes derecho a opinar. Él habla a menudo de la permanente demanda de una“instancia superior”. Aquí parece que generalmente hace falta que venga alguien [un intelectual, por ejemplo] a decirte lo que tienes que pensar, decir y hacer. Lo cómodo, desde luego, es que alguien piense por ti. Lo peligroso también].
además de las opiniones, hay un factor que se debe tener en cuenta y que es el coste de un proyecto y la proporción con el coste de otras cosas.
Ceguera partidista. Te da la comodidad, está claro. Conste que en el libro también hay un mea culpa, ¿eh? El hecho de estar muy centrados en determinadas cosas nos impedía ver muchas otras que estaban pasando. Hablábamos antes de intelectuales. En ese sentido, el único intelectual comprometido que había en España en 2007 era El Roto.
En 2007, un juez de Tenerife reconoció el derecho de un grupo de vecinos a que se bajaran los decibelios máximos del carnaval. No los decibelios del desfile. No, los de las furgonetas que, según la costumbre, se ponen en cualquier parte, en tu puerta, con altavoces a todo meter. En este caso, los decibelios eran tan brutales que el juez decretó que no se podía superar lo que marcaba la ley. Pues bien, hubo una reunión en el Parlamento canario que desautorizó al juez. En las emisoras de radio del Ayuntamiento se hicieron públicos los teléfonos y las direcciones de las personas que habían puesto la denuncia. A esas personas se les quemaban los portales, se las amenazaba de muerte. Y en los edificios cercanos terminaron por poner carteles que decían: “Nosotros no hemos participado en esa demanda”. Es terrible, ¿no? Me interesa mucho esa cosa brutal del totalitarismo de la fiesta. Es mucho más grave de lo que parece. Porque supone la falta de reconocimiento del derecho del otro a vivir su vida. Es una cosa escalofriante. [¿Quién se atreve a ponerle pegas a las sillas de la Semana Santa? ¿quién se atreve a cuestionar la suspensión de la normalidad en el centro de la ciudad con motivo de una fiesta religiosa?]
Selección de “España no es individualista. Eso es mentira.” Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Soledad Gallego-Díaz [El País, 18 de febrero de 2013]


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