viernes, 8 de julio de 2016

Fußnote 3

Era inverosímil que esa muchacha hubiera sido engendrada por él, pero también lo eran casi todos los hechos de su vida desde una noche en que se abotonó serenamente el uniforme y se puso la gorra de plato delante del espejo en su dormitorio del pabellón de oficiales del cuartel de Infantería de Mágina y bajó despacio por las escaleras que conducían al patio y vio formado en él un batallón y escuchó las órdenes gritadas por otros hombres que hasta ese momento habían sido sus compañeros de armas y unos minutos después serían sus enemigos, sus víctimas o sus prisioneros. No había elegido arrebatadamente una causa, no lo habían cegado ni la pasión política, que le era indiferente, ni una voluntad de heroísmo heredada de sus mayores o inoculada en su inteligencia durante la guerra de África. Ni siquiera sabía entonces, en las primeras semanas de aquel mes de julio, en qué medida anidaba la desesperación en su alma como una enfermedad secreta. Tan sólo se dijo, mientras estaba afeitándose y oía en el patio las voces de mando y los taconazos de la tropa, que no podía tolerar que un grupo amotinado de capitanes y tenientes rompiera la disciplina desobedeciendo sus órdenes. Lo que ocurrió después no lo había previsto, y tampoco era responsabilidad suya: los disparos, los incendios, las multitudes, la sangre, los cadáveres con el vientre desgarrado y las piernas abiertas tirados por las cunetas y los terraplenes en los mediodías de bochorno, el entusiasmo y las esperanzas de vencer que nunca compartió.
El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina 

 


Hay que prestar atención al que cuenta lo que ha visto de cerca1. En los primeros años noventa David Rieff fue reportero enmedio de la gran explosión de salvajismo que fue la guerra de Yugoslavia, y allí y entonces empezó a reflexionar sobre los efectos catastróficos que puede tener algo tan reverenciado como la memoria histórica2 o la memoria colectiva. Una vez, saliendo de entrevistar a un general serbio, uno de aquellos señores de la guerra que de la noche a la mañana se convirtieron en matarifes de sus compatriotas, un ayudante del militar le puso en la mano un papel doblado, como si le confiara un secreto. Cuando Rieff lo abrió, en la hoja en blanco no había más que un número, una fecha: 1453. Comprendió en seguida que se trataba de una consigna delirante de memoria histórica. 1453 es el año en que los turcos conquistaron Constantinopla y pusieron fin al Imperio Romano de Oriente. Invocando esa fecha, los genocidas serbios se convertían nada menos que en herederos de aquel imperio cristiano que más de cinco siglos después continuaban la lucha contra los invasores infieles, ahora los bosnios musulmanes a los que intentaban exterminar en beneficio de su sueño de redención patriótica. La guerra civil yugoslava sucedía en los años 90 del siglo XX y con todas las ventajas modernas de las tecnologías de la destrucción, pero a la gente se la mataba en nombre de cosas que habían sucedido en 1389, en 14533, en un tiempo muy alejado y del todo ajeno, y sin embargo convertido en presente por la obsesión vengativa y victimisma de las conmemoraciones.
No hay casi nadie que no piense que la preservación de la memoria es uno de los valores supremos en una colectividad. En mi trabajo como escritor y en mi activismo como ciudadano yo mismo he intentado contribuir al rescate de la memoria de la República española4 y de la cultura que quedó amputada y dispersa tras la derrota en la Guerra Civil y la grosera tentativa de lobotomía del franquismo. Así que empecé a leer con cierto reparo el libro de Rieff, titulado retadoramente In Praise of Forgetting. ¿Puede haber algo digno de ser alabado en la desmemoria? David Rieff tiene una doble cualificación de ensayista agudo y luminoso y de reportero. Viene de la tradición de libertad intelectual y claridad expresiva de Orwell y de John Gray, esa que brilla más que nunca en el ejercicio de llevar la contraria5 a lo consabido. Y además la combina con un conocimiento de primera mano sobre los lugares más conflictivos del mundo. Ha informado desde Israel, desde Rwanda, desde Irlanda, desde Argentina, desde la ex-Yugoslavia. Y en cada sitio ha sido testigo de los efectos terribles que puede provocar una obsesión por el pasado histórico, y de las dificultades extremas6 de restablecer un presente de convivencia viable sobre las ruinas y las heridas abiertas que deja una dictadura o un enfrentamiento civil.
La paz, o cuando menos la suspensión de las agresiones, es tan imprescindible como la justicia. Las víctimas han de ser honradas y los verdugos castigados. ¿Pero qué ocurre si, en el mundo real, la paz y la plena justicia resultan dos bienes igual de nobles pero a corto plazo incompatibles entre sí? En Yugoslavia, en 1995, lo más urgente era que cesara la carnicería. Se consiguió en los acuerdos de Dayton, que no satisfacían a nadie y que se han sostenido casi de milagro. Pero gracias a ellos, serbios ortodoxos, croatas católicos y bosnios musulmanes no han vuelto a enfrentarse con las armas. Algunos criminales de guerra han sido juzgados y condenados, otros no. ¿Dónde está el equilibrio entre la reconciliación y la justicia, entre la necesidad de reparar los crímenes y los sufrimientos del pasado y la de establecer un presente de convivencia entre unos y otros?
En este punto es donde David Rieff propone, cautelosamente, una reflexión sobre la conveniencia de un cierto grado de olvido, que ha de ser sobre todo no el olvido de lo que sucedió en la realidad, sino una visión crítica del pasado7 que ponga el rigor de la historia por encima de una memoria volcada en el fortalecimiento de la identidad colectiva, dedicada a proveer justificaciones para los fracasos y coartadas ennoblecedoras para los abusos y los crímenes, o para la simple estupidez humana, o para el enaltecimiento de los valores del presente. La memoria personal no es muy de fiar, pero al menos se ejerce sobre los hechos que ha vivido uno mismo. La memoria colectiva, precisa Rieff, no existe como tal, y es mucho más vaga en cuanto se alejan un poco en el tiempo las cosas presuntamente recordadas, cuando empiezan a olvidar y a extinguirse los que las vivieron y han podido contarlas. En la memoria histórica hay una actitud de reverencia hacia los hechos, los sacrificios, los heroísmos, de las personas a las que se elige recordar. Que con frecuencia esté inspirada por los ideales más nobles no la exime del peligro de la manipulación, porque con la misma facilidad se la puede poner al servicio de intereses miserables y de ideales siniestros, o ni siquiera eso, en esta época de autoestima confortable y narcisismo digital: al servicio de la vanidad de sentirse perseguido y rebelde sin el menor contratiempo y sin más esfuerzo que atribuirse los sufrimientos casi siempre inventados de otros que vivieron o no hace mucho tiempo.
Para estar vivos nos contamos historias a nosotros mismos”, dice Joan Didion. David Rieff reconoce, no sin cierto fatalismo, que las sociedades humanas necesitan pasados manejables sobre los que sostener el presente. Pero su experiencia como reportero y sus conocimientos de la historia le hacen mantenerse alerta ante la casi segura inevitabilidad de la manipulación. El precio de un pasado colectivo del todo alentador o ejemplar es la mentira. El grupo refuerza su solidaridad y su ultraje si un dato inoportuno contradice su memoria histórica, que como todos los rasgos de identidad se fortalece sobre todo cuando es puesto en duda por los extraños.
El antídoto de una memoria histórica dañina o incoveniente no es otra memoria histórica más justiciera. Es la Historia. Paradójicamente, dice Rieff, en esta época en que la Historia prácticamente ha desaparecido de enseñanza es cuando más proliferan todas las variedades de memorias históricas. Cuanto menos se sabe del pasado más vehementes son las apelaciones a legitimidades fetichistas que solo el pasado parece capaz de proveer. Pasados a medida8 son los parques temáticos de la identidad a la que cada uno se afilia, tan limpios de las incomodidades y la impurezas de la realidad histórica como un centro comercial herméticamente climatizado en uno de esos desiertos de las periferias urbanas. El antídoto de las fantasías adánicas o criminales sobre el pasado es el estudio sobrio de la Historia, que no avanza en ninguna dirección favorable9 y ni siquiera inteligible, y que es demasiado complicada y en general amarga como para ofrecer las simplificaciones consoladoras que alimentan la nostalgia o la movilización. Muy cerca del final de su libro David Rieff cita a Borges: “El olvido es la única venganza/ y el único perdón”. Pero no es la justicia.

Elogio del olvido, Antonio Muñoz Molina [El País, 17 de junio de 2016]

1Crónica: Narración histórica en que se sigue el orden consecutivo de los acontecimientos. Artículo periodístico o información radiofónica o televisiva sobre temas de actualidad . Testigo: persona que da testimonio de algo, que atestigua. Persona que presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo.
2Dice Cervantes en El Quijote: Debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
3Para justificar su comportamiento con los judíos, los alemanes recordaban a mi abuelo en 1940 la expulsión de los judíos de España que fue ordenada en 1492 por los Reyes Católicos.
4El general Vicente Rojo y su hija. El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina. Al poco de abandonar la Academia su antiguo jefe en la época de Marruecos, Sanjurjo se subleva contra la República en la ciudad Sevilla en lo que se denominó La Sanjurjada. Durante una breve temporada se convirtió en jefe de Estado Mayor de la 16ª Brigada de Infantería de León, este nuevo cargo le permitió comprobar la realidad del ejército antes de la Guerra Civil. De la misma forma pudo comprobar como en los ambientes militares se estaba fraguando el futuro conflicto, y de vez en cuando le convocaban a reuniones en las que se pretendía que se afiliase a una posible revuelta. Estallido de la Guerra Civil. Ascendido a comandante el 25 de febrero de 1936, al estallar la guerra civil, en julio de 1936, se mantuvo leal al gobierno de la República, y fue uno de los militares profesionales que participó en la reorganización de las fuerzas republicanas durante los instantes posteriores al golpe de Estado. La intención recelosa del gobierno de Giral fue la de desmantelar el ejército, finalmente en agosto de este mismo año se reactivan los escalafones militares. No es de suponer que se cuestionase la lealtad de Vicente Rojo ya que desde los primeros instantes fue trasladado a las oficinas del Estado Mayor del Ministerio al mando de Hernández Saravia.
5El valor de la disidencia: Separarse de la común doctrina, creencia o conducta.
6Convivencia viable sobre pasado de enfrentamiento civil. Lo leo en clave personal, no social.
7¿Justicia o paz? ¿Damos prioridad a reparar el daño o a la convivencia y reconciliación? Visión crítica del pasado: rigor de la historia, no falsear los hechos por fortalecer la identidad colectiva. Ofrecer una justificación a lo que no la tiene. Reconocimiento de los hechos tal como fueron.
8Los pasados a medida. En un plano personal, esto me recuerda a Crematorio, de Rafael Chirbes. Cuando Rubén Bertomeu muere, cada uno de los personajes de la novela, de su entorno familiar, trata de crear un pasado a su medida para justificarse, para sentirse inocentes. Dice Rafael Chirbes en una entrevista: “Rubén Bertomeu es el personaje que demuestra que hemos sido peores que ellos. Vuelve a ser Torquemada: qué malo es Rubén pero todos hemos vivido a su costa, todos hemos comido de él, hemos hecho arte de él, hemos escrito novelas de él, y sin embargo él nos avergüenza a todos. En España, desde el año 79, los que han hecho la textura física, ética y estética del país han sido los de mi generación de la izquierda. La manera de pensar, de hablar, la ha tejido mi generación. El gusto lo han moldeado periódicos como El País, no ha sido el ABC. El estilo arquitectónico lo han creado Calatrava cuando era del PSOE, Vázquez Consuegra y Moneo. Y este es el país que ha quedado.” […] “Torquemada, el personaje de Galdós, es un ejemplo. Torquemada, qué malo es, dicen, pero todo el mundo vive a su costa y todos los buenos se nutren de su avaricia. Lo mismo ocurre con Vautrin, el personaje de Balzac. A mí me gusta más el que caza que el se come la caza y dice estar limpio de sangre y de pelo y pluma.”
9Hace suyas las palabras de Rilke, en sus Cartas a un joven poeta: “Ten paciencia con todo lo que no está resuelto en tu corazón y trata de amar las preguntas en sí mismas”. La dama de las abejas, Elvira Lindo

martes, 5 de julio de 2016

Cuestión de Estilo

Lo he contado más de una vez, y por ello pido disculpas. Hace tiempo, un amigo mío muy comilón y que está al tanto de las vanguardias gastronómicas, en una excursión a Guetaria, paró a comer en un caserío en medio del campo.Al encargar la comida, le explicaron que tenían tortillas y, ni corto ni perezoso, pidió una tortilla de langostinos tigre. La paisana, dueña del lugar y cocinera, le espetó: "Mire usted, aquí podemos hacerle tortilla de jamón, de queso, de chorizo, de patata, de espárragos, pero tortillas de tonterías, no tenemos".Fernando Savater

Delibes está firmemente convencido de que cada novela requiere una técnica y un estilo. «No puede narrarse de la misma manera -anotaba en Un año de mi vida- el problema de un pueblo en la agonía (Las ratas), que el problema de un hombre acosado por la estulticia1 y la mediocridad (Cinco horas con Mario)» (Un año 97). Fiel a estos principios teóricos, que en realidad no son sino la expresión de su propia experiencia como novelista, Delibes ha tratado en todo momento de adecuar técnica y contenido2, buscando siempre la adecuación a partir de este último elemento.
«Yo, como siempre, he utilizado la técnica y la fórmula que me parecían adecuadas para desarrollar el tema que me pedía paso. En este caso se trata de una historia totalmente inverosímil, de un experimento onírico, y procedí a ajustar la forma al sueño. Buscar una técnica nueva sin tema, en el vacío, me parece una candidez»

Las más de veinte novelas escritas por Delibes constituyen todo un repertorio de estructuras formales diferentes. Junto a la narración tradicional, sea en primera persona como ocurre en La sombra..., o en tercera persona, encontramos dos monólogos continuados, tres historias en forma de diario, un relato de factura onírica, una novela enteramente dialogada y otra con estructura epistolar. El punto de vista del personaje se impone de forma absoluta en las novelas cuya estructura formal hace posible la desaparición total del narrador. Ocurre esto en los Diarios de Lorenzo -cazador, emigrante y jubilado- o en las Cartas de amor..., obras en las que el lector entra en contacto directo con un personaje que escribe en primera persona; ocurre en el monólogo que Carmen Sotillo dirige a su marido muerto y o en larga confesión que el pintor protagonista de Señora de rojo... hace a la hija silenciosa, y ocurre también en Las guerras de nuestros antepasados, concebida como un diálogo entre dos personajes.


Claves para leer a Miguel Delibes, Amparo Medina-Bocos


Entrevista a Rafael Chirbes, por Julio José Ordovás, Revista Turia
Lo contraproducente, Javier Marías [La zona fantasma, 22 de junio de 2016]
El retrato del organista, Javier Marías [La zona fantasma, 29 de junio de 2016]




sábado, 2 de julio de 2016

¿Y el holgarnos, tía?




Salen DOÑA LORENZA y CRISTINA, su criada, y HORTIGOSA, su vecina.
 


DOÑA LORENZA.-   Milagro ha sido éste, señora Hortigosa, el no haber dado la vuelta a la llave mi duelo, mi yugo y mi desesperación. Éste es el primero día, después que me casé con él, que hablo con persona de fuera de casa1; que fuera le vea yo desta vida a él y a quien con él me casó.
HORTIGOSA.-   Ande, mi señora doña Lorenza, no se queje tanto; que con una caldera vieja se compra otra nueva2.
DOÑA LORENZA.-   Y aun con esos y otros semejantes villancicos o refranes me engañaron a mí; que malditos sean sus dineros, fuera de las cruces; malditas sus joyas, malditas sus galas, y maldito todo cuanto me da y promete. ¿De qué me sirve a mí todo aquesto, si en mitad de la riqueza estoy pobre, y en medio de la abundancia con hambre3?
CRISTINA.-   En verdad, señora tía, que tienes razón; que más quisiera yo andar con un trapo atrás y otro adelante, y tener un marido mozo, que verme casada y enlodada con ese viejo podrido que tomaste por esposo.
DOÑA LORENZA.-  ¿Yo le tomé, sobrina? A la fe, diómele quien pudo; y yo, como muchacha, fui más presta al obedecer que al contradecir; pero, si yo tuviera tanta experiencia destas cosas, antes me tarazara la lengua con los dientes que pronunciar aquel sí, que se pronuncia con dos letras y da que llorar dos mil años; pero yo imagino que no fue otra cosa sino que había de ser4 ésta, y que, las que han de suceder forzosamente, no hay prevención ni diligencia humana que las prevenga.


El viejo celoso, Miguel de Cervantes 


viernes, 1 de julio de 2016

A horrible example of free thought

 
— Pyrrhus, sir? Pyrrhus, a pier    ––¿Pirro, señor? Pirro, pirrarse.    
All laughed. Mirthless high malicious laughter. Armstrong looked round at his classmates, silly glee in profile. In a moment they will laugh more loudly, aware of my lack of rule and of the fees their papas pay.      Todos rieron. Risotada triste maliciosa. Armstrong miró a su alrededor a los compañeros, júbilo tonto de perfil. Dentro de un momento volverán a reír más fuerte, sabiendo mi falta de autoridad y las mensualidades que pagan sus papás.    
— Tell me now, Stephen said, poking the boy's shoulder with the book, what is a pier.      –Dígame, dijo Stephen, dándole al niño en el hombro con el libro ¿qué es eso de pirrarse?    
— A pier, sir, Armstrong said. A thing out in the water. A kind of a bridge. Kingstown pier, sir.      –Pirrarse, señor, dijo Armstrong. Gustarte algo mucho. Me pirro por el espigón de Kingstown, señor.    
Some laughed again: mirthless but with meaning. Two in the back bench whispered. Yes. They knew: had never learned nor ever been innocent. All. With envy he watched their faces: Edith, Ethel, Gerty, Lily. Their likes: their breaths, too, sweetened with tea and jam, their bracelets tittering in the struggle.      Algunos rieron otra vez; tristemente, pero con intención. Dos de la última banca cuchicheaban. Sí. Sabían: ni habían aprendido ni jamás habían sido inocentes. Todos. Con envidia observó las caras: Edith, Ethel, Gerty, Lily. Sus parecidos: sus alientos, también, dulzones por el té y la mermelada, sus pulseras riendo disimuladamente en el forcejeo.    
— Kingstown pier, Stephen said. Yes, a disappointed bridge.      –El espigón de Kingstown, dijo Stephen. Sí, un puente frustrado.    
The words troubled their gaze.      Las palabras turbaron sus miradas.    

Ulysses, James Joyce

Antonio Muñoz Molina lanzó la semana pasada un alegato en favor del poder educativo de la literatura y el valor formativo del esfuerzo, la disciplina y la tenacidad para conquistar el placer de la lectura. En la apertura del ciclo de conferencias La educación que queremos, organizado por el Grupo Santillana, el escritor acompañó su exaltación del amor a los libros con duras críticas al sistema educativo (que margina "no sólo los saberes humanísticos, sino a todos los saberes por igual"), a los políticos (más atentos al boato cultural que a las aulas) y a los medios de comunicación (que sólo destacan la educación como arma para la reyerta partidista). Este es un extracto de la conferencia.

No puede avanzarse mucho en la reflexión sobre el lugar de la literatura y de la palabra escrita en la enseñanza si no se revisa la absurda y rígida distancia que se ha establecido en España entre lo que se llama educación y lo que se llama cultura. Los escritores muertos o momificados por la gloria pertenecen al reino de la educación y los vivos al de la cultura. Lo cual no debe de estar muy lejos de aquel siniestro refrán de "el muerto al hoyo y el vivo al bollo". El muerto al hoyo de los manuales, de los apuntes y de los comentarios de textos. El vivo al bollo precario, pero en ocasiones sustancioso, de las conferencias de postín y de los premios y los convites oficiales.
Para ahondar más las diferencias, debe anotarse que la Cultura es el campo del prestigio, mientras que la Educación apenas ocupa páginas de verdadera relevancia en los periódicos, ni es motivo, en general, de la atención sincera y preocupada de los que se dedican al periodismo. Y casi tampoco de los que se dedican a la política, ni siquiera a la política educativa. Cuando un asunto relacionado con la enseñanza provoca titulares es infaliblemente porque está siendo usado como pretexto para alguna reyerta partidista, como ha sucedido con la polémica de las humanidades. Se oculta así, por una mezcla de intereses y de falta de interés, lo que cualquier profesor y cualquier padre sabe, y sufre: que la educación, sobre todo la pública, está sometida a una degradación y un descrédito cada vez mayores, padecidos en la misma medida por quienes la imparten y por quienes deberían ser sus beneficiarios.
La cultura es un escaparate y una coartada, en ocasiones de lujo, sobre todo para los jerifaltes de las satrapías autonómicas y municipales que gastan sin el menor escrúpulo de responsabilidad presupuestaria. La educación es un oficio que ha sido despojado en los últimos años de toda su dignidad pública y de gran parte de su legitimidad moral. Para alcanzar la categoría de culto no es necesario saber, sino sano saber, sino estar Más que el maestro ilustrado y perseverante, importa el nebuloso gestor de actos culturales, el intermediario que seguramente no sabe hacer nada, pero que se las sabe todas, y por tanto puede ofrecer al político lo que éste más aprecia y exige, un brillo de modernidad inatacable, un titular de periódico, unos segundos en la televisión.
Los planes de estudio y las temibles reformas educativas, que tienen la infatigable virtud de empeorar todo desastre, por definitivo que éste pueda parecer marginan cada vez más no sólo a los saberes humanísticos, como piensan algunos inocentes, sino a todos los saberes por igual. Pero al mismo tiempo que el poder político perpetra lo que alguna vez he llamado la exaltación de la ignorancia, se inviste de cualquier manera y a cualquier precio de los oropeles más lujosos de la cultura. Se acentúa el carnaval de la alta cultura y se abandona a su suerte a quienes viven extramuros de ella, los que nunca amarán la ópera ni leerán a Joyce ni merecerán comprender la pintura moderna.
Los escritores se lamentan de la falta de lectores, los concejales de cultura comprueban que conferencias están salas de vacías a no ser que exhiban a algún figurón del espectáculo de la cultura o de la cultura del espectáculo1. Pero nadie parece darse cuenta de que la razón principal de que no exista esa asidua multitud que llamamos público está en el gran foso entre la educación y la cultura; entre el saber y el estar2 al día; entre el trabajo lento, disciplinado y fértil sólo a largo plazo, y la pirueta instantánea concebida para recibir el halago de un titular, pero condenada a extinguirse sin dejar ni rastro de ceniza.
Con alguna frecuencia voy a dar conferencias a institutos3, y siempre compruebo, con tanto entusiasmo como melancolía, una doble verdad. Primero, que en esas aulas está el mejor público que puede desear un escritor: el más receptivo, el más limpio de vanidad y de prejuicios. Segundo, que hay muy pocas cosas tan hirientes como, el contraste entre el dispendio ilimitado de las ceremonias culturales organizadas por ayuntamientos, diputaciones y comunidades, y la penuria absoluta en la que casi siempre se desenvuelven los centros públicos de enseñanza.
Este es un país donde, al tiempo que vienen las mejores orquestas del mundo, muchos conservatorios se encuentran en condiciones nigerianas, y donde las Administraciones gastan en televisiones consagradas a emitir basura comercial e ideológica4 el mismo dinero que escatiman en bibliotecas o plazas de profesores.
Aunque lo parezca, todo lo anterior no es en absoluto ajeno a la literatura, pues no es posible reflexionar sobre su sentido sin establecer las condiciones en que se produce, las relaciones entre el acto de escribir y el de leer, entre la solitaria invención de un libro y la reinvención simétrica del lector5, ese personaje desconocido, imprevisible y con mucha frecuencia inexistente.
Si la literatura, como tiende a creerse ahora, es un adorno, un fetiche de prestigio para pavonearse ante los ojos embobados de la tribu, si es una materia fósil, apartada de la vida y que sólo interesa a los eruditos universitarios, entonces tienen razón quienes la desdeñan, quienes la eliminan poco a poco de los planes de estudio, y también el público que jamás se interesa por ella. Si la literatura es superflua, si no es útil para vivir y no alude a honduras fundamentales de la experiencia humana, lo mismo los escritores que los profesores, que nos ganamos la vida gracias a ella, tendremos razón para sentirnos impostores.
Cuando yo estudiaba sexto de bachillerato, hace casi treinta años, la clase de literatura consistía en una ceremonia tediosa y macabra. Un profesor de cara avinagrada subía cansinamente a la tarima con una carpeta bajo el brazo, tomaba asiento con desgana y nos dictaba una retahíla de fechas de nacimientos y de muertes, títulos de obras y características que tenias que copiar al pie de la letra si no querías suspender. Afortunadamente para mí, yo ya era un adicto irremediable a la literatura; pero la mayoría de mis compañeros la habrán considerado para siempre ajena y odiosa. Del mismo modo que la educación religiosa del franquismo fue una espléndida cantera de librepensadores6 precoces, la educación literaria era, y en ocasiones sigue siendo, una manera rápida y barata de alejar a los adolescentes de los libros.
A nadie le interesa aprender cosas inútiles. Sólo amaremos los libros si nos damos cuenta de que son útiles y pertenecen al reino de nuestra propia vida. Leer no es hacer méritos para aprobar ni para demostrar que se está al día. Un libro verdadero —también los hay impostores7— es algo tan necesario como una barra de pan o un vaso de agua. Como el agua y el pan, como la amistad y el amor, la literatura es un atributo de la vida y un instrumento de la inteligencia, de la razón y de la felicidad. La mayor parte de los lectores no lo saben, pero tampoco parecen saberlo muchos escritores8.
Un amigo mío que se dedica a enseñarla dice que la literatura no es cultura, sino algo más serio y más elemental. La literatura, su médula, es una consecuencia del instinto de la imaginación, que opera con plenitud en la infancia y que poco a poco suele ir atrofiándose, como todo órgano que se deja de usar. A medida que crecemos y se nos empieza a adiestrar para el trabajo, para la mansedumbre y la desdicha, el hábito de la imaginación se vuelve incómodo, peligroso e inútil9. No porque sea un proceso natural, sino porque hay una determinada presión social para que no nos convirtamos en individuos sanos, felices y autónomos, sino en súbditos dóciles, en empleados productivos, en lo que antes se llamaba hombres de provecho10.
El juego, la fábula y la imaginación pierden su soberanía y se convierten en proscritos. O en bufones, como esos jefes indios que, después de la rendición de sus tribus, lanzaban sus gritos de guerra y se pintaban la cara no para cabalgar con orgullo por praderas sin límite, sino para actuar de comparsas en el circo de Buffalo Bill.
Pero la imaginación es muy fuerte y tarda en ser vencida11. Yo creo que el periodo de nuestra vida en que se libra la batalla más difícil, que también resulta ser la definitiva, transcurre en el final de la infancia y en la adolescencia12. No es casual que sea en ese tiempo cuando nos aficionamos a la literatura y a la rebeldía, y cuando se decide inapelablemente nuestro porvenir.
La tarea del que se dedica a introducir a los niños y a los jóvenes en el reino de los libros es enseñarles que éstos no son monumentos intocables o residuos sagrados, sino testimonios cálidos de la vida de los seres humanos, palabras que nos hablan con nuestra propia voz y que pueden darnos aliento en la adversidad13 y entusiasmo o fortaleza en la desgracia. Decía Ortega y Gasset que los grandes escritores nos plagian, porque al leerlos descubrimos que están contándonos nuestros propios sentimientos, pensando ideas que nosotros mismos estábamos a punto de pensar14.
La literatura no es aquel catálogo abrumador y soporífero de fechas y nombres con que nos laceraba mi profesor de sexto, sino un tesoro infinito de sensaciones, de experiencias y de vidas. Gracias a los libros, nuestro espíritu puede romper los límites del espacio y del tiempo15, de manera que podemos vivir a la vez en nuestra propia habitación y en las playas de Troya, en las calles de Nueva York y en las llanuras heladas del Polo Norte. Es una ventana y también es un espejo16. Es necesaria, aunque algunos la consideren un lujo. En todo caso, es un lujo de primera necesidad.
Pero que resulte necesaria no quiere decir que sea un tesoro puesto al alcance de la mano, que cualquiera pueda sin esfuerzo escribirla y leerla. Cunde desde hace años la superstición irresponsable de que el empeño, la tenacidad, la disciplina y la memoria no sirven para nada, y de que cualquiera puede hacer cualquier cosa a su antojo. Eso que llaman lo lúdico17 se ha convertido en una categoría sagrada. Del aula como lugar de suplicio se ha pasado a la idea del aula como permanente guardería, lo cual es una actitud igual de estéril, aunque mucho más engañosa, porque tiene la etiqueta de la renovación pedagógica.
Todos sabemos, aunque a veces se nos olvide, que las cosas que nos salen sin esfuerzo han requerido un aprendizaje muy lento y muy difícil, y que la lentitud y la dificultad nos han templado mientras aprendíamos. Los mayores logros del arte, la música, la literatura o el deporte tienen en común una apariencia singular de facilidad. Pero a ese atleta que corre cien metros en menos de diez segundos ese instante único le ha costado años de entrenamiento, y ese músico que toca delante de nosotros sin mirar la partitura, como ese aficionado que se la sabe de memoria, han pasado horas innumerables consagrados al estudio18, negándose al desaliento y a la facilidad.
Se nos educa —cuando se nos educa, cosa cada vez menos frecuente— para disciplinamos en nuestros deberes, pero no en nuestros placeres y en nuestras mejores aptitudes19. Por eso nos cuesta tanto trabajo ser felices. Aprender a escribir libros es una tarea muy larga, un placer extraordinariamente laborioso que no se le regala a nadie y al que se llega después de mucho tiempo de dedicación disciplinada y entusiasta. Esos genios de la novela que andan a todas horas por los bares son genios de la botella20 más que de la literatura. Y aprender a leer los libros y a gozarlos también es una tarea que requiere un esfuerzo largo y gradual, lleno de entrega y paciencia, y también de humildad21. Pero ya decía Lezama Lima que sólo lo difícil es estimulante.
La literatura no está sólo en los libros, y menos aún en los grandilocuentes actos culturales, en las conversaciones chismosas de los literatos o en los suplementos literarios de los periódicos. Está en la habitación cerrada en la que alguien escribe a altas horas de la noche o en el dormitorio en el que un padre le cuenta un cuento a su hijo, que tal vez dentro de unos años se desvelará leyendo un tebeo, y luego una novela. Uno de los lugares donde más intensamente sucede la literatura es el aula22 en donde un profesor sin más ayuda que su entusiasmo y su coraje le transmite a uno solo de sus alumnos el amor por los libros, el gusto por la razón en vez de por la brutalidad, la con ciencia23 de que el mundo es más grande y más valioso que todo lo que puede sugerirle la imaginación.
La enseñanza de la literatura, sirve para algo más que para descubrirnos lo que otros han escrito y es admirable: también sirve para que nosotros mismos aprendamos a expresarnos mediante ese signo supremo de nuestra condición humana, la palabra inteligible, la palabra que significa y nombra y explica24. No la que niega y oscurece, no la que siembra la mentira, la oscuridad y el odio.
La disciplina de la imaginación, Antonio Muñoz Molina [El País, 29 de septiembre de 1998]


El pasado mes de marzo, Nancie Atwell se convertía en la mejor profesora del mundo al alzarse con el Global Teacher Prize, un título reconocido por la Varkley Foundation y dotado con un millón de dólares. Entre los 50 finalistas se encontraba también un español, César Bona (43 años) –el único de nuestro país en la lista–, que en su corta carrera ha conseguido llamar la atención de personalidades de todo el mundo. Entre ellas se encuentra Jane Goodall, la célebre primatóloga Príncipe de Asturias, que dijo de él que estaba “creando líderes del futuro, animándolos a tomar las riendas25 para emprender acciones y cambiar actitudes en sus sociedades”.
César Bona es un profesor entusiasta que disfruta de los retos, que adora a los niños y que, en lugar de teorizar sin fin sobre lo que debería hacerse, se ha lanzado a hacerlo26. En sus proyectos ha conseguido llevar a cabo todo aquello que muchos han planteado sobre el papel: que niños analfabetos se sientan interesados por la lectura, que sus alumnos impulsasen una protectora de animales virtual que ha llegado al ámbito internacional (Children for Animals) o que rodasen un cortometraje premiado en un festival de cine de la India.
Los profesores debemos ofrecer cada día nuestra mejor versión, escuchar a los niños y saber de qué están hechos para sacar lo mejor de ellos”, explica Bona a El Confidencial. Y aunque recuerda que el sistema también debe ayudar, tampoco le sirve que el profesor se parapete detrás de ello para no esforzarse y seguir aprendiendo. Pero dejémonos de palabras y veamos qué se puede hacer.
La historia de César arranca en su año de prácticas en 4º de Primaria del colegio zaragozano Fernando el Católico. “César, te ha tocado la peor clase”, fue su recibimiento el primer día. La clase estaba formada por 24 niños, 20 de ellos de etnia gitana, una niña rumana, otra de Marruecos y una niña de Gambia. El absentismo era muy alto y los que iban a clase tampoco parecían muy interesados. “Un día llegué y les dije 'soy maestro, os voy a enseñar lengua, inglés, etc., pero vosotros también vais a enseñarme a mí'. Eso es lo que marca la diferencia, que se sintieran implicados al ver que también podían enseñar al maestro”, explica Bona.
Dicho y hecho. Javi, el cabecilla de la clase, comenzó a enseñarle a César a tocar el cajón flamenco, algo que llamó la atención de sus compañeros, que empezaron a acudir de forma habitual: “Ellos vieron que podían sacar algo de sí mismos27 y dárselo a los demás”. Pero había otro problema, y es que muchos, a sus nueve y diez años, no sabían leer. Así que César preparó una pequeña obra de teatro que estimulase su curiosidad28. Juan, por ejemplo, tuvo un papel más corto porque no sabía leer, y otros niños más acostumbrados a la lectura interpretaron papeles más largos, al mismo tiempo que ayudaban al resto de sus compañeros.
No pueden vivir en una burbuja donde sólo metamos datos, sino que debemos invitar a esos niños a que participen activamente
Ellos no estaban acostumbrados a pasar horas sentados, así que en mitad de Lengua o Matemáticas gritaba '¡acto tres!', lo representaban, aplaudíamos todos y volvíamos a clase”, recuerda el profesor. Este mismo año Javi ha invitado a César a una fiesta en su casa con todos sus compañeros, ya adolescentes, y el propio César lo invitó a tocar durante una charla en la facultad de educación de Zaragoza. “Si alguna vez tenéis que dar clase en un colegio de este tipo tenéis dos opciones: una, coger una depresión; o dos, ver y analizar lo que la gente llama 'problemas' y mirarlos como 'retos' y buscar qué os pueden enseñar a vosotros y qué podéis sacar de positivo de allí”, fue lo que le contó César a sus compañeros en dicha charla.
El primer destino definitivo de César fue Bureta, un pueblo de 269 habitantes con una escuela unitaria, en la que convivían seis niños de cinco edades entre los cuatro y los doce años. Además, muchos de ellos no se llevaban bien entre sí, porque sus padres tampoco lo hacían. La solución que ideó César fue rodar un cortometraje mudo que implicase no sólo a los niños, sino también a sus propios padres, que debían arrimar el hombro para que el proyecto llegase a buen puerto. A pesar de la reservas de algunos compañeros, César llegó hasta el final y logró estrenar la película en la plaza del pueblo, ante 400 personas, entre vecinos y gente de los pueblos cercanos, así como el inspector. “¿Cómo podría perderme una cosa así habiendo visto la ilusión de los niños y también la tuya?”, fue lo que este le dijo el día del estreno.
Yo no hablo de innovación, sino de sentido común, de aplicar las cosas que me habrían gustado de niño
El cortometraje se llevó el premio CreArte del Ministerio de Cultura por el estímulo de la creatividad, dotado con 20.000 euros, y otro premio en el Festival Internacional de la India de Cine para Niños. “Es clave que los niños vean que su contribución es importante para que adquieran un compromiso social, y ahí es hacia donde debería tender la escuela si queremos una sociedad mejor”, explica el profesor. “Los maestros tenemos la posibilidad de intentar cambiar a mejor las cosas”.
Siguiente parada en el camino: 4º de primaria, Muel, un municipio zaragozano de 1.400 habitantes. En esta ocasión, chicos muy aplicados. La llegada del circo al pueblo le dio a César una buena idea: ¿por qué no investigar sobre el funcionamiento de los circos? Así lo hicieron y, con el paso de los días, los estudiantes se dieron cuenta de que algo no marchaba bien. Ese fue el germen de la protectora de animales virtual El Cuarto Hocico, que llevó a los niños a movilizarse con el resto del colegio, el alcalde y a enviar una carta al Rey (al que se le invitaba a buscar otras alternativas de ocio a la caza) para evitar que los animales sufrieran. En definitiva, habían aprendido con sus propios medios una triste realidad social.
No pueden vivir en una burbuja en lo que lo único que hagamos es meter datos, sino que debemos invitar a esos niños y adolescentes a que salgan y participen en esa sociedad”, explica Bona. “Cualquier cosa que se les enseñe debería servir en la sociedad real”. El proyecto fue premiado por Jane Goodall y dio lugar a una protectora de carácter internacional, Children for Animals.
La última experiencia de César ha tenido lugar en el 5ºB del colegio Puerta de Sancho en Zaragoza, que el profesor recuerda con la siguiente frase: “Lo que hemos vivido juntos hará que, por muchos años que pasen, cierre los ojos y sigan estando ahí, sin crecer, siempre con la sonrisa en la cara y expectantes por comprobar qué les ofrecía un nuevo día”. ¿Recuerdan la propuesta de los jesuitas y de los colegios finlandeses de cambiar por completo el aula? César lo llevó a cabo dividiendo la clase en cincos continentes que debían trabajar por su cuenta, pero también enseñarse unos a otros a través de los trabajos por proyectos. Espontáneamente, los alumnos escribieron la historia de esos mundos (con nombres como Mundo Viejuno o Tierras Medias de Rancia) y se repartieron los cargos, como el de la historiadora, que se encarga de apuntar todas las cosas graciosas que ocurren en clase, la encargada de la lista blanca de altruistas, que pone de acuerdo a los alumnos que necesitan ayuda y a los que pueden ayudarles o el cabecilla de los sublevados, que recoge todas las quejas y sugerencias de los alumnos.
Los niños viven la vida con mucha más alegría, pero les ponemos reglas constantemente que coartan esa sensación de vivir todo con ilusión
Yo no hablo de innovación, sino de sentido común, de aplicar las cosas que me habrían gustado de niño”, resume Bona. “Se trata de darle a los niños la posibilidad de que trabajen en equipo, de que se sientan implicados en clase, que sientan que tienen un papel en esa microsociedad que es el aula. Que se sientan más protagonistas”. En definitiva, en llevar a cabo en Primaria todo aquello con lo que tantos pedagogos y teóricos han soñado durante años.
Bona lo tiene claro: si queremos que la sociedad cambie, esto debe empezar por la escuela e involucrar a todos, incluidos padres, maestros y alumnos. El profesor cree que se están haciendo muchas cosas interesantes en España –actualmente está colaborando con Aldeas Infantiles y viajando por toda España para aprender nuevas experiencias y darlas a conocer– y que, sobre todo, “se trata de un movimiento hacia lo positivo”. Ya no es momento de quejas, hay que lanzarse a la acción.


En un capítulo del libro, César expone qué debe hacer un buen maestro: invitar al compromiso social de los alumnos, estimular el respeto al medio, tener autoconocimiento, estimular cada día la creatividad y la curiosidad, aprender a gestionar sus emociones, contagiar actitud y entusiasmo, trabajar con padres, niños, madres y administraciones locales, tener la mente abierta… y ser consciente de que vive en un mundo de niños. “Un maestro no debe ser una persona caracterizada por su seriedad, porque el niño vive en un mundo que a veces es absurdo o surrealista, y el maestro debe ser consciente de que él es su modelo”, añade.
Ante las reservas que muchos colegas, superiores y niños van a manifestar ante sus métodos, Bona recomienda perseverancia y ser conscientes de que lo que se hace es por el bien de los niños: “Es un reto convencer de que las clases se pueden hacer de otra manera, especialmente a los padres, como cuando trabajábamos por proyectos y nos salíamos del libro”. Pero también es cierto que la sociedad en la que vivimos es muy diferente a la que existía hace unas décadas, y que ello obliga a que las empresas pidan nuevas habilidades como la creatividad, muchas veces sofocadas por las ansias de los padres que se traducen en inacabables clases extraescolares. “Deben poder mirar alrededor, imaginar, sentirse creativos y que esa curiosidad innata sea el motor que los mueva. Si les llenamos la tarde de extraescolares no tienen tiempo para ser niños”.
Es un reto convencer de que las clases se pueden hacer de otra manera, especialmente a los padres, cuando te sales del libro y trabajas por proyectos
Al mismo tiempo, los adultos pueden aprender mucho de sus hijos: “Viven la vida con mucha más alegría, pero les ponemos reglas constantemente que coartan esa sensación de vivir todo con ilusión. Si los observamos, nos damos cuenta de que son seres increíblemente creativos, que nos pueden enseñar a ver la vida de forma original”. Durante este año, que Bona ha cogida de excedencia, planea viajar por toda España y colaborar con el Gobierno de Aragón para estimular la innovación, el compromiso social y la expresión oral. En los colegios españoles están ocurriendo muchas cosas. Sólo hace falta alguien que, como él, las dé a conocer.
Educación: Conoce a César Bona, el mejor profesor de España, y las técnicas que utiliza.
Varkey es un incansable defensor de un modelo educativo que impulse los aspectos humanistas y filantrópicos, y que incluya la felicidad y la empatía entre sus objetivos. Sus ideas inspiran todo un entramado de escuelas en las que ha implantado la Global Education Management Systems (GEMS), inicialmente en Asia y Africa, y hoy también en países occidentales, con más de 130 centros educativos.
Entre los principios del Global Teacher Prize está el que los docentes preparen a los niños para un mundo global, que sean innovadores, que su trabajo repercuta en la comunidad, que la labor del profesor se convierta en modelo de enseñanza contribuyendo al debate y donde no es importante el renombre del profesor sino la autenticidad de su labor.
Nancie Atwell, la ganadora del premio en este año, que lleva más de 40 años transmitiendo su pasión por la lectura y la escritura y
El jurado del premio consideró que representa todo lo que supone ser un excelente maestro por su constante innovación tratando de formar ciudadanos en el aula, por ser un líder en el campo de la educación y porque su trabajo beneficia no solo a sus estudiantes, también a maestros, a su comunidad y al mundo.
Siendo profesora desde 1973, en 1990 fundó el CTL (Centro para la Enseñanza y el Aprendizaje), en Edgecomb, Maine, EEUU. Es un centro sin ánimo de lucro donde desarrolla métodos de aprendizaje que involucran a los alumnos y suponen un desafío para ellos.
Es fundamental la práctica diaria de la lectura y la escritura con algunas claves que  resaltamos a continuación. Sus alumnos se convierten en muy buenos lectores rompiendo las medias habituales de lectura del país, superando los seis u ocho libros que suelen leer los alumnos de séptimo y octavo grado (1º y 2º de ESO) y logrando leer cerca de 40 libros anuales.
Claves de Nancie Atwell para la lectura y la escritura:
  • Dejar que el niño elija los libros que quiere leer y los temas sobre los que quiere escribir29.
  • Dedicar un tiempo de lectura diario30 en el centro escolar y en casa.
  • Disponer de una biblioteca31 de aula con materiales que se renueven periodicamente.
  • Tener una biblioteca de centro con abundantes fondos interesantes.
En el CTL, Center for Teaching & Learning, donde acuden unos 75 estudiantes, las clases son pequeñas, de 16 a 18 estudiantes32, y disponen de decenas de miles de libros para elegir.
«Cada año, mis alumnos de séptimo y octavo grado eligen y leen entre 30 y 100 títulos. Devoran los libros porque la biblioteca de la clase está llena de historias interesantes de escritores serios, porque tienen tiempo para leer en el colegio, porque esperan poder leer cada noche en su casa y porque 35 años de experiencia me han enseñado que mi trabajo es leer, disfrutar y recomendar literatura para jóvenes a los jóvenes a los que enseño»
Para conseguir que los niños sean buenos lectores, deben realmente dedicarle tiempo a la lectura.
Un niño sentado en una habitación tranquila con un buen libro «no es un método de enseñanza llamativo o comercial», pero es la manera de que alguien se convierta en un lector.
  • Los talleres de lectura dan pautas y motivan a los lectores. En ellos no siempre la lectura es un tiempo de silencio prolongado, pues también se lee en voz alta, se dan explicaciones sobre lo que se lee, se apunta el significado de palabras desconocidas o se practican las entonaciones de frases, se habla de nuevos libros y viejos favoritos, se hacen informes sobre autores y géneros
«El taller de lectura es una de las cosas más simples y más difíciles que hacemos. Es también el más valioso», destaca Atwell.
  • Durante la lectura y después de finalizado el libro, los alumnos escriben cartas al profesor donde cuentan y explican sobre lo que ha supuesto el libro para ellos, destacando en ocasiones aspectos que el profesor les ha sugerido.
  • Las conversaciones con el profesor sobre lo que leen son constantes, y continuamente el maestro tiene una atención personal con el alumno sobre sus lecturas.
Así pues, no sólo consiste en dejarles leer lo que quieran sino en acompañar esa medida con otras como rodearlos de multitud de libros, hacerles exponer sus conclusiones, ejercitarlos en hablar en público, respetar sus juicios… y demostrándoles como adulta que vale la pena escucharles.”



  • Alumnos y profesores recomiendan lecturas leídas de manera continua en las clases: todos leen y hablan de lo que leen. El interés y la implicación de los profesores por la lectura que interesa a sus alumnos es muchísima y permanente. El profesor sabe acerca de la literatura, la lectura, y sabe de sus estudiantes sus fortalezas y desafíos.
Los niños no leen no porque no les guste la lectura sino porque no les interesan los libros que les ofrecemos.”
  • En los talleres de escritura los estudiantes pueden desarrollar sus propios temas, escribir en distintos géneros, consultar sus borradores con sus maestros y compartir sus ideas. Algunas de las reseñas de los libros que han leído los alumnos del taller se publican en la web del centro y los propios niños confeccionan sus listas de recomendaciones. Es esencial lograr que cada niño sea capaz de decir: Estos son mis libros favoritos, autores, géneros y personajes de este año.
Lo más importante, desde mi punto de vista como el profesor responsable de la alfabetización, es que mis alumnos se conviertan en buenos lectores.”
Nancie tiene muy claro la importancia de dedicar este tiempo de escuela a la lectura y del poder de las historias, de la literatura, para crear lectores desde muy pequeños, lejos de currículos envasados, de invasión de nuevas tecnologías o de libros de textos que no desarrollan la fluidez, el vocabulario, la capacidad crítica y la confianza en la comprensión y expresión de las ideas.
Cuando los lectores crecen y se van de la escuela, ellos reconocen el amplio mundo que encuentran por ahí porque ya se presentó en las “cámaras de su imaginación” (Spufford, 2002).
En el CTL de Nancie Atwell tienen aulas muy abiertas en donde las estanterías, los libros y las revistas son muy protagonistas y visibles33. Hay mesas para compartir y los chicos pueden estar sentados por el suelo escuchando, conversando o leyendo con placidez.
Sin duda, la coherencia34 entre lo que desean conseguir de los estudiantes y el modo en que trabajan los profesores, es una evidencia.
«He aprendido y sigo aprendiendo cómo hacer que una escuela sea un lugar de felicidad y sabiduría para mis estudiantes y para mí», dijo Atwell durante su discurso de aceptación del premio.
Nancie Atwell tiene publicados varios libros, ninguno aún traducido a nuestro idioma, donde comparte sus experiencias y sus ideas pedagógicas.
Nancie Atwell: claves para la lectura


1Los escritores vedettes o vedettes que han decidido escribir.
2Figurar, salir en la foto, ser el peregil de todas las salsas.
3En Noches sin dormir, Elvira Lindo escribe que “debería haber un Muñoz Molina en cada instituto, en la Facultad de Historia del Arte, en la de Filología, en el Conservatorio”. Y añade: “Hay que aprender de quien siempre ha sido discreto, generoso, de quien siempre comparte sin reservas lo que sabe, huye de la pedantería y no alardea de sus logros”. Lo suscribo y buena parte de lo que dice podría también aplicársele a la propia Lindo.
4Basta con ver la programación de algunos canales autonómicos o cadenas privadas.
5Cómo interpreto lo que leo, la profundidad de análisis de mi lectura, aquello que aporta el lector. La lectura es activa; en cambio, sentarse delante de la tele a escuchar un programa teleshow es una actividad pasiva que no mueve a la participación sino al adocenamiento.
6— You're not a believer, are you? Haines asked. I mean, a believer in the narrow sense of the word. Creation from nothing and miracles and a personal God. Tú no eres creyente ¿verdad? preguntó Haines. Mejor dicho, creyente en el más puro sentido de la palabra. La creación de la nada y milagros y un Dios personal.    
— There's only one sense of the word, it seems to me, Stephen said. Sólo tiene un sentido esa palabra, me parece a mí, dijo Stephen.  […]   — Yes, of course, he said, as they went on again. Either you believe or you don't, isn't it? Personally I couldn't stomach that idea of a personal God. You don't stand for that, I suppose? –Sí, desde luego, dijo, mientras proseguían. O se cree o no se cree ¿no es así? Personalmente yo no podría tragarme la idea esa de un Dios personal. Tú no defiendes eso, supongo.     — You behold in me, Stephen said with grim displeasure, a horrible example of free thought. –Estás contemplando, dijo Stephen con marcado malestar, un horrible ejemplar de libre pensador.    
7Esta es la gran lección y propósito de Cervantes en El Quijote. Hay que educar la mirada para aprender a distinguir un discurso verdadero de otro falso y embustero.
8Hay un paso en la comprensión lectora de plantearse qué relato cuenta el libro o la novela a qué me dice a mí, qué puedo contestarle yo al autor sobre ese asunto, porque uno siente que hay una interpelación. Algunas veces me pregunto en qué me ha cambiado a mí leer esta novela, enfrentarme a este dilema.
9Lo identifico como el tema central de Madame Bovary, de Flaubert.
10Hombres productivos pero no espíritus libres. Adocenados y, por tanto, fáciles de manejar para los intereses de los poderosos desde un punto de vista político o religioso. Sensibles a la propaganda. Ya no necesitan amenazarnos, castigarnos, meternos miedo para que obedezcamos. Basta con crear el discurso, al mismo tiempo seductor y engañoso, adecuado.
11La imaginación y el deseo de cambiar las cosas. Esto tiene mucho que ver con Don Quijote (Cervantes) y con Madame Bovary (Flaubert).
12Alicia en el país de las maravillas, El mago de Oz, Las zapatillas rojas, La línea de sombra, Telémaco, El guardián entre el centeno.
13Definitivamente hay libros amigos que se convierten en compañeros de vida.
14Me ocurre a menudo. Hallar un párrafo en una novela que me permite encontrar la clave de interpretación de algo que me ocurrió y no supe entender. Esa identificación con algún personaje concreto, o encontrar que uno de ellos actúa como alguien que tú conoces, o ésa era la idea que yo andaba buscando cómo expresar.
15Algunos libros los he buscado porque he querido comprender algún período de tiempo concreto o porque he buscado comprender la decisión de un familiar, o cuáles eran las circunstancias que vivió, etc.
16Es también un viaje. Cuando lo terminas, puede que no seas el mismo.
17Aprender sin esfuerzo, aprender como un juego, improvisando sin disciplina ni organización.
18Importancia de adquirir el hábito de estudio. No importan tanto los resultados como aprender a hacernos responsables de una tarea, ser pacientes, ser exigentes, tratar de hacerlo lo mejor posible con las herramientas que tengamos a nuestro alcance, buscar la excelencia en nuestro trabajo, sea el que sea.
19Aquí el papel del educador y de los padres es muy importante: detectar y potenciar las mejores aptitudes del hijo o del alumno. Motivar para que siga mejorando aquello que se le da bien o por lo que siente mayor interés y afición.
20Eso mismo puede aplicarse a cualquier profesión, no sólo a la de escritor.
21Los descubrimientos que uno hace, sólo son nuevos para uno mismo. Cualquier cosa que uno tenga que decir sobre una novela, seguramente ya haya sido comentada antes por otros muchos y expresada con mejor estilo.
22Seguramente por eso, Madame Bovary empieza así, en un aula. Y también el segundo capítulo de Ulises, de James Joyce.
23Lo real frente a lo imaginario o ideal, lo concreto frente a lo abstracto, la Historia frente a la ficción, lo inteligible frente a las emociones y los sentimientos, la transparencia frente a los espejismos, la ciencia frente a la metafísica y la religión, lo individual y singular frente a lo universal y lo común.
24Pero la palabra también sirve para seducir, persuadir, engañar, manipular. Depende del uso que hagamos de ella. Depende de nuestra capacidad crítica para distinguir lo verdadero de lo falso.
25Autonomía y activismo social.
26Enfoque práctico, no teórico. Tendencia a resolver lo concreto, no lo abstracto. Actuar, no quejarse. Actitud positiva que mueve a la acción y resolución de problemas concretos. Útil para la vida.
27Puedo enseñar, puedo mostrar algo útil para otro y eso repercute directamente en la autoestima.
28Trabajar con material que despierte interés y curiosidad en los niños.
29Se asegura de que son del interés del niño, que estimulan su curiosidad.
30Crear el hábito de lectura. Si el niño se acostumbra a leer, será como un entrenamiento deportivo y podrá ir aumentando paulatinamente la dificultad de los textos y el tiempo dedicado a ellos.
31Poner libros a su alcance, estimular el sentido de pertenencia. Igual que tienen un espacio para los juguetes, también deberían tener un espacio para los libros y para escribir. Si uno cuenta con un escritorio propio, con estanterías para colocar los libros que vaya adquiriendo o que les vayan regalando, será más fácil crear el hábito de estudio y lectura.
32Trabajar con un grupo de lectura de 16 niños es lo ideal. Normalmente, las clases son de casi treinta. Habría que dividirlo en dos grupos para que puedan participar todos los niños.
33La importancia de la biblioteca de una casa
34Coherencia método y objetivos, Coherencia: lo que se aprende en los libros se aplica en la vida práctica. Eso significa saber leer para saber vivir.

 comprension primer grado 

 
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