jueves, 30 de junio de 2016

Fußnote 2



Mueca y risa de El Bosco, Antonio Muñoz Molina [El País, 24 de junio de 2016]
Otros ojos para ver El Prado: El jardín de las delicias, de El Bosco
Claves para leer a Miguel Delibes por Amparo Medina-Bocos
Conversaciones. Entrevista a Rafael Chirbes por Julio José Ordovás [Revista Turia, ]

Hay que llegar lo más temprano que se pueda al Museo del Prado para ver la exposición de El Bosco. Hay que llegar cuanto antes y concentrarse en las obras que no pertenecen al museo. Las otras, algunas de las más importantes, están siempre allí, presencias reales en el sentido de George Steiner y en el de Philip de Montebello, el antiguo director del Metropolitan de Nueva York. Le preguntaron a Montebello hace unos años que para qué sirven los museos en una época de acceso instantáneo y global a todas las imágenes, y él contestó, con el aplomo que le caracteriza, que los museos sirven justamente como guardianes de la presencia real de la obra de arte, su materialidad precisa, su irreductible singularidad. Pero quienes estamos acostumbrados a frecuentar sin apuro las obras de El Bosco que se hallan siempre en Madrid tenemos mucho que aprender y gozar al verlas en compañía de otras llegadas desde fuera, no solo pinturas de su autoría indudable, sino también obras de taller y copias o imitaciones de discípulos, y también dibujos, bocetos prodigiosos de alguien que no sabíamos que era tan buen dibujante, grabados de cuadros perdidos, miniaturas de libros de horas en las que pululan por los márgenes muchos de esos monstruos y fenómenos que no nacieron de su “imaginación desbordante” —hay palabras y adjetivos unidos como por un velcro—, sino que pertenecían a los vocabularios burlescos y simbólicos comunes durante su vida.


La gran virtud de la exposición del Prado, y del catálogo que la acompaña, es que nos permite admirar el talento y la rareza de El Bosco en el interior1 de la cultura precisa en la que surgieron, no con el anacronismo complaciente de imaginarlo como un adelantado del surrealismo o del psicoanálisis. Es halagador pensar que El Bosco fue un gran pintor porque anticipó nuestro tiempo y nuestra sensibilidad en vez de representar los suyos2; porque fue un rebelde, un iconoclasta3, un genio irreverente e incomprendido, quizás un lunático. Un “adelantado a su tiempo”.
Pero es muy probable que una parte de lo que distingue a El Bosco no sea su modernidad, sino precisamente su relativo anacronismo. Nació después que Piero della Francesca y es más o menos contemporáneo de Durero y Leonardo da Vinci. Pero, si comparamos su mundo visual con el de ellos, nos da la sensación de que El Bosco pertenece a una época bastante anterior. Y no se trata de la diferencia cultural entre Italia y los Países Bajos. El Bosco también parece anterior a pintores holandeses que en realidad vivieron antes que él, Van der Weyden, Van Eyck. Los cánones renacentistas de la perspectiva4 geométrica rigurosa le son ajenos. Y en sus obras conservadas no hay rastro de una de las grandes invenciones de la pintura holandesa e italiana de su tiempo: el protagonismo de la individualidad5 en el retrato. Es una ausencia estética, pero también social6, de mercado y clientela. El Bosco no recibe encargos de patronos interesados en perpetuar y en publicitar en primer plano sus rasgos personales. Cuando retrata a un cliente, lo hace a la manera antigua, piadosamente arrodillado en el margen de una obra votiva, a una escala más pequeña que las figuras principales. El Bosco, aunque trabajó a veces para grandes patronos, pertenecía a un mundo relativamente provinciano, a una ciudad próspera pero no hegemónica, a una forma de entender la vida y el oficio de la pintura muy anclada en las tradiciones tardomedievales. Ser pintor no era una elección personal, sino un destino de artesano. Igual que otros nacían en familias de tintoreros o de carpinteros, El Bosco había nacido en una familia de pintores. Su casa y probablemente su taller7 estaban en la misma plaza en la que se celebraban los mercados. Desde muy pronto perteneció a una de esas fraternidades a la vez cívicas y religiosas que eran uno de los ejes de la vida comunitaria. Y su imaginación y su religiosidad estaban arraigadas en rituales colectivos y sistemas de creencias populares que nos resultan mucho más exóticos porque no han quedado muchos registros de ellos en la tradición cultural: las procesiones en las que se mezclaba lo litúrgico y lo pagano, la poesía oral, las atracciones de feria, los sermones apocalípticos de los predicadores, los desfiles y las máscaras de carnaval, los refranes y dichos, las celebraciones del calendario agrícola, la imaginería de los juegos de naipes, las estampas devotas o grotescas que empezaba a difundir la imprenta.
Como atestiguó Mijaíl Bajtín, la cultura visual y literaria del Renacimiento impuso en las artes una separación jerárquica entre lo alto y lo bajo, lo sagrado y lo profano, lo cultivado y lo vulgar, que hasta entonces no había existido. El Bosco nos desconcierta y nos seduce porque su mundo es todavía el de la gran sobreabundancia medieval, el de la simultaneidad y la yuxtaposición de todo. Al cuerpo idealizado y heroico del Renacimiento contrapone el cuerpo terrenal, imperfecto, vulnerable o grotesco, el cuerpo trastornado por la bebida o por la lujuria, el que orina y defeca, el que sirve igual para el éxtasis que para los tormentos infernales. El Bosco retrata el caos pavoroso y el júbilo descontrolado del mundo y a la vez su inapelable orden sagrado, regido por la caída y la condenación. En los cuadros renacentistas, los personajes se organizan como estatuas o como figuras de danza en la cuadrícula inteligible del espacio. En El Bosco se arremolinan, se estrujan, se amontonan, como en la bulla sudorosa de una fiesta popular. Junto a la cara serena y pensativa de Cristo se acumulan los ceños feroces de los sayones que lo martirizan y lo despojan. A un lado de un panel está el Niño8 Jesús que juega con un molinillo y empuja un andador; en su reverso, el Cristo adulto se derrumba9 bajo la cruz en el camino hacia el Gólgota mientras unos soldados flagelan al mal ladrón y un fraile confiesa al bueno. La Creación y el Jardín del Edén y la Expulsión de Adán y Eva y el Juicio Final y los fuegos del Infierno suceden a lo largo de los tres paneles de un retablo con la circularidad de una danza de la Muerte. El origen del mundo y el final de los tiempos10 ocurren a cada momento. Mientras los Reyes Magos adoran a Jesús recién nacido en una cabaña que sería tan familiar en el paisaje para los contemporáneos de El Bosco como para nosotros una gasolinera, desde la penumbra del interior se asoma con una media sonrisa el Anticristo del Apocalipsis. Los pájaros y los peces tan exactos como ilustraciones de un naturalista parecen por eso más fantásticos, en medio del torbellino de El jardín de las delicias, que las torres de pórfido rosa o las criaturas infernales11. San José pone a secar los pañales del recién nacido cobijado junto a una hoguera y mientras tanto, al fondo, un hombre se dirige a un prostíbulo tirando de un burro sobre el que va sentado un mono. Hay que llegar cuanto antes al Museo del Prado para no perderse un pormenor, una pincelada, una veladura, el escalofrío teológico y la carcajada de El Bosco, la risa en los huesos.
Mueca y risa de El Bosco, Antonio Muñoz Molina [El País, 24 de junio de 2016]


domingo, 26 de junio de 2016

trending topic

¿Cree que una de las herencias del mundo romano es el papel de las mujeres en la sociedad, el machismo?
Si pensamos que la cultura occidental depende de su pasado romano y griego, en algunos casos es para peor. Está muy bien admirar a Virgilio y estudiar sus debates, pero también aprendimos del mundo antiguo cómo oprimir a las mujeres y sobre las jerarquías o el imperialismo. No hay ninguna cultura buena o mala sin matices. Tenemos que ser capaces de mirar a los romanos a los ojos, criticarlos, admirarlos, pero también polemizar con ellos. Nos proporcionan unas lecciones bastante útiles. Hace unos años estaba grabando un programa de radio desde el Coliseo y escuchaba lo que los profesores les explicaban a los alumnos con los que visitaban el monumento. Los profesores de las diferentes nacionalidades tenían más o menos el mismo discurso. En un momento les preguntaban a los niños: ¿Para qué servía el Coliseo?. Y uno respondía rápidamente: Para matar a gente. ¿Lo haríamos ahora?, replicaba el profesor. El niño respondía que no. El mensaje final es que vivimos en una sociedad que ha mejorado mucho éticamente. Eso es cierto en algunos casos, sin duda, pero tenía ganas de intervenir y preguntar qué les ocurre a los boxeadores. No matamos a gente ante nosotros, pero seguimos yendo a peleas por placer y, aunque no mueran ante nosotros, sabemos cuáles son las consecuencias para ellos. Tenemos que resistirnos a la idea de que la comparación con los romanos nos deje muy satisfechos sobre nuestra excelencia moral. Deberíamos pensarlo dos veces cada vez que creemos que somos mejores que ellos. La esclavitud es otro caso claro. ¿No tenemos esclavos? ¿Estamos tan seguros?
Entrevista a Mary Beard, Los romanos crearon el mundo globalizado por Guillermo Altares [El País, 9 de junio de 2016]



Entrevista a Mary Beard, Los romanos crearon el mundo globalizado por Guillermo Altares [El País, 9 de junio de 2016]
Mary Beard, emperatriz de Roma por Jacinto Antón [El País, 29 de marzo de 2014]
Entrevista a Mary Beard por Ernest Alós, [El Periódico, 31 de mayo de 2016]

Anda y que te ondulen, Elvira Lindo [El País, 20 de febrero de 2016]
El vagón de los raros, Elvira Lindo [El País, 11 de junio de 2016]
La voz pública de las mujeres, Mary Beard. Letras Libres, 22 de abril de 2014
Entrevista a Mary Beard, Los romanos crearon el mundo globalizado por Guillermo Altares [El País, 9 de junio de 2016]


Los romanos tenían muchas cosas admirables, desde luego, acueductos, carreteras, el derecho, etcétera, pero ¿cómo podían juntar refinamiento y sabiduría con violencia como lo hicieron? “Eso es lo complejo, lo difícil, ver que eran tan parecidos y sin embargo presentaban algunos rasgos que nos inquietan. Hay que decir, sin embargo, que los romanos fueron los grandes críticos de sí mismos. Había muchas voces en Roma contra la corrupción, el militarismo, la injusticia”. Vaya, ¿por ejemplo? “Tácito. Recuerda el discurso de Calgaco, el jefe britano, que recoge en las páginas de Agrícola. ‘Los romanos, cuya soberbia en vano se evita con la obediencia y el sometimiento. Saqueadores del mundo, si el enemigo es rico se muestran codiciosos, si es pobre, despóticos’. Un discurso que culmina con las célebres palabras ‘a la rapiña, el asesinato y el robo los llaman por mal nombre gobernar y donde crean un desierto, lo llaman paz” (atque ubi solitudinem faciunt, pacem apellant). “¡Qué gran encapsulación de la conquista imperial! Lo más grande es que por supuesto esa arenga a las tropas que pone en boca del líder enemigo es en realidad obra suya, de Tácito. Lo admiro mucho, especialmente al autor de los Anales”.
Mary Beard, emperatriz de Roma por Jacinto Antón [El País, 29 de marzo de 2014]

En ‘SPQR’ usted concluye que no debemos creer que los clásicos pueden darnos lecciones sobre cada uno de nuestros problemas actuales. Y añade que la manera correcta de aproximarse a ellos es ‘dialogar’. ¿Qué entiende por dialogar?
Quiero decir que si leemos discusiones de los antiguos sobre controversias como las libertades civiles o los derechos ciudadanos o el imperialismo, leemos análisis agudos que nos hacen pensar más. Cuando Tácito escribió ‘Crean un desierto y lo llaman paz’, hablando del imperialismo romano, está señalando a unas cuestiones incómodas y a deberes que hoy son relevantes.
Entrevista a Mary Beard por Ernest Alós, [El Periódico, 31 de mayo de 2016]

Hay muchas maneras de hacer que una mujer se calle. Una es la directa, cállate. Está la muy habitual de no cederle la palabra. O cedérsela pero no escucharla. La más ruin de todas: ridiculizarla hasta conseguir que se amedrente. Hay ocasiones en las que para callar a una mujer se busca la complicidad del marido, “por favor, cállela1 usted”. Se diría que son prácticas anacrónicas, pero no. […]
Será que ando introduciéndome en las prácticas del mindfulness, que el músculo que he ejercitado más en vida es el de la resistencia o que cuando alguien ataca de manera tan grosera una se refugia en las cosas que le gustan, pero el caso es que la zafiedad no se me contagia.
Anda y que te ondulen, Elvira Lindo [El País, 20 de febrero de 2016]

Qué violenta es la mala educación. Y qué íntimamente agitada se siente una cuando es víctima de los malos modos. Viajo en el AVE, movida por esos bolos a los que a menudo obliga el oficio, y avanzo hacia mi asiento con la esperanza de pasar un rato mirando el paisaje ovejunamente, dormitando o leyendo. Pero nada más entrar en el vagón veo a un tío dando zancadas de un lado a otro, coronado con unos enormes auriculares, hablando a gritos sobre un asunto comercial. Agita los brazos como si estuviera en un despacho y le comunica a voces a su interlocutor el número de móvil. Le dan ganas a una de tomar nota y hacerle una llamada perdida a las cinco de madrugada. Con delicadeza le hago un gesto con las manos para que baje el volumen, porque si la cosa empieza así me temo que me espera un viaje espantoso, a mí y al resto de viajeros del vagón, aunque siempre tengo la sensación de que en España la contaminación acústica no le importa a casi nadie, o que nadie considera que la tranquilidad sea un derecho cuando has pagado un billete, no precisamente barato, de AVE.
El tío me mira, extrañadísimo, como si en el código de buena conducta que cada uno lleva interiorizado desde sus años de formación no cupiera la circunstancia de que alguien le pidiera, por favor, algo de consideración con el prójimo. Cuando termina su llamada, le oigo increparme a mis espaldas:
¡Señora, que sepa usté que no es un vagón de silencio!
Y es que así han entendido algunos viajeros la existencia de los llamados vagones de silencio: si Renfe ha establecido que hay un lugar donde no se puede hablar alto ni molestar con las insoportables musiquillas de los puñeteros móviles es porque en el resto del tren los viajeros están autorizados a hacer lo que les dé la real gana. Trato de respirar hondo y hacer unos de esos stop que recomiendan en los cursos de mindfulness para contener el impulso de la reacción inmediata, pero no me funciona. Me vuelvo, le miro a los ojos, e imbuida del espíritu pedagógico de Juan de Mairena le contesto sin elevar el tono:
Señor, la educación no es exclusiva de un vagón en particular.
Para qué más. Acabo de ofender su sagrada sensibilidad y me amenaza:
¿Me está usté llamando a mí maleducado?
No le contesto. Echo un vistazo al resto de viajeros, que permanecen en silencio contemplando la escena. Realmente, no consigo discernir si en este debate están con él o conmigo.
¡Usté a mí no me llama maleducado! ¡A ver si cojo y me siento a su lado y me paso hablando a gritos todo el viaje! […]
y, algo todavía más irritante, presenciando ese respeto reverencial que se le tiene en España a aquel que hace ruido o ese miedo a llamar la atención a quien molesta. Esto último no me extraña, porque en mitad del viaje, el tipo me busca entre los asientos, se coloca de pie a mi lado y se está un rato hablando. No mucho, lo suficiente para que me quede claro quién manda en aquel espacio cerrado. Y sí, desde luego, él es el jefe de la manada: el más fuerte, el más agresivo, el más chulo y, además, yo no cuento con nadie que me apoye.
El vagón de los raros, Elvira Lindo [El País, 11 de junio de 2016]




En el primer artículo de Elvira Lindo Anda y que te ondulen ella responde a un periodista concreto que la está queriendo hacer callar. Lo interpreto según el artículo La voz pública de las mujeres de Mary Beard, es decir, está queriendo excluirla del debate público:


Nos enfrentamos más bien a una exclusión del debate público mucho más activa y malintencionada y, es importante señalarlo, una exclusión que tiene un impacto mucho mayor del que por lo regular reconocemos en nuestras tradiciones, convenciones y suposiciones sobre la voz de las mujeres. Me refiero a que el habla en público y la oratoria no eran solo cosas que las mujeres de la antigüedad no practicaran: eran costumbres y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género. Como hemos visto en el caso de Telémaco, convertirse en un hombre –y estamos hablando de un hombre de la élite– consistía en reclamar el derecho a hablar. El habla en público era un –si no elatributo definitorio de la masculinidad. […] Lo que trato de subrayar aquí es que esto no es la ideología peculiar de una cultura distante. Tal vez solo distante en el tiempo. Es la tradición del habla en función del género –y la teorización del habla en función del género– de la que todavía somos, directa o con más frecuencia indirectamente, herederos.
  
Y lo hace de una manera zafia y grosera porque no sabe debatir y, en lugar de dar argumentos contra la opinión de una mujer, la insulta para desautorizarla:

¿Cómo siente el haberse convertido en una heroína en la lucha contra los abusadores de Internet? Tuve mucha suerte de haber sido atacada cuando ya era bastante vieja y resistente. He pasado muchos años enseñando y debatiendo, y cuando alguien dice algo con lo que no estoy acuerdo, le respondo, le digo lo que pienso. Y trato a los trolls así. Si alguien me insulta de una forma brutal, soy lo bastante mayor como para lidiar con eso, pero también tenía el valor suficiente como para responderle, porque es lo que hago cada día, y pedirle que borre ese tuit. Y, si no lo hace, lo retuiteo, que es una forma de utilizar el poder de la gente contra él porque la mayoría de las personas sensatas no está de acuerdo con que se trate así a los demás.
Entrevista a Mary Beard, Los romanos crearon el mundo globalizado por Guillermo Altares [El País, 9 de junio de 2016]




Es un fenómeno curioso. Se trata de un asunto general de falta de tolerancia y de educación (falta de respeto hacia los demás) y un problema específico de machismo y de intentar excluir a la mujer del debate público. Una forma de indicarle: con usted ni siquiera voy a debatir porque está desautorizada. Limítese a comentar asuntos frívolos y superficiales [¿No escribe usted en la sección de Estilo?] y déjenos a los hombres discutir sobre política y asuntos serios. No se meta dónde no la llaman. Y si lo hace, sepa que va a recibir desconsideración por nuestra parte y que la vamos a someter al tercer grado.
¿Qué apoyo recibió Elvira Lindo por el ataque directo de Hermann Tersch? Parece que, públicamente2, el apoyo de su marido, el escritor Antonio Muñoz Molina. ¿Y el resto de compañeros periodistas, se posicionaron?
Pero unos tres meses y poco más tarde escribe un artículo enfocando el mismo asunto desde un punto de vista general y sin mencionar el tema latente del machismo, abordando un encontronazo muy parecido, sólo que esta vez con un personaje desconocido, y se convierte en trending topic3. Da que pensar. En este segundo caso, la mayoría se ha sentido identificada, sea hombre o mujer. ¿Quién soporta al pelma maleducado que va dando gritos en un vagón de tren? Se pasa por alto que está abusando de su condición masculina presentándose como el jefe de la manada, el más agresivo, el chulo amenazador.
Sí, sí, en España hay muy poca educación, muy malas formas, se molesta e incordia a los demás y se es desconsiderado con los que quieren tranquilidad y descanso. Parece que esa crítica la toleramos y todos vamos en el vagón de Elvira, sufridores de una minoría de groseros. Pero muy pocos levantan la voz, temerosos de que el chulo de turno les cierre la boca de un manotazo.
Pero si se aborda el asunto desde otra perspectiva, ¿somos machistas? ¿toleramos el machismo? Amigo, esto ya es otra cosa. Cada palo que aguante su vela.
Yo, por si acaso, ahí no me meto. Excepto algunos valientes.



@hermanntertsch penoso. Y tú eres periodista?
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Lejos de pedir disculpas:


Me negaba a creerlo pero si termina un artículo así es que es cierto: Muñoz Molina es otro tonto contemporáneo.

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11:42 - 19 feb. 2016


1Elvira fue a hablar con Rita Maestre, la portavoz del Ayuntamiento de Madrid, cuando se acercaba la fecha del célebre juicio por “ofensas a los sentimientos religiosos”. […] Al día siguiente, el columnista Hermann Tersch, la obsequió con un tweet que dice literalmente:
“Muñoz Molina siempre ha demostrado cierto músculo moral. Estará asqueado ante la vergonzosa baba mentirosa de Elvira Lindo sobre Rita Maestre”. Baba y músculo, AMM
2 Según interpreto por lo siguiente: El resto de viajeros, que permanecen en silencio contemplando la escena. Realmente, no consigo discernir si en este debate están con él o conmigo. […] además, yo no cuento con nadie que me apoye.
3 Un trending topic (recomendado en español, tendencia, tema de tendencia o tema del momento) es una de las palabras o frases más repetidas en un momento concreto en una red social.
Acuñada por primera vez por Twitter, quien en la página de inicio muestra los diez más relevantes, pudiendo el usuario escoger el ámbito geográfico que prefiera, mundial o localizado, o personalizadas, en función además de a quién sigue el propio usuario. La gran repercusión que están teniendo en la prensa ha provocado que esta expresión sea utilizada también para denominar un tema de gran interés, esté o no siendo comentado en la red social. Elvira Lindo fue tendencia en Twitter por su artículo El vagón de los raros.

viernes, 24 de junio de 2016

e



36Antonio MM29/11/2012 01:56:52Querida Elvira, ¿cómo se consigue hacer llorar de risa y un momento después que se humedezcan los ojos de melancolía?
Querido Antonio... ¿Muñoz Molina? Sí, eres tú: esta pregunta sólo podía ser tuya. Siempre tienes un lector al que te diriges. Yo escribo para que te rías y para que un momento después se te humedezcan los ojos de melancolía. Qué alegría tenerte cerca. (A ver si no eres tú y estoy diciéndole estas cosas a otro, jajaja)


Qué violenta es la mala educación. Y qué íntimamente agitada se siente una cuando es víctima de los malos modos. Viajo en el AVE, movida por esos bolos a los que a menudo obliga el oficio, y avanzo hacia mi asiento con la esperanza de pasar un rato mirando el paisaje ovejunamente, dormitando o leyendo. Pero nada más entrar en el vagón veo a un tío dando zancadas de un lado a otro, coronado con unos enormes auriculares, hablando a gritos sobre un asunto comercial. Agita los brazos como si estuviera en un despacho y le comunica a voces a su interlocutor el número de móvil. Le dan ganas a una de tomar nota y hacerle una llamada perdida a las cinco de madrugada. Con delicadeza le hago un gesto con las manos para que baje el volumen, porque si la cosa empieza así me temo que me espera un viaje espantoso, a mí y al resto de viajeros del vagón, aunque siempre tengo la sensación de que en España la contaminación acústica no le importa a casi nadie, o que nadie considera que la tranquilidad sea un derecho cuando has pagado un billete, no precisamente barato, de AVE. […]
¡Señora, que sepa usté que no es un vagón de silencio! [...]
Me vuelvo, le miro a los ojos, e imbuida del espíritu pedagógico de Juan de Mairena le contesto sin elevar el tono:
Señor, la educación no es exclusiva de un vagón en particular.
Para qué más. Acabo de ofender su sagrada sensibilidad y me amenaza:
¿Me está usté llamando a mí maleducado?
No le contesto. Echo un vistazo al resto de viajeros, que permanecen en silencio contemplando la escena. Realmente, no consigo discernir si en este debate están con él o conmigo.
¡Usté a mí no me llama maleducado! ¡A ver si cojo y me siento a su lado y me paso hablando a gritos todo el viaje! […]
Es tan habitual esta respuesta iracunda y desproporcionada cuando se te ocurre llamarle a alguien la atención que lo que me pregunto es cómo tengo el valor de meterme en estos líos. Sospecho que estoy dotada de un imbatible espíritu optimista que me lleva a pensar que habrá un día en que una persona a la que se le pide, por favor, un poco de educación, reaccione de buenas maneras, se avergüence y diga, lo siento, disculpe. No me gustaría marcharme de este mundo sin vivir esa experiencia.
De momento, a joderse, señoras y señores, a pagar un billete de AVE, que dicen que es deficitario, para pasarse tres horas sin poder echar una cabezada por las alarmas y músicas de los móviles, por sus dueños pregonando a gritos asuntos personales y, algo todavía más irritante, presenciando ese respeto reverencial que se le tiene en España a aquel que hace ruido o ese miedo a llamar la atención a quien molesta. Esto último no me extraña, porque en mitad del viaje, el tipo me busca entre los asientos, se coloca de pie a mi lado y se está un rato hablando. No mucho, lo suficiente para que me quede claro quién manda en aquel espacio cerrado. Y sí, desde luego, él es el jefe de la manada: el más fuerte, el más agresivo, el más chulo y, además, yo no cuento con nadie que me apoye.
Visto el panorama, estoy pensando en hacerme usuaria del BlaBlaCar. Al menos, en la página de Internet te dan una idea de cómo será tu compañero de viaje. Y si te sale rana, escribes una mala crítica para disuadir a otros. O bien tendré que aceptar que mi lugar está en el vagón de silencio, lo cual me subleva, porque es como admitir que soy yo la que debo viajar en el vagón de los raros.
El vagón de los raros, Elvira Lindo [El País, 11 de junio de 2016]



El vagón de los raros, Elvira Lindo [El País, 11 de junio de 2016]
Los mendigos enfermos, Elvira Lindo [El País, 19 de marzo de 2016]
Anda y que te ondulen, Elvira Lindo [El País, 20 de febrero de 2016]
Faltaban ellas, Elvira Lindo [El País, 2 de diciembre de 2015]
Ser chica Almodóvar, Elvira Lindo [El País, 31 de octubre de 2015]
Las del 27, Elvira Lindo [El País, 7 de octubre de 2015]
Mujeres díscolas, Elvira Lindo [El País, 4 de julio de 2015]
Esto también importa, Elvira Lindo [El País, 26 de septiembre de 2015]
II Festival de la palabra. "Noches sin dormir". Diálogo entre Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo
Unos whatsapp con Elvira Lindo: Quiero ir a mi puta bola, ser libre sin miedo, Nuria Labari [Uppers, 13 de diciembre de 2019]




martes, 21 de junio de 2016

Fußnote

Para estar vivos nos contamos historias a nosotros mismos, dice Joan Didion

Tranvías o caminatas o viajes en metro lo alejan a uno del corazón1 de Lisboa y de la sobreabundancia del turismo2. No son grandes distancias3, pero al final de cada una de ellas parece que se ha llegado a otra Lisboa más rara, más recóndita, más espaciosa de perspectivas4 repentinas. En las calles de la Baixa es un dolor ver tantos almacenes y negocios antiguos5 convertidos ahora en tiendas de souvenirs fabricados en masa en quién sabe qué polígonos industriales de China o de Indonesia o Vietnam. En cada regreso uno visita con inquietud sus lugares predilectos para asegurarse de que siguen allí. El turismo masivo y barato se cobra un alto precio a cambio de los beneficios que da a las ciudades. Pero también tiene la ventaja de su concentración casi exclusiva en unos cuantos lugares. Más allá de ello, aunque no mucho más allá en una ciudad como Lisboa, hay otros mundos en los que es un regalo perderse, o encontrar lo que se iba buscando y descubrir que la realidad6 es más atractiva que las fotografías, más terrenal siempre, más imperfecta, con lo gastado y con lo preservado7 de la vida común8, de lo que el tiempo hace a las ciudades – más todavía el tiempo de ciudades con muchos siglos y muy cercanas al mar, o a esa gran antesala atlántica que es la desembocadura del Tajo–.
Caminando cuesta arriba desde el Chiado se llega pronto a la plaza del Príncipe Real, en la que, a pesar de su nombre, hay una hermosa estatua conmemorativa de la República portuguesa. Portugal es una república desde hace más de un siglo, pero sus ciudades están llenas de plazas y monumentos con nombres monárquicos9. En la plaza del

Notas a pie de página
1Huir de sentimentalismos pero mostrar sentimientos en lo que uno escribe. Dice AMM: “Lo que le pedimos a la literatura es que nos cuente cosas que sean importantes para nosotros.” […] También: «Una novela se escribe para confesarse y para esconderse». Confesión porque uno hace un análisis de conciencia y pone lo mejor de sí mismo en su trabajo. La literatura es un trabajo. Escribir es un trabajo, no una improvisación. Esconderse porque no hay que confundir la persona con el personaje. Aunque uno cuente algo sobre sí mismo, tiene que ser consciente de que está creando a un personaje. Hay una parte de uno mismo (un espacio de intimidad y privacidad) que no debe quedar expuesta, que uno tiene que proteger. De lo contrario, el personaje (escritor) suplanta a la persona (AMM como padre de familia, marido, profesor, etc.)

2Distinguir encuentro con los lectores y fraternidad de la literatura. Hay un encuentro público y un espacio compartido secreto y privado. Lo que el texto le dice a mi conciencia. Mi aportación como lector.
3El avance con cada nueva lectura
4Huir de los lugares comunes y no actuar como un turista en tu ciudad. Contar lo que uno conoce.
5Citas de los clásicos. Dice AMM: «El pasado es un parque temático»
6Ser cronista, contar lo que uno ha vivido. Dice Elvira Lindo: “Para el ejercicio de la información ya están los periodistas, que van relatando con rigor y conocimiento de esta causa y de muchas otras lo que el juicio da de sí.” […] En estos tiempos en que todos sentenciamos al imputado mucho antes de que se siente ante el juez, me tranquilizaba imaginar esta historia regida por las normas de la ficción, utilizar solo los recursos psicológicos, sin juzgar, penetrando, a través de la mirada de nuestro periodista.
7Preservar la intimidad. Distinguir persona y personaje. Cuando contamos sobre nosotros mismos y nos exponemos públicamente nos convertimos en personaje para los otros. Distinguir plano personal del profesional.
8Contar lo público. Dice Colm Tóibín: “La página en blanco no es un espejo en el que mirarse”. En Rojo y Negro (Le Rouge et le Noir) podemos leer: “Una novela es un espejo que se pasea por un camino real. Tan pronto refleja el cielo azul como el fango de los cenagales del camino. El hombre que lleva en su morral el espejo será acusado por vosotros de inmoral. ¡El espejo refleja el fango y acusáis al espejo! Acusad más bien a la carretera en que está el cenagal. O mejor aún, al inspector de caminos, que permite que el agua se encharque y lo forme”.
9Huir del subjetivismo y el ensimismamiento inevitable de la literatura: 

“Pero la guionista de esta historia no ha de respaldar ni la tesis del uno ni la del otro. Es más, debe provocar un dilema moral en el espectador. Qué pena, por otra parte, que los dilemas morales hayan desaparecido de la vida real. Todos tenemos siempre claro nuestro veredicto.” [Elvira Lindo, El que lo sabe todo]. 

Buscar la objetividad y que sea el lector el que juzgue. Sobre la apariencia de los cambios. De los cambios de un régimen político a otro. Ir al fondo de las cosas, no quedarse en la mera apariencia y superficialidad. Pero como dice Juan Ramón Jiménez en uno de sus aforismos: las apariencias no engañan, y lleva razón con mucha frecuencia: las apariencias dicen mucho más de lo que parece sobre las personas y las cosas, a condición de que uno se fije en ellas, y hay quien por empeñarse en buscar lo escondido no ve lo que estaba simplemente a la vista. Dice AMM en El porvenir de los vencidosNuestra visión de las cosas está marcada por nuestra experiencia en primera persona de hechos que para mucha gente ya pertenecen al relato de la historia. Somos, vitalmente, intelectualmente, ese desequilibrio, esa escisión, la voluntad de dar coherencia a las voces y a las imágenes de un pasado que se vuelve lejano y por lo tanto más vulnerable a las manipulaciones del olvido, del interés político y de la nostalgia. 


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