Fragmentos del prefacio y los dos primeros capítulos de Los hundidos y los salvados, de Primo Levi
En cierta calle, Antonio Muñoz Molina [El País, 17 de mayo de 2019]
Muñoz Molina selecciona 11 testimonios sobre los totalitarismos [El País, 9 de abril de 2004]
Sociedades
industriales grandes y pequeñas, haciendas agrícolas, fábricas de
armamentos, sacaban provecho de la mano de obra prácticamente
gratuita que proporcionaban los campos. […]
En
las condiciones inhumanas en que se mantenía a los prisioneros es
raro que éstos pudiesen adquirir una visión de conjunto de su
universo. […]
Al
cabo de los años se puede afirmar hoy que la historia de los Lager
ha sido escrita casi exclusivamente por quienes, como yo, no han
llegado hasta el fondo. Quien lo ha hecho no ha vuelto, o su
capacidad de observación estuvo paralizada por el sufrimiento y la
incomprensión. […]
la
zona «gris» de la que hablaré más adelante, la de los
prisioneros que en alguna medida —tal vez persiguiendo un objetivo
válido— han colaborado con las autoridades, no era despreciable
sino que constituía un fenómeno de fundamental importancia para el
historiador, el psicólogo y el sociólogo. No hay prisionero que no
lo recuerde, y que no recuerde su estupor de entonces: las primeras
amenazas, los primeros insultos, los primeros golpes no venían de
las SS sino de los otros prisioneros [...]
En
ningún otro lugar o tiempo se ha asistido a un fenómeno tan
imprevisto y tan complejo: nunca han sido extinguidas
tantas vidas humanas en tan poco tiempo ni con una
combinación tan lúcida de ingenio tecnológico,fanatismo y
crueldad. […]
un
recuerdo evocado con demasiada frecuencia, y específicamente en
forma de narración, tiende a fijarse en un estereotipo, en una forma
ensayada de la experiencia, cristalizada, perfeccionada, adornada,
que se instala en el lugar del recuerdo crudo y se alimenta a sus
expensas […]
Jean
Améry,
el filósofo austríaco torturado por la Gestapo porque había sido
miembro activo de la resistencia belga, y después deportado a
Auschwitz porque era judío: Quien ha sido torturado lo sigue estando
(...). Quien ha sufrido el tormento no podrá ya encontrar lugar en
el mundo, la maldición de la impotencia no se extingue jamás. La fe
en la humanidad, tambaleante ya con la primera bofetada, demolida por
la tortura luego, no se recupera jamás.
[…]
Motivos y justificaciones de los opresores
Expresadas de distinta manera, y
con mayor o menor soberbia de acuerdo con el nivel mental y cultural
del hablante, todas vienen a decir esencialmente lo mismo: lo
hice porque me lo mandaron
[…]
El
paso silencioso de
la mentira al autoengaño
es útil: quien Miente de buena fe miente mejor […]
Examen de conciencia
Distinguir entre buena y mala fe es tarea difícil:
requiere una sinceridad profunda consigo mismo, exige un esfuerzo
continuo, intelectual y moral. [...]
se
han defendido a la manera clásica de los gregarios nazis, o mejor
dicho, de todos los gregarios: nos
han educado en la obediencia absoluta,
en la jerarquía, en el nacionalismo […] nos
han enseñado que lo único justo era lo que favorecía a nuestro
pueblo
[…]
No
sólo teníamos prohibido decidir sino que habíamos llegado a estar
imposibilitados para hacerlo. Por eso no somos responsables y no
podemos ser castigados. […]
El opresor se presenta a su vez como víctima. ¿Se puede anular la conciencia? ¿Se puede anular la capacidad para distinguir el bien del mal?
[…]
Intento por comprender al opresor. ¡Cuidado! No de justificar lo que hizo.
este razonamiento no puede ser interpretado únicamente como de la
desvergüenza más descarada.
La presión que un Estado
totalitario
moderno puede ejercer sobre el individuo es pavorosa. Tiene tres
armas fundamentales: la propaganda,
directa o camuflada, la educación, la instrucción, la cultura
popular; la barrera que impide
la pluralidad
de las informaciones; el
terror.
[…]
A
propósito de estas reconstrucciones del pasado (es una observación
que vale no sólo para éstas sino para todas las memorias) debe
advertirse que la distorsión de los hechos está con mucha
frecuencia
limitada
por la objetividad de los hechos
mismos […]
Hitler
Había prohibido y negado a sus súbditos el acceso a la verdad,
envenenando su moral y su memoria; pero, de manera cada vez más
creciente hasta la paranoia del Bunker, había ido levantando
barreras al camino de la verdad incluso a sí mismo.[...]
Las víctimas. Sobre la zona gris
Con fines defensivos, la realidad puede ser distorsionada
no sólo en el recuerdo sino también en el momento en que está
sucediendo. […]
Ahora
bien, la maraña de los contactos humanos en el interior del Lager no
era nada sencilla; no podía reducirse a los
bloques de víctimas y verdugos. […]
Se
ingresaba creyendo, por lo menos, en la solidaridad de los compañeros
en desventura, pero éstos, a quienes se consideraba aliados, salvo
en casos excepcionales, no eran solidarios: se encontraba uno con
incontables mónadas selladas, y entre ellas una lucha desesperada,
oculta y continua. […]
el
choque contra la realidad del campo de concentración coincide con la
agresión —ni prevista ni comprendida— de un enemigo nuevo y
extraño, el prisionero-funcionario que,
en lugar de cogerte la mano, tranquilizarte, enseñarte el camino, se
arroja sobre ti dando gritos en una lengua que no conoces y te
abofetea. Quiere domarte, quiere extinguir
en ti la chispa de dignidad que tal vez todavía conserves y que él
ha perdido. […]
Es
una zona gris, de contornos mal definidos, que separa y une al mismo
tiempo a los dos bandos de patrones y de siervos. Su estructura
interna es extremadamente complicada y no le falta ningún elemento
para dificultar el juicio que es menester hacer. […]
Dentro
de esta zona deben catalogarse, con distintos matices de calidad y
peso, Quisling en Noruega, el gobierno de Vichy en Francia, el
Judenrat en Varsovia, la República de Saló e, incluso, los
mercenarios ucranianos y bálticos empleados por todas partes para
hacer las tareas más sucias(nunca para combatir), y los
Sonderkommandos, de quienes deberemos hablar. […]
No
basta con relegarlos a las tareas marginales; la
mejor manera de atarlos es cargarlos de culpabilidad,
ensangrentarlos, comprometerlos lo más posible; así habrán
contraído con sus jefes el vínculo de la complicidad y no podrán
volverse nunca atrás. […]
cuanto
más dura es la opresión, más difundida está entre los oprimidos
la buena disposición para colaborar con el poder. Esa disposición
está teñida de infinitos matices y motivaciones:
terror, seducción ideológica, imitación servil del vencedor, miope
deseo de poder (aunque se trate de un poder ridículamente limitado
en el espacio y en el tiempo), vileza e, incluso, un cálculo lúcido
dirigido a esquivar las órdenes y las reglas establecidas. […]
hay
que afirmar que ante casos humanos como éstos es imprudente
precipitarse a emitir un juicio moral.
Debe quedar claro que la culpa máxima recae sobre el sistema, sobre
la estructura del Estado totalitario; la participación en la culpa
de los colaboradores individuales, grandes o pequeños (¡y nunca
simpáticos, nunca transparentes!) es siempre difícil de determinar.
[…]
El
juicio es más delicado y más diverso para quienes tenían puestos
de mando: los capos […]
los
prisioneros que desarrollaban actividades diversas, a veces
delicadísimas, en las oficinas administrativas del campo, la Sección
Política (en realidad, una sección de la Gestapo), el
Servicio de Trabajo, las celdas de castigo. […]
Algunos
de ellos, por ejemplo los tres nombrados, eran también miembros
de las organizaciones secretas de defensa, y por eso el
poder de que disponían gracias a su cargo estaba compensado con
creces por el peligro extremo que corrían, en su doble condición de
«resistentes» y detentadores de secretos. […]
el
poder del que disponían los funcionarios de quienes hablamos, aun
los de baja graduación como los Kapos de las escuadras de trabajo,
era sobre todo ilimitado […]
en
el cual es casi imposible un control desde abajo. Pero este «casi»
es importante: nunca ha existido un Estado
que fuese completamente «totalitario» desde ese punto de vista.
Jamás han faltado alguna forma de reacción, alguna enmienda al
arbitrio absoluto ni siquiera en el Tercer Reich o en la Unión
Soviética de Stalin: en los dos casos han actuado como freno, en
mayor o menor medida, la opinión pública, la magistratura, la
prensa extranjera, las iglesias, el
sentimiento de humanidad y de justicia que diez o veinte
años de tiranía no logran erradicar. […]
también
judíos que veían en la partícula de autoridad que les era ofrecida
el único modo de poder escapar a la «solución final». […]
sé
que ha habido asesinos y no sólo
en Alemania, y que todavía hay, retirados o en servicio, y que
confundirlos con sus víctimas es una
enfermedad moral, un remilgo estético o una siniestra
señal de complicidad; y, sobre todo, es un servicio precioso que se
rinde (deseado o no) a quienes niegan la verdad. […]
una
parte de la culpa (tanto más importante
cuanto mayor fue su libertad de elección), y, por encima
de ella, están los vectores y los instrumentos de la culpa del
sistema. […]
En
realidad, en la gran mayoría de los casos, su comportamiento les ha
sido férreamente impuesto: […] el
espacio de elección (y especialmente de elección moral) estaba
reducido a la nada;
son poquísimos los que han sobrevivido a la prueba, gracias a la
coincidencia de muchos acontecimientos fortuitos [y buena salud
inicial]. […]
Con
esa denominación convenientemente vaga de [Sonderkommando] Escuadra
Especial nombraban las SS al grupo de prisioneros a quienes les era
confiado el trabajo de los crematorios. […]
Vuelvo
a decir: creo que nadie está autorizado a juzgarlos, ni quien ha
vivido la experiencia del Lager ni, mucho menos, quien no la haya
vivido. Me gustaría invitar a quien se atreviese a emitir un juicio
a realizar consigo mismo, con toda sinceridad, un experimento
conceptual: imagínese, si es que puede, que ha pasado unos meses o
unos años en un ghetto, atormentado por un hambre crónica, por el
cansancio, por la promiscuidad y la humillación, que ha visto morir
a su alrededor, uno tras otro, a sus seres queridos; que está
aislado del mundo, sin poder recibir ni transmitir noticias; y que
por fin se lo carga en un tren, ochenta o cien por vagón de
mercancías; que viaja hacia lo desconocido, a ciegas, durante días
y durante noches insomnes; y que por fin se encuentra lanzado contra
los muros de un infierno indescifrable. Aquí le ofrecen la
supervivencia, y le proponen, o mejor dicho, le imponen una tarea
atroz pero imprecisa. Este
es, me parece, el verdadero Befehlnotstand, el «estado de
constreñimiento como consecuencia de una orden», y no el que
invocaban sistemática y desvergonzadamente los nazis arrastrados a
los tribunales y,
más tarde, pero siguiendo sus huellas, los criminales de guerra de
muchos otros países. […]
nadie
puede saber cuánto tiempo, ni a qué pruebas podrá resistir su alma
antes de doblegarse o de romperse. […] sólo en la extrema
adversidad puede ser valorada. […]
el
hombre, dice Thomas Mann, es una criatura confusa; y cuanto más
confusa se hace, podemos añadir, cuanto más sometida está a una
tensión tanto más escapa a nuestro juicio, tal como una brújula se
enloquece cerca de un polo magnético. […]
Todo
eso no exonera a Rumkowski de su
culpabilidad. Que de la aflicción de Lódź haya emergido un
Rumkowski es algo que causa espanto; si hubiese sobrevivido a su
tragedia, y a la tragedia del ghetto que él mismo pervirtió con su
imaginación de histrión, ningún tribunal le habría absuelto, ni
tampoco podemos absolverlo en el terreno moral. Pero tiene
atenuantes: un orden infernal como era el
nacionalsocialismo, ejerce un espantoso poder de corrupción al que
es difícil escapar. Degrada a sus víctimas y las hace
semejantes a él porque impone complicidades grandes y pequeñas.
[...]
Igual
que Rumkowski, también nosotros nos cegamos
con el poder y con el prestigio hasta olvidar nuestra fragilidad
esencial: con el poder pactamos todos, de buena o mala
gana, olvidando que todos estamos en el ghetto, que el ghetto está
amurallado, que fuera del recinto están los señores de la muerte,
que poco más allá espera el tren.
Fragmentos
del prefacio y los dos primeros capítulos de Los hundidos y los
salvados, de Primo Levi

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