jueves, 3 de diciembre de 2015

In the Night of Time


Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Jordi Corominas i Julián. Literaturas.com, Marzo Abril 2010
Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Luis García, Junio 2002
Presentación de La Noche de los tiempos en Página 2, 13 de diciembre de 2009

¿Cómo nace la idea de La noche de los tiempos?

Muy poco a poco. No se me ocurre de pronto en la cabeza un argumento que dé para tanto. La novela surge de su propia escritura. Empiezo con un núcleo vago, queriendo contar sobretodo una historia de amor y queriendo contar las sensaciones cuando las circunstancias políticas y sociales se vuelven incontrolables, como la vida personal se ve afectada por la relación amorosa y la Historia. Esa fue la idea básica, crear un personaje inspirado en parte en Pedro Salinas y su amor por Katherine Whitmore y ver qué pasaba. En principio en la novela iban a prevalecer dos personajes, los dos amantes...

Y luego el otro gran personaje es el trasfondo histórico...

Claro, y los otros personajes que rodean a los amantes, que no se encuentran en el vacío, pese a que lo quisieran. Han nacido en el momento en que se encuentran, hay un contexto, unas ramificaciones, y la pasión amorosa repercute en el contexto y viceversa. Eso hizo que la novela creciera en varias direcciones. Algo que la hizo crecer fue el descubrimiento del punto de vista del hijo; en mi proyecto inicialmente la historia estaba contada casi desde el punto de vista del arquitecto, en primera persona....su hijo, su mujer estaban vistos desde su mirada.

Ahora me imaginaba una construcción estructural en forma de pirámide. Arriba Ignacio Abel y Judith, después la familia...

Sí, como si surgieran ramificaciones, tiras del hilo y sale eso.
Los otros personajes complementan la visión total del arquitecto, sus dudas, sus contradicciones...

Si sólo lo ves desde su punto de vista tendrás una visión limitada, a veces muy halagadora, a veces muy negativa, pero probablemente ninguna de las dos son verdad. Este es un personaje que lo pierde todo, que se ha quedado solo, al faltarle las referencias de los demás siente que desaparece.

De hecho al final, en Estados Unidos, casi parece un hombre sin atributos, una persona que deambula.





Parece una figura de tantas, un punto. Una parte de inspiración de la novela está en las fotos de la estación de Pennsylvania en los años treinta, si las observas, esas imágenes clásicas de estaciones, ves las escalinatas, los trenes y el gentío...si te fijas son casi como insectos.

Pero cada uno tenía una vida.

¡Y un nombre! Cuando era pequeño ponían esos documentales de historia en la tele donde se veían figuras moviéndose rápido, y mi padre decía: ¿Ves toda esa gente? Todos están muertos. ( risa compartida). No paro de pensar en eso...


El Club de los Poetas Muertos

Y es una verdad como un templo.

Una verdad que hemos de formular para pensarlo. Esas multitudes que bajan del tren. Todos muertos.

Al fin y al cabo quizá una de las virtudes del escritor es la capacidad de recuperarlo porque la ciudad siempre permanece...

La literatura lo que hace, en parte, es restituir la individualidad a las personas. Gracias a la literatura sientes que ese punto en la multitud tiene una historia.


Fijar la mirada sobre seres concretos. La niña del abrigo rojo en La lista de Schindler

Eso lo pensé el otro día con todo el asunto de las fotos de Agustí Centelles.

En cada una de esas fotos, que ahora valen mucho dinero, ves un prototipo que muestran el miliciano, el guardia de asalto...pero son personas que existieron y tuvieron una vida tan completa como la tuya y la mía.

Me llamó mucho la atención, en relación al anonimato y la ciudad, comprobar como las baldosas que salen en las fotos aun son las mismas que pisamos los barceloneses en nuestro día a día...pisamos sitios donde han sucedido cosas muy importantes y no nos damos cuenta.


Ésa es la sensación de privilegio que tuve cuando vivía en la Residencia de Estudiantes. Los compañeros me contaban del tiempo anterior a la renovación del edificio, cuando aún se mantenían los muebles antiguos, las cortinas, el piano de Lorca, los caseros.



Cosas que unas se han perdido en la noche de los tiempos y otras permanecen. Cuando escribía la novela, la parte que escribí en Madrid, era alucinante caminar por la ciudad porque, tan obsesionado como estaba, lo que veía era el Madrid de entonces. En esta esquina cayó muerto tal personaje, aquí tal cosa...era su vida, y han desaparecido. De ese estremecimiento, de saber que todas las cosas se lo va a llevar una especie de cataclismo lentísimo...al estar obsesionado ves los detalles, como bien dices. En las fotos de Centelles te fijas en la camiseta, en cómo agarra el fusil...

Dar movimiento a la imagen para entenderla mejor. Lo que me parece muy acertado en Ignacio Abel es su ideología y personalidad en un sentido de normalidad republicana. En la novela ves que el contexto es de un tiempo de extremos, pero él es muy cabal. Quizá si muchos hubiesen sido así las cosas hubiesen sido muy distintas.

Y muchos eran así. El problema no es ese, es que bastan muy pocos para arruinar a los muchos. Millones de personas razonables, que no son santos, pueden ver como muy pocos convierten España en un infierno. ¿Cuánta gente hace falta para crear un grupo terrorista? ¿Cuánta gente hizo falta para provocar el caos yugoslavo?

Como en la España de 1936...

Una vez provocado el caos cobra otra dinámica, autónoma, no es la prolongación de lo anterior, es otra cosa distinta, por eso en la novela se insiste mucho en la distancia abismal entre lo que se hace y lo que no se hace, en la palabra que se dice y no se dice. Una vez has empezado ya es otra cosa. Una vez disparas la bala no vuelve. Una vez te has sublevado, y que por culpa de eso todo se derrumba...lo que ocurre en Madrid y Barcelona el 18 y el 19 de julio no es una Revolución, es un golpe de Estado en toda regla que provoca, entre otras consecuencias, el derrumbamiento de la normalidad democrática.

Lo que es curioso, pese a que es algo muy evidente, es que tanto en la literatura como a nivel social, el hecho de decirlo tan claro se ha dado poco en España.

Se ha dicho, pero nadie le hace caso. Hay muchos libros y muchos testimonios, pero no se quiere. El archivo de Centelles lo resume todo. Es clave en la Historia de Cataluña y España, y nadie lo quiso. Lo han salvado sus hijos con una voluntad extraordinaria de amor a su padre y a la fotografía. De pronto los llaman traidores, de pronto se forma un batiburrillo y se dicen unas barbaridades. No es ningún expolio. Lo más alucinante es que la pasión por ese archivo sea retrospectiva, con menos pasión y más eficacia hace treinta años habría un buen museo con esas imágenes. Me da igual donde esté, lo importante es que se transmita porque es mi historia.

Sí, porque el lugar aquí no importa, es patrimonio común y no importan Madrid y Barcelona.

El colapso del Estado. Es una Guerra muy descontrolada, poco convencional, con una palabrería y una retórica muy fuerte, que contrasta mucho con la realidad.
No sé si lo dice Van Doren o Ignacio Abel, que España es un país donde se habla mucho...

Creo que lo dice Van Doren porque al ser norteamericano le sorprende más, es mas chocante. Tal borrachera de palabras. Me divirtió mucho sacar titulares de periódico sobre la toma inminente del Alcázar y el movimiento de las milicias catalanas hacia Zaragoza. El Alcázar a punto de ser tomado. Las milicias catalanas avanzan sobre Zaragoza. Las milicias nunca llegan a Zaragoza. Los rebeldes en situación desesperada ante el asedio de las milicias. Sería muy desesperada la situación, pero no todo era sobre Zaragoza.

La desinformación...

Esa palabrería creaba una falsa sensación de euforia y seguridad. Lo dice un personaje. ¿Cómo es que estamos derrotando al enemigo si cada vez está más cerca de Madrid?

Y luego hay un momento en que Ignacio Abel va con soldados a Illescas para preservar una obra de la destrucción y se encuentra con los falangistas...

Era así, pero todo es leer los periódicos y comprobar la cantidad, las toneladas de retórica mentirosa. Córdoba sitiada, Granada a punto de caer...¿Qué obstáculo había entre Barcelona y Zaragoza?

Ninguno

¡Claro! Y las milicias no paraban de avanzar victoriosamente, desbaratando la resistencia...

Un desierto de los tártaros español...

Así es, y más con los Monegros y todo eso es como el desierto, un ejército fantasma que no para de avanzar pero nunca llega.

Un ejército que por otra parte era un caos.

Con mucho esfuerzo y lentamente se crea un ejército republicano funcional que intenta arreglar el desbarajuste del principio de la Guerra. No tiene ningún sentido ese romanticismo del gorrito y el fusil en las fotos en blanco y negro.

Las fotos contribuyen a transmitir una nostalgia que no se ajusta a la realidad de los hechos y que quizá se debe a la desinformación de lo que hablábamos. En Abril lo hablaba con Jordi Gràcia, que quizá ahora se da un impulso a recuperar la justa memoria, pero hasta el Doctorado nadie me habló de la Guerra Civil, tuve que conocerla por mi cuenta y riesgo.

Porque no estaba de moda. No había interés. Había otras preocupaciones. Mira por ejemplo como en 1995 no hubo representación española en el cincuentenario de la liberación de Mathausen, cuando hubo treinta mil republicanos españoles en ese campo, muchos de ellos catalanes. Nadie asistió del Gobierno ni de la Generalitat.

Esto es un poco como lo que sale en el libro cuando Ignacio Abel habla con Juan Negrín y el futuro primer ministro le dice “fíjate, soy yo quien tiene que traducir las cartas”. Ese aislamiento e ignorancia ante determinados eventos internacionales que nos implican de un modo u otro.

Eso lo pagó la República muy caro, su indiferencia ante la política internacional. Fíjate si era así que en el primer gobierno de la República nombraron ministro de Estado a Alejandro Lerroux, un viejecillo que no hablaba ninguna lengua extranjera. Como no sabían que hacer con él lo colocaron en Exteriores. Luego en 1936 buscan aliados internacionales y no los encuentra, por diversas razones, pero una de ellas es su profundo descuido en las relaciones internacionales.

Si cuando además los meses previos y el inicio de la Guerra encajan mucho con su tiempo histórico a nivel internacional, y no sólo por ser preludio de la Segunda Guerra Mundial, se enmarca en las coordenadas de su tiempo.

Sí, porque es un episodio histórico que de específicamente español tiene muy poco. Lo que pasa es que si sólo lo interpretamos en términos ibéricos nos ponemos antropológicos entre cainismos y otros tópicos. Había mucha injusticia, una situación muy difícil pero España estaba sacudida por las mismas convulsiones que el resto de Europa, y por el colapso de los mercados internacionales y las democracias liberales.

Sí, pero en el libro los personajes lo viven muy a la española.

Naturalmente las circunstancias son específicas.

Me refiero, por ejemplo, a la diferencia entre Ignacio Abel y su familia política, tan conservadores, tan rancios, con ese gran personaje, Víctor, el cuñado, típico tarambana español que acaba integrándose en la Falange, como si sólo pudiese acabar de esa manera.

Acaba de esa manera, pero no era su única opción. Piensa que hubo muchos ex comunistas que se hicieron falangistas, falangistas que se hicieron libertarios, era un mundo muy complicado y muy intoxicado.

¿Intoxicado en que sentido?

En sentido ideológico, entendiendo ideología como interpretación total y excluyente del mundo.

Quizá eso es lo que Abel no tiene.

Tiene sus principios, su ideario, pero no una ideología como interpretación orgánica, pues ese tipo de creencia es muy fuerte y excluyente. Una interpretación ideológica por definición excluye el pluralismo, porque el mundo es como es, un marxista no tiene una opinión de cómo se ha de mejorar el mundo, tiene la opinión que significa la marcha de la Historia, y un fascista lo mismo. Uno de los que estuvieron con Companys en la sublevación de octubre de 1934, el Coronel España de Estat Català, pobre hombre el nombre que le cayó, tuvo que exiliarse en Italia porque había una conexión muy curiosa del catalanismo de extrema derecha que estaba muy influenciado con Action Française de Maurras.

Y existió un partido político catalán que se llamaba Nosaltres Sols, que es la traducción literal de Sinn Fein.

Y luego había un personaje que me hubiese gustado investigar un poco más, un diputado catalanista que se llamaba Joan Ventosa. Si lees las actas de las últimas sesiones de las Cortes republicanas, justo después del asesinato de Calvo Sotelo, ves que él en medio del griterío es sensato. Decía cosas templadas cuando en ese momento la gente soltaba cosas tremendas, amenazas de muerte, exabruptos demenciales. No nos parecemos a ellos, claro que no.

Pero precisamente en ese tiempo ERC, que no se parecía en nada a la de hoy en día, tenía en sus filas a varios hombres muy sensatos.

El mismo Josep Tarradellas, joven pero muy sensato.

Y otros, que llegaron a ser consellers, huyeron.

Como Juan Ramón Jiménez. Lo cuento en la novela, que salvó la vida por su dentadura.

Ahora que hablas de los intelectuales es interesante ver la parte de la novela donde aparecen Alberti, Bergamín y otros como algo más que poetas.

Exactamente, que parecen sacerdotes, apóstoles de la bondad.

Y Federico García Lorca aparece como una presencia que flota que se contrapone a los demás.

Estaba politizado, era un hombre progresista pero en los últimos tiempos estaba muy irritado contra aquella parte de sus amigos que lo querían forzar demasiado a un compromiso partidista que él no quería. Lorca siente terror. Le dice a su amigo Martínez Nadal en el merendero del Manzanares que eso se llenará de muertos. Su mirada no es ideológica. No está contaminado de la interpretación total.
Se enmarca más en el discurso del verdadero progreso que mencionan Negrín y Abel: dentaduras sanas, comer bien, tener teléfono, coche y ascensor. Los símbolos del progreso son los cotidianos.

Y construir escuelas como en el primer bienio. Se hace el esfuerzo y al mismo tiempo se torpedea innecesariamente la enseñanza religiosa en un momento en que el Estado no tenía fuerzas para llenar ese vacío.

Cambiar las cosas demasiado deprisa casi por resentimiento.

Sí que hay una parte de resentimiento. También era necesaria una reforma militar. En Azaña había una parte de arrogancia muy grande que puedes leer en los debates de Las Cortes, la arrogancia del intelectual que encuentras también en Radovan Karadzic.

O el caso de Nani Moretti en Italia. Manuel Azaña tiene el espíritu del 98, pero el intelectual en política sólo mete más ideología desde su egocentrismo.

El intelectual es muy soberbio. A un crítico le molestó que yo hiciera decir a Negrín que Ortega y Gasset en Las Cortes sólo se escuchaba a sí mismo, pero parece ser que era así y así lo atestiguan los periódicos o las actas parlamentarias.
Además, pensando en el contraste entre el intelectual y lo cotidiano hay una parte del libro, quizá la que más me gustó, que es cuando está para empezar la Guerra y alternas titulares de periódico del día a día con los acontecimientos históricos, y la idea que me sacudió en este sentido es que la tensión flota todo el rato pero en realidad era una tensión 100% evitable.

Todos los actos humanos son evitables, pese a los asesinatos y lo que quieras. Matan al Teniente Castillo. Lo que había que hacer era detener a los culpables y juzgarlos. El relato de esa semana previa a la Guerra parece como un despropósito hacia la destrucción, y todo eso ocurre en medio de una cotidianidad en que la gente va al cine, se va de veraneo...a Gil Robles no lo encontraron porque estaba de veraneo.

Es como en El Mundo de ayer de Stefan Zweig, quien recibe la noticia del estallido de la Primera Guerra Mundial porque la banda deja de tocar.

Igual que esa noche del 12 de julio Calvo Sotelo estaba escuchando en la radio la banda sinfónica de Madrid. 
 
Y son personajes que producían o mucha admiración o mucho rechazo.

No reivindico a Calvo Sotelo porque era un extremista. Fue un señor que conscientemente se empleó en defender la escalada de la tensión y defendía abiertamente el golpe de Estado, era un agitador. 
 
Mi abuela, que era del PSOE de Zaragoza, echaba pestes de Calvo Sotelo, pero era admiradora de Largo Caballero, que en el fondo era la otra cara de la misma moneda. 
 
Claro, imagínate. Viene a entrevistarte un periodista extranjero, eres candidato y le dices que en caso de perder las elecciones habrá Guerra Civil...investigando para el libro descubrí un dato muy importante. En las elecciones republicanas las listas eran abiertas. En el PSOE dentro de los militantes madrileños Largo Caballero era el más popular seguido de Indalecio Prieto y Julián Besteiro. En cambio en las elecciones de febrero Julián Besteiro arrasó entre el pueblo, es la diferencia entre la opinión del militante muy concienciado y la opinión del ciudadano normal 
 
Es un poco la diferencia que existe en Barcelona entre BCN y Barcelona, la esfera política aislada totalmente del sentir de la calle.

Sí, y eso significa que BCN, sin afirmarlo como axioma, puede llegar a destruir Barcelona. La gente normal es más sensata. Esa es la profunda cuestión, no que BCN, usando tus términos, sea una traducción de las tensiones de Barcelona, son sus tensiones pero inciden en Barcelona y pueden dañarla. Como Milosevic no era Yugoslavia. 
 
Yo veo a Ignacio Abel como el ciudadano que respeta la democracia tal como es y que es consciente del mal que implica la ideología y quiere progreso.

Y es muy consciente de la injusticia social, por su propio origen, a pesar de que, como dice el capataz, lleve zapatos. Es una época donde las diferencias sociales son abismales. 
 
Eso lo decía el profesor Fontana, siempre decía que no existía la clase media y lo popular era muy importante. 
 
Eso sale en la novela, la industria de lo popular era muy poderosa. Cuando era pequeño las canciones de la radio contaban la vida de las personas, cuando surge otro pop, el anglosajón, eso desaparece. Y ese, como acaece en el cine italiano de los cincuenta, era un arte sumamente riguroso. 
 
Es un arte que desapareció en 1962 cuando la sociedad se aburguesa, pero antes, en el fascismo italiano se llegó a crear un MinCulPop, ministerio de Cultura Popular. Cambiando de tema, una de las cosas que más me atrajo de Abel es que es arquitecto, lo asocié directamente con el derrumbe del edificio. 
 
Eso fue porque estoy muy cansado de la literatura de personajes escritores, es ombliguista. Me gusta mucho ver la gente haciendo su oficio. Tenía el modelo de Salinas y parece que lo propio del contexto de la novela fuera la figura del escritor, pero pensando en otras profesiones llegué al arquitecto, a la construcción de escuelas y en este caso concreto a la Ciudad Universitaria.

Que además enlaza cronológicamente con la novela, pues cuando Abel llega a los Estados Unidos su gran obra es el verdadero campo de la batalla de Madrid.

Eso es, pero dejando de lado esa casualidad fíjate que hace años conocí a Josep Maria Sert en Harvard, su proyecto reivindicaba, como Lorca o Falla con la recuperación del Flamenco.

Y Macià y Companys en Cataluña con su proyecto de la casita y el huerto.

Sí, también es popular. De todos modos lo de Ignacio Abel arquitecto te das cuenta que encaja una vez lees toda la novela, al principio no tenía ningún gran motivo de peso.

También identifiqué a Ignacio Abel con Aschenbach de La muerte en Venecia.

Aschenbach es más neurótico, aunque en su maleta, como Abel, también lleva ideas y un sentimiento.
Literaturas.com, Marzo Abril 2010


Acaba de publicar En ausencia de Blanca (novela que ya circulara en edición del Círculo de Lectores) cuando aún no se han apagado los ecos ni las polémicas por Sefarad. ¿No parece obedecer esta publicación a un efecto catártico?.

La fecha de aparición de “En ausencia de Blanca” responde a un simple azar editorial. Yo quería que apareciera en una edición normal de librerías, porque es el único modo de que un libro tenga una existencia plena, aunque en el Círculo de Lectores alcanzara una difusión gigantesca. En cuanto a los ecos de Sefarad, me gustaría que tardaran mucho en apagarse. Mi admirado y muchas veces leído Cyril Connolly aseguraba que la primera prueba de la consistencia de un libro es que dure al menos diez años. Yo tengo la suerte de que libros míos que se publicaron por primera vez hace ya quince aún sigan estando en las librerías. Ésa es la clase de presencia a la que aspiro.
Todo libro nuevo suyo levanta expectación, y ciertamente no suele decepcionar. Intento hacer una secuencia de los mismos desde aquella maravillosa novela El invierno en Lisboa -sin menospreciar Beatus Ille y El Robinsón urbano- y sus obras se cuentan por éxitos. Beltenebros, El jinete polaco,... ¿Cuál es su secreto?.
No hay ningún secreto, tan sólo la afición por la literatura, el gusto de escribir, la ilusión permanente y siempre aplazada de lograr algo de verdad bueno y nuevo. Y también algo que me parece cada vez más valioso, que es el no escribir, el retirarse de vez en cuando, tomar distancia espiritual e incluso física hacia la vida normal de uno y su condición de escritor. En esos períodos en los que no se escribe, en los que no se planea nada, en los que uno puede hasta olvidarse felizmente de su oficio, creo que es cuando más intensamente se aprende, cuando mejor se renueva uno.
¿Guarda buen recuerdo del proceso de elaboración de Beatus Ille?. No es la primera vez que se queja, y que se refiere a dicha novela como a un ejercicio de iniciación...
No es que me haya quejado, exactamente. Lo que he contado algunas veces es que escribir esa novela era al mismo tiempo aprender a hacerlo y saber si uno sería capaz de llegar al final. El mejor recuerdo que tengo de ese libro es que por primera vez me dejé arrastrar por un proceso de invención más fuerte que mi voluntad, y más rico que las operaciones voluntarias de la conciencia. Ahora miro la fotocopia que conservo de la primera versión recién terminada, y lo que me extraña es haber tenido el impulso necesario para escribir tantas páginas en una soledad absoluta, sin ninguna esperanza de publicación. También me acuerdo de la felicidad incomparable de recibir en Úbeda la llamada de Pere Gimferrer en la que me decía, después de un largo mes de espera, que la novela iba a publicarse.
Sorprende que tras Plenilunio, novela dura donde las haya, entregara un nuevo registro, Carlota Fainberg, una hermosa historia que se inicia en los andenes de un aeropuerto. Pero sorprende aún mas la génesis de dicha novela, en la que homenajea de algún modo a la que fuera Jefa de Prensa de Seix Barral en los años de sus comienzos -Mónica Fainberg- y una de las personas que creyeron en usted desde el principio. ¿Es cierto dicha historia o forma parte de la leyenda?
Mónica Fainberg es para mí una mujer inolvidable. Leía de corazón los libros, llamaba uno por uno a los periodistas para que se fijaran en mí, para que me leyeran, para que asistieran a la primera presentación de una novela mía en Madrid. Incluso daba excelentes opiniones literarias. Siempre me acuerdo que, durante la promoción de Beltenebros, una mañana, en Barcelona, le pregunté su opinión sobre el libro, y me dijo, con toda franqueza, y con su mejor sonrisa: “Está muy bien, pero se nota que tú no has sido espía”. Nos vimos por última vez en Buenos Aires, un poco antes de que ella muriese. Creo que le hizo ilusión saber que yo había puesto su apellido a una femme fatale porteña. Sinceramente, fue de esas personas que influyen decisivamente en los comienzos de alguien nada conocido.
La historia que narraba en Plenilunio nos era demasiado cercana en su tragedia. De algún modo podíamos percibir la mirada del asesino y el dolor de las víctimas. ¿Le gustó la adaptación cinematográfica de Imanol Uribe?. La crítica no fue precisamente benévola con ella..
La película me gustó mucho en unas zonas y menos en otras. Creo que si se hubiera seguido más de cerca el guión original muchas cosas habrían quedado mejor en ella. En cuanto a la falta de benevolencia de una cierta crítica –en modo alguno toda- me da la impresión de que, más que con la película, algunas personas querían ajustar cuentas personales e incluso familiares conmigo. Me dolió que para hacer eso agredieran a quien era más frágil y a quien había hecho un excelente trabajo de adaptación, que fue Elvira Lindo. Es revelador, mirado retrospectivamente, que el director de la película, que hizo algunos cambios decisivos en el guión, prefiriera no firmarlo. Y también que las críticas más virulentas contra la película se publicaran en el mismo periódico en el que yo escribía entonces.
Quizás el error está en que la novela fue encasillada dentro del género negro. Sin ser dicha apreciación un error en sí misma (seguro que propició que las ventas se disparasen) ¿no le parece que se merecía algo mas que una mera etiqueta?.
¿Fue encasillada la novela en un género? No estoy seguro, ni había mucho motivo. En cuanto a las ventas, fueron excelentes, también en algún otro país aparte de España, pero no muy superiores a las de otros libros míos. Yo siempre tengo la esperanza de que los libros, con el tiempo, se vayan leyendo mejor.
Soy de la opinión de que una buena obra debe tener un buen comienzo. En ese sentido, Beltenebros es poco menos que perfecta. En una sola frase, Vine a Madrid a matar a un hombre al que no había visto nunca, condensa 270 páginas y le da sentido a la historia. ¿Cómo nació Beltenebros, por otra parte tan verosímil?.
Sin darme cuenta, en el principio de Beltenebros introduje un eco de Pedro Páramo:”Vine a Comala para buscar a mi padre, Pedro Páramo” (Cito de memoria). Juan Carlos Onetti me hizo observar que también resonaba en ese principio el de una novela policial que a él le gustaba mucho, “La bestia debe morir”. Quizás, visto a distancia, ese comienzo peca algo de demasiado novelesco, no sé. Lo más importante para mí fue que esa primera frase me sirvió para ordenar materiales muy dispersos, y para dar un tono a la historia entera, que en tentativas anteriores, y fracasadas, era en tercera persona. Las primeras ideas para la novela las encontré leyendo un libro de Gregorio Morán “Grandeza y miseria del Partido Comunista de España”, donde se contaban las historias de algunos supuestos traidores, como Luis León Trilla o el llamado Heriberto Quiñones. Hablé con algún militante de aquellos tiempos, pero quizás en la novela hay una falta de encarnadura humana e histórica y un exceso de convenciones de género. Por otra parte, yo quería darle un tono de fábula abstracta, más que de narración histórica.

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.

¿No es cierto que sin ser una práctica habitual dentro la oposición a la Dictadura, sí que existió el perfil del militar tipo Darman, el involuntario protagonista de la novela?.
Hubo gente muy peculiar, en muchos casos muy admirable, y también burócratas cerriles que se especializaban en arriesgar las vidas de los otros, o en amargárselas. Pero en conjunto, la herencia heroica de la resistencia contra el franquismo no se ha querido rescatar, lo cual me parece un desastre político, moral y hasta literario.
Mantiene usted en el Epílogo a la novela que una historia se encuentra a menudo en pequeños acontecimientos triviales (un viaje, una foto envejecida, un titular de un periódico...) pero también en un nombre, y no cabe duda que el de Beltenebros reunía todos los ingredientes para que alguien lo convirtiera en obra literaria. ¿Cómo se le ocurrió adoptarlo, porque de adopción habría que hablar?.
A mí con los nombres de los libros y de las historias me pasa una cosa, y es que muchas veces tengo un título mucho antes que la novela o el relato que le corresponden. Un título es una cosa muy rara, y en cierto modo mágica, como una clave que ha de ser descifrada. Un título puede nombrar algo que ya existe, pero también ayudar a que surja y se defina algo que permanecía indeciso y ambiguo, o simplemente confuso. El nombre puede ser el ábrete sésamo de una historia. En este caso, parte de su aire sombrío y gótico le viene a esa novela precisamente de que se titule Beltenebros.
¿Y qué le pareció la adaptación que hizo Pilar Miró?.
Más bien gélida. Creo que subrayaba sobre todo los defectos considerables del libro. Pero ella trabajó con mucho entusiasmo, cosa que yo agradecí.
Con Ardor guerrero saldó una vieja cuenta y estigmatizó sus temores. ¿Tan necesaria la veía a pesar de ser la novela menos moliniana?.


¿Menos “Moliniana” por qué?

No creo que el motivo principal de Ardor Guerrero fuera saldar cuentas. Y, de todos mis libros, creo que es el que ha motivado mayores malentendidos, empezando por su calificación como novela. NO es, de ninguna manera, una novela, sino lo que en América llaman una “memoir”, en singular, que tampoco debe confundirse con unas “Memorias”. Una “memoria” es el relato de una experiencia concreta, de un período bien delimitado en la vida de alguien, que tiene en parte una intención confesional y en parte una de crónica. Se trataba de hacer literatura narrativa sin hacer ficción, y la experiencia militar, más que la materia del libro, era el ámbito espacio-temporal de un relato en el que se entrecruzan varios temas, entre ellos la formación de un escritor, el envilecimiento de las organizaciones jerárquicas, el testimonio nítido de un cierto tiempo en la transición española, de un cierto lugar en el que ese tiempo se vivió de un modo aún más agitado e inseguro... El libro se me ocurrió en Estados Unidos, y allí escribí también su arranque, y no habría existido sin el efecto doble de la lejanía de España y de la inmersión en modos de contar que eran nuevos para mí y que me apasionaron.
Sefarad arrastrará para siempre el estigma de ser una novela de novelas, "para algunos", escasamente documentada. ¿Le parece justa la apreciación?
No me parece un estigma, y si lo fuera, en cualquier caso, sería el estigma elegido por mí, que le di al libro ese subtítulo, en el cual la palabra novela alude sobre todo a la condición novelesca de cualquier experiencia humana recordada o contada, y al entrelazamiento de azares, relatos, recuerdos, invenciones, etc, del que está hecha nuestra percepción de la realidad, que es mucho más compleja de lo que suele reflejarse en las novelas canónicas. En cuanto a lo de la escasa documentación, no seré yo quien me defienda. Al final del libro viene una lista de lecturas: la puse por honradez intelectual, y también como una invitación a que el lector siguiera alguna de las pistas que yo mismo había indagado. Sefarad no es un libro histórico, pero no me parece que los detalles históricos que se dan en él abunden en equivocaciones.
¿Por qué Sefarad?. ¿Qué le llevó a escribirla?.
Influyó mucho la ocurrencia del título, que me llegó muy al principio, con algo de revelación. Un hilo conductor entre varias historias muy dispersas que yo estaba deseando contar.
Sefarad es una obra llamada a resistir el paso del tiempo, que ha levantado polémica desde el mismo día de su publicación. ¿Cómo vivió la polémica que se suscitó desde algún medio de comunicación?.

Las polémicas en España son una cosa muy triste. Se les quita la malevolencia y las ganas de hacer daño y se quedan en casi nada. Me molestó que una revista con la que yo creo haberme portado generosamente, dándole a cambio de nada un cierto número de originales, consintiera en publicar un ataque que desde el mismo título ya era amarillista. Hablo, claro , de la revista Lateral. Yo jamás me quejo de una crítica negativa, aunque me duelan, como a cualquiera. Lo que no acepto es la mala leche, o la descalificación personal. Creo que en ese libro, sin proponérmelo, pisé dos minas más peligrosas de lo que yo imaginaba: la propensión antisemita de una cierta progresía española, y también el rechazo en esa misma izquierda fósil a confrontarse con los horrores del estalinismo, que no fueron menos graves que los de los nazis.
Releyendo una vieja revista literaria, me encontré con una faceta suya que desconocía. En su momento cultivó el relato hiperbreve, como lo atestigua la serie de ellos que forman Escrito en un instante (aunque me figuro que con escaso éxito, ya que de lo contrario quiero creer que habría incidido en ese camino). ¿No le atrae dicho género, o se considera más un creador de mundos novelescos?.
Todos los géneros, todas las formas, tienen su atractivo, presentan su desafío peculiar. Un artículo de quince líneas no tiene nada que ver con uno de setenta, y un relato breve no se parece nada a una novela. Es cierto que llevo demasiado tiempo sin escribir relatos, pero espero remediarlo enseguida, porque justo ahora mismo el cuento es la forma literaria que me tienta más.
El jinete polaco se alzó con el Planeta y lo refrendó para mayor gloria de la Editorial el Nacional de Literatura. ¿La escribió pensando en el Premio?.
¿Cómo voy a escribir pensando en un premio un libro de más de seiscientas páginas, y cuya primera frase ocupa página y media? La posibilidad de presentarme al premio Planeta surgió con el libro ya muy avanzado, y el motivo, claramente hablando es que en aquel momento necesitaba con urgencia el dinero. Mucha gente se preguntó entonces por qué me presentaba yo al Planeta – y hasta hubo una o dos personas que se ofendieron conmigo, que se sintieron traicionadas y me retiraron el saludo- pero no veo que nadie se hiciera la pregunta contraria, porqué los responsables de Planeta eligieron una novela como ésa. A mí me vino muy bien ganarlo entonces, por las razones que he dicho antes, pero ya me he olvidado de todo aquello, y creo que los lectores también. Los que se acercan a esa novela a estas alturas lo hacen por razones simplemente literarias.
¿Qué tiene Magina que no tenga Úbeda?
Que me pertenece, que la moldeo con arreglo a mis antojos y a mis recuerdos, que es como una maqueta de una ciudad con la que a veces me gusta entretenerme, inventando historias que transcurren en sus calles.
¿Y que le falta?
No le falta nada. Es un mundo cerrado y completo, que a mí me gustaría seguir explorando.
¿Qué queda de aquel Antonio Muñoz Molina de su Úbeda natal?. Sus sueños, sus días de actor de teatro en el Instituto... Porque usted fue actor en sus años de estudiante, lo se de buena tinta. ¿Nunca ha dirigido su pluma hacia el teatro?.
Hay una corrección que hacer: no fui actor de teatro, sino autor. Mi primera vocación, aparte de la poesía, fue la de escribir teatro, y llegué a hacer algunas cosas que se estrenaron y que tuvieron una cierta vida escénica por aquellas tierras. El teatro me parecía algo grandioso, pero el problema fue que yo empecé a escribirlo justo cuando la figura del autor estaba desapareciendo, en beneficio de los directores de escena y de la llamada creación colectiva. Con toda deliberación, a los 20 años, después de leer unos cuentos de Borges, decidí que iba a dedicarme a la prosa narrativa, y que en el teatro no había porvenir.
¿Que está preparando en estos momentos?.
Preparo una biografía de Juan Carlos Onetti, y le doy vueltas a la idea, todavía en estado gaseoso, de un libro de cuentos.
Luis García, Junio 2002

Penn station circa 1930



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