Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Jordi Corominas i Julián. Literaturas.com, Marzo Abril 2010
Entrevista a Antonio Muñoz Molina por Luis García, Junio 2002
Presentación de La Noche de los tiempos en Página 2, 13 de diciembre de 2009
Presentación de La Noche de los tiempos en Página 2, 13 de diciembre de 2009
¿Cómo
nace la idea de La noche de los tiempos?
Muy
poco a poco. No se me ocurre de pronto en la cabeza un argumento que
dé para tanto. La novela surge de su propia escritura. Empiezo con
un núcleo vago, queriendo contar sobretodo
una historia de amor y queriendo contar las sensaciones cuando las
circunstancias políticas y sociales se vuelven incontrolables,
como la vida personal se ve afectada por la relación amorosa y la
Historia. Esa fue la idea básica, crear un personaje inspirado en
parte en Pedro Salinas y su amor por Katherine Whitmore y ver qué
pasaba. En principio en la novela iban a prevalecer dos personajes,
los dos amantes...
Y
luego el otro gran personaje es el trasfondo histórico...
Claro,
y los otros personajes que rodean a los amantes, que no se encuentran
en el vacío, pese a que lo quisieran. Han nacido en el momento en
que se encuentran, hay un contexto, unas ramificaciones, y la pasión
amorosa repercute en el contexto y viceversa. Eso hizo que la novela
creciera en varias direcciones. Algo que la hizo crecer fue el
descubrimiento del punto de vista del hijo; en mi proyecto
inicialmente la historia estaba contada casi desde el punto de vista
del arquitecto, en primera persona....su hijo, su mujer
estaban vistos desde su mirada.
Ahora
me imaginaba una construcción estructural en forma de pirámide.
Arriba Ignacio Abel y Judith, después la familia...
Sí,
como si surgieran ramificaciones, tiras del hilo y sale eso.
Los
otros personajes complementan la visión total del arquitecto, sus
dudas, sus contradicciones...
Si
sólo lo ves desde su punto de vista tendrás una
visión limitada, a veces muy halagadora, a veces muy negativa,
pero probablemente ninguna de las dos son verdad. Este es un
personaje que lo pierde todo, que se ha quedado solo, al
faltarle las referencias de los demás siente que desaparece.
De
hecho al final, en Estados Unidos, casi parece un hombre sin
atributos, una persona que deambula.
Parece
una figura de tantas, un punto. Una parte de inspiración de la
novela está en las fotos de la estación de
Pennsylvania en los años treinta, si las observas, esas
imágenes clásicas de estaciones, ves las escalinatas, los trenes y
el gentío...si te fijas son casi como insectos.
Pero
cada uno tenía una vida.
¡Y
un nombre! Cuando era pequeño ponían esos documentales de historia
en la tele donde se veían figuras moviéndose rápido, y mi padre
decía: ¿Ves toda esa gente? Todos están
muertos. ( risa compartida). No paro de pensar en eso...
El Club de los Poetas Muertos
Y
es una verdad como un templo.
Una
verdad que hemos de formular para pensarlo. Esas multitudes que bajan
del tren. Todos muertos.
Al
fin y al cabo quizá una de las virtudes del escritor es la capacidad
de recuperarlo porque la ciudad siempre permanece...
La
literatura lo que hace, en parte, es restituir la individualidad a
las personas. Gracias a la literatura sientes que ese
punto en la multitud tiene una historia.
Fijar la mirada sobre seres concretos. La niña del abrigo rojo en La lista de Schindler
Eso
lo pensé el otro día con todo el asunto de las fotos de Agustí
Centelles.
En
cada una de esas fotos, que ahora valen mucho dinero, ves un
prototipo que muestran el miliciano, el guardia de asalto...pero son
personas que existieron y tuvieron una vida tan completa como la tuya
y la mía.
Me
llamó mucho la atención, en relación al anonimato y la ciudad,
comprobar como las baldosas que salen en las fotos aun son las mismas
que pisamos los barceloneses en nuestro día a día...pisamos
sitios donde han sucedido cosas muy importantes y no nos damos
cuenta.
Ésa es la sensación de privilegio que tuve cuando vivía en la Residencia de Estudiantes. Los compañeros me contaban del tiempo anterior a la renovación del edificio, cuando aún se mantenían los muebles antiguos, las cortinas, el piano de Lorca, los caseros.

Cosas
que unas se han perdido en la noche de los tiempos y otras
permanecen. Cuando escribía la novela, la parte que escribí en
Madrid, era alucinante caminar por la ciudad porque, tan obsesionado
como estaba, lo que veía era el Madrid de entonces. En esta esquina
cayó muerto tal personaje, aquí tal cosa...era su vida, y han
desaparecido. De ese estremecimiento, de saber que todas las cosas se
lo va a llevar una especie de cataclismo lentísimo...al estar
obsesionado ves los detalles, como bien dices. En las fotos de
Centelles te fijas en la camiseta, en cómo agarra el fusil...
Dar
movimiento a la imagen para entenderla mejor. Lo que me parece muy
acertado en Ignacio Abel es su ideología y personalidad en un
sentido de normalidad republicana. En la novela ves que el contexto
es de un tiempo de extremos, pero él es muy cabal. Quizá si muchos
hubiesen sido así las cosas hubiesen sido muy distintas.
Y
muchos eran así. El problema no es ese, es que bastan
muy pocos para arruinar a los muchos. Millones de personas
razonables, que no son santos, pueden ver como muy pocos convierten
España en un infierno. ¿Cuánta
gente hace falta para crear un grupo terrorista? ¿Cuánta gente hizo
falta para provocar el caos yugoslavo?
Como
en la España de 1936...
Una
vez provocado el caos cobra otra dinámica, autónoma, no es la
prolongación de lo anterior, es otra cosa distinta, por eso en la
novela se insiste mucho en la distancia
abismal entre lo que se hace y lo que no se hace, en la palabra que
se dice y no se dice. Una vez has empezado ya es otra
cosa. Una vez disparas la bala no vuelve. Una vez te has sublevado, y
que por culpa de eso todo se derrumba...lo que ocurre en Madrid y
Barcelona el 18 y el 19 de julio no es una Revolución, es un
golpe de Estado en toda regla que provoca, entre otras consecuencias,
el derrumbamiento de la normalidad democrática.
Lo
que es curioso, pese a que es algo muy evidente, es que tanto en la
literatura como a nivel social, el hecho de decirlo tan claro se ha
dado poco en España.
Se
ha dicho, pero nadie le hace caso. Hay muchos libros y muchos
testimonios, pero no se quiere. El archivo
de Centelles lo resume todo. Es clave en la Historia de Cataluña y
España, y nadie lo quiso. Lo han salvado sus hijos con
una voluntad extraordinaria de amor a su padre y a la fotografía. De
pronto los llaman traidores, de pronto se forma un batiburrillo y se
dicen unas barbaridades. No es ningún expolio. Lo más alucinante es
que la pasión por ese archivo sea retrospectiva, con
menos pasión y más eficacia hace treinta años habría un buen
museo con esas imágenes. Me da igual donde esté, lo
importante es que se transmita porque es mi historia.
Sí,
porque el lugar aquí no importa, es patrimonio común y no importan
Madrid y Barcelona.
El
colapso del Estado. Es una Guerra muy descontrolada, poco
convencional, con una palabrería y una
retórica muy fuerte, que contrasta mucho con la realidad.
No
sé si lo dice Van Doren o Ignacio Abel, que España es un país
donde se habla mucho...
Creo
que lo dice Van Doren porque al ser norteamericano le sorprende más,
es mas chocante. Tal borrachera de palabras. Me divirtió mucho sacar
titulares de periódico sobre la toma inminente del Alcázar y el
movimiento de las milicias catalanas hacia Zaragoza. El
Alcázar a punto de ser tomado. Las milicias catalanas avanzan sobre
Zaragoza. Las
milicias nunca llegan a Zaragoza. Los
rebeldes en situación desesperada ante el asedio de las milicias.
Sería
muy desesperada la situación, pero no todo era sobre Zaragoza.
La
desinformación...
Esa
palabrería creaba una falsa sensación de euforia y seguridad.
Lo dice un personaje. ¿Cómo es que estamos
derrotando al enemigo si cada vez está más cerca de Madrid?
Y
luego hay un momento en que Ignacio Abel va con soldados a Illescas
para preservar una obra de la destrucción y se encuentra con los
falangistas...
Era
así, pero todo es leer los periódicos y comprobar la cantidad, las
toneladas de retórica mentirosa. Córdoba
sitiada, Granada a punto de caer...¿Qué
obstáculo había entre Barcelona y Zaragoza?
Ninguno
¡Claro!
Y las milicias no paraban de avanzar victoriosamente, desbaratando la
resistencia...
Un
desierto de los tártaros español...
Así
es, y más con los Monegros y todo eso es como el desierto, un
ejército fantasma que no para de avanzar pero nunca llega.
Un
ejército que por otra parte era un caos.
Con
mucho esfuerzo y lentamente se crea un
ejército republicano funcional que intenta arreglar el desbarajuste
del principio de la Guerra. No tiene ningún sentido ese
romanticismo del gorrito y el fusil en las fotos en blanco y negro.
Las
fotos contribuyen a transmitir una nostalgia que no se ajusta a la
realidad de los hechos y que quizá se debe a la desinformación de
lo que hablábamos. En Abril lo hablaba con Jordi Gràcia, que quizá
ahora se da un impulso a recuperar la justa memoria, pero hasta el
Doctorado nadie me habló de la Guerra Civil, tuve que conocerla por
mi cuenta y riesgo.
Porque
no estaba de moda. No había interés. Había otras preocupaciones.
Mira por ejemplo como en 1995 no hubo
representación española en el cincuentenario de la liberación de
Mathausen, cuando hubo treinta mil republicanos españoles en ese
campo, muchos de ellos catalanes. Nadie asistió del
Gobierno ni de la Generalitat.
Esto
es un poco como lo que sale en el libro cuando Ignacio Abel habla con
Juan Negrín y el futuro primer ministro le dice “fíjate, soy yo
quien tiene que traducir las cartas”. Ese aislamiento e ignorancia
ante determinados eventos internacionales que nos implican de un modo
u otro.
Eso
lo pagó la República muy caro, su indiferencia ante la política
internacional. Fíjate si era así que en el primer
gobierno de la República nombraron ministro de Estado a Alejandro
Lerroux, un viejecillo que no hablaba ninguna lengua extranjera. Como
no sabían que hacer con él lo colocaron en Exteriores. Luego en
1936 buscan aliados internacionales y no los encuentra, por diversas
razones, pero una de ellas es su profundo
descuido en las relaciones internacionales.
Si
cuando además los meses previos y el inicio de la Guerra encajan
mucho con su tiempo histórico a nivel internacional, y no sólo por
ser preludio de la Segunda Guerra Mundial, se enmarca en las
coordenadas de su tiempo.
Sí,
porque es un episodio histórico que de
específicamente español tiene muy poco. Lo que pasa es
que si sólo lo interpretamos en términos ibéricos nos ponemos
antropológicos entre cainismos y otros tópicos. Había mucha
injusticia, una situación muy difícil pero España
estaba sacudida por las mismas convulsiones que el resto de Europa, y
por el colapso de los mercados internacionales y las democracias
liberales.
Sí,
pero en el libro los personajes lo viven muy a la española.
Naturalmente
las circunstancias son específicas.
Me
refiero, por ejemplo, a la diferencia entre Ignacio Abel y su familia
política, tan conservadores, tan rancios, con ese gran personaje,
Víctor, el cuñado, típico tarambana español que acaba
integrándose en la Falange, como si sólo pudiese acabar de esa
manera.
Acaba
de esa manera, pero no era su única opción. Piensa que hubo muchos
ex comunistas que se hicieron falangistas, falangistas que se
hicieron libertarios, era un mundo muy complicado y muy
intoxicado.
¿Intoxicado
en que sentido?
En
sentido ideológico, entendiendo ideología como interpretación
total y excluyente del mundo.
Quizá
eso es lo que Abel no tiene.
Tiene
sus principios, su ideario, pero no una ideología como
interpretación orgánica, pues ese tipo de creencia es muy fuerte y
excluyente. Una interpretación ideológica
por definición excluye el pluralismo, porque el mundo es
como es, un marxista no tiene una opinión de cómo se ha de mejorar
el mundo, tiene la opinión que significa la marcha de la Historia, y
un fascista lo mismo. Uno de los que estuvieron con Companys en la
sublevación de octubre de 1934, el Coronel España de Estat Català,
pobre hombre el nombre que le cayó, tuvo que exiliarse en Italia
porque había una conexión muy curiosa del catalanismo de extrema
derecha que estaba muy influenciado con Action Française de Maurras.
Y
existió un partido político catalán que se llamaba Nosaltres Sols,
que es la traducción literal de Sinn Fein.
Y
luego había un personaje que me hubiese gustado investigar un poco
más, un diputado catalanista que se llamaba Joan
Ventosa. Si lees las actas de las últimas sesiones de las
Cortes republicanas, justo después del asesinato de Calvo Sotelo,
ves que él en medio del griterío es sensato.
Decía cosas templadas cuando en ese momento la gente
soltaba cosas tremendas, amenazas de muerte, exabruptos demenciales.
No nos parecemos a ellos, claro que no.
Pero
precisamente en ese tiempo ERC, que no se parecía en nada a la de
hoy en día, tenía en sus filas a varios hombres muy sensatos.
El
mismo Josep Tarradellas, joven pero muy sensato.
Y
otros, que llegaron a ser consellers, huyeron.
Como
Juan Ramón Jiménez. Lo cuento en la novela, que salvó la vida por
su dentadura.
Ahora
que hablas de los intelectuales es interesante ver la parte de la
novela donde aparecen Alberti, Bergamín y
otros como algo más que poetas.
Exactamente,
que parecen sacerdotes, apóstoles de la
bondad.
Y
Federico García Lorca aparece como una presencia que flota que se
contrapone a los demás.
Estaba
politizado, era un hombre progresista pero en los últimos tiempos
estaba muy irritado contra aquella parte de
sus amigos que lo querían forzar demasiado a un compromiso
partidista que él no quería. Lorca siente terror. Le
dice a su amigo Martínez Nadal en el merendero del Manzanares que
eso se llenará de muertos. Su mirada no es ideológica. No está
contaminado de la interpretación total.
Se
enmarca más en el discurso del verdadero progreso que mencionan
Negrín y Abel: dentaduras sanas, comer bien, tener teléfono, coche
y ascensor. Los símbolos del progreso son los cotidianos.
Y
construir escuelas como en el
primer bienio. Se hace el esfuerzo y al mismo tiempo se
torpedea innecesariamente la enseñanza religiosa en un momento en
que el Estado no tenía fuerzas para llenar ese vacío.
Cambiar
las cosas demasiado deprisa casi por resentimiento.
Sí
que hay una parte de resentimiento. También era necesaria una
reforma militar. En Azaña había una parte
de arrogancia muy grande que puedes leer en los debates de
Las Cortes, la arrogancia del intelectual que encuentras también en
Radovan Karadzic.
O
el caso de Nani Moretti en Italia. Manuel Azaña tiene el espíritu
del 98, pero el intelectual en política sólo mete más ideología
desde su egocentrismo.
El
intelectual es muy soberbio. A un crítico le molestó que
yo hiciera decir a Negrín que Ortega y
Gasset en Las Cortes sólo se escuchaba a sí mismo, pero
parece ser que era así y así lo atestiguan los periódicos o las
actas parlamentarias.
Además,
pensando en el contraste entre el intelectual y lo cotidiano hay una
parte del libro, quizá la que más me gustó, que es cuando está
para empezar la Guerra y alternas titulares de periódico del día a
día con los acontecimientos históricos, y la idea que me sacudió
en este sentido es que la tensión flota todo el rato pero en
realidad era una tensión 100% evitable.
Todos
los actos humanos son evitables, pese a los asesinatos y lo que
quieras. Matan al Teniente Castillo. Lo que había que hacer era
detener a los culpables y juzgarlos. El
relato de esa semana previa a la Guerra parece como un despropósito
hacia la destrucción, y todo eso ocurre en medio de una
cotidianidad en que la gente va al cine, se va de veraneo...a Gil
Robles no lo encontraron porque estaba de veraneo.
Es
como en El
Mundo de ayer
de Stefan Zweig, quien recibe la noticia del estallido de la Primera
Guerra Mundial porque la banda deja de tocar.
Igual
que esa noche del 12 de julio Calvo Sotelo estaba escuchando en la
radio la banda sinfónica de Madrid.
Y
son personajes que producían o mucha admiración o mucho rechazo.
No
reivindico a Calvo Sotelo porque era un extremista. Fue un señor que
conscientemente se empleó en defender la escalada de la tensión y
defendía abiertamente el golpe de Estado, era un agitador.
Mi
abuela, que era del PSOE de Zaragoza, echaba pestes de Calvo Sotelo,
pero era admiradora de Largo Caballero, que en el fondo era la otra
cara de la misma moneda.
Claro,
imagínate. Viene a entrevistarte un
periodista extranjero, eres candidato y le dices que en caso de
perder las elecciones habrá Guerra Civil...investigando
para el libro descubrí un dato muy importante. En las elecciones
republicanas las listas eran abiertas. En el PSOE dentro de los
militantes madrileños Largo Caballero era el más popular seguido de
Indalecio Prieto y Julián Besteiro. En cambio en las elecciones de
febrero Julián Besteiro arrasó entre el pueblo, es la
diferencia entre la opinión del militante muy concienciado y la
opinión del ciudadano normal
Es
un poco la diferencia que existe en Barcelona entre BCN y Barcelona,
la esfera política aislada totalmente del sentir de la calle.
Sí,
y eso significa que BCN, sin afirmarlo como axioma, puede llegar a
destruir Barcelona. La gente normal es más
sensata. Esa es la profunda cuestión, no que BCN, usando
tus términos, sea una traducción de las tensiones de Barcelona, son
sus tensiones pero inciden en Barcelona y pueden dañarla. Como
Milosevic no era Yugoslavia.
Yo
veo a Ignacio Abel como el ciudadano que respeta la democracia tal
como es y que es consciente del mal que implica la ideología y
quiere progreso.
Y
es muy consciente de la injusticia social,
por su propio origen, a pesar de que, como dice el
capataz, lleve zapatos. Es una época donde
las diferencias sociales son abismales.
Eso
lo decía el profesor Fontana, siempre decía que no existía la
clase media y lo popular era muy importante.
Eso
sale en la novela, la industria de lo
popular era muy poderosa. Cuando era pequeño las
canciones de la radio contaban la vida de las personas, cuando surge
otro pop, el anglosajón, eso desaparece. Y ese, como acaece en el
cine italiano de los cincuenta, era un arte
sumamente riguroso.
Es
un arte que desapareció en 1962 cuando la
sociedad se aburguesa, pero antes, en el fascismo italiano
se llegó a crear un MinCulPop, ministerio de Cultura Popular.
Cambiando de tema, una de las cosas que más me atrajo de Abel es que
es arquitecto, lo asocié directamente con el derrumbe del edificio.
Eso
fue porque estoy muy cansado de la literatura de personajes
escritores, es ombliguista. Me gusta mucho ver la gente haciendo su
oficio. Tenía el modelo de Salinas y parece que lo propio del
contexto de la novela fuera la figura del escritor, pero pensando en
otras profesiones llegué al arquitecto, a la construcción de
escuelas y en este caso concreto a la Ciudad Universitaria.
Que
además enlaza cronológicamente con la novela, pues cuando Abel
llega a los Estados Unidos su gran obra es el verdadero campo de la
batalla de Madrid.
Eso
es, pero dejando de lado esa casualidad fíjate que hace años conocí
a Josep Maria Sert en Harvard, su proyecto
reivindicaba, como Lorca o Falla con la recuperación del Flamenco.
Y
Macià y Companys en Cataluña con su proyecto de la casita y el
huerto.
Sí,
también es popular. De todos modos lo de Ignacio Abel arquitecto te
das cuenta que encaja una vez lees toda la novela, al principio no
tenía ningún gran motivo de peso.
También
identifiqué a Ignacio Abel con Aschenbach de La
muerte en Venecia.
Aschenbach
es más neurótico, aunque en su maleta, como Abel, también lleva
ideas y un sentimiento.
Literaturas.com,
Marzo Abril 2010
Acaba
de publicar En ausencia de
Blanca (novela que ya circulara en edición del Círculo
de Lectores) cuando aún no se han apagado los ecos ni las polémicas
por Sefarad. ¿No
parece obedecer esta publicación a un efecto catártico?.
La
fecha de aparición de “En ausencia de Blanca” responde a un
simple azar editorial. Yo quería que apareciera en una edición
normal de librerías, porque es el único modo de que un libro tenga
una existencia plena, aunque en el Círculo de Lectores alcanzara una
difusión gigantesca. En cuanto a los ecos de Sefarad, me gustaría
que tardaran mucho en apagarse. Mi admirado y muchas veces leído
Cyril Connolly aseguraba que la primera
prueba de la consistencia de un libro es que dure al menos diez años.
Yo tengo la suerte de que libros míos que
se publicaron por primera vez hace ya quince aún sigan estando en
las librerías. Ésa es la clase de presencia a la que aspiro.
Todo
libro nuevo suyo levanta expectación, y ciertamente no suele
decepcionar. Intento hacer una secuencia de los mismos desde aquella
maravillosa novela El invierno
en Lisboa -sin menospreciar Beatus
Ille y El Robinsón urbano- y sus obras se cuentan por
éxitos. Beltenebros, El jinete
polaco,... ¿Cuál es su secreto?.
No
hay ningún secreto, tan sólo la afición por la literatura, el
gusto de escribir, la ilusión permanente y siempre aplazada de
lograr algo de
verdad bueno y nuevo. Y también
algo que me parece
cada vez más valioso, que es el no
escribir,
el retirarse de vez en cuando, tomar distancia espiritual e incluso
física hacia la vida normal de uno y su condición de escritor.
En esos períodos en los que no se escribe, en los que no se planea
nada, en los que uno puede hasta olvidarse felizmente de su oficio,
creo que es cuando
más intensamente se aprende, cuando mejor se renueva uno.
¿Guarda
buen recuerdo del proceso de elaboración de Beatus
Ille?. No es la primera vez que se queja, y que se refiere
a dicha novela como a un ejercicio de iniciación...
No
es que me haya quejado, exactamente. Lo que he contado algunas veces
es que escribir
esa novela era al mismo tiempo aprender a hacerlo y saber si uno
sería capaz de llegar al final.
El mejor recuerdo que tengo de ese libro es que por primera vez me
dejé arrastrar por un proceso de invención más fuerte que mi
voluntad, y más rico que las
operaciones voluntarias de la conciencia. Ahora miro la fotocopia que
conservo de la primera versión recién terminada, y lo que me
extraña es haber tenido el impulso necesario para escribir tantas
páginas en una soledad absoluta, sin ninguna esperanza de
publicación. También me acuerdo de la felicidad incomparable de
recibir en Úbeda la llamada de Pere Gimferrer en la que me decía,
después de un largo mes de espera, que la novela iba a publicarse.
Sorprende
que tras Plenilunio, novela dura donde las haya, entregara un nuevo
registro, Carlota Fainberg,
una hermosa historia que se inicia en los andenes de un aeropuerto.
Pero sorprende aún mas la génesis de dicha novela, en la que
homenajea de algún modo a la que fuera Jefa
de Prensa de Seix Barral en los años de sus comienzos
-Mónica Fainberg- y una de las personas que creyeron en usted desde
el principio. ¿Es cierto dicha historia o forma parte de la leyenda?
Mónica
Fainberg es para mí una mujer inolvidable. Leía de corazón los
libros, llamaba uno por uno a los periodistas para que se fijaran en
mí, para que me leyeran, para que asistieran a la primera
presentación de una novela mía en Madrid. Incluso daba excelentes
opiniones literarias. Siempre me acuerdo que, durante la
promoción de Beltenebros, una mañana, en Barcelona, le pregunté su
opinión sobre el libro, y me dijo, con toda franqueza, y con su
mejor sonrisa: “Está muy bien, pero se nota que tú no has sido
espía”. Nos vimos por última vez en Buenos Aires, un poco antes
de que ella muriese. Creo que le hizo ilusión saber que yo había
puesto su apellido a una femme fatale porteña. Sinceramente,
fue de esas personas que influyen decisivamente en los comienzos de
alguien nada conocido.
La
historia que narraba en Plenilunio
nos era demasiado cercana en su tragedia. De algún modo podíamos
percibir la mirada del asesino y el dolor de las víctimas. ¿Le
gustó la adaptación cinematográfica de Imanol Uribe?. La crítica
no fue precisamente benévola con ella..
La
película me gustó mucho en unas zonas y menos en otras. Creo
que si se hubiera seguido más de cerca el guión original muchas
cosas habrían quedado mejor en ella. En cuanto a la falta de
benevolencia de una cierta crítica –en modo alguno toda- me da la
impresión de que, más que con la película, algunas personas
querían ajustar cuentas personales e incluso familiares conmigo.
Me dolió que para hacer eso agredieran a
quien era más frágil y a quien había hecho un excelente trabajo de
adaptación, que fue Elvira Lindo. Es revelador, mirado
retrospectivamente, que el director de la película, que hizo
algunos cambios decisivos en el guión, prefiriera no firmarlo.
Y también que las críticas más virulentas
contra la película se publicaran en el mismo periódico en el que yo
escribía entonces.
Quizás
el error está en que la novela fue encasillada dentro del género
negro. Sin ser dicha apreciación un error en sí misma (seguro que
propició que las ventas se disparasen) ¿no le parece que se merecía
algo mas que una mera etiqueta?.
¿Fue
encasillada la novela en un género? No estoy seguro, ni había mucho
motivo. En cuanto a las ventas, fueron excelentes, también en algún
otro país aparte de España, pero no muy superiores a las de otros
libros míos. Yo siempre tengo la esperanza
de que los libros, con el tiempo, se vayan leyendo mejor.
Soy
de la opinión de que una buena obra debe tener un buen comienzo. En
ese sentido, Beltenebros
es poco menos que perfecta. En una sola frase, Vine a Madrid a
matar a un hombre al que no había visto nunca, condensa 270
páginas y le da sentido a la historia. ¿Cómo nació Beltenebros,
por otra parte tan verosímil?.
Sin
darme cuenta, en el principio de Beltenebros
introduje un eco de Pedro Páramo:”Vine a Comala para
buscar a mi padre, Pedro Páramo” (Cito de memoria). Juan Carlos
Onetti me hizo observar que también resonaba en ese principio el de
una novela policial que a él le gustaba mucho, “La
bestia debe morir”. Quizás, visto a distancia, ese
comienzo peca algo de demasiado novelesco, no sé. Lo más importante
para mí fue que esa primera frase me sirvió
para ordenar materiales muy dispersos, y para dar un tono a la
historia entera, que en tentativas anteriores, y fracasadas, era en
tercera persona. Las primeras ideas para la novela las encontré
leyendo un libro de Gregorio Morán “Grandeza y miseria del Partido
Comunista de España”, donde se contaban las historias
de algunos supuestos traidores, como Luis
León Trilla o el llamado Heriberto Quiñones. Hablé con
algún militante de aquellos tiempos, pero quizás en la novela hay
una falta de encarnadura humana e histórica
y un exceso de convenciones de género. Por otra parte, yo
quería darle un tono de fábula abstracta, más que de narración
histórica.
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.
¿No
es cierto que sin ser una práctica habitual dentro la oposición a
la Dictadura, sí que existió el perfil del militar tipo Darman, el
involuntario protagonista de la novela?.
Hubo
gente muy peculiar, en muchos casos muy admirable, y también
burócratas cerriles que se especializaban en arriesgar
las vidas de los otros, o en amargárselas. Pero en conjunto, la
herencia heroica de la resistencia contra el franquismo no se ha
querido rescatar, lo cual me parece un desastre político, moral y
hasta literario.
Mantiene
usted en el Epílogo a la novela que una historia se encuentra a
menudo en pequeños acontecimientos triviales (un viaje, una foto
envejecida, un titular de un periódico...) pero también en un
nombre, y no cabe duda que el de Beltenebros reunía todos los
ingredientes para que alguien lo convirtiera en obra literaria. ¿Cómo
se le ocurrió adoptarlo, porque de adopción habría que hablar?.
A
mí con los nombres de los libros y de las historias me pasa una
cosa, y es que muchas veces tengo un título mucho antes que la
novela o el relato que le corresponden. Un título es una cosa muy
rara, y en cierto modo mágica, como una clave que ha de ser
descifrada. Un título puede nombrar algo
que ya existe, pero también ayudar a que surja y se defina algo que
permanecía indeciso y ambiguo, o simplemente confuso. El
nombre puede ser el ábrete sésamo de una historia. En este caso,
parte de su aire sombrío y gótico le viene
a esa novela precisamente de que se titule Beltenebros.
¿Y
qué le pareció la adaptación que hizo Pilar Miró?.
Más
bien gélida. Creo que subrayaba sobre todo
los defectos considerables del libro. Pero ella trabajó
con mucho entusiasmo, cosa que yo agradecí.
Con
Ardor guerrero saldó
una vieja cuenta y estigmatizó sus temores. ¿Tan necesaria la veía
a pesar de ser la novela menos moliniana?.
¿Menos “Moliniana” por qué?
No creo que el motivo principal de Ardor Guerrero fuera saldar cuentas. Y, de todos mis libros, creo que es el que ha motivado mayores malentendidos, empezando por su calificación como novela. NO es, de ninguna manera, una novela, sino lo que en América llaman una “memoir”, en singular, que tampoco debe confundirse con unas “Memorias”. Una “memoria” es el relato de una experiencia concreta, de un período bien delimitado en la vida de alguien, que tiene en parte una intención confesional y en parte una de crónica. Se trataba de hacer literatura narrativa sin hacer ficción, y la experiencia militar, más que la materia del libro, era el ámbito espacio-temporal de un relato en el que se entrecruzan varios temas, entre ellos la formación de un escritor, el envilecimiento de las organizaciones jerárquicas, el testimonio nítido de un cierto tiempo en la transición española, de un cierto lugar en el que ese tiempo se vivió de un modo aún más agitado e inseguro... El libro se me ocurrió en Estados Unidos, y allí escribí también su arranque, y no habría existido sin el efecto doble de la lejanía de España y de la inmersión en modos de contar que eran nuevos para mí y que me apasionaron.
Sefarad
arrastrará para siempre el estigma de ser una novela de novelas,
"para algunos", escasamente documentada. ¿Le parece justa
la apreciación?
No
me parece un estigma, y si lo fuera, en cualquier caso, sería el
estigma elegido por mí, que le di al libro ese subtítulo, en el
cual la palabra novela alude sobre todo a la
condición novelesca de cualquier experiencia humana recordada o
contada, y al entrelazamiento de azares, relatos, recuerdos,
invenciones, etc, del que está hecha nuestra percepción de la
realidad, que es mucho más compleja de lo que suele
reflejarse en las novelas canónicas. En cuanto a lo de la escasa
documentación, no seré yo quien me defienda. Al final del libro
viene una lista de lecturas: la puse por honradez intelectual, y
también como una invitación a que el lector siguiera alguna de las
pistas que yo mismo había indagado. Sefarad no es un libro
histórico, pero no me parece que los
detalles históricos que se dan en él abunden en equivocaciones.
¿Por
qué Sefarad?. ¿Qué le llevó a escribirla?.
Influyó
mucho la ocurrencia del título, que me llegó muy al principio, con
algo de revelación. Un hilo conductor entre varias historias muy
dispersas que yo estaba deseando contar.
Sefarad
es una obra llamada a resistir el paso del tiempo, que ha levantado
polémica desde el mismo día de su publicación. ¿Cómo
vivió la polémica que se suscitó desde algún medio de
comunicación?.
Las
polémicas en España son una cosa muy triste. Se
les quita la malevolencia y las ganas de hacer daño y se quedan en
casi nada. Me molestó que una revista con la que yo creo
haberme portado generosamente, dándole a cambio de nada un cierto
número de originales, consintiera en publicar un ataque que desde el
mismo título ya era amarillista. Hablo, claro , de la revista
Lateral. Yo jamás me quejo de una crítica negativa, aunque me
duelan, como a cualquiera. Lo que no acepto
es la mala leche, o la descalificación personal. Creo que en ese
libro, sin proponérmelo, pisé dos minas más peligrosas de lo que
yo imaginaba: la propensión antisemita de una cierta progresía
española, y también el rechazo en esa misma izquierda fósil a
confrontarse con los horrores del estalinismo, que no
fueron menos graves que los de los nazis.
Releyendo
una vieja revista literaria, me encontré con una faceta suya que
desconocía. En su momento cultivó el relato hiperbreve, como lo
atestigua la serie de ellos que forman Escrito en un instante
(aunque me figuro que con escaso éxito, ya que de lo contrario
quiero creer que habría incidido en ese camino). ¿No le atrae dicho
género, o se considera más un creador de mundos novelescos?.
Todos
los géneros, todas las formas, tienen su atractivo, presentan su
desafío peculiar. Un artículo de quince líneas no tiene nada que
ver con uno de setenta, y un relato breve no se parece nada a una
novela. Es cierto que llevo demasiado tiempo sin escribir relatos,
pero espero remediarlo enseguida, porque justo ahora mismo el cuento
es la forma literaria que me tienta más.
El
jinete polaco se alzó con el Planeta y lo refrendó para
mayor gloria de la Editorial el Nacional de Literatura. ¿La escribió
pensando en el Premio?.
¿Cómo
voy a escribir pensando en un premio un libro de más de seiscientas
páginas, y cuya primera frase ocupa página y media? La
posibilidad de presentarme al premio Planeta surgió con el libro ya
muy avanzado, y el motivo, claramente hablando es que en
aquel momento necesitaba con urgencia el dinero. Mucha gente se
preguntó entonces por qué me presentaba yo al Planeta – y hasta
hubo una o dos personas que se ofendieron conmigo, que se sintieron
traicionadas y me retiraron el saludo- pero no veo que nadie se
hiciera la pregunta contraria, porqué los responsables de Planeta
eligieron una novela como ésa. A mí me vino muy bien ganarlo
entonces, por las razones que he dicho antes, pero ya me he olvidado
de todo aquello, y creo que los lectores también. Los que se acercan
a esa novela a estas alturas lo hacen por razones simplemente
literarias.
¿Qué
tiene Magina que no tenga Úbeda?
Que
me pertenece, que la moldeo con arreglo a mis antojos y a mis
recuerdos, que es como una maqueta de una ciudad con la que a veces
me gusta entretenerme, inventando historias que transcurren en sus
calles.
¿Y
que le falta?
No
le falta nada. Es un mundo cerrado y completo, que a mí me gustaría
seguir explorando.
¿Qué
queda de aquel Antonio Muñoz Molina de su Úbeda natal?. Sus sueños,
sus días de actor de teatro en el Instituto... Porque usted fue
actor en sus años de estudiante, lo se de buena tinta. ¿Nunca ha
dirigido su pluma hacia el teatro?.
Hay
una corrección que hacer: no fui actor de teatro, sino autor. Mi
primera vocación, aparte de la poesía, fue la de escribir teatro, y
llegué a hacer algunas cosas que se estrenaron y que tuvieron una
cierta vida escénica por aquellas tierras. El teatro me parecía
algo grandioso, pero el problema fue que yo
empecé a escribirlo justo cuando la figura del autor estaba
desapareciendo, en beneficio de los directores de escena y de la
llamada creación colectiva. Con toda deliberación, a los
20 años, después de leer unos cuentos de Borges, decidí que iba a
dedicarme a la prosa narrativa, y que en el teatro no había
porvenir.
¿Que
está preparando en estos momentos?.
Preparo
una biografía de Juan Carlos Onetti, y le doy vueltas a la idea,
todavía en estado gaseoso, de un libro de cuentos.
Luis
García, Junio 2002

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