miércoles, 4 de marzo de 2015

El propio tiempo captado por el pensamiento



La filosofía es parte de la cultura general. En concreto, la filosofía es el momento de máxima conciencia de esa cultura.
El mundo objetivo está fuera de nuestro alcance. No lo podemos conocer. Todo cuanto vemos, oímos, palpamos o saboreamos lo perciben nuestros sentidos mediado por el lenguaje. No existen las sensaciones puras porque éstas nos vienen ya interpretadas por las palabras que usamos para designarlas. Vemos aparecer la figura de una persona querida y nos decimos: “Ya ha venido mi amigo”. La amistad es una palabra cargada de significados que mutan de una sociedad a otra, de una época a otra. No se es amigo siempre de la misma manera. Nos comunican que ha fallecido un familiar y resuena en nuestro interior la palabra “muerte”, una voz que evoca un universo entero de sentido o de sinsentido experimentado de manera distinta en la Grecia clásica, en la Edad Media o en nuestra época. Sentimos la dureza heladora de una mañana de invierno y exclamamos: “¡Qué frío!”. Frío es una palabra que remite a una vivencia grata para algunos, dolorosa para otros muchos; pero incluso entre este último grupo, hay quien, como el asceta, busca ese dolor para dar firmeza a su carácter y quienes, como los deportistas de montaña o los exploradores de los polos, se entrenan voluntariamente en él para superar luego situaciones extremas.
El hombre está condenado a conocer la realidad no directamente sino a través de ese rodeo que son las palabras que lo interpretan. Todas las personas sin excepción poseen por fuerza una interpretación del mundo. Interpretar lingüísticamente es ya un quehacer genuinamente filosófico. En este sentido, todas las mujeres y todos los hombres del planeta son filósofos y no pueden dejar de serlo sin dimitir de su condición humana. La filosofía es un “universal antropológico”, lo que quiere decir que -como el amor, la mortalidad o el arte- encontraremos filosofía siempre que nos hallemos ante lo humano dotado de los rasgos que lo hacen identificable precisamente como humano.
Del universalismo de la filosofía no se sigue, sin embargo, que todas las interpretaciones valgan lo mismo. Por supuesto, hay interpretaciones más contrastadas, reflexivas y decantadas que otras. El lenguaje de unos será más inteligente, refinado y articulado, el de otros más elemental, instintivo y vulgar. Se adivina la importancia trascendental de educar ese lenguaje con el que no sólo nos comunicamos unos con otros en el comercio con la sociedad sino también nos comprendemos y nos hablamos a nosotros mismos en el secreto de la soledad.
Y es entonces cuando interviene la filosofía en la segunda de las acepciones, más restrictiva que la primera: filosofía ahora no como esa interpretación del mundo muchas veces inconsciente y heredada adherida al lenguaje natural cuyo uso cotidiano compartimos con los demás miembros de la misma comunidad, sino como esa visión del mundo hiperconsciente y personal contenida en las obras literarias compuestas por unos escritores llamados filósofos. La filosofía en esta segunda forma y manifestación ya no es universal sino achaque de unos pocos. Quienes escriben estas obras constituyen una minoría social porque, de hecho, sólo un pequeño número de personas en cada época caen presos de una vocación literaria tan específica. Esta vocación implica, primero, una visio de la totalidad del mundo, donde los fragmentos de la experiencia común, aparentemente absurdos, se ensamblan en un cuadro general completado por la imaginación adquiriendo dentro de él una cierta razón de ser; y en segundo lugar, una missio que apremia por encerrar esa visión primera en un sistema ordenado de conceptos, literariamente expuesto.
Otras disciplinas se ocupan de regiones particulares de la realidad mientras que sólo la filosofía está llamada a hacerse cargo del todo de ella. Y eso tanto en su aspecto metafísico como en el pragmático. En el metafísico, la filosofía interroga sobre el “ser” general (aquello que hace inteligible al mundo y a los entes particulares que lo componen). En el pragmático, no se preocupa tanto de lo que es –el cometido de las ciencias- como de lo que debe-ser y propone un ideal prescriptivo: de conocimiento, de verdad, de justicia, de belleza, en suma, un ideal de lo humano. Podríamos decir, en conclusión, que la filosofía es una actividad intelectual esencialmente no-positivista y no-especializada, aunque, por supuesto, no desdeña los resultados de la ciencia positiva y especializada cuando le convenga a sus fines propios.
El tempo de la filosofía es geológico, al margen de los ritmos supersónicos de la actualidad política, empresarial, social y periodística. Pero es que alguien debe ocuparse también del largo y larguísimo plazo, más allá del balance económico anual o de los cuatro años de una legislatura. Ese lenguaje que usamos para comunicarnos y para hablar con nosotros mismos está hecho de palabras que tomamos en préstamo de la sociedad: aunque forman parte de nuestra identidad más íntima, no las hemos inventado nosotros sino personas del pasado, creadoras de palabras o creadoras de nuevos significados para palabras ya existentes: libertad, dignidad, felicidad, amor, bondad, belleza. Luego esos creadores –de los tres, cuatro, cinco últimos siglos- se nos deslizan sigilosamente en el interior de nuestra mente y con el diccionario que nos prestan nos ayudan a interpretar y a pensar el mundo de hoy.
Y, ¿quién creará el diccionario de las palabras que tomarán en préstamo las generaciones futuras? Los actuales fundadores del lenguaje: novelistas, poetas, dramaturgos y, con especial conciencia, los filósofos. Auténtico escritor es, al final, quien logra hacerse dueño de un glosario propio y de un puñado de metáforas eficaces. El filósofo de hoy suministra el vocabulario y la semántica que servirán para construir las interpretaciones del futuro. En su mano está moldear la visión del ser y el ideal moral de las generaciones venideras a fin de que su vida sea mejor y más propicia a la convivencia. ¿Cabe imaginar una responsabilidad superior a ésta?
Cuando a veces me preguntan para qué sirve la filosofía, como si su mismo estatus estuviera cuestionado por los apremios de esa clase de necesidades serias que satisface el dinero, suelo responder invirtiendo los términos. Lo único verdaderamente importante es la filosofía. Porque el dinero satisface los deseos humanos pero es la filosofía la que los moldea.
Oeconomía ancilla filosophiae.
Todo cuanto necesitas es…filosofía, Javier Gomá [El País, 20 de enero de 2015]

[Vemos la realidad como si, en vez de tener volumen, dimensiones y relieve, fuera siempre una pintura plana, y así estamos obligados a contarla. […]
Tal cosa como un testimonio fidedigno resulta del todo imposible, y no sólo por nuestra posición subjetiva y limitada, que de todo nos da un conocimiento incompleto, sino por el instrumento –la lengua- de que nos valemos. […]
Sobre la imposibilidad de contar nada acaecido, real, de manera absolutamente segura, veraz, objetiva, completa y definitiva. […]
Como si la única manera enteramente fidedigna de relatar un hecho fuera renunciar a relatarlo, y limitarse a repetirlo, a reproducirlo, a recrearlo o a representarlo. […]
Aquello que mejor conocemos lo conocemos sólo fragmentariamente y como envuelto en niebla. […]
Todo relato o reconstrucción de algo “real”, o, si se prefiere, toda transcripción de hechos, datos y acontecimientos está condenada a ser provisional y, lo que es más grave o desesperante, a ser “infiel”.
Capacidad limitada, visión subjetiva, conocimiento parcial, aseveraciones transitorias, lengua como instrumento impreciso y metafórico
La esencia del lenguaje: todo vocablo es un remedo [imitación], la palabra sirve para referirnos a las cosas sin necesidad de tenerlas delante.
Los sentimientos hubieron de ser anteriores a esas palabras.
La lengua traduce la realidad o lo existente. Lo está traduciendo al denominarlo.
Apuntes sobre conferencia de Javier Marías]

Es una ingenuidad pensar que los antiguos matrimonios de conveniencia estuvieran abocados al fracaso por el solo hecho de haber sido concertados por las familias sin contar con las preferencias de los contrayentes. Lo raro, en perspectiva histórica, es más bien lo de ahora: hacer del emparejamiento una cuestión personal y sentimental. Personal porque nadie admitiría hoy que otros decidieran por uno con quién convivir, y sentimental porque en estos asuntos sólo cuenta —se dice— la voz del corazón. El hombre moderno se atribuye el derecho a elegir pareja libremente al abrigo de cualquier condicionante externo y al parecer juzga sensato que la única motivación válida para realizar esa importante elección sea el amor en el sentido de enamoramiento romántico. En este último giro de la Historia, las uniones sexuales han evolucionado desde los dominios del negocio —donde estuvieron cómodamente instaladas durante milenios— a la esfera felicitaria de la autorrealización subjetiva. Uno podría conjeturar que estas modernas formas de emparejamiento, ya sin función social forzosa, dedicadas en exclusiva al solaz de los enamorados, tendrían más probabilidad de éxito que las antiguas al ser obra de la libertad y no de la imposición. Y, sin embargo, no hay ninguna garantía de que eso sea así a la vista del registro de rupturas, separaciones y divorcios en imparable ascenso. La felicidad era esto. Acaso el enamoramiento no sea el criterio óptimo para asegurarse una relación duradera, aunque ya nos parezca un ingrediente irrenunciable de nuestra identidad. Aquellos matrimonios de conveniencia se asentaban sobre la sólida base de un interés compartido —más fiable que las intermitencias del corazón— y con frecuencia redundaban en perdurable amistad entre los cónyuges. No seré yo, alma incorregiblemente sentimental y pecho enamoradizo como pocos, quien abogue por el retorno de aquellas costumbres del pasado. Pero este preámbulo me vale para introducir el parangón siguiente entre la amistad y el amor.
[Intereses compartidos puede haber de muchos tipos, no sólo económicos. ¿Más fácil o más difícil ser amigo de quien uno ha estado enamorado?]
“Esto es amor: quien lo probó lo sabe”, escribe Lope de Vega. ¿Y cómo es? El primer cuarteto del soneto ausculta los síntomas que acompañan esa loca manía: “Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado, mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso”. Todo enamoramiento es un flechazo, aunque no siempre el dardo se dirija hacia alguien que se acaba de conocer. Impulso subitáneo, acomete por sorpresa y tiene una calidad exclusiva y totalizadora. Cuando el amor te explota entre las manos como un paquete bomba [¡!], todo lo que hay en el mundo, en su florida y exuberante variedad, se contrae a un solo principio dador de sentido. El fenómeno de reducción de la pluralidad en unidad —“no hallar fuera del bien centro y reposo” sigue el soneto— desencadena una movilización general del deseo de posesión (eros) del ser amado. Naturalmente, un estado de trance como éste no es sostenible largo rato y se extingue mucho antes de hacerse viejo. El tiempo suele conspirar en su contra para restaurar el pluralismo originario de una realidad rebelde al monismo y fragmentada en trozos que no se dejan ensamblar. La persona amada pasa de ser lo único a lo más importante y después… cada cual tiene su historia, pero, en las cosas del amor, siempre se va de más a menos [¡!]. Por eso los amantes protestan en la doble acepción de la palabra. Se hacen protestas de amor eterno, porque, como dice Gabriel Marcel, “amar a una persona significa decirle: tú no morirás nunca”. Pero como los mismos amantes presienten que lo suyo no es de este mundo y que nada hay más efímero que el amor eterno, protestan por anticipado contra esa fatalidad deletérea que lo corrompe todo en la vida y con especial denuedo lo más preciado.
La amistad (philia), por contraste, va de menos a más [¡!]. Sus comienzos no son fulgurantes, como los del amor, pero, a cambio, el devenir de los años, en lugar de perjudicarla, la aquilata. Como respeta el pluralismo de lo real y no es totalizadora ni exclusiva, la amistad cuenta con el Tiempo como un perfecto aliado. No le decimos al amigo “tú no morirás nunca”, sino “morirás, lo mismo que yo, y entre tanto recorramos juntos un trecho del camino de la vida”. “Dos marchando juntos”, dice el verso de la Ilíada citado por Aristóteles en Ética a Nicómaco para definir su esencia. Ser amigos consiste en querer vivir y envejecer en paralelo. El mejor amigo es siempre el viejo amigo. [¡!] Libre del deseo de posesión, la amistad que nació por casualidad de la admiración y la simpatía recíprocas, avanzado ya el camino se colorea de una tintura compasiva y piadosa contemplando las marcas que la veteranía va dejando en el rostro del otro, imaginando las propias y adivinando el destino final que le espera a la común finitud. No es extraño que William Blake exclamara: “Para el pájaro el nido, para la araña su tela, para el hombre la amistad”.
[¿Amor y amistad son excluyentes?]
Y, con todo, nada como el amor. El amor es lo mejor. La amistad pertenece a los mortales pero el amor nos transporta a las cimas del Olimpo y nos asemeja a los bienaventurados dioses. “El eterno femenino nos atrae hacia lo alto”, escribió Goethe en su Fausto en homenaje a esa virtud elevante del amor, sin cuyo éxtasis pierde su significado el mundo, reducido a extensión sin profundidad. ¿Cómo combatir los efectos negativos del tiempo sobre él? Educando tu corazón para que se entregue sólo a alguien digno de ser tu amigo. Uniendo en la persona amada eros y philia, deseo y admiración, prestas a la pasión amorosa la duración que pertenece sólo a la amistad. Porque eros arrebata un instante pero la admiración mantiene perdurablemente vivo ese momento divino cuando el resto de las fuentes del deseo se han secado drenadas por la ley de la entropía universal. Y es entonces, sólo entonces, cuando se hace posible arriesgarse a vivir algo tan aparentemente contradictorio como es un viejo amor.
[Estaba pensando que diría Marcel Proust de todo esto: Entrégate sólo a alguien digno de ser tu amigo. Decía que El amor es una enfermedad inevitable, dolorosa y fortuita. Uno no contrae una enfermedad voluntariamente, aunque hay quien se expone más, desde luego.]
¿Cómo alimentar el viejo amor?, Javier Gomá [El País, 16 de junio de 2012]


De todas las maneras de producirse el amor, y de todos los agentes de diseminación de ese mal sagrado, uno de los más eficaces es ese gran torbellino de agitación que nos arrastra en ciertas ocasiones. La suerte está echada, y el ser que por entonces goza de nuestra simpatía, se convertirá en el ser amado. Ni siquiera es menester que nos guste tanto o más que otros. Lo que se necesita es que nuestra inclinación hacia él se transformara en exclusiva. Y esa condición se realiza cuando, al echarlo de menos, en nosotros sentimos, no ya el deseo de buscar los placeres que su trato nos proporciona, sino la necesidad ansiosa que tiene por objeto el ser mismo, una necesidad absurda que por las leyes de este mundo es imposible de satisfacer y difícil de curar: la necesidad insensata y dolorosa de poseer a esa persona. […]
La mayoría de las personas que conocemos no nos inspiran más que indiferencia; de modo que cuando en un ser depositamos grandes posibilidades de pena o de alegría para nuestro corazón, se nos figura que pertenece a otro mundo, se envuelve en poesía, convierte nuestra vida en una gran llanura, donde nosotros no apreciamos más que la distancia que de él nos separa […]
Pero en ese extraño período de amor lo individual arraiga tan profundamente, que esa curiosidad que Swann sentía ahora por las menores ocupaciones de una mujer, era la misma que antaño le inspiraba la Historia. […]
Sin embargo, dudaba mucho Swann de que lo que así echaba de menos fuera una paz, una calma que quizá no serían atmósfera muy favorable a su amor. Cuando Odette dejara de ser para él una criatura siempre ausente, deseada, imaginaria: cuando el sentimiento que Odette le inspiraba no fuese ya del mismo linaje de misteriosa inquietud que le causaba la frase de la sonata, sino afecto y reconocimiento; cuando se crearan entre ellos lazos normales que acabaran con su locura y su tristeza, entonces los actos de la vida de Odette ya le parecerían de escaso interés en sí mismos, como sospechara ya varias veces que en realidad lo eran; por ejemplo, el día que leyó al trasluz la carta de Forcheville. Juzgaba su enfermedad con la misma sagacidad que si se la hubiera inoculado para estudiarla, y se decía que, una vez curado, todos los actos de Odette le serían indiferentes. Y desde el fondo de su mórbido estado, temía, en realidad, tanto como la muerte semejante curación, porque habría sido, en efecto, la muerte de todo lo que él era en ese momento. […]
Y, en realidad, el amor de Swann había llegado ya a ese punto en que el médico, y en ciertas enfermedades hasta el más atrevido cirujano, dudan de si es posible y conveniente privar a un enfermo de su vicio con quitarle su enfermedad.
Claro que Swann no tenía conciencia directa de lo grande de ese amor. Cuando quería medirlo le parecía a veces empequeñecido, casi reducido a la nada; por ejemplo, lo poco que le atraían, casi la repulsión que le inspiraban, los rasgos fisionómicos de Odette antes de que se enamorara de ella, y que volvía a sentir algunos días. […]
…pero su amor iba bastante más allá de las regiones del deseo físico. Y no entraba en él, por mucho, la persona de Odette. […] Y aquella enfermedad amorosa de Swann se había multiplicado tanto, se enlazó tan íntimamente a todas las costumbres de Swann, a sus actos, a su pensamiento, a su salud, a su sueño, a su vida, a lo que deseaba para después de la muerte, que ya no formaba más que un todo con él, que no era posible arrancársela sin destruirlo a él, o, para decirlo en términos de cirugía, su amor ya no era operable.
Por el camino de Swann, Marcel Proust



Siempre que la filosofía ha tratado de emular a la ciencia ha desvirtuado su esencia originaria. Ese intento de emulación, tan vano como fallido, explica algunos de los extravíos de las tendencias filosóficas contemporáneas, que parecen desconocer que, en último término, la filosofía es un género literario: es literatura conceptual.
Las ciencias de la naturaleza tienden a la especialización y describen los procesos repetitivos de una región específica del mundo, mientras que la filosofía está llamada a hacerse cargo del todo del mundo y se pregunta por el “ser” de éste (aquello que lo hace inteligible), no por las particularidades de los entes que lo componen. Y aún más importante, la verdad de las ciencias reside en su verificación empírica en el laboratorio o en el experimento, una validación replicable tantas veces como se quiera si se repiten las condiciones dadas, mientras que la filosofía nunca, nunca, ha sido ni puede ser sometida a verificación empírica, como tampoco lo han sido ni lo pueden ser la poesía, la novela o el teatro.
¿De qué naturaleza es, pues, la verdad de la filosofía de Platón, Locke, Kant o Bergson? De exactamente la misma que las obras de Homero, Sófocles, Dante, Shakespeare o Tolstói. Estos nombres siguen siendo nuestros contemporáneos a despecho del tiempo transcurrido desde que escribieron lo suyo porque la lectura de las literaturas de unos y de otros, filósofos y poetas por igual, sin distinción en este aspecto, es todavía hoy fecunda y significativa para nosotros. De modo que lo que el laboratorio es para la ciencia, lo es para la literatura (incluida la filosofía), ese aplauso continuado y sostenido durante siglos que las personas dotadas de buen gusto dedican a una obra maestra de la imaginación. En resumen, el laboratorio de las humanidades se halla en ese consenso trenzado por generaciones acerca de la excelencia de dicha obra y de su indeclinable actualidad.
De la naturaleza literaria de la filosofía se siguen dos consecuencias para ésta.
La primera se refiere al estilo. Cuando la filosofía aspira a ser una ciencia, imita su lenguaje codificado, jerga reservada a iniciados, tan alejada de ese lenguaje natural usado, por ejemplo, por Platón en sus diálogos o por Descartes en esa deliciosa pieza autobiográfica que es el Discurso del método. Lenguaje natural, sí, pero de estilo elevado, elegante y bello, literariamente eficaz. Si la verdad de la filosofía pende de la aceptación de los lectores, que se convencen por la fuerza puramente lingüística de lo escrito y sin prueba empírica que lo corrobore, el filósofo ha de desarrollar un sentido poético para juntar palabras —como el compositor para juntar notas o el pintor para combinar líneas y colores— y, una vez juntadas, para usar con destreza los recursos retóricos disponibles a fin de producir un texto capaz de mover al lector y captar su asentimiento intelectual. Este cuidado por el estilo supone un esfuerzo adicional para el filósofo, pero añade encanto y sugestión a su obra, pues, como dijo Samuel Johnson, “what is written without effort is in general read without pleasure”.
[¡! Captar su asentimiento. ¿No busca mover a la reflexión? ]
La segunda de las consecuencias tiene que ver con el contenido. Los novelistas ¿escriben sus novelas para que las lean sólo otros novelistas? No. Pues de igual forma no hay razón para pensar que un filósofo ha de escribir su literatura para entretenimiento o solaz exclusivamente de otros filósofos como él, enredados en debates librescos. El verdadero filósofo, como el novelista, se dirige a la persona común, no especializada, y aborda en su filosofía las cuestiones generales que conciernen a ésta, que son las de todos. Aunque se informa de lo que ha dicho la tradición filosófica a través de los libros, luego la entera tradición se pone al servicio de la dilucidación del enigma de vivir porque su discurso no gira en torno a los prestigiosos títulos que componen el canon, sino en torno a cómo hacer más sabia nuestra vida, más consciente, más entusiasmada, más significativa, más digna de ser vivida. Dice Hegel que “filosofía es el propio tiempo captado por el pensamiento” y, en efecto, la filosofía convida a una mejor comprensión del tiempo que vivimos y que somos, haciendo más luminosa la experiencia de nuestra mortalidad. Como si anduviéramos a tientas por la habitación chocando con los muebles y de pronto prendiéramos la luz del interruptor: nada cambia fuera, pero todo se ve mejor y eso nos cambia por dentro.
Por supuesto que hay diferencias entre la literatura poética y la filosofía, aunque ambas nacen de una primera visión originaria que desencadena una emoción y un eros, el sustrato del quehacer filosófico, como recordó Scheler. Por usar la conocida dicotomía de Wittgenstein, la poesía muestra, mientras que la filosofía dice. Es decir, la poesía conmemora el mundo mientras que la filosofía lo define. Y este intento de apresar el mundo en una definición y de convertir el eros en idea, exige lo que también Hegel llamó el “duro trabajo en el concepto”.
Muy joven, esbozó Hume un breve artículo, De escribir ensayos, que luego no incluyó en la reunión posterior de sus escritos. Allí distingue entre eruditos (que buscan la verdad en soledad) y conversadores (que experimentan el placer de exponerla en sociedad). Lamenta la separación en su tiempo entre unos y otros, lo que da lugar a esa filosofía sin placer ni experiencia, cultivada por hombres carentes de modales y de gusto por la vida, de un lado; y de otro, a esa conversación abocada a la cháchara interminable y tediosa. Hume se presenta como un ciudadano del Estado de la erudición enviado como embajador al reino de la conversación.
Como Hume, nosotros.
Filosofía como literatura conceptual, Javier Gomá [El País, 3 de enero de 2015]


En el Día Mundial de la Filosofía, más que hablar filosofamos con Manuel Barrios Casares, Catedrático de la Universidad de Sevilla, decano de la Facultad de Filosofía, sobre la importancia de la filosofía y su situación en la actualidad.
Filosofemos pues y filosofemos sobre la propia filosofía, para ponerla en valor, si lo tiene, en duda, si la provoca, e incluso ajustar cuentas, si lo merece, aunque los que saben de esto saben que realmente ella misma se lo ha buscado [¡!], y también para comprobar cuál es su situación en estos tiempos que corren en contraste con esas cosas que promete. [¡!] Así pues, ¿qué promete la filosofía?
“Yo creo que la filosofía sobre todo es una articulación de la pregunta fundamental del ser humano por el sentido de la existencia, luego históricamente la filosofía ha estructurado y ha ramificado esta pregunta en muy diversos ámbitos…”, responde Manuel Barrios Casares, Catedrático de la Universidad de Sevilla, profesor de filosofía y actual decano de dicha Facultad, cuya definición continúa llevada de la mano por algún tipo de energía inconmensurable, como si tuviera siempre de donde alimentarse, como si lo hiciera de su propio movimiento, esbozando así una rápida idea del concepto que hace justicia con esa misma idea de totalidad que encierra la filosofía en sí misma. “…se ha planteado en el ámbito podríamos decir del mundo físico, pues existe una filosofía natural, de lo que son las relaciones humanas con el término de filosofía política, también sobre el tipo de dimensión que es la de la experimentación de la belleza, o la de las sensaciones estéticas en general, pero el nervio de la filosofía yo creo que es ontológico y antropológico, una pregunta por el ser y sobre todo por el ser humano”. “La filosofía mantiene un poco la vocación de totalidad. Y eso es lo que ha hecho que históricamente del tronco de la filosofía se hayan ido desgajando diferentes disciplinas que al principio estaban hermanadas, creando la sensación de que la filosofía siempre está muriendo”.
Es lo que se percibe y apabulla de la filosofía, una percepción de totalidad inabarcable, que está por encima de todas las cosas, incluso de sí misma, y concebida quién sabe si por ello a través de una sensación actual de decadencia, como si sus buenos tiempos hubieran pasado ya, apareciendo así como una especie de templo antiguo de una religión ancestral de una civilización extinta, y templo despojado de competencias en este mundo, lo que Manuel niega atribuyendo esa apariencia de muerte constante a su continua transformación. “Lo que pasa es que continuamente se transforma y entonces nos encontramos con que hoy en día no está solo en los campos específicos de filosofía, que ya no son tantos como lo fueron antes, sino por ejemplo está en los campos específicos de la sociología, donde hay pensadores que están diciendo cosas remontándose a la propia tradición filosófica”.
Concretamente, para hablar de tradición filosófica en España, en los últimos tiempos, Manuel alude el trabajo realizado por sectores de la población, especialmente del ámbito de la cultura, para recuperar lo que califica como “el tren de la historia que durante el Franquismo perdimos”. “La generación de la democracia y la posterior, en filosofía hizo un trabajo encomiable para poner el nivel de la investigación y de la producción filosófica en España al nivel de la comunidad internacional y en particular al de la europea”. “Esto es lo que quizás hay que explicar en muchas ocasiones, hay personas que dicen que la filosofía hoy en día no está presente. Hay que señalar los lugares donde la filosofía sí está presente, y lo está en muchos debates contemporáneos, que presuponen un poco una redefinición del marco de las humanidades”.
Manuel Barrios Casares comenzó su labor académica en 1984, año en el que estaba en Alemania desarrollando su tesis doctoral, lo que finalmente fue ‘La voluntad de lo trágico en Nietzsche’ (Univ. de Sevilla, Junio 1989), cuando la convocatoria de una plaza a concurso le hizo renunciar a su beca para convertirse en docente. A partir de ahí obras como ‘La Voluntad de Poder Como Amor’, ‘Hölderlin y Nietzsche, dos paradigmas intempestivos de la Modernidad en contacto’, ‘Voluntad de lo trágico. El concepto nietzscheano de voluntad a partir de “El nacimiento de la tragedia”‘, y otras que juntas expresan una inquietud por la tradición cultural alemana y por el Idealismo alemán en particular, así como por las raíces de la Modernidad. Antes, su carrera académica se había desarrollado entre la Universidad de Sevilla y puntuales estancias en Alemania, en Múnich y en Friburgo. A partir de 1984 compatibilizó su trabajo de investigador con la gestión, primero como secretario de departamento, después como vicedecano de la Facultad de Filosofía, y ahora afronta el ecuador de su segundo mandato como decano, cargo desde el cual ha tenido que enfrentarse a toda una Bolonia programática, y cuya tarea califica de exitosa. “Tenemos un grado, un máster y un doctorado en filosofía adaptado al espacio europeo, incluso nos hemos planteado nuevos retos al asumir la docencia de un nuevo grado, el Grado de Estudios en Asia Oriental”.
La Facultad de Filosofía, cuenta Manuel, tiene ya más de 30 años, y surgió de la antigua Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, que integraba a las titulaciones de Ciencias de la Educación, Pedagogía, Psicología y Filosofía, y que ahora es la única a nivel andaluz que existe como facultad independiente. “Es una apuesta estratégica que sigue manteniendo el actual Rectorado, y hasta ahora los números y los resultados le dan la razón”.
Los números dando la razón a la filosofía, así es la filosofía, que te lleva a lugares insólitos, sobre todo si tenemos en cuenta el contexto de crisis económica de este nuestro sistema material basado en un consumo que anda atascado. Qué puede hacer algo como la filosofía por él y en él. Y qué puede hacer toda una Facultad como la de Filosofía por la filosofía. Manuel no niega el viento en contra. Todo lo contrario. Incluso alude al libro ‘La Universidad cercada’, para expresar la situación actual de ciertos estudios universitarios. “Creo que la filosofía también vive últimamente este cerco de la manera más insensata y agresiva posible con lo que supone la puesta en marcha de la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa, que reduce la presencia obligatoria de la Historia de la Filosofía en Bachillerato tan solo a un Bachillerato, el de Humanidades. Con el agravante de que en determinados institutos ya no está siendo ofertado todo tipo de modalidades de bachillerato”.
Esto puede suponer, según Manuel, que gente como [¡!] Platón, Hegel, Marx, Nietzsche, Ortega y Gasset, no exista para toda una generación de jóvenes. Pese al viento en contra y pese al calificado por Manuel como descabellado proyecto de la Lomce, afirma venir observando una curva ligeramente ascendente en la matriculación. “La vocación, el interés por la filosofía, podríamos decir de manera curiosa y paradójica que asciende al mismo tiempo que la opinión en término medio, y sobre todo fomentada por la insensibilidad cultural y filosófica de nuestros políticos, sugiere que es una materia prescindible”.
Con este panorama, y ya en la mitad de su segundo mandato, Manuel califica sus sensaciones respecto a su experiencia como decano de ambiguas. Por un lado, asegura haber llevado a cabo en su primer mandato una tarea de transformación de la universidad importante, que no se vivía desde la transición democrática, “en una coyuntura de crisis económica muy fuerte que ha supuesto implantar Bolonia a coste cero, con reducción de plantilla, muy importante en el caso de nuestro centro, con reducción de presupuestos, de ayudas a la investigación, pero al mismo tiempo ha sido muy gratificante el involucrarse en esta dimensión mucho más directa de política académica, con la defensa de la filosofía frente a los muchos ataques que ha sufrido, y ahí sí que he podido encontrarme con el apoyo y la complicidad de mis compañeros, del profesorado de filosofía secundaria, de los jóvenes, y un poco también con un apoyo colectivo mucho más amplio, que proviene de todos los que creen en la importancia de los estudios humanísticos, quienes defienden una universidad pública de calidad con igualdad de oportunidades. Es que se está atacando a principios y fundamentos muy serios”.
Es evidente, responde Manuel cuando se le pregunta si ese ataque viene desde lo que empezó siendo cielo ideológico (por filosófico), ya hecho tierra a la que aferrarse (por refugiarse). “Es evidente en el sentido más clásico del término, es decir, de una conciencia falsa, no consciente. Cuando se da por sentado que la universidad debe ser tan solo una fábrica de profesionales en una institución dedicada a la transmisión de cultura, a la apertura de la cultura a la ciudadanía, para que la ciudadanía tenga efectivamente esa oportunidad de formación, se está restringiendo el sentido de todo lo que es la universidad, se está convirtiendo en una especie de institución politécnica de una secundaria ampliada. Hay muchos síntomas que denotan esto, como las dificultades para el desarrollo de los verdaderos estudios superiores que son los de doctorado, el intento de reducir cada vez más la permanencia de los estudiantes en los estudios superiores, de reducir los grados a cuatro años, a tres años, no es más que eso, es seguir apostando por una educación elitista donde quien tiene tiempo y dinero para gastar en una verdadera formación superior es el que se va a costear los créditos de un máster, que han tenido una subida astronómica en relación con los créditos del grado, y posteriormente la realización del máster, la obtención de un doctorado, la realización de la tesis doctoral, ¿quién puede costearse hoy en día eso?”.
Habrá que echarle filosofía al asunto. Por ahora no queda otra, pues, si la filosofía es una totalidad, el mercado es una autoridad, y ahora mismo no se ve dónde o cómo puede encajar ella en él. Es una historia de amor imposible.”La filosofía encaja en la sociedad, y encaja en la sociedad relativizando la absolutización del mercado. Es decir, pensando el mercado de otra manera, pensando la economía en otro contexto, en un contexto más amplio, más ambicioso, más global, pensando la economía dentro de una ecología, pensando que nuestro medio ambiente no es esencialmente económico, sino que es un medio ambiente natural, en el sentido ecológico pero también cultural”.Y siguiendo este hilo Manuel alude a Martha Nussbaum, ganadora del Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales en 2012, quién reivindicando su condición de filósofa antes que de especialista en ciencias sociales, realizó un discurso en defensa del valor de las humanidades y en particular de la filosofía, para pensar una sociedad mejor no solo en términos de rentabilidad económica en función del PIB. También Manuel habla de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998, quien quiso ir más allá del PIB para medir la calidad de una sociedad en función de las capacidades y las competencias que estén posibilitándose y desarrollándose dentro de la misma.
Y a todo esto sería bueno saber donde nos encontramos, pues sí, la crisis económica y cierto desprecio por la cultura y las humanidades la puede ver todo el mundo desde su salón, y sentir la mayoría, pero el nihilismo del que hablaba Nietzsche e invocan los filósofos como características de este tiempo de ruptura de la posmodernidad no tanto. Manuel afirma que el nihilismo, del que Nietzsche afirmó que se viviría trágicamente, se ha vivido de forma más insensible, y que poco a poco la sociedad está rompiendo cierto letargo con las contestaciones que están sucediéndose en los últimos tiempos.
Lo que genera una duda razonable sobre el pensamiento filosófico, sobre su capacidad a veces irritante de refutación constante, es si esas respuestas que provienen de tiempos tan remotos sirven para dilucidar realidades tan complejas como las del hoy en día global, es decir, si es pertinente ir al médico del ayer para enfermedades del hoy o del mañana. “Con conciencia histórica sí que podemos entender mejor muchas de las cosas que nos están pasando”. “Nos sirven un poco las pautas de ese diagnóstico, lo que no significa que las respuestas nos sirvan, pero aprendemos a formular mejor nuestros propios interrogantes, con más profundidad, yo creo que esa enseñanza de la filosofía sí que es esencial”.
Como estudioso del Idealismo alemán, de la tradición cultural alemana, y de todo lo que concierne, no obstante ‘El caminante sobre el mar de nubes’ de Caspar David Friedrich reposa como pequeño horizonte en su repisa, cabe filosofar con Manuel sobre si de tanto correr no nos habremos pasado nuestra Jauja particular, aquella época ideal desde donde acometer en las mejores condiciones posibles el progreso soñado por el hombre, aquel tiempo donde el hombre pudo comprender que el mejor progreso posible se desarrollaba desde dentro, y con eso como dogma [¡!] tirar para adelante como hoy se tira sabiendo que nadie da duros por pesetas o que más vale pájaro en mano que ciento volando. “El romanticismo fue la primera mala conciencia de la propia Modernidad, fue un movimiento moderno que registró las primeras insuficiencias y el peligro de que la Modernidad se redujese a modernización. Yo en ese sentido creo que sí, hay mucho de la herencia del romanticismo pendiente de explotar. Pensemos que los Románticos son los primeros que tienen una conciencia de la necesidad de reconcentrarse en la naturaleza, más allá de su explotación industrial, son los primero que dan un papel a la mujer como sujeto protagonista, son los que reivindican la dimensión artística de la existencia y por lo tanto subvierten el prosaísmo burgués”.
Y ciertos componentes románticos los constata Manuel en actuales movimientos de contestación al sistema establecido, “pero está el peligro de que un romanticismo desbordado, lo mismo que una Modernidad desbordaba, solo nos muestren su caricatura. La síntesis que no se pudo producir entre Ilustración y Romanticismo podríamos decir que es una tarea pendiente de nuestro tiempo más allá de la Postmodernidad”.
Y más allá de la filosofía no se debe hablar de Manuel Barrios Casares sin mencionar [¡!] a su padre, escritor, periodista y ensayista con más de 70 libros publicados y 44 premios literarios otorgados. Por su padre estuvo marcada la infancia de Manuel, asegura, por el ejemplo de vocación, honestidad y libertad de su padre, pero también de su madre, añade, y por su cercana relación con los libros, por una vocación que afirma Manuel “se alimentaba de su propio entusiasmo y que no necesitaba más”.
Respecto al hoy, para demostrar que la filosofía no es un viejo templo abandonado a merced del avance inexorable de la maleza que impera a sus anchas en lo que es su propia selva, unos cuantos nombres. Gianni Vattimo y su teoría sobre que el diálogo siempre se produce con insuficiencia de una parte y otra, y la necesidad de rescribir la propia tradición para generar el presente. Filósofos rebeldes como Sloterdijk o Žižek. De España, Javier Gomá. Y otra vez Martha Nussbaum y su propuesta de reactivar el poder de las humanidades para profundizar en la democracia, donde Manuel vislumbra el papel que para él debería jugar la filosofía en esta presunta regeneración social y política que se está al menos presintiendo. “Hay que saber si dónde se está es en el proyecto de una refundación de la democracia que a mí me parece necesario, la situación actual ya es insostenible, o se está pretendiendo otra cosa que la democracia. Si se está en otra cosa ahí yo no me siento tranquilo ni gratificado, si se trata de refundar la democracia yo creo que sí, que hay mucho que rescatar de nuestra propia herencia, y ahí la filosofía tiene que cumplir un papel fundamental”.
Para terminar en lo que es un fin que se prolonga estirándose sobre un tiempo que agotado empieza a exigir espacio, tres recomendaciones de Manuel a llevarse a una isla sin tiempo, como la del ‘El caminante sobre el mar de nubes’ por ejemplo.La Fenomenología del Espíritu’ de Hegel, “un recorrido histórico que me parece esencial para reconciliarnos con nuestro propio legado y para valorarlo en su riqueza”. Algunos de los Diálogos de Platón, “porque es una pedagogía esencial de la actividad filosófica”, “la conciencia de que ese pensamiento en soledad tienen una proyección pública y un compromiso cívico esencial”. Y ‘La aventura filosófica’ de Eugenio Trías , “por reivindicar a quien ha recogido esa herencia en lengua española y lo ha proyectado en un pensamiento contemporáneo”, “y porque pienso que filosofar es siempre una aventura”.
Sí, una aventura, pero una aventura que no asegura la felicidad, más bien la pone a prueba constantemente. “Bueno, yo creo que a cambio también se vive más intensamente. Habría que preguntarse si uno está dispuesto a pagar ese precio o si prefiere pasar por la vida un poco adormecido”.
Manuel Barrios, la filosofía como vocación que se alimenta de su propio entusiasmo
Barranquero Maya, [Sevilladirecto, 20 de noviembre de 2014]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Chrome - Handwriting/>Chrome - Handwriting