La
filosofía es parte de la cultura general. En concreto, la filosofía es el momento de máxima
conciencia de esa cultura.
El mundo objetivo está fuera de nuestro alcance. No lo podemos conocer. Todo
cuanto vemos, oímos, palpamos o saboreamos lo perciben nuestros sentidos
mediado por el lenguaje. No
existen las sensaciones puras porque éstas nos vienen ya interpretadas por las
palabras que usamos para designarlas. Vemos aparecer la figura de una
persona querida y nos decimos: “Ya ha venido mi amigo”. La amistad es una
palabra cargada de significados que mutan de una sociedad a otra, de una época
a otra. No se es amigo siempre de la misma manera. Nos comunican que ha
fallecido un familiar y resuena en nuestro interior la palabra “muerte”, una
voz que evoca
un universo entero de sentido o de sinsentido experimentado de manera distinta
en la Grecia clásica, en la Edad Media o en nuestra época. Sentimos la dureza
heladora de una mañana de invierno y exclamamos: “¡Qué frío!”. Frío es una
palabra que remite a una vivencia grata para algunos, dolorosa para otros
muchos; pero incluso entre este último grupo, hay quien, como el asceta, busca
ese dolor para dar firmeza a su carácter y quienes, como los deportistas de
montaña o los exploradores de los polos, se entrenan voluntariamente en él para
superar luego situaciones extremas.
El hombre está
condenado a conocer la realidad no directamente sino a través de ese rodeo que son las
palabras que lo interpretan. Todas las personas sin excepción poseen por
fuerza una interpretación del mundo. Interpretar lingüísticamente
es ya un quehacer genuinamente
filosófico. En este sentido, todas las mujeres y todos los hombres del
planeta son filósofos y no pueden dejar de serlo sin dimitir de su condición
humana. La filosofía es un “universal antropológico”, lo que quiere decir que -como el amor, la mortalidad o el arte- encontraremos filosofía siempre
que nos hallemos ante lo humano dotado de los rasgos que lo hacen
identificable precisamente como humano.
Del
universalismo de la filosofía no se sigue, sin embargo, que todas las
interpretaciones valgan lo mismo. Por supuesto, hay interpretaciones más
contrastadas, reflexivas y decantadas que otras. El lenguaje de unos será más inteligente,
refinado y articulado, el de otros más elemental, instintivo y
vulgar. Se adivina la importancia trascendental de educar ese lenguaje con
el que no sólo nos comunicamos unos con otros en el comercio con la
sociedad sino también nos comprendemos y nos hablamos a nosotros mismos en el
secreto de la soledad.
Y
es entonces cuando interviene la filosofía en la segunda de las acepciones, más
restrictiva que la primera: filosofía ahora no como esa
interpretación del mundo muchas veces inconsciente y heredada adherida al
lenguaje natural cuyo uso cotidiano compartimos con los demás miembros de la
misma comunidad,
sino como esa visión del mundo hiperconsciente y personal contenida en las
obras literarias compuestas por unos escritores llamados filósofos. La filosofía en esta segunda
forma y manifestación ya no es universal sino achaque de unos pocos. Quienes
escriben estas obras constituyen una minoría social porque, de hecho, sólo un
pequeño número de personas en cada época caen presos de una vocación literaria
tan específica. Esta vocación implica, primero, una visio de la
totalidad del mundo, donde los fragmentos de la experiencia común,
aparentemente absurdos, se ensamblan en un cuadro general completado por la
imaginación adquiriendo dentro de él una cierta razón de ser; y en segundo
lugar, una missio
que apremia por encerrar esa visión primera en un sistema ordenado de conceptos,
literariamente expuesto.
Otras
disciplinas se ocupan de regiones particulares
de la realidad mientras que sólo la filosofía está llamada a hacerse cargo del todo de ella. Y eso
tanto en su aspecto metafísico como en el pragmático. En el metafísico, la filosofía interroga sobre el “ser”
general (aquello que hace inteligible al mundo y a
los entes particulares que lo componen). En el pragmático, no se preocupa tanto de lo que es –el cometido
de las ciencias- como de lo
que debe-ser y propone un ideal prescriptivo: de
conocimiento, de verdad, de justicia, de belleza, en suma, un ideal de lo
humano. Podríamos decir, en conclusión, que la filosofía es una actividad
intelectual esencialmente no-positivista y no-especializada, aunque, por
supuesto, no desdeña los resultados de la ciencia positiva y especializada
cuando le convenga a sus fines propios.
El tempo
de la filosofía es geológico,
al margen de los ritmos supersónicos de la actualidad política, empresarial,
social y periodística. Pero es que alguien debe ocuparse también del largo y
larguísimo plazo, más allá del balance económico anual o de los cuatro años de
una legislatura. Ese lenguaje que usamos para comunicarnos y para hablar con
nosotros mismos está hecho de palabras que tomamos en préstamo de la sociedad:
aunque forman parte de nuestra identidad más íntima, no las hemos inventado
nosotros sino personas del pasado, creadoras de palabras o creadoras de nuevos significados para palabras ya
existentes: libertad, dignidad, felicidad, amor, bondad, belleza.
Luego esos creadores –de los tres, cuatro, cinco últimos siglos- se nos
deslizan sigilosamente en el interior de nuestra mente y con el diccionario que
nos prestan nos
ayudan a interpretar y a pensar el mundo de hoy.
Y,
¿quién creará el diccionario de las palabras que tomarán en préstamo las
generaciones futuras? Los actuales fundadores del lenguaje: novelistas, poetas,
dramaturgos y, con especial conciencia, los filósofos. Auténtico
escritor es, al final, quien logra hacerse dueño de un glosario propio y de un
puñado de metáforas eficaces. El filósofo de hoy suministra el vocabulario
y la semántica que servirán para construir las interpretaciones del futuro. En
su mano está moldear la visión del ser y el ideal moral de las
generaciones venideras a fin de que su vida sea mejor y más propicia a la
convivencia. ¿Cabe imaginar una responsabilidad superior a ésta?
Cuando
a veces me preguntan para qué sirve la filosofía, como si su mismo
estatus estuviera cuestionado por los apremios de esa clase de necesidades
serias que satisface el dinero, suelo responder invirtiendo los términos. Lo
único verdaderamente importante es la filosofía. Porque el dinero satisface los
deseos humanos pero es la filosofía la que los moldea.
Oeconomía
ancilla filosophiae.
Todo cuanto necesitas
es…filosofía, Javier Gomá [El País, 20 de enero de 2015]
[Vemos la realidad
como si, en vez de tener volumen, dimensiones y relieve, fuera siempre una
pintura plana, y así estamos obligados a contarla. […]
Tal cosa como un
testimonio fidedigno resulta del todo imposible, y no sólo por nuestra posición
subjetiva y limitada, que de todo nos da un conocimiento incompleto, sino por
el instrumento –la lengua- de que nos valemos. […]
Sobre la imposibilidad
de contar nada acaecido, real, de manera absolutamente segura, veraz, objetiva,
completa y definitiva. […]
Como si la única
manera enteramente fidedigna de relatar un hecho fuera renunciar a relatarlo, y
limitarse a repetirlo, a reproducirlo, a recrearlo o a representarlo. […]
Aquello que mejor
conocemos lo conocemos sólo fragmentariamente y como envuelto en niebla. […]
Todo relato o
reconstrucción de algo “real”, o, si se prefiere, toda transcripción de hechos,
datos y acontecimientos está condenada a ser provisional y, lo que es más grave
o desesperante, a ser “infiel”.
Capacidad limitada,
visión subjetiva, conocimiento parcial, aseveraciones transitorias, lengua como
instrumento impreciso y metafórico
La esencia del
lenguaje: todo vocablo es un remedo [imitación], la palabra sirve para
referirnos a las cosas sin necesidad de tenerlas delante.
Los sentimientos
hubieron de ser anteriores a esas palabras.
La lengua traduce
la realidad o lo existente. Lo está traduciendo al denominarlo.
Apuntes sobre
conferencia de Javier Marías]
Es
una ingenuidad pensar que los antiguos matrimonios de conveniencia estuvieran
abocados al fracaso por el solo hecho de haber sido concertados por las
familias sin contar con las preferencias de los contrayentes. Lo raro, en perspectiva histórica, es más bien lo de ahora:
hacer del emparejamiento una cuestión
personal y sentimental. Personal
porque nadie admitiría hoy que otros decidieran por uno con quién convivir, y sentimental porque
en estos asuntos sólo cuenta —se dice— la voz del corazón. El hombre moderno se atribuye el derecho a elegir pareja libremente al
abrigo de cualquier condicionante externo y al parecer juzga sensato que la única motivación válida para
realizar esa importante elección sea el amor en el sentido de enamoramiento romántico. En este
último giro de la Historia, las uniones sexuales han evolucionado desde los dominios del negocio —donde estuvieron cómodamente
instaladas durante milenios— a la esfera felicitaria de la
autorrealización subjetiva. Uno podría conjeturar que estas modernas
formas de emparejamiento, ya sin función social forzosa, dedicadas en exclusiva
al solaz de los enamorados, tendrían más probabilidad de éxito que las antiguas
al ser obra de la libertad y no de la imposición. Y, sin embargo, no hay ninguna
garantía de que eso sea así a la vista del registro de rupturas, separaciones y
divorcios en imparable ascenso. La felicidad era esto. Acaso el enamoramiento no sea el criterio
óptimo para asegurarse una relación duradera, aunque ya nos parezca
un ingrediente irrenunciable de nuestra identidad. Aquellos matrimonios de
conveniencia se asentaban sobre la sólida base de un interés
compartido —más fiable que las intermitencias del corazón— y con
frecuencia redundaban en perdurable amistad
entre los cónyuges. No seré yo, alma incorregiblemente sentimental y pecho
enamoradizo como pocos, quien abogue por el retorno de aquellas costumbres del
pasado. Pero este preámbulo me vale para introducir el parangón siguiente entre
la amistad y el amor.
[Intereses
compartidos puede haber de muchos tipos, no sólo económicos. ¿Más fácil o más
difícil ser amigo de quien uno ha estado enamorado?]
“Esto
es amor: quien lo probó lo sabe”, escribe Lope de Vega. ¿Y cómo es? El primer
cuarteto del soneto ausculta los síntomas que acompañan esa loca manía:
“Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo, /
alentado, mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso”. Todo
enamoramiento es un flechazo, aunque no siempre el dardo se dirija
hacia alguien que se acaba de conocer. Impulso subitáneo, acomete por sorpresa
y tiene una calidad exclusiva y totalizadora. Cuando el amor te explota entre las manos como un paquete
bomba [¡!], todo lo que hay en el mundo, en su florida y exuberante
variedad, se contrae a un solo principio dador de sentido. El
fenómeno de reducción de la pluralidad en unidad
—“no hallar fuera del bien centro y reposo” sigue el soneto— desencadena una
movilización general del deseo de posesión (eros) del ser
amado. Naturalmente, un estado de trance como éste no es sostenible largo rato
y se extingue mucho antes de hacerse viejo. El tiempo suele conspirar en su
contra para restaurar el pluralismo originario de una realidad rebelde al
monismo y fragmentada en trozos que no se dejan ensamblar. La persona amada pasa
de ser lo único a lo más importante y después… cada cual tiene su historia,
pero, en las cosas del amor, siempre se va de más a
menos [¡!]. Por eso los amantes protestan en la doble acepción de la
palabra. Se hacen protestas
de amor eterno, porque, como dice Gabriel Marcel, “amar a una persona significa
decirle: tú no morirás nunca”. Pero como los mismos amantes presienten que lo
suyo no es de este mundo y que nada hay más efímero que el amor eterno,
protestan por anticipado contra esa fatalidad deletérea que lo corrompe todo en
la vida y con especial denuedo lo más preciado.
La amistad (philia), por contraste,
va de menos a más
[¡!]. Sus comienzos no son fulgurantes, como los del amor, pero, a cambio, el
devenir de los años, en lugar de perjudicarla, la aquilata. Como respeta el pluralismo de lo real y no es totalizadora ni
exclusiva, la amistad cuenta con el Tiempo como un perfecto aliado. No
le decimos al amigo “tú no morirás nunca”, sino “morirás, lo mismo que yo, y
entre tanto recorramos juntos un trecho del camino de la vida”. “Dos marchando
juntos”, dice el verso de la Ilíada
citado por Aristóteles en Ética
a Nicómaco para definir su esencia. Ser amigos consiste en querer vivir y
envejecer en paralelo. El mejor amigo es
siempre el viejo
amigo. [¡!] Libre del deseo de posesión, la amistad que nació por casualidad de la
admiración y la simpatía recíprocas, avanzado ya el camino se
colorea de una tintura compasiva y piadosa contemplando las marcas que la
veteranía va dejando en el rostro del otro, imaginando las propias y adivinando
el destino final que le espera a la común finitud. No es extraño que William
Blake exclamara: “Para el pájaro el nido, para la araña su tela, para el hombre
la amistad”.
[¿Amor
y amistad son excluyentes?]
Y,
con todo, nada
como el amor. El amor es lo mejor. La amistad pertenece a los
mortales pero el amor nos transporta a las cimas del Olimpo y nos asemeja a los
bienaventurados dioses. “El eterno femenino nos atrae hacia lo alto”, escribió
Goethe en su Fausto
en homenaje a esa virtud elevante del amor, sin cuyo éxtasis
pierde su significado el mundo, reducido a extensión sin profundidad. ¿Cómo combatir los efectos negativos
del tiempo sobre él? Educando tu corazón para que se entregue sólo a alguien
digno de ser tu amigo. Uniendo en la persona amada eros y philia, deseo y
admiración, prestas a la pasión amorosa la duración que pertenece sólo a la
amistad. Porque eros arrebata un instante pero la admiración mantiene
perdurablemente vivo ese momento divino cuando el resto de las fuentes
del deseo se han secado drenadas por la ley de la entropía universal. Y es
entonces, sólo entonces, cuando se hace posible arriesgarse a vivir algo tan
aparentemente contradictorio como es un viejo
amor.
[Estaba pensando que diría Marcel Proust de todo
esto: Entrégate sólo a alguien digno de ser tu amigo. Decía que El amor es una
enfermedad inevitable, dolorosa y fortuita. Uno no contrae una enfermedad
voluntariamente, aunque hay quien se expone más, desde luego.]
¿Cómo alimentar el viejo amor?, Javier Gomá [El País, 16 de junio de 2012]
De todas las maneras
de producirse el amor, y de todos los agentes de diseminación de ese mal
sagrado, uno de los más eficaces es ese gran torbellino de agitación que nos
arrastra en ciertas ocasiones. La suerte está echada, y el ser que por entonces
goza de nuestra simpatía, se convertirá en el ser amado. Ni siquiera es
menester que nos guste tanto o más que otros. Lo que se necesita es que nuestra
inclinación
hacia él se transformara en exclusiva. Y esa condición se realiza cuando,
al echarlo de menos, en nosotros sentimos, no ya el
deseo de buscar los placeres que su trato nos proporciona, sino la necesidad ansiosa que tiene por objeto
el ser mismo, una necesidad absurda que por las leyes de este mundo
es imposible de satisfacer y difícil de curar: la
necesidad insensata y dolorosa de poseer a esa persona. […]
La mayoría de las
personas que conocemos no nos inspiran más que indiferencia; de modo que cuando
en un ser depositamos grandes posibilidades de pena o de alegría para nuestro
corazón, se
nos figura que pertenece a otro mundo, se envuelve en poesía,
convierte nuestra vida en una gran llanura, donde nosotros no apreciamos más
que la distancia que de él nos separa […]
Pero en ese extraño
período de amor lo
individual arraiga tan profundamente, que esa curiosidad que Swann
sentía ahora por las menores ocupaciones de una mujer, era la misma que antaño
le inspiraba la Historia. […]
Sin embargo, dudaba
mucho Swann de que lo que así echaba de menos fuera una paz, una calma que
quizá no serían atmósfera muy favorable a su amor. Cuando Odette dejara de ser para él una
criatura siempre ausente, deseada, imaginaria: cuando el sentimiento
que Odette le inspiraba no fuese ya del mismo linaje de misteriosa inquietud que le
causaba la frase de la sonata, sino afecto y reconocimiento; cuando se
crearan entre ellos lazos normales que acabaran con su locura y su tristeza,
entonces los actos de la vida de Odette ya le parecerían de escaso interés en
sí mismos, como sospechara ya varias veces que en realidad lo eran; por
ejemplo, el día que leyó al trasluz la carta de Forcheville. Juzgaba su
enfermedad con la misma sagacidad que si se la hubiera inoculado para estudiarla,
y se decía que, una
vez curado, todos los actos de Odette le serían indiferentes. Y
desde el fondo de su mórbido estado, temía, en realidad, tanto como la muerte
semejante curación, porque habría sido, en efecto, la muerte de todo lo que él era en ese
momento. […]
Y, en realidad, el
amor de Swann había llegado ya a ese punto en que el médico, y en ciertas
enfermedades hasta el más atrevido cirujano, dudan de si es posible y
conveniente privar a un enfermo de su vicio con quitarle su enfermedad.
Claro que Swann no tenía
conciencia directa de lo grande de ese amor. Cuando quería medirlo
le parecía a veces empequeñecido, casi reducido a la nada; por ejemplo, lo poco
que le atraían, casi la repulsión que le
inspiraban, los rasgos fisionómicos de Odette antes de que se enamorara
de ella, y que volvía a sentir algunos días. […]
…pero su amor iba
bastante más
allá de las regiones del deseo físico. Y no entraba en él, por
mucho, la persona de Odette. […] Y aquella enfermedad amorosa de Swann se había
multiplicado tanto, se enlazó tan íntimamente a todas las costumbres
de Swann, a sus actos, a su pensamiento, a su salud, a su sueño, a su vida, a
lo que deseaba para después de la muerte, que ya no formaba más que un todo con él,
que no era posible arrancársela sin destruirlo a él, o, para decirlo en
términos de cirugía, su amor ya no era operable.
Por el camino de
Swann, Marcel Proust
Siempre que la
filosofía ha tratado de emular a la ciencia ha desvirtuado su esencia originaria. Ese intento de emulación, tan
vano como fallido, explica algunos de los extravíos de las tendencias
filosóficas contemporáneas, que parecen desconocer que, en último término, la filosofía es un género literario:
es literatura conceptual.
Las
ciencias de la naturaleza tienden a la especialización y describen los procesos
repetitivos de una región específica del mundo, mientras que la filosofía está
llamada a hacerse cargo del todo del mundo y se pregunta por el “ser” de éste
(aquello que lo hace inteligible), no por las particularidades de los entes que
lo componen. Y aún más importante, la verdad de las ciencias reside en su
verificación empírica en el laboratorio o en el experimento, una validación
replicable tantas veces como se quiera si se repiten las condiciones dadas,
mientras que la filosofía nunca, nunca, ha sido ni puede
ser sometida a verificación empírica, como tampoco lo han sido ni lo pueden ser
la poesía, la novela o el teatro.
¿De
qué naturaleza es, pues, la verdad de la filosofía de Platón, Locke, Kant o
Bergson? De exactamente la misma que las obras de Homero, Sófocles, Dante,
Shakespeare o Tolstói. Estos nombres siguen siendo nuestros contemporáneos a
despecho del tiempo transcurrido desde que escribieron lo suyo porque la lectura de las literaturas de
unos y de otros, filósofos y poetas por igual, sin distinción en este aspecto,
es todavía hoy fecunda y significativa
para nosotros. De modo que lo que el laboratorio es para la ciencia, lo
es para la literatura (incluida la filosofía), ese aplauso continuado y
sostenido durante siglos que las personas dotadas de buen gusto dedican a una
obra maestra de la imaginación. En resumen, el laboratorio de las humanidades se halla
en ese consenso trenzado por generaciones acerca de la excelencia de dicha obra
y de su indeclinable actualidad.
De
la naturaleza literaria de la filosofía se siguen dos consecuencias para ésta.
La
primera se refiere al estilo. Cuando la filosofía aspira a ser una ciencia,
imita su lenguaje codificado, jerga reservada a iniciados, tan
alejada de ese lenguaje natural usado, por ejemplo, por Platón en sus diálogos
o por Descartes en esa deliciosa pieza autobiográfica que es el Discurso del método.
Lenguaje natural, sí, pero de estilo elevado, elegante y bello, literariamente
eficaz. Si la verdad de la filosofía pende de la aceptación de los lectores,
que se convencen por la fuerza puramente lingüística de lo escrito y sin prueba
empírica que lo corrobore, el filósofo ha de desarrollar un sentido poético
para juntar palabras —como el compositor para juntar notas o el pintor para
combinar líneas y colores— y, una vez juntadas, para usar con destreza los recursos
retóricos disponibles a fin de producir un texto capaz de mover al
lector y captar su asentimiento intelectual. Este cuidado por el estilo supone
un esfuerzo adicional para el filósofo, pero añade encanto y sugestión a su
obra, pues, como dijo Samuel Johnson, “what is written without effort is in
general read without pleasure”.
[¡!
Captar su asentimiento. ¿No busca mover a la reflexión? ]
La
segunda de las consecuencias tiene que ver con el contenido. Los novelistas
¿escriben sus novelas para que las lean sólo otros novelistas? No. Pues de
igual forma no hay razón para pensar que un filósofo ha de escribir su
literatura para entretenimiento o solaz exclusivamente de otros filósofos como
él, enredados en debates librescos. El verdadero filósofo, como el novelista, se dirige a la
persona común, no especializada, y aborda en su filosofía las
cuestiones generales que conciernen a ésta, que son las de todos. Aunque se informa de
lo que ha dicho la tradición filosófica a través de los libros,
luego la entera tradición se pone al servicio de la dilucidación del enigma de
vivir porque su discurso no gira en torno a los prestigiosos títulos que
componen el canon, sino en torno a cómo hacer más sabia nuestra vida,
más consciente, más entusiasmada, más significativa, más digna de ser vivida.
Dice Hegel
que “filosofía es el propio tiempo captado por el pensamiento” y, en efecto, la filosofía
convida a una mejor comprensión del tiempo que vivimos y que somos, haciendo
más luminosa la experiencia de nuestra mortalidad. Como si anduviéramos a
tientas por la habitación chocando con los muebles y de pronto prendiéramos la
luz del interruptor: nada cambia fuera, pero todo se ve mejor y eso nos cambia
por dentro.
Por
supuesto que hay diferencias entre la literatura poética y la filosofía, aunque
ambas nacen de una primera visión originaria que desencadena una emoción y un
eros, el sustrato del quehacer filosófico, como recordó Scheler. Por usar la
conocida dicotomía de Wittgenstein, la poesía muestra, mientras
que la filosofía dice.
Es decir, la poesía conmemora el mundo mientras que la filosofía lo
define. Y este intento de apresar el mundo en una definición y de
convertir el eros en idea, exige lo que también Hegel llamó el “duro trabajo en
el concepto”.
Muy
joven, esbozó Hume un breve artículo, De
escribir ensayos, que luego no incluyó en la reunión posterior de
sus escritos. Allí distingue entre eruditos (que buscan
la verdad en soledad) y conversadores (que experimentan el placer de exponerla
en sociedad). Lamenta la separación en su tiempo entre unos y otros,
lo que da lugar a esa filosofía sin placer ni experiencia, cultivada por
hombres carentes de modales y de gusto por la vida, de un lado; y de otro, a
esa conversación abocada a la cháchara interminable y tediosa. Hume se presenta
como un ciudadano del Estado de la erudición enviado como embajador al reino de
la conversación.
Como
Hume, nosotros.
Filosofía como
literatura conceptual, Javier Gomá [El País, 3 de enero de 2015]
En el Día Mundial de la Filosofía, más que hablar
filosofamos con Manuel Barrios Casares, Catedrático de la Universidad de
Sevilla, decano de la Facultad de Filosofía, sobre la importancia de la
filosofía y su situación en la actualidad.
Filosofemos
pues y filosofemos sobre la propia filosofía, para ponerla en valor, si lo
tiene, en duda, si la provoca, e incluso ajustar cuentas, si lo merece, aunque los que saben de esto saben que realmente ella misma se
lo ha buscado [¡!], y también para comprobar cuál es su situación en
estos tiempos que corren en contraste con esas
cosas que promete. [¡!] Así pues, ¿qué promete la filosofía?
“Yo
creo que la filosofía sobre todo es una articulación de la pregunta fundamental
del ser humano por el sentido de la existencia, luego históricamente la filosofía ha estructurado y
ha ramificado esta pregunta en muy diversos ámbitos…”, responde Manuel Barrios Casares, Catedrático de la Universidad de Sevilla,
profesor de filosofía y actual decano de dicha Facultad, cuya definición
continúa llevada de la mano por algún tipo de energía inconmensurable, como si
tuviera siempre de donde alimentarse, como si lo hiciera de su propio
movimiento, esbozando así una rápida idea del concepto que hace justicia con
esa misma idea de totalidad que encierra la filosofía en sí misma. “…se ha
planteado en el ámbito podríamos decir del mundo físico, pues existe una filosofía
natural, de lo que son las relaciones humanas con el término de filosofía
política, también sobre el tipo de dimensión que es la de la
experimentación de la belleza, o la de las sensaciones estéticas en general, pero el nervio de la filosofía yo creo que es
ontológico y antropológico, una pregunta por el ser y sobre todo por el ser
humano”. “La filosofía mantiene un poco la vocación de totalidad.
Y eso es lo que ha hecho que históricamente del tronco de la filosofía se hayan
ido desgajando diferentes disciplinas que al principio estaban hermanadas, creando
la sensación de que la filosofía siempre está muriendo”.
Es lo que se
percibe y apabulla de la filosofía, una percepción de totalidad inabarcable,
que está por encima de todas las cosas, incluso de sí misma, y concebida quién
sabe si por ello a través de una sensación actual de decadencia, como si sus
buenos tiempos hubieran pasado ya, apareciendo así como una especie de templo
antiguo de una religión ancestral de una civilización extinta, y templo
despojado de competencias en este mundo, lo que Manuel niega atribuyendo esa apariencia de muerte constante a su continua
transformación. “Lo que pasa es que continuamente se transforma y
entonces nos encontramos con que hoy en día no está solo en los campos específicos de filosofía,
que ya no son tantos como lo fueron antes, sino por ejemplo está en los campos específicos de la sociología, donde hay pensadores
que están diciendo cosas remontándose a la propia tradición filosófica”.
Concretamente,
para hablar de tradición filosófica en España, en los últimos tiempos, Manuel
alude el trabajo realizado por sectores de la población, especialmente del
ámbito de la cultura, para recuperar lo que califica como “el tren de la historia que durante el
Franquismo perdimos”. “La generación de la democracia y la
posterior, en filosofía hizo un trabajo encomiable para poner el nivel de la
investigación y de la producción filosófica en España al nivel de la comunidad
internacional y en particular al de la europea”. “Esto es lo que quizás hay que
explicar en muchas ocasiones, hay personas que dicen que la filosofía hoy en
día no está presente. Hay
que señalar los lugares donde la filosofía sí está presente, y lo está en
muchos debates contemporáneos, que
presuponen un poco una redefinición del
marco de las humanidades”.
Manuel Barrios
Casares comenzó su labor académica en
1984, año en el que estaba en Alemania
desarrollando su tesis doctoral, lo que finalmente fue ‘La voluntad de lo trágico en Nietzsche’
(Univ. de Sevilla, Junio 1989), cuando la convocatoria de una plaza a concurso
le hizo renunciar a su beca para convertirse en docente. A partir de ahí obras como ‘La Voluntad de Poder Como Amor’, ‘Hölderlin y Nietzsche, dos paradigmas
intempestivos de la Modernidad en contacto’, ‘Voluntad de lo trágico. El concepto nietzscheano de voluntad a partir de
“El nacimiento de la tragedia”‘, y otras que juntas expresan una inquietud
por la tradición cultural alemana y por el Idealismo alemán en particular, así
como por las raíces
de la Modernidad. Antes, su carrera académica se había desarrollado
entre la Universidad de Sevilla y puntuales estancias en Alemania, en Múnich y en Friburgo. A partir de 1984
compatibilizó su trabajo de investigador con la gestión, primero como
secretario de departamento, después como vicedecano de la Facultad de
Filosofía, y ahora afronta el ecuador
de su segundo mandato como decano, cargo desde el cual ha tenido que
enfrentarse a toda una Bolonia
programática, y cuya tarea califica de exitosa. “Tenemos un grado, un
máster y un doctorado en filosofía adaptado al espacio europeo, incluso nos
hemos planteado nuevos retos al asumir la docencia de un nuevo grado, el Grado de Estudios en Asia Oriental”.
La Facultad de
Filosofía, cuenta Manuel, tiene ya más de 30 años, y surgió de la antigua Facultad de Filosofía y Ciencias de la
Educación, que integraba a las titulaciones de Ciencias de la Educación, Pedagogía, Psicología y Filosofía, y que
ahora es la única a nivel andaluz que
existe como facultad independiente. “Es una apuesta estratégica que
sigue manteniendo el actual Rectorado, y hasta ahora los números y los
resultados le dan la razón”.
Los números
dando la razón a la filosofía, así es la filosofía, que te lleva a lugares
insólitos, sobre todo si tenemos en cuenta el contexto de crisis económica de
este nuestro sistema material basado en un consumo que anda atascado. Qué puede
hacer algo como la filosofía por él y en él. Y qué puede hacer toda una Facultad
como la de Filosofía por la filosofía. Manuel no niega el viento en contra.
Todo lo contrario. Incluso alude al libro ‘La Universidad cercada’, para expresar la situación actual de ciertos estudios universitarios. “Creo
que la filosofía también vive últimamente este cerco de la manera más insensata
y agresiva posible con lo que supone la puesta en marcha de la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad
Educativa, que reduce la presencia obligatoria de la Historia de la Filosofía en Bachillerato tan solo a un
Bachillerato, el de Humanidades.
Con el agravante de que en determinados institutos ya no está siendo ofertado
todo tipo de modalidades de bachillerato”.
Esto puede
suponer, según Manuel, que gente como [¡!] Platón, Hegel, Marx, Nietzsche, Ortega y Gasset, no exista para
toda una generación de jóvenes. Pese al viento en contra y pese al calificado por Manuel como
descabellado proyecto de la Lomce, afirma venir observando una curva ligeramente ascendente en la
matriculación. “La vocación, el interés por la filosofía, podríamos
decir de manera curiosa y paradójica que asciende al mismo tiempo que la
opinión en término medio, y sobre todo fomentada por la insensibilidad cultural y filosófica de nuestros políticos, sugiere
que es una materia prescindible”.
Con este
panorama, y ya en la mitad de su segundo mandato, Manuel califica sus sensaciones respecto a su experiencia como decano de ambiguas.
Por un lado, asegura haber llevado a cabo en su primer mandato una tarea de transformación de la universidad
importante, que no se vivía desde la transición democrática, “en una
coyuntura de crisis económica muy fuerte que ha supuesto implantar Bolonia a coste cero,
con reducción de plantilla, muy importante en el caso de nuestro centro, con
reducción de presupuestos, de ayudas a la investigación, pero al mismo tiempo
ha sido muy gratificante el involucrarse en esta dimensión mucho más directa de
política académica, con la defensa de la filosofía frente a los muchos ataques
que ha sufrido, y ahí sí que he podido encontrarme con el apoyo y la
complicidad de mis compañeros, del profesorado de filosofía secundaria, de los
jóvenes, y un poco también con un apoyo colectivo mucho más amplio, que
proviene de todos los que creen en la importancia
de los estudios humanísticos, quienes defienden una universidad pública de
calidad con igualdad de oportunidades. Es que se está atacando a principios y fundamentos muy serios”.
Es evidente,
responde Manuel cuando se le pregunta si ese ataque viene desde lo que empezó
siendo cielo ideológico (por filosófico), ya hecho tierra a la que aferrarse
(por refugiarse). “Es evidente en el sentido más clásico del término, es decir,
de una conciencia falsa, no consciente. Cuando se da por sentado que la universidad debe ser tan
solo una fábrica de profesionales en una
institución dedicada a la transmisión de cultura, a la apertura de la cultura a
la ciudadanía, para que la ciudadanía tenga efectivamente esa oportunidad de
formación, se está restringiendo el sentido de todo lo que es la
universidad, se está convirtiendo en una especie de institución politécnica de
una secundaria ampliada. Hay muchos síntomas que denotan esto, como
las dificultades para el desarrollo
de los verdaderos estudios superiores que son los de doctorado, el
intento de reducir cada vez más la permanencia de los estudiantes en los
estudios superiores, de reducir los
grados a cuatro años, a tres años, no es más que eso, es seguir apostando por
una educación elitista donde quien tiene tiempo y dinero para gastar en una
verdadera formación superior es el que se va a costear los créditos de un máster, que han tenido una subida astronómica en relación
con los créditos del grado, y posteriormente la realización del máster,
la obtención de un doctorado, la realización de la tesis doctoral, ¿quién puede
costearse hoy en día eso?”.
Habrá que
echarle filosofía al asunto. Por ahora no queda otra, pues, si la filosofía es
una totalidad, el mercado es una autoridad, y ahora mismo no se ve dónde o cómo
puede encajar ella en él. Es una historia de amor imposible.”La filosofía encaja en la
sociedad, y encaja en la sociedad relativizando la absolutización del mercado. Es decir, pensando el mercado de otra manera,
pensando la economía en otro contexto, en un contexto más amplio, más
ambicioso, más global, pensando la economía dentro de una ecología, pensando
que nuestro medio ambiente no es esencialmente económico, sino que es un medio
ambiente natural, en el sentido ecológico pero también cultural”.Y siguiendo
este hilo Manuel alude a Martha Nussbaum, ganadora del Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales en 2012, quién reivindicando su condición de filósofa
antes que de especialista en ciencias sociales, realizó un discurso en
defensa del valor de las humanidades y en particular de la filosofía,
para pensar una sociedad mejor no solo en términos de
rentabilidad económica en función del PIB. También Manuel habla de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998, quien quiso ir más allá del PIB para medir la
calidad de una sociedad en función de las capacidades y las competencias que
estén posibilitándose y desarrollándose dentro de la misma.
Y a todo esto
sería bueno saber donde nos encontramos, pues sí, la crisis económica y cierto
desprecio por la cultura y las humanidades la puede ver todo el mundo desde su
salón, y sentir la mayoría, pero el nihilismo del que hablaba Nietzsche e invocan los
filósofos como características de este tiempo de
ruptura de la posmodernidad no tanto. Manuel afirma que el nihilismo, del
que Nietzsche afirmó que se viviría trágicamente, se ha vivido de forma más insensible, y que poco a poco la sociedad está
rompiendo cierto letargo con las contestaciones que están sucediéndose en los
últimos tiempos.
Lo que genera
una duda razonable sobre el pensamiento filosófico, sobre su capacidad a veces
irritante de refutación constante, es si esas respuestas que provienen de tiempos tan remotos sirven para
dilucidar realidades tan complejas como las del hoy en día global, es
decir, si es pertinente ir al médico del ayer para enfermedades del hoy o del
mañana. “Con conciencia
histórica sí que podemos entender mejor muchas de las cosas que nos están
pasando”. “Nos sirven un poco las pautas de ese diagnóstico, lo que no
significa que las respuestas nos sirvan, pero aprendemos a formular mejor nuestros propios
interrogantes, con más profundidad, yo creo que esa enseñanza de la
filosofía sí que es esencial”.
Como estudioso
del Idealismo alemán, de la tradición cultural alemana, y de todo lo que
concierne, no obstante ‘El caminante sobre el mar
de nubes’ de Caspar David Friedrich reposa como
pequeño horizonte en su repisa, cabe filosofar con Manuel sobre si de tanto
correr no nos habremos pasado nuestra Jauja particular, aquella época ideal
desde donde acometer en las mejores condiciones posibles el progreso soñado por
el hombre, aquel tiempo donde el hombre pudo comprender que el mejor progreso
posible se desarrollaba desde dentro, y con eso
como dogma [¡!] tirar para adelante como hoy se tira sabiendo que nadie
da duros por pesetas o que más vale pájaro en mano que ciento volando. “El romanticismo fue la primera mala conciencia de la
propia Modernidad, fue un movimiento moderno que registró las primeras
insuficiencias y el peligro de que la Modernidad se redujese a modernización.
Yo en ese sentido creo que sí, hay mucho de la herencia del romanticismo
pendiente de explotar. Pensemos que los Románticos son los
primeros que tienen una conciencia de la necesidad de reconcentrarse en la
naturaleza, más allá de su explotación industrial, son los primero que
dan un papel a la mujer como sujeto protagonista,
son los que reivindican la dimensión artística de la existencia y por lo
tanto subvierten el prosaísmo burgués”.
Y ciertos
componentes románticos los constata Manuel en actuales movimientos de
contestación al sistema establecido, “pero está el peligro de que un
romanticismo desbordado, lo mismo que una Modernidad desbordaba, solo nos
muestren su caricatura. La síntesis que no se pudo producir entre Ilustración y
Romanticismo podríamos decir que es una tarea pendiente de nuestro tiempo más
allá de la Postmodernidad”.
Y más allá de
la filosofía no se debe hablar de Manuel Barrios Casares sin mencionar [¡!] a su padre, escritor, periodista y ensayista con
más de 70 libros publicados y 44 premios literarios otorgados. Por su padre estuvo marcada la infancia de Manuel, asegura, por el ejemplo
de vocación, honestidad y libertad de su padre, pero también de su madre,
añade, y por su cercana relación con los libros, por una
vocación que afirma Manuel “se
alimentaba de su propio entusiasmo y que no necesitaba más”.
Respecto al
hoy, para demostrar que la filosofía no es un viejo templo abandonado a merced
del avance inexorable de la maleza que impera a sus anchas en lo que es su
propia selva, unos cuantos nombres. Gianni Vattimo y su teoría sobre que el diálogo siempre se produce con insuficiencia de una parte y otra, y la necesidad
de rescribir la propia tradición para generar el presente. Filósofos rebeldes
como Sloterdijk o Žižek. De España, Javier Gomá. Y otra vez Martha Nussbaum y su propuesta de reactivar el
poder de las humanidades para profundizar en la democracia, donde Manuel
vislumbra el papel que para él debería jugar la filosofía en esta presunta
regeneración social y política que se está al menos presintiendo. “Hay que
saber si dónde se está es en el proyecto de una refundación de la democracia que
a mí me parece necesario, la situación actual ya es insostenible, o se está
pretendiendo otra cosa que la democracia. Si se está en otra cosa
ahí yo no me siento tranquilo ni gratificado, si se trata de refundar la democracia yo creo
que sí, que hay mucho que rescatar de nuestra propia herencia, y ahí la
filosofía tiene que cumplir un papel fundamental”.
Para terminar
en lo que es un fin que se prolonga estirándose sobre un tiempo que agotado
empieza a exigir espacio, tres recomendaciones
de Manuel a llevarse a una isla sin tiempo, como la del ‘El caminante
sobre el mar de nubes’ por ejemplo.La Fenomenología del
Espíritu’ de Hegel, “un recorrido histórico que me parece esencial para
reconciliarnos con nuestro propio legado y para valorarlo en su riqueza”. Algunos de los Diálogos de Platón, “porque es una pedagogía esencial de la actividad
filosófica”, “la conciencia de que ese pensamiento en soledad tienen una
proyección pública y un compromiso cívico esencial”. Y ‘La aventura filosófica’ de Eugenio Trías , “por reivindicar a quien ha recogido esa herencia en lengua española y
lo ha proyectado en un pensamiento contemporáneo”, “y porque pienso que filosofar es siempre una aventura”.
Sí, una
aventura, pero una aventura que no asegura la felicidad, más bien la pone a prueba
constantemente. “Bueno, yo creo que a cambio también se vive más intensamente.
Habría que preguntarse si uno está dispuesto a pagar ese precio o si prefiere
pasar por la vida un poco adormecido”.
Manuel Barrios, la filosofía como vocación que se
alimenta de su propio entusiasmo
Barranquero Maya, [Sevilladirecto, 20 de noviembre de
2014]
No hay comentarios:
Publicar un comentario