sábado, 28 de marzo de 2015

Relativismo moderado del sentido común



Todos tenemos una cita con la parca, pero no sabemos cuándo. La longevidad es en gran parte hereditaria. A ojo de buen cubero, la edad alcanzada por nuestros padres nos da una primera idea de lo que podemos esperar vivir nosotros en ausencia de accidentes, infecciones y sorpresas. Tanto mi padre como mi madre vivieron 90 años, así que pensaba que esa era la edad de mi cita con la parca. Pero hace unos meses se produjo una sorpresa.
Ya había hecho examinar mi genoma individual por la empresa 23andMe, escupiendo en un botellín enviado por ellos y devolviéndolo a California para su análisis. Aparte de comprobar curiosidades como mi porcentaje de genes de neandertal (un 3%), me enteré de que tenía una predisposición genética tres veces superior a la habitual a padecer trombosis de vena profunda, debida a la presencia de una variante (mutación G20210A) del gen de la protrombina que incrementa la probabilidad de la formación de trombos. Y, en efecto, este verano tuve una trombosis en la pierna izquierda, alguno de cuyos trombos dio lugar a una peligrosa embolia pulmonar. Esta embolia puede afectar a una arteria pulmonar y causar la muerte, que, en mi caso, de haberse producido, habría sido una muerte anunciada. La sorpresa mayúscula vino de un riesgo no previsto en los genes. Me ingresaron en el servicio de urgencias del hospital del Sagrado Corazón de Barcelona, donde me hicieron todo tipo de pruebas diagnósticas que, aparte de confirmar la embolia, detectaron lo que resultó ser un inesperado tumor en el pulmón izquierdo. Nunca he fumado, por lo que no se me había ocurrido pensar en un posible cáncer de pulmón, el que más gente mata.
El tumor y el lóbulo inferior izquierdo que lo contenía me fueron limpiamente extirpados por el cirujano Laureano Molins y su equipo. Una vez analizado, resultó ser un tumor muy raro, un mesotelioma bifásico, un tipo de cáncer producido por la exposición al amianto. El contacto con amianto facilita la inhalación de fibras minerales de asbesto, que acaban en la pleura, donde permanecen muy largo tiempo en estado de latencia, hasta que provocan algunas mutaciones en las células de la pleura que dan lugar al mesotelioma, palabra que significa cáncer del mesotelio. La pleura es un tipo especial de mesotelio que recubre los pulmones.
¿Cuándo estuve yo en contacto con amianto? Hace seis décadas, durante dos veranos que pasé en Begoña, barrio bilbaíno entonces arbolado y lleno de casitas y algunas pequeñas fábricas; nada que ver con la Begoña actual. En concreto, junto a nuestra casa había una modesta fábrica de amianto, que producía material aislante e ignífugo. Por sus puertas siempre abiertas entrábamos los chavales de vez en cuando a jugar. El amianto no se prohibió en España hasta 2002. Además, pasé el curso 1992-1993 en el Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT (junto a Boston), ubicado en un destartalado barracón cuyas paredes estaban rellenas de amianto. El resto del MIT contaba con edificios modernos y bien construidos y la dirección quería echar abajo el decrépito edificio, pero Noam Chomsky se oponía, ya que apreciaba la estética pobre y casi guerrillera del cochambroso barracón. De todos modos, más adelante fue derribado con todo cuidado (por el amianto) y ahora ha sido sustituido por un edificio sólido y vanguardista.
La relación entre el asbesto o amianto y el mesotelioma no se descubriría hasta los años sesenta. La esperanza media de vida de los pacientes detectados con mesotelioma bifásico es de solo seis meses. En mi caso, la resección del tumor fue exitosa y tras la operación no se detectaron metástasis ni ganglios linfáticos afectados. De todos modos, el oncólogo insistió en someterme, por si acaso, a una quimioterapia de tres meses que acabo de completar. Las últimas pruebas apuntan a que estoy curado. Por tanto, parece que la parca, que me había hecho señas, de momento ha pasado de largo. La cita ha quedado aplazada.
Algo del tiempo que he perdido para otras actividades lo he empleado en pensar sobre la vida y la muerte. La cercanía de la parca cambia nuestra perspectiva. Muchos asuntos pierden gran parte de su presunta importancia y urgencia, mientras que otros requieren nuestra atención. En ningún momento he sentido miedo a la muerte. Lo que me ha preocupado es que la enfermedad estropease mi calidad de vida o la de mis seres queridos. Temía que la trombosis dañara mi capacidad locomotora, pero la vena afectada ha recuperado su flujo sanguíneo normal. Temía que el cirujano decidiese extirparme todo el pulmón izquierdo, y se lo dije, pero afortunadamente bastó con reseccionar el lóbulo inferior. Así, he conservado cuatro de los cinco lóbulos, es decir, unos cuatro de los cinco litros de capacidad pulmonar total anterior, más de lo que uso en la respiración normal, ya que no practico deportes de competición. Temía que la quimioterapia me produjese dolores y vómitos, pero eso no ha ocurrido. Así que estoy agradecido por el buen cuidado y tratamiento que he recibido y contento por haber sorteado los riesgos que me amenazaban.
Podría haberme muerto ya. Y en algún momento me moriré. Espero no morirme demasiado pronto, pues todavía tengo proyectos que realizar; pero también espero no morirme demasiado tarde, después de una etapa de sufrimiento inútil. Por ahora, no tengo ganas de morirme. Pero tampoco tengo la intención insensata de vivir el mayor tiempo posible, por grande que sea el deterioro físico o la incapacidad intelectual. En la película de Ingmar Bergman El séptimo sello, Max von Sydow juega al ajedrez con la muerte. Si yo pudiera tener una entrevista con la parca, no le pediría la inmortalidad ni la vida larguísima, sino que me dejase a mí decidir el momento de la cita inevitable, comprometiéndome a no abusar de este derecho, sino a invocarlo solo en el momento oportuno. La muerte que yo preferiría sería el suicidio sereno y asistido. En Francia se tramita ahora la ley para permitir algo tan elemental como que los enfermos terminales puedan elegir ser dormidos hasta la muerte. Esta propuesta ha provocado la oposición crispada de grupos de presión fundamentalistas cristianos, judíos y musulmanes, anclados en un mundo conceptual de tabúes y supersticiones.
Todos los seres vivos somos configuraciones efímeras de las partículas de que estamos hechos, pompas de jabón, fogonazos fugaces, olas en el océano inmenso de la realidad. Biológicamente, y como ya sabía Aristóteles, la única posibilidad de sobrevivir a la muerte, aunque muy provisionalmente, es la reproducción. Nuestros genes siguen su camino en nuestros descendientes (los míos, en mis siete nietos), pero ese es su camino, no el nuestro, e incluso este linaje tiene los días contados. Subjetivamente, la vida es formidable y maravillosa en la medida en que tenga componentes formidables y maravillosos. Cuando ya no los tiene en absoluto, sino todo lo contrario, la vida puede convertirse en una farsa sin sentido cuya única solución es la muerte. La muerte del organismo es valorativamente neutral; no tiene nada de bueno ni de malo. Y es lo más natural del mundo.
Eutanasia: Una cita con la parca, por Jesús Mosterín [El País, 24 de marzo de 2015]

Jesús Mosterín (Bilbao, 1941) es, con toda probabilidad, una de las mentes más lúcidas de nuestro tiempo. Filósofo, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Barcelona, profesor de investigación del Instituto de Filosofía del CSIC, miembro del Center for Philosophy of Science de Pittsburgh, de la Academia Europea de Londres, del Institut International de Philosophie de París y de la International Academy of Philosophy of Science es, además, un conversador generoso, preciso, confiable. Hombre de mundo, viajado, puede hacer gala de una sensatez sin fisuras, y de un gran sentido del humor. Le preguntaremos por alguno de los disparates con los que nos hemos encontrado en el seno del mundo académico, nos contará sobre otros. Por fin sabremos si es el sexo un lenguaje o no, o a qué o a quién se refiere Derrida cuando dice «l’être». Nos ha hecho, en fin, reír y pensar a partes iguales. Aprovéchenlo; no todos los días son domingo. 

Entrevistamos a Mario Bunge, una persona sobre la que ha comentado que le parece de las más lúcidas de nuestro tiempo. ¿Qué destacaría de sus aportaciones al pensamiento contemporáneo?
Antes de nada, señalaría que Mario Bunge ha vivido mucho tiempo. Me alegro de que haya filósofos que vivan tanto. Por ejemplo, el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer vivió ciento dos años; Bertrand Russell, noventa y ocho. Y Mario Bunge va también camino de alcanzar una edad envidiable con la mente despierta. Yo me he encontrado con él en los sitios más variopintos. En Perú, algunos me preguntaban si Mario tomaba uña de gato (una planta amazónica a la que se atribuyen virtudes medicinales) para mantenerse en forma tanto tiempo. Siempre ha habido filósofos longevos. Ya Platón vivió ochenta años; el mismo Kant, que cuando nació era muy debilucho y que durante toda su vida parecía que se fuera a morir de un momento a otro, alcanzó también esta edad, lo cual, para la época, era toda una proeza. Pienso que la filosofía, entre otras cosas, debería enseñarnos a vivir bien y, para empezar, a vivir sanamente. Me alegro de que se lo haya enseñado a Mario.
«Que algo sea o no un individuo es una cuestión convencional» es el comienzo de una afirmación que dio para varias réplicas y contrarréplicas en diferentes artículos tuyos y de Bunge. ¿Llegaron a algún consenso al respecto?
Mario Bunge es un filósofo muy completo, sistemático, universal; un filósofo clásico en este sentido, lo cual me parece admirable. Ahora hay una tendencia a que los filósofos se especialicen en un solo tema o, peor aún, que solo se dediquen a hacer juegos de palabras, completamente alejados del mundo y de la realidad, como si esta les importase un bledo. Celebro que Bunge no sea así, sino todo lo contrario. A él le interesa mucho el mundo, la sociedad, el cerebro, la física, los átomos, lo que quieras. Platón caracterizaba al filósofo como synoptikós (el que tiene la visión de conjunto). En este mundo donde el trabajo está tan especializado, donde muchos saben cada vez más sobre cada vez menos, algunos pensadores, como Bertrand Russell y Mario Bunge, han conservado la curiosidad universal de la gran filosofía clásica, algo que comparto y aplaudo. Sin embargo, y sin que esto constituya crítica alguna, Mario Bunge no ha sido nunca un lógico propiamente dicho. Quizá por ello, la precisión formal de algunas de las cosas que dice es un poco discutible. No la voy a discutir aquí ahora (risas), pero sí, esta es la razón por la que he tenido alguna polémica amistosa con él. Por lo demás, estamos muy de acuerdo en muchas cosas importantes y somos buenos amigos. Yo tengo tendencia a tomarme muy en serio la lógica, la matemática y el rigor formal, lo cual a veces puede parecer pedantería. Creo que la precisión es muy importante para la búsqueda de la verdad; por otro lado, también es una cuestión estética. La precisión es hermosa. La claridad de las ideas y la precisión en su expresión también producen placer intelectual.
José Ferrater Mora fue igualmente un gran pensador de nuestro tiempo, además de gran amigo de Bunge. Compartía con él inquietudes y posicionamientos filosóficos. ¿De qué modo Ferrater Mora influyó en su cosmovisión?
Ferrater Mora fue un buen amigo de Bunge y también mío. Tras la Guerra Civil Española se exilió primero a Chile y luego a Cuba. Finalmente, se estableció en Estados Unidos, en Villanova, cerca de Philadelphia, al lado de Bryn Mawr. El Bryn Mawr College es una universidad solo para mujeres (aunque admite hombres en los cursos más avanzados). A finales del siglo XIX alguien pensó que en los colegios femeninos no se aprendía gran cosa, pero que cuando las mujeres iban a las universidades llenas de hombres, estaban un poco acomplejadas y siempre pensando en arreglarse para quedar guapas ante ellos, por lo que no se concentraban en el aprendizaje. Como solución se fundó el Bryn Mawr College, una universidad elitista para mujeres inteligentes y con ganas de trabajar, donde pudieran dedicarse al estudio sin distracciones. Pasaron por allí como profesores muchos intelectuales y científicos conocidos, y allí desarrolló Ferrater la mayor parte de su carrera académica. Nos encontramos varias veces en Estados Unidos, en México, en España y en otros países. Cada vez que Ferrater venía a Barcelona, íbamos a comer juntos y continuábamos la conversación luego en casa de su hermana. También me invitó a pasar unos días en su casa de Villanova, donde vivía con su segunda mujer, Priscilla. En su casa, una frontera bien marcada separaba la zona de los animales, que incluía la cocina (habitada por ocho gatos y un perro cuando yo estuve allí), bajo el control de Priscilla, de la zona de las máquinas y las cámaras de cine (que incluía ocho televisores y tres ordenadores), bajo el influjo directo de Ferrater.
Daba gusto charlar con él, que tenía un gran sentido de la ironía y del humor. Ambos coincidíamos en la orientación general de nuestras ideas. El libro suyo que él más apreciaba era De la materia a la razón. Le molestaba un poco que su fama se basara sobre todo en el Diccionario de filosofía; «a ver si van a pensar que soy solo un lexicógrafo, que me dedico a hacer fichas de palabras». Quería que se le reconociera como filósofo sistemático. Entonces, yo publiqué una recensión amplia, detallada y bastante crítica del libro De la materia a la razón, y él se quedó encantado. Cuando le preguntaba un periodista cómo le había tratado la crítica, él contestaba: «Bueno, solo ha habido una» (Risas). De nuevo surgía el tema del rigor. Uno no tiene por qué dar definiciones, pero si las da, han de ser precisas. Es como la fotografía. Nadie tiene por qué hacer fotos, pero si las hace, que no queden desenfocadas. Esta es la razón de las amables discusiones que tuve tanto con Bunge como con Ferrater Mora. Esto no se aplica a otro de los más grandes filósofos hispanos vivos, Roberto Torretti, con el que he colaborado de modo intenso y fecundo, y que escribe con ejemplar precisión. Estoy muy satisfecho de mi amistad con los tres (Ferrater, Bunge y Torretti) y siempre ha habido bastante coincidencia entre nuestros puntos de vista.
En Mariposas y supercuerdas, su diccionario filosófico, Ferrater Mora volvía a criticar las corridas de toros. ¿Fue el pionero en la denuncia de la Fiesta? ¿Se mantienen o han sido desmontados sus argumentos a día de hoy?
Mucha gente ha criticado las corridas de toros en España, incluido Ferrater, pero también otros, como Unamuno, Severo Ochoa, o Santiago Ramón y Cajal. De todos modos, quizá la crítica más feroz de las corridas de todos es la que hizo Goya en sus series negras de grabados, la de los desastres de la guerra, la de la tauromaquia y la de la inquisición. Realmente, el mundo sórdido, siniestro y cruel de la tauromaquia y, en general, de la España negra, queda ahí al descubierto.
Desconfío mucho de las tradiciones de la crueldad aborrecidas por el resto del mundo y defendidas con chulería por los castizos locales de turno. Si estás en África y criticas el que corten el clítoris a las adolescentes, siempre hay algunos que te acusan de mentalidad colonialista, porque pretendes aplicar los valores europeos a unos pueblos que son distintos, que tienen derecho a tener sus propios valores y sus propias tradiciones culturales, incluida la ablación del clítoris. Todo esto es absurdo. Dos y dos son cuatro. Y si vas a un país donde te dicen que dos y dos son cinco, pues no, se equivocan. Son cuatro en todas partes. Si tú cortas el clítoris a una adolescente o si torturas a un animal, humano o no humano, simplemente por diversión, eso es una salvajada. Es un ejemplo paradigmático de lo que es el mal, de lo que la ética y la moral critican. Aunque la discriminación de los negros, o el maltrato a las mujeres, o las corridas de toros sean tradicionales en ciertos sitios, estas prácticas son injustificables ante la reflexión ética, que siempre es universal. En relación a este tipo de tradiciones, el progreso cultural y moral de los países donde perduran consiste en abolirlas y en liberarse de ellas.
Darwin hizo su famoso viaje en el Beagle alrededor del mundo, que duró cuatro años, uno de los cuales lo pasó en la Patagonia. Allí, en el extremo sur, detrás del canal que ahora se llama del Beagle, está la Tierra de Fuego. A los indígenas se les llamaba fueguinos. Darwin los visitó y se quedó horrorizado por su crueldad. Dentro de su propia familia se ayudaban unos a otros, se querían, eran tiernos y solidarios. Pero cuando tropezaban con alguien de otra tribu, inmediatamente se liaban a golpes. Al perdedor se lo llevaban arrastrado por los pelos a casa, donde lo entregaban a los niños para que se divirtiesen sacándole los ojos. No les daba la más mínima pena y se reían cuando la víctima chillaba. También le había impresionado el maltrato que se daba a los esclavos en Brasil. Darwin llegó a la conclusión de que la compasión solo se aplicaba originariamente a los parientes más próximos. Sentíamos su dolor como nuestro, pero no el de los otros. Con los demás había una relación de guerra casi constante. Decía Darwin que el progreso moral posterior había consistido en la expansión del círculo de la compasión para abarcar primero a los vecinos, luego a los de la misma etnia y más tarde a los del mismo sexo, o raza, o país. Pensaba que esta expansión debería continuar hasta llegar a su lógica conclusión, es decir, hasta que el círculo de la compasión abarque a todas las criaturas capaces de sufrir.
En la correspondencia que se conserva de Ferrater Mora, también podemos encontrar ácidas críticas a la French Theory, algo que usted comparte al cien por cien. ¿Por qué considera que los pensadores franceses como Derrida, Deleuze, Lacan o Kristeva no aportan nada a la filosofía? ¿Incluiría a Foucault en el mismo grupo?
La situación de la filosofía francesa de los últimos cuarenta o cincuenta años (incluidos todos los autores que citas) ha sido de gran mediocridad y huera palabrería; ha sido incluso peor que la española. La filosofía interesante se ha hecho en otros sitios, pero no en Francia; lo cual es una lástima para los francófilos como yo. A mí me gusta Francia, la lengua francesa, los paisajes franceses, la cocina francesa, el teatro de Molière, la poesía de Baudelaire. Precisamente la semana pasada estuve en Francia y aproveché el viaje para visitar las cuevas prehistóricas de la Dordoña, como Font de Gaume y Lascaux. ¡Qué maravilla de pinturas rupestres! También me gusta la matemática francesa y la filosofía clásica francesa. Descartes, aunque mal biólogo, fue un gran filósofo y matemático, tuvo gran fuerza y originalidad de pensamiento, y su influencia fue notable. Todo el desarrollo de la teoría de la probabilidad se hizo en Francia; Laplace y otros aplicaron de un modo sistemático y creativo la mecánica de Newton; y las ideas de Poincaré en cierto modo anticiparon la teoría especial de la relatividad de Einstein.
Sin embargo, en el siglo XX las cosas fueron a peor, y en el pensamiento francés se produjo una dégringolade, que es como cuando un pastel se funde y todo se empieza a caer: vinieron los Lacan, la filosofía deleuzenable, etc. (risas). He tenido contactos con ellos que a mí me han dejado pasmado. Recuerdo cuando algunos estudiantes de Filosofía de la Universidad de Barcelona empezaron a interesarse por Derrida. Le sugerí al decano que le invitase a dar una conferencia, para que los estudiantes lo conociesen de primera mano. Vino; la sala estaba llena. Empezó citando una frase ininteligible de Heidegger sobre el ser y la voz del amigo. «Pero ¿quién es el amigo, qué es el amigo?», se preguntó. Tras una pausa, se respondió: «L’ami c’est l’être» (el amigo es el ser). Y continuó: «Pero ¿qué es el ser?». «Ah, el ser… es el tiempo». «¿Y qué es el tiempo? Es que si decimos qué es el tiempo, lo estamos identificando con el lenguaje». «Y ¿qué es el lenguaje?», y así sigue hasta el final. Todo ello con muchas pausas, pronunciado con énfasis y bien articulado. Al acabar, levanté el brazo y le dije: «Jacques, he tomado nota de lo que has dicho. Solo tengo una pregunta: suponiendo que tengas razón, y el amigo sea el ser, y el ser sea el tiempo, y el tiempo sea el lenguaje, ¿qué necesidad hay de usar tantas palabras diferentes para referirte a lo mismo? ¿Por qué no dices desde el principio que el lenguaje es el lenguaje, y se acabó?». ¿Cuál fue su contestación? Me dijo: «Tu problema, Jesús, es que te tomas demasiado en serio lo que digo. Esto no es ciencia; la filosofía es como la música. No tienes que escuchar tan atentamente las palabras que salen de mi boca, sino captar la música que resuena por detrás». Los estudiantes, al oír este tipo de cosas, quedaron vacunados.
También me invitaron a hablar en un congreso de psicoanalistas lacanianos (supongo que se traspapelaría la invitación y fue así como me llegó a mí; de otra forma no se entiende). El tema era «El sexo como lenguaje». Por lo visto era una evidencia que el sexo es un lenguaje, y entonces había que preguntarse por su gramática, sus adverbios, etc. En mi ponencia, que era la última, dije que había escuchado con atención a mis ilustres predecesores, pero había sido incapaz de entender lo del sexo como lenguaje. Para empezar, el sexo es un fenómeno universal que se da en todos los animales y parece tener más que ver con la reproducción que con el lenguaje, pues todos los animales se reproducen y casi ninguno tiene lenguaje. Que nosotros sepamos, somos los únicos animales lingüísticos, los únicos que hablamos. Si el sexo es algo lingüístico, ¿cómo es que el resto de los animales, que no hablan, practican sexo? Según yo iba hablando y diciendo cosas triviales, cosas que cualquier chaval de primaria podría haber dicho perfectamente, los psicoanalistas lacanianos allí presentes se iban poniendo pálidos y sus ojos se iban abriendo más y más. Al final, no hubo aplausos ni nada. Me imagino que echarían una bronca a alguien de su organización por haberme invitado.
La broma de Sokal y Bricmont dio pie a las Imposturas intelectuales, donde ponían de manifiesto, entre otras muchas cosas, que ni Lacan, ni Deleuze, ni Kristeva entendieron a Gödel. Para estudiar filosofía ¿no habría que aplicar de forma rigurosa aquella frase que aparecía en el frontispicio de la Academia que decía: aquí no entra nadie que no sepa geometría? ¿Hasta qué punto son importantes las matemáticas para ser un buen filósofo?
Muchas de las discusiones sobre temas filosóficos y psicológicos se deben a que empleamos palabras que no tienen un sentido unívoco y bien definido. Una de estas palabras es «filosofía». Cuando los chavales en un instituto estudian Matemáticas o Historia de la Literatura, todos hacen más o menos algo parecido. Sin embargo, cuando estudian Filosofía, si tienen esta asignatura en bachillerato, según el profesor que les toca en suerte o en desgracia, según que sea un cura o un revolucionario del séptimo día, van a tener que asistir a clases donde se les cuentan cosas completamente diferentes.
La noción clásica de «filosofía» se asocia a las grandes preguntas: ¿cómo es el universo que habitamos? ¿De qué están hechas todas las cosas? ¿Cómo somos nosotros? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Es la filosofía de Aristóteles, de Platón, de Kant, de Bertrand Russell. Otra cosa distinta es la filosofía que se practica en las épocas escolásticas, cuando nadie trata de mirar directamente a la realidad, sino que todos se dedican a rumiar los textos de otros y a citarse unos a otros. Esto lo ha habido en Europa en la Edad Media. Y en la India también. Durante mucho tiempo a los autores indios les daba vergüenza decir nada por sí mismos, y lo que hacían era citar textos de otros autores, cuanto más antiguos, mejor. Cuando querían decir algo y no encontraban a quién citar, se inventaban un autor inexistente al que atribuir sus opiniones, para así poder citarlo.
La gran filosofía ha estado siempre relacionada con la ciencia; es inseparable de la ciencia. Y, a su vez, gran parte de la ciencia es inseparable de la matemática. La matemática es el lenguaje no de toda la ciencia, pero sí de gran parte de la ciencia, de la física, de la economía, etc. Si queremos hacer filosofía seria, tenemos que hablar del mundo y de la realidad, y nuestra fuente de información es, en definitiva, este esfuerzo de racionalidad colectiva teórica que es la ciencia. Y esto siempre ha sido así. En griego se dice a veces que la palabra filosofía viene de φιλοσοφία y la palabra ciencia de πιστήμη. Pero en griego clásico, el griego de Platón y Aristóteles, las palabras φιλοσοφία y πιστήμη son totalmente sinónimas, al cien por cien. Para ellos la oposición está entre filosofía o ciencia por un lado, el saber serio y fiable, y, por otro lado, lo que llamaban la δόξα, que es la mera opinión más o menos arbitraria. Si Aristóteles resucitase ahora y fuese a ver al rector de una universidad de nuestro tiempo para pedirle trabajo, lo estaría poniendo en un aprieto: no sabría en qué facultad situarlo.
El primer libro de física moderna es de Newton; se llama Philosophíae naturalis pincipia mathematica (Principios matemáticos de la filosofía natural). El primer libro donde se presenta la química moderna, de Dalton, se llama Chemical philosophy. La primera teoría de la evolución biológica, equivocada, pero la primera, fue la de Lamarck. La presentó en un libro titulado Philosophie zoologique. Todo esto significa que, aunque en el uso actual distinguimos entre filosofía y ciencia, no es una distinción tajante, sino gradual; hay muchísima relación entre una y otra. Si Einstein hizo la teoría especial de la relatividad, algo importantísimo en su tiempo, enseguida Russell escribió su comentario, el Abecé de la relatividad. Un presunto filósofo al que no le interesen las leyes de la física, ni la evolución biológica, ni el mundo en el que vive, al que solo le importen lindezas como la dialéctica posmoderna del subjetivismo transgresivo, o el ser ahí que muerde la cola al ser allá, obviamente no aporta nada; es que ni siquiera sé de qué me está hablando.
Con frecuencia estamos enfrascados en ocupaciones cotidianas triviales, de manera que así se nos va pasando la vida. La vida se nos escurre de entre las manos sin darnos cuenta. De vez en cuando, nos apetece hacer una pausa y preguntarnos por cómo es el mundo en que vivimos, cómo soy yo, qué pinto aquí, qué sentido tiene todo esto. A estas grandes preguntas, lógicamente, no se puede responder con independencia de la ciencia fiable ni de la gran filosofía. Por lo tanto, a mí me parece que una filosofía al margen de la ciencia es la cosa más aburrida, menos sexy y menos interesante que uno pueda imaginar.
Al igual que se puso de manifiesto la incomprensión de conceptos científicos de los que usted denomina «los constructivistas sociales posmodernos», ¿hay una incomprensión de las mentes cartesianas sobre la dialéctica posestructuralista? Kristeva hace un mal uso del lenguaje científico pero describe con precisión el movimiento feminista y su problemática. ¿Cree que no aportan nada?
No creo que el uso de palabras tan confusas como «dialéctica» aporte nada al progreso del pensamiento. La palabra «dialéctica» es una palabra que normalmente o no significa nada o significa simplemente una acumulación de absurdos. Aparte de ser filósofo, como sabes, también me he dedicado a la lógica. Pocas palabras pueden irritar más a un lógico que «dialéctica». Desde el punto de vista lógico, podemos reconocer muchas enfermedades conceptuales, pero la más grave de todas, con mucha diferencia, es la contradicción. Podemos mirar con tolerancia, y en algunos casos incluso con cierta simpatía, algunas falsedades, porque la falsedad es un defecto a veces perdonable. Pero la contradicción es mil veces más grave. Cuando nos parece que algo es falso, podemos estar equivocados y más adelante descubrir que aquello que parecía falso resulta que es verdadero; eso nunca ocurre con la contradicción. Una contradicción es totalmente imposible que sea verdadera bajo ninguna circunstancia. Por lo tanto, no va a ninguna parte el tipo de pensamiento que procede de Hegel, que se basa en la imagen de que las ideas van por ahí como dando tumbos y contradiciéndose, que estas contradicciones son fecundas, que de ellas surge un no sé qué. Hegel dice cosas como que cuando la idea que sale fuera de sí misma y quiere volver dentro de sí misma, y a la vez sale y no sale, quiere y no quiere, entonces vibra en esta especie de contradicción continua, y… «eso es la electricidad» (Risas).
A todos nos interesa la realidad social, la economía, sobre todo ahora que vivimos una época de crisis. Pero, claro, cuando Marx y sus seguidores aplican estas ideas y te dicen que lo que pasa es que hay una contradicción entre proletariado y capitalismo, van diciendo una serie de cosas que no iluminan absolutamente nada ni ayudan a entender nada. Pienso que las palabras tienen que iluminar y que tienen que ayudar a entender las cosas y a solucionar los problemas.
El mejor filósofo marxista que ha habido en España ha sido Manolo Sacristán. En Barcelona dio varias conferencias a las que iban sobre todo los marxistas, pero también otros, como yo. Él explicaba que en su opinión Marx había empleado la jerga de la dialéctica porque es la que estaba de moda en su tiempo; que si Marx hubiera tenido las mismas ideas que tuvo en la época en que estaba de moda la filosofía tomista, pues habría empleado las categorías del acto y la potencia y del ente y demás. Es decir, que por casualidad le tocó la época en que estaban de moda en Alemania las nociones hegelianas y se puso a hablar innecesariamente de dialéctica y contradicciones. Solo hay una contradicción entre dos fórmulas o entre dos enunciados, uno de los cuales es la negación del otro. Pero no tiene ningún sentido decir que hay una contradicción, por ejemplo, entre personas. Tú y yo podemos estar enemistados, podemos pelearnos, pero eso no quiere decir que haya una contradicción entre nosotros.
Qué domina nuestra cultura, ¿el relativismo como lamentaba Ratzinger, o el absolutismo matemático que subyace en las sociedades tecnológicas?
Aparte de las palabras, están los palabros (risas). Las palabras sirven para entendernos, los palabros, no. Si llamamos absolutismo a decir que una verdad es absoluta, que es segura, irrefutable, pues efectivamente este absolutismo a mí me parece que es correcto en ciertos campos, sobre todo en la matemática. Así como la ciencia empírica siempre es provisional y en ella no hay nada definitivo, una prueba matemática correcta de hace cuatro mil años sigue siendo tan válida como el primer día. Eso no tiene vuelta de hoja. ¿Recuerdas aquello de James Bond de que diamonds are forever? Las pruebas matemáticas, como los diamantes, son para siempre. Si Pitágoras probó algo, probado está. En este sentido, es una verdad absoluta. Lo que pasa es que las verdades absolutas se refieren, en definitiva, a cosas ficticias, como las entidades matemáticas, que no existen en el mundo real. Einstein lo expresó muy bien: «En la medida en que las matemáticas son ciertas, no se refieren a la realidad; y en la medida en que se refieren a la realidad, no son ciertas». Platón ya lo había dicho también. Nosotros hablamos del círculo, pero cuando aplicamos esta idea a un plato o una rueda, por ejemplo, si los miramos con cuidado, veremos que no son círculos perfectos. Los círculos perfectos solo existen en el universo matemático.
Naturalmente, sería absurdo defender tesis biológicas o económicas o físicas con pretensiones absolutas; lo cual no quiere decir que la única alternativa sea un relativismo blandengue, como pretenden ciertos posmodernos. Gianni Vattimo, por ejemplo, dice que el pensamiento tiene que ser débil; que no hay que buscar la verdad, sino la caridad. Si tú me dices a mí que las ballenas son peces, y yo te corrijo y te digo que no, que son mamíferos, esto es poco caritativo. Desde mi punto de vista, este relativismo extremo es absurdo. Pero lo que no es absurdo es el relativismo moderado del sentido común, es decir, la constatación de que la historia de la ciencia nos muestra que muchas de las tesis que defendemos o de las opiniones que aceptamos en un momento dado las tenemos que revisar más adelante, cuando descubrimos nuevos datos u obtenemos nuevos resultados experimentales. Eso no significa que todo dé igual. Lo que significa es que la ciencia empírica es revisable.
En uno de sus artículos, titulado Cultura y violencia, señala que la evolución biológica nos ha proporcionado una agresividad congénita, que constituye la base de nuestra competitividad y liderazgo. ¿De qué mecanismos reguladores disponemos para no sucumbir a esta violencia?
En general, tenemos dentro de nosotros mecanismos compensatorios, que se corrigen mutuamente. Incluso los músculos funcionan así. Esto es bueno para los organismos, como la separación y equilibrio entre los poderes lo es para el Estado, según Montesquieu y los padres de la constitución norteamericana.
La agresividad no es un fenómeno específicamente humano. En muchas especies animales, los machos compiten y combaten por las hembras. Los machos más agresivos tienen más probabilidad de ganar y transmitir sus genes a la siguiente generación. Aunque muchos de estos machos son fuertes y bien armados y podrían matar a sus competidores, normalmente no lo hacen. No solo heredan el instinto agresivo, sino también los mecanismos que inhiben y controlan la agresividad. En el combate, cuando uno de los competidores nota que el otro es más fuerte, deja de pelear y hace un gesto de sometimiento. Entonces el vencedor inhibe su agresividad, acepta la sumisión y ya no ataca más al otro, con lo cual, en la mayoría de los casos, estas peleas entre machos no acaban con la muerte del adversario. Estos animales han heredado tanto la tendencia a la agresión violenta como el mecanismo de su inhibición que los lleva a contenerse.
También nosotros, los seres humanos, somos algo agresivos, pero normalmente no demasiado, pues poseemos mecanismos internos que modulan y en muchos casos inhiben la agresividad. Así, la emoción desagradable de la compasión, que nos permite ponernos imaginativamente en el lugar del otro que sufre y sufrir con él, actúa de freno de la violencia. Además, hay estímulos que disparan la simpatía y la compasión, como la cara de un cachorro o de un niño. Solo gente muy mala, con sus mecanismos inhibidores completamente embotados, son capaces de agredir o maltratar a una criatura con esa carita.
Nuestro cerebro no es un sistema unitario, fruto de un diseño inicial; es más bien el resultado chapucero de una evolución larga y azarosa. Cuando han surgido necesidades nuevas, no hemos fabricado un cerebro nuevo, sino que se han producido cambios y reajustes en el que ya teníamos. Al final, no todos los mecanismos y estructuras cerebrales van en la misma dirección. Piensa en el fumador. Por un lado, el fumador sabe que el tabaco le perjudica y que le conviene dejar de fumar; por eso, decide dejarlo; por otro lado, el núcleo accumbens de su cerebro, que ya ha producido muchos receptores de nicotina, se desasosiega al no recibir un aporte de nicotina y solamente se calma cuando se enchufan a los receptores suficientes moléculas de nicotina. En esa situación, una parte del cerebro quiere dejar de fumar y otra no quiere; por tanto, no hay una voluntad unitaria, sino que diversas estructuras cerebrales actúan cada una por su cuenta. Lo mismo ocurre con la agresividad y la compasión.
¿Y existe una moral innata tal como postula Marc Hauser?
No. Tenemos emociones morales congénitas, pero la moral como sistema de normas no es congénita, sino cultural, es parte de la cultura. Por eso a veces la moral cambia, mientras que los mecanismos congénitos son invariables. Personas distintas pueden tener ideas morales diferentes. Incluso la misma persona puede cambiar de ideas morales a lo largo de su vida. Por ejemplo, hay cazadores que en un momento dado sienten que lo de cazar animales que no les han hecho nada es una salvajada y dejan de cazar, pasándose a la fotografía. Lo mismo ocurre con el gusto y la estética. Los niños tienen una preferencia congénita por lo dulce, pero luego puede cambiar. Yo al principio tomaba el café con azúcar, pero a partir de cierto momento preferí su gusto amargo y ahora lo tomo sin azúcar.
En sus libros siempre habla del ser humano como humán o humanes…
El humán es el ser humano en general, tanto si es hombre como mujer. El hombre es el humán macho. Es una cuestión meramente semántica. Se trata de exactamente la misma distinción que hace el griego entre ánthropos y aner, o el alemán entre Mensch y Mann, por ejemplo. Hubo una temporada en la que tuve que dar unas conferencias sobre temas relacionados con la política, las elecciones, el feminismo y otros temas similares. Me encontré con que, siempre que hablaba de «los derechos del hombre» o del «principio de un hombre, un voto», nunca quedaba claro si me refería a seres humanos cualesquiera o solo a seres humanos machos. Esto provocaba malentendidos y discusiones que hacían perder el tiempo, que se acabaron con la distinción entre humanes y hombres. Obviamente, todos los hombres son humanes, pero no a la inversa. Cuando dices, por ejemplo, que en tal país a partir de tal año todos los hombres tienen derecho al voto, no queda claro lo que dices; tienes que dar dos fechas, la fecha a partir de la cual todos los hombres adultos tienen derecho al voto y otra fecha posterior a partir de la cual todos los humanes adultos tienen derecho al voto, aunque sean mujeres.
Cuando iba a China al principio, y China era más pobre, había tres tipos de váter: las letrinas para hombres, con el signo chino de hombre; las de mujer, con otro signo; y finalmente, las de human, abiertas a ambos sexos. En español, la terminología no es tan clara, pero tenemos la raíz human-, que usamos en palabras como «humano» y «humanidad» y ahora también en el sustantivo «humán», que carece de contenido filosófico o connotación ideológica alguna.
[No está registrada por la RAE]
Con el título de su libro A favor de los toros, llama a las cosas por su nombre, no es A favor del toreo. ¿Esta tendencia a utilizar el lenguaje para cambiar el sentido de las cosas forma parte de lo que Chomsky denomina la dotación innata lingüística con la que nacemos o es un producto cultural?
Chomsky se refiere a la capacidad congénita que tenemos los humanes hacia los dos años de edad de reconstruir la gramática entera de una lengua en nuestro cerebro tras oír una muestra muy limitada de oraciones de esa lengua. En cualquier caso, a mí me gusta la claridad y pienso que todo pensador debería esforzarse por hablar con claridad y precisión. Cuando quiera escribir en contra de los hombres que maltratan a las mujeres, escribiré a favor de las mujeres. Cuando he escrito en contra de los hombres que maltratan a los toros, he escrito a favor de los toros y en contra de sus maltratadores. De Goya es la frase de que «el sueño de la razón produce monstruos». Uno de ellos es la monstruosidad semántica de decir «A mí me gustan los toros» para indicar que uno odia a los toros y que lo que le gusta es verlos ensangrentados y torturados en público hasta la muerte.
Miquel Barceló nos decía en una entrevista que la clonación de humanos, en cuanto sea técnicamente posible, se hará. En uno de sus artículos hablaba del tema. ¿Hay argumentos racionales para permitir la clonación reproductiva pero no la terapéutica?
A mí en realidad me importa un bledo todo esto de la clonación. Simplemente me parece que por ignorancia de los hechos de la biología, los periodistas, que a veces no tienen ni idea de lo que están hablando, han generado una cierta alarma social excesiva por este asunto de la clonación. Para empezar, no se ha clonado nunca a ningún ser humano, y tampoco a un chimpancé, o a ningún primate de ningún tipo. No sabemos si se puede hacer o no. Lo que sí hay es una cierta clonación natural, incluso en el caso humano, que es la que se produce cuando una mujer tiene gemelos monocigóticos. Un espermatozoide fecunda al óvulo y el cigoto, apenas formado, hace una pausa y empieza a clonarse, formando otro cigoto idéntico. Hay otros mamíferos que siempre se clonan, como los armadillos, que tienen unas camadas de cuatro crías que se producen por clonación en el seno materno. Desde luego, en la naturaleza en su conjunto, incluyendo bacterias, arqueas y protistos, la clonación es la manera normal de reproducirse, mucho más frecuente que la reproducción sexual.
Algunos periodistas fantasiosos han advertido del presunto peligro de que el mundo se llene de copias de Hitler. Son cosas que no tienen pies ni cabeza, aparte de ser imposibles. Además, aunque Hitler viviera y pudiera clonarse, tendría todo el interés del mundo en evitarlo. Lo último que desea un dictador es crear sus propios competidores (risas).
Creo que algo no puede juzgarse como malo simplemente porque sea novedoso e inédito. Tenemos que estar abiertos a los nuevos desarrollos y analizar sus peligros y oportunidades caso por caso.
Decía en su artículo que le parece bien que si una familia pierde un hijo pudiera clonarse.
Sí, claro, por qué no. No solamente si pierde un hijo; también si pierde una hija. Y si quieren mucho a su perro, con el que están encantados, y resulta que lo ha atropellado un coche y lo ha matado, no veo objeción alguna a clonarlo a partir de alguna de sus células, siempre que se lo paguen ellos de su propio bolsillo. No entiendo que ello pueda producir alarma social alguna.
Ha dicho a veces que el aparato coercitivo del Estado se pone al servicio de la moral católica. Aquí la moral católica influiría bastante, ¿no?
La moral católica es una moral extremadamente fijista. Aunque, de hecho, va cambiando constantemente, pues cada papa es diferente. Los musulmanes piensan que todo está escrito desde toda la eternidad en el Corán. Y aunque los cristianos, que en el pasado han sido tan fanáticos o más que los islamistas, se han moderado bastante, siguen teniendo estos grupúsculos fanatizados que se autodenominan provida. Lo cierto es que las palabras «célula madre» no aparecen en toda la Biblia. El gran argumento en contra del aborto es que en realidad es un robo, porque la vida pertenece a Dios y no a su madre. ¡Qué absurdo galimatías! Todas las conclusiones prácticas a las que lleguemos ahora están sujetas a revisión en el futuro, en función de los nuevos datos con que podamos contar.
En su diccionario de lógica y filosofía de la ciencia me han llamado la atención la cantidad de paradojas que nos describe. Hasta trece. Algunas, como la del mentiroso, son muy conocidas. ¿Cuál es su favorita?
Me fascinan las paradojas, en las que topamos con los límites del lenguaje. Una de mis favoritas es la paradoja de Cervantes, que aparece en El Quijote. Está Sancho de gobernador de la ínsula Barataria. Hay una ley que dice que a todo forastero que quiera entrar en la ciudad hay que preguntarle que a qué viene. Si dice la verdad, los guardias le dejan entrar. Si dice una mentira, le cortan la cabeza. Llega un forastero y a la pregunta de a qué viene, contesta: «A que me corten la cabeza». Si se la cortan, habría dicho la verdad y deberían haberlo dejado entrar. Si no se la cortan, habría mentido, y deberían haberle cortado la cabeza. Esta ley era, pues, imposible de cumplir. Como decía Wittgenstein, tenemos que estar atentos a las trampas que nos tiende el lenguaje; las paradojas nos ayudan a estar atentos.
Entrevista a Jesús Mosterín, Jot Down


El primer ministro de India, el sij Manmohan Singh, siempre luce turbante. Los sijs piensan que los cabellos forman parte de nuestra naturaleza, que crecen por la gracia de Dios y que no hay razón alguna para cortarlos. No se los cortan nunca, sino que los arremolinan sobre la cabeza y los cubren con el turbante. En resumen, los sijs prohíben cortarse el pelo, pero se lo prohíben a sí mismos, no a los demás. El sijismo es una religión tolerante. Y Singh es uno de los líderes políticos más respetados del mundo actual. Aunque es el jefe del Gobierno, y aunque él no se lo corta, no se le ocurriría prohibir el corte de pelo al resto de los indios ni imponer el turbante a golpe de decreto. Singh es un auténtico demócrata, que no pretende abusar del monopolio legal de la violencia que ejerce el Estado para imponer las opiniones y valores de su secta a los ciudadanos que no las comparten.
El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que tantas cosas hizo mal, hizo bien algunas, como la ley orgánica de 2010 que despenaliza la práctica voluntaria del aborto durante las primeras 14 semanas del embarazo. Con esta ley tan moderada y poco original, no hacía sino adaptar la legislación española a lo que es normal en toda Europa (con la excepción de Irlanda y Polonia, bloqueadas por la tremenda interferencia eclesiástica) y en casi todo el mundo desarrollado, desde Estados Unidos y Canadá hasta China y Japón, pasando por India, Rusia, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, etcétera.
En su gestión al frente de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón sobresalió como el alcalde más derrochador de España, acumulando los mayores déficits y los más abultados impagos a proveedores, multiplicando la deuda de la ciudad por cuatro y haciéndola seis veces mayor que la de Barcelona. Es sorprendente que un Gobierno como el de Rajoy, enfocado en la reducción del déficit, lo premiase nombrándolo ministro. Y es asombroso que le permita desviar la atención política desde la resolución de la grave crisis económica actual hacia las anacrónicas reivindicaciones episcopales sobre el aborto. En cuanto tomó posesión de su cargo, Gallardón anunció una cruzada contra las mujeres que quisieran ejercer su libertad reproductiva. Las decisiones sobre el embarazo no las deben tomar las embarazadas, sino los obispos, como en Irlanda, donde las mujeres se van a abortar a Inglaterra. Más adelante, y en plan displicente, indicó que no iba a meter en la cárcel a las mujeres que quisieran abortar (aunque no aclaró si les pagaría el viaje a Inglaterra), pues en realidad eran víctimas. Desde luego, si se cumplen sus planes, serán víctimas de Gallardón. Todos debemos respetar las ideas y valores católicos fundamentalistas del ministro mientras se limite a aplicarlas en su vida privada o en el entorno de sus correligionarios, como hace Singh en India. Lo que no es de recibo es que pretenda poner el aparato coercitivo del Estado al servicio de la imposición de la moral católica a los no católicos.
En nuestra especie, el desarrollo uterino dura unas 39 semanas, las primeras ocho de las cuales constituyen el periodo embrionario, en el que más de un tercio de los embriones abortan espontáneamente, sin que la madre ni siquiera se entere. La mayoría de los abortos inducidos (en Inglaterra, el 70%) se producen también durante el periodo embrionario. A partir de la novena semana, el embrión pasa a llamarse feto. El feto, que inicialmente pesa unos ocho gramos, va creciendo y desarrollándose todo el tiempo hasta el nacimiento. Las conexiones tálamo-corticales del cerebro, que son esenciales para el posterior desarrollo de percepciones y sentimientos, no empiezan a formarse hasta las 28 semanas. Por eso es seguro que en las primeras 14 semanas no hay posibilidad alguna de actividad psíquica o vida personal. Naturalmente, el embrión es un ser vivo, pero también lo es el mosquito e incluso las bacterias. La mayoría de las mujeres embarazadas quieren llevar a término su embarazo y parir un bebé sano; ese bebé es lo más importante del mundo para ellas. El aborto siempre es un trauma y ninguna mujer lo realizaría a la ligera. La creación de un nuevo ser humano es un milagro maravilloso, pero la elección del momento oportuno para producir milagros en el vientre de una mujer debe realizarla esa mujer, no el ministro u obispo de turno. Por eso casi todos los países desarrollados han adoptado leyes de plazos como la española actual. No hay razón alguna para variarla.
Especialmente inquietantes son los anuncios de Gallardón de que quiere obligar a los padres que han tenido la desgracia de concebir un feto con graves malformaciones a llevar a término el embarazo, condenándolos a ellos, al hijo y a la sociedad a incontables sufrimientos inútiles y sin esperanza. Un gran progreso del mundo civilizado ha consistido en que las madres se enteren por adelantado de si han tenido la mala suerte de concebir un embrión malformado que no ha abortado espontáneamente (como suele suceder) y así puedan provocar su aborto inducido. Como declaraba recientemente una madre valenciana que acababa de abortar un feto con síndrome de Down y varias otras malformaciones, “prefiero llorar un mes que llorar toda la vida”. Desde luego, los padres que decidan llevar a término el embarazo del feto defectuoso y que deseen sacrificar sus vidas por criarlo, merecen respeto y apoyo, aunque no suele ser eso lo que elige la mayoría de la gente razonable en ningún país del mundo. Los padres que prefieran tener hijos capaces de vivir una vida humana en plenitud también tienen derecho a abortar cuando los datos genéticos les hayan sido desfavorables y a ensayar una nueva partida. La reproducción y la gestación de un hijo son algo demasiado importante para dejarlo al albur del azar. En cualquier caso, es a los padres, y no a Gallardón, a quienes corresponde decidir.
Tanto el partido republicano de Estados Unidos como el PP de España son conglomerados, que, junto a conservadores y liberales, incluyen una facción de extrema derecha cristiana, monotemáticamente obsesionada por su oposición a la libertad reproductiva de las mujeres y por su celebración de la enfermedad y la malformación de los fetos como pruebas a las que Dios nos somete para hacernos sufrir en este valle de lágrimas; esta inversión en sufrimiento será recompensada en ultratumba al ciento por uno. Dios nos libre de estos asesores en inversiones escatológicas y de su timo de la estampita. Los republicanos estadounidenses han perdido las dos últimas elecciones en parte por la ultraderecha cristiana, que atrae a votantes extremistas en las primarias, pero provoca rechazo entre la mayoría moderada de los electores.
Sarah Palin, compañera de candidatura del republicano Cain en las elecciones de 2008, siempre ha presumido de negarse a abortar su feto Trig con el síndrome de Down, lo que le valió una gran popularidad entre los fanáticos antiabortistas, pero al final quitó votos a Cain, que perdió las elecciones. En los últimos comicios (en 2012), el ultraderechista cristiano Rick Santorum estuvo a punto de arrebatar la candidatura republicana a Mitt Romney, al que acorraló con su retórica, obligándolo a adoptar posiciones más extremas y menos atractivas para el público que las que habitualmente había defendido. El programa de Santorum se reduce a una glorificación demencial del sufrimiento, la enfermedad y la malformación. No solo se opone (sin éxito) a todo aborto, incluso tras una violación, sino que incluso ha dedicado su propia vida a tan extraño empeño. Su hijo Gabriel era un feto inviable que nació prematuramente (a las 20 semanas) y murió de inmediato. No obstante, Santorum y su mujer se empeñaron en dormir con el cadáver en el hospital, lo llevaron a casa y lo presentaron a sus otros hijos como su “hermano Gabriel”. En 2008, y contra la opinión de los médicos, se empeñó en que naciera su hija Isabella, con malformaciones tan graves como la letal trisomía 18 (tres copias del cromosoma 18). Esa pobre criatura ha pasado su breve vida en quirófanos. De todos modos, tanto Palin como Santorum son belicistas acérrimos, defensores de todas las guerras y partidarios a ultranza de las armas de fuego y de la Asociación Americana del Rifle.
Una cruzada contra la libertad reproductiva, Jesús Mosterín [El País, 21 de mayo de 2015]
El islam es la segunda religión del mundo por el número de sus adeptos (unos 1.500 millones) y está en camino de convertirse en la primera. Los países miembros de la Conferencia Islámica albergan tres cuartas partes de las reservas mundiales de petróleo. Sin embargo, el auge demográfico y la lotería petrolera no han evitado el fracaso político y económico del islam actual, ni su atraso cultural e intelectual.
El mundo islámico tuvo una época de esplendor entre los siglos VIII y XII, durante los cuales fue bastante más rico, refinado, tolerante y avanzado que la Europa de su tiempo. La diferencia se puso de relieve durante las Cruzadas, un choque violento unilateralmente provocado por los cristianos, que dieron muestras de mayor fanatismo y brutalidad que los muslimes.
En 1097 los cruzados conquistaron la ciudad de Maarat. A pesar de haber prometido respetar la vida de sus habitantes, se lanzaron a una orgía de sangre, pasando a cuchillo a toda la población. En su furia desatada, incluso llegaron al canibalismo, comiéndose a muslimes adultos cocidos y a niños empalados y asados a la parrilla, según confirman tanto las fuentes musulmanas como las cristianas. Cuando dos años más tarde los cruzados consiguieron conquistar Jerusalén, lo primero que hicieron fue lanzarse al pillaje y organizar una impresionante carnicería, degollando a casi todos sus habitantes. Los judíos supervivientes fueron encerrados en una sinagoga y quemados vivos dentro.
El cronista Raimundo de Aguilers, que estaba presente, describe así la situación: “Por las calles y plazas se veían montones de cabezas, manos y pies cortados. En el Templo y en el pórtico de Salomón, los nuestros cabalgaban en la sangre de los sarracenos, que les llegaba hasta las rodillas. Justo y admirable juicio de Dios, que quiso que este lugar recibiese la sangre de aquellos mismos que durante tanto tiempo lo habían manchado con sus blasfemias”.
Los muslimes, más tranquilos y refinados, quedaron conmocionados por la ferocidad de los cruzados, una conmoción que todavía perdura en la zona y que es comparable a la que entre nosotros produjo el ataque de Al Qaeda a las torres gemelas de Nueva York en 2001. La crueldad de la conquista cristiana de Jerusalén contrasta con la caballerosidad y moderación de su reconquista por Saladino, 90 años después. Los judíos medievales, desde luego, siempre prefirieron estar bajo la férula del islam que aguantar el fanatismo de los cristianos.
Las tres grandes religiones monoteístas se parecen mucho y sus ideas proceden del tronco común judaico, del que el cristianismo y el islam pueden considerarse herejías. Las tres parten de la idea del Dios único, en torno a la cual construyen sus elucubraciones doctrinales. En cualquier caso, la teología islámica es más razonable y menos confusa que la cristiana, pues no está lastrada por el galimatías de la Santísima Trinidad.
A diferencia de otras religiones en que la relación del creyente con la divinidad pasa por intermediarios como los sacerdotes o la Iglesia, el islam insiste en la relación directa del creyente con Alá, lo cual podría favorecer la libertad de pensamiento. En 529 el emperador Justiniano cerró la escuela filosófica de Atenas, sumiendo a Europa en un largo periodo de oscuridad. Mientras las luces postreras de la ciencia griega se apagaban, sus últimos portadores buscaban refugio en el Próximo Oriente, entre los persas y árabes, más tolerantes y curiosos que los cristianos fanáticos de los que huían. Sus sucesores, junto a otros eruditos judíos y cristianos nestorianos, se lanzaron a traducir del griego al árabe los textos de la filosofía y la ciencia helénicas; sabios llegados de India traducían del sánscrito, patrocinados todos por el Califato abasí a través de la Casa de la Sabiduría de Bagdad.
La filosofía renació en pensadores islámicos como Al Farabi, Avicena o Averroes, hombres de gran originalidad y audacia intelectual. Científicos de enorme calibre, como Al Jwarismi, Al Razi, Omar Jayam, Biruni o Ibn Jaldún contribuyeron al progreso de la ciencia. Sus textos fueron traducidos al latín e influyeron en el pensamiento europeo. El matemático, astrónomo, filósofo y poeta persa Omar Jayam adoptó una posición materialista y escéptica. No tuvo pelos en la lengua a la hora de criticar la religión dogmática y literalista predominante ni al expresar sus dudas sobre la inmortalidad del alma, lo que le acarreó no pocos conflictos, que superó gracias a su prestigio.
La sociedad musulmana de entonces era lo suficientemente libre y abierta como para tolerar opiniones divergentes o heterodoxas y para respetar y admirar el trabajo científico. Posteriormente, la cultura islámica perdió todo su dinamismo, frescura y creatividad para caer en el dogmatismo estéril, la intolerancia y la cerrazón mental (el funda-mental-ismo). El mundo islámico no ha desempeñado papel alguno en el desarrollo de la ciencia moderna y apenas tiene presencia en la investigación actual.
Seis de los ocho países más pobres del mundo son miembros de la Conferencia Islámica. Exceptuando las plutocracias hereditarias asentadas sobre el petróleo, la mayoría de los muslimes vive en la miseria, que tiene muchas causas: la explosión demográfica, la educación inútil de las madrazas, reducida a aprender el Corán de memoria, la obsesión por ocultar y reprimir a las mujeres, el fatalismo, la corrupción desenfrenada e incluso la imposición de normas religiosas a la actividad financiera, como la que prohíbe el crédito con interés. De hecho, no solo el Corán condena el préstamo con interés; también lo hace la Biblia. Los cristianos y judíos medievales condenaban la usura en los mismos términos que los musulmanes. La diferencia consiste en que los cristianos y judíos se fueron olvidando de esa prohibición, propia de una sociedad primitiva de pastores de cabras, y aceptaron los créditos con interés en sus transacciones, mientras que los ulemas se aferraron a las regulaciones ancestrales.
La mayor parte de las noticias sobre el islam de las últimas décadas se refieren a los continuos atentados terroristas. El odio a América, a Israel y a India, a los extranjeros y turistas y al mundo moderno en general, combinado con la obsesión por ocultar y reprimir a las mujeres y con la intolerancia virulenta hacia las otras sectas, disidencias y presuntas apostasías del propio mundo musulmán, incluyendo a los sufíes y los chiíes, ha conducido a la glorificación del terrorista suicida y a una constante crispación y agresividad. Desde luego, no todos los actos de terror son obra de radicales islámicos, pero sí la mayor parte. Más esperanzadoras son las noticias de las recientes revueltas árabes, a veces iniciadas por jóvenes modernos conectados a Internet. Sin embargo, las elecciones libres que han logrado convocar han acabado siendo ganadas por los tradicionalistas religiosos, que son los únicos que llevan generaciones adoctrinando a las masas.
A diferencia de la mayoría de los cristianos y judíos (y no digamos de los japoneses o chinos), que cada vez se han ido haciendo más escépticos y tolerantes y consideran su religión como una mera tradición cultural entre otras, muchos muslimes conservan un fervor religioso exacerbado que los hace inasequibles al sentido del humor. Cuando en 2005 un modesto diario danés publicó en su página de humor unas triviales caricaturas de Mahoma, los que no las habían visto enseguida las calificaron de blasfemas. Las embajadas danesa y noruega en Siria fueron incendiadas y en las violentas manifestaciones de protesta atizadas por los ulemas se produjeron más de 100 muertos. En contraste con esa reacción y también en 2005, la cantante Madonna dio un concierto en el estadio olímpico de Roma, a solo 3 kilómetros del Vaticano, en que aparecía “crucificada” y cantaba desde la cruz. Aunque el concierto fue calificado de blasfemo por la jerarquía católica, a nadie en Italia se le ocurrió prohibirlo, no hubo manifestaciones en contra e incluso fue un éxito de público.
Esplendor y miseria del Islam, Jesús Mosterín [El País, 9 de abril de 2012]


La compasión es la emoción desagradable que sentimos cuando nos ponemos imaginativamente en el lugar de otro que padece, y padecemos con él, lo compadecemos. Hemos empezado a entender el mecanismo de la compasión gracias a Giacomo Rizzolatti, descubridor de las neuronas espejo, que se disparan en nuestro cerebro tanto cuando hacemos o sentimos ciertas cosas como cuando vemos que otro las hace o siente. Las neuronas espejo de la ínsula se disparan y producen en nosotros una sensación penosa cuando vemos a otro sufriendo. Esta capacidad puede ejercitarse y afinarse o, al contrario, embotarse por falta de uso.
Los pensadores de la Ilustración, desde Adam Smith hasta Jeremy Bentham, pusieron la compasión en el centro de sus preocupaciones. David Hume pensaba que la compasión es la emoción moral fundamental (junto al amor por uno mismo). Charles Darwin consideraba la compasión la más noble de nuestras virtudes. Opuesto a la esclavitud y horrorizado por la crueldad de los fueguinos de la Patagonia con los extraños, introdujo su idea del círculo en expansión de la compasión para explicar el progreso moral de la humanidad. Los hombres más primitivos sólo se compadecían de sus amigos y parientes; luego este sentimiento se iría extendiendo a otros grupos, naciones, razas y especies. Darwin pensaba que el círculo de la compasión seguirá extendiéndose hasta que llegue a su lógica conclusión, es decir, hasta que abarque a todas las criaturas capaces de sufrir.
El pensamiento indio, y en especial el budismo y el jainismo, consideran que la ahimsa (la no-violencia, la no-crueldad, la compasión frente a todas las criaturas sensibles) es el principio central de la ética. En contraste con el silencio de la jerarquía católica, el Dalai Lama ha reclamado públicamente la abolición de las corridas de toros. Al rey Juan Carlos, ya desprestigiado por sus continuas cacerías, no se le ocurre otra cosa que salir ahora en defensa de la tauromaquia. Más le valdría identificarse con su antecesor ilustrado Carlos III, que prohibió las corridas de toros, que con el cutre y absolutista Fernando VII, que las promovió.
El conocimiento facilita la empatía. Como decía Francis Crick (el descubridor de la doble hélice), los únicos autores que dudan del dolor de los perros son los que no tienen perro. Muchos españoles no dudan del dolor de los perros ni de los toros. Cuando un degenerado cortó con una sierra eléctrica las patas de los perros de la perrera de Tarragona y los dejó desangrarse hasta la muerte, más de medio millón de españoles estamparon su firma en una petición al Congreso exigiendo la introducción del maltrato animal en el Código Penal. En Cataluña todas las encuestas indican una gran mayoría a favor de la abolición de la tauromaquia, solicitada al Parlamento catalán por más de 200.000 firmas. Yo conozco a varios firmantes de la petición; todos lo hicieron por compasión, ninguno por nacionalismo.
Los defensores de la tauromaquia siempre repiten los mismos argumentos a favor de la crueldad; si se tomaran en serio, justificarían también la tortura de los seres humanos. Ya sé que los toros no son lo mismo que los hombres, pero la corrección lógica de las argumentaciones depende exclusivamente de su forma, no de su contenido. En eso consiste el carácter formal de la lógica. Si aceptamos un argumento como correcto, tenemos que aceptar como igualmente correcto cualquier otro que tenga la misma forma lógica, aunque ambos traten de cosas muy diferentes. A la inversa, si rechazamos un argumento por incorrecto, también debemos rechazar cualquier otro con la misma forma. Incluso escritores insignes como Fernando Savater y Mario Vargas Llosa, en sus recientes apologías de la tauromaquia publicadas en este diario, no han logrado formular un solo argumento que se tenga en pie, pues aceptan y rechazan a la vez razonamientos con idéntica forma lógica por el mero hecho de que sus conclusiones se refieran en un caso a toros y en otro a seres humanos.
Ambos autores insisten en el argumento inválido de que también hay otros casos de crueldad con los animales, lo que justificaría la tauromaquia. Savater nos ofrece una larga lista de maltratos a los animales, remontándose nada menos que al sufrimiento infligido por Aníbal a sus elefantes cuando los hizo atravesar los Alpes. En efecto, debieron de sufrir mucho, pero no más que los soldados, la mayoría de los cuales no lograron sobrevivir a la aventura italiana del caudillo cartaginés. Si esto fuese una justificación del maltrato animal, también lo sería del maltrato humano y de la agresión militar. Vargas Llosa pone el ejemplo de la langosta arrojada viva al agua hirviente para dar más gusto a ciertos gourmets. Esto justificaría las corridas, pues también las langostas sufren. También es cruel la obtención del foie-gras de ganso torturado, pero por eso mismo el foie-gras ya ha sido prohibido en varios Estados de EE UU y en varios países de la UE. En cualquier caso, sabemos que los toros sienten dolor como nosotros, pues el sistema límbico y las partes del cerebro involucradas en el dolor son muy parecidos en todos los mamíferos. El neurólogo José Rodríguez Delgado hizo sus famosos experimentos para localizar los centros del placer y el dolor en el cerebro de toros y hombres y no encontró diferencias apreciables. Desde luego, el mundo está lleno de salvajadas y crueldades contra los animales humanos y no humanos, pero este hecho lamentable no justifica nada.
Se aduce que la tauromaquia forma parte de la tradición española, como si lo tradicional fuera una justificación ética, lo que obviamente no es. Todas las costumbres abominables, injustas o crueles son tradicionales allí donde se practican. Vargas Llosa siempre ha polemizado contra la corrupción y la dictadura en América Latina, pero ambas son desgraciadamente tradicionales en muchos de esos países. También ha puesto a Chile como ejemplo a seguir por los demás países sudamericanos. Pero Chile prohibió las corridas de toros hace ya dos siglos, el mismo día y por el mismo decreto que abolió la esclavitud.
Antes los caballos salían a la plaza de toros sin protección alguna y durante la suerte de varas casi siempre acababan destripados y con los intestinos por el suelo. Por otro lado, como los toros no querían combatir y huían, les introducían en el cuerpo banderillas de fuego (petardos que estallaban en su interior y desgarraban sus carnes), a ver si así, enloquecidos de dolor, se decidían a embestir. En 1928 al general Primo de Rivera se le ocurrió invitar a una elegante dama parisina, hermana de un ministro francés, a una corrida de toros en Aranjuez. Cuando la dama empezó a ver la sangre brotar a borbotones, los intestinos de los caballos caer a su lado y los petardos estallar dentro de los toros, casi le dio un patatús de tanta repugnancia e indignación como le produjo el espectáculo. El general, avergonzado, ordenó al día siguiente que se cambiase el reglamento taurino, suprimiendo los aspectos que más pudieran escandalizar a los extranjeros, a quienes se suponía una sensibilidad menos embotada que a los aficionados locales.
Los toros pertenecen a la misma especie que las vacas lecheras, aunque no hayan sido tan modificados por selección artificial. Son herbívoros y rumiantes, especialistas en la huida, no en el combate, aunque en la corrida se los obligue a defenderse a cornadas. Los taurinos dicen que la tauromaquia es la única manera de conservar los toros "bravos". Pero hay una solución mejor: transformar las dehesas en que se crían (a veces de gran valor ecológico) en reservas naturales. Algunos añaden que, puesto que no se ha maltratado a los toros con anterioridad, hay que torturarlos atrozmente antes de morir. ¿Aceptarían estos taurinos que a ellos se les aplicase el mismo razonamiento?
Los amigos de la libertad nunca hemos pretendido que no se pueda prohibir nada. Aunque pensamos que nadie debe inmiscuirse en las interacciones voluntarias entre adultos, admitimos y propugnamos la prohibición de cualquier tipo de tortura y de crueldad innecesaria. Si aquí y ahora hablamos de la tauromaquia, no es porque sea la única o la peor forma de crueldad, sino porque su abolición ya está sometida a debate legislativo en Cataluña. Si allí se consigue, el debate se trasladará al resto de España y a los otros países implicados. No sabemos cuándo acabará esta discusión, pero sí cómo acabará. A la larga, la crueldad es indefendible. Todos los buenos argumentos y todos los buenos sentimientos apuntan al triunfo de la compasión.
El triunfo de la compasión, Jesús Mosterín [El País, 9 de mayo de 2010]


El rey Juan Carlos I ha desempeñado un papel indudablemente positivo en dos momentos delicados de nuestra historia reciente. La transición de la dictadura de Francisco Franco a la actual democracia española habría sido más difícil y arriesgada sin la presencia de un puente que uniera ambas orillas con el beneplácito más o menos explícito de todos los bandos implicados.
El generalísimo Franco nombró a Juan Carlos de Borbón como su sucesor en la jefatura del Estado, por lo que los franquistas no tuvieron más remedio que aceptarlo, por muy a regañadientes que fuera. Franco murió el 20 de noviembre de 1975 y sólo dos días después Juan Carlos juró como Rey ante las Cortes del régimen moribundo. Al cabo de unos meses, Juan Carlos nombró jefe de Gobierno a Adolfo Suárez, ministro de la Falange reconvertido en instaurador de la democracia. El 23 de febrero de 1981 los fantasmas del anterior régimen todavía nos depararon el esperpento televisado del asalto al Congreso por Antonio Tejero al frente de 200 guardias civiles. Pistola en mano y dedo en el gatillo, Tejero mantuvo secuestrados a los diputados durante 18 horas, a la espera de que se le uniesen las unidades militares. Juan Carlos I, vestido de uniforme de capitán general, apareció en la televisión y ordenó a los militares que se mantuviesen dentro de la ley y obedeciesen a las autoridades legítimas, con lo que la intentona quedó abortada. En ambas ocasiones Juan Carlos de Borbón, bien aconsejado, estuvo a la altura de las circunstancias.
En las distancias cortas, Juan Carlos es campechano y jovial, y fácilmente despierta la simpatía de sus interlocutores. No destaca por sus virtudes intelectuales ni por su fina sensibilidad, pero ello tampoco es exigible a un monarca constitucional, que en definitiva es una figura decorativa, a la que basta con no provocar escándalos para mantener su trono. Aquí no me refiero a pecadillos triviales, sino a conductas que produzcan indignación moral profunda o que choquen frontalmente con los valores de nuestra época.
Hoy en día, la conciencia ecológica y bioética y la preocupación por la vida en nuestro planeta desempeñan un papel fundamental en la emergente cultura global. Aunque la caza tenía mucho sentido durante el Paleolítico, lo perdió por completo tras la revolución del Neolítico, que tuvo lugar hace unos diez mil años. Es cierto que a los reyes asirios les llevaban leones en jaulas para que el monarca los alancease. Se suponía que el rey siempre estaba machacando cabezas de enemigos y que en los ratos libres se entretendría matando animales. Todavía a mediados del siglo XX, los jerarcas del franquismo y los hombres de negocios enchufados intercambiaban favores corruptos a la sombra de la complicidad establecida durante sus cacerías compartidas, que además aliviaban su exceso de testosterona. Varias de las mejores películas del cine español, como La caza, de Carlos Saura, o La escopeta nacional, de Luis García Berlanga, testimonian de este oscuro periodo.
[cacerías compartidas sigue habiendo.]
En cualquier caso, ahora vivimos en el siglo XXI, cuyos valores e inquietudes no son los del Paleolítico ni los del Imperio Asirio y ni siquiera los del franquismo. Incluso en Inglaterra ya han prohibido su tradicional caza del zorro, y eso que el zorro no está en peligro de extinción. En su tiempo, Félix Rodríguez de la Fuente trató de atraer a Juan Carlos hacia la nueva sensibilidad, pero la muerte prematura del primero privó al segundo de una saludable influencia que quizás habría acabado apartándolo del gatillo, por el que siempre ha sentido afición. Las especies en peligro de extinción son objeto de intensa preocupación, sobre todo si se trata de animales tan notables y emblemáticos como el oso. Los osos, que ya eran abundantes en la península Ibérica en el Pleistoceno medio, han sido perseguidos con saña hasta su casi total exterminio. ¿Dónde están los osos de Madrid, la villa del oso y del madroño, dónde están los osos que dan su nombre al gran monasterio gallego de Oseira? Los millones de niños enamorados de sus osos de peluche, ¿tendrán la oportunidad de ver osos de verdad en el futuro? La Unión Europea se está gastando millones de euros en reintroducir algunos osos en las zonas de las que habían desaparecido, como los Pirineos. Un número grande y creciente de españoles comparte esta preocupación y contempla con indignación moral que todavía se sigan cazando estos magníficos y escasos animales.
[caso Nóos también nos provoca indignación moral.]
La pulsión del dedo que aprieta el gatillo y produce el derrumbe del animal grande y hermoso lleva a cazadores adinerados y sin escrúpulos a ofrecer sumas ingentes de dinero a agencias como Abies Hunting, especializadas en organizar cacerías terribles de elefantes en África o de osos en Europa. La zona de Europa donde todavía podría salvarse una población viable de osos está en los Cárpatos de Rumania, aunque incluso allí la población se ha reducido a la mitad en los últimos años y empieza a estar amenazada. El sanguinario dictador Nicolae Ceausescu solía desfogar sus malos instintos con la caza de osos desde su chalet de Covasna, en plena Transilvania, la tierra de Drácula. El ex comunista Adrian Nastase fue primer ministro de Rumania hasta diciembre de 2004, en que perdió las elecciones ante el demócrata Traian Básescu. Nastase era también presidente de la Asociación Rumana de Cazadores y atraía a personajes ricos o influyentes conocidos por su afición al gatillo con la promesa de ofrecerles osos que fusilar y, para mayor morbo, alojándolos en el chalet de caza del mismísimo Ceausescu.
En octubre de 2004, en los últimos días de Nastase en el poder, la agencia Abies Hunting organizó a Juan Carlos de Borbón un viaje privado para matar osos en los Cárpatos. El Rey pasó el fin de semana en Covasna, hospedado en el chalet del dictador Ceausescu, y le dio gusto al dedo accionando repetidamente el gatillo y abatiendo a tiros a cinco osos y otros animales. El escándalo estalló en la prensa rumana y rápidamente dio la vuelta al mundo a través de Internet. Apenas tres meses después, en enero de 2005, la prensa austriaca dio a conocer una nueva cacería de Juan Carlos, llegado expresamente en avión privado a Graz con la correspondiente comitiva de guardaespaldas. Tanta cacería lejana empezaba a oler a chamusquina. El diputado Joan Tardá preguntó al Ejecutivo si pensaba pedir disculpas al pueblo rumano y si le parecía ético que el Rey gastase el dinero que le otorga el Estado en la caza de especies que en muchos países europeos, incluida España, están protegidas por la ley. El senador Iñaki Anasagasti interpeló al Gobierno español para saber "cuánto cuestan estas cacerías, quién las paga y con qué gente va". El Gobierno se escabulló como pudo, contestando que las cacerías son "actividades de carácter privado" de la Casa Real y que, por lo tanto, están "excluidas de refrendo por parte del Gobierno". También declinó informar sobre su costo, ya que "el Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global... y distribuye libremente la misma". El portavoz de la Casa Real mantuvo su mutismo, alegando no tener acceso a la agenda privada del Rey.
Pero ni por esas. La pulsión de apretar el gatillo parece ser incontenible. En octubre de 2006, Juan Carlos volvió a ir en avión especial nada menos que a Rusia a fin de abatir otro oso. El diario moscovita Kommersant ha publicado la carta del técnico responsable de la caza en la provincia rusa de Vólogda, donde había tenido lugar la presunta cacería, consistente en colocar delante del rey a un "bondadoso y alegre oso" del zoo local, llamado Mitrofán, transportado en una jaula y soltado para que el rey lo abatiese de un tiro, como así ocurrió, por lo que el técnico lamenta que con estas prácticas "se transforme la caza en una payasada sangrienta".
La noticia de que el Rey de España había ido hasta Rusia en avión especial a matar a un oso drogado enseguida ha dado la vuelta al mundo. La Casa Real se ha limitado a poner en duda que el oso estuviera drogado, que es lo de menos. Estas cacerías de animales protegidos o en peligro no incrementan precisamente el prestigio del Monarca y seguro que en su misma familia gozan de limitada aceptación. Alguien debería aconsejar al Rey, por su propio bien, que de una vez por todas aparte el dedo del gatillo.
El dedo que acciona el gatillo, Jesús Mosterín [El País, 1 de noviembre de 2006]


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