lunes, 11 de marzo de 2013

Tal vez los tiempos son así II


Selección de fragmentos de entradas de La zona fantasma

“Los libros de Sebald son eclécticos. Son muy sui generis: una mezcla de ficción, autobiografía, biografía y viajes entretejida con fotos, siempre en blanco y negro y sin leyendas. Como dice el narrador en La noche de los tiempos, la gran novela de Antonio Muñoz Molina que estoy releyendo, “La foto es el dolor del pasado; el punto fijo que se va quedando atrás en el tiempo: la cara inmóvil, en apariencia invariable, y sin embargo cada vez más lejana, más infiel, el simulacro de una sombra desvaneciéndose casi tan rápido en el papel fotográfico como en la memoria.”
W. G. Sebald: 10 años después; WILLIAM CHISLETT
Algo similar ocurrió con Antonio Muñoz Molina. “Para nosotros la palabra tradición sólo podía significar oscurantismo e ignorancia, del mismo modo que las palabras patria o patriotismo significaban exclusivamente dictadura,” dijo en una conferencia en 1993.
A diferencia de Muñoz Molina, Marías venía de una familia intelectual y algo cosmopolita, siendo su padre el filósofo Julián Marías (1914-2005) quien llevó a su familia a EE UU en 1951 por razones políticas, donde fue expuesto desde una tempranísima edad al inglés, y luego recibió una educación de élite en Madrid (en el Colegio Estudio).”

WILLIAM CHISLETT; Javier Marías como traductor; Estudio de Gareth J. Word [El Imparcial, 19 de mayo de 2012]

“Frío como otros escritores de su generación. Como Antonio Muñoz Molina o Enrique Vila-Matas, por ejemplo, cuya narración inteligente y diestra propone un juego, llena la cabeza, pero mantiene al lector siempre a prudente distancia.
Reseñas de “Los enamoramientos”; JAVIER H. MURILLO [Arcadia.com, septiembre de 2011]
El Imparcial, 10 de diciembre de 2011

“No olvidó a aquellos autores contemporáneos a los que también los premios han sido esquivos como Eduardo Mendoza o Enrique Vila-Matas. Eso no significa, aclaró Marías, que los galardones oficiales no hayan reconocido a importantes autores como el Cervantes a Juan Marsé o Rafael Sánchez Ferlosio (“que está más allá del bien y del mal”), o el Nacional a Antonio Muñoz Molina.”

Marías dice “no quiero” a Cultura [Declaraciones, 26 de octubre de 2012]

“Semana arriba o abajo, este febrero se cumplen diez años desde que inicié aquí mis colaboraciones dominicales. Llevaba ocho más haciendo algo muy parecido en otro suplemento, así que desde mi punto de vista son dieciocho de buscar tema, convencerme de que tenía algo que decir al respecto (algo levemente original o que no hubieran dicho ya otros, seguramente con más acierto), escribir mi pieza y sometérsela a los lectores en la mañana del domingo. Para ustedes es un decenio de frecuentarme, en todo caso; y, como siempre que se alcanza una cifra redonda, a uno lo asaltan las dudas. ¿No es suficiente tiempo? ¿No debería callarme, al menos una temporada? ¿Acaso es posible no repetirse, a lo largo de casi quinientas columnas? ¿No sería natural que la gente sintiera hartazgo? Ante esta pregunta siempre cabe consolarse pensando que nadie está obligado a leer la última página de El País Semanal, como a nadie se fuerza a completar el crucigrama que –si no me equivoco– aparece en el periódico a diario. Pero, aún más decisivo: ¿no sería natural, y aun saludable, que yo sintiera ese hartazgo? Si no recuerdo mal, mi ya lejano predecesor en este espacio, Antonio Muñoz Molina, lo ocupó tan sólo dos años. ¿No es excesivo, para ustedes y para mí, que lleve aquí remoloneando cinco veces más tiempo?
Piel de rinoceronte o desdén; Javier Marías [El País Semanal, 3 de febrero de 2013]


“Leí hace unas semanas, en la revista Qué leer, una entrevista con Muñoz Molina a propósito de su nuevo libro, un ensayo de actualidad. “Es que no hemos estado a la altura de las circunstancias casi nadie”, decía sobre la catastrófica situación en que hemos venido a parar. “El único que ha estado a la altura ha sido El Roto”. Y más adelante añadía: “Cuando hablo de la pérdida del espíritu crítico pienso en gran medida en mis propios colegas”. Dado que Muñoz Molina suele ser persona sensata y no proclive a las declaraciones chillonas, imaginé que podría tratarse de una inexactitud en la transcripción. Pero días más tarde, en la entrevista que Soledad Gallego-Díaz le hacía en este dominical, vi que volvía a la carga y no había lugar al error: “Hablábamos antes de intelectuales. En ese sentido, el único intelectual comprometido que había en España en 2007 era El Roto”. Tales comentarios vienen después de que el autor, según cuenta, se haya zambullido en la hemeroteca de este periódico, con vistas a escribir su obra. Muñoz Molina se incluye, desde luego, entre esos intelectuales distraídos, y bueno, puede ser: fiándome sólo de mi memoria, tengo la sensación de que lleva años escribiendo en prensa, principalmente, sobre exposiciones neoyorquinas, fotógrafos, intérpretes de jazz. Lo cual me parece muy lícito y jamás se me ocurriría reprochárselo, menos aún teniendo en cuenta que pasa la mitad del año en Nueva York. Por eso me extraña que él se permita ofender al conjunto de sus “colegas” con unas afirmaciones que en el peor de los casos parecen una falsedad y una injusticia, y en el mejor una exageración a la ligera.
Muñoz Molina es enemigo de los tópicos sin fundamento, y en esas entrevistas se revuelve contra el de las dos Españas, o contra aquel otro que insiste en que la Guerra Civil fue inevitable. Eso hace aún más inexplicable que se apunte ahora a uno de los lugares comunes más llamativamente falsos que pululan por ahí y que oímos y leemos repetidos por doquier, tanto en voces y plumas de izquierda como en las de la extrema derecha: el supuesto “silencio de los intelectuales” en nuestros días y en nuestro país. Resulta desconcertante que la propia Gallego-Díaz, aguda periodista, asuma como cierto el tópico, cuando no es precisamente de quienes callan o rehúyen la confrontación. Y todos admiramos el talento y la capacidad de síntesis de El Roto, pero él hace viñetas tan sólo, a las cuales, por fuerza, y por certeras que sean, les falta la argumentación. Gallego-Díaz, en cambio, argumenta siempre, y con frecuente brillantez. Y no otra cosa suelen hacer, y vienen haciendo desde hace muchos años, por ceñirnos a colaboradores de este diario, Savater, Vargas Llosa y Pradera, Ramoneda y Julià, Azúa y Grandes y Millás, Torres y Rivas y Cruz, Montero y Lindo y Aguilar y otros que no caben aquí, y eso intenta también quien esto firma. Nos pueden gustar más o menos sus respectivos estilos, sus ideas, su forma de argumentar. A algunos los podemos encontrar detestables, demagógicos y a menudo errados, pero lo que en ningún caso cabe decir es que no hayan estado “comprometidos”. 
Que no hayamos alertado, cuando sucedían, de los abusos de las constructoras y de los alcaldes, de la especulación inmobiliaria y la destrucción del país, de la megalomanía de las comunidades autónomas, del despilfarro sin rendición de cuentas, de la corrupción, del deterioro de la política. No puedo tener memoria de lo que cada uno ha escrito como la puedo tener de lo mío, pido disculpas por poner un ejemplo que me concierne: pero, en 2010, publiqué una recopilación de ochenta y cuatro artículos de índole política y social (compuestos entre 1985 y 2009) titulada Los villanos de la nación, y ese título era el de una pieza en la que calificaba de tales justamente a los constructores, a los alcaldes y a los consejeros autonómicos. ¿Sólo ha existido “El Roto, como una isla en la que aparecía, un día tras otro, ladrillo, corrupción e injusticia”, según asegura Muñoz Molina?
Como si no hubiera en España demasiadas cosas que están mal, tendemos a decir que lo está todo, incluso lo que está bien. En las encuestas sobre la confianza que inspiran o la aprobación que merecen los distintos colectivos e instituciones, “los intelectuales”, cuando figuran (no siempre), obtienen bastante alta consideración. Otra cosa no, pero aquí la mayoría no estamos callados, por fortuna, aunque no siempre argumentemos con brillantez. Cada uno hace lo que puede, pero al menos valor no ha faltado. Ni falta ahora, cuando, con el actual Gobierno, los críticos nos exponemos cada vez más a represalias oficiales y a infundios e inquinas de sus secuaces periodísticos. A la actriz Maribel Verdú le han caído chuzos de punta –incluidas portadas de diarios nacionales– por condenar los desahucios en la gala de los Goya, como el 90% de la población, sólo que sin gala. Lo mismo a Candela Peña y a otros del gremio. Cuando hace meses rechacé el Premio de Narrativa del Ministerio de Cultura, pese a dejar bien claro que mi postura habría sido la misma de haber gobernado el PSOE, otro de esos diarios nacionales –en el sentido de ahora y en el de 1936– me dedicó nada menos que tres artículos tirando a afrentosos. También a Muñoz Molina le han llovido a veces injurias, de diarios de esos o no. Le rogaría que mirara un poco mejor la hemeroteca, quizá vería que sus “colegas” no lo hemos hecho tan mal ni hemos perdido del todo “el espíritu crítico” en los años de la distracción.

En los años de la distracción; Javier Marías [El País Semanal, 10 de marzo de 2013]

Pero uno de ellos, del que no se habla y sobre el que yo insisto en mi libro, es la fuerza que se concedió a los aparatos políticos de los partidos y a la primacía de esos partidos políticos sobre la Administración.
P: Esa es una de las tesis fundamentales del libro, ¿no?
R: Sí, creo que eso es así. Los partidos no quisieron crear una Administración, un sistema público de funcionamiento que sirviera para todos, sino unas redes clientelares de las que ellos se alimentaran y en las que ellos prosperaran.
P: ¿Dónde estaban los intelectuales españoles cuando ocurrió todo eso?
R: Habría que hablar de los intelectuales en un sentido amplio, incluir a los periodistas, ¿no? Pero no se trata del prestigio intelectual. Cuando escribía el libro me daba cuenta de que el eje sobre el que todo eso se desarrollaba era la falta de control, dentro de la legalidad. Yo tengo la experiencia de haber trabajado en la Administración en momentos cruciales. Cuando sale a la luz pública un caso de corrupción, nadie pregunta, como cuando un enfermo llega a un hospital: ¿qué ha pasado? Antes de llegar aquí, ¿qué le pasó? Una vez más, volvemos a la incapacidad de crear cosas comunes, la falta de voluntad de crear espacios comunes.
P: ¿De dónde viene esa incapacidad?
R: Tiene que ver con una particularidad española, de la que también hablo en el libro: lo difícil que es en este país la disidencia verdadera. Tenemos una idea falsa de nosotros mismos, según la cual somos gente vehemente, que dice lo que piensa y que eso nos distingue de los extranjeros. Pero aquí es muy difícil decir lo que se piensa. Vivimos en una sociedad en la que, por falta de tradición democrática, existe una incapacidad de aceptar con naturalidad las opiniones o las informaciones que contradicen la ortodoxia establecida por un grupo.
P: ¿Eso se relaciona con el sectarismo?
R: Sí. En primer lugar, aquí hay, y eso me parece ya un primer síntoma grave, un peso del opinionismo mucho mayor que en otros países. Pero además, cuando alguien escribe una columna, lo hace para mostrar a los suyos que es de ellos y que está auténticamente en ese bando. Y eso se muestra de dos maneras: una, atacando al que se supone que es del bando contrario, y dos, no poniendo ninguna pega, o si acaso una pega menor, al bando al que se supone que perteneces.
P: ¿La opinión pública forma parte de esa red de controles?
R: Claro, el último de esos controles es el de una opinión pública que no sea cautiva. Eso tiene que ver con lo que hablamos antes de la dificultad de llevar la contraria. Me acuerdo de cuando se iba a aprobar el absurdo nuevo estatuto de Andalucía. Ponerle alguna pega era directamente ser “de derechas”. De mí han escrito que he sido un traidor a mi tierra, un traidor a Andalucía. Me acuerdo de un artículo que publiqué y que provocó todo tipo de ataques. Se llamaba Andalucía obligatoria y se inspiraba en algo que me había contado mi hermano sobre un cursillo que tenía que hacer para su capacitación y que versaba sobre el espíritu rociero. Es curioso que en un país que se dice tan individualista exista una fuerte coacción del grupo, la coacción ortodoxa, como en la contrarreforma, la acusación de que “tú no eres de los nuestros”. España no es nada individualista. Mentira. Es una sociedad en la que el debate público es imposible. El debate público verdadero. Lo que se hace es el ladrido agresor. Todo está lleno de eso. Recuerdo otro ejemplo bastante reciente, la célebre cúpula de Barceló. Como la había aprobado el Gobierno socialista, a quien se oponía se le acusaba inmediatamente de ser del PP. Y como Barceló es un artista moderno, a quien opinaba que la cúpula era estéticamente una “pata­­ta” se le trataba de reaccionario. Yo hice un artículo en el que comparaba el coste de la cúpula de Barceló con el presupuesto anual del Instituto Cervantes, porque creo que, además de las opiniones, hay un factor que se debe tener en cuenta y que es el coste de un proyecto y la proporción con el coste de otras cosas. Si la cúpula cuesta entre 18 y 20 millones de euros y comparativamente el presupuesto del Instituto Cervantes de ese año era de 65 millones de euros, algo falla, ¿no?
P: ¿Coacción de grupo, de nuevo?
R: Ceguera partidista. Te da la comodidad, está claro. Conste que en el libro también hay un mea culpa, ¿eh? El hecho de estar muy centrados en determinadas cosas nos impedía ver muchas otras que estaban pasando. Hablábamos antes de intelectuales. En ese sentido, el único intelectual comprometido que había en España en 2007 era El Roto.

“España no es individualista. Eso es mentira.” Entrevista a AMM por Soledad Gallego-Díaz [El País, 18 de febrero de 2013]

¿Hablo de ti para que se hable de mí?
¿No hablo de tu libro pero lo relaciono con el mío?

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