¿quién es Enid? ¿Futura
esposa y madre abnegada? ¿sacrificio total?
Cuando Enid tenía veinte años y estaba a punto de terminar
sus estudios de enfermera, su padre se moría en el hospital de Walley.
Fue entonces cuando él le dijo: “No estoy seguro de si me
gusta mucho esa carrera que has elegido. No quiero que trabajes en un lugar
como éste”.
Prométeme que no lo harás.
¿por qué? Le pide que
se lo prometa sin haberse explicado ni haberle dado ninguna razón. Tienes que
prometérmelo porque yo soy tu padre y sé lo que te conviene. Es como esa frase
que suele decirse: Nunca pongas a tu padre de mentiroso. Nunca le contradigas.
El respeto consiste en acatar su autoridad aunque estés en desacuerdo. Máxime
si eres una jovencita: Tú no sabes lo que los hombres tienen en la cabeza.
Lo dicho también vale
para las madres y las personas mayores en general.
Pero antes las madres
decían: Haz caso a tu padre.
No pudo sacarle más explicaciones.
Lo que parece natural:
Porque hay ciertos temas de los que es preferible no hablar [entre padres e
hijos, entre padre e hija, en este caso].
-Bueno, anda, prométeselo. ¿Qué más da? –respondió [la madre
de Enid].
¿qué trabajo te cuesta
seguirle el juego a tu padre [como hago yo]. Si él ya piensa por ti y sabe
mejor que tú lo que te conviene. Fírmale un cheque en blanco. Confía en su
criterio.
También es posible que
le esté queriendo decir: Prométeselo aunque luego no lo cumplas. Dile a todo
que sí como a los locos. Una vez que muera, haz lo que te dé la gana [como yo
haré].No importan las promesas traicionadas [él no se va a enterar. Morirá con
la satisfacción de que se lo prometiste].
Haz algo por mí,
aunque sea en contra de tu voluntad. [Esta canción me suena].
Cree que el trabajo de enfermera convierte a las mujeres en
personas vulgares.
[Mi madre me comentó
que, cuando ella se casó [1971] todavía estaba mal visto que una mujer
trabajase fuera de casa si estaba casada y no tenía necesidad. Mi padrino
también le consultó si tenía algún inconveniente en vender preservativos en la Farmacia.
Últimamente, mi madre
no era muy partidaria de vender ciertos nuevos productos de parafarmacia que se
utilizan para mejorar las relaciones sexuales. Su argumento: Los preservativos
son necesarios. Los lubricantes y otras mamarrachadas no.
¿No hay ya otros
comercios que se dedican a eso?
En los años noventa
aún quedaba un farmacéutico en el Plantinar que se negaba a vender
preservativos por problemas de conciencia].
Su madre le explicó que lo que no le gustaba a su padre del
trabajo era que las enfermeras se familiarizaran con los cuerpos de los
hombres. Su padre pensaba –lo había decidido- que esa familiaridad cambiaría a
una muchacha y además cambiaría la manera en que un hombre
juzgaría a una chica.
[Los hombres te
juzgarán y tendrás dificultades para casarte.
Me acuerdo de tres
cosas: La película Solas, “Mi Eva trabaja en una cafetería sirviendo café”.
“Claro, ¿qué va a hacer si no en una cafetería?”, Marco no pudo aceptar –por
presiones de la familia de su novia- trabajar como camarero en un pub de
ambiente gay. Todo el mundo hablará de ti y, lo que es peor, de nuestra hija.
No podemos permitir que eso ocurra en nuestra familia. Tus padres no son de
aquí [igual, por eso no les importa] pero nosotros sí.]
-Supongo que tiene que ver con que quiere que te cases –dijo
su madre.
[La mayor aspiración
de un padre en los sesenta: que su hija se case bien, que elija a un buen
marido que la pueda mantener, que tenga hijos.
Ahora algunas madres
recomiendan a sus hijas: Tú no te cases]
Pero terminó por hacer la promesa. Y su madre dijo: “Bueno,
espero que eso te haga feliz”.
¿por qué lo hizo? ¿por
satisfacer a su padre? ¿su intención era cumplirlo?
Y tampoco por amor a su padre [insinuaba su madre], sino por
lo emotivo que resultaba. Por pura noble perversidad.
[traicionar tus
principios o demostrar que no los tienes sólo porque es eso lo que se espera
que hagas. Que seas una buena chica y
no cuestiones la autoridad de tus mayores. Se hace lo que diga tu padre y
punto. ¿qué ganas con llevarle la contraria?]
-Si te hubiese pedido que renunciases a algo que no te importara, probablemente le habrías dicho que ni hablar
–dijo su madre.
-¿Rezaste por eso? –preguntó su madre bruscamente.
Enid dijo que sí.
[Lo tuyo son sólo
caprichos. Es por llevar la contraria. En el fondo, ¿qué más te da? ¿acaso
tiene alguna importancia? No dirás que no lleva razón, que no estás de acuerdo
con sus indiscutibles argumentos. Te señalarás en el pueblo.
En este caso, ese
“algo” –renunciar a tus aspiraciones de ser económicamente independiente- te importa;
luego, le has mentido. Luego, has actuado mal ¿has rezado para estar bien con
Dios? ¿te has arrepentido?]
Abandonó sus estudios en la escuela de enfermería; se quedó
en casa y se mantuvo ocupada. Había dinero suficiente para que no tuviera que
trabajar.
[La opinión de su
madre. Hasta ahora sólo había sido intérprete del padre. ¿La opinión de una
madre cuenta? ¿Acaso una madre puede enfrentarse al padre de familia en un
asunto como ese?
Parece natural que dos
que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición.]
En realidad la madre de Enid no quería que su hija estudiara
para enfermera, porque decía que era
propio de chicas pobres, una salida para muchachas cuyos padres no podían
mantenerlas o enviarlas a la universidad.
[La mujer que trabaja
es porque su marido no la puede mantener [su marido empieza a ser señalado] o,
si aún está soltera, porque su sueldo es necesario para mantener la economía
familiar. Estudiar es un privilegio: cosa de ricos y hombres, fundamentalmente.
¿Cuántas mujeres de la
edad de mi madre [1951] tienen estudios universitarios en España? ¿Cuántas de
sus amigas poseen un título superior?]
El señor y la señora
Willens eran vecinos de Enid.
Él [el señor Willens] comenzó a aparecer por la casa con una
caja de bombones o una rosa para ella [Enid], tratando de compensar así sus
insuficiencias como jugador. [de bridge]
Las chicas de ese grupo [las que abandonaron sus estudios
antes de terminar secundaria] caían como
moscas, como decían unas de otras, en la vida matrimonial.
[Qué difícil en ciertos ambientes salirse de lo establecido,
de lo que parece natural. Parece un sino. Difícil como ir contracorriente en un
río. También con las opiniones]
Asumió un papel esencial, pero a la vez se aisló.
[organizadora de bodas, madrina, hija honorífica]
[El precio que tienes
que pagar si sacas los pies del plato es la marginación, la incomprensión y la soledad.
Quedas marcado como inconformista, rebelde, raro. Tú te lo has buscado.
Mi madre y sus amigas,
como adolescentes, iban a pedirle novio a San Antonio. Tenían que rezarle una
oración y tirarle del cordón del hábito. Cíngulo, creo que se llama.
Lo sé porque mi madre
refiere siempre la misma anécdota muerta de risa. Su amiga M. le tiró con tanta
fuerza que casi lo derriba. D. José, el cura, tuvo que llamarles la atención.
A mí me parece
completamente ridículo lo que para ellas era un orden incuestionable: si no te
habías casado con veintipocos años, ya para siempre te quedabas soltera.
Somos víctimas de
nuestros prejuicios, me temo.]
Tenía amigos pero
nunca un novio. No
es que ella lo hubiese elegido así, pero tampoco se preocupaba por ello.
[¿Cuál es el precio
que hay que pagar por tener amigos?
Una mujer no puede
tener amigos sin ser señalada.
Por otra parte, si
nunca has tenido novio y eres muy afectuosa con tus amigas empiezan a murmurar
sobre ti.]
¿Por qué había elegido
la profesión de enfermera?
Nunca había pensado en la profesión de enfermera como un
trabajo que la pudiera mantener ocupada hasta casarse, sino que su esperanza era ser generosa y hacer el
bien, y no necesariamente de la manera sumisa y tradicional propia de una
esposa.
¿Enid pensó alguna vez
en casarse?
Para encontrar marido,
su madre le recomienda:
-Tal vez deberías hacer algún cursillo de secretaria
¿O por qué no te matriculas en la universidad?
Enid tenía sólo
veintiún años, la edad con la que mi madre se casó.
El médico le preguntó si estaría dispuesta a ayudarle
durante cierto tiempo cuidando a la gente en sus casas.
¿una promesa rota? No
trabajaría como enfermera profesional
Si había personas que necesitaban atención en sus casas, que
no podían pagar para ir a un hospital o que no querían ir
[Este es el trabajo que realizan, por caridad, las Hermanas
de la Cruz ]
Y dado que la mayoría de los que necesitarían su ayuda
serían niños o mujeres que daban a
luz o ancianos moribundos, no
existiría mucho peligro de convertirse en un ser vulgar, ¿no era cierto?
-Si los únicos hombres que vas a ver son los que nunca
volverán a salir de sus camas, tienes razón –dijo su madre
Ahora soy yo la que te pido que me hagas un par de promesas.
Prométeme que no beberás agua sin
hervirla antes. Y que no te casarás con
un granjero.
[He recordado que mi
madre me hizo prometerle cuando yo empecé a salir con la pandilla que no me
sentaría en la acera a compartir una litrona. Para ella, la imagen que ofrece
una chica sentada en la calle bebiendo de la misma botella que otros es de una
vulgaridad extrema. Ahora no me acuerdo lo que le contesté, la verdad. Creo que
le aseguré que yo siempre bebía de mi propio vaso o lata o utilizando una
cañita cuando compartíamos macetas de tinto.
Es muy probable que
alguien le hubiese contado que me había visto en la calle Harinas o en el arco
del Postigo y que le hubiese recomendado hablar conmigo.]
Eso había ocurrido hacía dieciséis años. [ahora tiene
treinta y siete, entonces]
Enid no trabajaba gratis porque eso hubiera supuesto una
competencia desleal hacia otras mujeres que realizaban la misma tarea y que no
tenían las mismas posibilidades que ella. Pero devolvía la mayor parte del
dinero en forma de zapatos, abrigos de invierno
[¿lo hace por sentirse útil? ¿por razones humanitarias?]
-Pero a veces es un trabajo de mil demonios –decía- eso de
ser la madre de una santa.
[Va a sacrificar su vida por los más necesitados, por los
demás. Renunció a un trabajo y a un sueldo decente en el hospital pero estamos
orgullosos de ella. Pregonamos a todo el mundo lo buena que es. La felicidad
consiste en “ganarse el cielo”. No importa si ha vivido o está viviendo en las
peores condiciones.]
A Enid esta conversación entre susurros le recordaba
aquellas conversaciones en el instituto, cuando ambos estaban en el último
curso y ya habían abandonado las bromas inocentes, los crueles flirteos o lo
que quiera que fuesen. Durante este último año Rupert estaba sentado detrás de
ella y solían hablarse brevemente, siempre con un propósito inmediato.
[¿no es posible manifestar abiertamente el deseo? ¿hay que
disfrazarlo o esconderlo? Los mayores dicen: Los que se pelean, de desean.
Pícame Pedro que picarte quiero. El viejo truco del almendruco]
[Enid] quería ser sociable. Y quería reparar el daño, pues se sentía avergonzada de la manera en
que ella y sus amigas lo habían tratado.
[Si se ha humillado a alguien de verdad es muy difícil que
ese daño pueda repararse.
Pero no sabemos nada de cómo se sentía Rupert. No parece que
se lo tenga muy en cuenta cuando la ha contratado para cuidar a su esposa. En
el fondo, él sabía que ella tenía buen corazón. ¿Cómo –si no- alguien sacrifica
su vida realizando un trabajo tan ingrato?]
Pero cuando él le tocaba el hombro tratando de atraer su
atención, […] entonces se sentía perdonada.
¿Dónde, dónde se encuentra el mar Tirreno exactamente?
Se preguntaba si él, ahora, lo recordaría.
Si se acordaba, ¿le guardaba rencor? Tal vez la
despreocupada amabilidad que había demostrado en su último año escolar a él le
había resultado tan antipática y arrogante como las burlas de antaño.
Cuando le vio por primera vez en la casa pensó que no había
cambiado mucho. […]
Y lo que fuera que le preocupaba y que se leía en su cara
podía ser perfectamente la misma
preocupación de siempre, el problema de ocupar un lugar en el mundo y tener
un nombre por el que te conocen, ser
alguien al que la gente cree conocer.
-¿Fuiste al funeral del doctor Willens cuando se ahogó?
[preguntó a Enid la señora Quinn]
¿Crees que se tiró al agua?
Enid pensó en el señor Willens entregándole una rosa. Su
jocosa galantería que le parecía tan empalagosa como un empacho de miel.
-No lo sé. No lo creo.
-¿Se llevaban bien él y la señora Willens?
-Por lo que yo sé, se llevaban de maravilla.
-¿No me digas? […]
¿Sabes que el señor Willens estuvo aquí, en esta habitación?
Fragmentos y comentarios de El amor de una mujer generosa; Alice Munro
A
Conversation with Alice Munro
Sometimes I
get the start of a story from a memory, an anecdote, but that gets lost and is
usually unrecognizable in the final story. Suppose you have—in memory—a young
woman stepping off a train in an outfit so elegant her family is compelled to
take her down a peg (as happened to me once), and it somehow becomes a wife
who’s been recovering from a mental breakdown, met by her husband and his
mother and the mother’s nurse whom the husband doesn’t yet know he’s in love
with. How did that happen? I don’t know.
I always
like the story I’m trying to write at the moment the best, and the stories I’ve
just published next best, In my new book, I’m very attached to “Save the
Reaper” and “My Mother’s Dream.” Among the older ones, I like “Progress of
Love” and “Labor Day Dinner” and “Carried Away” a lot. And actually many others.
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