En la infinidad del tiempo, en la infinitud de la materia y en la infinitud del espacio surge la burbuja de un organismo, que dura un instante y después estalla. Esa burbuja soy yo.
Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo. […]
El príncipe Stepán Arkádevich
Oblonski –Stiva para los amigos […]
Lo que más le
atormentaba era el sentimiento de culpa. ¡No, ni me perdonará ni puede
perdonarme! Y lo más terrible es que tengo la culpa de todo y sin embargo no
soy culpable. En eso consiste mi tragedia –pensaba. […]
En el dormitorio, con
esa malhadada nota en la mano que se lo había revelado todo.
Dolly, esa mujer
diligente, siempre atareada, y algo limitada, según le parecía a él, estaba
sentada inmóvil, con la nota en la mano, y le miraba con una expresión de
horror, desesperanza e indignación. […]
Como suele suceder,
no era tanto lo que había pasado como la manera en que había contestado a su
mujer. […]
En lugar de
ofenderse, negar, justificarse, pedir perdón o al menos fingir indiferencia –cualquiera
de esas soluciones habría sido mejor que la que adoptó-, en su rostro apareció
de pronto de forma completamente involuntaria […] esa sonrisa tan suya,
bondadosa y por tanto estúpida.
No podía perdonarse
esa estúpida sonrisa. […]
No podía engañarse
fingiendo que se sentía arrepentido en su proceder […] no podía arrepentirse de
no estar enamorado de su mujer, sólo un año más joven que él y madre de siete
hijos, dos de los cuales habían muerto. […]
Dolly, ajada,
envejecida, ya sin atractivo alguno, […] debía mostrarse condescendiente en
aras de la justicia. Pero había sucedido todo lo contrario. […]
[¿qué puedo hacer?]
No había ninguna respuesta, más allá de la que la vida da a las cuestiones más
complicadas e irresolubles: vivir al día, o, dicho de otro modo, entregarse al
olvido. […]
A pesar de que Stepán
Arkádevich era totalmente culpable ante su mujer, y así lo reconocía él mismo,
casi todo el mundo en la casa, incluyendo la niñera, el sostén principal de
Daria Aleksándrovna, estaba de su parte. […]
Era de todo punto
necesario vender ese bosque. Pero en tanto no se reconciliara con su mujer, no
se podía ni hablar del asunto. Lo más repugnante era que un problema de orden
económico se hubiera mezclado con la inminente cuestión de la reconciliación. […]
Stepán Arkádevich
recibía un periódico liberal, no de tendencias extremas, sino acorde con la
opinión de la mayoría. Y aunque, en realidad, no le interesaba la ciencia ni el
arte ni la política, defendía con firmeza los puntos de vista que sobre esas
cuestiones expresaban tanto la mayoría como su periódico, y sólo cambiaba de
opinión cuando lo hacía la mayoría, o mejor dicho, no cambiaba él, sino que
eran las mismas opiniones las que iban modificándose de manera imperceptible. […]
Y la única razón para
preferir el liberalismo al conservadurismo, que apoyaban tantos representantes
de su círculo, era que lo encontraba más razonable, pero por la única razón de
que se adaptaba mejor a su género de vida. El partido liberal proclamaba que en
Rusia todo iba mal, y de hecho Stepán Arkádevich tenía muchas deudas y muy pocos
recursos. El partido liberal afirmaba que el matrimonio era una institución
obsoleta que era necesario reformar, y de hecho la vida familiar le
proporcionaba muy pocas alegrías, […] el liberalismo acabó convirtiéndose en un
hábito […]
No, no había nada,
excepto lo que quería olvidar: su mujer. […] Y una voz interior le decía que
era mejor abstenerse de dar ese paso, que no cosecharía más que falsedad, que
era imposible reparar y reconducir las relaciones con su mujer, porque para eso
ella tendría que recuperar la belleza y el encanto de antaño o bien convertirse
él en un viejo incapaz de amar. […]
En esos momentos
estaba intentando hacer algo que ya había intentado poner en práctica diez
veces en el transcurso de los tres últimos días: coger sus cosas y las de sus
niños y marcharse a casa de su madre. Pero una vez más se sentía incapaz. […]
Nunca me ha querido.
[…] Y se ha convertido en un extraño para mí. […]
Stepán Arkádevich se
quedó mirándola, asustado y sorprendido de la ira que se reflejaba en su
rostro. No comprendía que la lástima que sentía por ella la exasperaba. Se daba
cuenta de que la compadecía, pero no veía ni huella de cariño. […]
Había obtenido ese
nombramiento gracias a la intervención del marido de Anna, Alekséi Aleksándrovich
Karenin, personaje destacadísimo en el Ministerio del que dependía el
departamento en cuestión. […] sus asuntos iban de mal en peor, a pesar de la
considerable fortuna de su mujer. […]
Las principales
cualidades que le habían valido esa estima general en su lugar de trabajo eran,
ante todo, una extremada indulgencia por sus semejantes, basada en la
conciencia de sus propios defectos; en segundo lugar, un liberalismo sin tacha,
no ese del que se hablaba en los periódicos, sino ese otro que se lleva en la
sangre y que se manifiesta en el trato idéntico e igualitario a cualquier
persona, independientemente de su posición y su cargo; y, por último, lo más
importante: una indiferencia total por los asuntos de los que se ocupaba, algo
que le permitía no entusiasmarse nunca y, en consecuencia, no cometer errores.
[…]
Levin despreciaba en
su fuero interno la vida que Oblonski llevaba en la ciudad, así como sus
ocupaciones, que juzgaba intrascendentes y contemplaba con hilaridad. […]
Antes teníamos las
tutorías y los tribunales, ahora la asamblea rural…Ya no se estilan los
sobornos, sino que se recibe un salario inmerecido. […]
Te has vuelto
conservador –dijo Stepán Arkádevich. […]
Espera un poco y ya
verás como acabarás tú igual. Aunque tengas tres mil hectáreas en el distrito
de Karazin, músculos de hierro y esa lozanía de una niña de doce años, acabarás
igual que nosotros. […]
Las familias Levin y
Scherbatski pertenecían a la antigua nobleza moscovita y siempre habían
mantenido relaciones estrechas y amistosas […]
Konstantín Levin
estaba enamorado de la casa y de la familia, sobre todo del elemento femenino.
No conservaba ningún recuerdo de su madre, y la única hermana que tenía era
mayor que él, así que en casa de los Scherbatski tuvo ocasión de contemplar por
primera vez el entorno de una familia educada, honrada y de rancio abolengo,
del que se había visto privado por la muerte de su madre y de su padre. […]
En cuanto a él [sabía
muy bien lo que debía parecerle a los demás], era un propietario rural que se
dedicaba a criar ganado, a cazar becadas y a la construcción, es decir, un tipo
sin ningún talento, que no había hecho nada de valor y que, en opinión de la
gente, se ocupaba de las actividades propias de los que no sirven para nada. […]
Juzgaba a los demás
por sí mismo, y él sólo podía enamorarse de mujeres hermosas, misteriosas y
excepcionales. […]
Su desesperación sólo
se debía a su imaginación, pues no había ninguna prueba de que ella lo rechazaría.
Y ahora había llegado a Moscú con el firme propósito de pedir su mano y casarse
con ella, si es que lo aceptaba. […]
Levin se dirigió a
casa de su medio hermano Kóznishev. […] El catedrático se había embarcado en
una agria polémica con los materialistas, que Serguéi Kóznishev seguía con
interés. […] ¿existe en la actividad un límite entre los fenómenos psíquicos y
los fisiológicos y dónde debe situarse? […]
Los había leído con
el interés propio de un estudiante de ciencias naturales por el desarrollo de
esos saberes, pero nunca había relacionado las conclusiones científicas sobre
el origen animal del hombre, los actos reflejos, la biología y la sociología
con las cuestiones del significado de la vida y la muerte, que cada vez le
preocupaban más.
Al seguir la
conversación de su hermano con el catedrático, se dio cuenta de que establecían
un vínculo entre las cuestiones científicas y las espirituales […]
No puedo respaldar su
tesis de que toda mi representación del mundo exterior se deriva de mis
impresiones. El concepto fundamental de la existencia no lo he recibido por
medio de las sensaciones […]
La conciencia que
tiene usted de la existencia es el resultado de las sensaciones. […]
En ese caso, si se
aniquilan mis sentidos, si mi cuerpo muere, ¿no puede haber ninguna clase de
existencia? […]
Todavía no tenemos
derecho a resolver esa cuestión…
Carecemos de datos –confirmó
el catedrático, y a continuación retomó su argumentación-. No –dijo-,
demostraré que, aunque las sensaciones se basen en las percepciones, […]
debemos distinguir rigurosamente esos dos conceptos. […]
Desde que nuestro hermano
Nikolái se ha convertido en lo que es, juzgo de otra manera, con mayor
indulgencia, eso que se conoce con el nombre de vileza…Ya sabes lo que ha hecho…[…]
Era aún más hermosa
que la imagen que él se había forjado en su imaginación. […]
Y lo miró con una
sonrisa amable y tierna, como a un hermano querido. “¿Acaso tengo yo la culpa?
¿Es posible que haya actuado mal? Coquetería, llaman a eso. Sé que no es a él a
quien amo, pero me encuentro a gusto en su compañía. ¡Y es tan simpático! Pero
¿por qué me habrá dicho eso?...”, se preguntaba.
¿y cómo quieres que
no te considere un salvaje? ¿Puedes explicarme por qué te marchaste de repente
de Moscú? […]
Me marché porque
llegué a la conclusión de que no podía haber en el mundo felicidad semejante.
Pero, después de luchar conmigo mismo, he comprendido que no puedo vivir sin
ella. […]
Es terrible que
nosotros, ya nada jóvenes, con un pasado a nuestras espaldas…no de amor, sino
de pecado…nos acerquemos de pronto a una criatura pura e inocente. Me parece
algo repugnante y no puedo dejar de sentirme indigno. […]
Qué le vamos a hacer,
así es el mundo –dijo Stepán Arkádevich.
Mi único consuelo es
esta oración que siempre me ha gustado tanto: “Perdóname, Señor, no por mis
méritos, sino por Tu misericordia”. Sólo así puede ella perdonarme. […]
Vronski es hijo del
conde Kirill Ivánovich Vronski, uno de los mejores representantes de la
juventud dorada de San Petersburgo. […]
Es culto y muy
inteligente. Un hombre que llegará lejos. […] Si no me equivoco, está
perdidamente enamorado de Kitty. Y, como comprenderás, la madre…
Perdóname, pero no
entiendo nada –replicó Levin
Supongamos que sea
necesario romper con ella para no destruir la vida familiar. Pero ¿no es normal
que se compadezca uno de ella, que la ampare, que procure mitigar el daño?
Perdóname, pero, ya
sabes que, en lo que a mí respecta, las mujeres se dividen en dos categorías…[…]
No he visto ni veré nunca mujeres caídas llenas de encanto. […]
En cualquier caso, te
estoy diciendo lo que siento, no lo que pienso. Me repugnan las mujeres caídas.
A ti te dan miedo las arañas y a mí esas sabandijas.
Es muy fácil decir
eso. Me recuerdas a ese personaje de Dickens que con la mano izquierda arrojaba
por encima del hombro derecho todos los asuntos complicados. […] te das cuenta
de que ya no eres capaz de amar a tu mujer, por más respeto que te merezca.
Entre tanto, el amor surge de improviso, y entonces estás perdido, ¡perdido! […]
¡Ah, moralista! Pero
no pierdas de vista que hay dos mujeres: una insiste sólo en sus derechos, es
decir, en un amor que ya no puedes darle; la otra lo sacrifica todo por ti y no
exige nada. ¿Qué debe hacerse? ¿Cómo proceder? En eso estriba todo el terrible
drama. […]
Debido a la
integridad de tu carácter, querrías que la vida se basara en los mismos
principios, pero no sucede así. Desprecias la labor del Estado, porque te
gustaría que cualquier actividad humana tuviera un fin determinado, y eso no
suele suceder. También querrías que todos nuestros actos tuvieran siempre un
fin, que el amor y la vida conyugal fueran una misma cosa. Y están lejos de
serlo. Tanto el encanto, como la variedad y la belleza de la vida residen en
ese juego de luces y sombras. […]
Fragmentos de los
primeros once capítulos de Anna Karénina, de León Tolstói.
Publicada como novela
en 1877.
Publicada como
folletín entre enero de 1875 y abril de 1877.
Antecedente: Madame
Bovary, de Flaubert. Se publicó por entregas entre el 1 de octubre y el 15 de
diciembre de 1856.
Tormento, de Benito
Pérez Galdós fue publicada en 1884.
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