viernes, 4 de abril de 2014

Dura un instante y después estalla

En la infinidad del tiempo, en la infinitud de la materia y en la infinitud del espacio surge la burbuja de un organismo, que dura un instante y después estalla. Esa burbuja soy yo.



Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo. […]
El príncipe Stepán Arkádevich Oblonski –Stiva para los amigos […]
Lo que más le atormentaba era el sentimiento de culpa. ¡No, ni me perdonará ni puede perdonarme! Y lo más terrible es que tengo la culpa de todo y sin embargo no soy culpable. En eso consiste mi tragedia –pensaba. […]
En el dormitorio, con esa malhadada nota en la mano que se lo había revelado todo.
Dolly, esa mujer diligente, siempre atareada, y algo limitada, según le parecía a él, estaba sentada inmóvil, con la nota en la mano, y le miraba con una expresión de horror, desesperanza e indignación. […]
Como suele suceder, no era tanto lo que había pasado como la manera en que había contestado a su mujer. […]
En lugar de ofenderse, negar, justificarse, pedir perdón o al menos fingir indiferencia –cualquiera de esas soluciones habría sido mejor que la que adoptó-, en su rostro apareció de pronto de forma completamente involuntaria […] esa sonrisa tan suya, bondadosa y por tanto estúpida.
No podía perdonarse esa estúpida sonrisa. […]
No podía engañarse fingiendo que se sentía arrepentido en su proceder […] no podía arrepentirse de no estar enamorado de su mujer, sólo un año más joven que él y madre de siete hijos, dos de los cuales habían muerto. […]
Dolly, ajada, envejecida, ya sin atractivo alguno, […] debía mostrarse condescendiente en aras de la justicia. Pero había sucedido todo lo contrario. […]
[¿qué puedo hacer?] No había ninguna respuesta, más allá de la que la vida da a las cuestiones más complicadas e irresolubles: vivir al día, o, dicho de otro modo, entregarse al olvido. […]
A pesar de que Stepán Arkádevich era totalmente culpable ante su mujer, y así lo reconocía él mismo, casi todo el mundo en la casa, incluyendo la niñera, el sostén principal de Daria Aleksándrovna, estaba de su parte. […]
Era de todo punto necesario vender ese bosque. Pero en tanto no se reconciliara con su mujer, no se podía ni hablar del asunto. Lo más repugnante era que un problema de orden económico se hubiera mezclado con la inminente cuestión de la reconciliación. […]
Stepán Arkádevich recibía un periódico liberal, no de tendencias extremas, sino acorde con la opinión de la mayoría. Y aunque, en realidad, no le interesaba la ciencia ni el arte ni la política, defendía con firmeza los puntos de vista que sobre esas cuestiones expresaban tanto la mayoría como su periódico, y sólo cambiaba de opinión cuando lo hacía la mayoría, o mejor dicho, no cambiaba él, sino que eran las mismas opiniones las que iban modificándose de manera imperceptible. […]
Y la única razón para preferir el liberalismo al conservadurismo, que apoyaban tantos representantes de su círculo, era que lo encontraba más razonable, pero por la única razón de que se adaptaba mejor a su género de vida. El partido liberal proclamaba que en Rusia todo iba mal, y de hecho Stepán Arkádevich tenía muchas deudas y muy pocos recursos. El partido liberal afirmaba que el matrimonio era una institución obsoleta que era necesario reformar, y de hecho la vida familiar le proporcionaba muy pocas alegrías, […] el liberalismo acabó convirtiéndose en un hábito […]
No, no había nada, excepto lo que quería olvidar: su mujer. […] Y una voz interior le decía que era mejor abstenerse de dar ese paso, que no cosecharía más que falsedad, que era imposible reparar y reconducir las relaciones con su mujer, porque para eso ella tendría que recuperar la belleza y el encanto de antaño o bien convertirse él en un viejo incapaz de amar. […]
En esos momentos estaba intentando hacer algo que ya había intentado poner en práctica diez veces en el transcurso de los tres últimos días: coger sus cosas y las de sus niños y marcharse a casa de su madre. Pero una vez más se sentía incapaz. […]
Nunca me ha querido. […] Y se ha convertido en un extraño para mí. […]
Stepán Arkádevich se quedó mirándola, asustado y sorprendido de la ira que se reflejaba en su rostro. No comprendía que la lástima que sentía por ella la exasperaba. Se daba cuenta de que la compadecía, pero no veía ni huella de cariño. […]
Había obtenido ese nombramiento gracias a la intervención del marido de Anna, Alekséi Aleksándrovich Karenin, personaje destacadísimo en el Ministerio del que dependía el departamento en cuestión. […] sus asuntos iban de mal en peor, a pesar de la considerable fortuna de su mujer. […]
Las principales cualidades que le habían valido esa estima general en su lugar de trabajo eran, ante todo, una extremada indulgencia por sus semejantes, basada en la conciencia de sus propios defectos; en segundo lugar, un liberalismo sin tacha, no ese del que se hablaba en los periódicos, sino ese otro que se lleva en la sangre y que se manifiesta en el trato idéntico e igualitario a cualquier persona, independientemente de su posición y su cargo; y, por último, lo más importante: una indiferencia total por los asuntos de los que se ocupaba, algo que le permitía no entusiasmarse nunca y, en consecuencia, no cometer errores. […]
Levin despreciaba en su fuero interno la vida que Oblonski llevaba en la ciudad, así como sus ocupaciones, que juzgaba intrascendentes y contemplaba con hilaridad. […]
Antes teníamos las tutorías y los tribunales, ahora la asamblea rural…Ya no se estilan los sobornos, sino que se recibe un salario inmerecido. […]
Te has vuelto conservador –dijo Stepán Arkádevich. […]
Espera un poco y ya verás como acabarás tú igual. Aunque tengas tres mil hectáreas en el distrito de Karazin, músculos de hierro y esa lozanía de una niña de doce años, acabarás igual que nosotros. […]
Las familias Levin y Scherbatski pertenecían a la antigua nobleza moscovita y siempre habían mantenido relaciones estrechas y amistosas […]
Konstantín Levin estaba enamorado de la casa y de la familia, sobre todo del elemento femenino. No conservaba ningún recuerdo de su madre, y la única hermana que tenía era mayor que él, así que en casa de los Scherbatski tuvo ocasión de contemplar por primera vez el entorno de una familia educada, honrada y de rancio abolengo, del que se había visto privado por la muerte de su madre y de su padre. […]
En cuanto a él [sabía muy bien lo que debía parecerle a los demás], era un propietario rural que se dedicaba a criar ganado, a cazar becadas y a la construcción, es decir, un tipo sin ningún talento, que no había hecho nada de valor y que, en opinión de la gente, se ocupaba de las actividades propias de los que no sirven para nada. […]
Juzgaba a los demás por sí mismo, y él sólo podía enamorarse de mujeres hermosas, misteriosas y excepcionales. […]
Su desesperación sólo se debía a su imaginación, pues no había ninguna prueba de que ella lo rechazaría. Y ahora había llegado a Moscú con el firme propósito de pedir su mano y casarse con ella, si es que lo aceptaba. […]
Levin se dirigió a casa de su medio hermano Kóznishev. […] El catedrático se había embarcado en una agria polémica con los materialistas, que Serguéi Kóznishev seguía con interés. […] ¿existe en la actividad un límite entre los fenómenos psíquicos y los fisiológicos y dónde debe situarse? […]
Los había leído con el interés propio de un estudiante de ciencias naturales por el desarrollo de esos saberes, pero nunca había relacionado las conclusiones científicas sobre el origen animal del hombre, los actos reflejos, la biología y la sociología con las cuestiones del significado de la vida y la muerte, que cada vez le preocupaban más.
Al seguir la conversación de su hermano con el catedrático, se dio cuenta de que establecían un vínculo entre las cuestiones científicas y las espirituales […]
No puedo respaldar su tesis de que toda mi representación del mundo exterior se deriva de mis impresiones. El concepto fundamental de la existencia no lo he recibido por medio de las sensaciones […]
La conciencia que tiene usted de la existencia es el resultado de las sensaciones. […]
En ese caso, si se aniquilan mis sentidos, si mi cuerpo muere, ¿no puede haber ninguna clase de existencia? […]
Todavía no tenemos derecho a resolver esa cuestión…
Carecemos de datos –confirmó el catedrático, y a continuación retomó su argumentación-. No –dijo-, demostraré que, aunque las sensaciones se basen en las percepciones, […] debemos distinguir rigurosamente esos dos conceptos. […]
Desde que nuestro hermano Nikolái se ha convertido en lo que es, juzgo de otra manera, con mayor indulgencia, eso que se conoce con el nombre de vileza…Ya sabes lo que ha hecho…[…]
Era aún más hermosa que la imagen que él se había forjado en su imaginación. […]
Y lo miró con una sonrisa amable y tierna, como a un hermano querido. “¿Acaso tengo yo la culpa? ¿Es posible que haya actuado mal? Coquetería, llaman a eso. Sé que no es a él a quien amo, pero me encuentro a gusto en su compañía. ¡Y es tan simpático! Pero ¿por qué me habrá dicho eso?...”, se preguntaba.
¿y cómo quieres que no te considere un salvaje? ¿Puedes explicarme por qué te marchaste de repente de Moscú? […]
Me marché porque llegué a la conclusión de que no podía haber en el mundo felicidad semejante. Pero, después de luchar conmigo mismo, he comprendido que no puedo vivir sin ella. […]
Es terrible que nosotros, ya nada jóvenes, con un pasado a nuestras espaldas…no de amor, sino de pecado…nos acerquemos de pronto a una criatura pura e inocente. Me parece algo repugnante y no puedo dejar de sentirme indigno. […]
Qué le vamos a hacer, así es el mundo –dijo Stepán Arkádevich.
Mi único consuelo es esta oración que siempre me ha gustado tanto: “Perdóname, Señor, no por mis méritos, sino por Tu misericordia”. Sólo así puede ella perdonarme. […]
Vronski es hijo del conde Kirill Ivánovich Vronski, uno de los mejores representantes de la juventud dorada de San Petersburgo. […]
Es culto y muy inteligente. Un hombre que llegará lejos. […] Si no me equivoco, está perdidamente enamorado de Kitty. Y, como comprenderás, la madre…
Perdóname, pero no entiendo nada –replicó Levin
Supongamos que sea necesario romper con ella para no destruir la vida familiar. Pero ¿no es normal que se compadezca uno de ella, que la ampare, que procure mitigar el daño?
Perdóname, pero, ya sabes que, en lo que a mí respecta, las mujeres se dividen en dos categorías…[…] No he visto ni veré nunca mujeres caídas llenas de encanto. […]
En cualquier caso, te estoy diciendo lo que siento, no lo que pienso. Me repugnan las mujeres caídas. A ti te dan miedo las arañas y a mí esas sabandijas.
Es muy fácil decir eso. Me recuerdas a ese personaje de Dickens que con la mano izquierda arrojaba por encima del hombro derecho todos los asuntos complicados. […] te das cuenta de que ya no eres capaz de amar a tu mujer, por más respeto que te merezca. Entre tanto, el amor surge de improviso, y entonces estás perdido, ¡perdido! […]
¡Ah, moralista! Pero no pierdas de vista que hay dos mujeres: una insiste sólo en sus derechos, es decir, en un amor que ya no puedes darle; la otra lo sacrifica todo por ti y no exige nada. ¿Qué debe hacerse? ¿Cómo proceder? En eso estriba todo el terrible drama. […]
Debido a la integridad de tu carácter, querrías que la vida se basara en los mismos principios, pero no sucede así. Desprecias la labor del Estado, porque te gustaría que cualquier actividad humana tuviera un fin determinado, y eso no suele suceder. También querrías que todos nuestros actos tuvieran siempre un fin, que el amor y la vida conyugal fueran una misma cosa. Y están lejos de serlo. Tanto el encanto, como la variedad y la belleza de la vida residen en ese juego de luces y sombras. […]
Fragmentos de los primeros once capítulos de Anna Karénina, de León Tolstói.

Publicada como novela en 1877.
Publicada como folletín entre enero de 1875 y abril de 1877.
Antecedente: Madame Bovary, de Flaubert. Se publicó por entregas entre el 1 de octubre y el 15 de diciembre de 1856.
Tormento, de Benito Pérez Galdós fue publicada en 1884.
La dama del perrito, de Antón Chéjov, en 1899.



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