martes, 17 de diciembre de 2013

Pruebas de insensibilidad



Aun en el banquillo de los acusados es siempre interesante oír hablar de uno mismo. Durante los alegatos del Procurador y del abogado puedo decir que se habló mucho de mí y quizá más de mí que de mi crimen. ¿Eran muy diferentes, por otra parte, esos alegatos?

Sobre todo cuando el vacío de un corazón, tal como se descubre en este hombre, se transforma en un abismo en el que la sociedad puede sucumbir.

Pero, naturalmente, no siempre se puede ser razonable.




Le expliqué que tenía una naturaleza tal que las necesidades físicas alteraban a menudo mis sentimientos. […]
No me comprendía y estaba un poco resentido conmigo. Sentía deseos de asegurarle que yo era como todo el mundo, absolutamente como todo el mundo. […]
Hay cosas", agregó, "que no entiendo en su acto. Estoy seguro de que usted me ayudará a comprenderlas." Dije que todo era muy simple. […]
"¿Por qué esperó usted entre el primero y el segundo disparo?", dijo entonces. […]
“¿Por qué, por qué disparó usted contra un cuerpo caído?" Tampoco a esto supe responder. El juez se pasó las manos por la frente y repitió la pregunta con voz un poco alterada: "¿Por qué? Es preciso que usted me lo diga. ¿Por qué?" Yo seguía callado. […]
Entonces me dijo muy de prisa y de un modo apasionado que él creía en Dios y que estaba convencido de que ningún hombre era tan culpable como para que Dios no lo perdonase, pero que para eso era necesario que el hombre, por su arrepentimiento, se volviese como un niño cuya alma está vacía y dispuesta a aceptarlo todo. […]
Me dijo que era imposible, que todos los hombres creían en Dios, aun aquellos que le volvían la espalda. Tal era su convicción, y si alguna vez llegara a dudar, la vida no tendría sentido. "¿Quiere usted", exclamó, "que mi vida carezca de sentido?" Según mi opinión aquello no me concernía y se lo dije. […]
Nunca he visto un alma tan endurecida como la suya. Los criminales que han comparecido delante de mí han llorado siempre ante esta imagen del dolor." Iba a responder que eso sucedía justamente porque se trataba de criminales. Pero pensé que yo también era criminal. Era una idea a la que no podía acostumbrarme. Entonces el juez se levantó como si quisiera indicarme que el interrogatorio había terminado. Se limitó a preguntarme, con el mismo aspecto de cansancio, si lamentaba el acto que había cometido. Reflexioné y dije que más que pena verdadera sentía cierto aburrimiento. Tuve la impresión de que no me comprendía. Pero aquel día las cosas no fueron más lejos. […]
“Basta por hoy, señor Anticristo." Entonces me ponían nuevamente en manos de los gendarmes.


[Uno busca el móvil del crimen y, cuando no lo hay o está oscuro, viene el desconcierto.
Ya lo tienen clasificado. Una vez que encaja con un determinado perfil, asunto concluido.
Me acordé de aquello que escribió hace poco Elvira Lindo:
La policía busca al culpable y nosotros necesitamos saber desesperadamente el porqué, darle alguna explicación a la maldad del criminal. En el caso de Asunta, hiela la sangre pensar que fueran los padres o que uno encubriera al otro. Personalmente, me resulta tan difícil de aceptar que no lo creeré hasta que se produzca una confesión o la policía presente evidencias indiscutibles. Antes de eso, casi todo me sobra.
Sospechosos, [El País, 2 de octubre del 2013]
Sobrecoge pensar que de no haberse descubierto al verdadero asesino de la joven Rocío Wanninkhof, la mujer que cargó con la culpa siendo inocente, Dolores Vázquez, estaría todavía cumpliendo condena. No fue solo la justicia quien la convirtió en culpable sino el pueblo justiciero, que consideró que el perfil de compañera sentimental de la madre de la víctima cuadraba a la perfección con un argumento novelesco del que la televisión fue la principal difusora. Dolores no ha sido indemnizada.
Justicieros, Elvira Lindo [El País, 4 de junio de 2013] […]

Al principio de la detención lo más duro fue que tenía pensamientos de hombre libre por ejemplo, sentía deseos de estar en una playa y de bajar hacia el mar. Al imaginar el ruido de las primeras olas bajo las plantas de los pies, la entrada del cuerpo en el agua y el alivio que encontraba, sentía de golpe cuánto se habían estrechado los muros de la prisión. Pero esto duró algunos meses. Después no tuve sino pensamientos de presidiario. Esperaba el paseo cotidiano que daba por el patio o la visita del abogado. Disponía muy bien el resto del tiempo. Pensé a menudo entonces que si me hubiesen hecho vivir en el tronco de un árbol seco sin otra ocupación que la de mirar la flor del cielo sobre la cabeza, me habría acostumbrado poco a poco. Hubiese esperado el paso de los pájaros y el encuentro de las nubes como esperaba aquí las curiosas corbatas de mi abogado y como, en otro mundo, esperaba pacientemente el sábado para estrechar el cuerpo de María. Después de todo, pensándolo bien, no estaba en un árbol seco. Había otros más desgraciados que yo. Por otra parte, mamá tenía la idea, y la repetía a menudo, de que uno acaba por acostumbrarse a todo. […]
Por ejemplo, estaba atormentado por el deseo de una mujer. […] Él fue quien primero me habló de mujeres. Me dijo que era la primera cosa de la que se quejaban los otros. Le dije que yo era como ellos y que encontraba injusto este tratamiento. "Pero", dijo, "precisamente para eso los ponen a ustedes en la cárcel."
-"¿Cómo, para eso?"
-"Pues sí. La libertad es eso. Se les priva de la libertad." Nunca había pensado en ello. Asentí: "Es verdad", le dije, "si no, ¿dónde estaría el castigo?"
-"Sí, usted comprende las cosas. Los demás no. Pero concluyen por satisfacerse por sí mismos." […]
Hubo también los cigarrillos. […]
No comprendía por qué me privaban de aquello que no hacía mal a nadie. Más tarde comprendí que también formaba parte del castigo. Pero ya me había acostumbrado a no fumar más y este castigo había dejado de ser tal para mí.
Fuera de estas molestias no me sentía demasiado desgraciado. Una vez más todo el problema consistía en matar el tiempo. A partir del instante en que aprendí a recordar, concluí por no aburrirme en absoluto. […] Comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podía vivir fácilmente cien años en una cárcel. Tendría bastantes recuerdos para no aburrirse. En cierto sentido era una ventaja.
Existía también el sueño. […]
La historia del checoslovaco [es la historia de Edipo dándole la vuelta: un filicidio en lugar de un parricidio]
Entre el jergón y la tabla de la cama había encontrado, en efecto, casi pegado al género, un viejo trozo de periódico, amarillento y transparente. Relataba un hecho policial cuyo comienzo faltaba pero que había debido ocurrir en Checoslovaquia. Un hombre había partido de un pueblo checo para hacer fortuna. Al cabo de veinticinco años había regresado rico, con su mujer y un hijo. La madre y una hermana dirigían un hotel en el pueblo natal. Para sorprenderlas, había dejado a la mujer y al hijo en otro establecimiento y había ido a casa de la madre, que no le había reconocido cuando entró.
Por broma, se le ocurrió tomar una habitación. Había mostrado el dinero. Durante la noche, la madre y la hermana le habían asesinado a martillazos para robarle y habían arrojado el cuerpo al río. Por la mañana había venido la mujer y sin saberlo, había revelado la identidad del viajero. La madre se había ahorcado. La hermana se había arrojado a un pozo. Debo de haber leído esta historia miles de veces Por un lado era inverosímil; por otro, era natural. De todos modos, me parecía que el viajero lo había merecido en parte y que nunca se debe jugar […]
Reconocí que era la que resonaba desde hacía muchos días en mi oído y comprendí que durante todo ese tiempo había hablado solo Recordé entonces lo que decía la enfermera en el entierro de mamá. No, no había escapatoria y nadie puede imaginar lo que son las noches en las cárceles. […]
Los viajeros anónimos espiaban al recién llegado para notar lo que tenía de ridículo. Sé perfectamente que era una idea tonta, pues allí no buscaban el ridículo, sino el crimen.
Sin embargo, la diferencia no es grande y, en cualquier caso, es la idea que se me ocurrió. […]  

Los periódicos
"Usted sabe, hemos hinchado un poco el asunto. El verano es la estación vacía para los periódicos. Y lo único que valía algo era su historia y la del parricida." […] No ha venido por usted, desde luego. Pero como está encargado de informar acerca del proceso del parricida, se le ha pedido que telegrafíe sobre su asunto al mismo tiempo." […]
Los periodistas tenían ya la estilográfica en la mano. Aparentaban todos el mismo aire indiferente y un poco zumbón. Sin embargo, uno de ellos, mucho más joven, vestido de franela gris con corbata azul, había dejado la estilográfica delante de sí y me miraba. En su rostro un poco asimétrico no veía más que los dos ojos, muy claros, que me examinaban atentamente, sin expresar nada definible. Y tuve la singular impresión de ser mirado por mí mismo. […] [Examen de conciencia. Todavía no tengo una idea clara sobre mí mismo.]
Según él, estaba allí para dirigir con imparcialidad la audiencia de un asunto que quería considerar con objetividad. […]
Quería saber si yo había vuelto al manantial con la intención de matar al árabe. "No", dije. "Entonces, ¿por qué estaba armado y por qué volver a ese lugar precisamente?" Dije que era el azar. […]
Por primera vez desde hacía muchos años tuve un estúpido deseo de llorar porque sentí cuánto me detestaba toda esa gente.[…]
"Sí", gritó con fuerza, "yo acuso a este hombre de haber enterrado a su madre con corazón de criminal". […]
Como si los caminos familiares trazados en los cielos de verano pudiesen conducir tanto a las cárceles como a los sueños inocentes […]

[Hay un antes y un después en Meursault una vez que ha tomado conciencia de lo que significa verse privado de libertad. Y también hay un antes y un después una vez que se le ha leído el veredicto. Recordé aquellas palabras de Savater sobre héroes de carácter y héroes de destino:
A los protagonistas de las series también se les puede aplicar la división clásica entre héroes de carácter y héroes de destino. La recuerdo sucintamente: los héroes de carácter viven peripecias destinadas una y otra vez a confirmar o demostrar su personalidad inmutable (don Quijote, Mr. Pickwick, Sherlock Holmes, Charlot…); los héroes de destino despliegan su ejecutoria a lo largo de una evolución que les lleva desde lo que fueron como semilla original hasta alcanzar su estatura definitiva, feliz o desastrada (Madame Bovary, Raskolnikov, Lord Jim, Meursault, el sastrecillo valiente…). Desde luego, estas categorías nunca son absolutamente puras y la tendencia general es que, si duran lo suficiente, todo carácter acabe desembocando finalmente en un destino: don Quijote lo encuentra en la playa de Barcelona y termina siendo Alonso Quijano, el feraz en recursos Ulises llegando a Ítaca y su batalla final, incluso el característico Hercules Poirot remata su trayectoria como asesino en Telón. Sin embargo, aunque imperfecta en ocasiones o dudosa, esta división basta como clasificación elemental. Queremos frecuentar caracteres y conocer destinos: queremos ficción.
Carácter y destino, Fernando Savater [El País, 15 de octubre de 2013]

Leyendo la segunda parte de El extranjero, me acordé del examen de conciencia de Fresas silvestres, de El proceso, del final de El rojo y el negro. ¿Qué tienen en común Julián Sorel y Mersault?

Dice Vargas Llosa que Mersault:
Es un extranjero en un sentido radical, pues se comunica mejor con las cosas que con los seres humanos.
El mundo de Mersault no es pagano, es un mundo deshumanizado.
Pese a ser antisocial, Meursault no es un rebelde, pues no hay en él ninguna conciencia de inconformidad.
Su pasividad, su desinterés, son sin duda más graves que su falta, para quienes lo juzgan.
Si tuviera ideas o valores con qué justificar sus actos, su manera de ser, acaso sus jueces serían más benevolentes.
La novela no concluye, ni explícita ni implícitamente que, como las cosas son así, haya que resignarse a aceptar un mundo organizado por fanáticos como el Juez instructor o por histriones leguleyos como el Procurador.
Con su comportamiento perturbador, Mersault muestra la precariedad y la dudosa moral de las convenciones y ritos de la civilización. […] pone al descubierto la hipocresía y las mentiras, los errores y las injusticias que conlleva la vida social.
El extranjero debe morir, Mario Vargas Llosa

Sara expone sus sentimientos a una de las hermanas de Isak:
Isak es muy considerado. Es sumamente delicado. Está lleno de ternura y tiene principios. Quiere que pasemos el rato leyéndonos poesía y hablando también de la vida futura…Y no quiere besarme más que cuando está oscuro. Me está hablando siempre del pecado. Yo creo que está a una altura enorme sobre mí y yo me veo tan baja que no puedes tener idea de lo que siento.
Por otra parte, resulta que Sigfried es tan fresco y tan malo.
-Anda, Sara. Yo hablaré a Sigfried y si no se porta como es debido seguro que no tendrá vacaciones.

El segundo sueño de Isak Borg, en Fresas Salvajes
En el rincón de las fresas, su prima Sara, de la que siempre estuvo enamorado está sentada junto a él y sostiene un espejo para forzarlo a mirarse.
-¿Te has mirado en el espejo, Isak? ¿no? Pues yo te voy a decir el aspecto que tienes. No eres más que un viejo asustado que se va a morir muy pronto y yo tengo aún toda la vida por delante. […] No puedes aguantar la verdad. […] Pues ahora escúchame bien: Me voy a casar con tu hermano Sigfried. […]
Aunque tú sabes muchas cosas, en realidad no sabes nada.
[La razón, el conocimiento, la ciencia, la aplicación de los principios en la conducta [la rectitud] son insuficientes para colmar tu vida].
El examen [El proceso]
-Acérquese, por favor, profesor Borg. ¿Ha traído su papeleta de examen?
-Es un jeroglífico y yo sólo soy médico.
-Lo que está escrito en la pizarra es el primer deber de un médico. Es pedir perdón.
-Otra vez es usted “culpable de culpabilidad”.
-Aquí no se habla para nada de su corazón, ¿o es que quiere usted interrumpir el examen?
-Incompetente. […] Insensibilidad, egoísmo, falta de consideración. Son quejas presentadas por su esposa. Procederemos a un careo. Acompáñeme, profesor. No le queda otro recurso.



«Nuestra relación con otras personas consiste principalmente en discutir y juzgar el carácter y la conducta del prójimo. Eso me ha llevado a un retiro voluntario de, virtualmente, todo lo que llamamos intercambio social».
Al preguntarle por la existencia de Dios:
«¿Dónde está ese amigo al que busco en todas partes? Al clarear el día mi anhelo es más intenso. Cae la noche oscura y aún no hay rastro de él. ¡Aunque arda mi corazón! Pero ahí están las señales. Dondequiera que una fuerza surja, donde exista el perfume de una flor, en los campos por donde el viento sople, en el suspiro que exhalo, en el aire que respiro, su caridad está presente. Escucho su voz en el susurro de la brisa de verano».
“¿Dónde está el amigo que busco por doquiera? / Cuando apunta el día, mi inquietud también aumenta. / Cuando el día muere, lo busco todavía. / Aunque el corazón me abrasa, yo voy siguiendo sus huellas en cualquier brote de vida, / el aroma de la flor, la esbeltez de la espiga, / en el suspiro que lanzo y en el aire que respiro / está presente su amor y oigo cantar su voz en el viento del estío"


Una vida en la que pudiera recordar ésta


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Chrome - Handwriting/>Chrome - Handwriting