En
España, país desmemoriado, se ha puesto de
moda la memoria.
Es una memoria singularmente selectiva: borra o desfigura la parte del pasado
más cercana al presente y se remonta a una lejanía hasta hace poco no muy
frecuentada, salvo por los aficionados a la historia y los historiadores
profesionales, y por algunos novelistas que educamos nuestra imaginación en los
relatos cautelosos sobre la República y la guerra que escuchamos de nuestros
mayores en la infancia. La historia es un saber difícil que requiere largas
investigaciones, ofrece muchas incertidumbres y da a veces amargas noticias. La memoria no se investiga, sólo se recupera, sin exigir mucha disciplina,
incluso, muchas veces, con un propósito de afirmación personal o colectiva que
nadie está autorizado a discutir, ya que la
memoria, por definición, le pertenece al que la posee. La memoria, si no es vigilada por la razón, tiende a ser
consoladora y terapéutica.
Modificar los recuerdos personales para que se ajusten a los deseos del
presente es una tarea legítima, aunque con frecuencia tóxica, a la que casi
todos nosotros somos proclives.
Cuando la memoria se convierte en un
simulacro colectivo su efecto empieza a ser más alarmante. Su primacía desaloja a la
historia del debate público, porque la historia es mucho menos maleable, y con
frecuencia puede desmentir las buenas noticias sobre el pasado que a todos nos
gusta regalarnos. Al filtrarse a través del recuerdo, y también del olvido, el
pasado se convierte en ficción y en materia novelesca. Pero a la novela no le
exigimos fidelidad a los hechos privados o públicos que puedan haberla
inspirado. La responsabilidad de la novela es estética y moral: la de los discursos
públicos, casi como la de la ciencia, debería estar sujeta a las exigencias más
severas del conocimiento.
Como
novelista y como ciudadano, la negligencia o el silencio que durante muchos
años envolvieron el recuerdo de la
Segunda República, de la Guerra Civil y de la resistencia antifranquista me parecieron desoladores. La
falta de conexión entre el presente iniciado en la transición y las tradiciones progresistas españolas que fueron
interrumpidas por la guerra y sepultadas por el franquismo ha sido una de las debilidades
mayores de nuestro sistema democrático: ha alimentado nuestro raquitismo cívico
y nuestra profunda penuria cultural, así como una contumaz injusticia hacia
quienes lucharon contra la dictadura o fueron víctimas de lo que Paul Preston
ha llamado la "política de la venganza". Quienes ya éramos adultos a
principios de los años ochenta sabemos que la razón de tanto olvido público no
era el chantaje de una derecha franquista que siguiera vigilando desde la
sombra. Desde 1982 el Partido Socialista gobernaba
con mayoría absoluta, y sus dirigentes, empeñados en la tarea necesaria de
modernizar plenamente el país, optaron por ocuparse más del futuro que del
pasado, con un
entusiasmo en el que había una parte de arrojo verdadero y otra de frivolidad y
cosmética. De pronto la épica de la resistencia se había quedado antigua, tan
obsoleta como las barbas y como las chaquetas de pana. Cambios verdaderos y
profundos sucedían mientras tanto, pero muchos
nos sentimos agraviados en aquellos años por la amnesia atolondrada de los que
mandaban, por la falta de escrúpulos y una propensión al favoritismo y al
descuido de la moral pública que habrían de acabar en los escándalos de
corrupción de los primeros años noventa.
La
historia proscrita por el franquismo fue una historia simplemente abandonada
por la democracia. Abandonada por el Estado central y sustituida por mitologías
más o menos lunáticas en los sistemas educativos de los gobiernos autónomos,
consagrado cada uno a la tarea de inventar pasados gloriosos que fatalmente
acabarían malogrados por una pérfida invasión española. La mezcla de la pedagogía posmoderna y del nacionalismo
identitario pueden
conducir a resultados pintorescos o alarmantes, a una confusa aleación de ignorancia y adoctrinamiento
muy peligrosa para la vida civil pero muy útil para la demagogia política.
A
algunos nos parecía que el estudio atento de la República y de la Guerra Civil
era a la vez una reparación parcial de las injusticias del olvido y una búsqueda de esos valores sustantivos cuya debilidad
resultaba tan dañina para nuestro sistema democrático. Al leer obsesivamente libros
sobre entonces -los diarios de Azaña, las memorias de
Barea, las novelas de Max Aub, los estudios de Hugh Thomas o de Jackson, la
sobrecogedora historia oral de Ronald Fraser- revivíamos una y otra vez un drama que no nos
apasionaba ni nos hacía sufrir menos porque conociéramos de sobra su triste
final. Nos indignaba el escándalo de la
indiferencia de las democracias hacia la suerte de la República española, el
modo en que aceptaron sacrificarla queriendo apaciguar a Hitler. Pero también nos producía un
íntimo dolor, semejante a una derrota personal, la incapacidad de las fuerzas políticas del bando leal para
unirse eficazmente contra el enemigo común. Al cobrar conciencia política en los últimos
años de la dictadura, sentíamos una nostalgia doble del porvenir y del pasado,
del mañana en el que podríamos respirar y vivir en libertad y del lejano ayer
en el que la libertad existió brevemente. Igual que saltábamos sobre la cultura
del pasado inmediato para vincularnos a una tradición de heroica modernidad
literaria y estética que interrumpió la guerra y dispersó el exilio, queríamos
buscar nuestra legitimidad política en aquella República que era el reverso
exacto del régimen siniestro en el que habíamos crecido. Por eso había un fondo
de desconsuelo al ver que la democracia
restaurada no se esforzaba demasiado en honrar a los perseguidos, a los
silenciados, a los encarcelados y asesinados por el franquismo, a los que
salieron de España al final de la guerra y continuaron combatiendo al nazismo
en Europa, a los cautivos y supervivientes de los campos alemanes. Hubiéramos querido que se les
hiciera justicia mientras estaban vivos, y también que los valores que ellos
defendieron tuviesen más presencia en la política española: un sentido de la austeridad y la decencia, de la ciudadanía
solidaria y responsable, una vocación franca de justicia social, un amor
exigente por la instrucción pública, un verdadero laicismo, un respeto a la ley
entendida como expresión de la soberanía popular.
No
es eso lo que hemos visto tanto como habría sido necesario, y si no lo hemos
visto no ha sido por la presión de una derecha torva y de vocación autoritaria
o por la existencia de un rey. Pero a pesar de esas deficiencias -de las cuales
los únicos responsables son la clase
política y la ciudadanía, cada uno en su escala de acción- en 30 años España ha cambiado
tan prodigiosamente que ni siquiera los que hemos vivido este tránsito somos
capaces de comprender su magnitud y su calado. Nos hace falta el testimonio
deslumbrado de quienes nos han visto desde fuera, y no hemos sido capaces de
hacer conscientes a nuestros hijos de la
novedad y la fragilidad de lo que nosotros no tuvimos y ellos dan casi desganada o
despectivamente por supuesto. Hemos pasado de
la dictadura a la democracia,
del centralismo al federalismo, del tercer mundo al primer mundo, del
aislamiento internacional a la plena ciudadanía europea. Nos hemos dado un sistema educativo y sanitario públicos que con todas
sus deficiencias sólo puede valorar quien ha viajado algo por el mundo y sabe
lo que significa que la salud y la escuela sólo sean accesibles a quien puede
pagarlas. Y
sin embargo nadie o casi nadie siente lealtad hacia el sistema constitucional
que ha hecho posibles tales cambios, y en lugar de compartir una concordia
basada en la evidencia de lo que hemos podido construir entre todos nos
entregamos a una furia política en la que cada cual parece guiado por un
propósito de máxima confrontación.
En
una pelea de baja ley cualquier objeto puede convertirse en un arma arrojadiza:
la más reciente, en España, es la memoria, la República olvidada que de pronto
regresa a las primeras páginas, la Guerra Civil que se usurpa a los
historiadores y al recuerdo doloroso de quienes la sufrieron para desfigurarla a la medida de los intereses políticos de
unos y otros y a la voluntad de cizaña de los enemigos más descarados de la
democracia.
Para quienes hemos pasado muchos años no queriendo aceptar la obligación del
olvido es alentadora la idea de que de pronto tantas personas coincidan en el
recuerdo de un tiempo decisivo de la historia de España: pero no deja de ser
llamativo que el recuerdo llegue tan tarde, y que coincida tan oportunamente
con una nueva amnesia -ahora, sobre la
transición- y con diversos proyectos de desmantelar el sistema político fundado
por la Constitución de 1978.
Cada
uno tiene sus lealtades íntimas y sus nostalgias personales, y para muchos de
nosotros el 14 de abril y la bandera tricolor, el coraje republicano de Antonio
Machado, el patriotismo cívico y sereno de los diarios de Manuel Azaña,
mantienen un resplandor indeleble, vinculado a nuestros sueños juveniles de
libertad y a nuestros más firmes ideales del presente. Pero la lealtad
sentimental no debería cegarnos, precisamente porque entre los valores republicanos más altos está la primacía
de la racionalidad sobre el delirio romántico. Y hace falta mucho cinismo intelectual, mucha
malevolencia, para empujar al campo de los añorantes del franquismo a quienes
no se dejan llevar por esta oleada entre dulzona e interesada de memoria
nostálgica y prefieren no olvidar lo que han aprendido en los libros de
Historia y en los testimonios de quienes vivieron de cerca aquel tiempo. En los
diarios del tiempo de la guerra, en esa desolada obra maestra de la literatura
en español que es La velada en Benicarló, Manuel Azaña cuenta su amargura ante el sectarismo, la
incompetencia y la deslealtad a la República de muchos de los que deberían
haberla defendido.
En el desmoronamiento del Estado que
sobrevino tras la intentona militar del 18 de julio, cada fuerza política o
sindical, cada gobierno autónomo se entregó con ceguera suicida a la
persecución de sus propios intereses,
como si la guerra, más que una crisis terrible que los amenazara a todos por
igual, fuese una oportunidad de oro para alcanzar fines -la independencia, la
revolución, el comunismo libertario, etcétera- que nada tenían que ver con la
legalidad republicana.
Leyendo a los historiadores y a los memorialistas más eminentes, uno tiene la
sensación de que la
República, en un cierto momento de la guerra, no tenía más defensores sinceros
que Manuel Azaña, Juan Negrín, el general Vicente Rojo y Max Aub.
No
creo que sea de ese sectarismo insensato del que se tiene nostalgia, ni que en
aquella tentativa breve y maltratada de democracia hubiese algo de lo que no
disfrutemos ahora. Ni una sola de las libertades que afirmaba
la Constitución de 1931 está ausente de la de 1978, del mismo modo que las
valerosas iniciativas de justicia social, educación e igualdad de aquel régimen
no pueden compararse, por la enorme
diferencia de los tiempos históricos, con los progresos del Estado de bienestar
que disfrutamos ahora.
¿Fueron entonces más iguales las mujeres y los hombres? ¿Hubo mejor protección
para los parados, recibieron mejor atención pública los enfermos? ¿Estuvieron
más respetadas las minorías? ¿Fue más autónoma Cataluña con el estatuto de 1932
que con el de 1980? ¿Podemos excluir de nuestra genealogía democrática a Adolfo
Suárez o al general Gutiérrez Mellado, que tan gallardamente se mantuvieron en
pie frente a la zafia agresión de los golpistas del 23 de febrero de 1981?
Parecen
preguntas idiotas, pero es necesario formularlas, al menos para deslindar el
reconocimiento histórico de las mejores iniciativas de entonces de esa
nostalgia gaseosa que se va volviendo más densa cada día y no nos deja ver los
secos perfiles de lo que ocurre ahora mismo, las señales de alarma que deberían
empezar a inquietarnos. Algo distingue -o distinguía al menos hasta hace poco-
a la mayor parte de los discursos políticos surgidos del 78 sobre los del 31: la idea de que el adversario no es necesariamente el
enemigo, y de que por encima de las discrepancias más radicales está la
fidelidad a unos cuantos principios comunes que son el entramado básico de la
democracia. En 1931 España era un país de terribles diferencias sociales, en
una Europa desgarrada por la crisis económica y los fanatismos políticos. En una época en la que tan
rara era la templanza, puede ser comprensible -aunque no deje de ser
lamentable- que con tanta frecuencia los discursos políticos derivaran hacia un
pavoroso extremismo. Pero si estos tiempos son tan visiblemente otros, ¿de
dónde nace la furia verbal que uno observa ahora en España, y que lo golpea a
uno como un puñetazo al conectar la radio o mirar los titulares de un
periódico, la voluntad desatada y al parecer casi unánime de eliminar cada uno
de los espacios de concordia en los que se han basado estos treinta años de
democracia y progreso?
¿Tenemos que seguir eligiendo entre lamentar el asesinato del teniente Castillo
o el de José Calvo Sotelo, entre callar la matanza de la plaza de toros de
Badajoz o la de la Cárcel Modelo de Madrid?
Manuel
Azaña imaginó un patriotismo basado "en las zonas templadas del
espíritu". Una manera de conmemorar ese deseo es vindicar los modestos
ideales que lo hacen posible: defender la instrucción pública y no la ignorancia, el
respeto a la ley
frente a los mangoneos de los sinvergüenzas y los abusos de los criminales, el
acuerdo cívico y el pluralismo democrático
por encima de los lazos de la sangre o la tribu, la soberanía y la
responsabilidad personal
y no la sumisión al grupo o la impunidad de los que se fortifican en él. Estos
son mis ideales republicanos: espero que se me permita no incluir entre ellos
la insensata voluntad de expulsar al adversario de la comunidad democrática ni
el viejo y renovado hábito de repetir consignas en vez de manejar razones y
acusar de traición a quien se atreve a disentir de la ortodoxia establecida, o
a no seguir la moda ideológica del momento.
Notas escépticas de un republicano, Antonio Muñoz
Molina [El País, 24 de abril de 2006]
Perspectiva
general de las multinacionales
Si
hace 15 años alguien hubiera dicho que las empresas españolas serían
propietarias del mayor operador de telefonía móvil (O2) del Reino Unido, que
explotarían varias líneas del metro de Londres y algunos de los aeropuertos más
grandes del Reino Unido (entre ellos el de Heathrow), que adquirirían tres
bancos (Abbey, Bradford & Bingley y Leicester & Alliance) y una
compañía energética (Scottish Power) o que los dos mayores bancos, Santander y BBVA,
generarían más beneficios en Latinoamérica que en su propio país e Inditex
sería una de las cadenas de ropa más grandes del mundo, habría sido objeto de
mofa por haber hecho unas declaraciones tan absurdas. Sin embargo, ésta es la
situación actual, y es sólo una pequeña parte del panorama general.
Aunque
la afluencia de inmigrantes ha sido el
factor interno más importante durante este periodo, el factor externo de mayor relevancia ha sido la
espectacular inversión en el extranjero que han realizado las empresas
españolas, lo
que ha llevado a la creación de multinacionales. España, junto con Corea del
Sur y Taiwán, es el país que mayor número de multinacionales de carácter
verdaderamente global ha generado de entre los países que en los años sesenta
aún no habían desarrollado una base industrial sólida. También hay una serie de
pequeñas y exitosas multinacionales de ‘bolsillo’.
A
finales de 2011, España realizó una inversión externa de 640.300 millones de
USD frente a una inversión interna de 634.500 millones de USD. En cuanto al
PIB, el stock de inversión externa de España pasó del 3,0% en 1990 al 42,5% en
2011, superando a Italia en términos relativos y absolutos (véase la figura 1),
mientras que la cantidad de inversión interna a lo largo del mismo periodo
aumentó del 12,5% al 42,5% del PIB.
Unas 25 empresas ocupan posiciones de
liderazgo en la economía mundial en sus respectivos ámbitos (véase la figura 2), y dos de
ellas, Zara,
el buque insignia de Inditex,
y el banco Santander,
se encuentran entre las 100 marcas más valiosas del mundo (véase la figura 3).
En
los primeros seis meses de 2012, más del 60% de los ingresos de las empresas
que conforman el Ibex-35 (el índice de referencia de la bolsa de Madrid) se
produjeron en el extranjero (véase la figura 4). Gracias a su diversificación
geográfica y empresarial, estas empresas
pudieron compensar, en distinto grado, el declive empresarial en la deprimida
economía española.
Acerinox
(acero inoxidable) generó en el extranjero el 92% de sus ingresos, ACS
(construcción) el 81%, Ebro
Foods el 92% y el Santander
el 79%.
Los bancos Santander y BBVA se encuentran en los 50 primeros puestos mundiales de empresas transnacionales financieras (ETN), y cuentan con 407 y 142 filiales extranjeras respectivamente, según el Informe sobre las Inversiones en el Mundo en 2012 de la UNCTAD, mientras cuatro empresas (Telefónica, Iberdrola, Ferrovial y Repsol YPF) se encuentran entre las 100 principales ETN no financieras del mundo. El Consejo de Estabilidad Financiera (FSB por sus siglas en inglés) incluye a Santander y BBVA en la lista actualizada de bancos sistémicos a nivel global y en la categoría de menor riesgo.
Los bancos Santander y BBVA se encuentran en los 50 primeros puestos mundiales de empresas transnacionales financieras (ETN), y cuentan con 407 y 142 filiales extranjeras respectivamente, según el Informe sobre las Inversiones en el Mundo en 2012 de la UNCTAD, mientras cuatro empresas (Telefónica, Iberdrola, Ferrovial y Repsol YPF) se encuentran entre las 100 principales ETN no financieras del mundo. El Consejo de Estabilidad Financiera (FSB por sus siglas en inglés) incluye a Santander y BBVA en la lista actualizada de bancos sistémicos a nivel global y en la categoría de menor riesgo.
La
paradoja de las exportaciones
La economía española ha perdido
competitividad en los últimos años en términos de costes, precios y
productividad y, a pesar de ello, los resultados de las exportaciones han sido
sorprendentemente positivos.
Entre 2009 y 2011 la cifra de exportaciones de productos aumentó en 54.600
millones de euros hasta 214.500 millones de euros (un 20% del PIB),
lo que representa una mejora equivalente al 5,1% del PIB y un mayor ritmo de
crecimiento que Alemania, Francia e Italia, a pesar del menor volumen. Las
exportaciones de mercancías representaron en torno al 22% del PIB en 2012, un
incremento con respecto al 18% obtenido una década antes.
La recesión en España ha obligado a las
empresas a buscar mercados en el extranjero. Las exportaciones de productos se incrementaron
un 15,4% en 2011 hasta alcanzar los 214.500 millones de euros, en comparación
con el crecimiento del 11,4% registrado en Alemania e Italia y el 7,5% obtenido
en Francia. Las importaciones aumentaron el 9,6%, hasta alcanzar los 260.800
millones de euros, lo que redujo el déficit comercial en un 11,4%, hasta alcanzar
los 46.300 millones de euros (0,5% del PIB en comparación con el 5,8% en 2008).
La principal razón de que se mantenga el
alto déficit comercial en España es la factura energética. La balanza comercial con la UE
registró un superávit de 4 060 millones de euros en 2011, en comparación con el
déficit de 4.190 millones de euros registrado en 2010. También se produjo un
superávit con la zona euro de 1.660 millones de euros. Estos fueron los primeros superávits registrados desde
que España se incorporó a la UE en 1986.
En 2011, 122.987 empresas exportaron, el mayor número en la historia y 14% más
que en 2009.
Mientras
que Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Francia e Italia han perdido
cuota de mercado mundial en diferente grado en la última década, principalmente
a favor de China y otros países emergentes, la
cuota de exportaciones mundiales de mercancías de España apenas ha variado y se
ha mantenido en torno al 1,7%
(véase la figura 5), según la Organización Mundial del Comercio (OMC). España
solo perdió 0,4 puntos porcentuales de su cuota mundial desde que alcanzó su
pico de 2,0% en 2004, en comparación con los 1,9 puntos porcentuales de
Alemania desde 2004, los 4,0 de Estados Unidos desde 2000, los 1,6 de Francia
desde 2004 y los 0,9 de Italia desde 2004.
Uno
de los factores subyacentes a estos aparentemente misteriosos resultados es que
la pérdida acumulada de competitividad ha
afectado en menor medida al sector de la exportación, ya que este tiene que ser más
eficiente que el sector estrictamente nacional para poder ser competitivo. Los exportadores también han reducido sus márgenes de
beneficios para competir con mayor fuerza y han mejorado la calidad de sus
productos. Y aunque España aún no es un exportador consolidado, como muestra la figura 6, el
volumen de productos vendidos en el extranjero ha pasado de 55 600 millones de
dólares en 1990 a 298.200 millones de dólares en 2011.
El problema
estructural de España es que la demanda externa solo es positiva cuando la
economía se encuentra en recesión,
tal y como muestra la figura 7. Entre 1988 y 2012, la contribución de la
demanda externa al crecimiento del PIB fue positiva en solo siete años. Su
mayor aportación se produjo en 1993, cuando España sufrió su última recesión,
bastante más leve y breve que la actual. Si no fuese por la mayor contribución
al crecimiento del PIB que se obtiene de la demanda externa, la recesión, que
está previsto que dure hasta 2014 según fuentes oficiales, habría sido más
profunda.
La comparación con 1993, no obstante, carece de fundamento, ya que hasta que España se incorporó al euro en 2002, podía recurrir a la opción política de devaluar su moneda, la peseta, para recuperar o impulsar la competitividad en términos de exportación. Sin embargo, esto desapareció con la entrada del euro. A partir de ese momento la competitividad tan solo puede mejorarse mediante la devaluación interna, esencialmente mediante la reducción de los costes salariales y el aumento de la productividad. La competitividad externa de la economía continuó su línea de mejora durante la primera mitad de 2012. El Índice de Tendencia de Competitividad, calculado a partir de la inflación de los precios al consumo y del valor unitario de exportaciones, mejoró.
En
cuanto la economía comience a expandirse de nuevo, la aportación de la demanda
externa volverá a ser negativa. El
reto de España es conseguir un mejor equilibrio entre los diferentes
componentes de la economía donde las exportaciones desempeñan una función más
importante y estratégica, siguiendo el modelo de Alemania. Que Alemania se haya
recuperado más rápidamente que el resto de los países grandes de la zona del
euro no es una coincidencia: su economía se
basa mucho más en las exportaciones y tiene un carácter más internacional que la de España en tiempos de
bonanza, no solo en tiempos de vacas flacas.
En
cierto modo, esto ayuda a entender por qué la tasa de
desempleo ajustada estacionalmente de Alemania es inferior al 6%, una cuarta
parte de la de España, que es del 25%.
La tasa de Alemania, a pesar de verse atenuada por las prestaciones que se
ofrecen a las empresas para que mantengan el empleo de los trabajadores
reduciendo sus jornadas laborales (modelo conocido como kurzarbeit), es la más
baja que se recuerda desde el comienzo de la reunificación de Alemania en 1991,
mientras que la de España es la más alta en 15 años. La comparación es aún más
sobrecogedora si se habla en términos absolutos: Alemania, con una población de
82 millones de habitantes, tiene menos de 3 millones de desempleados, mientras
que España, con una población de 47 millones, presenta más de 5,7 millones de
desempleados.
España,
exportadora de verduras, fruta y vino tradicionalmente, se dedica actualmente a
la exportación de una gama cada vez más diversa de productos (véase la figura 8), desde
productos singulares como “donuts” (Panrico/Donut)
a sistemas informáticos y de control de tráfico aéreo (Indra) y
equipamiento de navegación espacial (GMV). A pesar de lo indicado antes, los sectores con un alto componente tecnológico no están
suficientemente representados en el esquema de exportaciones. En cambio, los
productos con un componente tecnológico medio están en cierto modo
representados en exceso
y justo en este ámbito la competencia es cada vez más dura.
La
distribución geográfica de las exportaciones también ha variado a lo largo de
los años. La UE de los 27 asumió un 64,2% de las exportaciones de España en la
primera mitad de 2012 en comparación con el 52% en 1985, el año anterior a que
España se uniera al club de los 10. La proporción de exportaciones destinadas a
Estados Unidos apenas ha variado y se sitúa en torno al 4%.
Presencia
institucional
España está bien representada institucionalmente en el extranjero a través de embajadas, oficinas de comercio y turismo y sucursales del Instituto Cervantes (fundado en 1991) para enseñar el español y promocionar la cultura de las naciones hispanohablantes. Existen 118 embajadas y 92 consulados, 100 oficinas del Instituto Español de Comercio Exterior (ICEX) y más de 70 sucursales del Instituto Cervantes en más de 40 países.
El
auge de las multinacionales españolas
Las empresas españolas comenzaron a invertir en el extranjero en los años sesenta, aunque la inversión externa no despegó hasta que el país se incorporó a la Comunidad Europea en 1986 y adoptó el euro como moneda en 1999, lo que permitió a las empresas recaudar fondos para sus adquisiciones a unos precios inimaginables solo unos años antes. Su calidad de Estado miembro de la UE cambió el enfoque estratégico de la España empresarial, que pasó de defender el relativamente maduro mercado nacional (mucho más abierto a otros países de la UE) a expandirse con fuerza en el extranjero. La liberalización del mercado nacional, a medida que las directivas del mercado único Europeo comenzaron a implantarse, hizo que las grandes empresas españolas, sobre todo las empresas estatales en sectores de oligopolio como las telecomunicaciones (Telefónica), el petróleo y el gas natural (Repsol y Gas Natural) y la electricidad (Endesa) (todas ellas a punto de privatizarse y obtener una gran liquidez) y los grandes bancos del sector privado, como el Santander y el BBVA, se dieran cuenta de que necesitaban reposicionarse en un entorno más competitivo. En los primeros años tras la entrada en la UE, se puso de manifiesto que el entorno era mucho más duro a través de un boom de la Inversión Extranjera Directa (IED) en España, cuando apenas pasaba una semana en la que no se produjeran adquisiciones y parecía que el país estuviera en venta.
La
respuesta estratégica a la amenaza de adquisición fue incrementar el tamaño y
pasar a la ofensiva. La liberalización interna brindó a las empresas españolas
la oportunidad de hacerlo. Y estas la aprovecharon. La inversión externa se
disparó y pasó de una media anual de 2.300 millones de USD en el periodo de
1985-1995 a 30.400 millones de USD en el de 1995-2004 y a 94.300 millones de
USD en el de 2005-2007, según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
Comercio y Desarrollo (UNCTAD por sus siglas en inglés, véase la figura 9). En
1999 las cifras de inversión externa prácticamente alcanzaron el nivel de inversión
extranjera en España y ese mismo año España superó el promedio de los países
desarrollados del mundo en lo que respecta a sus inversiones acumuladas en el
extranjero.
Latinoamérica
fue la primera opción natural para las empresas españolas que deseaban realizar
una inversión considerable en el extranjero. Entre 1993 y 2000, durante la primera fase de
gran inversión en el extranjero, Telefónica,
Santander
y BBVA,
el conglomerado de petróleo y gas natural Repsol, Gas Natural,
las compañías energéticas Endesa,
Iberdrola
y Unión Fenosa
y algunas empresas de construcción e infraestructuras invirtieron en la región.
Latinoamérica representó el 61% de la inversión total neta durante este periodo
(con un promedio de 13.100 millones de euros al año), excluyendo a las
Entidades de Tenencia de Valores Extranjeros (ETVEs), cuyo único objetivo es
poseer capital extranjero, en comparación con el 22,5% de la UE de los 15 y el
9% de Estados Unidos y Canadá. Estados Unidos, con una economía 12 veces
superior a la de España en ese momento y más próxima geográficamente a
Latinoamérica, fue el único país que realizó una inversión mayor.
Además
de los factores de impulso propios de las sociedades, existieron varios
factores de rechazo. Dos de ellos fueron puramente económicos: la liberalización y la privatización permitieron el
acceso a sectores de la economía latinoamericana que hasta el momento estaban
vedados, y en la actualidad sigue existiendo una necesidad constante de capital
para desarrollar la infraestructura de la región, por lo general escasa. Dos de
ellos son culturales: el primero de ellos es el idioma común y, en consecuencia, la
facilidad con la que los modelos de gestión pueden trasladarse. Otro atractivo
es el gran tamaño del mercado latinoamericano y
su nivel de subdesarrollo.
Los principios macroeconómicos de Latinoamérica en conjunto y de algunos países
en particular, como México y Brasil, también habían mejorado como consecuencia
de las importantes reformas realizadas, lo que convertía a la región en una
zona de inversión menos arriesgada.
México, Chile, Brasil y Perú han alcanzado de forma gradual un grado alto de calidad de inversión (investment grade status) lo que significa que el riesgo de impago de deuda es mínimo y los inversores institucionales se muestran más seguros a la hora de invertir en sus mercados financieros. Por último, la democracia se ha ido arraigando en cada vez más países.
México, Chile, Brasil y Perú han alcanzado de forma gradual un grado alto de calidad de inversión (investment grade status) lo que significa que el riesgo de impago de deuda es mínimo y los inversores institucionales se muestran más seguros a la hora de invertir en sus mercados financieros. Por último, la democracia se ha ido arraigando en cada vez más países.
El
primer paso para introducirse en el mercado latinoamericano fue, como ha
señalado Mauro Guillén, el del ‘mínimo esfuerzo’, para las empresas españolas
que se enfrentaban a amenazas de liberalización y toma de control en su propio
terreno (consulte su The
Rise of Spanish Multinationals, cambridge University Press, 2005.).
Los directivos españoles eran los más indicados para gestionar nuevos negocios
en Latinoamérica porque habían adquirido mucha experiencia en cómo competir en
sectores sujetos a la liberalización en su propio país. A principios de 2000, las empresas españolas se encontraban entre los
operadores de mayor tamaño en los sectores de telecomunicaciones, electricidad,
agua y servicios financieros en toda Latinoamérica y la región era una de las que
más aportaba a los resultados de un gran número de empresas y bancos españoles.
Mientras
que los años ochenta fueron una “década perdida” para Latinoamérica, en la que
los diferentes países capeaban las crisis de deuda extranjera, la primera
década del siglo XXI ha sido testigo de la continuación de la profunda
transformación que comenzó en los años noventa y que actualmente favorece las inversiones españolas en la región, a pesar
de que siguen surgiendo problemas,
como quedó patente con la renacionalización en 2012 de la empresa petrolera
argentina YPF, adquirida en 1999 por Repsol
por 13.000 millones de euros. YPF representó en 2011 más de una quinta parte de
los ingresos de explotación de Repsol.
En
abril de 2012, la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, presentó un
proyecto de ley al Congreso para que el estado se quedara con un 51% de YPF.
Esto ocurrió después de la revocación de 16 concesiones petrolíferas de Repsol
tras haber sido acusada de no invertir lo suficiente y, como consecuencia,
aumentar la factura de importación de energía de Argentina. Repsol rechazó los
cargos y sometió el caso a arbitraje internacional en el Banco Mundial.
El
alejamiento de Latinoamérica a partir de 2000, tras la debacle financiera de
Argentina, que aunque afectó a los bancos y las empresas españolas, apenas
incidió en la economía española, y la entrada en Europa, sobre todo en el Reino
Unido, y en menor medida en Estados Unidos y Asia, estuvieron marcados por
varias inversiones emblemáticas (la adquisición por 12.500 millones de euros
del banco británico Abbey por parte del Santander en 2004, la adquisición de
dos pequeños bancos en California y Texas por parte del Banco Bilbao Vizcaya
Argentaria (BBVA)
y la compra de una parte de China Netcom en 2005 y de la operadora de telefonía
móvil O2 en el Reino Unido, Alemania e Irlanda por 26.000 millones de euros en
2006 por parte de Telefónica.
La expansión internacional ha incrementado
considerablemente el tamaño de las empresas españolas. España cuenta con seis
empresas en la clasificación FT Global 500 de 2012, frente a las 273 de Estados
Unidos, las 38 de China, las 40 del Reino Unido, las 24 de Francia y las 19 de
Alemania (véase la figura 10).
La
inversión bruta de España en el extranjero, sin incluir las Entidades de
Tenencia de Valores Extranjeros (ET- VEs), que ostentan el capital de empresas
establecidas en el extranjero para obtener ventajas fiscales, descendió un 27%
en 2011 hasta los 11.200 millones de euros. El país que más inversión bruta
recibió fue Turquía, que se está convirtiendo en un
socio comercial cada vez más importante para España y en un destino para las
inversiones (véase
la figura 11). La inversión española en Turquía se ha disparado y ha pasado de
232 millones de euros en 2010 a 4.400 millones de euros. En 2011, el consorcio
OHL-Dimentronic obtuvo la licitación del contrato de 900 millones de euros para
construir un túnel bajo el Bósforo, y Técnicas Reunidas se aseguró un contrato
de 2.400 millones de euros para modernizar la refinería de Tüpras en Izmit, el
más grande que la empresa petrolera ha adjudicado y el séptimo contrato
obtenido por Técnicas Reunidas en Turquía.
Instantánea
de algunas multinacionales
El ascenso del banco Santander es digno de mención: fundado en 1857 en la región del mismo nombre, ha pasado de ser un banco emisor local a ser actualmente el líder de los bancos minoristas en la zona euro (y el banco más grande por capitalización bursátil), con la mayor franquicia financiera en Latinoamérica. El Santander, producto de la fusión de tres bancos entre 1991 y 1999, opera en muchos países europeos, entre los que se incluye Alemania, Portugal, Polonia y el Reino Unido, país este último donde es propietario de Abbey (uno de los principales bancos hipotecarios), así como en Latinoamérica, donde ocupa posiciones de liderazgo en Brasil, México, Chile y Argentina, y en el noreste de Estados Unidos (Sovereign). El Santander comenzó a labrarse su fama de banco dinámico e innovador en 1989, año en el que ofreció cuentas corrientes remuneradas por primera vez en el panorama bancario español. En 1985 el Santander contaba con 750.000 clientes en todo el mundo. En la actualidad, posee más de 102 millones de clientes y 14.760 sucursales (más que cualquier otro banco internacional). En la primera mitad de 2012, Brasil generó el 26% del beneficio atribuido recurrente por segmentos geográficos operativos, en comparación con el 14% obtenido en España (véase la figura 12). Los mercados emergentes representaron el 56% de los beneficios
Santander
es el banco más grande en la zona euro por capitalización bursátil
El
BBVA también se fundó en 1857
y es el producto de la fusión de tres bancos. Es propietario de Bancomer, el
grupo bancario líder en México, posee la mayor presencia en Estados Unidos
entre los bancos españoles y en 2006 consiguió ser el primer banco español en
introducirse en el sector financiero de China, de crecimiento vertigino- so, al
adquirir el 5% del banco CITIC y un 15% del CITIC International Financial
Holdings, su filial en Hong Kong. En el primer semestre de 2012, México aportó
el 29% del beneficio atribuido recurrente por segmentos operativos y España el
19%. Los mercados emergentes generaron el 57% del margen bruto.
En
energía renovable, España cuenta con tres empresas (Acciona, Gamesa e
Iberdrola), líderes en sus ámbitos. Acciona es el mayor promotor de parques
eólicos, Gamesa el cuarto productor de aerogeneradores e Iberdrola, la mayor
empresa española de electricidad, el mayor operador de energía eólica.
En
los sectores de construcción y gestión de infraestructuras de transporte, España
es líder mundial con seis empresas en los 10 primeros puestos (véase la figura
13).
Sin embargo, puede que la historia que más llame la atención sea la de Inditex, la mayor cadena de moda por ventas mundiales, cuyas ventas se han cuadruplicado hasta alcanzar los 13.800 millones de euros en 2011 desde su oferta pública inicial en 2001. El número de tiendas que posee, con ocho formatos de venta, de los cuales el más conocido es Zara, se incrementó y pasó de tener menos de 1.000 en 1997 en menos de 20 países, cuando todavía era una empresa familiar, a 5.693 a finales de julio de 2012 (1.930 en España) en más de 80 países. En 2011, el 25% de las ventas procedían de España, el 45% del resto de Europa y el otro 30% del resto del mundo. Inditex abrió 483 tiendas nuevas en 2011, 130 de ellas en China, hasta alcanzar un total de 275 en este país, con la perspectiva de ampliar este número hasta 425 en 2012. Solo España tiene más tiendas que China. Un poco más de una tercera parte de las ventas totales en la primera mitad de 2012 se produjeron fuera de Europa, frente al 29% obtenido en el mismo periodo de 2011.
Sin embargo, puede que la historia que más llame la atención sea la de Inditex, la mayor cadena de moda por ventas mundiales, cuyas ventas se han cuadruplicado hasta alcanzar los 13.800 millones de euros en 2011 desde su oferta pública inicial en 2001. El número de tiendas que posee, con ocho formatos de venta, de los cuales el más conocido es Zara, se incrementó y pasó de tener menos de 1.000 en 1997 en menos de 20 países, cuando todavía era una empresa familiar, a 5.693 a finales de julio de 2012 (1.930 en España) en más de 80 países. En 2011, el 25% de las ventas procedían de España, el 45% del resto de Europa y el otro 30% del resto del mundo. Inditex abrió 483 tiendas nuevas en 2011, 130 de ellas en China, hasta alcanzar un total de 275 en este país, con la perspectiva de ampliar este número hasta 425 en 2012. Solo España tiene más tiendas que China. Un poco más de una tercera parte de las ventas totales en la primera mitad de 2012 se produjeron fuera de Europa, frente al 29% obtenido en el mismo periodo de 2011.
No todas las
multinacionales son empresas grandes.
Entre las de tamaño medio destacan Freixenet,
Miguel Torres,
Osborne,
CAF,
Talgo,
Mango,
Europac,
Pescanova
y Viscofan.
Freixenet se convirtió en el productor líder global de cavas de gran calidad a partir del uso del proceso de método tradicional hacia mediados de los años ochenta. Su producto icónico es Cordón Negro, que se presenta en una botella de vidrio esmerilado de color negro, reconocida en todo el mundo. Produce unos 200 millones de botellas al año (más de la mitad de toda la producción de cava de España y el 80% de las exportaciones) y tiene viñedos en California.
Miguel Torres, de origen catalán como Freixenet, se fundó en el siglo XIX, y es uno de los líderes en producción vinícola, con viñedos no solamente en España, sino también en Chile y California.
Osborne, productor de vinos, bebidas alcohólicas y productos derivados del cerdo, fue fundada en 1772 y es una de las empresas españolas de más solera.
CAF es el líder internacional en el diseño, la fabricación, el mantenimiento y el suministro de equipamiento y componentes para sistemas de ferrocarriles. Ha trabajado, por ejemplo, en el Heathrow Express en el Reino Unido, en el enlace ferroviario al aeropuerto de Hong Kong y ha obte- nido contratos en Turquía para la construcción del tren de alta velocidad que conectará Estambul y Ankara.
Freixenet se convirtió en el productor líder global de cavas de gran calidad a partir del uso del proceso de método tradicional hacia mediados de los años ochenta. Su producto icónico es Cordón Negro, que se presenta en una botella de vidrio esmerilado de color negro, reconocida en todo el mundo. Produce unos 200 millones de botellas al año (más de la mitad de toda la producción de cava de España y el 80% de las exportaciones) y tiene viñedos en California.
Miguel Torres, de origen catalán como Freixenet, se fundó en el siglo XIX, y es uno de los líderes en producción vinícola, con viñedos no solamente en España, sino también en Chile y California.
Osborne, productor de vinos, bebidas alcohólicas y productos derivados del cerdo, fue fundada en 1772 y es una de las empresas españolas de más solera.
CAF es el líder internacional en el diseño, la fabricación, el mantenimiento y el suministro de equipamiento y componentes para sistemas de ferrocarriles. Ha trabajado, por ejemplo, en el Heathrow Express en el Reino Unido, en el enlace ferroviario al aeropuerto de Hong Kong y ha obte- nido contratos en Turquía para la construcción del tren de alta velocidad que conectará Estambul y Ankara.
Freixenet
es el productor líder global de cavas de gran calidad
Talgo
también pertenece al ámbito ferroviario. Comenzó su andadura en los años
veinte, cuando un ingeniero ferroviario vasco, Alejandro Goicoechea, promovió
de forma pionera un nuevo método para construir vagones de tren, que minimizaba
el peso de estos a través del uso de materiales más ligeros y reducía la altura
de los mismos, lo que permitía realizar giros a velocidades relativamente altas.
También introdujo otras novedades entre las que se incluye una nueva forma de
suspensión. En 1974, Talgo se convirtió en el primer
tren-cama de alta velocidad del mundo (cubría la ruta Barcelona-París). En la actualidad, ofrece rutas
en Estados Unidos, Argentina y Kazajistán.
Mango es una cadena minorista de ropa con más de 2.000 tiendas en más de 100 países.
Europac es uno de los líderes del sector del embalaje, con plantas en España, Francia y Portugal.
Mango es una cadena minorista de ropa con más de 2.000 tiendas en más de 100 países.
Europac es uno de los líderes del sector del embalaje, con plantas en España, Francia y Portugal.
Pescanova es
una de las 10 principales empresas de pesca, con una flota de 120 buques.
Viscofan
es líder mundial en la producción, manufactura y comercialización de envolturas
artificiales para el sector cárnico.
Conclusión:
La necesidad de promocionar la Marca España
España ha recorrido un largo camino en los últimos 30 años, y aunque la imagen del país (y, por consiguiente, la de sus empresas) se ha visto seriamente dañada por la profunda crisis económica que sufre, esta no coincide con la realidad. Hasta ahora, los gobiernos se han resistido a involucrarse en el tema de la marca país.
En
2003, el Real
Instituto Elcano, el think tank con sede en Madrid, la
Asociación de Directores de Comunicación (Dircom), el Instituto Español de
Comercio Exterior (ICEX) y el Foro de Marcas Renombradas Españolas (FMRE)
publicaron un informe en el que se exponían propuestas de estrategias para
mejorar y gestionar la percepción y la imagen de España en el extranjero. La
principal conclusión fue que la
marca estatal es una cuestión de estado, más allá de los partidos o de las
diferencias ideológicas, ya que afecta a todo el mundo, por lo que debía
coordinarse centralmente con la participación del sector público y del privado.
Desde entonces se han realizado pocas acciones para aplicar las
recomendaciones. La promoción de la Marca España no acaba de cuajar en las 17
comunidades autónomas de España, sobre todo en la catalana y la vasca, las más
nacionalistas. Además, estos y otros gobiernos autonómicos prefieren promover
su propia imagen y marca en lugar de cobijarse bajo un mismo paraguas.
El
concepto de marca país necesita un enfoque bipartidista
José
Luís Rodríguez Zapatero, el anterior presidente del gobierno socialista
(2004-2011), reconoció la necesidad de emprender acciones cuando, en junio de
2008, acompañado por Kofi Annan, el anterior Secretario General de la ONU,
anunció que en 2009 se pondría en marcha una comisión de diplomacia pública.
Sin embargo, no se hizo nada para instaurarla. Los gobiernos de Alemania,
Finlandia y el Reino Unido, por ejemplo, mejoraron de forma exitosa la imagen
de sus países a través de dichas comisiones e iniciativas de renovación de
marca.
El
concepto de marca país necesita un enfoque bipartidista. En un mundo cada vez
más globalizado, en el que el precio no es siempre el factor determinante, una
marca (un activo inmaterial) se erige como la mejor forma de competir tanto
para empresas como para países. Cuanto
más conocida sea la marca de un país (que incluye muchos elementos, como sus
productos, empresas, cultura, deportes, cooperación internacional, etc.) más
disfrutarán de su éxito el propio país y sus empresas, sobre todo entre los primeros
compradores, ya que esto depende, en mayor o menor grado, de la imagen previa
que los consumidores tienen de la nación que los produce.
Un
buen ejemplo de cooperación es la alianza entre el sector público y privado en
el Foro de Marcas Renombradas Españolas, que aprobó un plan de imagen y marca
en 2008. La facturación de las más de 100 empresas del Foro equivale a más del
40% del PIB de España.
El
gobierno conservador de Mariano Rajoy, que asumió el poder a finales de 2011,
apoya e impulsa activamente la Marca España y, por lo tanto, la de las
empresas. José Manuel García-Margallo, ministro de asuntos exteriores, trabaja
para que la política de exteriores se centre más en el aspecto comercial. La
situación de crisis de la economía española hace que esta iniciativa,
largamente esperada, cobre mucho sentido. El gobierno también ha creado, por
primera vez, el puesto de Alto Comisionado para la Marca España con rango de
secretario de Estado, que ostenta Carlos Espinosa de los Monteros, una persona
con amplia experiencia en el mundo empresarial.
El proceso de
internacionalización de España ha sido muy positivo hasta este momento, salvo
por los contratiempos
que supusieron la expropiación argentina en abril de 2012 de YPF, su mayor empresa
petrolera, propiedad en un 51% de Repsol, y el embargo de Bolivia de
Transportadora de Electricidad, la filial de Red Eléctrica, la red eléctrica
española. El desplome del sector de la construcción
que se produjo a partir de 2008 expuso de forma brutal las carencias que
presenta el desequilibrado modelo económico de España, excesivamente basado en
el ladrillo, el hormigón y el turismo. La economía debe internacionalizarse aún
más a través de las exportaciones y la inversión directa en el extranjero para
crear puestos de trabajo de forma más sostenible y de mayor calidad.
El auge de la presencia internacional de España, William
Chislett [marcasrenombradas.com, 21 de febrero de 2013]
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