domingo, 19 de mayo de 2019

¿No hubiera podido tener acaso peores consecuencias?




Textos seleccionados de El Proceso, de Franz Kafka
En el infierno nos veríamos, Javier Marías [La zona fantasma, 6 de noviembre de 2011]
Época de soplones y de policías, Javier Marías [La zona fantasma, 27 de marzo de 2011]
Pobre perdona a rico, Javier Marías [La zona fantasma, 18 de marzo de 2012]
"La literatura en el siglo XX", entrevista a Mario Vargas Llosa de Jimena Pinilla Cisneros y Julio Villanueva Chang, publicada en "El Comercio" (Perú), 24 de junio del 2000.


todo parecía muy práctico, aunque no se supiese muy bien para qué podía servir. […]

––No estamos autorizados a decírselo. Regrese a su habitación y espere allí. El proceso se acaba de iniciar y usted conocerá todo en el momento oportuno. Me excedo en mis funciones cuando le hablo con tanta amabilidad. Pero espero que no me oiga nadie excepto Franz, y él también se ha comportado amablemente con usted, infringiendo todos los reglamentos. Si sigue teniendo tanta suerte como la que ha tenido con el nombramiento de sus vigilantes, entonces puede ser optimista. […]
Por ahora no le interesaba el derecho de disposición sobre sus bienes, consideraba más importante obtener claridad en lo referente a su situación. […]

¿Qué hombres eran ésos? ¿De qué hablaban? ¿A qué organismo pertenecían? K vivía en un Estado de Derecho, en todas partes reinaba la paz, todas las leyes permanecían en vigor, ¿quién osaba entonces atropellarle en su habitación?


[No sin cierta ironía describe Kafka la situación jurídico––política del momento. Kafka comenzó la novela el 11 de agosto de 1914, en plena gestación de la I Guerra Mundial. Las referencias al «Estado de Derecho» y al vigor de las leyes es interesante porque designa un régimen que se somete al derecho en su forma de actuación.
Un manto de normalidad cubre la sociedad en la que se desenvuelve Josef K, no hay ninguna perturbación del orden político ni ningún «estado de alarma, excepción o sitio» que pudiera justificar la existencia de tribunales de excepción.] 

[…]
Ciertamente, todo se podía considerar una broma, si bien una broma grosera, que sus colegas del banco le gastaban por motivos desconocidos, o tal vez porque precisamente ese día cumplía treinta años. […]
Cuando regresó a la habitación contigua, se abrió la puerta de enfrente y apareció la señora Grubach. Sólo se vieron un instante, pues en cuanto reconoció a K pareció confusa, pidió disculpas y desapareció cerrando cuidadosamente la puerta. […]
Que no se pueda adaptar a su situación actual, y que parezca querer dedicarse a irritarnos inútilmente, a nosotros, que probablemente somos los que ahora estamos más próximos a usted entre todos los hombres. […]

[Sobre el abuso de autoridad. Los vigilantes que se extralimitan en sus funciones. Algunos se toman la detención como una cuestión personal y se sienten burlados por los detenidos.


Sobre la presunción de inocencia.]

Somos empleados subalternos, apenas comprendemos algo sobre papeles de identidad, no tenemos nada que ver con su asunto, excepto nuestra tarea de vigilarle diez horas todos los días, y por eso nos pagan. Eso es todo lo que somos. No obstante, somos capaces de comprender que las instancias superiores, a cuyo servicio estamos, antes de disponer una detención como ésta se han informado a fondo sobre los motivos de la detención y sobre la persona del detenido. No hay ningún error. El organismo para el que trabajamos, por lo que conozco de él, y sólo conozco los rangos más inferiores, no se dedica a buscar la culpa en la población, sino que, como está establecido en la ley, se ve atraído por la culpa y nos envía a nosotros, a los vigilantes. Eso es ley. ¿Dónde puede cometerse aquí un error? […]

[No cuestionan las órdenes ni el sistema. Si usted está detenido, será por algo. Si es sospechoso, también será por algo. Desde el momento de la detención, estoy por encima porque represento al brazo de la ley. El sentimiento de culpa es lo peor. El sentimiento de culpa te delata. El que algo teme, algo debe. ¿Y uno no tiene siempre algo que temer? ¿Uno no busca siempre la justificación para una desgracia?]


«¿Acaso ––pensó–– debo dejarme confundir por la cháchara de estos empleados subalternos, como ellos mismos reconocen serlo? Hablan de cosas que no entienden en absoluto. Su seguridad sólo se basa en su necedad. Un par de palabras que intercambie con una persona de mi nivel y todo quedará incomparablemente más claro que en una conversación larga con éstos».[…]
Ha olvidado que nosotros, quienes quiera que seamos, al menos frente a usted somos hombres libres, y esa diferencia no es ninguna nimiedad. A pesar de todo, estamos dispuestos, si tiene dinero, a subirle un pequeño desayuno de la cafetería. […]

[La libertad se pierde con la detención, no con el veredicto.]



tal vez ésa fuera la solución más simple, llevarlo todo al extremo. Pero también era posible que se echaran sobre él y, una vez en el suelo, habría perdido toda la superioridad que, en cierta medida, aún mantenía sobre ellos. Por esta razón, prefirió a esa solución la seguridad que traería consigo el desarrollo natural de los acontecimientos […] Se sentía bien y confiado. […]A K le sorprendió, al adoptar la perspectiva de los vigilantes, que le hubieran confinado en la habitación y le hubieran dejado solo, pues allí tenía múltiples posibilidades de quitarse la vida. Al mismo tiempo, sin embargo, se preguntó, esta vez desde su perspectiva, qué motivo podría tener para hacerlo.[…] Que vieran ahora, si querían, cómo se acercaba a un armario, en el que guardaba un buen aguardiente, cómo se tomaba un vaso como sustituto del desayuno y cómo destinaba otro para darse valor, pero este último sólo como precaución para el caso improbable de que fuera necesario. […]

[La alternativa de huir, descartada. Me siento moralmente superior porque, aunque tengo miedo, guardo la calma.]



me ha sorprendido mucho, pero como llevo treinta años en el mundo y he tenido que abrirme camino solo en la vida, estoy endurecido contra todo tipo de sorpresas, así que no las tomo por la tremenda […]
Lo deduzco porque he sido acusado, pero no puedo encontrar ninguna culpa por la que me pudieran haber acusado. Pero eso también es secundario. Las preguntas principales son: ¿Quién me ha acusado? ¿Qué organismo tramita mi proceso? ¿Es usted funcionario? […]Tampoco puedo decirle si le han acusado, o mejor, ni siquiera sé si le han acusado. Usted está detenido, eso es cierto, no sé más.[…] usted está detenido, cierto, pero eso no le impide cumplir con sus obligaciones laborales. Debe seguir su vida normal. […]
Como usted está al tanto de todas las palabras, añado: no le obligo a ir al banco, sólo he supuesto que quería hacerlo.
Para facilitárselo y para que su llegada al banco sea lo más discreta posible, he mantenido a estos tres jóvenes, colegas suyos, a su disposición. […]

[La pregunta principal no es de qué se me acusa sino quién, qué organismo está detrás de mi proceso. Si no es estatal, ¿Cómo puedo enfrentarme a él?]



––Sí ––dijo ella en voz baja––, pero ante todo no se lo debe tomar muy en serio. ¡Las cosas que ocurren en el mundo! Como habla conmigo con tanta confianza, señor K, le confesaré que escuché algo detrás de la puerta y que los vigilantes también me contaron algunas cosas. Se trata de su felicidad, y eso me importa mucho, más, quizá, de lo que me incumbe, pues no soy más que la casera. Bien, algo he oído, pero no puedo decir que sea especialmente malo. No. Usted, es cierto, ha sido detenido, pero no como un ladrón.
Cuando se detiene a alguien como si fuera un ladrón, entonces es malo, pero esta detención…, me parece algo peculiar y complejo, perdóneme si digo alguna tontería, hay algo complejo en esto que no entiendo, pero que tampoco se debe entender. […]
Pero uno siempre está tan desprevenido. […]No quiero criticar a la señorita Bürstner, ella es una muchacha buena y amable, ordenada, puntual, trabajadora, yo aprecio todo eso, pero algo es verdad: debería ser más prudente y discreta.[…] Y no es lo único en ella que considero sospechoso.



[Vivir en un perpetuo estado de vigilancia, de control de unos ciudadanos sobre otros. Me acordé de este artículo de Javier Marías sobre los delatores:



Nunca pude soportar a los chivatos, desde la infancia. Siempre los desprecié y rehuí y me prohibí ser amigo de ninguno de ellos, y creo que ese sentimiento de repulsa era compartido por la mayoría de los niños. No sé cómo se aprendía, pero sin duda se aprendía en seguida que uno no debía chivarse, que eso era lo más bajo y ruin que cabía. Ni siquiera -o apenas- cuando era uno el perjudicado por la actitud o matonería de otro u otros. La ley no escrita de los chicos dictaba que tenía uno que arreglárselas por su cuenta, plantando cara, buscando alianzas, ganándose a los enemigos, pactando con habilidad, ofreciéndose a ayudarlos en los exámenes si eran burros (como solían), en última instancia pegándose con ellos en el recreo o a la salida. Le tocaba a uno hacerse respetar, sin recurrir a los profesores ni a los padres, sin procurar que unos u otros le sacaran las castañas del fuego y castigaran a los abusones o provocadores. De ese modo aprendía uno pronto las lecciones de la vida: cuándo hay que valerse de la astucia, cuándo de la fuerza, cuándo del compromiso, cuándo conviene hacer las paces y cuándo no hay paces que valgan. Se ejercitaban la imaginación y el ingenio, se maquinaba, se calibraba. Si cada vez que tenía uno un problema acudía a las autoridades, era posible que le quitaran el problema de encima -nunca del todo, eso se sabía-, pero desde luego no se fogueaba ni aprendía nada del arte de la supervivencia. Pero, en fin, ser chivato podía perdonarse -a duras penas- cuando uno se veía en una situación desesperada y había agotado sin éxito todos los recursos propios.Lo que era imperdonable era chivarse de lo que no lo atañía, de la travesura o la falta de un compañero que en modo alguno nos dañaba ni afectaba. Era inconcebible que, cuando una profesora preguntaba “¿Quién ha escrito esta impertinencia en la pizarra?”, alguien alzara la mano y dijera “Ha sido Vidal”. Y aún más repugnante resultaba que, sin que ningún profesor preguntara nada (quizá ya borrada la impertinencia, y no vista más que por los alumnos), alguien acusara espontáneamente: “Vidal ha escrito tal barbaridad en la pizarra”. A esos pelotas, amantes de la ley y el orden, se los llamaba también “acusicas” y se les cantaba aquello de “Acusica Barrabás, en el infierno te verás”. Curioso, y sano, que se mandara al infierno a los aprendices de delatores, a quienes deseaban que nadie quedara sin castigo aunque a ellos no les fuera ni les viniera la acción de los transgresores.




[A uno sólo se le pide que respete la ley y el orden. Supongo que pegarse con un matón no es una manera muy sensata de aprender el arte de la supervivencia.
¿Hasta qué punto el que transgrede una ley no está atentando contra lo convenido por todos, contra el Bien común? ¿Esta no es una invitación a tomarnos la justicia por nuestra mano, a burlar la ley siempre que nos sea posible o consideremos que no nos van a castigar? Si las leyes son injustas, intentemos cambiarlas pero no estamos legitimados a no respetarlas sólo porque no nos convienen.
El problema es cuando se produce una colisión entre la moral y el derecho.

No sé cuánto de este viejo código infantil se conserva hoy en los colegios, pero me temo que muy poco, a juzgar por lo chivata que tiende a ser la sociedad adulta. Hay que dejar un margen para que la gente se salte las reglas, más aún en una época en la que todo está cada vez más regulado y las libertades más menguadas, y en que se consideran delitos o infracciones casi todas las cosas. Ese margen solía darlo que no hubiera ningún policía alrededor, que a uno no lo viera quien no debía verlo, y en cambio se contaba con la complicidad, la comprensión o por lo menos la indiferencia de los conciudadanos, todos ellos susceptibles de incurrir en parecidas faltas en caso de necesidad u osadía. La proliferación de cámaras -que se ha aceptado bovinamente, cuando no con contento por parte de los que se creen “buenos ciudadanos” y no son más que ratas- supone que estemos permanentemente vigilados. Pero si además nuestros vecinos se dedican a lo mismo, entonces estamos ya en una sociedad policial en la que no puede uno fiarse de nadie. Ríanse de la Stasi, la temible y ubicua policía secreta de la República Democrática Alemana.

[Presenta a los delatores como interesados e inmorales. Pero ¿y si un ciudadano da cuenta de un delito porque considera que es su deber?] 


Ahora leo que en la democrática Corea del Sur se paga por delatar, y que el país se ha llenado de “cazarrecompensas con cámara”, los cuales pueden llegar a embolsarse 85.000 dólares al año por denunciar a sus prójimos. Al que se cuela en el metro o tira una colilla al suelo, al que quema basura en zonas de construcción o se salta un semáforo, al que se cuela en una cola o cambia de carril indebidamente. Las recompensas oscilan entre 5 dólares por informar de una colilla hasta 850 por entregar a un vendedor de ganado sin licencia. El único elemento esperanzador ante semejante situación aberrante es que esos paparazzi voluntarios y nocivos son odiados por gran parte de la población y que muchos de ellos no se atreven a contar a sus amistades a qué se dedican, para no levantar sospechas y por temor al rechazo. También que haya algún arrepentido: “Lamento los días en que estaba desesperado y daba parte de las fechorías de personas igual de pobres que yo”. A no pocos -se justifican- los ha empujado a esta actividad la crisis. Pero, sea como sea, lo descorazonador es que cada vez hay más sudcoreanos que ven en la delación y la denuncia indiscriminadas un negocio, una manera bastante cómoda de ganarse la vida. (Temo un rápido contagio en España, país mimético de todo lo imbécil, dado a prohibir y en el que hay mucho más paro.) Premiar eso es, en la práctica, privatizar las tareas policiales, o aún más grave, convertir a los ciudadanos en policías y provocar la desconfianza, el miedo, el odio y el rencor entre ellos. Es lo que han hecho siempre los Estados totalitarios, desde la Rusia de Stalin a la Alemania de Hitler pasando por la Cuba de Castro, el Chile de Pinochet, la Venezuela de Chávez y la España de Franco. Es crear una sociedad de chivatos profesionales, con el consiguiente y brutal deterioro de la convivencia. O, dicho peor pero más a las claras, es crear una sociedad de hijos de puta.En el infierno nos veríamos, Javier Marías [La zona fantasma, 6 de noviembre de 2011]
––Está equivocada ––dijo K furioso e incapaz de ocultarlo––, usted ha interpretado mal el comentario que he hecho sobre la señorita, no quería decir eso. Es más, le advierto sinceramente que no le diga nada, usted está completamente equivocada, conozco muy bien a la señorita, nada de lo que usted ha dicho es verdad.[…] por el momento no quiero hablar con la señorita, naturalmente que antes quiero observarla, sólo a usted le he confiado lo que sabía. Al fin y al cabo intento mantener decente la pensión en beneficio de todos los inquilinos, ése es mi único afán. […]
alimentó la sospecha contra él mismo de que quería irse de la vivienda por el incidente de la mañana. Nada podría haber sido más absurdo y, ante todo, más inútil y más despreciable. […]
[Huir es de cobardes]
––Es extraño ––dijo la señorita Bürstner––, me veo obligada a prohibirle algo que usted mismo se debería prohibir: entrar en mi habitación cuando me hallo ausente. […]
––Bueno, inocente… ––dijo la señorita––. No quiero emitir ahora un juicio trascendente, tampoco le conozco, en todo caso debe de ser un delito grave para mandar inmediatamente a una comisión investigadora. Pero como está en libertad ––deduzco por su tranquilidad que no se ha escapado de la cárcel––, no ha podido cometer un delito semejante. […]
––Estoy tan cansada que permito más de lo debido. […]


eran épocas en que se sabía poner las cosas en su contexto y su circunstancia, se distinguía la exageración y no se defenestraba a nadie por un ocasional exceso alcohólico verbal. No se magnificaba, no se perseguía con saña cualquier salida de tono o metedura de pata, no se tomaba todo en serio siempre ni al pie de la letra ni se sacaba de quicio. Y no de todo quedaba constancia en forma de filmación: no se era rehén, de por vida, de lo que se había dicho a la ligera en un ataque etílico o de furor. A muchos les parecerá mal que afirme esto, pero me parecían épocas mucho más civilizadas. Porque la más incivilizada, intolerante y autoritaria de todas es aquella en la que muchos ciudadanos se convierten no ya en paparazzi, sino en chivatos y policías permanentemente de servicio.Javier Marías, Época de soplones y de policías [La zona fantasma, 27 de marzo de 2011]

Pero todos tenemos una responsabilidad cívica, en lo que decimos y lo que hacemos. Y no hay herramienta más eficaz que la moderación y el autocontrol.
A ver si ahora la responsabilidad por lo que uno haya dicho o hecho la va a tener el cámara o el alcohol. A algunos convendría que les visitase La Brigada de la Realidad.]
También dice Marías:



Uno de los momentos más temibles en la historia de cualquier país se produce cuando a la gente empiezan a parecerle aceptables o incluso normales medidas o leyes que son completamente anómalas y de todo punto inaceptables. Suelen aparecer poco a poco, luego se van acelerando. Las primeras nunca resultan muy graves -aunque sean injustas, arbitrarias y sin sentido-, y por eso casi nadie se rebela. Pero cuesta creer que a estas alturas no sepamos que después de esas primeras vendrán otras peores, y que por eso hay que denunciar aquéllas, por inocuas que parezcan, y no consentirlas. Una de las pioneras normas “raciales” nazis fue prohibir a los judíos que se sentaran en los bancos de los parques. Si no recuerdo mal, no se les impidió entrar y pasear por ellos, sino sólo eso, tomar asiento en sus bancos. Poca cosa, debieron de pensar sus conciudadanos arios, por mucho que la regulación fuera absurda e injustificable. Pero, como contó Stefan Zweig en El mundo de ayer, la interdicción supuso muy pronto que su madre, ya anciana, dejara de visitar los parques porque se cansaba de caminar sin descanso posible. No es que pretenda establecer, por fortuna, comparación alguna entre las iniciales leyes de Núremberg y nada de lo que ocurre en nuestro país actualmente. Es tan sólo que aquellas leyes son un ejemplo muy gráfico de cuán sibilino puede ser lo paulatino y de cómo, sin que apenas nos demos cuenta, se va produciendo un crescendo de injusticias y atropellos que se van aceptando con facilidad, uno tras otro; al cabo del tiempo nos percatamos de que la situación se ha hecho intolerable, pero para entonces ya es tarde. Hay asuntos en los que consentir lo mínimo equivale a dar carta blanca a las autoridades para que -siempre gradual, taimadamente- alcancen lo máximo. El máximo abuso.Pobre perdona a rico, Javier Marías [La zona fantasma, 18 de marzo de 2012]

Puedo asumir la responsabilidad por todo lo que ocurre en mi habitación y, además, frente a cualquiera. Me sorprende que no note la ofensa que suponen para mí sus sugerencias, por más que reconozca sus buenas intenciones.[…]
A K le habían comunicado por teléfono que el domingo próximo tendría lugar una corta vista para la instrucción procesal de su causa.[…]
Le dijeron el número de la casa: estaba situada en una calle apartada de los suburbios en la que K jamás había estado. […]
quería evitar cualquier ayuda extraña en su asunto, por pequeña que fuera; tampoco quería recurrir a nadie ni ponerle al corriente de ningún detalle; finalmente tampoco tenía ganas de humillarse ante la comisión investigadora con una excesiva puntualidad. No obstante, corría, pero sólo para llegar alrededor de las nueve, aunque tampoco le habían citado a una hora concreta. […]Se enojó porque nadie le había indicado con precisión la situación de la sala del juzgado. Le habían tratado con una extraña desidia o indiferencia, era su intención dejarlo muy claro. […]
jugó en su pensamiento con el recuerdo de la máxima pronunciada por el vigilante Willem, que el tribunal se ve atraído por la culpa, de lo que se podía deducir que la sala del juzgado tenía que encontrarse en la escalera que K había elegido casualmente. […]
Puede objetar que no se trata de ningún procedimiento, tiene razón, pues sólo se trata de un procedimiento si yo lo reconozco como tal. Por el momento así lo hago, en cierto modo por compasión. Aquí no se puede comparecer sino con esa actitud compasiva, si uno quiere ser tomado en consideración. […]
de ese libro de cuentas no temo nada, aunque no esté a mi alcance, ya que sólo puedo tocarlo con la punta de dos dedos. […]
lo que me ha ocurrido es un asunto particular y, como tal, no muy importante, pues no lo considero grave, pero es significativo de un procedimiento que se incoa contra otros muchos. Aquí estoy en representación de ellos y no sólo de mí mismo. […]

Toma la palabra



––No quiero alcanzar ningún triunfo retórico ––dijo K, sacando conclusiones de su
reflexión––, tampoco podría. Es muy probable que él señor juez instructor hable mucho mejor que yo, es algo que forma parte de su profesión. Lo único que deseo es la discusión pública de una irregularidad pública. Escuchen: fui detenido hace diez días, me río de lo que motivó mi detención, pero eso no es algo para tratarlo aquí. Me asaltaron por la mañana temprano, cuando aún estaba en la cama. Es muy posible ––no se puede excluir por lo que ha dicho el juez instructor–– que tuvieran la orden de detener a un pintor, tan inocente como yo, pero me eligieron a mí. La habitación contigua estaba ocupada por dos rudos vigilantes. Si yo hubiera sido un ladrón peligroso, no se hubieran podido tomar mejores medidas. Esos vigilantes eran, por añadidura, una chusma indecente, su cháchara era insufrible, se querían dejar sobornar, se querían apropiar con trucos de mi ropa interior y de mis trajes, querían dinero para, según dijeron, traerme un desayuno, después de haberse comido con desvergüenza inusitada el mío ante mis propios ojos. Y eso no fue todo. Me llevaron a otra habitación, ante el supervisor. Era la habitación de una dama, a la que aprecio mucho, y tuve que ver cómo esa habitación, por mi causa aunque no por mi culpa, fue ensuciada en cierto modo por la presencia de los vigilantes y del supervisor. No fue fácil guardar la calma. No obstante, lo conseguí, y pregunté al supervisor con toda tranquilidad ––si estuviera aquí presente lo tendría que confirmar–– por qué estaba detenido. ¿Y qué respondió ese supervisor, al que aún puedo ver sentado en el sillón de la mencionada dama, como la personificación de la arrogancia más estúpida? Señores, en el fondo no respondió nada, tal vez ni siquiera sabía nada, me había detenido y con eso quedaba satisfecho. Pero había hecho algo más, había introducido a tres empleados inferiores de mi banco en la habitación de esa dama, que se entretuvieron en tocar y desordenar unas fotografías, propiedad de la dama en cuestión. La presencia de esos empleados tenía, sin embargo, otra finalidad, su misión, como la de mi casera y la de la criada, consistía en difundir la noticia de mi detención para dañar mi reputación y, sobre todo, para poner en peligro mi posición en el banco. Pero no han conseguido nada. Hasta mi casera, una persona muy simple ––quisiera mencionar aquí su nombre como timbre de honor, la señora Grubach––, hasta la señora Grubach tuvo la suficiente capacidad de juicio para comprender que semejante detención no tenía más importancia que un plan ejecutado por algunos jóvenes mal vigilados en una callejuela. Lo repito, lo único que me ha proporcionado todo esto han sido contrariedades y un enojo pasajero, pero ¿no hubiera podido tener acaso peores consecuencias?

[…]

––El juez instructor acaba de hacer a alguien de ustedes una señal secreta. Parece que entre ustedes hay personas que se dejan dirigir desde aquí arriba. No sé si esa señal debe despertar ovaciones o silbidos, pero, al descubrir a tiempo el truco, renuncio a averiguar el significado del signo. Me es completamente indiferente y autorizo públicamente al señor juez instructor para que imparta sus órdenes a sus empleados asalariados de ahí abajo de viva voz y no con signos secretos, que diga algo como: «ahora silben» o «ahora aplaudan».
[…]
––Ya termino ––dijo K, y como no había ninguna campanilla, dio un golpe con el puño en la mesa; debido al susto, las cabezas del juez instructor y del consejero se separaron por un instante––. Todo este asunto apenas me afecta, así que puedo juzgarlo con tranquilidad.
Ustedes podrán sacar, suponiendo que tengan algún interés en este supuesto tribunal, alguna ventaja si me escuchan. Les suplico, por consiguiente, que aplacen sus comentarios para más tarde, pues apenas tengo tiempo y me iré pronto. […]
––No hay ninguna duda––dijo K en voz muy baja, pues sentía cierto placer al percibir la tensa escucha de toda la asamblea; de ese silencio surgía un zumbido más excitante que la ovación más halagadora––, no hay ninguna duda de que detrás de las manifestaciones de este tribunal, en mi caso, pues, detrás de la detención y del interrogatorio de hoy, se encuentra una gran organización. Una organización que, no sólo da empleo a vigilantes corruptos, a necios supervisores y a jueces de instrucción, quienes, en el mejor de los casos, sólo muestran una modesta capacidad, sino a una judicatura de rango supremo con su numeroso séquito de ordenanzas, escribientes, gendarmes y otros ayudantes, sí, es posible que incluso emplee a verdugos, no tengo miedo de pronunciar la palabra. Y, ¿cuál es el sentido de esta organización, señores? Se dedica a detener a personas inocentes y a incoar procedimientos absurdos sin alcanzar en la mayoría de los casos, como el mío, tal resultado. ¿Cómo se puede evitar, dado lo absurdo de todo el procedimiento, la corrupción general del cuerpo de funcionarios? Es imposible, ni siquiera el juez del más elevado escalafón lo podría evitar con su propia persona. Por eso mismo, los vigilantes tratan de robar la ropa de los detenidos, por eso irrumpen los supervisores en las viviendas ajenas, por eso en vez de interrogar a los inocentes se prefiere deshonrarlos ante una asamblea. Los vigilantes me hablaron de almacenes o depósitos a los que se llevan las posesiones de los detenidos; quisiera visitar alguna vez esos almacenes, en los que se pudren los bienes adquiridos con esfuerzo de los detenidos, o al menos la parte que no haya sido robada por los empleados de esos almacenes. […]
Todos tenían esos distintivos. Todos pertenecían a la misma organización, tanto el supuesto partido de la izquierda como el de la derecha, y cuando se volvió súbitamente, descubrió los mismos distintivos en el cuello del juez instructor, que, con las manos sobre el vientre, lo contemplaba todo con tranquilidad. […]
los libros son códigos y es propio de este tipo de justicia que uno sea condenado no sólo inocente, sino también ignorante. […]
Aquí no tengo protección alguna y mi marido ya se ha hecho a la idea; si quiere mantener su puesto, tiene que tolerar ese comportamiento, pues ese hombre es estudiante y es posible que se vuelva muy poderoso. […]
Jamás me hubiera injerido voluntariamente en este asunto y las necesidades de mejora de esta justicia no me habrían quitado el sueño. Pero me he visto obligado a intervenir al ser detenido ––pues ahora estoy realmente detenido––, y sólo en mi defensa. Pero si al mismo tiempo puedo serle útil de alguna manera, estaré encantando, y no sólo por altruismo, sino porque usted también me puede ayudar a mí. […]

[Hasta que no van contra ti, no te implicas. ¿Por qué me iba a molestar en denunciar la injusticia de las leyes de segregación racial o las leyes de Núremberg de 1935 o tantas otras que son discriminatorias y atentan contra la igualdad, la libertad y el sentido común?]



le diré que usted también me gusta, especialmente cuando me mira con esa tristeza, para la que, por lo demás, no tiene ningún motivo. Usted pertenece a la sociedad que yo combato, pero se siente bien en ella, incluso ama al estudiante o, si no lo ama, al menos lo prefiere a su esposo. Eso se podría deducir fácilmente de sus palabras.
[…]
Más bien creo que el procedimiento, ya sea por pura desidia u olvido, o tal vez por miedo de los funcionarios, ya se ha interrumpido o se interrumpirá en poco tiempo. No obstante, también es posible que hagan continuar un proceso aparente con la esperanza de lograr un buen soborno, pero será en vano. […]

sufrió la derrota simplemente porque él fue quien buscó la lucha. Si permaneciera en casa y llevara su vida habitual, sería mil veces superior a esa gente y podría apartar de su camino con una patada a cualquiera de ellos.[…]

[Se pregunta si no habría sido mejor la indiferencia. Si uno no reconoce al Tribunal que le juzga, no “tiene nada que temer”.]




«Subida a las oficinas del juzgado».
¿Aquí, en el desván de una casa de alquiler se encontraban las oficinas del juzgado?
[…]
Si no fuese tan dependiente hace tiempo que habría estampado al estudiante contra la pared. Aquí, junto a la nota. Sueño con hacerlo algún día. Le veo ahí, aplastado en el suelo, los brazos extendidos, las piernas retorcidas y todo alrededor lleno de sangre. Pero hasta ahora sólo ha sido un sueño. […]

––Pues claro ––dijo el ujier––, ella es incluso la que tiene más culpa. Ella se lo ha buscado.
En lo que a él respecta, corre detrás de todas las mujeres. Sólo en esta casa ya le han echado de cinco viviendas en las que se había deslizado. Por lo demás, mi mujer es la más bella de toda la casa, y yo no puedo defenderme. […]

aquí, por regla general, no se conducen procesos sin ninguna perspectiva de éxito. […]
––Sí ––dijo el ujier––, son acusados, todos los que usted ve aquí son acusados.
––¿Sí? ––dijo K––. Entonces son compañeros míos. […]
sólo había venido por pura curiosidad o, lo que era imposible de aducir como explicación, para comprobar que el interior de esa justicia era tan repugnante como el exterior. […]
Pero uno llega a acostumbrarse muy bien a este aire. Si viene por segunda o tercera vez, apenas notará este ambiente opresivo. […]
K estaba demasiado cansado como para ocuparse de sí mismo. Le habría gustado permanecer allí sentado hasta que hubiera recuperado las fuerzas suficientes para irse, y eso ocurriría antes si no se preocupaban de él.[…]
este señor es el informante. Él da a las partes que esperan toda la información que necesitan y, como nuestra justicia no es muy conocida entre la población, se reclama mucha información. Conoce la respuesta a todas las preguntas. […]
––Creo que me perdonaría peores ofensas a cambio de que le condujera a la salida. […]
Ninguno de nosotros es duro de corazón, sólo queremos ayudar, pero como funcionarios judiciales damos la impresión de ser duros de corazón y de no querer ayudar a nadie. Yo sufro por eso. […]

acostumbrados al aire de las oficinas, difícilmente soportaban el aire fresco que subía por la escalera […]
––¡Señor! Nos tienen que azotar porque te has quejado de nosotros ante el juez instructor.
Y ahora comprobó K que, en efecto, se trataba de los vigilantes Franz y Willem. El tercero sostenía un látigo para azotarlos. […]
––No sabía lo que me estáis diciendo. Tampoco he reclamado ningún castigo para vosotros; para mí es una cuestión de principios. […]
nos castigan sólo porque tú nos has denunciado, en otro caso no nos hubiera pasado nada, incluso si se hubiera sabido lo que habíamos hecho. […]

[Convendría calcular las consecuencias de “hacer la vista gorda” o de “mirar para el otro lado”.]




con toda seguridad en poco tiempo habríamos llegado a ser azotadores, como éste, que tuvo la suerte de no ser denunciado por nadie, pues una denuncia semejante es muy rara.[…]
––No tienes que creerte todo lo que te dicen. Su mente se ha debilitado por el miedo a los azotes. […]
si hubiese querido que azotasen a estos hombres, no trataría ahora de liberarlos del castigo.[…] No los considero culpables, culpable es la organización, culpables son los funcionarios superiores. […]––Si tuvieras a un juez a merced de tu látigo ––dijo K, y bajó el látigo que ya se elevaba otra vez––, no te impediría que lo azotases, todo lo contrario, te daría dinero para motivarte. […]Le atormentaba no haber podido detener los azotes, pero no era culpa suya no haberlo logrado.[…]
Si todos los empleados inferiores eran canallas, ¿por qué iba a constituir una excepción el azotador, que, además, ejercía el cargo más inhumano? […]
K no podía permitir que los empleados, y quién sabe qué otras personas, vinieran y le sorprendieran tratando con los tipos del trastero. Nadie podía reclamar de K semejante sacrificio. Si se hubiera propuesto hacerlo, hubiera sido muy fácil, K se habría desnudado y se habría ofrecido al azotador como sustituto. Ciertamente, el azotador no hubiera admitido semejante cambio, pues sin obtener beneficio alguno habría tenido que incumplir seriamente su deber y, muy probablemente, por partida doble, pues K, mientras permaneciera sujeto al procedimiento, debía ser inviolable para todos los empleados del tribunal.[…]
se propuso hablar del asunto e intentar que castigasen convenientemente a los culpables reales, es decir, a los funcionarios superiores, que aún no habían tenido el valor de presentarse ante él. […]
tal vez fuera conveniente que tú, querido padre, le visitaras la próxima vez que vinieras, a ti te será fácil averiguar algo y, si realmente fuera necesario, podrías intervenir con algunos de tus influyentes amigos. […]
Josef, querido Josef, piensa en ti, en tus parientes, en nuestro buen nombre. Hasta ahora has sido nuestro orgullo, no puedes convertirte en nuestra vergüenza. Tu actitud ––y miró a K con la cabeza ligeramente inclinada––, tu actitud no me gusta, así no se comporta ningún acusado inocente que aún posee fuerzas. Dime en seguida de qué se trata para que pueda ayudarte. […]
Ante todo, tío, no se trata de un proceso ante un tribunal ordinario [una organización al margen del Estado] […]
En el campo recuperarás las fuerzas, eso será bueno, pues te esperan grandes esfuerzos. Además, así eludirás al tribunal. Aquí disponen de todos los medios coercitivos y los pueden aplicar automáticamente. En el campo tienen que delegar en un órgano o intentar influir sobre ti por correspondencia, telégrafo o teléfono.
Eso debilita, naturalmente, los efectos. Aunque no te libera, al menos te da un respiro. […].¿Acaso quieres perder el proceso? ¿Sabes lo que eso significa? Eso significa que te suprimirán, y a todos tus parientes contigo o, al menos, quedarán humillados, a la altura del suelo. Josef, concéntrate. Tu indiferencia me desespera. Al verte así se puede creer el refrán: «Proceso incoado, proceso perdido». […]
––Así que no has venido a hacer una visita a un enfermo ––dijo finalmente al tío, que se había acercado ya reconciliado––, vienes por motivos profesionales. […]

––En lo que se refiere al asunto de tu señor sobrino, me consideraría feliz si mis fuerzas bastasen para una tarea tan extremadamente difícil; me temo, sin embargo, que no bastarán, pero tampoco quiero dejar de intentarlo; si no puedo, siempre será posible solicitar la ayuda de otro. Para ser sincero, el asunto me interesa demasiado como para dejarlo pasar y renunciar a toda participación. Si mi corazón no lo soporta, al menos encontrará aquí una buena ocasión para fallar del todo […]
––Tiene que tener en cuenta––continuó el abogado, como si le estuviera explicando algo evidente y superfluo–– que de ese trato saco muchas ventajas para mis clientes y, además, en múltiples sentidos, pero de eso no se puede hablar. Naturalmente estoy algo impedido a causa de mi enfermedad; no obstante sigo recibiendo visitas de buenos amigos de los tribunales y me entero de algunas cosas. Es posible que me entere de mucho más de lo que se pueden enterar algunos que gozan de la mejor salud y se pasan todo el día en los tribunales. Precisamente ahora tengo una visita entrañable ––y señaló hacia una de las esquinas. […]

"Kafka es inseparable de ese concepto moderno de la angustia existencial. Leyéndolo sentimos ese vacío producto de la toma de conciencia de nuestra finitud, de lo indefensos que somos enfrentados a esa gran máquina que es la sociedad y la vida misma. Sí, Kafka es uno de los que ha expresado eso de una manera más original a través de parábolas, historias y situaciones extraordinariamente convincentes porque nos llegan en unas estructuras lingüísticas y unas fabulaciones que encajan con esa concepción de la vida. Además su literatura es válida para épocas y culturas distintas: el mundo de Kafka se ha vivido en China, en Cuba, en el Perú, en países en los que, por determinadas razones, los seres humanos pasan a ser meros instrumentos de poderes que no controlan, contras los que no pueden defenderse y que hacen de ellos títeres de unas fuerzas invisibles, ya sean políticas, ideológicas o religiosas. A Kafka hay que citarlo, junto con Joyce y Proust, como uno de los grandes escritores del siglo XX"."La literatura en el siglo XX", entrevista a Mario Vargas Llosa de Jimena Pinilla Cisneros y Julio Villanueva Chang, publicada en "El Comercio" (Perú), 24 de junio del 2000.


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