miércoles, 17 de febrero de 2016

Will you stay real?


Fragmentos de Los ensayos, de Montaigne. De la vanidad.
De la naturaleza de las cosas, Lucrecio

Ahora bien, ¿qué decir si yo tomo las cosas diferentemente de lo que son en realidad? Muy bien puede suceder, por eso acuso mi impaciencia, considerándola igualmente viciosa en quien tiene razón como en quien no la tiene, pues nunca deja de constituir un agrior tiránico el no poder resistir un pensar diverso, al propio. […]

mi razón no está hecha a doblegarse, son mis rodillas las que se humillan. […]

Yo soy por naturaleza opuesto a esta común manera de ser; y más desconfío de la capacidad cuando la veo acompañada de grandeza, de fortuna y recomendación popular: precisanos considerar de cuánta ventaja sea el hablar a su hora, el escoger el verdadero punto de vista, el interrumpir la conversación o cambiarla con autoridad magistral, el defenderse contra la oposición ajena con un movimiento de cabeza, con una sonrisa, con el silencio, ante un concurso que se estremece de puro respeto y reverencia. […]

La obstinación y el ardor de la opinión son las más seguras muestras de estupidez: ¿hay nada tan resuelto, desdeñoso, contemplativo, grave y serio como el asno? […]

Por lo demás, cuando yo quiero juzgar de alguien pregúntole cuánto de sí mismo se contenta: hasta dónde su hablar o su espíritu le placen. […]

otorgadme una que os represente por entero por la cual os plazca ser medidos, y luego ¿cuál es lo mejor que reconocéis en vuestra obra? ¿Es esta parte o la otra? ¿La gracia, el asunto, la invención, el juicio o la ciencia? Pues ordinariamente advierto que tanto se yerra al juzgar de la propia labor como al aquilatar la ajena, no sólo por la pasión que en el juicio va mezclada, sino también por carencia de capacidad, conocimiento y costumbre de discernir: la obra por su propia virtud y fortuna puede secundar al obrero y llevarle más allá de su invención y conocimientos. […]

De la vanidad, Montaigne




Pero nada hay más grato que ser dueño
De los templos excelsos, guarnecidos
Por el saber tranquilo de los sabios,
Desde donde puedas distinguir a otros
Y ver cómo confusos se extravían
Y buscan el camino de la vida.
Vagabundos, debaten por nobleza,
Se disputan la palma del ingenio,
Y de noche y de día no sosiegan
Por oro amontonar y ser tiranos.
¡Oh míseros humanos pensamientos!
¡Oh pechos ciegos! ¡Entre qué tinieblas
Y a qué peligros exponéis la vida
Tan rápida, tan tenue! ¿Por ventura
No oís el grito de naturaleza
Que alejando del cuerpo los dolores,
De grata sensación el alma cerca,
Librándola de miedo y de cuidado?

De la naturaleza de las cosas, Lucrecio


Librarse del miedo y del dolor como objetivo. Tenue significa de poca sustancia, valor e importancia. También podría ser delicado, débil. La fragilidad del ser humano (labilidad). Recuerda la temática del elogio de una vida retirada, beatus ille, de Horacio: La temática del beatus ille es una de las cuatro aspiraciones del hombre del Renacimiento.
¿Cuál es la lección de la naturaleza? La indiferencia, el cambio o transformación, la regularidad y los ciclos, el gozo de los sentidos, las pocas cosas imprescindibles, cosas que se producen por azar, por causas naturales (sin intervención del hombre), lo que no es producto ni ha sido elaborado, la belleza, lo contrapuesto a lo sobrenatural o milagroso, el instinto, aquello que no tiene que ver con la razón o la inteligencia, lo que compartimos con otros seres irracionales, la sensibilidad, lo carente de artificio, las emociones y sentimientos, la sensualidad, la materia, los elementos. Me acuerdo ahora del panel central de El jardín de las delicias, de El Bosco.

martes, 9 de febrero de 2016

El intérprete

The House Was Quiet and The World Was Calm

By Wallace Stevens


The house was quiet and the world was calm.
The reader became the book; and summer night

Was like the conscious being of the book.
The house was quiet and the world was calm.

The words were spoken as if there was no book,
Except that the reader leaned above the page,

Wanted to lean, wanted much most to be
The scholar to whom his book is true, to whom

The summer night is like a perfection of thought.
The house was quiet because it had to be.

The quiet was part of the meaning, part of the mind:
The access of perfection to the page.

And the world was calm. The truth in a calm world,
In which there is no other meaning, itself

Is calm, itself is summer and night, itself
Is the reader leaning late and reading there.

Source:
The Collected Poems of Wallace Stevens (Alfred A. Knopf, 1954)

La casa estaba en silencio y el mundo en calma

La casa estaba en silencio y el mundo en calma.
El lector convirtióse en el libro; y la noche estival

Era como el ser consciente del libro.
La casa estaba en silencio y el mundo en calma.

Las palabras fueron dichas como si no hubiese libro,
fuera de que el lector inclinado sobre la página

deseaba inclinarse, deseaba ser
el erudito para el cual su libro es real, para el cual

la noche estival es como una perfección del pensamiento.
La casa estaba en silencio porque debía estarlo.

La quietud era parte del significado, parte de la mente:
el acceso a la perfección de la página.

Y el mundo estaba en calma. La verdad en un mundo en calma,
donde no existe otro significado, él mismo

es calma, él mismo es verano y noche, él mismo
es el lector inclinándose hasta tarde y leyendo allí.

Wallace Stevens


The House Was Quiet and The World Was Calm, Wallace Stevens. Source: The Collected Poems of Wallace Stevens (Alfred A. Knopf, 1954) 

La casa estaba en silencio y el mundo en calma, Wallace Stevens traducido por 

Una forma de leer, Antonio Muñoz Molina [El País, 6 de febrero 2016]
Desmemorias, Antonio Muñoz Molina [El País, 6 de septiembre de 2008]

Enlaces: Narrating War in Peace: The Spanish Civil War in the Transition and Today 
Katherine O. Stafford



jueves, 4 de febrero de 2016

El misterio poético de lo cotidiano




Del arrepentimiento, Ensayos, Michel de Montaigne
Mrs. Dalloway, Virginia Woolf
El prodigio invisible, Antonio Muñoz Molina [El País, 13 de septiembre de 2008]
Nuestro Fernando, Antonio Muñoz Molina [Escrito en un instante, 5 de diciembre de 2013]
El extraño viajero, Antonio Muñoz Molina [El País, 2 de septiembre de 2016]
Palabras de Fernando, Antonio Muñoz Molina [El País, 29 de junio de 2019]




No hay vicio que esencialmente lo sea que no ofenda y que un juicio cabal no acuse, pues muestran todos una fealdad e incomodidad tan palmarias que acaso tengan razón los que los suponen emanados de torpeza e ignorancia tan difícil es imaginar que se los conozca sin odiarlos. La malicia absorbe la mayor parte de su propio veneno y se envenena igualmente. El vicio deja como una úlcera en la carne y un arrepentimiento en el alma que constantemente a ésta, araña y ensangrienta, pues la razón borra las demás tristezas y dolores engendrando el del arrepentimiento, que es más duro, como nacido interiormente, a la manera que el frío y el calor de las fiebres emanados son más rudos que los que vienen de fuera. Yo considero como, vicios (mas cada cual según su medida) no sólo aquellos que la razón y la naturaleza condenan, sino también los que las ideas de los hombres, falsas y todo como son, consideran como tales, siempre y cuando que el uso y las leyes las autoricen.
Por el contrario, no hay bondad que no regocije a una naturaleza bien nacida. Existe en verdad yo no sé qué congratulación en el bien obrar que nos alegra interiormente, y una altivez generosa que acompaña a las conciencias sanas. Un alma valerosamente viciosa puede acaso revestirse de seguridad, mas de aquella complacencia y satisfacción no puede proveerse. No es un plan baladí el sentirse preservado del contagio en un siglo tan dañado, y el poder decirse consigo mismo: «Ni siquiera me encontraría culpable quien viese hasta el fondo de mi alma, de la aflicción y ruina de nadie, ni de venganza o envidia, ni de ofensa pública a las leyes, ni de novelerías y trastornos, ni de falta al cumplimiento de mi palabra; y aun cuando la licencia del tiempo en que vivimos a todos se lo consienta y se lo enseñe, no puse yo jamás la mano en los bienes ni en la bolsa de ningún hombre de mi nación, ni viví sino a expensas de la mía, así en la guerra como en la paz, ni del trabajo de nadie me serví sin recompensarlo.» Placen estos testimonios de la propia conciencia, y nos procura saludable beneficio esta alegría natural, la sola remuneración que jamás nos falte.
Fundamentar la recompensa de las acciones virtuosas en la aprobación ajena es aceptar un inciertísimo y turbio fundamento, señaladamente en un siglo corrompido e ignorante como éste; la buena estima del pueblo es injuriosa. […]
Principalmente nosotros que vivimos una existencia privada, sólo visible a nuestra conciencia, debemos fijar un patrón interior para acomodar a él todas nuestras acciones, y según el cual acariciamos unas veces y castigamos otras. Yo tengo mis leyes y mi corte para juzgar de mí mismo, a quienes me dirijo más que a otra parte; yo restrinjo mis acciones con arreglo a los demás, pero no las entiendo sino conforme a mí. Sólo vosotros mismos podéis saber si sois cobardes y crueles, o leales y archidevotos; los demás no os ven, os adivinan mediante ciertas conjeturas; no tanto contemplan vuestra naturaleza como vuestro arte, por donde no debéis ateneros a su sentencia, sino a la vuestraTuo tibi judicio est utendum... Virtutis et vitiorum grave ipsius concientiae pondus est: qua sublata, jacent omnia [Poned a contribución vuestro propio juicio... El testimonio interno que la virtud y el vicio se procuran es cosa de gran peso: prescindid de esta conciencia, y todo cae por tierra. Las primeras palabras están sacadas de las Tusculuanas de CICERÓN, I, 25; y la frase siguiente, del tratado de Natura deorum, III, 35. (C.)]
El pueblo acompaña a un hombre hasta su puerta deslumbrado por el ruido de un acto público, y el favorecido con su vestidura abandona el papel que desempeñara, cayendo tanto más hondo cuanto más alto había subido, y dentro de su alojamiento todo es tumultuario y vil. Aun cuando en ella el orden presidiera, todavía precisa hallarse provisto de un juicio vivo y señalado para advertirlo en las propias acciones privadas y ordinarias. Montar brecha, conducir una embajada, gobernar un pueblo, son acciones de relumbrón; amonestar, reír, vender, pagar, amar, odiar y conversar con los suyos y consigo mismo, dulcemente y equitablemente, no incurrir en debilidades, mantener cabal su carácter, es cosa mas rara, más difícil y menos aparatosa. Por donde las existencias retiradas cumplen, dígase lo que se quiera, deberes tan austeros y rudos como las otras; y las privadas, dice Aristóteles, sirven a la virtud venciendo dificultades mayores y de modo más relevante que las públicas. Más nos preparamos a las ocasiones eminentes por gloria que por conciencia. El más breve camino de la gloria sería desvelarnos por la conciencia como nos desvelamos por la gloria. [...]
No consiste el valer del alma en encaramarse a las alturas, sino en marchar ordenadamente; su grandeza no se ejercita en la grandeza, sino en la mediocridad. Como aquellos que nos juzgan por dentro nos sondean, reparan poco en el resplandor de nuestras acciones públicas, viendo que éstas no son más que hilillos finísimos y chispillas de agua surgidos de un fondo cenagoso, así los que nos consideran por la arrogante apariencia del exterior concluyen lo mismo de nuestra constitución interna; y no pueden acoplar las facultades vulgares, iguales a las propias con las otras que los pasman y alejan de su perspectiva.
Del arrepentimiento


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